27 de diciembre de 2019

Tres ojos.


Algunos animales en la cordillera suroeste son realmente extraños. Éste parece un reptil, se comporta como un tiburón, con la sangre de la liebre muerta a sus pies. Literalmente a sus pies, porque está apoyado sobre las manos y la sujeta con los pies, que los usa como si fueran las manos, raja la piel y mete dentro la boca, y da la impresión de que lo está engullendo todo dentro, todo, incluso escucho los huesos partirse dentro de su boca, o quizá me esté imaginando yo esos ruidos. Está convirtiendo al conejo en una cáscara de piel. Pero acaba de soltarla. Me mira, después de todo este rato, noto cómo su ojo de perfil apunta exactamente a los míos, y se está girando hacia mí, despacio. Vale, hay que moverse, rapidito, hay que moverse... Miro atrás. Según me alejo por la cordillera, el animal se queda. Que siga quieto. Es el segundo de esa especie que veo, y no sé qué me daría más miedo, encontrarme con uno de esos de frente, o con la manada de lobos que lleva aullando un rato por la montaña. Sé que son los ecos lo que oigo, llevo muchos kilómetros recorridos y aún sigo escuchándoles como si estuvieran a uno, quizá sea eso, quizá estén oliendo la sangre del que está agonizando. Mi cabeza va a matarme, y si no lo hace pronto, lo hará el hambre. O cualquiera de las piedras que flotan en el aire y de las cuales caeré, si pierdo el equilibrio entre saltos.

20 de diciembre de 2019

Calma, no calma.



Nada más suena el chasquido, Pegaso se ha separado de todos, claramente incómodo, y, con él, también me separo yo. Estamos en el pueblo... nos ha traído en un segundo, exactamente al lugar que le habíamos pedido. Las alas recogen mis piernas de forma tan firme que no podría caerme de él ni aunque lo intentase. Ahora no tengo dudas de que Pegaso no es un animal corriente. Cuando ya ha caminado lo suficiente, lejos de todos, se para y se gira para mirarles. Luchadora ha hecho el gesto de haber estado a punto de vomitar, e Iloa se toca los dedos de las manos, como si aún conservase en las yemas algún tipo de magia imposible. Sólo Stille está bien, erguida, mirándome. ¡Falsa alarma!, grita el guardia de la puerta del poblado, y un enano se ha vuelto a guardar el arco.

16 de diciembre de 2019

Mentiras imperfectas.


Puede que el aullido de los perros acentúe esto, pero siento que las ventanas del edificio de El Círculo me miran como si fueran sus ojos. Que, si tuviera manos, las usaría para arrastrarse por el jardín y más allá del pequeño muro, llegaría hasta mí y me pediría piedad, que acabase con su vida alargada y agónica de una vez por todas... porque, aunque se ve frío y acartonado, también le siento vivo. De alguna manera, este edificio tiene alma aún, porque me ha estado llamando durante muchas noches, antes de venir a esta isla, desde que tengo en el brazo la marca de Miedo. Cada vez que me alimentaba de su esencia, en cualquier lugar de la isla, me surgían imágenes antiguas del lugar en el que estuviese, pero siempre había alguna de este edificio, siempre. Y me miraba. Bueno... pues aquí estoy, otra vez. Las enredaderas que se ven detrás de los árboles mustios del jardín parecen dos cataratas de lágrimas, y cada grieta, una arruga. Cuatro pisos con siglos de historia sobre las losas del suelo. Cada vez que el viento que viene del norte sopla otra ráfaga, la verja de metal golpea su tope antes de chirriar otra vez cuando se separa.

6 de diciembre de 2019

Jotunheim hellar.


Iloa se queda tumbado detrás de una raíz, mientras se echa hojas moradas que acaban de camuflar su capa de color tierra. Lejos del camino y tan caracterizado, es imposible que los robots que marchan puedan verle. Pero las ropas de Stille son negras, las mías también son oscuras, y la capa que llevo es la de un animal, uno de pelaje grueso, que destaca un poco en el entorno, sobre todo detrás de algunos tramos de hierba que aún son verdes o amarillos. Los troncos son demasiado delgados para que nos cubran, y si nos levantamos, definitivamente van a vernos.

29 de noviembre de 2019

Sensaciones mixtas.


En la choza de Volkama, los clásicos dibujos rojos que también están en la de Iloa no han sido borrados, sino que se ha pintado otros dibujos blancos encima. Mientras que los antiguos dibujos parece que hablaban sobre Los Creadores y antiguas civilizaciones, los nuevos trazos blancos dibujan un gusano gigante de un solo ojo, Mal, al que le planta cara un hombre armado. No es la mejor elección de color para representar la batalla, porque el antiguo trazo rojo es más intenso y al final no se ve bien ninguno de los dibujos. Miro hacia el norte de la isla, hacia una piedra estrecha de la choza, en realidad, pero men­talmente estoy mirando un islote que se encuentra en el norte, el que vi cuando navegaba en la corriente turbulenta. Negro, lleno de agujeros y picos, parece piedra volcánica de las entrañas de la tierra, pero es todo lo contrario. Una roca espacial ardiente que cayó del cielo, que venía de otras estrellas, se estrelló en el mar y comenzó a pudrir todo lo que le rodeaba, dentro de una espiral negra de agua ácida. Mal se abriría paso desde el núcleo de la gran roca. Vería toda la destrucción desde ella.

22 de noviembre de 2019

Observan.


