6 de diciembre de 2019

Jotunheim hellar.


Iloa se queda tumbado detrás de una raíz, mientras se echa hojas moradas que acaban de camuflar su capa de color tierra. Lejos del camino y tan caracterizado, es imposible que los robots que marchan puedan verle. Pero las ropas de Stille son negras, las mías también son oscuras, y la capa que llevo es la de un animal, uno de pelaje grueso, que destaca un poco en el entorno, sobre todo detrás de algunos tramos de hierba que aún son verdes o amarillos. Los troncos son demasiado delgados para que nos cubran, y si nos levantamos, definitivamente van a vernos.
Espero que no encuentren a Madurez. Por Mentes, lo espero de verdad.
Stille se arrastra para tirar de mi mano, yo la suelto de mí, aún estoy mirando la grieta y no veo a Madurez... los robots llegarán pronto. Stille tira otra vez de mí, me pellizca, la miro, y ella señala algo que hay atrás. A diez metros parece que hay un agujero en la tierra, ¡es perfecto! Iloa susurra que no nos movamos. Pero si nos arrastramos rápido por el suelo, llegaremos antes de que los robots que patrullan tengan visión directa sobre nosotras. Las dos nos giramos y empujamos con los codos al mismo tiempo, dan igual las piedras, el barro, sólo importa meter el cuerpo entero antes de que lleguen. Iloa nos llama. Lo peor que puede pasar es que los robots adviertan de nosotros y tengamos que huir corriendo al poblado... Iloa, Stille y Madurez lo lograrán. Yo no.
Me ayudo de la energía del rubí, particularmente fuerte hoy, hasta que las dos agarramos el umbral del agujero y nos lanzamos dentro, aún agarradas al borde. Siento que el corazón se ha parado un instante cuando mis piernas bajaban y no sentían ningún suelo. Sí, sí lo hay. Stille y yo respiramos rápido, después de hacer esta carrera particular, y más allá de la respiración, escuchamos en silencio la patrulla. Se han detenido. ¡Madurez...! Recojo el bastón y lo aprieto fuerte contra mí. Stille también me mira, pero me mira de forma vacía, a algo más lejano de donde yo estoy, seguramente porque esté concentrada en saber qué pasa. Enderezo un poco el bastón y me apoyo en él y en la roca para empezar a levantarme, por si hubiera que pelear. La patrulla vuelve a ponerse en marcha... algo dentro de mí se tranquiliza. Stille también. Aunque el sonido que escucho no es el que debería estar escuchando. En lugar de atenuarse el sonido de sus pasos, que es lo que deberían estar haciendo pasada la grieta, está creciendo, y no avanza hacia la derecha, mi izquierda ahora, sino que se acerca. Aquí.
Abro al máximo los ojos, coloco el bastón sobre mi hombro y me dejo deslizar por la roca en pendiente del agujero que se va metiendo en la tierra, pronto escucho también el sonido tenue del calzado de Stille rozando la piedra. Poco a poco, el agujero se está haciendo más ancho, más llano, y cada vez con menos luz. Las dos nos quedamos quietas en un sitio seguro, donde el techo tapa prácticamente la salida, pero cuando Stille retrocede aún más, supongo que por si acaso, yo también voy con ella. Los pasos retruenan por el agujero y siguen, se vuelven sordos. Al mismo tiempo, es como si rebotasen por toda la cavidad. Están encima de nosotras.
Los ruidos que siguen son algo confusos. Caminan separados, cada uno en una dirección. Parece que están buscando algo que no encuentran, eso significa que nos han visto, pero no sabían que nos habíamos metido aquí, ni qué éramos. Un par de veces, la luz que entra ha desaparecido, y por cada vez, hemos retrocedido dos pasos más en la cueva.
He visto un brillo que nace de dentro, de la oscuridad.

Toco el hombro de Stille y camino hacia lo oscuro, vuelvo a canalizar el poder del rubí, y con su poca luz, puedo ver de forma instintiva lo que me rodea. Juraría que he visto un brillo azulado, como el de esas plantas que se alimentaban de la energía de la Llave de Núbise, cuando Razón y yo la encontramos en la cueva del palacio. Sigo viendo esos destellos azulados, a veces, pero se pierden entre los brillos del rubí, y ya no sé si están y son muy débiles, o aún no he llegado a ellos. Cuando tuerzo una curva, por fin los veo... Las plantas que yo decía, plantas u hongos, que parpadean con un destello blanco, pero no tan brillante como la Llave de Núbise que brilla en la columna que hay en el centro de la sala. Este lugar es exactamente igual que el del palacio, un reflejo, incluso tiene la gema brillante de purita, y eso que se partió, y su mitad la guarda Madurez en el bolsillo.
Miro detrás para susurrarle a Stille lo que hemos descubierto, pero Stille no está. Intento iluminar con el rubí, pero no está conmigo, ni siquiera está cerca. Vuelvo a girar la curva hacia afuera, pero el rubí no ilumina nada. No, no, el rubí está iluminando, veo mi mano perfectamente, pero más allá es negro puro. Así, de repente...
Una luz me sobresalta, enseguida he desenfundado a Furia y la dispongo en posición de combate, hacia esa luz. Una puerta se ha abierto dentro de la pared de la cueva, y hay una figura detrás que no veo, porque una luz potente que viene de fuera la deja al contraluz. Aún así, yo reconozco esa figura. Ella parece que también me ha reconocido, y empieza a correr hacia dentro de la cueva, donde no podré verla, ¡pero podré verla, la iluminaré con el rubí cuando la alcance! Así que corro, ella es rápida y yo no, pero intento compensarlo con la fuerza extra que me da la joya. El aire comienza a enturbiarse. Huele a ceniza, a polvo. A batalla. Apago el rubí porque puedo ver perfectamente. He dejado de pisar la roca y ahora piso tierra y piedras, hay trozos de cristal que se parten cuando camino encima. El palacio se ha roto, lo ha hecho un monstruo que ha creado Sever para asesinarnos. Hay algunos cadáveres en el suelo... los amontonan Repar y Defensor, mientras Servatrix atiende a Razón, que está herido. Ese monstruo fue sobre todo a por Razón, y a por mí... me miro las manos, llenas de sangre. Guardo a Furia. Estoy temblando. Servatrix me habla cuando me ve, cariño, me dice, yo aspiro fuerte y me paso la mano por la nariz, que sangra, mientras corro a verle, está aquí, cerca de la puerta, a pocos metros del cadáver del monstruo que ya se está descomponiendo. No sé por qué, esta ceniza, el olor a tierra quemada, me hace sentir diminuta, indefensa, y en lugar del monstruo, entre las llamas veo a mi padre, encarándose contra Razón. Miro a los cadáveres cubiertos. No necesito correr la manta para saber cuál es su cuerpo. Desoyendo lo que sea que me dicen Defensor y Repar, llego hasta Jacob y le destapo la cara, entonces, tengo que cerrar  los ojos, las manos no me responden. No puedo parar de temblar. De verdad ha muerto. ¡Por mí! ¿Por qué yo merezco estar viva, si él ha tenido que dejarme? Vuelvo a levantarme, lo más deprisa que puedo. Que nadie se relaje. ¡Esto aún no ha terminado! Sé que Sever atacará dentro de muy poco, ahora que estamos débiles, con un ejército de clones nuestros... blancos.
