20 de diciembre de 2019

Calma, no calma.



Nada más suena el chasquido, Pegaso se ha separado de todos, claramente incómodo, y, con él, también me separo yo. Estamos en el pueblo... nos ha traído en un segundo, exactamente al lugar que le habíamos pedido. Las alas recogen mis piernas de forma tan firme que no podría caerme de él ni aunque lo intentase. Ahora no tengo dudas de que Pegaso no es un animal corriente. Cuando ya ha caminado lo suficiente, lejos de todos, se para y se gira para mirarles. Luchadora ha hecho el gesto de haber estado a punto de vomitar, e Iloa se toca los dedos de las manos, como si aún conservase en las yemas algún tipo de magia imposible. Sólo Stille está bien, erguida, mirándome. ¡Falsa alarma!, grita el guardia de la puerta del poblado, y un enano se ha vuelto a guardar el arco.
Pegaso abre las alas, y da pequeños saltos nerviosos con sus patas delanteras, para que me baje. Ya voy, ya voy, le digo, pero cuando deslizaba la segunda pierna por su lomo, aún ha saltado un poco más para bajarme de golpe, y sacudiéndose nerviosamente, me mira una última vez, antes de desaparecer de un chasquido que ha dejado una fina bruma de polvo azul.
Miro alrededor. Las caras de los dos guardias de la puerta, las de las dos ancianas y el anciano que tejen, nada más se entra en el pueblo, los gestos perplejos de Iloa... incluso la cara de Luchadora, que se está recomponiendo después de estar a punto de vomitar dos veces. Todas refuerzan la magia de este momento, me anclan a la tierra, no sé, me dicen sólo con su mirada que no estoy soñando, que realmente ha pasado. He volado con Pegaso. Salimos por la grieta, nos teletransportamos muy arriba, donde la isla se veía pequeña y casi podría haberla abarcado entera con los ojos, pero el viento no paraba de sacudirme y estaba aterrada. Pegaso les vio desde esa distancia y bajó en picado. Nunca había experimentado el volar siendo la persona que cabalgaba a Pegaso... y es... miro otra vez a los demás, que se dirigen hacia la puerta y me indican que vaya con ellos.
De pronto, me siento nerviosa también, muy, muy ligera, como cuando Mentes bajaba de una montaña rusa. Doy un salto, pero... no, ha sido un salto terrible. Me tiemblan las manos. El corazón me late despacio, creo, pero noto cómo chispas eléctricas encienden mis ojos desde dentro, aunque eso no tenga sentido.
Pegaso.
—Madurez —dice Luchadora—, hemos estado muy preocupados.
—Lo sé, tenéis razón. Lo siento. Os tengo que contar todo lo que he visto, os prometo que vale la pena.
Ella asiente, parece molesta pero que también me comprende, mientras los cuatro cruzamos el portón del pueblo, y los guardias anuncian nuestra al resto, donde, a lo lejos, Duch se ha levantado a mirar, estirándose la espalda. Cuando pasamos delante de las tres ancianas, que están en sillas precarias de cuero y madera, tejiendo lo que parece la lana de los animales parecidos a ovejas que capturaron ayer Makato y su padre, Pahatu, paran de cuchichear y nos miran.
—¡Iloa, menudo susto! —dice una de ellas, con voz temblorosa.
—A mí no me miréis —dice Iloa.
—Es Pegaso —les digo—. Era el caballo de Dante, y se puede teletransportar, y volar.
—¿Dante? —dice uno, casi gritando—. ¿Ese que le falta una mano?
Jacob está dentro del poblado moviendo redes de pescado y ha mirado hacia aquí.
—No —yo también grito—, el que le falta un ojo por portarse mal.
—Ah, sí.
Iloa nos comenta que, en los ochenta años que él tiene, nunca había visto nada igual, yo estoy a punto de responderle que se trata de una cueva escondida, pero acabo rectificando a mitad, y le digo que se trata de un animal muy difícil de ver. Iloa reúne a las mentes, a Pahatu y a Volkama. Quiere que les cuente mi historia, lo que he descubierto. Cuando estoy narrando y todavía voy por la mitad del camino, Social, que está enfrente de mí, me hace el gesto para que acelere, lo que me pone un poco nerviosa, porque no sé ahora cómo saltarme lo que no es importante. Cuento lo de la zona secreta, la casa y el diario, y luego cuento que me encontré allí con Pegaso, pero no cuento nada sobre la cueva, no vayan ahora a perturbar la paz de esos caballos. Volkama no ha parado de mirarme fijamente durante toda la historia.
Cuando Luchadora e Iloa cuentan lo que les ha pasado, Mentes llega a casa después de la entrevista, pasada incluso la hora de comer, porque nos hemos entretenido todos en lo que él subía en el bus, se ha pasado de parada y ha estado caminando casi durante media hora. Helena ya estaba poniendo la mesa, y en el ambiente hay un olor increíble, muy diferente al olor rancio de pescado de aquí. ¡Cuántas veces me habré consolado por la pobre comida que he tenido, pensando que en realidad como lo mismo que Mentes! Helena nos pregunta qué tal nos ha ido, arrastrando los pies despacio para no derramar la sopa del plato, y una mente que no es ninguna de nosotros, porque estamos ocupados escuchando a Iloa y porque mi collar señala hacia el sur de la isla, dice que la entrevista ha ido muy bien, que es incluso posible que le cojan, que espera que las cosas salgan adelante. ¿Ha ido bien? Pero si yo, que no tengo ni puñetera idea de los trabajos del mundo de arriba, he visto que era una basura. Cuando tomo control e intento llevar el plato de Mentes, pero ella no se deja ayudar... no me queda otra que esperar de pie y mirar cómo ella, igual que cada día, pone sola toda la mesa. Social se tapa la boca y la nariz con las manos. Me doy cuenta de que Volkama no ha parado de mirarme todo este tiempo...
Iloa acaba cuando insiste en que nos debemos preparar para un nuevo ataque. Todos miran a Volkama... pero Volkama sólo me mira a mí. Organiza los preparativos después de comer, le dice a Iloa, y el explorador está de acuerdo. El tiempo que hemos ganado con el teletransporte de Pegaso nos permitirá comer y prepararnos mentalmente.
Comemos igual que ayer, en la fila de gente influyente del pueblo y enfrente del resto, ellos levantan la comida, yo lo hago de mala gana. Luchadora devora el plato, a mi izquierda, Jacob, a mi derecha, lo desmenuza con los dedos y se lo pone en la boca poco a poco, a mordisquitos de pájaro. Muy raro. Como no comeré más, le doy a Luchadora la mitad que me ha sobrado, y ella, mientras me regaña por no comer, empuja el trozo entero dentro de la boca. En cuanto la mayoría han acabado, se levantan y empiezan a preparar la barricada y ultimar los preparativos. Algunos han ido con hachas y una gran sierra a la jungla, otros revisan las armas, Iloa y su esposa entre ellos, y Pahatu está asignando a todos su posición en la barricada, así como reparte las guardias.
Volkama se acerca a mí, balanceándose sutilmente con los brazos detrás del cuerpo. Por la tenue sonrisa que tiene, sé que quiere algo, y quiere que yo lo haga.
—Hola, joven —dice—. ¿Me acompañas?
No sé por qué, dicho de esa forma, con ese tono, le da a su intención toques muy siniestros, por eso le digo que sí, con la cabeza, pero no disimulo la mirada de extrañamiento. Extrañamiento siniestro. Volkama me coge de la muñeca y me arrastra por todo el pueblo y ante las miradas de todos, intento zafarme de forma sutil, pero me tiene muy agarrada, como si fuera una estúpida niña pequeña a la que todo el mundo cómo necesita ir de la mano. Luchadora nos ha visto, también, y camina despacio hacia donde vamos, apoyándose en su palo. Vale... ya sé lo que pretende. Varios enanos que practican el tiro con arco se me han quedado mirando, con el arco aún en posición, en lo que caminamos derechos los dos hacia la última casita. Lo que he comido, amenaza con ser vomitado. Si logro recuperar al enano poseído, ¿cómo era...? Nujo, también podría recuperar a Servatrix, en el barco. Podría abrazarla... decirle...
—¿Quién es Dante? —susurra Volkama.
¿Cómo?, le digo también susurrando, por si Nujo, al otro lado de la puerta, nos pudiera oír.
—Dante, el hijo del hombre de la carta —susurra Volkama—. Le conociste, ¿no? ¿Está en la isla?
—Fue poseído por Miedo hace casi un año. No podemos...
—¡Bobadas! —Por un momento, a Volkama se le va el volumen—. Si demuestras que dices la verdad liberando a Nujo, tenemos que liberar a ese hombre. En la carta ponía que está destinado a hacer grandes cosas. Lo entiendes, ¿no? Podría ser la mente de la pureza.
—¡Já! —susurro—. Es todo lo contrario a alguien puro.
—Podría dar su vida por nosotros.
—¿Es eso tan importante?
Ahora ha sido Volkama el que ha dicho ¿cómo? Veo a Luchadora, alejada unos metros.
—Si las mentes somos vuestros aliados —susurro—, ¿por qué celebráis la muerte de uno de nosotros?
—Porque lo dice la profecía.
—Celebrar la muerte, aunque lo diga una profecía, es celebrar la muerte.
Volkama me mira, muy serio. No me cabe duda de por qué él es el jefe aquí, su aura transmite la sensación de que no puede ser ofendido de esa manera, y quizá yo me haya atrevido a decir esto por las dos cabezas de diferencia que le gano en altura. Retira con bastante esfuerzo la plancha de metal que bloquea la puerta, que al final acaba por moverse, y, después de ver a Luchadora, suaviza el gesto de desprecio con el que me indica que entre dentro. Algunos enanos aún están mirando, saben lo que voy a hacer, y esperan que salga bien, después de lo que les he contado del zorro.
El aire está muy viciado, y no se ve nada. Nujo está atado a las paredes de la casa, como están Imica y los suyos, y, como tiene los brazos en alto, la marca de Miedo brilla perfectamente en el izquierdo. Es así como me guío hasta él. Respira muy pesadamente, hace un sonido que me recuerda más a un animal que a una persona. A veces, sus brazos tiemblan. Seguramente sepa que estamos aquí, con él, porque Volkama ha hecho bastante ruido al arrastrar la plancha de metal. La poca luz que entra por la puerta es tapada, en parte, por el cuerpo de Volkama, que está de brazos cruzados. Como un juez. Luchadora también entra, despacio y procurando no emitir quejido por el dolor de su cuerpo al agacharse. Ella y Volkama están detrás, quietos, en silencio. Ahora son dos jueces. El poblado no asesinó a Nujo con la promesa de que podríamos recuperarle, y viajamos a esta isla con la promesa de que podía contrarrestar a Miedo.
Me tiemblan más las manos que a Nujo. Y seguro que están más frías, pese a la chaqueta y la capa de lana. Mejor que no pierda más el tiempo, esto ya lo he hecho antes, con Orfeo, en el mundo de los muertos, con los tentáculos que rodeaban la torre de Dante y con el zorro. Esto ya lo he hecho antes, joder. Volkama dice en alto que le libere, y yo le mando callar, me quedo quieta. Estoy en la cabaña. Un zorro ha venido y resulta que ha sido poseído por Miedo. Me ataca, yo le agarro. Deslizo mi mano hasta la marca de Miedo, y comienza a hacer efecto... y según lo digo, pongo la mano sobre la marca de Miedo de Nujo, y éste empieza a quejarse bajo la mordaza, se retuerce. Mis energías se van vaciando según la marca de Miedo comienza a hacer ruido efervescente. Luchadora está callada, detrás, y Volkama me anima, ¿está sorprendido? Llegan a mi cuerpo un cúmulo de sensaciones tristes, que se llevan parte de mi energía cuando se van. Oscuridad, ruidos de animales. Una rama se ha partido cerca cuando debería estar sola. Cada pensamiento es una unidad más en este vacío, me atacan en oleadas, y como un reloj marca la hora sin pararse, no paran las sensaciones. Cojo aire, porque lo estaba perdiendo. La marca de Miedo brilla mucho, debajo de mi mano. Nujo, que intentaba gritar pese a la mordaza, deja de retorcerse y poco a poco se calma, pero no es una calma tranquila, hay algo de animal en él, aún, algo de cosa, y ahora ha pasado a reírse, la marca de Miedo hace menos ruido, pero Miedo sigue ahí dentro, pese a las oleadas de sensaciones, traumáticas, que invaden mi cabeza y se llevan parte de mí como si fuera de agua.
Aprieto los dientes. Coloco la otra mano en la frente de Nujo, intentando no hacerle daño, mientras aprieto bien contra la marca, la froto, aquello que haga más efecto, intento transportar energía mentalmente hacia la mano, me balanceo un poco para que el riego de la sangre vaya hacia allí, con el último balanceo casi pierdo el equilibrio. Estoy en la casa y ha entrado un zorro. Está muy oscuro y la poca luz que entra hace que parezca que vea borroso. El zorro, me ataca... Nujo ríe, intenta morder mi mano, pero tiene la mordaza. Suelto un momento la marca, voy a volver a cogerla, pero el brazo ha dejado de estar ahí...
La espalda se ha estrellado contra el suelo. Yo llevo el brazo hacia delante, pero no encuentro a Nujo... claro que no lo encuentro, si no está. Estoy en el suelo, ¿no? Estoy en el suelo. Que alguien me levante.

Hace mucho frío. Luchadora me ha echado la capa de oso sobre el cuerpo, pero sigo tiritando. A lo mejor es la tierra la que está muy fría, pero Luchadora está sentada sobre ella, y creo que también lo habría notado. Las olas tienen un efecto hipnótico sobre mí, y sé que las he estado observando durante mucho tiempo, pero sólo ahora me doy cuenta de que tengo frío, de que Luchadora ha estado todo ese rato conmigo. Le pido la mano, y cuando me la acerca, está tan caliente... me dan ganas de colocarla como almohada. Sería mucho más blandita que la armadura que tiene en la pierna, que es dura, y tiene pliegues. No hace mucho viento ahora, y cuando sopla, es caliente, pero no me calienta. Es un lugar tranquilo. El agua salta cuando toca una roca que está a pocos metros de nosotras. Cuando vivíamos en la casa, la marea apenas cambiaba entre la mañana y la tarde, pero aquí podría haber una diferencia de cien metros. No sé cuánto son cien metros, en realidad, así que...  a saber. Luchadora golpea la pared de piedra con la cabeza, siguiendo un ritmo, y yo me pregunto si se estará haciendo daño...  a lo mejor quiere usar su propia mano para amortiguar los golpes. En lugar de dársela, me abrazo a ella. Yo la necesito demasiado, y ella tiene otra mano para hacer eso. Si no fuera por la armadura incómoda, y quizá por el frío, podría dormirme aquí.
—¿Estás mejor, sobrina?
El primer segundo no he respondido porque estaba bloqueada. Ahora, directamente, me da vergüenza responder. Le dije que podía deshacer los tentáculos, pero cuando aparecieron en el palacio, salí corriendo con ella. Le dije que podría devolver a los poseídos a la normalidad, lo conseguí con el zorro, lo conseguí de verdad, y ella justo no estaba para verlo. Durante todo este tiempo, no he hecho nada que ayude a nadie a estar mejor, o ser más feliz, y yo sé que podría darles mucho más... pero no pasa.
—Hoy ha sido un día muy largo —dice—. Lo intentaremos mañana, ¿vale?
Se acerca un ataque y podría no haber un mañana. Puede que muramos todos, o que los robots lleguen a matar a Nujo, o el ataque podrían hacerlo las mentes, y los enanos intentarían matarlas. Dante podría romper esta barricada sin usar la espada... ¿y lo tengo que intentar mañana? Esto no funciona así, se supone que yo era la clave contra Miedo, que yo podría contrarrestarle, pero no está funcionando y tiene que funcionar ya.
Empiezo a quitarme la capa de oso de Luchadora, me levanto, poco a poco, y disimulo todo lo que tiemblo y tirito mientras le doy la capa. Ella al principio no la acepta y dice que me quede con ella, pero no puedo. Tendría que estar haciendo cosas, averiguando cuál es el problema, no descansando, como si Miedo no me quisiera muerta, o como si todo fuera bien y estuviésemos ganando.
—Tenemos que atacar a Miedo ya —digo.
—No podemos precipitarnos.
—¡Tía, piensa en todo lo que tiene! Cuanto más tardemos en ir a por él, será más tarde. No debería saber que estamos aquí, y lo supo después de una hora. Seguro que está recolocando su ejército para hacer que sea imposible que le ataquemos en El Círculo.
Luchadora me mira, y no me está quitando la razón. Después de eso, no se me ocurre que decir, y me balanceo un poco, para entrar en calor, en realidad, aunque también siento vergüenza.
—Voy a dar un paseo, ¿vale? —digo.
—Yo... iré a comprobar que Imica esté bien.
Le ayudo a levantarse. Sé que, aún así, ella ha intentado hacerlo todo sola para que haga la mínima fuerza posible... y le doy las gracias por quedarse conmigo, justo antes de despedirnos. Imica seguro que está bien. Con todo lo que me ha contado Luchadora, tengo claro que dos días de prisión no le habrán hecho casi efecto. Siento respeto por lo que ella hizo por mi familia, pero creo que lo sentiría igualmente aunque se hubiesen conocido en la playa enfrente de la casa. En el borde de la playa, donde se levanta un pequeño muro de roca y la barricada se acaba, Social está de pie, mirando el horizonte oscurecido, porque el sol ya está bastante hacia el oeste.
Mentes acaba de fregar los platos de la comida, y le comenta a su madre una curiosidad que ha leído en internet, muy probablemente se lo esté diciendo Duch. La madre dice que le chupa un huevo lo que leamos en internet, literalmente ha dicho eso, y Mentes, después de enfadarse un poco, ha ladeado la cabeza con un sentimiento algo cómico. Es que ha dicho que le chupa un huevo. Cuando yo sea vieja, si llego a eso, también quiero decir que me chupan un huevo las cosas. La madre empieza a toser, y lo hace sobre un pañuelo que tenía preparado a su lado. Cuando acaba, se suena, se limpia, y lo guarda. Me ha parecido ver sangre en el pañuelo. El collar apunta hacia mí y siento el hormigueo de tener el control, por eso me la quedo mirando... pero no habrá sido nada. Alguna sombra, seguramente. No sé si es normal que los ancianos echen sangre al toser.
Escucho el sonido de sorber los mocos, pero no ha sido más allá del cielo, sino aquí. Ha sido Social, que debe de estar resfriado. Mira hacia el horizonte de pie y tranquilo, apoyado en su bastón. Hola, le digo cuando ya casi puedo tocarle, y él, de un aspaviento exagerado, ha retrocedido tres pasos y casi se cae al suelo. Tiene los brazos encogidos, y los ojos llorosos, que ha pasado a limpiarlos a toda prisa. Estaba acariciando su pulsera con la mano libre. Después sonríe, de forma cálida y natural, y me pregunta cómo estoy.
—Social, ¿estabas llorando?
—No.
Nunca le había visto llorar hasta ahora, pero con esa sonrisa, es difícil pensar que pueda sentirse mal.
—Sabes que puedes contármelo... ¿verdad?
—Ah, tranquila. —Hace un gesto de poca importancia—. No deberías desmotivarte con mis tonterías.
—Quiero.
—¿Qué?
—Quiero desmotivarme si así conozco lo que te pasa.
Social iba a negarse, pero se ha quedado quieto, con la boca abierta. Mira hacia abajo, y me pregunta si de verdad quiero saberlo, luego repite que es una tontería, que no le juzgue por la tontería que me va a decir.
—Es sobre Optimismo —dice—. Cuando la madre de Mentes le ha preguntado qué tal la entrevista... le he reconocido.
—Estamos aquí para recuperarle. Pronto le verás, espero.
—No es eso.
Se le ha atascado la garganta y no puede continuar. Tiene la mandíbula torcida y los labios apretados, los ojos húmedos. Se recompone para hablar de nuevo.
—El Optimismo que ha respondido que la entrevista ha ido bien es el más auténtico que he oído en años. Desde nuestro enfrentamiento contra Sever... bueno, tú todavía estabas a punto de nacer, pero no ha sido el mismo desde entonces.
—Sé que era el único que trató siempre bien a mi madre.
Luchadora me contó en el palacio que siempre jugaban juntos, y que, cuando las voces de Mal podían con ella y ella se encerraba para estar sola, era Optimismo el que la animaba a salir. Nadie sabía sobre las voces, claro, pero Optimismo, aunque mi madre se comportase de forma extraña, siempre le tendió una mano. Social me asiente, despacio. Me enseña su pulsera, hecha por muchas partes pequeñas de madera.
—Un poco bruto —dice—, pero muy atento, siempre. Fabricó y me regaló esta pulsera cuando éramos jóvenes.
—Bonita —digo.
—Echo de menos ese Optimismo. En la torre de Dante, cuando nos encontramos... no me reconoció. Yo le abracé, pero él... él tenía la mente en otro sitio. Había cambiado, aún más.
—Él vio a todos los cadáveres ahí tirados, Social.
—Eissen también los vio, y siguió siendo él.
—Ya... ése.
Me cruzo de brazos, e intento no pensar en Eissen. Por un lado me apeno por Optimismo, por lo que debe de haber pasado, pero por otro lado le pegaría en la cabeza con una piedra por lo que le hizo a Epón. ¡Tenía ojos de desquiciado!
Social se desengancha la ballesta de la espalda, y la deja suavemente sobre la arena. Tiene los brazos en el bastón de Afrodita, y la espalda apoyada sobre el muro de roca áspera. Mira aún al horizonte. Le echo de menos, repite Social... yo no puedo hacer otra cosa que animarle con mi presencia. A mí Optimismo siempre me trató bien, supongo que por la amistad que tuvo con mi madre.
—También echo de menos a María —dice—. Ojalá estuviese Afrodita, aunque fuera sólo cinco minutos, y me dijera qué debo hacer.
Tengo una imagen de ella, translúcida, en el mundo de los muertos.
—Pero Afrodita no va a estar... —digo—. El bastón te quiere a ti.
—Todo lo hago mal. Yo quería volver con María porque siento que fuimos nosotros quienes la fallamos, y que aún podíamos arreglarlo. Me equivoqué con eso, y tampoco puedo empezar nuevas relaciones por mi cuenta. Simplemente incapaz. No sirvo para esto.
—Ya... —digo—. Te entiendo.
—María era bastante crítica conmigo, pero... tenía razón, ¿sabes? Me lo decía para que mejorara de verdad.
—Sí. Nos hacía ver las cosas de otra manera.
Las olas, algo violentas, nos acompañan un rato con su sonido tranquilizante. El viento húmedo, tibio, hace que algunos pelos salten a la cara. No nos miramos. No me siento mejor por ver a Social vivir un problema parecido al mío, pero al menos me hace sentir algo más humana, que las expectativas estaban muy altas para los dos y quizá no podíamos cumplirlas de ninguna manera. Social me repite que espera no haberme desmotivado, mi mente salta a Stille, y en el trabajo que ella hace para no desmotivar a la gente alrededor de Mentes con los problemas que no les importan. Lo que me planteo es si de verdad no les importan.
Era mi don, parar a Miedo. Y no lo estoy consiguiendo en absoluto.
—¿Has ido a dar de comer a Servatrix? —digo.
—Sí, los pescadores me acercaron esta mañana al barco. Vomitó todo lo que yo le obligué a tragar ayer, y esta vez no hubo manera. Resulta que los poseídos por Miedo no necesitan comer.
