20 de septiembre de 2012

De cómo llegué hasta aquí, quién soy y a dónde quiero llegar.


"Feliz cumpleaños, Carlos". Ha sido la segunda frase que ha rondado mi cabeza tras despertar. La primera ha sido "coño, despierta". Es un día especial. El decimonoveno de esta serie de días especiales. No espero regalos. Al contrario, me he animado a crear este blog como un regalo hacia vosotros.
Mi vida ha sido muy interesante, y me aseguraré de que sepáis lo más importante con el tiempo. Pero fiel a mi estilo, jamás empezaré por el principio. Tened en cuenta que estáis asistiendo a la mitad de la segunda película de la trilogía de mi juventud. Es muy larga, ya os aviso, así que habrá tiempo para conocernos de sobra.


Película primera: La creación de mi persona y las reflexiones religiosas.

Bueno. ¿Quién soy? Ante todo, un hombre.
Vaya chorrada.
No, no lo es. ¿Por qué sabemos montar en bicicleta a pesar de no tocar una en meses? ¿Por qué sabemos que un sabor no nos gusta? ¿Y por qué tenemos miedo? Porque recordamos. Recuerdos que cambiarán nuestra personalidad para siempre. Para siempre, porque no se pueden cambiar...
Un hombre, o una mujer, es poco más que una historia que contar.

Nací en Madrid por suerte, pues si mi madre se hubiera quedado embarazada cuando hubiese querido, mi familia habría quedado atada a Gerona.
Tuve una infancia... feliz. Me contentaba siendo el eje de los juegos. El único que podía plantar cara a la chica que hacía atletismo. Sí. Fui feliz.
Pero eso cambió. La adolescencia fue una trampa mortal para mí, y las ideas nuevas que se desarrollaban en mi cabeza fueron el detonante que acabaría apartándome del resto de alumnos. No era un chico corriente, y por eso fui repudiado. Y eso generó odio en mí, odio que me apartó más, y en mi soledad, decidí abrazarme a la religión.

Reflexioné. ¿Qué ocurría? ¿Cómo solucionarlo? Las ideas aparecieron ante mí. Y en dos años arreglé, con la maestría de un arquitecto, todas las relaciones sociales. ¿Cómo?
Ocultando mi verdadera personalidad. Saltando al vacío, convirtiéndome en un lienzo en blanco. ¿Habéis visto Death Note? Espero que sí. Porque hice exactamente lo mismo que el protagonista: olvidarlo todo para ser aceptado. Y una vez aceptado, recordar y detonar la bomba de relojería de mi cerebro contra la protección de la aceptación.

Fue un éxito, pero también el renacimiento de mis temores. Y pronto sabréis por qué. De una manera paralela, la aceptación social hizo que no necesitara de la religión. Es más. Incluso podría pararme a examinarla. A examinar...
Algunas cosas no cuadraban.
Y así empezó mi guerra contra la religión. Un enemigo sencillo, que puede tumbarse a golpes de historia y metafísica. Y tranquilos. Habrá entradas y capítulos enteros a narrar con todo detalle esta guerra. Pero tiempo al tiempo.

Película segunda: La carrera contra Sever.

"Severus Snape no puede ser malvado" leía, interesado. "Y os demostraré, mediante innumerables pruebas encontradas en los seis libros de Harry Potter que estoy en lo cierto".
Era curioso cuanto menos, aunque yo sospechaba lo mismo que ese hombre sin necesidad de pruebas.
"Una de las pruebas es el mismo nombre. Severus Snape. Si lo dividimos, nos queda algo similar a esto:
Sever-uh-Snake. Cortar la serpiente".
Cortar la serpiente. Cortar...

Dos recuerdos vinieron a mi cabeza.
El primero, la necesidad interior de poseer un mote.
El segundo, aquella garra que me poseía a veces. "Eres bipolar", me decían. Yo era bueno. ¿Por qué me volvía malo en ocasiones?

Lo vi todo tan claro... busqué en el diccionario. "Sever: cortar". Cortante como el filo de una espada. Aquel corte que viene a traición de la persona que no te lo esperas.
"Sever se ha de llamar, pues, mi otro yo. Mi forma mejorada, pues recuerda todo mi sufrimiento y concentra a la hora de atacar. Sever, mi yo sin piedad. Sever, mi escapatoria".

El morado comenzó a definirme por estar compuesto de rojo y de azul, y la dualidad comenzó a convertirse en una de mis mayores obsesiones.
Me convertí en un lienzo en blanco porque era necesario.
Y esa dualidad dejó de ser recordada por mí, encerrada en grande y viejo cofre.

...

Fue mi salvación, pero también mi perdición. El renacimiento de mis temores. ¿Por qué mi perdición? Porque cuando el lienzo en blanco era un paisaje a todo color decidí abrir el cofre viejo de mi personalidad, donde se ocultaban las piedras preciosas de una era que ya se había terminado. Coloqué las piedras, una a una, hasta poder desplegar todo mi potencial.
Y recordad muy bien que mi lienzo no solo tiene piedras preciosas. También tiene colores pintados con acuarelas. Con carboncillo. Con lapiz, y con témperas.

Entonces le vi.
"Vamos, Carlos, ¿no te alegras de verme?" Me dijo, con sorna.
Observé el cuerpo de aquel ser al que antes idolatraba. Aquel ser que lograba poseerme y me convertía en una mole de odio sin remordimientos.
Aquel ser al que antes idolatraba.
Aquel monstruo.
"¿Sever?" "Ningún otro"
Y sentí repulsión. Y juré que acabaría con todo el odio, mientras sus ojos negros de iris dorado me observaban divertidos.

...

Tres años me separan de aquel recuerdo y la realidad. Tres años en los que, derribada y comprendida la religión, he estado investigando mi pasado. Creando un mundo para mí. Mejorando una filosofía de vida que me ayudase a acabar con aquel monstruo.
Y he obtenido progresos.

Y desde ahora, queridos lectores interesados... voy a compartirlos, anacrónicamente, con vosotros.

Carlos Sever Badía.

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