Me despierto dentro de la choza, cuando Iloa me toca el hombro y susurra que ya es la hora. Acaricio con cuidado a Madurez, a mi lado, porque sé que tiene malos despertares, pero esta vez abre los ojos como platos y se despereza en seguida, muy en silencio, porque Nulkama y su niño duermen a nuestro lado. Cojo la capa de oso y el bastón y salgo por la puerta despacio, haciendo el mínimo ruido con la cortina y aguantando las ganas de quejarme por el costado. Es noche cerrada aquí fuera... y eso me sorprende. Cuando por fin logré dormir, tarde, después de todo lo que se revolucionó el pueblo con la encarcelación de Imica y el descubrimiento de Servatrix, el sol aún iluminaba algo el cielo. Ahora veo algunas estrellas, las que la niebla y las nubes me dejan ver, y trazas sutiles de una aurora boreal verde. Es preciosa. Imponente. Se ve desde aquí lo ancha, enorme que es, y no se inmuta, permanece en el cielo como una raíz más, como si fuera... sólida, en el cielo.

15 de noviembre de 2019

Ítaca.


Acaricio a Aristóteles, que también se ha acercado al fuego. Seguro que tenía frío. Le pregunto cómo está, y él me mira, pero no me contesta, como hace siempre. A veces me pregunto si me entenderá cuando le hablo, aunque sea sólo un poco. Me pregunto si a veces él querría contestarme, pero no lo hace porque no puede. A veces querría que me hablase, me dijera qué opina sobre la isla, sobre Miedo, me dijera lo que se me lleva escapando casi un año. Han sido muchas las aventuras que hemos vivido él y yo, a medida que la barba me iba creciendo, hasta el punto de poder agarrarla, y en todas esas aventuras Miedo estaba allí también. El tercero en discordia. El amigo con el cuchillo en la espalda, que, en todo lo que hago, siento cómo me presiona para hacer otra cosa, una voz irresistible dentro que me dice que no vale la pena, que debería rendirme y someterme a su control. ¡No quiero! Y cuando llegue el momento, si es que va a llegar algún día, veremos quién ha usado a quién.

8 de noviembre de 2019

Las espaldas cubiertas.


Pisar la playa con los dos pies, de pronto, me transmite seguridad, absoluto equilibrio, la sensación de que debajo de donde piso hay metros y metros de tierra firme que sujetan esta arena. El viaje en barco ha durado un día completo, y he tenido suficiente para toda mi vida. El sol se levanta por el este, a la izquierda, pero la bruma, que recorre la playa de forma más concentrada y turbulenta que en nuestra casa, mitiga la luz y la dispersa. Veo la playa, pero ver más allá de la primera fila de palmeras y otras plantas que comienzan a crecer de forma salvaje... es complicado. Roruk termina de encallar el bote en la arena y se apoya en él, quieta y callada, y tiene instrucciones de esperar hasta el mediodía, mientras Nina e Imica esperarán en el barco. Social y Madurez van detrás, conmigo. Miro a Duch, Stille y Jacob, que nos esperan delante. En nuestras mochilas, comida, agua, mantas y antorchas. Madurez arrastra la bota por la arena, y la que se ha acumulado encima la levanta medio metro de una patada. Un momento, ¿es roja? Me agacho con cuidado, apoyando las rodillas, y acerco a los ojos un puñado. La arena que se me escapa entre los dedos es completamente roja. Estamos en la Isla de Inconsciente. A partir de aquí, todo es desconocido.

1 de noviembre de 2019

Oh, capitán, mi capitán...


La Señorita Lorraine hace el gruñido más grave que nunca he escuchado. Acerca el morro hacia mi rodilla, da varios golpes, pero después vuelve a bajar a la cabeza. Me mira, con esos ojos pequeños y negros... juraría que están llorosos. Acaricio su frente, y le devuelvo los pequeños golpes. Pronto nos veremos, le digo, y luego bajo la voz para que sólo ella me escuche, y le pido que se cuide, que cuide de Ánima, y de Fulgor, si le encuentran. Miro a Ánima, que, aunque Jacob la acarició hace poco y le ha debido de comunicar lo que está pasando, mira el bote y el barco como si no acabara de entender lo que hacemos. Ojalá yo lo asimilara como es debido, y no sé si es que no acabo de creerme que de verdad nos vamos, o que la fatiga de estas dos últimas noches sin apenas dormir están empezando a pasar factura. La urraca de Jacob, Ady, me mira desde la popa del bote.

25 de octubre de 2019

Una sorpresa y un disgusto.


Abro los ojos. En seguida me doy cuenta de que no estoy en mi habitación en el palacio, sino en nuestra antigua casa. Tiene que ser por la mañana, pero la niebla hace que parezca a punto de anochecer. Miro en todas las esquinas con cuidado, me levanto y miro también debajo de la cama. Cojo a Furia, debajo de la almohada. Miro también en los armarios. Nada... Me siento en la cama, despacio, y palpo las heridas. Hoy siento algo nuevo, un picor sutil que empieza a abrirse paso entre el escozor que viene desde dentro de la pierna. La piel muerta que sale de las heridas empieza a abultar y apretar la venda, pero me dijeron que me la dejara puesta, igualmente. Me froto los ojos. Qué mal he dormido esta noche... si es que he dormido. He estado demasiado alerta, y creo que he cogido frío, porque noto la garganta un poco hinchada. Escucho los pasos de alguien subiendo por las escaleras, y, desde aquí, puedo ver la cabeza de Jacob que empieza a asomar. Le llamo.

18 de octubre de 2019

Vuelve la hija pródiga.