Limpio la lágrima de mi cara con la mano, la miro, y en mis manos ya no hay sangre, como había antes. Esto ya ha pasado... ¿verdad? Yo ya he vivido esto. Jacob murió por mí y, de alguna manera, algo le impidió morir, le envió lejos de allí sin recuerdos, y yo acabé conociéndole de nuevo. Y Razón, que está detrás de mí, sí que murió, y Madurez pudo verle en el más allá... Miro hacia atrás, pero Razón ya no está, tampoco Servatrix. Ni la ceniza.
Frente a mí veo a Dante, tuerto, el ojo es morado y su pupila, blanca. Tiene la espada preparada, igual que el resto de mentes convertidas que aparecen desde la oscuridad... Optimismo y Servatrix. Repar. También está Energía, dando vida aún al cuerpo de la hija de Jil. Cojo aire. Miro a cada uno de ellos a los ojos. Éste es el combate que iba a llegar, tarde o temprano, y lo hará aquí... Vuelvo a coger aire. Ojalá contar con ayuda, porque hubiera tenido alguna posibilidad.
Al final has conseguido lo que tanto querías, Miedo. A mí.
Todos se preparan a la vez para atacar. No desenfundo, no quiero revelar mi primer movimiento. Finalmente, es Dante el que corre primero hacia mí con toda su fuerza, se prepara para cortar mi costado, preparo a Furia para el contraataque y las dos espadas se atraviesan, mi brazo atraviesa al propio Dante, la mitad de su cuerpo se estrella contra el mío, pero no he sentido nada. El resto guardan las espadas y siguen a Dante, detrás de mí. Ni siquiera se molestan en atacarme. A mi alrededor, en el poblado, los tentáculos salen de la tierra y convierten a mis amigos, al poblado entero. Optimismo y Servatrix patean a Duch, el último en resistirse, antes de que un tentáculo se convirtiese en líquido y penetrase por la boca y los oídos. Dante y Energía sujetan a Madurez por los dos hombros, ella está negando con la cabeza, que no, que no lo haga... ¿el qué? ¿No debo pelear? ¿O no debo rendirme por ella?
Una cara aparece desde lo profundo para acometer contra la mía a toda velocidad. Parpadeo del susto, muevo los brazos intentando palpar el aire, donde Madurez, Energía y Dante ya no están. ¿No ha sido la cara de Lisa la que he visto? Poco después, de la nada, se aparece la cara de Yod a un palmo de la mía, con los ojos blancos, algo descompuesto. Los dos hijos muertos de Jil... La cara de Razón es la siguiente, muerto, está muerto, acomete la de Susurro después, yo ya no miro, pero sé que están ahí, la de Narciso, Relativismo, Defensor. Afrodita. Otros tentáculos salen del suelo, a mi alrededor, no son morados, sino de pura luz, y me atrapan dentro. ¡Basta ya! ¡Yo no pedí ser una mente, sólo quería vivir en paz!

Me quedo quieta, de cuclillas y con los brazos cubriéndome la cabeza. Los ojos muy cerrados. Mi respiración es entrecortada. Tengo agarrado el bastón, aún. Me duele mucho la pierna, pero es ahora el costado el que amenaza al pulmón con mi costilla rota. No me muevo, aún así, la luz del día me molesta, y aún tengo que acostumbrarme. Pero casi parece que, si no abro las manos y dejo que la luz entre, no se van a acostumbrar nunca...
Con los ojos aún cerrados, acaricio la hierba, hacia delante, hacia detrás... Me balanceo suavemente con la brisa fresca que trae el mar. Lo peor ya ha pasado. No van a atacarme aquí... lo sé, muy claramente. Me levanto poco a poco, lleno mis pulmones de aire, al tiempo que me estiro y crujo algunos huesos. Abro los ojos... ya decía yo que me parecía oler a flores. Estoy en el jardín de nuestra casa, junto a la playa. Es verano. Duch ha sacado afuera su silla, y mueve la cabeza, lo que parece al ritmo de una canción que está tarareando. El aire cálido trae aroma a mar y acerca hasta mí olores de flores de otras tierras. Narciso y Repar hablan junto a la puerta, lo que parece una discusión, pero de las tranquilas. Veo a Stille meditando al fondo, sentada en el suelo cerca de Susurro, pero no es a quien quiero ver. Sigo buscando. Veo a Dante y a Afrodita cavar agujeros en la playa para plantar los postes de las antorchas. Dante mira hacia el horizonte, se ha quitado la gabardina, y el sudor hace que su pelo le caiga hacia uno de los lados. A Afrodita siempre le sienta bien sudar. Es como si no lo hiciera del todo, sí, como si sólo fuera estético, pero nunca ha olido mal, ni sus prendas se mojan nunca demasiado. Simplemente, hace que su piel bronceada brille, y yo la envidio tanto por ello... Debería estar cavando con ellos. Lo haré pronto. Antes tengo que verles...
Tuerzo la casa, ahí están, en el patio del lateral. Servatrix coge al bebé por las axilas, y la levanta haciendo que sus pequeños pies se muevan por el suelo, haciendo parecer que ella camina. Madurez, sin más pelo en la cabeza que un matojo rubio poco denso, mira hacia el suelo con los ojos muy abiertos, entre la curiosidad y la confusión, y tiene la boca abierta. Hace más caso a la niña que a su hijo, que la está mirando, junto a Social, los dos montados en sus antiguas monturas, a lo lejos. Razón está diciendo algo a Madurez, y con cada palabra que arrastra, también mueve los brazos y la cabeza, como si le estuviera diciendo que fuera con él, aunque seguramente Madurez ni siquiera entendiera por aquel momento que podría ponerse de pie y caminar por sí misma. Miro alrededor, a Erudito, que nos mira desde la ventana de su habitación y sonríe, a Defensor, que en la playa ha cogido a Afrodita y a Dante por la cadera y los carga sobre sus hombros. ¡Ella ríe! Él no. Son todos tan jóvenes... sólo Servatrix se ve igual, porque es Servatrix, y nunca tiene arrugas. Vuelvo a mirar a todos, a Stille, a Susurro. Apoyada en este bastón, yo soy la única que parece mayor, como Erudito, aunque me siento joven. Me siento tranquila. Después del diseño de los planos por parte de Repar, por fin se acabaron los días de dolor de brazos y de lumbago construyendo la nueva casa. Esta es, quizá para siempre, nuestro hogar, uno en el que Madurez pueda crecer bien, sin frío, sin violencia y sin los recuerdos del pasado.
Hay alguien detrás. Eissen.
Eissen tampoco ha envejecido mucho en estos años. No sé cuánto lleva aquí, mirándome, es el único que me mira. Esta conexión visual se me hace repentinamente violenta. Hace poco que hundió la espada de Razón debajo de mis pulmones, un impulso infantil y propio de alguien débil y aterrado, sólo porque yo era hija de mi padre y me planteé unirme a él, un segundo. Él me mató, y aunque se disculpó, no se ha disculpado frente a mí, no a mí, no me ha preguntado cómo estoy, y pretende dormir en esta casa. Todos le dejan dormir, aunque no haya hablado conmigo. Le señalo, sin dejar de mirarle a los ojos.
—Tú —digo—. Tú eres el que rompe con este equilibrio.
Alguien se mueve detrás de Eissen, que sigue petrificado, aún mirándome. Distingo la manga de Stille, la piel blanca de su mano, que la mueve alrededor del hombre, le atraviesa con ella, y la visión se diluye, su figura entera se convierte en polvo y se deshace. Stille no lleva el peinado que solía llevar, sino ahora uno más largo, recogido, pero de una manera más funcional que estética. Su piel es más blanca y el pelo, no sé si por contraste, más oscuro. No es la joven que meditaba hace unos segundos junto a Susurro, cerca del jardín... el peso de los años no miente. No nos miente a ninguna. Las dos corremos a tocarnos, siento la suavidad de la tela que viste, y el tacto frío de sus manos en mis brazos. Detrás de ella todo está exactamente igual, todos en el mismo lugar, salvo Susurro, y el cielo, azul y despejado en mi mitad, en la suya es más oscuro, casi de noche, y en el cielo hay líneas de colores, auroras azules, rosas, moradas, salpicadas de estrellas muy brillantes. Las dos caminamos hacia la escena que veía yo antes, donde Servatrix y Razón todavía juegan con Madurez, que ahora ha arrancado dos hojas de hierba e intenta metérselas en la boca.
—¿No eran buenos tiempos, Stille? Éramos jóvenes, estábamos todos.
Sólo hay que verles las caras. Puede que toda esa felicidad fuera una ilusión, pero de verdad pensábamos que iban a ir las cosas bien a partir de entonces, que lo más difícil ya había pasado. La vida universitaria llegaba con promesas de primaveras largas y cálidas. Recuerdo que el proyecto de la nueva casa fue para mí apasionante, no sé por qué, en realidad. Supongo que cambiar de aires, la playa, Madurez... hicieron que me olvidara de que yo acababa de morir, y conmigo, también murió mi padre, y mi hermana. Ellos de forma definitiva. Su pelo largo y rubio, los ojos verdes, tan ausentes aquí.
—Echo de menos a Valerie.
Stille me mira. Ella sabe que es verdad. De todos los que nos esperan en el poblado, nadie podría saberlo tan bien como ella, o eso creo, al menos, o eso siento, cuando la caricia que ella hace en mi hombro evoluciona en un pequeño masaje en la nuca, debajo del pelo. He llegado a ver sus ojos húmedos, antes de que girase la cabeza hacia su mitad, donde Susurro la espera, cerca de donde en la mía Servatrix le quita la hierba de la mano a Madurez, y el bebé la recupera después de estar a punto de llorar.
—Podríamos quedarnos aquí.
Stille no contesta. Su cuerpo está cada vez más girado hacia Susurro, la noto inflarse de aire desde aquí, para luego soltarlo todo de golpe. Camina despacio, Susurro la espera con los brazos abiertos. Cuando las dos no podrían estar más cerca, Susurro rodea la cara de Stille con sus manos. Stille no se mueve, ni un centímetro, no sé por qué. Puede que sea para no deshacer la ilusión, o porque de verdad no pueda moverse... Susurro roza la nariz de Stille con la suya, y se acerca más, hasta que las dos frentes están pegadas. Los labios de Stille, tan cerca de los de Susurro, están temblando. Se ha llevado la mano a su colgante, donde aún guarda su foto.
Me acuerdo del sabio, el que se sacrificó en aquel valle para que yo aprendiese su última lección. No podemos evitar recordar a quienes queremos. De alguna manera, siempre vivirán en nosotros...
Stille coloca las manos en las mejillas de Susurro. Cierra los ojos, con los labios aún temblando. Coge aire, se muerde el inferior, luego los cierra definitivamente. Mira a Susurro a los ojos. Pronuncia unas palabras sin sonido alguno que he entendido perfectamente... y mueve las manos, para que la figura de Susurro, que por desgracia no está aquí, se deshaga, convertida en polvo.
No podemos evitar recordar a quienes queremos. Pero si ese recuerdo se convierte en una deuda, nuestro amor se convierte en maldición. Gracias, Bhimani, por todo lo que nos diste. Stille, con lágrimas en las mejillas, coge aire por la boca, y sonríe, mientras vuelve a soltarlo. No hace falta que sonría de vuelta, ni que la abrace, ni que la apoye, no lo necesita. Ella ya sabe todo eso sólo con mirarme. No sé por qué, pero de la chispa que se desprende de sus ojos, sé que ya lo sabe.
—Tenemos que irnos.
Pero los límites de la casa, que antes no había mirado, son negros, y no dejan ver nada más allá. Todo a nuestro alrededor se ha petrificado en la estampa feliz que fue, en completo silencio, como había sido hasta ahora.
—¿Luchadora? ¿Stille?
Escucho la voz de Iloa rebotando entre las paredes. ¡Sí!, respondo, después avanzamos hacia él, pero no es fácil. Donde se acaba una visión, empieza otra, veo un pasillo recto cuando el túnel de la cueva es recto, justo donde Madurez me hace gestos para que vaya, en la dirección por que la hemos venido. Me he caído, después de tropezar. Pronto veo a Iloa atravesar a Servatrix y a Valerie, que paseaban por la pradera cuando debería tener unos tres años. Iloa está cerca, pero nos llama como si estuviésemos lejos.
—Iloa, estamos aquí.
—No puedo veros —dice—. Por favor, seguidme. Habladme para saber que seguís cerca.
Las dos le seguimos pese a las advertencias de las visiones, que nos piden con gestos volver dentro. Sever me espera, amenazante, pero Stille y yo le deshacemos con la mano. En la mitad de Stille, Mentes está en la consulta de un psicólogo en la que en realidad no estuvo nunca, contándole sus problemas, y ella deshace parte de la visión, incómoda. Siento la adrenalina cuando piso un precipicio que resulta no ser real, cerca de donde la luz de fuera empieza a difuminar el resto de visiones. Pronto, todos esos escenarios se convierten en un pasillo de roca que asciende, cada vez de forma más empinada, hasta un agujero por el que entra la luz del sol. Aunque miramos con cuidado, fuera ya no están los robots de Miedo. Seguro que esa patrulla no significaba nada bueno. Los robots, la isla, el poblado, Madurez. Tenemos que ver que esté bien... Me tumbo unos segundos en la hierba para volver a distinguir qué ha sido real.
—Había... visiones... —digo.
—¿Fueron agradables? —dice Iloa.
—La mayoría.
Stille mira hacia el sol, también masajea sus sienes, mientras abre y cierra la boca.
—No es ningún regalo —dice Iloa—. Cada vez te guía más profundo. No hubierais sido las primeras en morir dentro de esa cueva.
—Gracias.
Me cuesta quitarme de la cabeza la imagen de la casa, de Servatrix, Razón y Madurez. Es como si de verdad ese momento acabara de ocurrir, aunque de pronto me sabe más amargo, recuerdo el estrés, lo insoportable que estuvo Razón esos días. Madurez se atragantó una vez y me dio un susto. Y la vida universitaria nunca fue tan buena.
—¿Tú también viste algo? —le digo, y él asiente—. ¿El qué?
—A mi pueblo... A mi hija.
Iloa mira hacia el suelo, y da una patada a una piedra que vuela no muy lejos de mi cabeza. ¿Su hija? Pero el bebé del poblado es un niño... Aunque la cara que me ve Iloa es de extrañeza, dentro acabo de encajar todas las piezas. Utilizo el bastón para levantarme despacio.
—Acaba de cumplir veintiún años —dice, mirando hacia el suelo—. La perdimos en el ataque... la perdimos. Hace ocho.
—¿La tuviste con Nulkama?
—Sí...
—Y tuvisteis otro niño.
Iloa asiente, despacio. Stille está de pie, con las manos apoyadas en las rodillas, también escuchándole. Ella me convenció, dice Iloa. Para volver a empezar, dice.

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Me sigo arrastrando para atrás porque puedo, pero creo que los robots ya no podrán verme tan oculta. No sólo es la grieta, ¡au! También toda esta maraña de ramas que se me engancha con el pelo. Cuando sus cuerpos empiezan a taparme la luz, todos los pasos paran de golpe. Todo se queda quieto, hasta el aire para de mover las hojas. No me atrevo ni a respirar, por si acaso... ¿Estarán mirando hacia aquí? No quiero ni moverme, no voy a coger aire, pero la verdad es que he dejado de respirar cuando tenía poco oxígeno en los pulmones. Joder, ¿sabrán que estoy aquí? Noto cómo mi cuerpo se revoluciona, estoy empezando a ponerme nerviosa. No me fío de Miedo, no sé si puede verme desde aquí, miro dentro hacia la grieta oscura por la que sopla el aire... Completamente oscura, aunque parece que algo se mueve dentro.
Vuelvo a escuchar los pasos, noto otra vez los cuerpos marchar según la luz parpadea, y se están alejando. Menos mal que la grieta es ancha y las ramas me han podido tapar, porque si no, bueno, prefiero no pensar en ello. De pronto, la grieta que hay dentro es menos aterradora, y no veo ningún animal dentro. Los ojos se me están secando de mirarla, supongo que por el aire mezclado con el polvo. Pero espera. Vuelvo a mirar a la grieta. ¿Por qué sopla el aire... desde dentro? Extiendo la mano, pero no toco el final, y aún puedo seguir arrastrándome... aunque con más dificultades de las que creí, ¿es que habré echado culo? Son más las ramas puntiagudas que las paredes de roca, en realidad. Fuera no oigo a nadie, y seguro que no vendrá nadie a buscarme hasta dentro de dos o tres minutos. Mientras tanto, quiero saber qué es este lugar tan extraño.
Casi chillo cuando salgo disparada y caigo al suelo. Madre mía. El corazón me va a mil por hora, pensaba que me iba a caer por un precipicio, o algo. Pero no, no... estoy en el suelo, mullido, con tierra húmeda y hierba, y en una especie de sala oscura dentro de la montaña. ¿Hierba dentro de la montaña? Ahora que me fijo, juraría que hay luz en la pared de piedra en la que está la grieta, según mis ojos se van acostumbrando a la oscuridad.
Me levanto rápido, y miro alrededor. Lo primero que me impresiona, de todo, es lo enorme que es este sitio, nada de una sala, esto es gigante, y no está oscuro, entra la luz por el techo, compuesto de ramas. Bueno, hay ramas, pero también hay como tentáculos de Miedo sólidos que les ayudan a dar forma. Las paredes de roca están llenas de enredaderas, pero lo que de verdad da forma al techo son los árboles que hay repartidos por este lugar enorme, donde la luz se filtra por las hojas en forma de rayos, no, ¿cómo se dice? Haces. Haces de luz.
Me giro hacia la grieta, pero no me atrevo aún a llamar a Luchadora y a Stille. Estaré pendiente y, en cuanto escuche que me están llamando, correré a la grieta y les diré que entren dentro, si pueden. Tienen que ver esto... ¿no había aquí una montaña, según dijo Iloa? Es como si la montaña siempre hubiera estado hueca, y lo que en realidad era la cima tan sólo eran las copas de los árboles que hay aquí. La pared es de roca, pero no lo entiendo. Tal y como veo, los límites parecen ser circulares... exactos. Parece haberse hecho de forma artificial, lo parece más incluso desde aquí dentro que desde fuera, donde ya resultaba un poco rara. Sí, esto se ha construido... igual que los árboles, que dirigen las ramas más altas según esas columnas moradas torcidas que seguro construyó Miedo.
Han construido este sitio para ocultar algo.

El hecho de estar en un lugar cerrado hace que aquí haya un ambiente particularmente húmedo. No sólo lo noto en la piel, y en la tierra que es blanda, hay a mi alrededor vapor, además de la niebla morada que se va deshaciendo según avanzo por aquí. Es culpa del vapor que los haces que vienen de arriba se vean más intensos, pero también que se dispersen más, y hace que las luces de algunas piedras brillantes que hay en las paredes y en el suelo parezcan aún más enigmáticas. Como el cuadro ese famoso que tanto le gustaba a Stille, que por su culpa Mentes lo tiene colgado en la habitación de su cuarto. Es como si dentro de una cueva creciera de pronto un bosque morado. Todo de color morado intenso. De la corteza de los árboles, y algunas partes de la tierra, rezuma líquido viscoso... definitivamente asqueroso. De las ramas cuelgan restos mucosos resecos, del mismo color. Parece un bosque encantado, y luego maldito por la mugre.
Cerca hay un lago, se ve por los reflejos de la luz. Se nota que antes era más grande, porque acaba de golpe donde la pared artificial dice que acaba, aunque no me suena haber visto agua al otro lado, por fuera. Toco el agua con la punta de los dedos, rápido, pero es agua fresca, compruebo una segunda vez, por si acaso, pero sí, sólo agua fresca, no parece estar turbia ni contaminada por lo que rezuma de los árboles. Mientras bebo poniendo mis manos como un cuenco, me doy cuenta que, entre las ondas que he provocado, se está moviendo algo. Es una especie de gamba azul, pero tiene una concha alargada detrás, así que no creo que sea una gamba... Es bonita. Su color azul me recuerda a la Llave de Núbise, la saco del bolsillo, por hacer algo. Todavía no me llaman, espero que estén bien, la verdad. ¡Ay! La gema ha vuelto a pegar otro de esos chisporrotazos azules que tanto iluminan, pero me ha chisporroteado la mano, y hace daño. A veces, cuando llevo un rato haciendo bailar la gema entre mis dedos, me llegan a mí ecos de lo que esa gema una vez fue, veo imágenes que debieron ocurrir hace mucho, también noto cómo la energía quiere fluir dentro de mi cuerpo. Me recuerda a Dante, a lo que le hizo, y es horrible.
Hacia el centro de este lugar veo lo que parece ser una cabaña muy vieja, prácticamente tapada por un tronco muy gordo que hay cerca. Avanzo con cuidado, mirando que no haya ningún animal mamífero, tampoco aves que pueda controlar energía, pero esto está realmente despejado. La luz es clara y cálida, pero lo que ilumina es morado. Yo no viviría aquí, así que entiendo que los animales tampoco.
Antes de llegar a la cabaña, veo restos de lo que parece ser un huerto. No queda absolutamente nada, sólo palos delgados de madera clavados y torcidos, la mayoría rotos. Repar, en su pequeño huerto, también los ponía, así que tiene que ser eso. Aquí, antes, hace mucho, por lo que veo, vivía una familia, tenían un huerto y supongo que pescarían algo en el lago, porque en la orilla he visto esas gambas con concha, pero el lago continuaba y no sabría decir lo profundo que llegaba a ser. La cabaña está en el centro de todo este lugar, bueno, no exactamente en el centro, pero casi.
La puerta de la cabaña está abierta hacia dentro, mejor, porque parece que va a caerse si la toco. Por dentro es rectangular, no precisamente muy bonita, aunque claro, nada va a parecer bonito cuando está en ruinas. Aunque la puerta esté abierta, apesta a polvo. A la izquierda hay cuatro camas podridas, pequeñas, juntas, aunque la tercera se ha venido abajo. Enfrente de ellas hay un baúl, que tiene la hebilla para abrir oxidada y me cuesta separarla, cuando lo consigo lo abro, y chirría muy fuerte. Qué decepción... sólo hay hojas de papel, dobladas y húmedas, prácticamente deshechas. Desde dentro se puede ver que la tapa del baúl tiene la madera podrida y rota. ¿Habrá tenido que ver en todo esto que el techo se haya caído justo en esta parte? Seguro. Cuando cierro el baúl, se cierra con un último quejido.
El otro lado de la casa está más vacío, hay una mesa y una estantería muy básica y precaria que está vacía. Si no fuera por los pequeños agujeros del techo, no podría ver nada aquí. La mesa está llena de restos de podredumbre, hay un cuchillo, torcido y muy oxidado, y algo que no sé qué es. Todo está asqueroso de polvo. Con la punta del dedo toco el objeto extraño, está duro y parece pegado completamente a la mesa. Con un golpe más fuerte se despega, y resbala hasta caer al suelo, ha dejado la marca de su forma en la mesa. Muevo con la mano la nube de polvo que se acaba de generar, mientras miro con cuidado a ver qué era eso, ¿un animal? Pero cuando me asomo veo hojas, escritas y dispersas por el suelo. Tres. Me agacho. Cuando toco por dentro lo que antes he tirado, veo que es piel, arrugada, blanda, húmeda, pero en su momento se curtió para que fueran las tapas de un libro, en el que no pone nada, sólo un cuatro en el lomo. Un cuatro...
No puede ser, es un número demasiado específico, cuando justamente he leído tres libros de alguien que los hacía con el mismo tamaño, y creo que la misma piel. Hay tres páginas, se ve que el resto están en el baúl, y no están unidas al cuero con un cordel, como solía hacer, sino que están sueltas. Reconozco la mano del que ha escrito esto, aunque la letra ahora sea mucho más fea, y las líneas, torcidas.
No puede ser...
Despejo el polvo de la mesa con la mano, cojo la única silla de la esquina que aún está en pie, también despejo el polvo de la silla, y me siento con cuidado en ella. Cuando sé seguro que no se va a partir, empiezo a leer, utilizo la luz que me da uno de los agujeros del techo.
Dante, hijo mío.
Sólo la primera frase, y he sentido cómo el hormigueo me sube de la garganta hasta la cabeza. Me llevo la mano a la boca, la aparto corriendo cuando recuerdo que la tengo llena de polvo, me limpio con el reverso y escupo en el suelo. Hay una especie de magia en este escrito que hace que me cueste continuar, es como si hubiese sido creado para que sólo una persona pudiera leerlo, hace mil años. Mil años. Pero esa persona no va a venir aquí, ahora se dedica a quedarse quieto en su lugar de la montaña. Pensé que podría recuperarles, pero las cosas han sido más complicadas de lo que pensé. No puedo recuperar a nadie, y ni siquiera sabemos si podremos hacerlo cuando Miedo muera. Y sabemos dónde está, pero no cómo matarle... Y Orfeo... No, Dante no va a leer esto, es posible que no lo haga nunca, pero yo sí puedo, yo estoy aquí, y tengo que hacerlo.

Dante, hijo mío. No tengo pa... ah. No tengo palabras para expresar el dolor que siento dentro, desde que tu hermano murió de fiebres y la máquina azul nos arrebató a tu hermana. En nuestro hogar, donde te escribo esto, he tenido tiempo para pensar, en el borde de la muerte. Después de que saltaras y huyeras dentro del portal que lleva a donde sé que tu madre aún nos aguarda, supe que lo más seguro para ti sería permanecer allí, fuera del alcance de esas bestias. Por eso fui a un lugar lejano y enterré allí la llave, donde no la encontrarán, y luego volví a casa, donde espero mi muerte.
Cambio a la segunda hoja.
Las máquinas azul y verde me estuvieron siguiendo desde que nos se... separamos. Después de todos los viajes por mar, decidí que el mejor lugar para encontrar por fin descanso iba a ser aquí, donde conocí a tu madre y donde construimos nuestra casa, en la que os criamos con mucha felicidad hasta su triste partida. Después de dos días y dos noches, las máquinas siguen esperando fuera, a que salga, para darme muerte. He resistido todo lo que he podido, a un milagro, quizá, pero no ha ocurrido. Quiero que sepas que al alba voy a salir. No voy a poder ir a buscarte. Sé que, desde que murió vuestra...
Cambio a la tercera hoja.
Madre, no os he profesado mucho amor, y es algo de lo que me arrepiento. Sobre todo de no haberte dicho unas últimas palabras antes de separarnos. Me vale con saber que estás vivo, que sobrevivirás, porque sé que lo vas a hacer, eres muy fuerte. Estás destinado a hacer grandes cosas. Te quiere, tu padre. Núbise.

Soy idiota. Acabo de manchar una esquina con la lágrima... Así que esto ha sido todo. En el fondo, no sé por qué, esperaba que su padre siguiera vivo, fuera un ermitaño gruñón que viviera en una de estas montañas y le dijera a Dante que qué demonios estaba haciendo con su vida, que pusiera un poco de orden donde yo no pude... pero Tubán y Arisa le mataron. Sabía que el final sería así, desde que leí el número cuatro en el lomo del libro, pero no quise creerlo. Vuelvo a abrir el cajón y reviso las hojas rancias y destrozadas por la humedad, pero no hay nada escrito, nada, eso es todo. Miro el libro, al que aún le ilumina el agujero del techo. Resulta que Núbise no empujó a Dante por el portal... fue Dante el que saltó.
Escucho un ruido fuera, un crujido. Mi primera reacción es ponerme de pie y asomarme a ver qué pasa, casi suelto el baúl y todo, porque soy tonta, debo ir con cuidado. Bajo el baúl a la mínima velocidad posible, rezo al mismo dios al que Mentes reza en silencio en su vuelta en bus de la entrevista, mirando una foto de Julio, para que quien sea que esté no entre y me vea. Antes de cerrarse, el baúl chirría. ¡Mierda! Lo más silenciosa que puedo, me coloco detrás de la puerta abierta, de pie, y me pego a la pared. Cojo aire, pero no vuelvo a respirar más. Fuera no oigo nada, no sé si había algo, si ha crujido algo por viejo, si se ha asustado... nada. Intento mirar por la rendija astillada que hay entre la puerta abierta y el marco. Creo que me lo he estado imagi... ¡no! Me pego fuerte a la pared cuando veo algo moverse por la parte de abajo de la rendija, de color gris y muy bajito, lo he visto de reojo, es un animal. Un animal. Vale... ¿qué haré? No hay palos que tenga a mano. Lo mejor será asustarle y salir corriendo de aquí, aunque lo mejor en realidad sea que se largue y me deje en paz.
Escucho sus patitas sobre la madera podrida, cada vez que da un pequeño paso dentro. Va muy poco a poco. Ya casi está aquí... cuando el animal asoma el hocico gris por la puerta, inmediatamente se gira y me ve. Joder, qué susto. No veo nada en los ojos de ese zorro porque está muy oscuro.
El zorro chilla y enseña los colmillos, se planta enfrente, y cuando carga contra mí le doy una patada. ¡Pero bueno! Es del tamaño de un perro pequeño del mundo de Mentes, pero esos colmillos pueden hacerme daño. Vuelve a cargar contra mí, me ha arañado en la pierna, yo lo cojo de las patas y lo estrello contra el suelo de espaldas. Aún intenta morderme la cara, y casi lo consigue. Me araña con las traseras. En la pata, cerca de mi mano, la marca de Miedo brilla. Arrastro el animal hasta el agujero del techo que hay al lado, y puedo ver sus ojos morados.
—¡Mierda!
Ahora sabe que estoy aquí, en el sitio que no quería que viera, a varios kilómetros del próximo lugar seguro y Luchadora no puede correr. ¡Mierda, mierda! Tengo que avisarles. El zorro sigue intentándome morder, y alcanza mi brazo, de hecho. Gimo de dolor. Apartarle el hocico del brazo no sirve de nada. Le agarro la cabeza con la mano, intento expulsarle, pero no sirve de nada, le golpeo, pero no se suelta. Pronto van a venir los robots y más cosas. De pronto, el zorro gime, y me suelta. Sigue retorciéndose, pero no le estoy haciendo nada. Ya me he dado cuenta... estoy agarrándole justo por su marca. Mantengo la cabeza sujeta con una mano, con la otra froto sobre la marca, igual que hice con Orfeo. El morado de los ojos comienza a irse, y la actitud del zorro, agresivamente humana, pasa al aturdimiento. Las energías se me van del cuerpo. La marca de Miedo, que antes brillaba en el animal, ahora es una herida, costra que se deshace. El zorro abre los ojos, ahora blancos, se retuerce, se me escapa de las manos y empieza a correr, desaparece por la puerta.
Me miro las manos... lo he hecho. ¡Mi cabeza... cómo me duelen las sienes! Llegué a pensar que todo era mentira, que nunca deshice los tentáculos de Miedo en la torre de Dante. Que había enviado a todos aquí sin garantías.
Lo he conseguido.
Ahora tengo que salir de aquí a toda prisa, encontrar al resto y por Mentes, que salga bien. No noto la tierra temblar, lo que es bueno, pero la patrulla de robots no andará lejos, aunque no sé por dónde podrían entrar. Salgo de la casa e intento encontrar la grieta desde aquí, algo difícil, porque a las paredes casi no les llega luz. Sé que no estaba enfrente de la puerta, que tengo que girar un poco. Corro lo más rápido posible y me da igual hacer ruido, en esta ratonera me encontrarán seguro. Pongo el pie en un sitio en el que la tierra se deshace, yo caigo, doy una vuelta por el suelo.
A mi lado, la tierra aún se desliza por un agujero al que casi no le da la luz. ¡Podría haber caído por ahí! No parece un agujero natural, tampoco, porque es como un embudo, que desciende como si fuera una espiral. La tierra alrededor está muy negra, y nada crece alrededor, nada, ni los árboles, ni siquiera la hierba morada. Arena muerta. A mi alrededor veo pequeños charcos morados que rezuman de la tierra, y que, cuando piso cerca de ellos, comienzan a deshacerse.
No es momento de parar.
Sigo corriendo hasta la pared, pero no localizo la grieta. Sé que es cuestión de recorrer el borde, pero ya estoy escuchando ruidos. Del techo se abre la luz y caen varias máquinas. Me escondo detrás de un árbol. Qué rápido que caminan... ¿cómo voy a ocultarme de todas? Cae otra cerca, a mi derecha, por inercia camino hacia la izquierda, hasta casi caer en otro agujero, he tenido que balancear los brazos para no hacerlo. Parece una grieta en el suelo, estrecha, no muy profunda. Sin dudarlo un segundo me meto dentro, y cuando llevaré apenas un par de segundos bien colocada dentro, he escuchado la primera máquina pasar muy cerca. La grieta continúa hacia dentro, y puedo seguirla, porque se ensancha por dentro. Prácticamente a oscuras, creo que aquí estaré a salvo. La grieta cada vez se ensancha más, y me obliga a hacer pequeños saltos en sus escalones mientras sigue bajando. Aquí hay más piedras de las que brillan... son mi única luz ahora. Llego a un punto en el que creo que estoy suficientemente oculta de Miedo, espero, lo suficientemente a oscuras. Nunca se sabe si ha controlado animales que habitan en cuevas y ven en la oscuridad... Escucho las gotas caer desde diferentes partes de la cueva, y eso me está poniendo algo nerviosa. Mejor escuchar las gotas constantemente, y soportar las temperaturas bajas que hay aquí, que vérmelas con Miedo y los demás... aunque me sigue preocupando Luchadora. Seguro que ella está preocupada por mí. La he liado mucho dejándome ver por ese zorro.
Escucho un grito desde lo profundo de esta cueva que me crea un escalofrío por todo el cuerpo. Miro despacio hacia abajo, donde aún hay piedras y algunos hongos brillantes, pero no veo nada. Sea lo que sea, está muy adentro... y será mejor que suba un poco, no vaya a poder olerme desde aquí. Pero escucho ese grito otra vez, y juraría que ahora lo he oído diferente. ¿Ha sido eso...? ¡Lo he vuelto a oír! No era un grito, ¡eran caballos! ¿Caballos? Un relinchar, eso ha sido. ¡Y viene de abajo! Eso significa que esta cueva puede dar a una pradera que quizá está cerca de Luchadora, aunque si tiene caballos... los caballos son mamíferos, y podrían estar siendo controlados por Miedo. Según acabo de bajar más escalones, el frío acaba de asentarse, soportable, pero sigue siendo frío... empiezo a tiritar. Mis únicas luces, a parte de algunas piedras, son la gema rosa de la muñeca y la azul que tengo en la mano, cuyos chispazos de energía a veces me golpean en la mano. Sólo chisporrotea cuando alguien la toca. Escuece.
La pared de piedra de la derecha ha pasado a ser, en algún punto, una de hielo que refleja la luz de las gemas y de las piedras, algunas incluso brillan dentro del propio hielo y dan color a todo ese tramo. A veces escucho los sonidos de los caballos, tan sutiles como arriba, porque si piso, ya no los puedo oír. El pasillo sigue siendo sinuoso, pero ahora son dos las paredes de hielo, y escucho agua cerca. Por suerte, el camino sigue siendo de piedra, porque si no, ya estaría en el final, deslizada a toda velocidad y sin posibilidad de volver. Las paredes, poco a poco, comienzan a iluminar por ellas mismas, bien utilizando las piedras luminosas, o las setas que crecen a veces, o la luz del sol que viene de lejos y ya empieza a reflejarse, pero nunca acaba de llegar. El hielo, también, ha cambiado. De ser una simple pared brillante, de textura parecida a la roca, ha comenzado a ondular y a hacer formas más grandes, al tiempo que el camino se ha hecho algo más ancho, aunque no más alto. A veces hay columnas de hielo, hay una que divide el lugar por el que camino de un río que se ha unido. Cuando el río no lo cubre todo, lo que piso es pura nieve, pero no hace más frío, sigue siendo uno constante y más o menos soportable. La cueva pasa a ensancharse mucho, de color azul marino por completo. En algunos puntos tengo que agacharme, en otros podría saltar todo lo que quisiera. A veces el hielo hace formas anguladas que, con la luz, parecen irreales, y en otros hacen grandes lenguas que parecen peces, un banco de peces inmóvil, azul e iluminado de verde, algunos trazos naranjas, el rosa de mi pulsera y los chispazos eléctricos de la Llave.
El camino se abre definitivamente. La pared de este glaciar se fusiona con la roca por tramos, y crean, en conjunto, una sala abierta, gigante, de un techo altísimo compuesto por cristales rectos de hielo, larguísimos y cruzados, que refractan la luz naranja del sol que ya, por fin, aparece, en el gran boquete en el que esta sala acaba, donde veo el cielo y el mar. Puedo ver dos árboles, el primero está cerca, al lado del río, y el segundo es inmenso, da sombra a unas figuras que corren... ¡Por Mentes! Son caballos, pero se ven pequeños. Vuelvo a mirar los cristales gigantes del techo, que reflejan la luz naranja y azul. Este lugar es más inmenso de lo que mide el ojo en un principio.
Me agacho y me acerco, poco a poco. La mayoría, en realidad, no se están moviendo, sólo pastan bajo el árbol, o están tumbados. Deben de ser unos quince... unos... un momento. Pensaba que era una cresta, como una crin alargada, pero lo que tienen en el lomo son alas. Y todos los caballos son blancos... Pegaso.
—Es un caballo extraordinario —dijo Dante—. No necesita cuidado, y no se le puede engañar. Pegaso puede leer tus intenciones sin necesidad de mirarte a los ojos.
Le acariciaba en la pradera que había a la salida de su torre. De vez en cuando, le palmeaba el cuello. Por aquel entonces, Dante ya tenía los ojos completamente blancos, algo que nunca pareció asustar a Pegaso. Yo, en realidad, quería que se fuera para volver a la biblioteca.
—¿Puedo tocarlo? —dije.
—Tocarle. No es un objeto, es un ser más antiguo e inteligente que los dos juntos.
—¿Puedo?
—No. Pegaso tiene que elegirte. Tienes que ser muy especial.
Todos los caballos que corren por esta cueva de roca, hielo y tierra se parecen mucho, blancos y con alas, algunos más grandes y otros más pequeños, distingo dos crías que antes no había visto, con las alas diminutas. A veces se teletransportan a otro punto de la gran sala con dos chasquidos, donde desaparecen y donde vuelven a aparecer, y de correr, pasan a volar cerca de los cristales del techo. Cada vez que relinchan, se escucha de forma clara, pero no mucho más alto que dentro de las cuevas. Aquí no he visto ni una sola señal o rastro de Miedo, tan cerca de aquel lugar asqueroso. Apenas hay niebla, y quizá por eso es todo tan claro y puro. No distingo a Pegaso entre todos ellos, y yo creo que sabría hacerlo, creo... Después de la batalla, no tengo ni idea de qué fue de él, espero que esté bien, esté donde esté, pero prefiero que esté aquí, con la que parece ser su familia.
¡Ah! Un chasquido a mi espalda hace que se me corte la respiración, se retuerzan mis manos y los ojos me desenfoquen. Doy un paso atrás para no caerme, mientras me agarro el pecho y cojo aire por la boca. A mi lado está uno de esos caballos, no parece hostil, cosa que agradezco, y no tiene los ojos morados. ¡Eh...! Dije que le reconocería si pudiera verlo. Le reconozco.
—Pegaso...
Me acerco un paso, dispuesta a acariciarle, pero tengo presentes las palabras de Dante y me corto enseguida. Aún así, le saludo con la mano antes de volver a dejarla abajo. No parece herido, ni más viejo, y de cerca sigue siendo igual de imponente. Sonrío.
—Me alegro mucho de saber que estás bien.
El caballo baja un poco la cabeza, y se acerca, despacio, el corazón me latía rápido, pero ahora quizá más. Se queda a mi lado, mirándome de perfil, con el cuello a la distancia perfecta para que le acaricie... y lo hago. No se aparta, no relincha, no se teletransporta. Cuando era pequeña, las pocas veces que él aparecía en la casa, cuando le llamaba Dante, yo intentaba acercarme corriendo a él, y Dante me regañaba, me decía que le asustaba y así no podía hacer sus exploraciones. Me sentía mal, cuando todo lo que quería era acariciarle. Ni siquiera se acercó a mí, ni una sola vez, mientras estuve presa en su torre. Le noté menos frío, y toleraba mejor la distancia, pero nunca se había acercado. Su pelo es tan suave, tan... perfecto. Frío, como este lugar, y como siempre, supongo, si cada vez que Dante dejaba de necesitarle volvía aquí. Su crin es suave, pese a que cada pelo es grueso. Y está tan limpio...
Pegaso hace una pequeña flexión. Dante nunca le puso las correas que se le ponen a los caballos, porque no le consideraba de su posesión, así que tenía que montarse de un salto. Nadie más se ha montado, al menos que yo lo sepa, y Pegaso, ahora mismo, está ofreciéndome que me monte. Mis manos están temblando un poco, tengo miedo de que lo haga mal y le haga daño, y no me vuelva a dejar montar... Pegaso resopla para que me monte, y yo hago lo que puedo. No sé si lo he hecho bien, he apoyado el brazo en el ala y creo que no le he hecho ningún daño. Después, Pegaso las pliega rápido sobre el cuerpo, tengo las piernas abrazadas por sus alas. Y empieza a trotar hacia el resto.
La familia de caballos se asusta un poco, al principio. Pegaso relincha una vez y manotea en la tierra, sigue llamándoles. El árbol que ahora nos da sombra es tan grande que podría hacer mi casa con un fragmento de una rama y una de sus hojas, y la apertura que da al exterior, aunque es más alta que todas las mentes juntas, es muy estrecha en comparación a la altura total de este sitio, y, aún así, lo ilumina como si todo estuviese abierto. Poco a poco, los caballos empiezan a acercarse. Con un chasquido, uno que antes estaba por lo menos cincuenta metros alejado acaba de transportarse bastante cerca, por detrás, pero ha perdido un poco el equilibrio, y casi se cae. Ese parece joven. Otro, claramente anciano, se planta frente a Pegaso y le hace gestos con la cabeza, a los que Pegaso contesta. Todos me huelen.
Estoy encima de Pegaso. Estoy aquí, en su casa, con su familia. Debo ser muy especial para él... ¿no? Quizá no, pero me conformo con ser digna de estar aquí.
El caballo anciano despliega sus alas enormes enfrente de los dos, y con él, lo hacen otros detrás. Los que estaban más lejos se acercan, algunos mediante chasquidos instantáneos, y despliegan las alas blancas, que brillan con la luz del cristal azul y naranja del techo. Todos permanecen hasta que el anciano baja las alas y yo... sigo con la boca abierta, después de haber visto esto. No... no sé qué decir. Pero tengo que decirle algo. Con los demás caballos aún mirando, incluidas las crías que hay al final, me acerco al oído de mi compañero.
—Pegaso... necesito que me lleves con mi familia.

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