29 de noviembre de 2019

Sensaciones mixtas.


En la choza de Volkama, los clásicos dibujos rojos que también están en la de Iloa no han sido borrados, sino que se ha pintado otros dibujos blancos encima. Mientras que los antiguos dibujos parece que hablaban sobre Los Creadores y antiguas civilizaciones, los nuevos trazos blancos dibujan un gusano gigante de un solo ojo, Mal, al que le planta cara un hombre armado. No es la mejor elección de color para representar la batalla, porque el antiguo trazo rojo es más intenso y al final no se ve bien ninguno de los dibujos. Miro hacia el norte de la isla, hacia una piedra estrecha de la choza, en realidad, pero men­talmente estoy mirando un islote que se encuentra en el norte, el que vi cuando navegaba en la corriente turbulenta. Negro, lleno de agujeros y picos, parece piedra volcánica de las entrañas de la tierra, pero es todo lo contrario. Una roca espacial ardiente que cayó del cielo, que venía de otras estrellas, se estrelló en el mar y comenzó a pudrir todo lo que le rodeaba, dentro de una espiral negra de agua ácida. Mal se abriría paso desde el núcleo de la gran roca. Vería toda la destrucción desde ella.
—¿Estás seguro de que fue así? —digo.
—Nuestro pueblo disparó al monstruo, pero no le hizo nada —dice Volkama—. Cada vez la costa estaba más muerta y más contaminada, no podíamos meternos en el agua. La arena estaba cubierta de fango negro viscoso que te quemaba la piel y carcomía los barcos, y cada hora que pasaba, afectaba a más terreno. Aguantamos tres días así.
Su mujer, tumbada en la cama, se lleva la mano al pecho y comenta que fueron unos días horribles. Volkama sigue dando vueltas por la choza, señalando el dibujo que miraba antes.
—Al final, apareció un barco pequeño, de velas azul intenso —dice—. No sabíamos qué había ahí, pero algo brillaba muchísimo. Era una persona, la mente de la pureza... tu padre.
Empiezo a entender la forma del dibujo que sigue al de la batalla, que antes no entendía, representa una explosión dentro de esa isla. Volkama cuenta que Sever mató al monstruo, y su cuerpo se deshizo como si fuera el fango negro que llegaba hasta sus playas. Sever cayó al mar, y el barco se fue sin él. Apareció pronto en la costa, prácticamente muerto. Con la ropa medio deshecha, pero la piel completamente intacta... y, por lo que dice, ya era blanca entonces. El espíritu de Mal había entrado ya dentro de su cuerpo y del de mi hermana. Me siento en la silla que hay, palpo mi pecho, intento calmarme al mismo tiempo que estoy atenta a lo que dice Volkama, que no se detiene.
No me puedo creer que el barco se marchara sin él.
Volkama cuenta, además, que pese a estar inconsciente, Sever agarraba una gema azul brillante en la mano que nadie le pudo quitar hasta que se... ¿gema azul? Volkama asiente. Sever llevaba en la mano una gema azul cuando se enfrentó a Mal. Cojo a Volkama de la muñeca, salgo de la choza y busco a Madurez. No está lejos. Llego hasta ella y le pido que me enseñe la mitad de la Llave de Núbise, ella la saca del bolsillo y también se arremanga para mostrar la rosa de su pulsera. Pero me mira extrañada, no sabe a qué viene nuestra visita.
—Era esa, no hay duda... —dice Volkama—, pero está partida.
—La purita se puede partir si su dueño pierde la fe —dice Madurez.
—Lo sé. Y para que esa gema considere a alguien su dueño... debe de ser muy poderoso.
Ninguna de las dos contestamos, por suerte. No me apetece ver la cara que pondría si descubre que ese ser tan poderoso, Dante, pertenece a Miedo.
—La mente de la pureza se marchó mar adentro después de que le proporcionáramos un mísero bote —sigue diciendo—. El lugar donde Mal cayó lo llamamos Maku Noi, la caída del demonio, en nuestra antigua lengua.
—Mal está vivo —dice Madurez—. Su espíritu vive dentro de Miedo, por eso está tan descontrolado desde entonces.
Volkama asiente, despacio, y dice que eso tiene sentido. Cuadra dentro de su religión... Un atisbo de la lógica de la que Iloa me habló en el camino de vuelta, la misma herramienta que usaba el que pilotó ese barco hasta estas costas y dejó a mi padre inconsciente en la playa.
—Los Mutoragan veneramos al dios —dice Volkama—, y bendecimos la tierra que nos ha dado, el agua y el aire que contienen su espíritu. Lo único que odiamos es la muerte. Vuestra llegada y el retorno de esa gema a las costas es una señal. Quizá no haga falta sacrificar a Nujo, después de todo.
Volkama se marcha hacia su choza, apretándose la túnica contra sí después de que una ráfaga del aire frío de la tarde nos golpee. Los pensamientos saturan mi cabeza. Madurez, que piensa mucho más rápido que yo, pregunta si Sever se fue con la gema de la isla, a lo que Volkama se gira y niega con la cabeza.
—Nos la dio a nosotros —dice—. Y nosotros se la ofrecimos a Los Creadores.
Me dejo caer, mientras las manos resbalan despacio por el bastón. Madurez guarda las gemas y me pregunta qué me pasa. No contesto. Después de unos segundos, se sienta conmigo. Le cuento lo que me ha dicho Volkama, en desorden, porque las palabras no salen de mí, tengo que empujarlas yo y lo hago de forma desconectada, según aparecen las imágenes en la cabeza. Le cuento que sólo dos barcos podían haber llevado a Sever hasta aquí, y sólo uno tenía las velas de ese azul. El barco de Razón. Ya me le imagino, acompañado por Erudito para poder afrontar la vuelta, seguramente también estuviera Servatrix, que nunca dijo nada, ninguno dijo nada, ¡tenían esa mala costumbre! Y dejaron a mi padre aquí, sin asegurarse de que estuviese vivo. Mi padre, le digo, tu abuelo, Madurez.
—Aún así... —dice—, Sever se hubiese vuelto loco igual.
—No es eso. Es el gesto. Es...
Razón es como si hubiese sido mi padre, uno postizo, más amigo que educador, pero sigue siendo la figura en la que pienso cuando tengo que tomar una decisión importante. Y... es que... Apoyo la frente en mi puño cerrado, subo y bajo la cabeza, dando pequeños cabezazos en el dedo pulgar. Nunca me habló de la gema, hasta que la vimos en las cuevas del palacio. ¿Pensó que la colocó Sever, en lugar de Los Creadores? Él estaba aterrado, y dijo que no la tocáramos. Si hubiese conocido la historia, seguramente las cosas hubieran salido de otra manera... hubieran... joder. Mierda.
—Lo siento —dice Madurez.
Y me da un abrazo. Yo correspondo, incluso la aprieto contra mí, aunque me dé vergüenza. Es como si el afecto, siendo mi sobrina, siempre se hubiera dado por hecho, y quisiera apretar más, pero no lo hago. Le susurro al oído que llevamos mucho sin discutir, y ella se ríe. Ya llegará, dice. La empuñadura de Furia está tocando su pierna, por eso muevo el metal. Cuando plantemos cara a Miedo ella va a estar presente. Si pudiera verle primero, y averiguar sus puntos débiles para que ella aparezca sólo en el momento en el que tenga que derretirle...
Social se acerca corriendo, gritando que él también quiere un abrazo, y cuando llega se estrella tan fuerte que he chocado mi cabeza contra la de Madurez, y seguro que se ha hecho daño. Social empieza a ronronear, amasándonos tan fuerte y moviendo tanto los brazos que casi no puedo ni tocarle. Desde que llegamos a la isla está de mejor humor, el Social de siempre, es decir, irreconocible. Nos dice que Stille está ayudando a Duch a dibujar su mapa, algo que me gustaría ver con mis ojos, cómo ella le podría estar dando las indicaciones. Social para. Por la forma en la que coge aire, sé que va a decir algo serio.
—Vengo de dar comida a Servatrix —dice—. Tenía muy mala pinta... y no quiero olvidarme de que sigue siendo Servatrix, ¿sabes?
Mi corazón empieza a bombear sangre tan rápido que me duele el pecho. No había estado atenta, la había alejado tanto de mí que se me había olvidado que está viva y nos necesita. ¡Dios mío, casi la vuelvo a matar! De pronto sé que necesito verla, aunque no le diga nada, sólo verla, saber que está bien. Ojalá no estuviera tan lejos, no hiciera falta usar un bote para ir. Ojalá hubiera ido con Social en lugar de intentar convencer a Volkama de que libere a Imica. Social nos cuenta que, mientras la obligaba a comer, con los ojos y los oídos aún tapados, empezó a decir cosas personales sobre la vida de todos. Ella dijo una frase que él dijo a Optimismo, y que no sabía que ella la había escuchado.
La clase de pilates por fin ha terminado, así que cedo el control de mentes para quien quiera tenerlo. Tranquilizo a Social, que insiste en que está bien y tranquilo, y él habla al mismo tiempo que Mentes, comentándole algo a un compañero, que parece el más simpático de la clase... pero la clase ha acabado. La interacción sólo es opcional. He notado progresos en el ejercicio, pero es verdad que este grupo es bastante cerrado... pero como todos, ¿no? Quien no es demasiado joven, no tiene ganas de conocer a gente nueva, y así es difícil rehacer una vida a nuestra edad. Social está de pie, serio, con el morro torcido y los ojos tranquilos.
Otra mente enciende el teléfono, abre una red social y empieza a pasar fotos mientras Mentes camina hacia nuestra casa. Se detiene en una que reconoce por sus edificios. El primo de Mentes está en la ciudad en la que Mentes vive. Social sigue con el morro torcido, pero ahora sus ojos son de enfado. ¿Cuántos años llevamos sin hablarnos con él? Pues los mismos que los que llevaríamos ahora con María si estuviésemos juntos. Cuando yo era una cría que soñaba con tener una espada, ese chico era toda una inspiración para mí, tenía tanta energía... Luego le sustituimos por María. Valió la pena, supongo... pero no. Siempre fueron Mentes, sus dos padres, sus dos tíos y Víctor... y ahora sólo quedan Helena, Víctor y nosotros. El resto están muertos, nunca fuimos muchos, pero ahora...
—¡Mira la tropa! —dice Jacob.
Se sienta en el suelo, al lado de nosotras, y Social, que se nos ha quedado mirando, acaba por levantar los hombros y sentarse a su lado, también. Por la hora, ya debería ser de noche, pero al sol, igual que ayer, le cuesta irse. Los cuatro hablamos sobre el día, sobre cómo hemos estado una hora junto a la hoguera esperando que se seque nuestra ropa. Mientras nosotras aprendíamos sobre la isla, los chicos han estado ayudando a los enanos a reparar la valla, y con la tecnología de los robots han ayudado a construir un prototipo de ballesta grande que podría disparar sus lanzas, pero aún quedan días hasta que esté terminada. Con un poco de suerte, no la usarán. Como todo buen general, Miedo estará acumulando efectivos y estará empezando a distribuirlos por sus puntos claves. No sabemos sobre sus planes, pero él tampoco sabe de los nuestros, no lo he comentado con los demás aún, y mejor, porque Miedo tiene oídos en todas partes. No sé si ir directa a la cabeza, a El Círculo, o interrumpir primero su línea de producción en la fábrica, a cargo de ese tal Juguetero. Oh, Razón, no me puedo creer que estuvieras aquí y nunca me dijeras nada, me dijiste que mi padre luchó contra Mal solo... No, ya está bien, quiero centrarme. La línea de producción. Si la cortamos, Miedo pensará que queremos reconquistar la isla kilómetro a kilómetro, podría enviar a las mentes convertidas para recuperar el territorio, y que un equipo estuviera preparado para asaltar El Círculo entonces, habiendo podido pasar al centro de la isla gracias a la distracción de la fábrica...
Social me llama la atención, Jacob quiere decirme algo. Jacob se disculpa, pero no tiene importancia, sonrío y le pido que me cuente.
—Esta mañana se me ha olvidado decirte que anoche volví a soñar con las estrellas —dice—, y mencionaron tu nombre.
Social nos mira y silba una nota que va cayendo según se queda sin aire, no sé si por dar misterio al asunto o porque Jacob soñó conmigo... bueno, de la única manera en la que puede soñar conmigo. Ya había hablado antes de las estrellas delante de la gente, pero me extraña que lo comente así como así. Hoy están todos de buen humor.
—¿No vas a decir nada? —me dice Social.
—Sí, perdona. Jacob, ¿te has planteado que en realidad las estrellas no te hablen, y seas tú el que se imagine todo?
Social vuelve a silbar, Jacob ríe. Madurez mira de un lado a otro con una sonrisa boba que no acabo de entender.
—¿Te has planteado que esos susurros que escuchas de tu rubí te los imagines tú también? —dice Jacob.
Social mueve la mano, mirándome con cara de dolor. ¡Menudo exagerado! Jacob y yo nos reímos, mirándonos a los ojos, pero yo acabo mi mirada enseñándole el dedo corazón. Esta conversación, tan espontánea y absurda, no es diferente a las que teníamos hace más de veinte años, cuando éramos jóvenes, sólo que esas acababan conmigo persiguiéndole, no sé, quizá para pegarle, o morderle... tenía demasiada energía, o quería tenerla. Con otro nombre, otra vida y con los recuerdos del pasado como una sombra, pensé que Jacob sería un hombre distinto. Supongo que en el fondo no lo fue, después de todo, o no en las cosas importantes. Y yo, ¿soy la misma? No me reconozco en la forma de caminar. Cuando era joven, quería combates, quería problemas grandes para demostrarme a mí misma que podía con ellos. Cuando controlaba a Mentes, me acababa ese pescado que nadie quería comer, le hacía estudiar ese tema que iba a descartar para poder dormir un poco antes del examen. Veía series de anime en la que el protagonista superaba sus límites de poder para derrotar a ese villano.
Todo fantasías.
Quizá sí sea otra persona, al fin y al cabo. Las mentes bromean entre ellas, ahora más, porque Stille ha venido con Duch y él va a contar una de sus anécdotas sobreactuadas de algo que le ha ocurrido esta tarde con un lagarto, mientras muerde lo que parece un bicho ensartado y asado en el fuego. No siento que esté aquí, donde está mi cuerpo. Mi cabeza está en la isla, en Razón y en mi padre, en Eissen, que lleva aquí casi un año y nadie sabe nada de él. No es que yo esté más comprometida que el resto, sé que no, ayer Madurez y Duch estuvieron un rato preguntando a Iloa todo lo que sabía sobre Los Creadores, a Stille la he visto practicar tiro con sus estrellas de hierro siempre que puede, y Jacob ya ha hecho un par de amigos que no van a sustituir a Ady.
Me levanto y me despido de ellos. ¡Tengo sueño!, les digo, y es verdad que la pierna me tiembla... pero no quiero dormir. Estoy nerviosa por todo esto. Hay una capa de fango negro y espeso que no me deja acabar de disfrutar del todo estos pequeños momentos. Inevitablemente, y como cuando era joven, mi cabeza está en la batalla que viene, pero no lo afronto igual. Antes imaginaba movimientos nuevos, ahora que me da la sensación de que no puedo aprender más, me imagino posibles escenarios. Uno en el que, con suerte, Madurez no tuviera que estar implicada. Cojo el mango frío de Furia, según lo saco y lo dejo a mi lado en la choza vacía, porque Nulkama estaba con su marido, no recuerdo ahora dónde. Estos últimos días han sido tan largos que ya no asimilo qué ocurrió cuándo... Dante está aquí, y también Energía. Imagino a Dante de espaldas, tal y como le vi en la montaña, pero en el límite de esta jungla. Con un ejército de robots y animales con ojos de fuego morado dirigiéndose hacia aquí, ya están aquí. Luego vienen los muertos que Volkama no pudo quemar. Por último, Dante, y a cada paso que da, un nuevo tentáculo sale del suelo y empieza a agarrar a mi familia.
Abro los ojos cuando la cortina se abre. Es Madurez, que viene a tumbarse a mi lado. Oigo al niño de Nulkama dormir. Debo de haberme quedado dormida, entonces... Cierro los ojos, e intento pensar en cosas más agradables. La imagen de Julio durmiendo en la cama de Mentes. Las veces que María nos despertó acariciándonos el pecho. ¿Es culpa mía que no me gusten otras mujeres para Mentes? ¿Debería dejar de tener claro que ella siempre fue la mejor opción? Puede que el amor sea un lazo bonito y eterno, pero me ahoga. Acaricio el pelo de Madurez cuando su respiración cambia y sé que se ha dormido. Sólo hay que mirarla, ya casi parece una mujer. Es casi igual que su madre, menos por los ojos. Y ahora que hace tanto que no se corta el pelo, se parece aún más. Es preciosa. Qué suerte tiene. Si pudiera deshacer la poca niebla que hay entre las dos como ella hace, desintegrarla a un palmo de distancia de la piel, deshacer los tentáculos de Miedo como ella dice que puede hacer... Cortaría las cuerdas de Imica y sus soldados, les daría barriles y barriles de comida y agua, y les obligaría a quedarse lejos. Los ojos me pesan. Echaría de menos acariciar su pelo en secreto cuando ella estuviese a salvo.

Escucho a Iloa levantarse de la cama, y le saludo antes de que vaya a despertarme. Llevo por lo menos una hora durmiendo mal y cambiando de postura a cada tanto, así que para mí es casi un alivio tener que levantarme ya. Me desperezo. Aún es de noche... Despierto a Madurez, que vuelve a abrir los ojos a la primera y sin hablar alto, lo que es un logro impresionante. Se frota los ojos en lo que cojo la capa de oso, que hemos utilizado como manta pero casi toda estaba recogida en su lado. Según Iloa se mete en la choza donde duerme Stille, yo camino otra vez hacia Imica, a decirle que Volkama no me dejará liberarla hasta que matemos a Miedo. Cuando me asomo, los tres duermen... no quiero molestarles, más de lo que esa jaula improvisada tiene que estar destrozando sus cuerpos. Ayer no les dieron de comer hasta que llegamos y me aseguré de que lo hicieran, casi intimidándoles, algo que Jacob no había podido conseguir. E Iloa no quiere hablar al respecto. Me cago en todo...
Iloa nos reúne a los tres, mientras que Pahatu está en el norte del pueblo con su hijo y otros dos. La aurora boreal se ve clara y nítida esta noche, seguramente después de que la lluvia de ayer dispersara la niebla... ilumina más que la luna, que sólo es una línea curva. Echa sobre el pueblo un embrujo esmeralda.
Stille acaba de crujirse el hombro en su último estiramiento, Madurez bosteza, Iloa nos indica que vayamos caminando. El trayecto de hoy no es tan largo, según él, pero es más arriesgado. Continuamos por el camino de ayer que va hacia el sur, y escuchamos los mismos rumores de los pájaros, todo igual que la mañana de ayer, salvo que la humedad es mayor y la tierra es tan blanda como lo fue a la vuelta, algo más resbaladiza para apoyar el bastón, por momentos. Como tres peregrinos, marchamos contra el aire frío que cada vez más gana terreno al caliente. Madurez me cuenta algo gracioso que ayer vio en un programa de los que ve Mentes por las noches, pero la verdad es que no me hace mucha gracia, seguramente porque me ha descrito el vídeo, en lugar de haberlo visto yo. De todos modos, esa moda por los memes de internet no entiendo por qué le hace tanta gracia. Hay algunos que están bien, pero muchas veces no sé qué tiene que ver un periquito bailando con lo que sea que lo relacionan.
El camino se separa como ayer, pero no vamos hacia la montaña, sino hacia el sur, un camino más ancho, con menos árboles, más llano. Mejor, lo último que necesito ahora es una cuesta... el día de ayer se nota en mi pierna, y no responde como debería. Se suman a la molestia las rozaduras que me hice en el tobillo con el cuero no acostumbrado de la armadura nueva. Según el sol empieza a salir, la aurora verde del cielo empieza a desaparecer, haciéndose primero más fina. Prefería esa luz. Más ocultos a los ojos de Miedo. Los árboles cambian de tipo casi de un metro al otro, en lo que la temperatura fría empieza a asentarse definitivamente. Stille me avisa de la cagada que un animal que estoy a punto de pisar.
—Habrá momentos en los que tendremos que ir arrastrándonos, o fuera del camino —dice Iloa—. Tendrás que hacer caso a todo, ¿vale, Madurez?
—¡Por supuesto! —dice.
—Al final del viaje, veremos la fábrica desde bastante cerca, en el borde del bosque muerto. Creo que Miedo podría estar almacenando recursos allí.
—¿Recursos? —pregunto.
—Tala y entra más madera que nunca, pero no veo que esté haciendo un ejército inmenso de robots con ella. Creo que parte la está reservando.
Iloa también comenta que la intensidad de la niebla lleva bajando desde los últimos meses. Cuenta que este invierno no se podía ver la mitad de lejos de lo que vemos ahora, justo este invierno, cuando convirtió a la mitad de las mentes. Hablando sobre Miedo, también nos dice que hace ocho años que no ha vuelto a ver un tentáculo en toda la isla. Nos conduce por un sendero de hierba separado del camino, en un momento en el que el bosque se abre y el tramo queda expuesto. Nosotros seguimos ocultos, dos metros por debajo del camino, pero a su lado... Algo lejos está el mar, no muy abajo, todavía escucho las olas, un rumor. Las gaviotas vuelan más arriba, también escucho sus graznidos estridentes y desagradables. Todos saltan un riachuelo diminuto que se filtra desde un agujero de la tierra. Yo tengo que apoyar el bastón y asegurarme de que no va a resbalarse.
—En esta zona hay muchos agujeros en la tierra —dice Iloa—. También hay muchos desniveles más adelante, lo que nos será muy útil.
Stille tiene la mano tendida por si me resbalo con el musgo, pero todo acaba marchando bien. Más allá del cielo, suena el despertador, Mentes lo apaga rápido, y se queda mirando al techo. Hoy todas las mentes madrugarán con la salida del sol, y si no se encargan los chicos de ducharle y ponerle guapo para la próxima entrevista de trabajo, tendremos que hacerlo nosotras. Cuando vuelven los árboles, continuamos por el camino, pero Iloa va unos metros delante, pendiente de todas las direcciones, sobre todo del valle que se extiende a la derecha, del que casi no veo nada. Me recuerda al valle que hay en nuestra isla, más allá de la jungla, pero éste parece más salvaje, con más riachuelos y animales pequeños. También hay muchas, muchas más flores. Cada vez que varias aves atraviesan el bosque más allá de los árboles, o cada vez que un conejo sale de su escondite y cruza el camino, Iloa parece haberlo previsto y nos hace apartarnos a un lado, justo antes de que ocurra. Los kilómetros se suman y tengo cada vez menos fuerzas, en lo que Mentes se acaba de afeitar después de su ducha, se viste y coge el autobús camino de la oficina donde le han llamado. El valle continúa, pero el camino comienza a bajar, y a bajar, hasta convertirse en un territorio pedregoso y seco, cerca del mar, muy abajo de donde casi resbalo intentando bajar el camino. A nuestra derecha, un acantilado bastante grande nos hace de cobertura frente al resto de la isla, pero también es verdad que cualquier robot o animal convertido que se asomara al acantilado nos vería completamente expuestos. Lo que al principio es un estruendo pronto se convierte en una cascada estrecha, que agujerea la arena después de la caída... y se pierde en ella. El río no continúa. Acaba en la cascada. Iloa nos cuenta que el río continúa cuando abre un agujero en la roca a pocos metros de llegar al mar. ¿Soy yo o hay animales blancos cerca de donde cae el agua? Parecen ovejas, ¡y están muy lejos! Esa cascada parece más pequeña de lo que es en realidad.
Subir lo que antes hemos bajado se me hace complicado, encima hay piedras que se separan de la tierra y me hacen resbalar. Stille me ayuda, tirando de mí con un brazo, en lo que Madurez se las apaña ella sola como puede, también. Después de subir, me tumbo en la tierra, jadeando, y pido un descanso. Mentes acaba de llegar al sitio y pregunta por su entrevistador... oh. Una gran sala de espera con muchas personas. ¿Otra entrevista grupal, en serio? ¿Dónde quedaron las entrevistas individuales, personalizadas, las preguntas a pillar que tan nervioso ponían a Duch y que tanto gustaban a Social? Un hombre asiático guía a todos hasta el ascensor para ir a un piso diferente del edificio. La camisa que hemos escogido, nuestra limpieza en el afeitado, los zapatos... contrastan con la ropa de calle del resto. Incluso en el olor. En otro lugar, una mujer nos hace sentarnos en pupitres de colegial y nos da una charla sobre los entresijos nulos de este nuevo trabajo, además de explicar otra vez las condiciones que ya presentaron en la oferta por internet. Nos detalla las cualidades óptimas para el rendimiento, como la empatía, el liderazgo e iniciativa, la mejora constante y el desempeño. Cualidades que conozco de sobra. Cuando Mentes sintió empatía real por un cliente y la empresa perdió dinero por nosotros, nos abroncaron. Cuando fue líder y los empleados le prefirieron antes que al supervisor, nos vieron como una amenaza y nos despidieron. La iniciativa, mejora y desempeño deben de ser en lo que ellos quieren, quieren que seamos el mecanismo mejor engrasado de la maquinaria de las ganancias, las acciones en bolsa y los contribuyentes. Dinero.
Cuando ya había empezado a recuperarme, la tierra empieza a descender de nuevo con la llegada de otro río, pero esta vez es más suave y un puente de madera vieja nos ayuda a cruzarlo. Arriba, la mujer de la entrevista nos hace rellenar un formulario sobre riesgos laborales y, junto a él, la hoja de soluciones. Nos piden que nos descarguemos su aplicación, porque todo es nuevo y en la red, y en la última diapositiva he leído que sólo serán tres meses de contrato. De todas las solicitudes que hemos presentado, horas y horas delante del ordenador, solamente nos ha llamado una empresa de trabajo temporal.
Luego dicen que hay trabajo.
—Por favor, continuad sin mí —digo—. Me quedaré aquí, en esta piedra. Necesito descansar.
—Yo me quedo contigo —dice Madurez—. Podemos seguir haciendo cosas útiles desde aquí, como... no sé.
Iloa me pide que continúe, a cambio de ralentizar el ritmo. Me pide que el ritmo lo marque yo. Me ofrece su lanza para que la use como bastón en la otra mano, incluso. ¿Tan difícil es? ¿Es el sistema, o es la sobrepoblación la que allí arriba nos hace sentir como un número? Dar la mano, frenar el ritmo, un posible bastón, Madurez deja que me apoye en ella al caminar y me da conversación. Me tratan como una persona. Y aún así, en esta isla siento que salir de nuestra situación va a ser igual de difícil que allí. Necesitamos la estabilidad de un buen trabajo para dejar de dormir en los edredones de cuando hicimos nuestra comunión. Y necesitamos estabilidad mental para poder buscar tranquilos esa estabilidad. Pero es difícil vencer a Miedo sin la motivación suficiente, y de eso vamos escasos, al menos yo. Quiero paz, colgar la espada en la pared como hacía antes, perseguir a Jacob riendo, y lo quiero ya. ¡Ahora, no cuando me lo ordene el liderazgo y la empatía vendida por una idiota que seguro que no sabe llevar su vida!
—Tía —dice Madurez—. ¿Qué te pasa?
Debería parar. Suspiro.
—¿Cómo esperas que esté? —digo.
Madurez intenta animarme con palabras vacías, se nota que se esfuerza por decirme algo que me alegre la mañana. Stille está también cabizbaja, con las manos en los bolsillos. Era casi una niña cuando la convencimos de dejar atrás su antigua vida y unirse a las mentes, y desde entonces... ha vivido atormentada.
—¿Y tú, Stille? —pregunto—. ¿Cómo estás?
Ni siquiera me mira, sólo se encoge de hombros, como hace habitualmente. Quisiera recordarle lo que hablamos ayer, que me contó que estaba enfadada, darle algún pie para empezar conversación, pero no puedo hacerlo con Iloa delante. Quisiera que se abriera más con todos, con Madurez, con el resto de chicos. Ahora que hago memoria, todas las veces que me ha dicho algo sobre sus sentimientos ha estado a solas conmigo. Mentes acaba la entrevista. Camina arrastrando los zapatos, igual que hago yo por la tierra, aunque él lo hace con más gracia y sin bastón. La subida, pasado el río, me está volviendo a costar. La niebla se mueve delante, a menos velocidad que el aire. El sol alumbra con fuerza, las flores despliegan sus colores, pero los detalles se emborronan más allá de treinta metros.
Estamos ya en el último tramo del bosque, dice Iloa, aunque es un tramo largo. Cuando lleguemos a la zona sur, el bosque muerto, cerca de donde las máquinas trabajan, podremos estudiar mejor esa zona. Me ha prometido que ahora va a ser todo llano, pero tendremos que ir por fuera de los caminos, ir con cuidado con los agujeros del suelo y prestar especial atención al entorno, porque los árboles ahora son de tronco fino, y no podremos ocultarnos detrás. Iloa se abre paso entre unos arbustos, y avanza por la tierra en los puntos donde es más dura, para no dejar huellas. Nos obliga a que hagamos lo mismo. Un cuervo suena en el cielo, y pronto estamos todos tumbados y arrastrándonos entre las hojas, Iloa y Madurez usando las capas que los enanos utilizan para camuflarse mejor, Stille pegada en la sombra de un árbol. Cualquier animal podría ser Energía o Miedo, aquí.
Al final el cuervo no estaba cerca... pero caminamos con más cuidado que antes, y noto a Iloa mucho, mucho más atento. Juraría que lo que hay a la derecha, muchos árboles más allá, son ruinas de un antiguo poblado, pero si Iloa no se para, no es momento de pararse a mirar. Poco después, también a la derecha se levanta de la nada una pared de roca, Iloa nos explica que aquí hay una pequeña meseta. En algunos puntos rezuma líquido morado. La hierba comienza a tener un tono más rojo y el amarillo empieza a desvanecerse... también lo veo en los árboles. Todo cambia a un color antinatural, más intenso que el haya que hay cerca de nuestra casa, más morado, menos vida. Continuamos el camino con la meseta a la derecha, el graznido del cuervo lejos, y la esperanza de que las copas de los árboles nos cubran lo suficiente. Ahora sí que estamos en su territorio.
—Tengo que mear —dice Madurez.
—Vale, no miramos —digo.
Madurez comienza a separarse del grupo.
—¿A dónde vas? —digo.
Madurez me señala una grieta ancha que hay en la pared de la montaña, protegida por ramas y hojas que la cubren casi por completo. Ella me regaña cuando llega, porque me he quedado mirándola, en lugar de girarme... Y los tres nos quedamos así. Quietos. Mirando hacia el otro lado. El sonido del aire que mueve las hojas no tapa el del chorro que empapa las que ya cayeron. Escucho un rumor, una molestia de fondo, pero no acabo de encontrar de dónde viene, el viento no para de cambiar de dirección y de sonido. Es como si... ¿un animal estuviese aullando? Iloa también mira a los dos lados del camino.
—Madurez, ¿es que no acabas nunca? —digo.
—¡Que tenía mucho pis!
—¡Todos al suelo! —susurra Iloa.
Noto sus manos sobre los hombros, su presión me hace daño en el costado según intento tumbarme. Madurez tiene el cuerpo dentro de la grieta, se está subiendo los pantalones a toda prisa, con la cara descolocada. ¿Qué pasa?, pregunto, pero Iloa me manda callar. El rumor que se oía antes comienza a ganarle el pulso al viento, y empiezo a distinguir un cúmulo de pasos. ¡Es una patrulla! Y no está lejos. Stille le hace un gesto a Madurez para que venga, yo hago otro, y ella niega con la cabeza, muy tensa, y comienza a taparse con las ramas que la rodean. Los árboles son muy estrechos, el camino es recto y es verdad que, aunque aún no podemos ver sus cabezas, podrían aparecer en cualquier momento por la subida que hay más lejos, sus cabezas serían lo primero que aparecería, y verían a la niña correr hacia nosotros. Los árboles son muy estrechos. Iloa se arrastra fuera del camino, yo miro hacia la grieta, donde Madurez ya queda prácticamente oculta por las ramas, busco sus ojos, los sigo buscando y no los encuentro, al final me arrastro con Iloa y con Stille mientras los pasos cada vez son más fuertes. Por lo menos, una patrulla de quince.

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