Madurez es la última que bebe del río, a menos de diez metros de donde estoy, y casi no puedo verla, por la niebla morada y densa que nos envuelve, que hace parecer que atardece aunque apenas pase del mediodía. Duch dice algo que no entiendo desde aquí, porque la Señorita Lorraine hace mucho ruido al masticar, como una trituradora que rompería y se tragaría hasta las piedras. Jacob, que viene de acariciar a Ánima con su única mano, se acerca ahora a Lorraine, le da palmadas en la frente, asiente, despacio. Le pido que se quede con ella un momento, y, con cuidado, apoyo el bastón entre la maleza, siempre asegurándome de que apoyo en un punto seguro. Madurez acaba de beber y se limpia con la manga, pero una gota aún le cae por la barbilla. Furia está cerca de sus pies.

11 de octubre de 2019

Gritos dentro.


El despertador suena pronto, y, según suena, mis ojos se quedan abiertos como platos, eso significa que no voy a volver a dormirme. ¿Qué... por qué? De todos los días que suena la alarma, justo la escucho el día que dormiría diez horas más. Mentes se levanta cansado, también, enciende la luz, porque fuera aún es de noche, igual que aquí. ¿Qué he soñado? Recuerdo una casa grande y vieja, un jardín, y muchas rocas puntiagudas en el mar... Este despertar hubiera sido mucho más agradable si la cita de ayer hubiera salido bien. Me desperezo mientras intento desenredar la sábana de mis pies, pero claro, no es fácil, porque ayer me dormí con las botas puestas. Es oficial. Soy una imbécil.
La parte buena de acostarme con la ropa es que no tengo que vestirme para salir. Abro la ventana, para que se airee el sudor de toda la noche, y salgo de la habitación con la capa de animal puesta. Echo de menos desayunar madalenas. Madrugar no sirve de nada hoy. Duch me llama con un silbido, apoyado en la piedra que rodea el jardín, otra vez en su forma grande. Mientras voy hacia él, canturrea una melodía.
—¿Cómo estás? —le digo.
—Perdón por lo que molesté anoche —dice—. No me controlo cuando me pongo nervioso.
—¿Manejas tú?
—No sé si Social está despierto. Si quieres ayudarme...
Entre los dos organizamos las tareas de mentes, hablamos lo que queremos hacer. Mientras Duch desayuna, yo me preparo para lavarme los dientes, y él hará lo mismo con el afeitado.
—En realidad, no me apetece afeitarme —dice Duch—. Sólo vamos a ver a nuestro amigo.
—Pues no lo hagas —digo.
Los dos nos reímos, mientras sale poniéndose aún la chaqueta y se dirige hacia el coche. Mentes ha llegado a cantar la misma canción que Duch cantó antes... Duch es un tío genial. Me hace olvidar todas las cosas que nos han pasado, y lo de ayer es una mala noticia, sí... pero creo que lo que pasa esta mañana es mucho peor.
Mentes recoge con su coche a su amigo siete minutos tarde, pero aún van bien de tiempo. Hablan de tonterías, del partido de baloncesto que vieron en la tele, de bromas suyas que llevan años haciendo, que ni se acuerdan de cómo empezaron, ni nosotros, pero Duch sigue repitiéndolas a mi lado y se hacen gracia entre ellos. Siempre le vi como un buen compañero de cervezas para Mentes, pero poco más, hasta el divorcio. Se dejó la piel para demostrar que Mentes no mató al niño después de ese informe de la policía que lo ponía en duda, y peleó la demanda millonaria que María, con ojos de odio, le puso. Y no pactó la mitad, peleó por el pago mínimo, y lo consiguió. Y ahora están haciéndose bromas del nivel de un niño de once años, Duch, Mentes y su amigo, como si fueran otros.
Jacob saluda cuando Mentes llega al aeropuerto, nos dice que quiere ver cómo está Luchadora. Duch sigue hablando con el amigo, a veces lo hago yo, pero no puedo evitar hacerle mirar el reloj para hacerme saber que dentro poco embarcará y no le veremos en mucho tiempo. Después de que Luchadora baje con ayuda de Jacob, nos sentamos los tres al lado de la Señorita Lorraine, que sigue durmiendo en el mismo sitio, y Jacob se va al bosque, para encontrar una rama que pueda servir de bastón a Luchadora. Ella nos cuenta que no ha descansado mucho, y yo le pregunto por eso. No se la ve con un aspecto genial, la verdad.
—Cuando Jacob y yo condujimos hasta casa —dice—, Miedo tomó el control otra vez, y se puso a ver noticias hasta tarde. Jacob me dijo que no pasaba nada, pero yo, ahora que sé que es él quien le manda hacer eso... no podía dormirme así, sin más.
Entonces ella ha dormido tan poco como Mentes. El amigo de Mentes nos pregunta si nos encontramos bien, Luchadora asiente, y tanto Mentes como su amigo se dan una palmada en el hombro. Yo les imito, para darle una a Luchadora.
¿Seguro que no quieres contarme nada de esa cita?, pregunta el amigo, entonces la flecha del colgante hace un tintineo porque ha cambiado de rumbo bruscamente, miro, y apunta hacia la habitación de Stille. No, da igual, dice Mentes, y el amigo lo acepta, pero está serio. Mentes no dice nada más, a mí no se me ocurre qué decir, y pronto va a irse.
Sin ti, todo va a ser mucho más aburrido, dice Mentes, justo cuando la flecha hace otro tintineo y apunta hacia la venta, al sur, donde el sol empieza a iluminar los árboles. Otra vez habla Miedo, fingiendo ser nosotros. Y es verdad que él es la última persona con quien de verdad teníamos contacto, al menos, después de que Julio muriera. ¿Y qué hay de tu primo?, pregunta su amigo, aún sigue en esta ciudad, ¿no?, pregunta. Mentes ríe, y juraría que la flecha se ha movido, pero un mínimo. Hace nueve años que no hablo con él, dice Mentes. Luchadora me está mirando, y, cuando yo la miro, lanza una rama al fuego.
Después de eso se abrazan, y el amigo se va. Así de rápido. Ahora, oficialmente, nos hemos quedado solos.
—Miedo nos ha robado nuestro último momento —dice Luchadora.
La flecha aún sigue apuntando hacia el sur, y yo no me atrevo ni a pensar en controlarle. Stille baja, y nos saluda con la mano mientras se sienta, con la máscara de la boca puesta. No está muy animada...
—Stille —dice Luchadora—, si no hablamos de nuestros sentimientos, nunca podremos saber quién es nuestro amigo.
Stille niega con la cabeza, tiene los ojos casi cerrados. Con esta luz naranja del sol, se nota cómo Stille tiene el pelo completamente negro, y Luchadora tiene un brillo azul.
—Susurro se encargaba de abrirse al mundo —sigue diciendo—, y ahora que no está, necesitamos que alguien lo haga.
Mentes, desde su coche, canturrea la canción boba que cantaba antes Duch, ahora con la letra, ya no está, ya no está aquí.
—¡Pero es que sí está! —digo—. La tenemos en nuestro corazón.
Stille me dedica una mirada borde y un gesto de que me largue. Hace varios gestos para decir que ella no piensa olvidarla, abre su collar, nos muestra la foto de Susurro que guarda y nos indica que ella no es Susurro. Y con eso, se marcha, fuera del edificio, a meditar, ha dicho.
Ayer, cuando estábamos solas en la Sala de los Recuerdos, tenía bastante mejor humor, y eso me recuerda que no he visto las fotos, palpo mi bolsillo, llevo aquí la foto de mi madre, pero no quiero sacarla delante de Luchadora, no quiero que me dé explicaciones de por qué la dejó atrás. Eso también me recuerda que ayer cogí el cristal con el borde dorado, y no lo he probado en la máquina que vi en el laboratorio. Esta mañana, como todos los sábados, me toca hacer guardia a mí, así que le pregunto a mi tía, y ella dice que no, que le apetece hacer guardia a ella después de hablar con Social. Jo, qué bien entonces, me pongo ya mismo. Camino hacia el laboratorio de Erudito dando saltitos, luego me acuerdo del cristal y tengo que dar media vuelta.
Llegar al laboratorio es un poco difícil por lo oscuro que está, me arremango para que la esfera rosa de la pulsera ilumine algo, pero casi no hace nada, y en la otra mano tengo un cristal pesadísimo que se podría partir si me caigo. Y en el pasillo pues bueno, pero aquí en el laboratorio está muy difícil no tropezarse con algo, sobre todo desde que Stille partió la cuerda de la persiana. Dejo el cristal en el primer lugar firme que palpo, luego me limpio las manos del polvo, y voy despacio, a tientas, hasta la persiana. Pruebo diferentes maneras de que se quede arriba, pero al final, con cuidado, la mejor solución es coger libros de la estantería y empezar a apilarlos al lado de la ventana.
Retiro la manta que cubría el cacharro, ay, ¡madre mía, mis ojos! Si lo hubiera hecho con más cuidado, no estaría el aire lleno de polvo. La máquina en cuestión tiene una manivela a un lado y un foco arriba, que apunta a varios cristales pequeños que, poco a poco, se van haciendo grandes. Al lado de la máquina hay dos cristales más, como el que cogí de la Sala de los Recuerdos. Entonces... ¿por qué había dos aquí, y uno en la Sala de los Recuerdos? Como buena científica que soy, como Erudito, voy a probar primero los que estaban aquí, no vaya a explotar todo esto.
Cojo el primer cristal y lo dirijo hacia el sol, pero es que aún no ha salido. Juraría que la luz naranja se ve algo más verde, y, en éste otro, azul... Empezaré por el verde, entonces. Lo coloco del derecho, pero no encaja, del revés, tampoco, vuelvo a colocarlo como antes y ahora sí entra dentro, pero tengo que hacer algo de fuerza, hasta que encaja en el mecanismo. Miro la luz de arriba, que no se enciende, y la manivela del lateral. Cuando la muevo, chirría, está difícil de girar cuando apunta hacia arriba, pero, por un momento, he visto una chispa en la luz. Sigo moviendo, con los dos brazos, más rápido, hasta que, con un chasquido, la luz se enciende y pasa por todos los cristales, hasta que sale un foco ancho y verde del último. Tan sólo es una luz verde que ilumina el suelo... vaya. Pensé que, siendo un cacharro de Erudito, sería más interesante. Era emocionante que los cristales tuvieran los mismos colores que Los Creadores.

