16 de diciembre de 2019

Mentiras imperfectas.


Puede que el aullido de los perros acentúe esto, pero siento que las ventanas del edificio de El Círculo me miran como si fueran sus ojos. Que, si tuviera manos, las usaría para arrastrarse por el jardín y más allá del pequeño muro, llegaría hasta mí y me pediría piedad, que acabase con su vida alargada y agónica de una vez por todas... porque, aunque se ve frío y acartonado, también le siento vivo. De alguna manera, este edificio tiene alma aún, porque me ha estado llamando durante muchas noches, antes de venir a esta isla, desde que tengo en el brazo la marca de Miedo. Cada vez que me alimentaba de su esencia, en cualquier lugar de la isla, me surgían imágenes antiguas del lugar en el que estuviese, pero siempre había alguna de este edificio, siempre. Y me miraba. Bueno... pues aquí estoy, otra vez. Las enredaderas que se ven detrás de los árboles mustios del jardín parecen dos cataratas de lágrimas, y cada grieta, una arruga. Cuatro pisos con siglos de historia sobre las losas del suelo. Cada vez que el viento que viene del norte sopla otra ráfaga, la verja de metal golpea su tope antes de chirriar otra vez cuando se separa.
Más allá, el océano se escucha como si fueran los perros hambrientos, olvidados, encerrados dentro del edificio después del asesinato de sus dueños. La marea siempre está picada en esta zona, seguramente al chocarse con las rocas que forman la pinza de la que veo parte desde aquí. Cada vez que la verja golpea su tope se escucha, porque está cerca, pero el océano se come todo el sonido, hasta el del viento, con sus aullidos infinitos. Sólo el sonido de mi estómago, si no se hubiera callado desde la última vez que probé la comida, hace meses, podría competir ahora con el rugido del agua... Pero el hambre que tengo engulliría a toda la isla. Incluso a esos perros.
Bajo de Aristóteles, tiro de las riendas para que me acompañe, pero se queda plantado en el suelo... no quiere acercarse más a ese sitio, y le entiendo. Aunque no se comportó así las otras dos veces que vinimos, cuando Miedo levantó tentáculos justo detrás del muro para que no pudiéramos pasar.
—¿Estás seguro? —dice Repar, detrás de Aristóteles—. Puede que te arrepientas de ver lo que hay ahí.
Llevo al fondo de mi mente, atrás del todo, todos los pensamientos y opiniones sobre él. Cada vez que me viene a la mente algo sobre lo que quiero hacer, me centro en los detalles del presente, como el ruido de máquina que hace Repar cuando camina con la pierna izquierda. El Juguetero realmente se esmeró con él, porque la ingeniería que forma la parte izquierda de su cuerpo, renovada entera, es superior a la que Erudito y él construyeron, mucho más cuidada que los robots que se han construido en masa, de metal oxidado, donde lo único realmente trabajado han sido las articulaciones. Repar ha llegado hasta la verja, la abre para mí, el metal chirría, me mira y me hace el gesto para que pase yo delante. El sol del mediodía se refleja en su metal, incluso cuando se oculta detrás de una nube. Todo en él es raro, y los ojos morados son lo de menos. Además de la mejora mecánica, le veo más joven y sano, más ejercitado, quizá. Me giro hacia Aristóteles, le acaricio la frente como suelo hacer cada vez que quiero que me espere, él me mira con ojos preocupados... pero es que me niego a aceptar que Madurez haya muerto.
Un rugido agudo rasga el cielo. En el cielo del mediodía, una sombra gigante está descendiendo en picado hacia nosotros, yo tiro de Aristóteles, para alejarnos. Entonces el ave abre las alas, tapa la luz del sol, y dejándose caer, aterriza sus garras en el muro, a nuestro lado. Cuando las uñas de las garras se cierran sobre la piedra, siento que antes arrancaría el muro que se soltaría de allí involuntariamente. El águila, completamente erguida, medirá algo más de metro y medio, y me cuesta mirar a sus ojos, porque el sol ilumina sobre su cabeza. Pero incluso antes de apartarme y verla desde otro ángulo, ya distinguía el morado brillante, de los que sale vapor del mismo color.
—¿Qué tal, Energía? —le digo—. Veo que has crecido... ya no eres un cuervo.
—Qué curioso, Eissen.
Reconozco la voz de Energía detrás del muro. Un enano surge del muro y se coloca junto a la verja, al otro lado que Repar. Dos ojos de vapor morado, como los del águila. Una gran brecha en la cabeza.
—Los años convividos me llevan a la conclusión que conoces a la perfección mi sistema de funcionamiento —dice el enano, con la voz de Energía—, por lo que tu imprecisión acerca de mi tamaño se me antoja como un chiste. ¿Me equivoco?
El enano gira la cara hacia un lado y tensa ligeramente los labios, la misma mueca que Energía solía poner cuando, poseyendo el cuerpo de Lisa, esperaba que el otro la respondiera. Miro el águila, que también me mira con la cabeza ladeada.
