10 de diciembre de 2013

Los muros languidentes.


Una voz grave, profunda y potente se comenzó a escuchar mientras cada sacudida era más fuerte y algunas bombillas de la sala estallaban. Las paredes temblaban de pavor. Ya podía escucharse el sonido de algo gigante rozar techo y tabiques entre cada rugido de pisadas.

-Miedo... Miedo...

Con voz profunda y grave, arrastraba cada letra como si le costara pronunciar. Las dos mentes se asomaron paralizadas mientras una sombra enorme emergía de la esquina más próxima a su posición.
Una última sacudida hizo temblar cemento y piedra del primer piso del palacio antes de que la sombra que aparecía comenzara a revelar su figura.

-Miedo…

Las últimas luces que iluminaban el laboratorio fueron estalladas, sumiendo  a la mujer de blancos ojos y cabellos oscuros en una oscuridad solo impedida por la pared derruida del fondo. Su misión debía ser fácil. Quería que no lo fuera, pero no así, no en El Palacio, con tantas cosas frágiles que proteger…
Una enorme figura comenzó a tapar la luz, irguiéndose a duras penas ante ellos. Erudito aún seguía con ella… y sentía cómo el brillo de su barba escarlata se desvanecía.
La completa oscuridad iluminó a las mentes, diminutas frente a una forma gigante, que ocupaba el completo pasillo, de abajo hasta arriba, de izquierda a derecha. Con voz grave resopló, y sintió su mirada clavada en ellos. Unas pupilas anaranjadas se iluminaron en la oscuridad, y ella miró al viejo.

-¡Vamos, corre de una vez!
-Mie… -silencio -. Miedo.

Un estruendo siguió al polvo metido en sus ojos, un golpe brusco que se clavó en un tabique y cuya grieta creció hasta hacer caer una pequeña parte del techo junto al monstruo. La luna se filtró a partir de la sala destrozada de la planta superior, iluminándole. Erudito apenas retrocedía lentamente mientras descubría su rostro.
Con grandes brazos, gordos y peludos, de un azul algo más claro que la energía de Mentes, con una cabeza grande y grotesca, sus ojos brillantes se clavaban en los suyos, un gorila, un gorila gigante de color azul y piel clara se encontraba frente a ellos, con una pieza brillante, naranja como sus ojos, clavada en el centro de su pecho.
El sudor obligó a abrir sus palmas y volver a agarrar su arma  con más fuerza.

-Corre…  -Susurro apenas emitió un sonido audible -. Corre de una vez, viejo loco…

Estiró su espalda el mono, apenas con espacio pese a estar apoyado sobre sus extremidades delanteras, cogiendo impulso. Un paso atrás dio la chica, ligera, intentando observar salidas rápidas, intentó hallar alternativas, pero la tensión se afianzaba en sus sienes y la impedían pensar. El sabio hizo lo mismo, pero un hueso de su tobillo crujió y resonó por todo el pasillo…
Y con un rugido, la mala bestia comenzó a cargar a toda velocidad hacia ellos, a su izquierda la puerta cerrada del laboratorio, a su derecha la barandilla donde apoyarse y observar la planta baja, y no dudó entonces y sin tiempo para sacar su gancho, agarró al viejo y enganchando su espada en el metal del pretil saltó hacia abajo en el momento en que su cabello era azotado por el vello azul del monstruo. Los estruendos siguieron al tiempo en que bajaban los dos, más o menos amortiguados por la plasticidad de su nueva espada. Ese mastodonte debía haberse estrellado en la biblioteca.
El viejo cogió sus gafas con pulso tembloroso, colocándoselas al tiempo que se incorporaba, jadeando de adrenalina. Ella le cogía del hombro, al tiempo que pegaba sus espaldas a una pared amparada por la oscuridad y las plantas ahogadas del pequeño jardín en la planta baja.

-¿Estás bien?
-Sí, hija, sí... el susto, solo... -uno de sus cristales se había cuarteado dentro de la montura.
-¿Qué era esa cosa?
-Estamos jodidos -emitió un último jadeo, colocándose el índice en el labio -. Nunca había visto a Miedo en persona. Eso que lleva en el pecho es el calibrador de la Empatía, y por eso no funciona y El Corazón no abre su coraza -un estruendo sonó arriba, a su derecha, y giró la cabeza -. Se ha aliado con Sever. Ven.

Comenzaron a caminar por un pasillo en el ala oeste, alejándose cada vez más de la sala de artefactos. No paraban de oírse estruendos en lugares inciertos, no podía quitar de su imagen aquellos brazos enormes.

-¿Por qué sabes que se ha aliado con Sever? -apenas susurró.
-¿Tú crees que esas manazas habrían extraído eso con tanta delicadeza? Sever ha estado aquí, o él u otro de sus aliados.
- Lágrima Valerie...
-Puede ser.

Los sonidos cada vez se hacían más fuertes y podía distinguir perfectamente la voz del monstruo repitiendo la única palabra que parecía saber, que andaba buscándoles en el piso superior, tan estúpido, pero tan letal. Aquel rostro... ¿Por qué se había ido Dante?

-¿Qué haces? Nos estamos aproximando, Erudito.

Se detuvo de pronto en una puerta que reconoció perfectamente, retirando con dificultad y ayuda sus cerraduras oxidadas por el agua, descubriendo unas escaleras estrechas que bajaban a un pequeño sótano vacío que se extendía bajo la planta baja. Cerró la puerta tras de sí, y entre la oscuridad palpó ella las paredes hasta llegar abajo. Erudito encendió un candil que ya sabía dónde estaba. Aquella fuerza...

-Siéntate -señaló una de las dos mesas vacías y grises de aquel lugar frío, húmedo, vacío y gris.
-¿Por qué? -pero lo hizo.

Erudito sujetó el candil cerca de su rostro, iluminando sus lentes y por encima de ellas, sus ojos. No sabía qué hacer allí, podría cogerles, era enorme... podían morir.

-Abre los canales de apoyo externo, Susurro.
-¿Qué? -no paraban de escucharse las gotas sacudiendo los charcos -. Mentes no quiere hacer eso. Me lo pidió personalmente.
-Susurro, tienes un monstruo de más de tres metros de altura en El Palacio, yo no puedo usar mis armas y...
-El poder de Stille disminuiría...
-¡Escucha! Yo no puedo hacerle frente si no está fuera del edificio, y tú estás...
-Ella está combatiendo y yo aquí...
-¡Escucha de una vez! -el grito de Erudito congeló a Susurro, que se calló a punto de llorar -. Si no abres los canales no vas a tener oportunidad contra ese bicho.
-No puedo abrir los canales, Erudito...
-¡Entonces vence tu miedo!

El molesto repiqueteo de las gotas impedían que se concentrara. Miedo era él, no paraba de repetirlo. Miedo era él... y sentía frío y desprotección, sentía que después de tanto llorar por su momento de gloria, iba a fracasar...

-¿Estás conmigo, joven? Esa criatura pone a prueba tu fortaleza. Te será más fácil acabar con ella si pides ayuda al resto de personas.

Inspiró profundamente, pero la energía en su interior se encontraba revuelta. En verdad tenía miedo, tenía miedo de fallar a todos. Era una misión importante, lo dijo él, no sabía qué relación tenía El Corazón con la victoria, pero debía dar lo mejor de sí misma.
No pudo sonreír. Todo estaba en calma desde hacía mucho.
Un golpe seco y brusco, una forma alargada atravesando el techo al fondo del sótano. Todo escuro, todo real, podían morir, podían morir, debía calmarse. Pero no encontraba a Erudito desde que su candil se apagó y solo se le ocurrió gritar para localizarlo, gritar y palpar hacia la salida mientras parte del techo se venía abajo.

Oyó quebrarse la madera de la puerta cuando una de sus garras la agarró arrancó tirando de ella con fuerza bruta. Dando zarpazos al aire con su espada dentada extensible se abrió paso la joven, iluminada de pronto levemente por la luz de la luna.
Una sombra, un movimiento, y algo que creía sangre salpicó su cara. Con un corte verde en la palma de su mano, aquel gorila gigante mirando al cielo emitió un fuerte chillido agudo, sacó su extremidad posterior del agujero y barrió fuertemente con su otro brazo, haciéndola volar los aires y en un confuso paseo estrellarse contra la pared junto a las escaleras que llevaban al primer piso.

-Miedo... -su voz tembló en algo parecido a una risa.

Sin rastro de Erudito subió la chica por ellas, huyendo de aquella fuerza, palpándose el pecho muy dolorida. Sin usar su gancho. Sin usar los objetos que tenía en el cinto. No se le ocurría nada. Y subió hasta el primer piso sin atreverse a asomarse por aquella barandilla, mirando atrás, mirando hacia delante donde se encontraban otras escaleras. ¿Internarse en el ala oeste o seguir subiendo?
Se agarró aquel simio al primer piso con sus dedos gordos y grandes, pronunciando la única palabra que conocía, y tras un segundo de silencio, voló su cuerpo hacia arriba, agarrándose al segundo, y sin saber qué hacer ella, vio cómo se incorporaba y desaparecía por él.
¿Qué debía hacer? Estaba desorientada, no podía abrir sus canales, no lo haría, y en su condición debía lidiar con la bestia.
Unos extraños ruidos seguidos y constantes podían escucharse desde arriba... Parecía... No podía ser...
Quiso mirar e internarse hacia el interior del edificio, pero una voz conocida la gritó en su cabeza para que saliese de ahí y corriese hacia las otras escaleras.
Como sabiendo lo que iba a ocurrir, parte del piso superior venció y cayó sobre ella junto a la bestia azul, que cayó a su lado mientras ella se lanzaba hacia delante y una parte del techo golpeaba su espalda.
Solo ruidos. Solo voces. Apartaba el trozo ligero de cemento sobre ella entre manchas. Apenas en pie, una azul se aproximó a ella, y apareciendo su espada en la mano actuó por instinto, y la mancha no la golpeó bien, pero la derribó de nuevo. Entre el caos que se normalizaba, entre los colores que poco a poco comenzaba a comprender, Erudito la sostuvo, agarrando algo de su cinto y lanzándolo contra el gorila, por su efecto una bomba de hielo. Comenzaron a caminar hacia arriba, donde no habría barandillas por las que asomarse a la planta baja. Corrieron para perderlo de vista en los pocos segundos que le costase a ese engendro romper el hielo que unía su brazo a la pared.

Habían llegado a la tercera planta, y el gorila bajo ellos ya comenzaba a agujerear el suelo a puñetazos.

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