21 de diciembre de 2013

Como los grandes héroes.


Perros de la impotencia. Bastardos de un tiempo que nunca fue nuestro. Leales a mí desde hacía dos décadas, algunos, pero nunca tan imperecederos como el guardián de la muerte blanco, frente a nosotros. Sus cabellos largos revueltos, su gabardina ajada, la cicatriz negra en su hombro izquierdo. Su mirada, de locura. Ojos negros, pupilas doradas. Carne y metal, ira y odio.
Soldados de una causa imposible, firmes ante la muerte, así le mirábamos. Pero todos dudábamos. Las guerras más difíciles eran ríos que fluctuaban sin cesar entre la victoria y la derrota, y los combatientes experimentados eran siempre los más difíciles. Llegamos a aspirar en la gloria y la victoria, pero los sueños escaparon en bandada con el fulgor de nuestras armas.
El colgante dorado había sido destruído.


Atacábamos, pero fallábamos. De uno en uno lo intentábamos, para solo retroceder. Optimismo fue valiente, destrozó su cuello con la maza, pero se regeneró demasiado pronto y cortó con la lanza la piel de su brazo. Pasaban los días, y en aquella cama de un pueblo valenciano trataba de hallar, sin ningún éxito, el punto débil de mi némesis, del motivo de mi desgracia.
"Basta ya", susurraba apretando los dientes y agarrando con fuerza las sábanas. "Quiero ser libre. Basta ya. Quiero ser libre". Pero la libertad no venía. El clon de Social golpeó al original, y en un arranque de ira se me escaparon algunos coletazos en las colinas, contestando a la gente con una agresividad que ya empezaban a notar, y por eso los pastos verdes comenzaron a tornarse amarillos. Muchos se quejaron, pájaros débiles egocéntricos y arrogantes. Se quejaban como si pudieran ayudar, pero no podían, solo unos pocos podían, solo unos pocos.
Razón se apoyó en mí, tragando el dolor que le causaba su pierna izquierda al tratar de incorporarse. Su herida no era nada bonita.

-¿Veinte, treinta, cien? -Sever hablaba al tiempo que nos combatía sin descanso -. ¿Cuántos más asaltos tendré que frustrarte?
-Los suficientes hasta que caigas.
-¡Soy inmortal, no pienso caer! -y de un lanzazo nos hizo retroceder a todos.

Espíritus impuros. Armas oxidadas en unos brazos viejos y cansados. Éramos pocos, pero no nos dejaríamos reemplazar fácilmente. Los Blancos no podían ganar, y Sever no podía ocupar mi posición, porque significaría el fracaso de mi vida.
"Si quiero salvarlos y liderarlos, debo sufrir", pensaba. "Pero, ¿qué gano salvando a alguien que no hará lo mismo por mí? Al final, la ira volverá. Debo encontrar la manera de convertir la ira en energía para ayudar".

-¡Esa manera que buscas no existe! -Sever gritaba al tiempo que iba a por mí y me defendía con un escudo de ondas magnéticas.

Al tiempo en el que, en la cercanía, una sombra había comenzado a figurarse. Sever detuvo el combate para poder verla bien.
No podía ser.
Repleta de sangre, golpes y quemaduras, apoyada más que nunca en su espada de ébano, con gesto fiero aparecía Luchadora en el combate. Su energía era tan baja que no sabíamos qué había sido de ella después de la explosión, y una sonrisa en mi interior resplandeció más de lo que en el momento me imaginaba. No podía luchar, pero su sola presencia era un baluarte de esperanza, una estampa de nuestra fortaleza. Un icono de nuestra rebelión.

-¿Qué ha sido de Humilde? -Sever habló, con tono grave y pausado.

Tardó unos segundos en contestar.

-Lo he matado -alzó levemente la cabeza para poder ver mejor sus ojos dorados -. Él se asesinó, con una trampa que yo misma creé -se irguió para alzar su espada hacia él -. Ahora ya no queda nada de él.
-Serás tú la primera en ser partida en dos. No deberías haber venido en tu estado.
-¡Ya está bien!

Optimismo cargó contra Sever con su escudo, detenido por el espadón del dragón rojo, en su mano izquierda. Una radiación eléctrica, un alarido, un retroceso. Todos de pie, todos apretando los dientes, tratando de contener al monstruo que podía con todos.

-¡Cuando esta batalla termine no va a quedar nada de ti! -gritó el viejo Optimismo -. ¡No eres más que un corruptor! ¡Todo a tu alrededor se contamina! ¡Tu odio ha causado estragos, caos y violencia continua desde que existes! -alzó el tono -. ¡Dime qué es lo que le has hecho a Valerie! -gruñó, presa del silencio general -. ¡No pienso descansar hasta acabar contigo, ¿me has oído?!