Cuando voy a quitar el cristal, noto algo, abajo. Entre dos losas del suelo, donde hay una especie de musgo raro... está brillando. Fuera de la luz se sigue extendiendo por la línea entre las losas, pero justo donde ilumina la luz verde, brilla mucho, casi parece que parpadea, pero yo no parpadeo, mis manos sí están iluminadas de verde, pero nada más. Qué raro, ¿no?
La luz deja de brillar, así que desengancho el cristal verde y cojo otro, el azul. Lo coloco hasta que no encaja más, le doy a la manivela, y la luz se vuelve a encender, y, como pensaba, el foco ahora es azul, una luz muy oscura que apenas ilumina, pero, ¡eh! El musgo que hay entre las losas no brilla ahora. Mis manos tampoco. Saco la media gema azul del bolsillo de la chaqueta, con cuidado, y la pongo dentro de la luz... ¡Sí! ¡Qué bien hago ciencia! La gema brilla muchísimo, más de lo normal, y sí que parpadea, vibra en mi mano, y me ha parecido que ha salido alguna chispa de su lado roto. Quito la gema de la luz, porque, aunque se partiera, sigue siendo una joya con mucho poder, y no quiero que explote o pase algo desagradable.
Entonces, ¿lo que sea del color de la luz, brilla más de lo normal? Miro el cristal rosa, y lo cojo. Tengo que tener mucho cuidado con éste... la piel podría reaccionar. ¿Debería avisar a alguien de que voy a encenderlo? Miro atrás, hacia la puerta. No escucho a nadie. Da igual, iré con mucho cuidado. Encajo el cristal, le doy a la manivela otra vez... y se enciende, con una luz, efectivamente, de un rojo púrpura. ¿Qué hago, entonces? ¿Busco algo rosa? Pero no hay nada de ese color por aquí. ¿Pongo la mano, aunque sea rápido? Sólo de pensarlo me acaba de entrar picor en el brazo izquierdo, me arremango y me rasco, mientras miro la luz rosa, a ver si se apaga. Pero esta vez he dado más vueltas de lo normal con la manivela. Va, venga, que es una tontería.
Me acerco despacio, y rozo los dedos con la mano izquierda. No sé si han brillado, la verdad... y no he notado absolutamente nada. Hago otra pasada rápida, con la mano entera. ¿Ha brillado algo? Yo creo que sí, pero no estoy del todo segura. Cojo aire, y meto la mano entera, aprieto los dientes, la mano brilla un poco, ay, pero no pasa nada, qué alivio. Espera, en la muñeca brilla más, ¡narices! Yo diciendo que no había nada rosa por aquí, ¡la gema que me dieron las mentes que murieron, claro! Esta gema también brilla y parpadea desde la pulsera de cuero, pero lo hace más fuerte de lo normal, mis manos también, pero bastante menos, aunque el picor lo sigo notando. Lo noto, justo debajo de la gema. Mucho. ¡Me quema!
Toco la gema rosa, pero está ardiendo, agarro la pulsera con toda la mano, la arranco y la lanzo. ¡Au! Me echo para atrás, con la mano agarrando la muñeca, mientras miro dónde ha caído. Aún en el alcance de la luz, y sigue brillando, muchísimo... Me acerco para darle una patada, entonces veo hilos negros que salen de ella, crecen y se expanden, parecen sólidos. Me alejo, hasta que tropiezo con el cañón de Erudito en el suelo, me quedo sentada sobre él, mientras las líneas se agrandan y empiezan a dibujar un círculo.



Llamo despacio a la puerta de Social, pero no contesta. Llamo otra vez, mientras balanceo el cuerpo hacia la izquierda y la derecha, apoyada en la rama que Jacob me acaba de dar. Es más fácil caminar así, duele, pero al menos puedo hacerlo. El costado duele, pero también duele cuando estoy tumbada. No caminaría muy lejos, pero para ir de un lado al otro de la primera planta... puedo apañarme. Toso, varias veces. Es peor el aire frío que las heridas. Llamo una tercera vez.
—Me gustaría hablar —digo, pegada a la puerta.
Cuando vuelvo a la postura recta, me quema el pecho, como una puñalada, no, sólo como si se clavara la punta, y caliente. Social abre despacio. Tiene aún los pelos de haber dormido, y de dentro viene olor a tigre.
—No puedes pasar —dice.
—¿Por qué?
—No está Jacob.
—No entiendo —digo.
—Resulta que ha guardado algo para ti y en su habitación hay demasiada humedad.
Social intenta tapar con el cuerpo todo el espacio que deja libre la puerta, con un éxito medio.
—Ya le pediré perdón luego —digo.
Cuando empujo la puerta con el bastón, Social cede, camina hasta el fondo, y levanta la persiana. Me dice que me siente en su cama. El corazón se me eriza cuando veo la cara de un oso, no, del oso que me atacó, su piel está convertida en capa, colgada en dos ramas atadas con cuerda y apoyada sobre la pared. Trajeron el oso, eso lo sabía, pero no sabía que Jacob había hecho esto.
—¿Es para mí? —digo.
Social asiente, mientras intenta bajar los mechones rubios que suben y cuelgan, como antenas. Luego se sienta a mi lado, con delicadeza.
—Luego le das las gracias —dice—. Estuvo tres días preparando la piel con los sesos del bicho, algo asqueroso, y la acabó de coser hace dos.
Los dos miramos la cara bestial inexpresiva, algo deforme. La capa continúa hasta el suelo, hecha para una persona de mi altura, para unos hombros que podrían ser los míos. Sé que Jacob lo ha hecho con las mejores intenciones, sé que no lo me la ha hecho para que me enorgullezca de ningún trofeo... pero cuando miro ese oso, sólo veo la vida que casi pierdo. Aunque quizá, de verlo tanto, acabe entendiendo que podría haber atacado a cualquiera, que no fue personal. Me levanto, y Social me ayuda a probarme la capa. Tengo que reconocer que es preciosa. Se nota mucho el peso en la carga que sufre la pierna, y cuando arqueo la espalda por el dolor, lo que me duele es el pecho. Me tumbo en su cama, disfrazada aún de oso, casi derrotada, con los pulmones silbando otra vez, cada vez que respiro. Mi cara asoma por la boca del oso, y ahora tengo la mandíbula superior sobre mi frente. Esta capa casi iguala en calor a las dos mantas de mi cama.
—Había venido para ver cómo estás —digo.
Social no dice nada. Le vería la cara si me sentase, pero necesito un poco más de descanso.
—No te martirices porque salga mal otra cita —digo.
—No es la cita —dice—. Bueno, un poco sí, ¿sabes? Yo antes era enrollado, era muy, muy bueno.
Se mira las manos, desde donde está. Por la manga, asoma su pulsera de cuentas de madera. Con un quejido, logro sentarme a su lado, y apoyo la mano en su hombro.
—Y sigues siéndolo —digo.
Me mira a los ojos, con la mandíbula apretada y el cuerpo preparado para dar un puñetazo en cualquier momento.
—Cuando Dante tomó el control —dice—, podría haberos anulado a cualquiera. A cualquiera. ¡Pero me tocó a mí! ¡Estuve muchos días completamente ido, pero dentro de mí me moría de impotencia!
Social me señala su bastón grande, el que en su momento perteneció a la mente del amor. De todos, sólo él puede hacer que dispare rayos.
—¡Y cuando por fin me recupero, se supone que también soy el encargado de las relaciones amorosas! —dice—. María no quiere vernos, y he fracasado con todas las citas que hemos tenido. ¡Y vosotros no ayudáis!
Mueve los brazos rápido, haciendo grandes arcos.
—¡No podemos cumplir un objetivo si cada uno de vosotros tenéis el vuestro! —dice—. Yo no lo estoy haciendo bien... ¡pero vamos a ver!
Golpeo suave su hombro. No digo nada. Después de suspirar dos veces, me pide perdón por hablar así... no le digo nada. Le golpeo el hombro, otra vez.
—Y luego está lo de Optimismo —dice.
Mira al suelo, con los labios muy apretados. Da golpes nerviosos en el suelo con sus botas.
—Cuando Miedo puso su marca en el brazo de Optimismo —digo—, él se tiró de un acantilado.
—Está claro que sobrevivió —dice—. Se regenera como un maldito.
—Aunque esté vivo... fue Miedo el que habló, no Optimismo.
Social se levanta, da dos vueltas alrededor de la habitación, pensativo. Yo le repito lo último que he dicho, por si no me ha escuchado. En la última vuelta, coge su bastón.
—Fue él —dice—. Me da igual que hablara Miedo, le reconocí. Hablaron dos mentes controladas por Miedo, y una fue él.
—Miedo nos mata por dentro, Social.
—¡No! —grita, para contenerse de inmediato—. ¿Y si no?
Si Miedo tiene el control total de un cuerpo, no puede ser que la persona dueña del cuerpo tenga voz y voto sobre cómo dirigirlo. Para mí que Miedo jugó a ser nosotros, nada más. Por otro lado, Eissen, aunque tenía la marca de Miedo, seguía siendo él, y nos siguió ayudando, antes de irse.
—¿Te acuerdas cómo eran las cosas cuando éramos pequeños? —dice—. ¿Antes de que encontrásemos a Repar, y poco a poco al resto del mundo? En este palacio vivían Razón y su hermano Erudito, Optimismo y su madre Servatrix. También Sever, Valerie y tú. Y yo, claro. Érais tres familias, y yo de acoplado, pero estaba agusto. ¿Te acuerdas?
—Claro que me acuerdo...
Después de dar otra vuelta por la habitación, vuelve a sentarse a mi lado, siempre pendiente de no tocar mis heridas.
—Primero perdimos a tu padre —dice—, luego a Valerie. A Erudito. Y poco después, a Razón y a Servatrix. De todas las mentes originales... sólo quedamos tú y yo. Y Optimismo.
Él asiente, mirando al suelo. Luego me mira, justo cuando estoy negando con la cabeza.
—Se lo debemos —dice—. Aunque sea porque no pudimos salvar a su madre.
Cojo aire para contestar, entonces, oigo un grito. Es un grito de Madurez. ¡Madurez! Vuelve a gritar cuando abro la puerta, un grito largo, que dura casi hasta que vuelvo a entrar en mi habitación. El peso de la capa se nota, muchísimo, pero lo compenso con el bastón. Enfrente de mi cama, empuño a Furia con la mano izquierda y sigo caminando hacia el interior del palacio. Social ya está corriendo hacia allí, Stille me ha adelantado. Madurez sigue gritando. El camino se hace eterno, pero el dolor no existe, por mí puedo partirme en dos siempre que llegue pronto a ese sitio. El pasillo es oscuro, pero veo la luz roja que sale de la habitación en la que grita, la misma en la que Social y Stille ya han entrado.
Un ojo gigante. Cuernos gigantes. Madurez se tapa la cara con los brazos, mientras un gusano negro, tan grande como la habitación, con sólo un ojo gigante y dos cuernos que apuntan hacia ella, se asoma por una especie de portal negro y rojo, como el que vimos en la torre, pero más grande.
Este monstruo es Mal. Es él. Está aquí.
Adelanto a todos, avanzo hasta el gusano, esquivo el cuerno que casi me da cuando me mira, y clavo el acero de Furia en su pupila... pero es como si fuese aire. No puedo tocarle. Su pupila es tan negra, tan profunda, siento que puede agarrar mi alma y meterse dentro a través de gritos.
—Te conozco —dice, con una voz que no sé si sale de él, o sale de mí—. Eres la guerrera. Te vi en el parto.
Vuelvo a cortar con el acero su cuerno, su ojo de lado a lado, su otro cuerno. Le he atravesado como si no existiera.
—¡No puedes tocarme! —dice.
Le siento moverse, como un pestañeo, o un cabezazo que nunca ha ocurrido, pero salgo despedida hacia atrás, he chocado con alguien, y caemos los dos al suelo. Stille corre hacia Madurez, pero el monstruo se mueve otro poco, y estrella a Stille contra el techo. Casi no oigo nada, pero escucho gritos en toda la habitación, vienen de todas partes, voces. Mal vuelve a mirar a Madurez, ella acaba apartando sus brazos, y comienza a levantarse del suelo, agarrada por el cuello. Mal habla, tan fuerte que los gritos parecen el viento.
—Sólo quiero a la niña. Y al hombre perdido.
Me levanto con ayuda del bastón, levanto a Furia hacia él, pero no va a servir de nada. Activo el brillo del rubí en mi cuerpo, veo mis brazos rojos y brillantes cuando aparto un poco la capa de oso, Mal intenta moverme, pero lucho contra eso, hago pulso, doy otro paso hacia delante y bajo a Madurez del aire. No sólo siento gritos... veo fuego, siento calor, pero no sé de dónde viene, cada vez que miro las llamas, desaparecen. Mal entorna un poco su ojo gigante, me mira, y es como si me fuera a caer por esa pupila.
—Sé dónde os escondéis —dice—. Y ahora, Miedo lo sabe también.
—Miedo sólo es tu peón —digo—. Sabemos que tú le posees desde hace veinte años.
Una luz que había atrás, en la habitación, desaparece, y con ella, el portal rojo y negro comienza a encoger. Mal no dice nada, ríe mientras me mira, ríe grave, lento, pero cuanto más aguanta la mirada, más gritan las voces en mi cabeza. Su cuerpo empieza a desaparecer, luego sus cuernos, por último, su ojo, y el portal se sigue encogiendo hasta que su pupila desaparece. Caigo al suelo.
Mal enloqueció a mi padre. Mató a mi hermana.
Acabo de verle... y se ha ido.

Me arrastro por el suelo, hasta llegar a Madurez, que está tosiendo. Le pregunto cómo está, pero no sé si me ha respondido, no oigo nada, Stille viene y se encarga ahora de ella, unos brazos me levantan. Son los de Duch. Me apoyo en él, también en el bastón que me acaba de dar, mientras los gritos se van poco a poco, el fuego desaparece, las voces... todo. Cuando abro los ojos, tengo la cabeza apoyada en su pecho. Estoy en casa. Con los míos.
—¿Qué ha pasado? —pregunto—. Madurez, ¿qué ha pasado?
Muevo su hombro con mi mano, pero no responde, tiene los ojos muy abiertos, y mira hacia ningún lado. Stille chasquea los dedos frente a ella, a veces reacciona, pero otras veces no. En la habitación hay una máquina destapada, una con un foco y cristales, levanto a Furia, la hago bajar, y todos los cristales, y algo de la máquina, son ahora polvo sobre el suelo. A su lado, está la pulsera de Madurez, la que tiene la gema que consiguió en el mundo de los muertos... la que ha invocado a Mal. La levanto para todos. Quema.
—¡Hay que destruir esta cosa! —digo.
Madurez se tambalea hasta mí, intenta mirarme, pero se le van los ojos. Me dice que no la destruya, varias veces, mientras se aprieta las sienes y cierra los ojos. Intenta coger la gema, pero no se la doy.
—¿Te ha poseído? —digo.
—¡No! —dice—. Creo... creo que no.
Palpo su pecho, su cabeza, hago contacto visual con ella.
—No destruyas la gema —dice—. Mal no sabía que estábamos aquí.
—¿Qué quieres decir? —digo.
—Mal ha venido porque la gema ha reaccionado con esa máquina. ¡No sabía que estábamos aquí hasta que nos ha visto!
Madurez arrebata la pulsera de mis manos y empieza a atarla otra vez a su muñeca, aunque aún está caliente.
—¿Y qué hacías con esa máquina, en primer lugar? —digo.
Madurez no contesta. Los demás están comprobando que Stille esté bien, miran de un lado a otro, como si Mal pudiera aparecer en cualquier momento. Todos le hemos visto. Ojo gigante... cuernos gigantes. Todos nos miramos, comprobamos que estemos bien. Sin embargo, Jacob no hace eso... él mira a la ventana, muy concentrado. Su gato entra en la habitación maullando muy fuerte, corre hasta su pierna y apoya las patas en ella, varias veces, haciendo fuerza. Su pájaro entra a toda velocidad en su ventana y se posa en su brazo. Lo acaricia... su cara cambia.
—Tenemos que irnos —dice.
Le miro a los ojos. Su cara no dice nada bueno, y sé por qué.
—¡Nos vamos de aquí! —grita Jacob—. ¡Ahora!
Apoyo el bastón con tanta fuerza que se el ruido rebota por el pasillo. Repito las palabras de Jacob, Madurez pregunta qué pasa, mientras coge a Furia de mi mano izquierda, agarra el brazo también y lo coloca en sus hombros. Stille ya ha salido del laboratorio. Jacob acaricia a los dos animales, nos grita que se adelanta, yo le grito para que lo haga. ¡Hay que coger todo, y largarse! Por el pasillo empiezo a escuchar crujidos graves, largos. Madurez me mira, mientras sigue ayudándome... algo muy grande se mueve bajo el suelo. Se rompen algunas losas, mientras bajamos las escaleras, a veces la boca del oso baja demasiado sobre la cabeza, y no veo bien. Duch grita, ya ha preparado a Ánima, Jacob nos espera en la puerta principal. ¿Y mi armadura? Los crujidos son cada vez más fuertes, las grietas ascienden por las paredes y columnas. Miro hacia atrás, al jardín que tanto ha estado conmigo, para despedirme por segunda vez... La piedra se rompe y salta. Un tentáculo gigante, morado, atraviesa el jardín, derriba las palmeras y asciende, asciende. Doy prisa a Madurez, cruzamos la puerta principal. Escucho las piedras romperse según el tentáculo baja, deshace, cae y aplasta todo, la nieve sale despedida y el aire se vuelve gris, como un día de niebla densa.
Más tentáculos salen cerca, en el patio, en la tierra, algunos se enroscan en la pared a través de las ventanas. Me están gritando, para que suba en la Señorita Lorraine, que pilota Stille. Duch, encima de Ánima, se ha vuelto pequeño y lleva a Social con él, que separa a Madurez y la lleva consigo. ¡No!, grito, entonces Jacob me agarra del costado y me empuja hacia el lomo de Lorraine. El bosque ya no se ve, es niebla morada, densa, que viene hacia nosotros.
La niebla golpea, como aire frío, me quita la capucha de la capa y revuelve el pelo. Me monto en la jabata, miro que estemos los seis, grito que galopen de una vez. Miro atrás, más allá de Jacob, que me agarra para que no me caiga, pero no veo nada, todo es morado, veo cómo salta el polvo gris y la nieve, pero casi no distingo las paredes que caen, sólo escucho el golpe de la piedra contra el suelo. Me duele mucho el pecho con cada salto que da la jabata, superada por Ánima en velocidad, que ha desaparecido entre la niebla densa. Quiero gritarles para no separarnos, pero si grito, Miedo nos podría oír. Una rama acaba de golpearnos a Stille y a mí. No veo nada. Ni los árboles que aparecen de pronto, ni a los demás, ni tentáculos, tampoco veo a Mal.

Estaba aquí. Con nosotros. Peleó contra mi padre, vivió dentro del cuerpo de mi hermana, esa cosa, eso... ¿Cómo lo soportaron tantos años? Sabía mi nombre... Sabía mi nombre.

8 de octubre de 2019

¿Ellos también pueden?


Llegamos al laboratorio. Stille cierra la puerta cuando suelto a Luchadora, que se ha sentado encima del cañón desmontado que Erudito construyó hace muchos años. Mi tía se tapa la boca con una mano, y con la otra se agarra la venda de la pierna... su cara es de sufrimiento. Ha forzado mucho su cuerpo caminando hasta aquí, aunque Stille y yo la ayudáramos, pero en diez días después del accidente, ya ha logrado caminar. Ayer aguantó el cambio de vendas y logró quedarse sentada... y hoy, de golpe, esto. Pero, si no lo hubiera hecho, Miedo podría descubrirla.

25 de septiembre de 2019

Madre.


Duch sujeta mi cabeza, limpia la sangre de mi boca mientras me promete que es la última vez que usará este trapo sucio, que va a traer uno nuevo. Es la tercera vez que me pasa esta noche... no. Miro la pared blanca detrás de Duch, las líneas de luz que se filtran de las persianas viejas al otro lado. Ya es por la mañana. Cuando acabo de escupir el último grumo de sangre, le pido a Duch que abra las persianas.

20 de septiembre de 2019

A veces, donde cazar pensamos...


El verano ha comenzado en el bosque. Se nota en el volumen tan fino de la nieve, en la hierba que se distingue en los claros, en las primeras gotas de sudor que recorren las piernas por el lado de la silla de montar. La Señorita Lorraine gruñe feliz justo debajo, da saltos pequeños entre los árboles, porque sabe a dónde vamos, sabe que dentro de pocos minutos la dejaré en un claro con abundancia de raíces y bellotas mientras pierdo las horas sola en el bosque. Miro hacia atrás para ver a qué altura dejo atrás las montañas nevadas, y como casi no puedo ver la cumbre entre los árboles, sé que pronto llegaré al destino. Es un día despejado, y aunque el aire es bastante frío, tengo calor debajo de la capa de piel de ciervo. La echo hacia atrás, y me recojo la media melena para hacerme una coleta. Mientras desengancho el coletero de mi muñeca, un salto rápido de la jabata hace que se me resbale de los dedos y caiga entre las huellas encharcadas que dibuja en el camino. En fin… Entre los dedos de la otra mano está enredado un pelo que acabo de arrancarme. No es azul oscuro. Es blanco. Es una cana.

7 de agosto de 2019

Prólogo: Cenizas.


Luchadora, ahora que te encuentras en mejor estado, es momento de que hablemos sobre el plan de tu padre. He dedicado casi toda mi vida a repasar la historia de este mundo, y hay un momento que no para de rondarme la cabeza desde hace varias semanas, uno que me parece muy relevante para entender todo lo que ha pasado. No necesito el Cristal de Rocío para mostrártelo, puedo contártelo incluso en este bosque tan remoto, porque lo tengo en mi cabeza, bien grabado de tantas veces que lo he visto… Sabía que era importante. Pero no sabía que lo fuera tanto.