4 de octubre de 2012

Aguantaré la respiración.


Ella terminó aquella guerra... pero comenzó esta.
La duda, el sentir que todo lo real que has construído se encontraba bajo suelo ficticio... agua...

Una enorme fuerza me golpeó, y desprevenido retrocedí varios metros hacia el fondo del océano.
Era él. Era Sever. No podía desconcentrarme, no debía. Se acercaba el momento de matarlo, de una vez por todas.
Su silueta se dibujaba en el horizonte de mi visión.


"¡Ven, maldito!", pensaba mientras nadaba rápidamente hacia él aguantando el aire en los pulmones. El chocar de las ondas de ambos, cada vez más fuerte, me liberaba de tensiones.
Realmente estaba tranquilo. Estaba decidido, porque tras dos años y medio de lucha había al final averiguado de qué estaba hecho Sever. Y si sabes cómo es algo, puedes reventarlo para siempre.
Aura Carmesí.

-Mil Mentes -dijo aquel hombre detrás de mí, avanzando conmigo hacia el monstruo -, déjame ayudarte.

Le miré sin expresión. Me volví de nuevo, pensando qué decirle. Ese hombre fue el segundo de todos mis guerreros, el más fiel de mis generales. Mi tranquilidad, seguridad. Mi paciencia y mi reflexión.
Necesitaría mucho de eso para acabar con el enemigo. Pero ahora mismo tenía un plan, un plan que si no me equivocaba...
Me volteé y en efecto, él ya lo conocía. Por eso ya no estaba.

Paré en seco. El agua fría besaba cada centímetro de mi piel, y también mojadas descansaban las herramientas primitivas en un arnés que cruzaba mi cuerpo desde el hombro derecho a la pelvis izquierda.
La corriente marina trataba de empujarme levemente, pero me resistía.
La luz solar se filtraba por el agua en pequeñas cortinas.

Allí estaba Sever, que también frenó en seco. Una cortina de luz se situaba entre ambos, por eso no podíamos vernos más que la sombra. Y mirándome con aquellas pupilas doradas, se acercó.

Necesitaba una cabeza tan fría como el agua.

Batió las aletas ligeramente aquel mastodonte de cuatro metros de alto y siete de ancho. Un tiburón como ningún otro, dispuesto a matar, dispuesto a asesinar con sus colmillos.

En poco tiempo debería resistir golpes más fuertes que los de la corriente.

Sus aletas pararon frente a la cortina de luz, acechantes, amenazadoras, luciendo su gigante sombra, escondiendo sus dientes mortíferos como espadas. Todo lo horrendo que fui se encontraba ahora mismo frente a mí. Mi enemigo.
Mi monstruo atroz. Intimidante, pero ya no para mí.

La luz solar se filtraba de manera confusa a esa profundidad, y yo debía ver bien.

Con un último paso decidido, aquel mastodonte cruzó finalmente la cortina de luz.
Y lo que vi me dio más miedo que lo anterior.
Con una mano en la cintura y otra en la cabeza, pálido, blanco como el papel, sonriendo como siempre, se encontraba una réplica exactamente idéntica a mí.
Dejó de acariciar aquel pelo como la nieve y agarró con firmeza el torso de su túnica, blanca como su piel. Dirigió sus ojos negros, amarillas sus pupilas, hacia mí.

-Mira quién ha venido al fin a encontrarse con un viejo amigo.

El silencio duró segundos.

Un estruendo azotó el mar cuando una onda de energía perdió a Sever en las profundidades del océano. Y aquel golpe de rabia solo había sido el primero. Y ojalá que le hubiera dolido.
Silencio.
¿Dónde estaba ese canalla?

-¿Siempre luchando, Carlos? Ya sabes la de veces que te han dicho que bajes los humos... ¿por qué conmigo no?

Ese maldito expandía su voz por toda el agua, y no sabía desde dónde hablaba.

-¿No será acaso un gesto de debilidad? No sé. ¿Tú crees que lucharías si no lo necesitases para demostrar que al menos en algo vales?

¿Cómo osaba ese maldito a enfurecerme con los defectos que él me provocaba?
Desenfundé mi arma, y esta vez serían los dos escudos con espadas incorporadas.

-¿Qué pasa? ¿Es que no tienes educación para contestar? Aaah... se me había olvidado que no puedes hablar.

Mi columna sufrió cuando un duro impacto me taladró súbitamente la espalda. Mi cuello echó atrás la cabeza de la fuerza con la que fui empujado.
Sever había clavado su rodilla detrás de mí y me arrastraba con fuerza de gigante hacia las profundidades, lejos de la luz.
La fuerte colisión deformó la montaña submarina.
Allí estabamos los dos, mirándonos serios y cayendo poco a poco, conmocionados ante el golpe que por mi culpa ambos habíamos compartido.

Mi acero estuvo a punto de cortarle, pero aquel espadón con un dragón grabado que llevaba lo impidió.
Su acero por poco me sorprende, pero mi escudo era más duro que el diamante.
Dejé de contar cuántos golpes recibimos. ¿Cuántos fueron mientras caíamos al vacío?

-¡Jamas aprenderás, Carlos! -gritó mientras me lanzaba lejos con sus piernas.

El frío de una pared de piedra besó mi espalda, y desprevenido vi cómo Sever me apretaba contra ella, agarrándome del cuello, mientras con su espadón me oprimía pecho y brazos impidiéndome mover.

-¡¿Acaso crees que estamos en el fondo del océano?! -preguntó indignado ante mi desconcierto -. ¡No! ¡Esto que ahora ves es tu mundo! ¡Míralo, míralo bien!

Observé con miedo, pero solo había oscuridad, solo silencio. Pero... ¿no era yo el dueño de mi mundo? ¡Él seguro que no!
Una luz que salía de ninguna parte iluminó hasta el último rincón de aquel océano.
Mis pupilas se contrajeron cuando observé mi hogar arrasado, hundido en el fondo, cien metros debajo de mi posición.
Siempre presumí de mi palacio. Siempre estuve orgulloso de aquellas praderas, aquellas islas flotantes, los trazos dibujados con acuarelas, las sombras del carboncillo y el brillo de las témperas.
Ya no había pensamiento alguno que defender. Ni una filosofía que modelar.
Los ojos de Sever se veían más radiantes y amarillos que nunca, mientras me miraba resoplando lentamente, como si él sufriera lo mismo que yo en esos momentos.

-Mira lo que has hecho con tu mundo, Carlos. Ahora no es nada.
-Tú -dije por primera vez -. Tú fuiste el culpable de mi desesperación.
-Y sacrificaste cosas por ello, ¿verdad?
-¡Siempre hay una alternativa, no tiene por qué morir gente!
-¡Lo dices muy convencido, pero todos sabemos que tu plan era matar a todos los integrantes de esta guerra!

-Carlos, ¿estás bien? Ven, hombre -decía aquella mujer que se preocupaba por mí.

El aire del parque sentaba de maravilla aunque fuera frío. Pero no dejaba de sentirme un extraño entre aquellas personas, porque en mi cabeza ocurrían cosas mucho más trascendetales. Me acerqué a ellos para quedar bien, tratando de concentrarme.

-¡Contesta! -bramó Sever, zarandeándome contra aquella pared fría y mohosa.

Qué preciosas eran las burbujas de aire que resbalaban de la piel del agua e imparables lograban escapar...
Di una fuerte patada a mi enemigo, que contrariado convirtió su brazo en un líquido viscoso blanco que cubrió rápidamente el mío.
¡No me poseería!
Y mi brazo quedó libre tras convertir lo extraño en polvo de hueso.

-¿Es que no sabes que he averiguado la génesis de tu creación?

Noté como sus pupilas se encogían.

-¡Jamás lograrás poseerme del todo a partir de ahora! ¡Se acabó, Sever! ¡Te he vencido!

Él se relajó.

-Jamás me vencerás, Carlos... es cierto. Ya no puedo adueñarme de ti. Pero cada vez que extienda mi brazo sobre ti, gastarás energía para deshacerlo, y volveremos otra vez y así en un no acabar hasta el fin de los tiempos.

Parecía que disfrutaba con su discurso.

-Sever, tú eres aquello que carezco. Eres lo que no tengo. Eres la bestia que vela por mí y me recuerda que tengo traumas y que debo quitármelos porque ya soy fuerte para afrontarlos.
-¿Afrontarlos?

Se acercó a mí lentamente, mirándome a los ojos.

-¿Afrontarlos, Carlos? ¿Crees que eres fuerte? Eres débil.
-Soy fuerte, aún sabiendo que no he liberado todo mi potencial.
-¿Y por qué no lo has hecho?
-Pues... entrenamiento, supongo.

Se echó a reír, y yo maldije su capacidad para ponerme nervioso.

-¿Entrenamiento? ¡Por favor, Carlos, cuéntame otro chiste...! Eres débil. Eres débil porque tienes miedo. Han pasado dos años y medio desde que me declaraste la guerra y te has centrado tanto en mí que te has abandonado.

Jamás creí en su palabrería.

-No me tienes miedo a mí. Te tienes miedo a ti. ¡Tienes miedo a lo que puedes hacer, hasta dónde puedes llegar! ¡Piensa bien en tu vida, en los hechos que te han ocurrido, en las veces que maldecías haberte caído en el último metro de la carrera! ¡Jamás caíste! ¡Tú te tirabas, porque desconocías lo que había tras la meta!

Me encontré paralizado, consternado y atónito. No pude reaccionar cuando Sever clavó su espadón en mi pecho atravesando mi cuerpo y apuntó su hoja hacia el fondo del océano.

-Hay infinitas cosas que aún no comprendes, Carlos. Aún no tienes lo necesario para acabar conmigo.

Le miré con rabia, aspirando aire como podía mientras la sangre escapaba libre de las comisuras de mis labios.

-Te convertiré... en energía para ayudar...
-Pues buena suerte, filósofo.

Y lanzó sutilmente aquel metal hacia el palacio inundado y derruído, mientras su figura empequeñecía y todo se volvía algo más oscuro.

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