—¿Por qué finges ser ella —digo—, si tú y yo no tenemos nada que ocultarnos, Miedo?
—No has podido verlo, Eissen, —Energía niega con la cabeza—, pero Miedo realmente tiene un propósito. Algo bueno que ofrecer al mundo.
—¡Deja de fingir que eres ella!
—Yo soy ella, Eissen —dice—. Soy casi toda yo.
—Escúchala —dice Repar, con trazas de otras voces—. Si supieras lo que pienso hacer... lo entenderías.
Por un momento me planteo que Energía realmente hubiese cambiado de bando. Repar aún sigue en la misma posición, indicándome que entre, antes de empezar a caminar me desequilibro un poco, por la falta de fuerzas, el hambre. Entro despacio. Lo que debería ser el jardín de la entrada es una sola línea de árboles bajos y marchitos. Me acompañan Repar y el enano con la brecha en la cabeza. Miro atrás, donde el águila custodia aún la verja, cerca de Aristóteles, que ha bufado una vez, y me palmea en la tierra para que vuelva a él.
—Así que tienes un plan —digo.
—Todos deberíamos tener uno en la vida —dice Repar—. Vagar por la isla probando a ver qué te encuentras no lo es.
No tengo un plan, no me cuesta reconocerlo. ¿Hace falta? Miedo no entiende por qué decidí venir a esta isla, porque nunca ha tenido familia, siempre ha actuado solo.
—No tengo familia, Eissen —dice, señalándome con el dedo—, pero tú tampoco, les he convertido a todos. Y una persona, en concreto, está muerta.
Me siento más pesado de pronto, junto a la fila de árboles, aunque no sé si ha sido por el hambre. Tenso mucho los labios, y no oculto la mirada desafiante. No te he hablado, Miedo, y me has contestado igualmente... pero, ¿sabes qué? Me parece bien. Ahora he marcado cada palabra en mi cabeza, para asegurarme de que recibías el mensaje, capullo. ¿Puedes leerme la mente? Porque no voy a decirte ni una palabra más. Repar me mira, con gesto chulo, sí, mírame. Me gusta. Haz lo que te dé la gana, dice Repar. Me centro en los detalles del presente para que lo ocupen todo, como el portón al que estamos a punto de llegar, los árboles marchitos que hemos pasado, el camino de losas sucio. Nos paramos frente a la puerta, desde la que puedo ver el interior oscuro del edificio a través de pequeños agujeros entre las líneas opacas de cristal roto.
Repar hace sonar las llaves que tenía guardadas. Cada vuelta en la ranura oxidada suena como una campanada. Cómo chirría el portón al abrir. Delante de mí, un pasillo oscuro, repleto de telarañas en las aristas del techo, y una sensación constante de frío, no por el viento, que no corre aquí, sino uno que te muerde la piel. ¿O quizá sienta eso por el aire viciado que se respira, como si oliera comida repleta de hongos? Y ni siquiera he entrado. Doy yo el primer paso, y Repar continúa conmigo, el enano se ha quedado fuera. Me giro hacia él. Está montando guardia.
Los primeros pasos no son mucho peores que el primero, huele igual, se siente igual, la pintura de las paredes se ha caído o se está cayendo, el suelo cruje con cada paso. Repar enciende la linterna, pero no sirve para iluminar el final del pasillo, porque la luz se va perdiendo entre las motas gruesas de polvo y las telas de araña que brillan como si fuesen ésas las que emitieran la luz. Un momento... el antiguo Repar no tenía linterna, ¿verdad? Caminando por el pasillo he vuelto a perder el equilibrio contra la pared, ya puedo dar un paso más sin alimentarme, y éste es buen lugar. Me concentro, y Repar se detiene, apoyado en la pared y con los brazos cruzados, mirándome... Dejo que la esencia de Miedo, presente en todo el subsuelo de la isla, suba hasta mi cuerpo. No puede verse, pero carga mi energía como si mi cuerpo fueran células vacías que ahora tienen contenido, un propósito. Siento ese propósito. Alimentarme en este lugar hace que la energía de Miedo se mezcle con el edificio, y me ofrece imágenes que oculto rápido en la parte trasera de mi pensamiento, pero, al mismo tiempo, les presto toda la atención. Son fugaces y repentinas.
Dos familias.
La tierra se parte, el antiguo edificio.
A las órdenes.
Un espejo mágico.
Dos lágrimas, dos cascadas.
Vuelan.
Miedo mira.
Dos hermanos.
Catorce ojos en la noche.
Cojo aire con tanta ansia que parece que estoy gritando. Pensaba que sólo habían pasado unos segundos, pero escuchándome gemir con cada respiración, ha debido de ser mucho, mucho más. El trance, esta vez, ha sido intenso, como si acabara de salir de un sueño.
—¿Pasa algo? —me dice Repar.
Para ti nunca va a pasar nada. Tu esencia es una basura y estoy cansado de alimentarme de ella, por cierto. Voy a aprender a cazar. Repar me mira con sonrisa suficiente.
—Me gustaría verte intentándolo. Oye, ¿qué has visto cuando te has alimentado?
Le miro, serio, aún cogiendo aire de forma exagerada. He visto a dos viejos hablando, Miedo, y cómo la tierra ha cambiado durante los años. ¿Acaso me vas a decir ahora que eso lo has vivido porque eres eterno y tienes mil años? Me da igual. El último asiento de mi mente se satura de imágenes y pensamientos que estoy descartando. Me mira con cara curiosa, asintiendo, despacio. Yo le miro también, le aguanto la mirada. Repar me señala con la cabeza hacia el final del pasillo, y continúa. Como me ha estado enfocando los ojos con la linterna, ahora no veo nada.
Quiero saber si de verdad ha hecho daño a mi familia...
En el fondo, no importa si miente o dice la verdad.
Pero es que es una locura.
—¿El qué es una locura? —dice.
Mi mano tropieza con una puerta en el pasillo, he tenido que tocarla porque no veo nada. El metal del pomo está oxidado en la parte de abajo... Éste está bien. Cojo aire. Giro el pomo, abro la puerta y la cierro rápido, conmigo dentro, corro también unos pasos en la habitación absolutamente oscura, hasta que caigo en la cuenta de que podría tropezarme si hago eso. Juraría que he tocado tela de araña con el pelo, pero no estoy seguro. ¡Eissen!, grita Repar, mientras abre la puerta y camina hacia mí a buen ritmo. De él sólo veo su linterna. ¿Qué haces?, pregunta, yo me centro en los detalles del presente, repaso el contorno de su brazo izquierdo, metálico, cómo brilla con la luz cuando me agarra el brazo hasta casi estallarme el hueso. Me sacude y dice algo. Puedo ver el cañón de un arma, oculta dentro de los músculos falsos de metal. La linterna se coloca muy cerca de mi cara, y no puedo ver nada más.
—Por favor, Eissen —habla Energía—, sólo puedes acceder a las salas habilitadas para su uso.
Habla desde un cacharro que se ilumina de morado, un núcleo en miniatura, integrado cerca de la clavícula metálica de Repar. Respiro por la boca varias veces para olvidar el dolor mientras él me pide explicaciones, pero no funciona, el dolor ahí sigue, hasta que me disculpo, y por fin, me suelta. Vale. Cojo aire un par de veces más, por si acaso, hasta que los músculos del brazo empiezan a respirar. Necesito otro par más. Me quito las lágrimas de los ojos. Uf... Ya estoy. Desenfundo la espada de Razón, camino rápido por debajo de su brazo y le agarro por la espalda, con el filo del arma bien cerca de su cuello. Le chisto para que no se mueva, entonces aparecen los tentáculos en la sala, iluminados por la linterna. Llenan la habitación de sombras sinuosas.
¡Si mueves un centímetro esos tentáculos le mato! ¿Me has oído? ¡Muévete, y Repar morirá!
El hombre apaga la linterna de su ojo, pero aún sigo escuchando el vaivén viscoso de los tentáculos, en algún punto de la oscuridad. Sólo el vaivén de los tentáculos, más allá de la respiración forzada de Repar, de la fricción entre los dos debido a la fuerza que hacemos.
—No sé a qué juegas —le cuesta hablar—, pero sé que no eres capaz.
No me fijo en el balanceo de atrás, lo he guardado en la parte trasera de la memoria, no existe ningún tentáculo atrás porque no puedo verlo. Repar pone a prueba mis brazos con los suyos, porque sabe que es más fuerte que yo, pero ante cualquier movimiento, la espada de Razón está pegada a su cuello y sigue muy afilada. Escucho los balanceos de los tentáculos de delante, porque son los que existen... pero cuando dejo de escuchar el que no existe, me aparto, corriendo. Miedo se golpea a sí mismo, el tentáculo a Repar, el último se ha quejado de dolor cuando ha sido mandado lejos de la habitación. ¡Mi músculos tiemblan de adrenalina! Corro hacia el pasillo, mientras recuerdo dónde memoricé el balanceo que sí escuchaba atrás, que sí existía y me negaba saberlo, corto el aire con la espada de Razón, se atasca en el marco de la puerta que no puedo ver, lo intento otra vez, y, esta vez sí, noto una viscosidad que se separa frente al filo de la espada. Cuando el tentáculo cae, también lo hace sobre mi pie... pesa más de lo que parecía. Me giro hacia el portón lleno de luz, y corro hacia él, sí, pero hacia atrás, hacia el fondo del pasillo, de modo que cada vez tengo la puerta más lejos. No veo cómo Repar sale de la habitación, se gira y dispara con su cañón de brazo hacia dentro del edificio, hacia mí, pero lo sé, porque igual que tú puedes leer mis pensamientos, Miedo, yo también sé algunas cosas sobre ti. Mientras Repar miraba hacia el fondo del pasillo, yo ya había salido, y, después de gritar que lo siento, he separado la cabeza del cuerpo del cadáver enano que controlaba Energía y protegía la puerta... ya estaba muerto. Me quedo quieto en el jardín, esperándote, a ver cómo reaccionas. Los tentáculos emergen de la tierra formando un muro que me encierra dentro del recinto. Allá viene Repar, ¿me disparará? Oh, sí, lo ha hecho, me ha dado de pleno, yo era un blanco fácil porque estaba quieto, pero es que no estaba quieto. En lo que los tentáculos salían de la tierra y Repar disparaba al centro del jardín, donde yo estaba, en realidad yo corría a toda velocidad de allí. Crucé la verja cuando los tentáculos gigantes salían de los agujeros ya excavados en la tierra, y me hubieran atrapado, y me hubieras disparado, pero ya estaba fuera.