Un estruendo grave podía filtrarse a través de la cúpula, con ojos horrorizados, todos vimos cómo un monstruoso Fuego, mitad huracán, mitad bestia, convertido en una máquina de matar presa del pánico era atacado por una miríada de clones que lograron desestabilizarlo, haciéndolo caer sobre la barrera. Clamoroso estruendo. Como un cristal golpeado por un martillo, miles de grietas comenzaron a romperse con el sonido del hielo, algunas pequeñas esquirlas, cerca del impacto, ya habían caído.
Sever nunca dejó de mirar a Optimismo, con furia. Con un gesto breve, observó el estado de la cúpula, y emitiendo un gemido de asco, lanzó iracundo sus armas al mar. La presión del aire, ya densa, se tornó más compacta, y el agobio de su energía liberada comenzó a dificultar la respiración.

-¿Así que queréis eso? ¿Queréis jugar a lo que juegan los mayores? ¡¿Es eso?! ¡Pues tomad!

Una bomba de energía sacudió el aire y a todos los presentes, consumiendo la poca voluntad que les quedaba. Razón, apoyado sobre mí, no pudo evitar caer y arrodillarse al tiempo en que mi visión parecía atrofiarse. Todas las mentes comenzaron a caer en la nada, en medio de una oscuridad perenne en la que el mundo no existía, ni la luna, ni las olas del mar.

Solo Sever, solo yo, de pie frente a cuatro mentes, cansadas y derrotadas, tendidas sobre un suelo que no veíamos. Solo los dos, mirándonos a los ojos, desarmados, desafiantes, él decidido, yo confuso. Desvié la mirada, Luchadora estaba sufriendo en aquel lugar desconocido.

-No pertenezco a tu inconsciente, Carlos. Ni a tus recuerdos. No has estado analizando bien mis líneas. Una persona no es lo que ha vivido, sino el cómo ha interpretado lo vivido. No se trata de datos, no se trata de algo racional o tangible. La personalidad no es tangible. La personalidad es caos. Caos y oscuridad -me miró, leyendo como mínimamente podía mis sentimientos -. ¿No quieres derrotarme y dejar de jugar? Por eso te he traído aquí. Estamos más cerca de ti que nunca. Prácticamente en el núcleo de tu personalidad. Y esta es la oscuridad de tu corazón.
-¿Qué le has hecho a las mentes? -grité, pero el sonido en mis oídos apenas aumentó.
-Este lugar no está hecho para ellas. Las debilita. Aquí solo podemos combatir tú, y yo -rió -. ¿Debería matarlas ahora que están arrodilladas ante su rey?
-Jamás...

La figura de Razón comenzó a incorporarse, gruñendo de dolor. Con su lanza rota ya había desenvainado su espada, y con paso precario, intentando gritar cargó contra Aura Carmesí.
Gran fallo.
El sonido seco del cuerpo al caer, la sangre en el rostro. Con su pelo largo y claro caía al suelo el protector, tosiendo y escupiendo sangre. Su armadura ya estaba rota, y su espada se deslizó por el suelo invisible hasta que el sonido del roce cesó.
Todos callados, mirando consternados el golpe que El Caído provocó a Razón. Todos, menos yo, que miraba al enemigo con furia mientras me colocaba en el mismo lugar que mis compañeros. Eissen cogió la espada de Razón mientras Optimismo le incorporaba.

-¿Es que no comprendéis? Aquí no hay cabida para vosotras. Cada golpe que recibís, es una oportunidad menos para que vuestro maestro pueda derrotarme -rió -. No estás preparado, Carlos.
-¡Cállate! ¡Llevamos años sufriendo tus desgracias! -Luchadora hizo un esfuerzo.
-¿Y quién eres tú para mandarme callar, mocosa?

Todo comenzó a darme vueltas en la cabeza. En aquel lugar, todas las frases tenían sentido. Todo estaba conectado. Rebotaba en mi mente la imagen de una niebla anaranjada, y una figura femenina que me alentaba y me decía algo...
Que había una realidad que no sabía, pero de la cual había sido consciente.

-Luchadora es una de las dos hijas de Sever.

Todos en silencio. Todos mirándome.
El corazón comenzó a latir deprisa cuando entendí lo que acababa de decir.
Razón, pálido y desencajado.
Luchadora, con ojos brillantes hinchó su pecho de aire.
Era la hija... ¿de Sever?
Aura Carmesí desvió su mirada, la centró en ella. Su gesto de sorpresa, su silencio, se convirtió rápidamente en una mueca de ira, de rabia. Abrió la boca.
Y un frenesí de odio cargó a toda velocidad, gritando hacia la muchacha. ¡No! ¡No!
El alma me dio fuerzas para correr, me dio fuerzas para agarrarlo, y placando contra él nos estrellamos estrepitosamente en el suelo.
Me incorporé rápido para clavar el acero en el cuello de mi enemigo. Pero un sonido encogió mi alma.

