20 de septiembre de 2019

A veces, donde cazar pensamos...


El verano ha comenzado en el bosque. Se nota en el volumen tan fino de la nieve, en la hierba que se distingue en los claros, en las primeras gotas de sudor que recorren las piernas por el lado de la silla de montar. La Señorita Lorraine gruñe feliz justo debajo, da saltos pequeños entre los árboles, porque sabe a dónde vamos, sabe que dentro de pocos minutos la dejaré en un claro con abundancia de raíces y bellotas mientras pierdo las horas sola en el bosque. Miro hacia atrás para ver a qué altura dejo atrás las montañas nevadas, y como casi no puedo ver la cumbre entre los árboles, sé que pronto llegaré al destino. Es un día despejado, y aunque el aire es bastante frío, tengo calor debajo de la capa de piel de ciervo. La echo hacia atrás, y me recojo la media melena para hacerme una coleta. Mientras desengancho el coletero de mi muñeca, un salto rápido de la jabata hace que se me resbale de los dedos y caiga entre las huellas encharcadas que dibuja en el camino. En fin… Entre los dedos de la otra mano está enredado un pelo que acabo de arrancarme. No es azul oscuro. Es blanco. Es una cana.
Me palpo la cabeza, miro alrededor, como si fuera a tener aquí un espejo a mano. Nunca me había salido una cana… ¿Cómo no la había visto antes? Suspiro. Compruebo rápido que Furia siga en su funda… y la espada me contesta con acero frío. No debería haber insistido en ir a cazar hoy. Me debería haber acompañado alguien con buena puntería, que pudiera acertar a los animales de lejos, de forma fiable. Esquivo rápido la rama desnuda de un pino, entre salto y salto de la jabata. Cuando era joven me moría por salir a cazar con los demás, hace mucho más tiempo del que parece, ¡quería cazarlo todo! ¿Cuál fue el punto en el que me di cuenta de que era completamente inservible? Hoy, no creo que yo sola haga gran cosa. ¡De verdad que he tenido una cana durante este tiempo! ¿Y cuántas más?

El rumor del primer riachuelo ya se oye entre los árboles. Entre los dos pinos a mi izquierda, bajo una capa fina de nieve, aún se conserva el lecho de hojas y ramas que construimos Razón y yo de forma improvisada, cuando cogimos esa gema azul que nos trajo todas las desgracias, hace nueve meses... hace nueve... ya no me acuerdo, desde entonces hasta hoy. No paran de decirme que cambio momentos de lugar, o que las cosas no sucedieron así, y les creo... Para mí es como si hubiera sido un mal sueño, o un recuerdo falso. Sin embargo, lo que ocurrió hace muchos años lo tengo tan nítido que parece que está ocurriendo ahora, cierro los ojos y tengo enfrente a mi hermana, cuando jugábamos en el principio del bosque. O cuando me escapaba sola, para esconderme de nadie. Me acuerdo también de mi primera exploración, donde llegué al mismo lugar al que voy a cazar ahora. Lorraine gruñe cuando encuentra algo que comer debajo de un árbol, tiro de las riendas, y sigue su camino. Me dijo Razón una vez, Luchadora, algún día Servatrix, Erudito y yo dejaremos este mundo, y este bosque será tuyo. Miro hacia arriba, donde las copas casi no dejan pasar la luz del sol, pero siento su calor ahora que no sopla el viento. Sí, sería mío, dijeron. Ahora debería serlo.
Me siento una intrusa dentro de este bosque.
Lorraine ha resbalado con las piedras planas del río, y del susto agarro el asidero de la silla con una mano, con la otra, tengo agarrado el mango negro de Furia, que aquí sigue, como las cuarenta otras veces en este viaje. Después, inconscientemente, la mano ha subido a la frente, hasta el rubí. El mineral duro se une de forma perfecta a mi piel en sus seis aristas. La Señorita Lorraine vuelve a saltar en un charco de nieve casi fundida.
¿Y cómo van las cosas arriba? Miro más allá del cielo, donde Mentes sigue en clase de yoga, intenta equilibrarse en esta nueva postura que no nos salía en la última clase. Le siento relajado, así que podría ser Duch el que haya tomado el control. Después de haberla practicado ayer, yo misma podría controlar a Mentes e imitarla, pero no es momento. Alguien tiene que cazar. También vigilar la niebla morada que empieza a acercarse desde el sur.
Lorraine mueve el colmillo de un lado a otro de pura felicidad, cuando ve el segundo riachuelo, cuando los troncos de los árboles se vuelven más estrechos. Esta parte del bosque no existía cuando era pequeña. Cojo las riendas, controlo los saltos impulsivos de la jabata y la dirijo a varios metros de las tablas de madera que forman el puente improvisado, no vaya a ser que las rompa con su peso. Con cuidado, las pezuñas se colocan entre las piedras del agua, las patas de adelante chapotean, las de atrás rompen cristales de hielo que aún no se habían derretido, en la orilla. Basta tocar de nuevo la tierra para que vuelva a descontrolarse y arrolle un arbusto antes de entrar dentro del claro, donde se coloca directamente debajo del roble grande y empieza a engullir antes de que me baje. Ni rastro de la niebla morada… de momento. Desde que me giro para bajar, noto dormida la pierna izquierda, y cojeando, me tambaleo hacia la cabeza del animal y le digo que esté alerta, la acaricio, ella gruñe amistosamente. Miro arriba para ver si lloverá, pero el cielo es puro azul. ¿Preparada para cazar? En absoluto. Pero habrá que ponerse a ello.

Desenfundo a Furia, la levanto, y me quedo mirando el filo negro, la raya irregular azul, más puro e intenso que el cielo. La rozo con el dedo, y vuelvo a asombrarme. Entre el negro y el azul no hay desnivel, no es una capa que haya debajo, ni una añadida. ¿Quién me iba a decir que Jil me forjó una espada de purita, un material que, si se expone a más calor, se vuelve azul y definitivamente irrompible? ¿Y quién me iba a decir que esto me lo diría mi sobrina, una mocosa de quince años, después de leer un libro? Afilo la mirada. Mañana cumplirá años, y no le he hecho ningún regalo.
Basta el crujido de una rama para ponerme alerta y recordarme a qué he venido aquí. No voy a cazar donde la última vez, sino más abajo, donde la niebla de Miedo ha empezado a avanzar después de meses parada, donde un error estúpido podría costar la vida a todos nosotros.
Camino río abajo, con cuidado, no paro de mirar alrededor, pero no veo nada extraño. Ocho meses encerrados en un palacio recubierto de hielo estéril, mendigando las migajas del bosque. Entre los árboles no hay ni un solo animal, tan sólo sonidos de pájaros ocultos por las ramas. Miedo no había avanzado antes hasta este bosque. Según avanzo entre los árboles, las botas hacen ruido al hundirse en la tierra blanda por la nieve que se deshace en este día de sol, donde, cada vez que sopla el aire, el frío va directo al cuello. Eso que se mueve al fondo podría ser un conejo que alimentaría a Madurez un día, y que jamás cazaría con la ballesta rudimentaria y poco precisa que me han dado. En momentos como éste, echo de menos al viejo de Erudito. Hubiera construido cualquier cosa con dos palos y un hilo... aunque no hubiera podido arreglar que cada semana haya menos animales en el bosque. Hace dos meses, a estas alturas ya habíamos encontrado algo... pero ahora, nada. O se mueren, o están huyendo a otra parte... y si sigue así, lo vamos a tener jodido. Sobre todo cuando vuelva el invierno.
Paro en seco, y me acuclillo en el arbusto que hay a mi lado. He visto algo grande moverse, ¿un ciervo? Si fuera un ciervo y lo trajera a casa, al menos comeríamos todos algo de carne. ¿Esta zona no era de jabalíes, y los ciervos vivían más al oeste? Aparto a un lado dos ramas. Veo entre varios troncos el cuello y el pecho del animal... no está lejos. En silencio, deshago el nudo de la capa de piel y la dejo caer sobre la nieve que mis pies ya han destrozado, ahora hace más frío, pero me moveré mejor. Desabrocho con cuidado la ballesta ridícula en mi espalda, compruebo que Furia sigue conmigo, como siempre, y me preparo para seguir al ciervo, que ha comenzado a caminar.
Se mueve con poca gracia. Mira a un lado y a otro como si su cuello fuera gelatina dura, como si estuviera enfermo, porque en sus ojos hay algo extraño. Tengo que acercarme más. Me asomo con mucho cuidado para ver las posibles coberturas que tengo mientras me acerco al animal.
Ahora mismo no se mueve. Aprovecho que se encuentra detrás de un tronco grueso para acercarme hasta dos veces, ahora a unos diez metros del animal, y está lejos para un tiro seguro, pero podría probar si no puedo acercarme más. Lo difícil, en realidad, es encontrar un tiro limpio, porque el animal está mirando hacia aquí, e incluso podría encontrarse alerta porque ya ha oído algo. En el peor de los casos, correrá y perderé media hora intentándolo otra vez. El ciervo no corre. Sus pasos se escuchan hacia aquí, de hecho. Junto a la planta que me cubre está el tronco grueso del árbol que antes me cubría del animal, y si sigue caminando, tendré que usarlo como cobertura… y el animal, de hecho, no se detiene. En silencio y a gatas me coloco junto al tronco y comienzo a girar por él, al tiempo que escucho sus pezuñas alcanzar el lugar donde estaba yo antes. Por suerte, aquí no hay suficiente nieve como para hacer huellas. Me pongo de pie, con la espalda contra el tronco, con el aire sellado dentro del pecho. Ese animal será mío. El ciervo se queda así más segundos, tan callado como lo estoy yo, hasta que por fin vuelvo a escuchar sus pezuñas, cuando continúa su camino. Por el lado contrario del tronco, me asomo para verle. El corazón se acelera de golpe.
Sus ojos… claro que había algo extraño en sus ojos. No son negros. Son morados, el color de Miedo. Todo el globo ocular.

Las puntas de los dedos de las manos se me han dormido, y la fuerza en las piernas se me escapa unos segundos, respiro despacio, me tapo la cara con las manos, presiono con los pulgares y dibujo en la sien varios círculos. Cojo aire, y lo echo, poco a poco. Me miro las manos. Estoy mejor.
Esta vez miro con mucho más cuidado. El ciervo ha comenzado a caminar hacia el sur, y parece que realmente le cuesta caminar. Debería seguirle, si voy a hacerlo con cuidado. Puede que Miedo no haya conquistado el norte del continente con su niebla, pero si ahora los animales que posea van a estar por aquí, es que trama algo. Saber algo podría salvar a mis compañeros. Si me acerco demasiado, les perderé. Por eso, después de darle a Miedo una ventaja generosa, comienzo a caminar en la misma dirección, y nunca me expondré sin ver primero dónde está. ¿Quién sabe si me ha visto y está jugando conmigo? Quizá sepa que esté aquí. Debería avisar a todos, anunciar que nos vamos, que nos ha descubierto. No. No lo sé.
Perfectamente podría estar ahora mismo todo el palacio invadido por tentáculos grandes y morados, y todos mis compañeros podrían estar siendo convertidos, aún más de los que ya hay, muertos por dentro y formando parte de su ejército inmenso, y yo, sola. ¿Y Madurez? ¿Dónde estoy yo mientras ella podría estar sufriendo?
Después de varios segundos hiperventilando, corro hacia un árbol y me agarro a su tronco justo cuando ya caía al suelo. Me siento, todo lo silenciosa que puedo ser, y cuando suelto el aire me contengo todo lo que puedo, estoy haciendo demasiado ruido. Paro en seco el aire, duele, pero necesito hacerlo. No escucho nada, ni un paso. Suelto el aire, con un pequeño gemido. Ya está. Todo es mentira, mi familia está bien. No lo sé. Pero no lo sabré hasta que vuelva... y debo ser paciente.
Espera. Podría haber más animales convertidos. Podrían ser los pájaros, en los árboles. Cuando miro hacia las ramas, siento vértigo, unos ojos morados que no acabo de ver y que están ahí, observando. Tengo que irme de aquí, tengo que ver a mi familia. Miro hacia el sur, donde el ciervo continúa su camino. No veo el final del bosque, porque la niebla ha alcanzado su límite sur... Miro al ciervo de nuevo, le están dando espasmos. Si antes le costaba caminar, ahora está mucho peor, le tiembla tanto la cabeza como las piernas. Agacha el cuello y continúa la marcha tan recto como puede, hasta que, al final, acaba en el suelo. Y no se levanta. Yo sí me incorporo, para verle mejor, y ahora me doy cuenta que tengo tierra entre los dedos y las uñas porque he estado escarbando en la tierra. Me acerco un poco al animal que parece muerto, pero no me fío. Podría ser una trampa, o un mensaje, a saber. Los pájaros podrían seguir convertidos. Ahora podrían venir los tentáculos, o la propia niebla... El ciervo sigue en tierra, igual que los pájaros que se suicidaron frente a Erudito, hace años. ¿Significa entonces que sí me ha visto?

Me quedo detrás del árbol, acuclillada, con Furia en una mano y la otra en tierra, pendiente de cualquier vibración. No escucho nada que se acerque, no veo nada parecido al morado, no siento las pulsaciones de los tentáculos escarbando en la tierra. No viene nadie... puede que no me haya visto, después de todo, pero debo informar cuanto antes, y estar alerta durante la vuelta.
Escucho pisadas y otros ruidos de animal, otra vez al sur. ¿Era una trampa, entonces? Miro alrededor, no hay nada hacia el norte, tampoco a los lados, escudriño las ramas buscando ojos morados, otra vez. Escucho graznidos lejos, pero nada más. Cerca del cadáver del ciervo, un oso acaba de acercarse… un oso. Mierda. Me agacho aún más entre la maleza y los troncos. El animal gruñe, se mueve pesado alrededor del ciervo, cada paso suyo es como si toda una tonelada golpeara el suelo. Escucho su pelo cortar el aire, sus uñas clavarse en la tierra. Guardo a Furia, hinco las manos en la nieve, que se deshace en mis dedos, hinco también las rodillas, y comienzo a alejarme despacio. Me da igual si el animal es salvaje o ha sido convertido por Miedo, todas las opciones son peligrosas.
Cuando el oso ruge, se eriza toda mi piel, gateo más deprisa. Escucho una tormenta de pisadas que cada vez crece más. Yo he llegado a correr, agachada, antes de arrastrarme hasta un tronco y ocultarme. En el claro diminuto en el que yo estaba, ahora está el oso. Palpo a Furia, que acabo de dejar en su sitio, toco la… ¿dónde he dejado la ballesta? No la tengo aquí, y no pienso ni mirar. El oso camina sin rumbo por la parte contraria del claro, tranquilo, pero agitado. Es el caminar de un animal hambriento. ¿Por qué se tuvo que morir ese ciervo?
El oso se arrastra hasta donde estaba yo antes, su olisqueo se clava en mi tímpano y lo estremece durante segundos, contengo un gemido de angustia y lo guardo dentro, intento girar sobre el tronco para ocultarme mejor, pero un arbusto agitará las ramas si me muevo más. Por eso me separo, contengo el aire y el alma si hace falta, y camino rápido hasta el siguiente tronco. Pego mi espalda a la corteza, con tanta fuerza que podría partirla.
El oso sigue olisqueando en su lugar. Puedo respirar de nuevo.

Con mucho cuidado, separo la nuca del árbol. Puedo ver los cuartos traseros grises, casi negros, moviéndose alrededor de la nieve revuelta. Salvo dos tramos de hierba, en la nieve quedan bien claras cuáles han sido mis pisadas, y a dónde llevan. Tengo que seguir moviéndome… pero delante sólo hay matorrales, y nada más que un hueco entre dos de ellos que no sé si cabrá mi cuerpo arrastrado. Me agacho y voy. Su nariz aspira más fuerte que ninguna otra. Noto en la tierra cada pisada, puedo oler su pelo mojado desde aquí, no me ha visto. No me está mirando. Me sigo arrastrando por los matorrales. Pienso correr hasta la Señorita Lorraine y hacerla galopar hasta el palacio. Pienso montar guardia la tarde entera para comprobar si me ha seguido, y me aseguraré de que nadie sale del edificio principal en dos días.
Una rama ha crujido. Se había enganchado en una de las roturas de mi armadura. Ni siquiera estoy nerviosa. No me muevo, tampoco oigo nada. Un gruñido, pero ningún paso. Muy despacio, levanto mi cuerpo, que ya ha pasado, y me arrastro con los codos, las puntas de los pies están rectas, para que las rodillas no rocen el suelo. Podría estar viniendo, pero no estoy segura de lo que oigo. Todo lo rápido que puedo, me muevo hasta el siguiente tronco y espero ahí, mientras me pongo de pie poco a poco. El tronco es grueso. No oigo nada. El olor a animal grande tapa el del romero, y ya no hay tierra mojada, sólo pura humedad y peligro, sólo huele a peligro. Sé que está cerca. No sé dónde. Miro a la derecha, miro bien, no hay nada. Miro a la izquierda. Nada. Miro unos metros más atrás, con sumo cuidado.
La cabeza del oso aparece de pronto en mi vista. Sus ojos negros. Se ha asomado a verme, igual que yo lo he hecho. Hace frío. Sus ojos negros me están mirando. A mí. Ni siquiera parece peligroso en esa posición…
Cuando comprendo que esa bestia se ha abalanzado a por mí, ya llevo varios pasos corriendo. Un rugido, metro y medio hasta el siguiente árbol, me ayudo del brazo para hacer un giro brusco. La tierra tiembla detrás de mí. Me aprovecho de cualquier cosa, el arbusto, el tronco, otro árbol, cualquier cosa que le impida ir en línea recta. Le oigo rugir, detrás de mí, quiero oírle fuerte, quiero olerle lejos, no quiero pensar que detrás de cada salto suyo puede ir detrás mi muerte. No grito. Estoy sola. Cierro los ojos un momento para conectar con el poder en mi frente, el rubí se enciende, le noto fluir a través de mi cuerpo, con ello las zancadas son más largas, más rápidas, se tiñe la piel de rojo y el brillo de la joya ilumina la nieve. Le noto, aún así, más cerca, porque ahora no hay arbustos, ni árboles.

Mi tobillo se tuerce. No he visto el socavón. Aterrizo con el hombro, el cuerpo utiliza la espalda para volver a levantarse. No queda otra. Desenfundo a Furia y me giro hacia él, ya está aquí, ya me tiene. El acero negro desaparece en su piel. Trescientos colmillos blancos se cierran sobre mi pecho.
Debería haber caído al suelo, pero él me tiene, noto la punta de sus dientes fríos, el resto frenados por la armadura. Gira y sacude, balancea mi cuerpo tan fuerte que la espada ha salido del medio metro de herida que acabo de hacerle, hago fuerza con el brazo y preparo la segunda estocada, un golpe, el bosque se ilumina de blanco una centésima de segundo, estoy tumbada en el suelo y me duele la cara. No he vuelto a clavar la espada. Yo tumbada, todos sus dientes son colmillos, me arrastro hacia atrás, él me mira sabiendo que no me perdonará la vida. Veo cómo se abalanza contra mi pierna, pero reacciono tarde, los colmillos son fríos, han invadido mi cuerpo, él arrastra mi cuerpo a un lado, a otro, me levanta en el aire y estrella el hombro contra un árbol. Me suelta para volver a morder.
Son como cuchillos. Es peor que una herida de espada, porque son muchos. El poder del rubí me da fuerzas, me levanto pese a las sacudidas, le clavo la mitad del acero en su espalda gris, pero no le matará esa herida. Tampoco a mí me matará ésta.
Caigo al suelo. El oso va a por el pecho, a por mi cara, pongo los brazos y le detengo, muerde el brazo, porque es lo único que tiene, hace fuerza. Me arrastra por la tierra. Los dientes son rojos, por la sangre, por el brillo del rubí. Apenas puedo igualar su fuerza. Me da igual el olor. Sólo quiero que se vaya… Se retuerce a centímetros de mi pecho, juraría que me mira a los ojos. Siento que el brazo me va a explotar. Pero puedo hacerlo. Con la fuerza del rubí, comienzo a empujar contra él, a ganarle el pulso. ¡Puedo hacerlo!
No lo vi. No sabía que un oso pudiera dar manotazos. Creo que me ha dado en la cabeza. No sé dónde está Furia. Noto cómo sus dientes atraviesan la armadura y se clavan en el costado de un cuerpo que no es el mío. Se retuerce. Aprieta la tripa con la garra, tira hacia atrás con la mandíbula. No parte la carne, gracias a la armadura. Vuelve a morder, levanta, y estrella a su presa contra la tierra. No sé si me he desmayado. Mi piel no brilla del color del rubí. Ayuda…
Me arrastra, mi cabeza nota algo frío a mi izquierda, Furia, pero no puedo cogerla con el brazo izquierdo. Me oigo gemir, cuando me retuerzo con el brazo derecho bajo los colmillos del oso, que sigue tirando. Acaba de levantar la cabeza para volver a morder. Agarro el mango de Furia y la dirijo hacia su corazón, al tiempo que su cuerpo baja. La marca azul de la espada se hunde por completo en su piel. Se retuerce y gime, aún tiene un último espasmo… cae. Ha caído sobre mi pecho. No debo cerrar los ojos, debo mantenerlos abiertos. Su ojo muerto no mira hacia ninguna parte. La baba se resbala por mi armadura, cada vez más mezclada con sangre. Por un segundo, pienso que todas mis heridas son mentira porque he dejado de verlas. El oso está muerto. Está muerto. Tengo que salir de aquí. Cierro los ojos, llego hasta el rubí de mi frente y le permito entrar en mi cuerpo. No estoy notando el poder. Abro los ojos corriendo, cuando noto que me estaba yendo. No puedo sacar el brazo izquierdo del cuerpo muerto. Apenas puedo respirar. La humedad se mezcla con la sangre, con la tierra, es un olor amargo que me da ganas de vomitar. Grito, pero es casi un gemido. Intento arrastrarme, y los dedos se resbalan en la tierra. La hierba se arranca antes de que empiece a hacer fuerza. No noto la nieve. Las ramas no nos tapan del sol, y eso hace que el olor empeore. No puedo mover las piernas, ni empujar el cuerpo, de verdad intento hablar con mi rubí, ¡pero no puedo!
Grito otra vez. Ni siquiera me contestan los pájaros. ¿Me he dormido antes? Creo que sí… Me he dormido. No debo. Empujo el morro del oso, pero apenas levanto su cabeza. Y ni aún así puedo sacar el otro brazo… palpo mi hombro. Río en voz alta por mi hombro dislocado. ¡Soy estúpida! Soy… soy una idiota. No siento nada. ¿Puedo permitirme dormir si sólo es un poco? Cojo el hombro e intento colocármelo, hago fuerza… no, no puedo. Levanto la cabeza del oso otra vez. Nada. Golpeo su cara deforme sobre mi pecho, encharcado de líquido, varias veces. De mi boca también sale sangre. Más de la que pensaba. ¿Sabrá Mentes, mientras se ducha en el gimnasio después de su clase, que me atacó un oso? ¿Recordará lo que hice por él, o lo que vivimos juntos?
El sueño es cada vez más frecuente. Tengo… frío. Normalmente no puedo dormir si tengo un poco de frío, pero me estoy durmiendo. No puedo estar… es… Tengo que salir de aquí. Palpo la tierra. Necesito descansar.
Estoy escuchando un trote, podría ser uno de los ciervos de Miedo, ¿y qué harán los demás sin mí? Si Miedo descubre que hemos estado ocultos en el norte tanto tiempo. Tengo que salvar a Madurez. Su madre murió en mis brazos. Madurez dijo que la vio, cuando fue al reino de los muertos. Veo a Lorraine cerca, ¿o es un sueño? Ojalá Madurez hubiera ido a ese mundo más tarde, así me habría visto, y vería que estoy bien. Pero nunca le hablé sobre su madre. Mi hermana murió en mis brazos. Fallé a mi hermana, Lorraine, se lo digo en voz alta, aunque no sé si se lo he dicho. Me despierto, cuando me parece sentir que el oso se va. ¡Sí! Ahora sí que tengo frío, gracias, Lorraine. Ella acaba de arrastrar al oso con su único colmillo. Quiero que me lleve a casa, por eso me cojo de una de sus patas. Me agarro a ella. Ahora… estoy a salvo.

No tengo el oso sobre mí, pero le sigo sintiendo. He caído desde cien metros y me han prohibido morir. Una pantalla imaginaria entre la cabeza y el cuerpo me impide sentir nada, y al mismo tiempo, siento todo a la vez. Está todo mal, y no sé el qué. Como si la gravedad se invirtiera y me agarrara a algo por mi vida, hacia el cielo. Miro el techo de mi habitación, luego a la gente que me rodea. Veo a dos sombras. Me hablan. Sé que he vomitado, y se levantan, rápido. Juraría que hace un momento eran sombras distintas…
Alguien me pincha el costado. ¿Por qué no me dejan dormir? ¿Cómo voy a dormir si casi no puedo respirar, y la cabeza va a estallarme? Quizá sea otro mal sueño. Alguien habla, detrás de mí. Esto ya lo he vivido antes, en una de tantas veces que he soñado el mismo momento, una y otra vez, porque aún sigo con mi hermana, la vida se escapa de sus ojos, pero nunca acaba de morirse... y yo sé que se acabará muriendo. A veces abro los ojos. Unas veces es de día. Otras, de noche. Siempre la misma cama, es la mía, aquella con la que crecí. Estoy en mi cuarto.
—Luchadora —dice alguien.
Apenas me giro para mirarle. Quiero contestar… pero no lo hago. Miro a Duch, que está a mi lado, sentado a la izquierda. Una vela le ilumina y hace que su piel parezca aceitosa, sobre la mesita, al otro lado de la cama. Tiene que ser de noche.
—¿Puedes oírme? —dice.
Lo que en mi interior es un sí firme, se convierte en un quejido que casi no he podido oír. Me arde el pecho sólo por respirar. Duch se echa hacia delante, donde la luz de la vela acentúa las cicatrices de su cuerpo. También arrastra la silla hacia delante, haciendo ruido desagradable. Sigo mirando sus cicatrices… y me pregunto qué tal me hubiera ido contra el oso si mi piel fuera tan gruesa como la suya. Agarra mi mano, con la otra echa hacia atrás su pelo rubio áspero.
—¿Cómo te encuentras?
No le contesto, me limito a dedicarle la cara más fulminante que puedo hacer en estos momentos. Cuando arqueo las cejas, me doy cuenta de que tengo una gran venda en la cabeza. Él sonríe, luego pide perdón enseguida. Aprieta mi mano.
—Me alegro de verte. Muchísimo.
Yo asiento. Cuánto, llego a pronunciar con voz ronca... moribunda. He tenido que repetírselo. Cuánto.
—Has estado varios días en cama… y me parecen pocos. Yo… joder.
Empieza a llorar. Después de dos segundos inmóvil, se ha echado para atrás, y está secándose los ojos con las palmas. Yo niego despacio con la cabeza. Cuánto, vuelvo a preguntar. Cojo aire, y me tomo mi tiempo. Cuánto. Me. Ha. Costado. Él coge aire de forma entrecortada, con una mano en uno de los ojos, la retira despacio y ladea la cara, con un gesto que no sé interpretar. Sea lo que sea, quizá sea irreversible. Cojo aire… estoy preparada para el golpe. Duch se levanta y retira poco a poco las dos mantas que me cubren. Huele a sangre, y orín. Casi no queda parte de mi cuerpo sin vendar, pero, a esas pequeñas partes, el frío las está envolviendo.
—¿Quieres la versión larga o la corta? —dice.
No le digo nada. En mi imaginación estoy gesticulando, pero mi cuerpo no se mueve. Él coge aire.
—En el brazo izquierdo tienes una grieta volcánica, en la pierna un bombardeo, y en el costado... lo que le hace Madurez al contramuslo de un pollo, en lugar de comérselo.
No sé qué responder a eso, ni siquiera sé qué ha dicho. ¿Y qué gesto tengo ahora en mi cara, que se ha quedado varios segundos mirándola? Se sacude la cabeza, y vuelve a coger aire.
—Creemos que tienes el brazo izquierdo fisurado —lo señala—. En la pierna hay varios desgarros, pero creemos que volverás a caminar. El costado ya es otra historia.
Me estaba alegrando, hasta que ha hablado del costado. Aún tengo la imagen del animal, hundiendo sus dientes dentro, siento frío, pero no el que siento ahora mismo en el cuerpo, sino uno que viene de dentro. Fuerzo la cabeza para intentar ver detrás del brazo vendado. Acabo viendo un tubo largo que sale del brazo, que conecta con una bolsa de sangre, colgada encima de mí. Con un tosido sin fuerza, líquido caliente y espeso sale de mi boca. A la luz de la vela parece sangre, pero más oscura de lo normal. Después, más tosidos, bastante sangre. Me arde el pecho. No puedo respirar. Duch corre hacia la mesita y coge un trapo que ya está bastante sucio, coloca mi cabeza de lado y me va limpiando la sangre según toso. Cada vez que me muevo, el pecho me arde, y con cada convulsión, el estómago me grita que pare, pero, por más que grite, luego vienen más tosidos, y más sangre. Cuando acabo, apenas puedo coger aliento, la sangre se resbala de mi garganta, espesa, y tarda en caer.
El trapo huele tan amargo...
Duch me acaricia la cabeza, por la parte de la venda, y me hace daño. Me susurra cosas. Con pequeños espasmos de mi garganta, que arden igual, acabo de expulsarlo todo. Cuando me doy cuenta, tengo el brazo sobre el hombro de Duch. Como si rogara piedad. Escupo un último perdigón negro, casi sólido.
No puedo hablar. Apenas puedo mantener los ojos abiertos, y me dormiría tal y como estoy ahora mismo, tumbada del costado bueno, y las heridas queman, sí, como hierros rojos, pero el dolor en mi pecho es tan general, tan soportable, que hace que note el resto de heridas más lejos. Duch me pregunta si estoy mejor. Le digo que sí.
—El oso mordió por la zona de tu estómago e intestinos, y creemos que por eso vomitas sangre. Y si notas que te cuesta respirar, no te preocupes. Tienes algunas costillas rotas, y una te hizo herida en los pulmones, pero lo hemos solucionado. Pronto estarás mejor.
Ahora es cuando echo de menos a Servatrix y sus poderes curativos, o a Repar, que siempre se le dio bien hacer pequeñas operaciones. Yo asiento. Me basta con poder caminar y seguir protegiéndoles. Creo que he tenido suerte.
—¿Quieres que avise a los demás de que has despertado?
Vuelvo a asentir, despacio, con los ojos cerrados. Ni siquiera me molesta la vela... Escucho cómo abre y cierra la puerta de madera, porque cruje mucho, como todas. La de la habitación de Duch ni siquiera cierra, y tiene la cama torcida respecto a la pared por una gotera. Puedo escuchar sus pasos, cómo abre otra puerta. Siempre fue un edificio bastante ruidoso. Cuando éramos más, solían despertarme cada vez que alguien caminaba hacia el baño. Luego Los Creadores mataron a un tercio. Luego Miedo convirtió al otro tercio en parte de su ejército. Hoy, Duch sólo avisará a cuatro personas.
Descubro que me había dormido, cuando la puerta se abre. Distingo de reojo a dos figuras, una enorme, que es Duch, y otra pequeña, de oscuro, que es Stille. Iluminada por la vela, se coloca a mi lado, toca mi frente con la suya y extiende los brazos por mi cuerpo, apenas llegando a tocarme. Abrázame, llego a decir, y ella me abraza más fuerte de lo que me esperaba, aprieta su mejilla contra la mía, y la noto húmeda, siento cómo ella se estremece sin hacer un solo ruido, únicamente el de su respiración. La arropo con el brazo derecho, cierro los ojos. Estos últimos meses ha adelgazado, como todos, pero a ella se le nota mucho... Cuando se separa, comienza a limpiarse las mejillas, pero su cara brilla cada vez más a la luz de la vela.
Me cuesta esfuerzo, pero miro más allá del cielo, me sorprende que Mentes siga despierto. Tomo el control de su cuerpo para mirar la hora... las cuatro de la mañana. ¿Por qué Mentes sigue despierto, mirando noticias, como hace siempre, últimamente? ¿Quién de todas las mentes le ordena seguir despierto? Duch me acaricia desde su silla, ahora detrás de mí, y me dice que descanse, que él se encargará de ordenarle que se acueste. Cómo me conoce. Acaricia otra vez mi cabeza, y me susurra que duerma. Stille sigue a mi lado, también. Mi familia no me abandona. Por un momento, el dolor desaparece.
Mañana quiero hablar con Madurez sobre su madre.

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