Me desperté del shock repentinamente, como el que lo hace de una pesadilla persecutoria. Abrí los ojos con rapidez, mientras la luz se amontonaba en mis enormes pupilas.
No sentía dolor, ni molestia, ni picor.
Solo la humedad de la tierra en mi mejilla derecha. ¿Dónde estaba?
Me incorporé. A mi alrededor no había nada. Únicamente una extensión infinita de tierra árida, gris, húmeda, frágil, estéril, cubierta por un cielo nublado igualmente inacabable.
La niebla impedía ver más allá de veinte metros.
-¿Hola? -hablé alto, sabiendo que nadie me contestaría.
¿Esto era lo que antes fue mi vida? Aquí antes había algo, no recordaba qué, pero sabía que algo hubo. Explotó, pero ahora no había ni rastro. ¿Por qué?
La sombra de un niño se dibujó en el horizonte.
Vida.
Corrí hasta él. A medida que la figura se volvía más nítida me daba cuenta de que ese niño se encontraba moribundo, buscando la muerte. Vestía un mantón blanco, roto, y sujetaba un cartel de madera vieja con las manos.
Había algo escrito en el cartel.
-¿Hola? ¿Estás bien?
El niño, de pelo rubio, sucio, y ojos azules que me miraban con súplica mientras extendía levemente su mano maltratada hacia mí, tropezó cayendo al suelo.
Y al tocarlo, se convirtió en polvo.
Mis pupilas se contrajeron, mirando con pavor la escena. ¡No podía ser!
Me arrodillé donde el niño desapareció, consternado. Y me fijé en el cartel que portaba.
"Aún no estás perdido".
Y una luz fulgurante seguida de un viento huracanado brotó a mis espaldas, levantando el polvo y acabando con la niebla del lugar.
Me volví, asustado, sujetando el cartel con la mano derecha mientras me cubría los ojos con la izquierda.
¿Qué era aquella luz? ¿Acaso era aquella mujer que, elevada del suelo, me miraba con unos ojos que sobresalían de la propia luz que parecía emitir?
-Ven conmigo -se oyó una voz femenina por todo el desierto, por cada rincón de mi cabeza.
Di la vuelta al cartel.
"Crea tu propio mundo".
¡Y la luz me golpeó, el viento me llevó en volandas de allí mientras aquella voz se metía en lo más profundo de mi cabeza, amenazando con despertar!
. . .
Abrí los ojos. Suspiré de alivio al ver que había soñado despierto, mirando la pantalla del ordenador que se había aparecido ante mí de repente.
Aquella mujer había vuelto a hablarme.
¿Quién era? ¿Qué era?
De pronto mi mente pronunció una palabra. "Carlos".
Carlos. Carlos. Era cierto. ¡Era cierto, una vez fui Carlos!
En el último trimestre de 2009 conocí a una mujer gracias a las casualidades del destino. No era muy diferente a una persona normal. Era... normal.
Pero no era una mujer corriente. Era ella.
Era ella y no tenía miedo.
De una personalidad parecida a la mía, demostrándome la frase que rondaría mi cabeza años atrás. Una idea.
Mi idea más poderosa.
"Puedes ser tú mismo".
¿Hay acaso una idea más simple? ¿Hay una más sencilla que "vive"? Pues vivir es vivir como tú quieres vivir.
No hizo nada para salvarme, solo ser como a ella le gustaba. No hizo nada más que mostrarme que se podía crear un camino. Que la única salvación, la única aceptación, es cuando te muestras tal y como eres.
El desierto se convirtió en un prado montañoso, fresco, puro, libre.
El cielo nunca estuvo tan azul.
Me quedé mirando la pantalla, agradecido. Me metí la mano en el bolsillo, y saqué la llave del cofre donde encerré mi personalidad, en un lugar muy remoto...
Sin embargo, aún no era el momento de buscarlo. Aún no. Había una cosa que debía hacer primero.
Mostrarme tal y como era en realidad.
...
Y actualmente, me apetece llorar de felicidad al ver cómo el mundo de fuera, al ver mi mundo interior florecido, acabó floreciendo también. Me miraron raro, se burlaron, me estafaron. Y yo lo soporté, porque dije "debes tener paciencia". Y con la psicología de un arquitecto, finalmente conseguí la aprobación final de mis compañeros. La aprobación de los que me rodeaban.
Había maquillado, distorsionado, huído, había dejado abandonado a Carlos en aquella sala oscura, a merced del monstruo aterrador. Y de pronto, todo se iluminó y descubrí que aquel monstruo solo era un espantapájaros.
El Espantapájaros.
Había logrado aceptar el pasado sorprendiendo a todos con la verdadera garra. Esta vez, sí sonreí en lo más difícil. Sí escalé desde lo más profundo, y por eso me apetece llorar ahora, de orgullo hacia mí mismo.
...
Ella ahora no me habla. No me sonríe. Hasta diría que ya no es la misma que fue entonces.
Estaba herido, yo supliqué su ayuda, ella dijo que lo haría.
Y de la noche a la mañana, desapareció de mi vida. Y eso me recordó que cara a mis problemas, estoy solo.
...
Ella empezó la guerra, tres años después de zanjarla. Pero eso es otra historia.
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