Frente a los dos oponentes, con sangre borboteando de su boca impidiéndola gritar, con un gesto de sorpresa en su rostro, yacía Luchadora de pie, atravesada por la espada de Razón, carmesí de odio.
Con lágrimas en los ojos, Eissen, detrás de ella, presa del miedo, sujetaba el metal maldito. Todo relacionado con su antiguo maestro debía ser destruido.

-Yo... Mentes... -ninguna excusa valía.

Todos de piedra, sin saber que hacer. El metal se separó de la muchacha, que arrodillada frente a ambos, con sus ojos encharcados, comenzó a perder su mirada en el vacío. Y, como los grandes héroes, como los imperios derrocados, cayó al suelo, derrotada, inerte, cubriendo de sangre el entero suelo.
Luchadora había muerto.

Un grito comenzó a notarse más y más en nuestros corazones. Sever, tendido en el suelo como yo, con unos ojos dorados abiertos de pura locura, emitió un alarido de dolor, un chillido que perforó cada alma, que nos acusaba de la muerte de su hija, una rabia contenida que congelaba el espíritu y destruía nuestra conciencia.
No era Luchadora el objetivo de Aura Carmesí. Era Eissen.
Unos tentáculos aparecieron de su espalda, el suelo vibró con cada sentimiento expulsado, las mentes se perdían en una oscuridad borrosa, y desbocado en un brote de pura demencia cargó contra mí y me llevó lejos, vibrando cada parte de mi cuerpo, como una muñeca a merced del viento.

Todo a nuestro alrededor explotó cuando la luz castigó mis ojos. Sabía dónde estábamos, y Sever, completamente loco, desde el suelo me agarró por el cuello.

-¡Tú la mataste! -gritó más fuerte que nunca -. ¡Tú eres el culpable de su muerte!

Me golpeó, me estrelló contra la fría tierra, gritó de cólera, y me alzó en alto. Sus tentáculos comenzaron a cubrir mi piel, débil.

-¡Yo soy el dueño de tu mundo! ¡Yo te hice avanzar! ¡¿Y así es cómo me lo pagas?!

Sentía cada poro de mi piel controlado por él, sentía cada parte del odio recorriendo por mis venas. Pude ver, arriba, allí, en las colinas, a todos mis seres queridos. A mis más grandes amigos. A Calíope, la mujer que llenaba a Lequ Love de fuerzas. A mi familia... y a mi padre.

-¡Todos morirán!

Presa él de su locura, preso yo de él, levanté muros de energía golpeando a cada uno de los presentes. Todos debían morir, ¡todos debían sucumbir ante mi odio! ¡El mundo no era más que un lugar repleto de débiles, donde cada uno debía dominar para sobrevivir!
Las colinas se deformaron, formé grietas, golpeé sin descanso a mi padre. Apenas podía resistir, apenas ya le había vencido... ¡Debía vencerle, por la muerte de Luchadora!
Una persona captó mi atención de pronto. Frente a los dos, Calíope se plantó, fuerte. ¿Era una afrenta? ¡Era una afrenta a mi orgullo!
La golpeé. La golpeaba, pero ella no lo hacía, solo trataba de ayudarme. ¡Maldita sea! ¡Debía parar! ¡Por favor! ¡Por favor, no!
Todos querían ayudarme con un rayo, pero Susurro no lo captaba porque sus canales se encontraban cerrados. Y con lágrimas frente a la pantalla luminosa, lloraba, pero no tanto por fuera sino por dentro, porque dañaba sin quererlo a la persona que más bien había hecho en mi mundo. Ella rescató a Lequ Love, ¿por qué tenía que hacerla tanto daño? ¡Debía parar de golpearla! Y ella ya se defendía como podía, ella estaba asustada, no sabía si algún día pararía, no quería más golpes, y yo quería que se fuera y que permaneciera conmigo al mismo tiempo...

"¡Basta!" gritaba desde mi control, pero los golpes, el fuego, las colinas seguían ardiendo. Entonces recordé aquellos tiempos donde Sever me dominaba, pensando que era algo bueno. Recordé aquella garra que creía que era, aquella garra que solo los más grandes podían tener, ese extra, esa fuerza que solo alguien con plena determinación podía tener.
¿Era un grande? Si no era por mí, al menos lo haría por Calíope.
Con todas las fuerzas del mundo, gritando en mi más puro interior, forcejeando contra el enemigo, en un inmenso estallido de energía sus tentáculos cedieron.

Y con mirada de furia en los ojos, harto de aquel ser que solo provocaba dolor en las personas, lo agarré y lo pegué a mí, y por mí, y por los demás, harto de mí mismo, gritando, desconectando la pantalla iluminada en una triste melancolía, creé un agujero negro en el suelo de las colinas que llevaba muy, muy lejos, donde Sever no podría hacer más daño.

Y caímos los dos en él, solos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario