21 de agosto de 2018

Galerna.


Me levanto. Cuando dejo el último hueso limpio sobre la pila que hemos dejado en la hierba, el viejo lleva ya un rato quieto y con los ojos cerrados, meditando. En el momento en el que me siento, me dice que me reúna con él junto al sauce rosa. Juraría que no ha abierto los ojos para comprobar que hubiera acabado. Ahora, debo ir a ese árbol.
Mientras el resto de mentes conversan, yo les doy la espalda. Me centro en la belleza del árbol, las ramas finas que descansan sobre la superficie del agua... las raíces crecen dentro del río. Junto a él, la cascada, una caída de tres o cuatro metros de ruido, y el río se pierde hasta el final del valle, donde ya se tuerce, en dirección al mar.

—Esta tarde meditaremos.

13 de agosto de 2018

Poniente.


Una pequeña sacudida, y ya estoy despierto. Desecho está frente a mí, me echo todo lo atrás que puedo, hasta que la muñeca se queda enganchada en la esposa. Está tan cerca que no veo nada más que su cara y su melena caída a los lados. La luz de los candelabros, en el techo, le ilumina algo la cara. Continúa mirándome, la barba poco poblada cae hasta mi pecho, sus ojos son tan reconocibles...

—Ya vale, ¿no? —digo.

Él se tapa la boca, dando pasos hacia atrás tan pequeños que parece estar bailando. Aunque pone cara de sorpresa, está a punto de reír. ¿Se está quedando conmigo, o solo es imbécil? Cada vez que le veo, el corazón hace un pulso muy fuerte. Es como ver mi cadáver. Solo que este cadáver está vivo, es alguien que piensa y siente, pero tiene mi imagen. Soy yo.