—¿De verdad? Qué extraño.
—Imagínate convivir con ese ser que se parece a la persona que te crió, hasta que los pescadores volvieran.
—Durante el tiempo del bus no aprovechaste para buscar trabajo.
—No, ni lo haré en una semana, hasta que me respondan sobre la entrevista.
Los dos volvemos al poblado, cuando claramente está mejor. Los enanos tienen que estar acabando de fortificar la barrera para el ataque, ayudados por Stille, Jacob y Duch. Han montado las mazas que golpean en la puerta, hay bastantes montando guardia y los árboles que han talado están serrándolos para hacer los palos afilados esos debajo de la barrera. Ha caído otro árbol, algo lejos, y se ha escuchado, en cierto modo, como si fuera una explosión, pero hecha de madera. Hay un grupo, aún así, que no se dedica al muro, sino a limpiar el poblado, la comida, el serrín. Sin decir nada, uno de los enanos me ha dado una escoba y se ha dado la vuelta, ni un por favor, ni gracias, ni me ha mirado. ¿Están enfadados conmigo, por haber fallado al recuperar a Nujo? No lo entiendo. Mis manos aún tiemblan un poco después de eso. A lo peor con personas no funciona, porque, si Mal vive dentro de Miedo y es el que le está dirigiendo, ¿podría ser que Mal no puede irse de las personas, así como así? No tengo ni idea. Comienzo a barrer tripas de pescado rebozadas en polvo, y restos de ceniza, de la hoguera. El serrín se lo dejo para los otros... me da grima rozarlo.
Aunque tenga más información, viviendo aquí estoy igual de perdida que en el palacio en ruinas. Nadie sabe nada sobre Orfeo, después de haber preguntado discretamente por él a los aldeanos, preguntando después por Eissen, para disimular. Elimino el gesto de enfado de mi cara en cuanto me doy cuenta de que lo tengo, no vayan a pensar estas enanas que limpian conmigo que hablo sola o cosas así. Pero el gesto no disimula el pensamiento, sí, Eissen, por lo que a todos respecta, es como si estuviera muerto, ni una carta, ni una dirección, nada, y tenía la marca de Miedo, sí, pero me ayudó contra Dante y me pareció igual de mentiroso y traicionero que siempre.
Debería relajarme un poco. Creo que he contaminado su imagen después de que Luchadora me contara que fue él quien la mató cuando era joven. ¡Si no hubiese sido por el rubí, sería huérfana! ¿O ya soy huérfana? Con el último barrido, una piedra ha salido volando más allá del montón de basura, y las enanas por las que ha volado cerca se me quedan mirando. ¿Todas las que limpian son enanas?

Por la tarde no hay mucho que hacer. Me he pasado por la celda de Imica y he saludado, pero ella apenas contesta diciendo que sí con la cabeza, muy sutil. Luego, Iloa me pide que le ayude a sujetar el palo de una lanza en lo que él le coloca, a mamporrazo limpio, el filo. ¿Dónde está Duch? Yo no tengo casi fuerza y el palo se mueve mucho. ¡Duch!, grito, y a la segunda vez le he oído lejos. Viene corriendo, pero corriendo despacio, tanto, que lo único que hace es caminar mirando hacia abajo y moviendo mucho los brazos. Como está en su modo gigante, él aguanta el palo y no se mueve nada, ni un milímetro, en lo que Iloa acaba el trabajo. También es que la forma en la que sujeta el palo contra su cuerpo es mucho mejor que la mía, pero si yo lo hiciera así, me saldría un moratón fijo. Después, Duch me revuelve el pelo y me pregunta si puedo ayudarle a completar su mapa. Fue él el que dijo que Luchadora, aunque caminara despacio, iba a ser la que mejor valoraría el entorno, pero Luchadora no ha dado ni una opinión sobre lo que ha visto, y Duch podría haber completado todo el mapa sin problema. Así que has volado con Pegaso, ¿eh?, me pregunta. Vuelvo a recrear el pulso inconstante del viento, que amenazaba con tirarme del animal, la fuerza de sus alas hacia arriba cada vez que las movía, la sensación de que cualquier error habría acabado con mi vida allí arriba, la ingravidez, cuando voló en picado hacia la isla... Cuando me doy cuenta, no le he contestado, simplemente estoy sonriendo. A Duch parece valerle eso.
Coge una plancha de metal de un antiguo robot, nos tumbamos sobre el suelo, cerca de las termas, porque dice que le gusta el olor, apoya su hoja doblada en la plancha, y comienza a dibujar con el carboncillo. Como no estaba dibujando bien la trayectoria de los dos ríos grandes que cruzan la llanura oeste, le he echo borrarlos con saliva y me ha pedido que los dibuje yo.

Tenemos que haber estado con el mapa dos horas por lo menos, porque el sol ha empezado a bajar mucho. También es que hemos hablado de nuestras cosas, y bueno, el mapa está bastante completo, la verdad es que las colinas que hay en el medio de la llanura oeste me han quedado genial. Hasta están señalados los puntos donde Iloa dijo que había más tropas malvadas.
—Te falta una torre que hay aquí —digo.
Señalo un punto del sur, pero bastante más al oeste que la fábrica. No me lo había planteado hasta ahora porque nunca la he visto bien desde arriba, pero, según lo que vi ayer en la montaña, y las imágenes fugaces de los recuerdos con Pegaso, ahora que está dibujada, la isla tiene la forma de un hígado, de los que Mentes estudiaba en biología cuando estaba en la universidad y yo pensaba que estudiar era divertido... Hasta que Mentes dejó la carrera, cuando descubrió que no le gustaba. Duch, con mucho cuidado, dibuja una torre algo torcida, que más bien parece una casa, con la punta roma del carboncillo, y me pregunta, mientras, si es una torre como esa en la que estuve un mes presa. Está abandonada, le digo, mientras repaso cualquier otra cosa que se me haya olvidado. Cojo el carboncillo y dibujo una calavera debajo de la fábrica, porque la playa que hay cerca está muy contaminada y todo lo que toca sus aguas se muere. Las montañas del oeste, por otro lado, son demasiado claras y abiertas en el dibujo para lo sombrías que parecían, pero Duch dice que es mejor así, por si hubiera que apuntar algo luego.
—Podrías venir tú mañana, en lugar de Luchadora —digo—. Está sufriendo mucho con su pierna.
—Si Luchadora no quisiera ir lo hubiéramos hablado, ya somos mayorcitos.
—Sabes que no le gusta quejarse —digo.
—¿A dónde iréis mañana?
Marco la ruta con la uña para no desdibujar nada. Jacob acaba de saludar, a nuestro lado, va a las termas. Bej. Muevo el dedo hasta el final del camino.
—No creo que la hagamos —digo—, por el ataque que viene, y porque Miedo ya sabe que estamos explorando. Pero, si está todo despejado, iremos en montura por el camino que parte la cordillera, y nos acercaremos al centro todo lo posible.
—Ah, sí, me dijeron que criaban lorrainitos en un claro de la jungla.
—¿Lorrainitos?
—Ya sabes, como la Señorita Lorraine, pero tamaño enano.
Sonrío un poco.
—Talla equis ese —dice.
Me sale la risa sola.
—Por favor, póngame tres kilos de lorrainitos —dice—. ¿Son para usted? ¡No, son para todo el poblado! Si miden más de un pulgar no me los ponga, no podrán montarlos.
Intento ocultar la risa... al principio. El hecho de reírme, hasta el punto de que me duela la tripa y empiece a hacer ruidos de cerdito sin querer, me hace sentir mal por los enanos, y bien, porque son como son.
Duch también se ha estado riendo. Si Social hubiera estado aquí, habría fastidiado el momento haciéndose el indignado. Duch y yo aún le recordamos a veces lo que decía cuando era joven, lo de cinco minutos sin amigos. Yo era una bebé cuando lo decía, pero se lo recuerdo igualmente.
—¿Sabes? —dice—. Definitivamente dibujas mejor que yo en este mapa. ¿Por qué no te lo quedas tú? Así mañana lo completas. Toda la parte de El Círculo está vacía.
—Es tu mapa, tú quisiste empezarlo.
—Te lo regalo.
Él me sonríe. No quiero tener el mapa porque pronto se me va a olvidar que lo tengo y seguro que me meto en algún lugar mojado y se empapa, o me arrastro por el barro, sólo hay que mirar mi chaqueta para ver todas las medallas que no me he podido quitar de la exploración de ayer. Pero como insiste, lo cojo, porque parece importante para él, lo doblo bien y recto, no como estaba antes, y lo coloco en el bolsillo más seguro. Luego volvemos, hablamos de la comida de la isla, que a él tampoco le gusta, justo cuando vienen los olores de la cena. Pero no huele a pescado.
En la pequeña plaza del pueblo me encuentro con Makato, y le pregunto sobre la cena, él me cuenta que hoy es el día libre para su cultura, algo así como un domingo en el mundo de Mentes, y que se cena siempre algo rico, lo más rico que hayan podido conseguir. Resulta que su padre y él, y los otros dos exploradores, han estado cazando dos días para la noche de hoy. De hecho, cuando Iloa y Pahatu nos encontraron en la jungla, estaban haciendo eso.
Cuando me despido de él, se golpea el pecho pero de forma extraña, con los dedos, en lugar del puño, y en el centro del pecho. Un saludo que he visto a menudo en el mundo de Mentes es el de golpearse el corazón con la mano derecha, pero éste no lo acabo de entender. Makato me dice que se ha golpeado el corazón, también, que los enanos lo tienen en el centro, en lugar de a la izquierda. Luego se marcha, con una sonrisa. Me cae bien Makato. Es simpático... aunque algo bajito. Está claro que se cree importante en el poblado, y quizá lo sea, pero bueno, no me molesta. Aún así, nuestro corazón no está a la izquierda, está casi en el centro. Mentes, arriba, está viendo una película con su... no, su madre duerme. Es una peli en la que queman a un hombre en un monigote gigante hecho de madera, ya se está acabando. Qué mierda de película, dice Helena, y luego sigue durmiendo.
Veo a Iloa limpiarse el sudor y la roña con un trapo, mientras habla con Stille sobre algo. Se ha acercado las manos a la boca y ha silbado una vez para llamar a unos que estaban transportando unas cajas con metales al lugar que no era, al parecer. Lo bueno de ver conversar a Stille es que no necesitas estar cerca para entender qué es lo que dice, y le pide a Iloa que le enseñe a hacer ese silbido, que, igual que Stille, lo hemos visto hacer en películas, pero nunca hemos podido averiguar cómo hacerlo. Los amigos de Mentes, en su momento, tampoco supieron enseñarle, igual que hacer pompas de chicle. Siempre se nos han dado muy mal las manualidades bucales.
En lo alto de la barricada veo a Luchadora, y ella me está mirando a mí. Puede que no sea nada, que sólo me esté observando por ocio igual que estoy observando ahora a todo el mundo, pero la antorcha que le ilumina desde abajo y hace brillar su rubí le hace parecer... no encuentro la palabra. Jueza. Incluso cuando he dejado de mirarla sé que ella me sigue mirando, por eso busco casitas que corten la visión entre las dos, o pregunto a Pahatu qué hacer, por estar ocupada, pero él me dice que no haga nada con un gesto de las manos, que me siente, porque pronto va a servirse la cena.

La felicidad con la que los enanos reparten la comida contrasta con la de los que montan guardia en lo alto de la barricada. Social me levanta la mano, ya sentado, y me grita que me ha guardado un hueco, entre Volkama y él. Yo le digo que no, sutilmente, pero justo Volkama se ha girado y hay más enanos que me están mirando... Aprieto las mandíbulas, le doy las gracias con los dientes cerrados, sonrío tanto a Social como a Volkama y su familia, y me siento. Luchadora aún me mira, casi en el borde de la fila. ¿Por qué no para de mirarme? Hay, en realidad, varios motivos para hacerlo, y no se me ocurre ni uno bueno.
Unos ruidos me desconciertan, ya están aquí los robots, pienso, pero no, son tambores. Cuando un enano me sirve el plato, un grupo de enanas, chicas jóvenes, o al menos lo parecen, están bailando y tocando en el espacio que hay entre nuestra fila y el pueblo, llevan faldas hechas de muchas hojas, y una diadema que también parece venir de las plantas, pero no sé cómo la han hecho. Tocan el tambor y bailan.
Deben de llevar tocando dos minutos. Volkama hace rato que ha empezado a comer, igual que Social y que el resto del mundo. Todos. Solamente espera Luchadora, igual que yo.
La verdad es que los primeros minutos estuvieron bien, pero el baile empieza a parecerme aburrido. Cuando parece que por fin han terminado, nadie aplaude, pero todos levantan el plato de comida en un gesto para no enfadar al dios, plato vacío, en la mayoría de personas. Por no tensar más la relación con Volkama, lo levantaré, qué remedio.
Las chicas reciben el trozo de carne después de salir por la casita en la que se han cambiado. Cuando se sientan, empiezo a comer... ya está frío. Reconozco que, después de un año sin desayuno ni merienda y comiendo lo único que había para sobrevivir, en una celda o un palacio en ruinas, el cuerpo no se me queja mucho por hambre, y sumado a que esta carne está asquerosa... ¡pero estoy al lado del jefe! Cada bocado es un compromiso que Social me está pagando según tiro de sus orejas de forma imaginaria, una por bocado. Joder, qué mala la carne. Y por esto Makato se ha matado a trabajar.

En la noche, más allá de la apestosa niebla, hay una aurora boreal rosada que ilumina tanto que hasta la luna ha dejado de verse. Ah, no, ahí está la luna, es tan solo una línea fina en el cielo, lo único blanco que hay. Pronto será de noche, y mañana por la mañana, haya aventura o no, tendré que madrugar. El ataque aún no llega, y, la verdad, no sé si los que hacen guardia han comido ya. Estoy por regalar mi trozo a alguno. La noche es cálida, pero no me confío... le pediré a Luchadora que por favor nos tape otra vez con su capa, que es muy calentita.
Miro mis manos. No pude recuperar a Nujo. No entiendo mis poderes.

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