¿Y por qué iba a hacer esto, esta locura?
No quiero decírtelo.

El águila de Energía estuvo atacando a Aristóteles, agarrando su silla metálica y levantándole, no sé bien si para llevárselo o para quitarle la silla, pero ya no lo está haciendo... aunque eso ya lo sabes, ya lo habrás notado. Si pasa lo que yo creo y Energía no tiene voluntad sobre lo que hace y dice, aunque te esfuerces para que parezca que sí, tú eres el que habrás sentido el golpe de la espada cuando he cortado parte de la base del ala del animal, respirando aún, moribundo en la hierba.
Escucho aún los disparos de Repar que se dirigen a donde estaba mi yo del pasado, llegas tarde, porque Aristóteles lleva cabalgando unos segundos y ya ha salido fuera de tu alcance. Tu águila le ha hecho varios cortes con sus garras, ¡y me los acabarás pagando todos! Lo siento, Aristóteles, digo en alto, esto sí está pasando ahora, lo siento por las heridas, el estrés, por hacerle correr ahora, pero está corriendo con ganas, con auténtica motivación, como si supiera que yo he averiguado cómo jugártela y hubiese estado deseando este momento durante meses. Puede que yendo al paso y con el viento golpeando de lado, el caballo se tuerza un poco, pero cuando corre, y más si el viento va a su favor, como ahora, es un rayo, es impresionante. Un tentáculo aparece cerca de nosotros y Aristóteles tiene que virar para esquivarlo, miro arriba, allí está, uno de los cuervos de Energía que nos ve desde lo alto. Por un momento, han aparecido varios chispazos morados humeantes desde los ojos de Aristóteles, pero ha retorcido la cabeza, y han acabado parando. Joder. Si tengo que despistarte, prefiero girar hacia la izquierda para perderte en la zona noreste, la que tanto me prohibías, a Aristóteles le cuesta siempre más girar hacia ese lado, y no sé por qué. El siguiente tentáculo, ha aparecido, efecti­vamente, más hacia la izquierda, y ni siquiera me ha hecho falta esquivarlo. ¿Qué pasa? ¿Ya no puedes fiarte de los ojos de tus cuervos? ¡No había girado hacia la izquierda! Eso tendrá que ser luego, porque el puente que cruza el río en el norte de la llanura es mi última oportunidad para ir hacia el sur.
Los tentáculos cada vez son más constantes, se nota que el cuervo sigue mis pasos... uno lo he esquivado por muy poco. Otro chispazo en los ojos de Aristóteles... ¿Y qué vas a hacer cuando gire hacia la cordillera y me pierda entre los árboles? ¿Podrás seguirme? Miro el puente del río. ¿Podrás verme cuando los árboles tapen mi figura, te rendirás, o usarás a las malditas ardillas para verme?
Giro a la izquierda bruscamente para coger in extremis el puente que continúa el camino que me llevará al sur, a donde realmente quiero ir, cuando un muro de tentáculos hacen estallar la tierra y que vuele, justo delante de mí. Freno a Aristóteles, pero no es tan fácil cuando se va tan rápido, y la tierra húmeda le hace resbalar... un tentáculo baja, y se estrella contra nosotros. Y, de nuevo, el tentáculo hace estallar la tierra. No estaba allí, tampoco Aristóteles, cuando en realidad hemos cogido un camino muy diferente al puente que tanto había barnizado de deseo, y ahora nos dirigimos... ¿a dónde? Las líneas se difuminan delante de mí.
Los colores desaparecen y sólo quedan el blanco y el negro en alto contraste. La humedad en el viento se vuelve papel de lija y deshace la capacidad de mi nariz para reconocer aromas que antes hubiera adivinado. El frío desaparece y no entiendo cómo, porque el resto de elementos aún siguen, distorsionados e inaccesibles, y el frío, al abandonarles, ha dejado un hueco negro en el puzzle que puedo ver perfectamente frente a mí. Todos los elementos siguen, pero en la parte de arriba, donde debería estar parte del cielo, ahora hay una mancha negra que representa ese vacío. ¿Tú también la ves? Deberías. Porque esa mancha son árboles sobre la nieve, de hojas negras y opacas en este cuadro de alto contraste en el que estoy dibujado, y sus ramas impiden a tus malditos cuervos seguirme desde la altura. ¿Cómo jugaré con tus animales si no los envías a este lugar difuminado y deforme, donde el cielo a veces alcanza la tierra? Y Aristóteles corre, como una bestia fina y atlética diseñado para eso desde el momento en el que nació, cada zancada suya es un tic tac en el reloj, en el que yo estoy más cerca de mi objetivo y tú más lejos de impedirlo.
¿Un objetivo?
Sí. Tengo algo en mente.

Me preocupan más los pájaros que pueda espantar con el galope de Aristóteles que las huellas que dejamos sobre la nieve fina. En este bosque de la sierra, alejado de todo, podemos volar y evitar hacer cualquier huella. Volamos alto gracias a los vientos que se levantan del desierto del norte, del que su arena fina y cálida aún se resbala por el agujero del bolsillo de mi chaqueta. Los vientos nos dejan cerca de una bahía inexplorada que aún veo lejana, desde el mar, que no cubre más allá de la pezuña de mi compañero. ¡Cómo salpica el agua, según Aristóteles corre hacia la playa! Junto a nosotros, anguilas rojas serpentean y a veces nos esperan para continuar todos a la vez. Lo que me esperaba es que, poco antes de llegar a la playa, un agujero, no, una rampa de arena, nos tragase cada vez más hasta comenzar a respirar debajo del agua, Aristóteles galopa a la misma velocidad a la que iba fuera. Al final de esa rampa, que ahora se ha convertido en un túnel subacuático, las algas se van apartando conforme nosotros pasamos, y hay mucha luz, porque organismos en el techo la desprenden. El túnel serpentea, hacia arriba, hacia arriba, y desemboca en un precipicio abrupto, en el que Aristóteles sigue corriendo por el agua según nos deja suavemente en el fondo marino, un fondo blanco por la nieve y amarillo por los brillos de la tarde en las plantas, la tierra húmeda. El bosque. Cojo el camino de la derecha cuando se bifurca, hacia lo alto de una de las montañas, donde nos ocultaremos de ti para siempre. Entonces oigo un chasquido grave, ¿cómo decirlo? El ruido que se hace al golpear el suelo con algo contundente. ¿Puede que un tentáculo intentase atacar a Aristóteles por donde crees que iba a ir? Nunca cogí el camino de la derecha, y ese momento pasó, además, hace bastante tiempo. Estoy mucho más adelante, en un lugar de colores magentas y naranjas, negros y azules invertidos, cielo negro y detalles borrosos y pixelados.
No voy a decirte dónde estoy.
Los minutos pasan, probablemente lleve horas imaginando estos sitios, este detalle, con tal de no pensar en el paisaje real donde no nos encuentras. ¿Pensaste que tú tenías poder sobre mí? Lo tienes, sí. Sabes todo lo que yo pienso, en cierto modo eres también protagonista de mi vida, y, si quisieras, en cualquier momento podrías dar mi caso por perdido y abandonarme, para dejarme libre y mi historia, en lo que te concierne, se habrá acabado. Pero yo también tengo poder sobre ti. Tengo información sobre ti, también, porque cada vez que depositas tus sentimientos sobre mí, yo los percibo. Perfectamente. Yo también influyo en tus acciones, porque lo que yo haga es algo sobre lo que tú vas a reaccionar y reflexionar. Y más allá de eso, puedo elegir no decirte nada, o mentir, y no sabrás dónde estoy, ni qué me pasa, nunca, hasta que yo lo quiera, y quizá yo no viviré bien o en paz, pero tú tampoco. Habrás vivido una vida que no has llegado a comprender y que así ha seguido hasta que se acabe la última página el día que me muera.
No. Me. Controlas.

En el bosque difuminado que hay frente a mí, los sonidos son tan estridentes que hace tiempo dejé de oírlos todos, pero los olores aún son fuertes, a veces aún huelo el aliento de la Señorita Lorraine, la vainilla de Afrodita. La tierra tiembla, y nos hace empuja hacia arriba, cuando lo hace bruscamente. Y cuando llegamos a la altura máxima de salto, puedo sentir en las mejillas el olor del cuero de la armadura de Luchadora y el calor que desprendía cuando practicaba los ejercicios. La tierra sigue temblando, y ascendemos a la humedad del verano en la playa, justo cuando una ola viene y los cascos de Aristóteles se bañan durante unos segundos de nieve anaranjada. ¿Por qué la playa es verde, si la nieve es naranja, y el cielo, amarillo? Hace tiempo que dejé de prestar atención a los colores que cambian, algunos chillan y otros me susurran sonidos estridentes, pero en ninguno de los casos los oigo, porque dejé de hacerlo hace tiempo. Y guardo atrás, en la última fila de la memoria, los sonidos clave, como los aleteos de los pájaros que han volado por nosotros, lejos de donde estamos en realidad, y guardo aún más adentro el tacto del cuello de Aristóteles cuando le acaricio y le susurro que estoy muy orgulloso de él. ¿Tenemos tiempo? La tierra vibra con tanta violencia que me asciende hasta un gran negro dibujado de estrellas. A lo lejos veo un planeta, que no sé si es el nuestro o uno completamente nuevo. Un universo lleno de planetas en el que cada uno podría ser la cabeza de una persona en la que conviven decenas de mentes y cientos de problemas, ¿y cómo serán esas mentes? ¿Visten bien, Miedo, huelen a vainilla, tienen la carga de soportarte? Sonidos de algodón me acarician y me llevan a donde no he estado, a las formas de las cumbres que no voy a decirte, al camino que hace rato dejé de seguir y no te diré desde cuándo.
Una mujer derrama el agua del cántaro sobre su propio cuerpo, en este yermo vacío y seco de tierra cuarteada, donde, a lo lejos, veo una cabra. La mujer huele a azucenas, a caricias rotas, a soledad en la isla. Sólo Aristóteles me acompaña en este viaje. Un trozo de carne sale despedido cuando golpeo a Duch con el látigo por tercera vez, en el sótano de la torre de Dante. Se derrama sangre en mis manos cuando atravieso el cuerpo de Luchadora con la espada de Razón, sangre joven, inocencia rota, soy un asesino. ¿Cómo me iba a acompañar nadie, si allá donde voy, provoco violencia y discordia?

El realismo de las imágenes se desvanece cuando vuelvo a este valle parcialmente nevado que llevo minutos recorriendo, lejos de los árboles, entre un lago gigante en lo alto de esta montaña y la cumbre que se levanta a la derecha, donde veo una cabeza gigante tallada en la roca. Atrás, los árboles pasaron hace tiempo.
Una figura de ojos morados y brillantes desciende del cielo. Es el águila de Energía, me ha encontrado en la cordillera. Me mira desde el suelo, apenas la veo, porque está lejos. Aristóteles ya ha empezado a virar el camino cuando los primeros tentáculos horadan la tierra y se preparan para interceptarnos, todos cerca del águila. Y salen, más, y más, y más... hasta cubrir la línea entera que hay entre el lago y la montaña. En este lugar, los tentáculos aparecen en mucho menos tiempo del que estoy acostumbrado. Vuelven a surgir los chispazos morados en los ojos de Aristóteles, se retuerce. Miro los tentáculos. El águila está encorvada y su ala llena de sangre. ¿No vas a rendirte, verdad? ¡Yo tampoco! Cuando llegue a la próxima zona arbolada, varios kilómetros más allá, me perderás otra vez. Doy media vuelta repentina, en la que Aristóteles ha tenido que hacer fuerza para frenar con el lado derecho, deshago el camino por la hierba, miro atrás... nada. Miedo sigue protegiendo el frente, donde no hemos dejado de cabalgar. Difumino el paisaje y también mi figura y la de mi amigo. Después de un chispazo, paro de hacerlo. No está funcionando, y, durante un segundo entero, parecía que Energía iba a poseer al caballo.
No paran de salir tentáculos... son demasiados, y han comenzado a girar haciendo barridos... es imposible que mi amigo sortee a todos, tendríamos que nadar por el lago y no tiene pinta de que vayamos a pasar un buen rato. Detrás, varios tentáculos surgen para cerrarnos el camino, pero aún nos da tiempo, ¡media vuelta, Aristóteles!, le grito, tiro de las riendas, pero el caballo cabalga desbocado hacia delante. ¡Media vuelta! Se retuerce con cada chispazo morado, pero no cambia ni la fuerza ni la trayectoria. Hago un último tirón al que mi amigo no responde. Vamos a hacerlo.
El primer tentáculo embiste, el animal lo salta. Para el segundo frena un poco, y vuelve a acelerar cuando se ha estrellado en el suelo, saltándolo. Un chispazo se adueña de sus ojos durante otro segundo entero.
—¡Aristóteles!
El tercer tentáculo ha venido con un cuarto que no he visto. Yo vuelo. Han cogido a Aristóteles por los lados. Me protejo la nuca. Lo han frenado en seco. Del impacto, los ojos lo han visto todo blanco aunque los tuviera cerrados, intento estirar mi cuerpo, pero no dejo de rodar. Cuando me estrello en un lugar de toda esta hierba, me quema la rodilla derecha. Pantalón rasgado, bastante sangre. No veo bien, veo borroso, y esta vez es verdad... escucho el quejido agónico de Aristóteles... no puedo levantarme. Los dos tentáculos arrancan la silla de montar metálica y la lanzan lejos. ¡No! ¡Aristóteles no ha hecho nada! No puedo ni tener los ojos abiertos, después de haber visto el humo morado. El águila de Energía se posa cerca de donde estoy. Es un maldito pájaro, pero sé que está enfadada, se ve en sus ojos. ¿Y crees que te voy a pedir disculpas? Yo no pedí nacer. Me levanto en medio de millones de destellos que huelen a plástico quemado, me acaricia la brisa fresca que soplan las hadas. Espolvoreo la nieve ligera de mi cuerpo, tocado por astros helados a la deriva. La que toca mi rodilla es roja, pegajosa. Retrocedo y levanto los brazos, doy vueltas alrededor de este desierto de hielo negro, me da igual ya, me da igual. Toma mi cuerpo, si es que has ganado... felicidades. Energía ha poseído a Aristóteles, así que... que acabe pronto.
Pero no soy para ti.
El águila abre las alas, una de ellas repleta de sangre, y avanza hacia mí con el pico abierto. Aristóteles también se acerca, aparto la vista de inmediato. Sólo le he visto un segundo, suficiente para saber que el que camina no es él, mi amigo no camina así. Los dos animales huelen la sangre que mancha la nieve donde caí. Huelen el aire. Se acercan. Noto algo que falta en todo este procedimiento... es raro, no sabría explicarlo, es todo demasiado ligero. Envío todo a la parte trasera de mi mente, lejos, donde no tenga acceso, porque acabo de averiguarlo. El caballo avanza hasta mí y patea el aire, y por pocos centímetros no me toca, no me atrevo a verle los ojos humeantes. Los del águila están abiertos de sorpresa, él lo sabe, lo sabemos. Ahora Miedo ya no me está escuchando, y sí le siento aquí, conmigo, pero está muy lejos, y si tengo cuidado, sé que no va a leer mis pensamientos, lo sé, porque ahora mismo no puede verme. Me duele la cabeza. Los dos animales tocan el aire con sus extremidades y miran a todas partes, incluso el águila mira hacia el cielo. ¡Literalmente no pueden verme!, porque no estoy con ellos, sino lejos, junto a una cascada, pero no como las dos cascadas que caen de este lago gigante, tan grandes como el bosque Uut entero... cada una. No. Estoy en lo alto de una cascada pequeña, pero muy alta, y miro a los dos animales desde arriba. Congelo la imagen, y la dejo presente en la parte de delante de mi cabeza. Allí estoy, Miedo, por si quieres buscarme. Me limpio la lágrima. Miro a Aristóteles, de pasada, una última vez.

Hace meses, las noches duraban días enteros. Sin embargo, en verano, el sol se queda en el sur largo rato, dejando una bruma de luminosidad tenue, hasta que se esconde por poco más de tres horas. Y así está el sol, no muy lejos de ponerse. Siento hambre otra vez, pero si me alimento de la esencia de Miedo, sabrá dónde estoy. Hace meses que no pruebo comida de verdad, y aquí no crecen frutas. Una sola baya comí, y Miedo tuvo que salvarme de la muerte.
Camino por las zonas sin nieve que hay junto al lago para no hacer huellas. Los trozos de hielo que flotan en él son de todos los colores del arcoiris, más incluso, y en desorden. Flotan estáticos, cubiertos de nieve, y en cada uno podríamos construir un pueblo. He caminado tanto en tan poco tiempo que he dejado atrás el lago y la cumbre con cara de mujer y estoy junto a una con la cabeza de un pájaro, el único que me mira, con sus pupilas de roca, de todos los que me buscan poseídos por Energía. No hay más tentáculos, pero sí hay robots, haciendo patrullas y guardias en lo alto de unos riscos. No me han visto.
El dolor de mi cabeza hace rato empezó a evolucionar y se ha convertido en una tensión insoportable, donde creo que la sangre de verdad se va a salir de las venas y va a estallarme el cerebro. No lo digo para hacerme gracia a mí mismo, me he tocado la cabeza, preocupado. Es como si hubiera aprendido a mentir tan bien que parte de mí esté mandando pedacitos de mi esqueleto a la trituradora a cambio de mantener a Miedo lejos, y me siento raro, porque le echo de menos. Ahora que ya no la recibo, me doy cuenta de toda la información que me daba, sin darme cuenta, sobre él y sobre la posición de sus extensiones. De esta manera puedo respirar un poco y no necesito mentirme tanto a mí mismo, ¿pero llegaré vivo antes de llegar a la guarida de Los Creadores?
Acabo de atravesar el valle, he dejado atrás un conjunto de ruinas que debió ser un antiguo pueblo en el pasado. Veo delante varias bolas de nieve que ruedan hacia lo alto de la montaña, siendo cada vez más grandes, y me recuerdan, de aquella manera, a las visiones que me dio el edificio de El Círculo cuando me alimenté allí de la esencia de Miedo, bueno, sólo de una, en realidad, la de cuando Los Creadores comenzaron a volar hacia el cielo, mientras nueve personas se despedían de ellos.
Dos familias, formadas por nueve personas.
La tierra se parte, el antiguo edificio cae donde ahora hay una pinza, formada por rocas que no han terminado de abalanzarse hacia el océano.
A las órdenes de Los Creadores cambiaron su estilo de vida, construyeron una nueva casa.
Un espejo mágico, desde el que El Círculo observa.
Dos lágrimas, dos cascadas que la isla llora por los pueblos que hoy son ruinas.
Vuelan Altaír, Tubán y Arisa después de haber matado.
Miedo mira su guarida con deseo.
Dos hermanos quieren hablar con Altaír para discutir un asunto importante.
Catorce ojos en la noche me están mirando.
Me alivio de no haberlas olvidado, aunque, ahora que las repaso más vívidamente, me parecen más caóticas. Miedo quiere hacer algo en la guarida de Los Creadores, y yo puedo usar esa información como moneda para que ellos saquen la parte de Miedo que habita en mí. Vi su guarida. No tengo duda, después de recordar las pinturas mal tapadas que había en la casa del carpintero, donde se señalaban unas coordenadas... esas. Es una misión estúpida, porque no van a querer verme, o seguro que o no pueden curarme, pero... Aristóteles. ¿Qué más da ahora?

Hace tiempo que ha dejado de haber nieve en este lugar. El camino es ahora de fango, un cenagal, donde veo un pequeño caudal de agua. Me arrodillo violentamente junto al agua, pese al escozor de la derecha, aparto a unos bichejos que bucean por el fondo, y comienzo a beber como si no lo hubiera hecho en un año. Noto mi cuerpo cambiar según bebo agua, como si mis células por fin se llenaran de algo sólido y contundente. Bebo durante minutos, acompañado del aullido de algunos lobos. Por un momento me ha entrado un escalofrío, al acordarme de los aulladores de Ashotán Óniros. Luego, una patrulla de robots se acerca, al principio corro a esconderme, pero luego caigo en la cuenta de que no puede verme porque en realidad no estoy ahí, sigo aún mirándoles desde arriba, en lo alto de mi pequeña cascada, así que me expongo sin problema y simplemente voy con cuidado de no dejar huellas blancas en el camino, basta con caminar por las rocas del desfiladero e incluso podría saludar a estos robots según pasan a mi lado por el camino de piedras sin saber que estoy ahí, mofándome de ellos. Es gracioso, porque incluso si Miedo supiera que estoy junto a una de sus patrullas, no sabría al lado de cuál estaría, porque este lugar está plagado de ellas.
Ay, no puedo ni torcer el cuello en paz... De verdad que la cabeza me arde, muchísimo, pero me alivia poder ser sincero conmigo mismo. Bajo el camino con cuidado, por las zonas de hielo, y me quedo mirando esta colina que sirve como el centro neurálgico de todas las tropas de Miedo, por lo menos doscientos soldados a su servicio. El sol, desde lo alto, iluminará mi camino. Y ese camino a la guarida de Los Creadores recorre toda la cordillera este, y una de sus paradas principales es esta colina, donde, si cogiera el camino que sube hacia esa montaña sin rostro en su cumbre, al lado del único volcán activo de toda la isla, llegaríamos a esa puerta grande de metal que he visto tanto en mis sueños, está abierta, custodiada por dos filas de robots.
Tras esa puerta está la guardia de Miedo, donde él se esconde, oculto en el punto suroeste de la cordillera. Miedo, en persona. Nunca le he visto, sólo esa puerta, y en sueños.
Lo siguiente que hago es coger una tabla de monopatín, convenientemente apoyada a un lado del camino, y me deslizo ágil entre las numerosas humanoides oxidados, escorpiones y gorilas estúpidos. La noche, que se ha cerrado definitivamente sobre la isla, dibuja auroras rosáceas en el cielo. Hay un mago haciendo trucos para entretenerles, junto a la playa, ojalá pudiera hacer aparecer unas gafas de aviador, porque los vientos de este desierto llenan mis ojos de arena y cristales de hielo que caen desde la cueva del cielo. Realmente, no hace falta que me convenza a mí mismo de todas estas cosas... basta con no decirle dónde estoy realmente.
El estómago me ruge muchísimo, se estremece, y temo perder el equilibrio y que me descubran por el ruido, o porque me choque con algo. Beber agua le ha recordado a mi cuerpo que está vivo, y necesita comida de verdad... No me preocupa el aire frío, porque mi cabeza calienta el cuerpo entero. Ya queda poco, venga, ánimo, que ya queda poco... Apenas queda una línea fina de luna para hacerme compañía. La única certeza que tengo, ahora mismo, es que esta noche no voy a dormir. Quién sabe lo que haré mañana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario