21 de septiembre de 2012

Todas las historias comienzan casi por el final.


Miré a mi alrededor por casi última vez.
Debía a aquel recinto oval mucho más de lo que asimilaba en aquel momento. Aquellas paredes escamosas, llenas de aire para que yo pudiera respirar me habían salvado de un colapso emocional tiempo atrás.
Un retumbo zarandeó el huevo gigante, una grieta nueva se dibujó en el techo y de no ser porque bajé la mirada, me habría caído polvo en los ojos.

Hace unos meses, no todo estaba en esta calma.
Hace unos meses, había guerra...


-¡Soltadme! ¡Soltadme he dicho! -gritaba a las dos personas que me arrastraban, agarrándome una de cada brazo.

Las explosiones hacían que mis gritos se convirtieran en leves quejidos roncos.
Veía con tristeza, con nostalgia el camino que había recorrido en contra de mi voluntad, recordando cuando lo recorría en paz, sin miedo y sin ser arrastrado, contemplando el cielo azul que en esos momentos era rojo y negro por las explosiones y la ceniza.
Aún no sabía a dónde me llevaban.
El sonido de mi espalda chocando contra la pared fue seco, firme. Miré a mis raptores. Me liberé, me puse en pie.

-¿Se puede saber qué estáis haciendo?
-Estás demasiado cansado como para enfrentarte a él.
-¡Llevo haciéndolo días!
-¡Mírate! -tronó en la sala el grito del hombre que agarró mi brazo izquierdo -. ¡Estás destrozado! ¡No tienes derecho a salir ahí fuera, dejar que te maten y ponernos en peligro a todos!
-Hazle caso, por favor... -susurraba ella, la otra persona, suplicante.

Les miré a ambos: eran sin duda, de todos mis soldados, mis mejores amigos. Me tranquilicé.

-Está bien. Descansaré. Pero solo unos días.

Ambos sonrieron, sin mediar palabra. Cerraron las puertas del edificio. De el faro. A pesar del grosor de las paredes y las explosiones que Sever estaba causando en mi palacio, aún podía escuchar el rumor del mar.
No sé cuánto tiempo pasó. Poco. Simplemente, el faro colapsó. Los soldados de Sever se abrieron paso a la fuerza, y sabiendo que estaba dentro, no tuvieron contemplaciones. No quisieron agarrarme como prisionero. Todo explotó a mi alrededor.

-Y así acabé aquí -dije en voz alta para mí mismo, contemplando de nuevo aquel huevo.

Sin duda fue la suerte la que hizo que, simplemente, apareciera en aquel huevo de piedra escamosa, en algún lugar de las vísceras marinas. Cuyo suelo se encontraba encharcado por un palmo de agua salada y cristalina. Y en cuyo interior, dentro de un cofre bien conocido por mí, y cuya madera se encontraba vieja y roída por el agua, se encontraban las primeras herramientas con las que construí mi palacio, hacía años. Las más antiguas y rudimentarias de todas.
Y sentí nostalgia.
Pero sabía que, por desgracia, después de esta guerra todo debía ser destruido. Todo, cada palmo que pisaba de mi palacio, de mis herramientas, había sido tocado por él.
Por Sever.
Todo, menos el huevo.
Al menos el palacio, la filosofía, había sido ya arrasado.

-¿De verdad crees que enviarlo todo a la hoguera es la solución? -una voz femenina habló, una muy familiar.
-¡Tú! -respondí girándome.

Rió.

-¿De verdad pensabas que iba a morir con el mal sabor de boca de haberte dejado en el banquillo?
-¿Alguien ha muerto?
-Hemos logrado destapar algunos infiltrados de Sever. Si ha muerto alguien más, no lo sé.

El mar retumbó de nuevo, más fuerte que nunca. Una grieta enorme sacudió la cavidad, amenazando seriamente con romperla.
No quería que se destruyera.

-Si no quieres que se destruya debes salir ya. Es él, y viene a por ti. ¿Has meditado y descansado lo suficiente?

Miré al suelo, pensativo.

-Sí. Tras años de investigación y meditación, he logrado descubrir el punto débil de mi feroz enemigo.
-Es un avance excepcional. Pero ya no tienes palacio, ya no tienes filosofía.
-No lo necesito.

Cogí el cofre viejo con sus pequeñas reliquias, porque irían conmigo.
Miré al fondo del huevo, listo para saltar y perderme en el mar. El gran monstruo en persona venía hacia mí, rabioso. Cada una de las sacudidas era un simple aletazo en mi busca, pues si yo sabía donde me encontraba, él también.
¿Al fin sería la batalla final, Aura Carmesí? Iba a ganar, ¿me había oído? ¡Destruiría el presente que arruinaría mi futuro!

-Feliz cumpleaños, Mil Mentes.
-... gracias.
-Quiero que sepas que fuiste tú quien creó este huevo.

No podía ser.

-¿Qué...?

Pero ella ya no estaba, había desaparecido. Siempre lo hacía en el mejor momento.
Miré de nuevo el suelo, confiado, entendiéndolo todo.

Y mis piernas saltaron hacia él, bien alto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario