25 de octubre de 2019

Una sorpresa y un disgusto.


Abro los ojos. En seguida me doy cuenta de que no estoy en mi habitación en el palacio, sino en nuestra antigua casa. Tiene que ser por la mañana, pero la niebla hace que parezca a punto de anochecer. Miro en todas las esquinas con cuidado, me levanto y miro también debajo de la cama. Cojo a Furia, debajo de la almohada. Miro también en los armarios. Nada... Me siento en la cama, despacio, y palpo las heridas. Hoy siento algo nuevo, un picor sutil que empieza a abrirse paso entre el escozor que viene desde dentro de la pierna. La piel muerta que sale de las heridas empieza a abultar y apretar la venda, pero me dijeron que me la dejara puesta, igualmente. Me froto los ojos. Qué mal he dormido esta noche... si es que he dormido. He estado demasiado alerta, y creo que he cogido frío, porque noto la garganta un poco hinchada. Escucho los pasos de alguien subiendo por las escaleras, y, desde aquí, puedo ver la cabeza de Jacob que empieza a asomar. Le llamo.
—¿Alguna novedad? —le pregunto.
Tomo el control de Mentes, que ya está despierto, y le hago mirar la hora. Las diez y veinte de la mañana.
—No —dice—. Ningún robot, ningún tentáculo, nada. Servatrix sigue en su silla.
—¿Por qué? Sabe que estamos aquí.
—Nunca he entendido a Miedo... así que ni me esfuerzo.
Cuando Jacob se acerca, veo que no tiene la piel bien en los brazos. Son... quemaduras. Cuando se da cuenta de que las estoy mirando, me dice que se las hizo sujetando a Servatrix. Tiene también en las manos, y una irritación en el cuello.
—Sigo siendo alérgico a Miedo —dice—. Da igual que sea un tentáculo, que alguien controlado por él.
—¿Y la niebla?
—Me deja vivir, que no es poco.
Me levanto, y Jacob se da prisa en darme el bastón apoyado en mi mesa. Más allá del cielo, Mentes busca trabajo desde su portátil, con mucha desgana, mientras su madre plancha al lado, mientras mira un programa de televisión que habla sobre política. Tomo el control y pregunto en voz alta si de verdad está mirando esa basura, y su madre me responde que a ella le gusta. Está muy pálida hoy. Jacob nos dice que ha pasado una mala noche, que, cuando acostó a Mentes, la escuchaba toser desde su cama, y silbaba al respirar, igual que yo. Me asomo a la ventana, donde veo a Cessabit no muy lejos. Abro la ventana, deprisa. La cierva está quieta, completamente parada, mientras Social, que está en el jardín con Madurez, mueve los brazos con el bastón en la mano, e intenta asustarla, pero en ella no se mueve ni su enorme cornamenta fina. Desde aquí noto que también tiene los ojos morados, igual que su dueña, atada a una silla abajo, y tiene mal aspecto. Ha movido la cabeza un momento, y con ella todos los cuernos, Social ha dado un paso atrás, y ha encogido los brazos.
—¿Dónde está Fulgor? —digo.
—Stille le ha visto pastar hacia el oeste. Parece que aún sigue limpio de Miedo.
Tenemos que recuperar el caballo de Susurro. Asiento, sin dejar de mirar a la cierva hasta que doy media vuelta y voy hacia el pasillo. Me despido de Jacob y bajo las escaleras, y en la sala principal saludo a Stille. Está sentada en una de las sillas, cerca de Servatrix, afilando un kunai con una piedra. Le señalo con la mano que esté atenta, bordeo el cristal de Energía y camino hasta Servatrix, que está en silencio y con la cabeza gacha. Manos y pies atados, ojos vendados, cera aceitosa dentro de los oídos. Amordaza. Verla así me inspira frío, como si yo estuviese desnuda en la montaña, en invierno... sólo que el invierno está dentro. Despacio, desenredo el nudo del pañuelo en su boca, empapado por delante, pero no reacciona. Le retiro el pañuelo, y, de golpe, levanta la cabeza.
—¡A Stille siempre le contaba el cuento la última porque en realidad quería más a Susurro que a Stille —grita—, y hubiese preferido que Stille fuera la que hubiese muerto! ¡Duch me confesó que se odia, y Luchadora me dijo que amaba a Humilde!
Aprieto su mandíbula contra la cabeza, ella intenta chillar, pero se queda en un grito ahogado y nasal. Sale sangre de entre sus dientes, pero tiene que darme igual. Puedo ver, ahora que la manga de su vestido se ha retirado, que en el antebrazo izquierdo brillan las líneas y tridentes de la marca de Miedo.
—Hola, Miedo —le digo—. ¿Puedes oírme?
Servatrix no contesta, sigue retorciéndose, y por un segundo pudo abrir la boca, pero la tengo otra vez. Grito a su oído, ¿puedes oírme? Ella sonríe y ríe por dentro, como si pudiera verme a través de la venda, ladeando la cabeza un poco. La cera dentro de sus oídos me da asco, pero entiendo que no había solución mejor. Poco a poco suelto su cabeza, y parece que esta vez no va a gritar. Lo que dijo antes... sólo la verdadera Servatrix lo conocía.
—No te oigo bien —dice Miedo, con varias voces—, pero sé quién eres. ¿Dónde has estado toda la noche? ¿Haciendo guardia, quizás? Dando vueltas al edificio en sentido horario, me han dicho...
Servatrix sonríe, enseñando un poco los dientes, en una mitad, y en la otra, manteniendo la sonrisa cálida que Servatrix solía utilizar. Stille está detrás de ella, mirándola con odio, con los puños muy apretados.
—Tengo ojos y oídos en todas partes —dice—. Lo que le hacéis a este cuerpo no sirve de nada. ¡Si soy yo! ¡Soy Servatrix, de verdad!
Lo último que ha dicho ha sido con la auténtica voz de Servatrix, con el mismo tono, la misma cadencia en el final de frase.
—Tenéis que sacarme de aquí —dice—. Si Madurez se esfuerza, puede expulsar a este monstruo de mi cuerpo. Tiene que poner las manos... yo puedo enseñároslo. Sólo tenéis que soltarme.
—¡No! —grito.
Social y Madurez han entrado a ver qué pasa. Jacob está en la puerta que da a las escaleras.
—Por favor... —dice Servatrix.
Meto el pañuelo en su boca, mientras ella se retuerce, intenta gritar, he distinguido cómo pedía auxilio. Aprieto el nudo fuerte, mirando a la nada. No distingo bien la expresión de Stille, porque tengo los ojos húmedos. Pido perdón a todos, y camino hasta la cocina para beber un poco de agua. Las manos me están temblando. El agua sale sin problemas del grifo... Si Energía estuviese aquí, sería como estar en casa, si pudiéramos ignorar la niebla fuera. Tenemos que ayudarla, dice Madurez, se coloca otra vez detrás de ella y coloca las manos en la cabeza, pero Servatrix sólo ríe con sonidos guturales y amortiguados. Tenemos que salir de aquí, lo que no sé es qué hacer con Servatrix. Si la llevamos detrás, será una carga y nunca podrá ver ni oír nada, o sabrá dónde estamos. Si la abandonamos aquí... no vamos a hacer eso. No pienso arriesgarme a verla por última vez, no otra vez. No.
Social separa con cuidado a Madurez de Servatrix, la chica tiene cara de decepción, y hace aspavientos al aire con las manos. Sé que puedo hacerlo, dice, pero Servatrix todavía se ríe. Stille aún mira a la prisionera con los puños apretados... y Jacob no dice nada. Simplemente, está. Madurez se marcha de la casa, casi corriendo, a mí se me acelera el pulso, bufo y voy tras ella apoyada en el bastón, pero Jacob me para a medio camino. Sonríe, y me dice que irá él a comprobar que todo vaya bien. Stille y yo nos quedamos en el comedor, sentadas, Social de pie en el marco de la puerta. Mirando a Servatrix. Tengo tanta hambre...
—Esto es de locos —dice Social—. No puedo seguir así.
—Tenemos que ser fuertes —digo—, y...
—¡A la mierda la fuerza! —susurra—. Quiero un día de paz. Quiero tumbarme en la cama y sentir que todo está bien. Darme un baño caliente. Como cuando éramos jóvenes.
Oigo gritar a Jacob, muy a lo lejos, y todos nos miramos. Madurez nos llama, desde fuera. Nos levantamos, cojo a Furia y me pongo en posición, como el resto, según ella llega a toda velocidad hasta Social y nos dice que vengamos... pero su cara no es de preocupación, todo lo contrario. Social y yo salimos fuera, mientras Stille sube para despertar a Duch. La Señorita Lorraine ronca al lado de la entrada, golpeo su frente y comienza a sacudir la cabeza mientras chilla, en lo que Social levanta a Ánima. Madurez nos sigue llamando, mueve los brazos para que vengamos a la playa. La jabata se mueve de mala gana cuando la agarro del colmillo y tiro, mientras intento descubrir qué misterio hay en la playa para que esté tan revolucionada, pero no veo nada, sólo una antorcha apagada de las que clavamos hace años para iluminar la playa por la noche. La mirada se va hacia el mar muy rápido... ¿qué...? Un barco. ¡Un barco! Se mueve cerca de la costa, hacia el oeste, mientras el que parece ser el pájaro de Jacob, Ady, lo sobrevuela en círculos. Dentro, parece que alguien levanta los brazos para saludarnos, pero no le reconozco. Madurez también levanta los brazos, salta, y se está llenando de arena las botas. La Señorita Lorraine gruñe, porque no le gusta la arena.
—¡Dice Jacob que son amigos! —dice.
Le pregunto dónde está Jacob, y ella señala a lo alto de la copa de un árbol, y ahí está, moviendo los brazos como el tripulante del barco. La nave parece ligera, pero resistente, preparada para viajes largos. Las velas, azules, se confunden con el cielo.
—Amigos... ¿quiénes? —digo.
Madurez se encoge de hombros. Social se rasca la cabeza, a mi lado. No veo tentáculos alrededor de la casa, ni robots, no parece una trampa, todo lo contrario, parece que todo está tranquilo. Stille llega con Duch, que ha vuelto a su forma más grande, y saluda a todos, mientras se despereza. Los dos preguntan lo mismo que yo, pero las respuestas son las mismas para todos. Del barco distingo a tres personas bajando un bote, y comienzan a remar hacia nosotros. Jacob ha comenzado a bajar, y para cuando llega hasta nosotros, sonriente, los tripulantes ya están a mitad de camino.
—¿Quiénes son? —le pregunto.
—Les conoces.
Y no dice más, sólo sonríe, y espera su llegada. Las tres personas del bote son de piel morena, las dos que reman miran hacia aquí, un chico y una chica. Pero, ahora que están más cerca, no... no las he visto en mi vida. Aún así, ese color de piel sí que lo he visto antes. Entonces, la tercera persona se levanta, y se da la vuelta. Reconozco a Imica, de la tribu Uut, saludando a todos con mirada solemne, y tardo por lo menos un par de segundos en saludar de vuelta, supongo que lo último que esperaba era verla aquí, en nuestra casa. En un barco. Duch ha dicho un no me jodas en alto, Social sonríe. Antes de que el barco acabe de encallar en la arena, Imica apoya los pies descalzos en la punta de la proa y salta a la playa justo donde el agua se ha retirado, y, según camina, la siguiente ola la acompaña sin llegar a rozarla. No tiene adornos en el pelo, ni pinturas, ni pulseras, salvo una de la que cuelgan tres plumas. Me doy cuenta que durante todo este rato no ha dejado de mirar a Madurez, y camina directa hacia ella, con la cara seria. No cierra los ojos, aunque el sol le da de lleno en los suyos verdes. Se para, a un metro de la chica, y la señala hasta que casi puede tocarla. Madurez es una cabeza más alta, pero parece la que menos altura tiene de las dos.
—¡Tú llamar! —dice Imica.
Madurez se queda quieta. Cuando Imica le repite lo mismo, dice su nombre, Madurez, trabándose al principio. Imica se golpea el pecho, sin cambiar el gesto de su cara.
—Yo Imica, hija de fuerte Onubagan. Tú en Torre de Núbise, yo alegre porque tú bien.
—Gracias —dice Madurez, casi susurrando.
—Ella es la líder de los Uut —le digo, señalando a Imica.
Imica, con el mismo gesto serio, camina hasta poner los pies a un palmo de los míos, se pone de puntillas y me mira fijamente a los ojos... Ya ni siquiera me incomoda. Aún de puntillas, no iguala mi altura.
—Líder qué es —dice.
—Fuerte de los Uut —digo—. Valiente.
Ella va a decir algo, pero no lo hace. Poco a poco vuelve a su altura normal, y se separa un poco de mí. Su cara seria se ha relajado.
—Ya no Uut —dice—. Miedo ataca y acaba con Uut. Tres queda.
Se señala, y dice su nombre, en alto. Cuando señala al chico, le llama Nina, y cuando señala a la chica, la llama Roruk. Me vienen a la cabeza los recuerdos de Repar convertido en Miedo. Había olvidado que, si Repar estaba convertido, significaba que todo el poblado Uut había sido atacado por ese monstruo.
—Imica... —digo—. Lo siento...
—No sientes —dice, y mueve las manos—. Fuertes vive. Tú fuerte, tú viva, yo alegre grande.
Asiento con la cabeza, y me da la sensación de que todos los recuerdos, las penurias que ella ha pasado desde la última vez que nos vimos, las supiera mirándola a los ojos. Se golpea el pecho, y ella asiente también. Después se gira, camina hasta Jacob y le da un abrazo sutil, tanto, que los dos se rodean con los brazos, pero ninguno toca al otro. Chamana fuerte, dice Imica. ¡Chamana fuerte!, repite, y le señala, y los dos Uut que van con ella se arrodillan, apoyan los remos en el suelo como si fueran lanzas y pasan el otro brazo por el pecho.
Imica saluda al resto poniéndose enfrente y golpeándose el pecho. Duch y Stille se golpean con poca fuerza y cara de desconcierto, pero Social lo hace con ímpetu y una sonrisa de oreja a oreja. Imica le pregunta cómo está, y Social contesta que ahora ya está bien y que no necesita las hojas. Miro a los otros dos Uut, que están quietos y firmes, esperando las orden de su líder. Todo cuanto queda de la tribu...
—Imica... —digo—. ¿Qué le ha pasado a tu bosque?
—Sentada yo cuento.
Madurez deshace la niebla que hay de camino a la casa, pero el hueco se rellena en cuestión de segundos. Los Uut han dejado los remos y han cogido lanzas que debía haber dentro del bote, y los tres caminan, alerta, con nosotros. Dentro, Duch coge la silla de Servatrix y la mueve él solo, ella se retuerce, y los tres Uut se la quedan mirando, hasta que la oculta en la cocina, y cierra la puerta. Nos sentamos alrededor de la mesa, las mentes a la izquierda, los Uut al borde derecho, yo me siento lo más a la derecha posible. Imica, que está en el borde derecho, nos pregunta si ésta es nuestra casa, y hace un gesto difícil de interpretar, como si no le desagradara, pero tampoco le gustara.
Nos cuenta que, poco después de que nos fuéramos, la niebla de Miedo invadió el lugar, y unos tentáculos salieron de la tierra y destrozaron algunas casas. Eso me es familiar... Nos dice que primero fue a por los soldados, y ellos, convertidos en Miedo, rodearon el pueblo, armados, y atraparon a los aldeanos en el centro. Señala a sus dos compañeros, que fueron los únicos soldados que no se convirtieron, y por los que Imica está hoy aquí.
—¿Y los árboles? —pregunto—. ¿Los destrozó?
Ella se me queda mirando, luego se gira hacia Jacob.
—Ic suuna pa uu noctó —dice Imica—, o rii nusa, unuba.
—Dice que no cayeron muchos árboles —dice Jacob—, pero empezaron a volverse morados.
Imica levanta un poco los brazos, con los ojos muy abiertos.
—Árboles moradas —dice—. ¡Árboles moradas! Uut navegar tierra cerca, pero niebla toda. Todas partes árboles moradas, igual aquí.
No me suena haber visto ningún árbol morado en toda la zona... tendré que fijarme luego.
—¿Y el barco? —pregunto.
Imica señala el barco en la costa, con cara de duda, yo asiento. Banco, dice ella. Barco, repito.
—Banco Uut de años hace —dice—. Escondido en arena.
—Y con ese barco podemos huir de aquí —dice Madurez.
Se levanta de su silla, apoya las manos sobre la mesa. No es una mala idea, pero la Señorita Lorraine y Ánima no podrían viajar. Aún así, si fijamos un destino y Jacob les dice a dónde nos vamos, ellas podrían ir caminando por su cuenta...
—Podemos ir a la Isla de Inconsciente —dice Madurez.
La sala sigue en silencio. Veo de reojo cómo Jacob y Duch se han girado hacia ella, de pronto, e Imica se ha echado hacia delante. Yo estoy inmóvil. ¿Cómo puede atreverse a decir algo así?
—¿Estás loca? —grito.
Social nos manda callar a todos, señalando hacia la cocina, donde está Servatrix. Madurez habla, ahora susurrando.
—¡No estoy loca! —dice—. Huyamos donde huyamos, Miedo nos va a esperar. El único lugar que no se espera es que le ataquemos en su casa.
—En la Isla de Inconsciente estaríamos más ceca de su núcleo —dice Social—. Porque tiene un núcleo... ¿no? Como Energía.
Me apoyo en el bastón para levantarme, y arrastro la silla según lo hago.
—¿Es que os lo estáis planteando? —digo—. Lo dejaré claro. No vamos a ir a un lugar donde lo más probable es que acabemos convertidos en Miedo.
—No tiene por qué —dice Madurez—. Yo puedo recuperarles.
Sólo ella y yo estamos de pie. Con cara de enfado, o quizá decepción, señalo hacia Servatrix.
—No —digo—. No puedes recuperarles.
—¡Sí que puedo! —casi está gritando, y mueve el dedo hacia mí, enfadada—. ¡No tienes razón, yo sé que puedo, tengo que practicar!
Va siendo hora de enterrar este tema y hacer volver al sentido común.
—Pues mientras practicas —digo—, estaríamos en el lugar con más probabilidad de ser atacados, y yo no puedo protegeros.
Madurez coge aire para hablar, está claramente alterada... porque no tiene razón.
—¡Ni siquiera tienes que venir! —dice—. Mientras esté yo para deshacer a Miedo poco a poco, basta.
—¡Pues mala suerte, porque justamente tú no vas a ir a ningún sitio! —digo.
Esta vez he gritado... bastante. Me cuesta mantener el contacto visual con Madurez, pero lo corta ella, cuando se sienta con los brazos cruzados y una mirada a la mesa que rompería el diamante. Yo también me siento. No sólo me duele el costado por el esfuerzo... también hay un hormigueo en el pecho, algo que me indica que no ha estado bien. Quizá haya sido muy dura, pero la conversación necesitaba sensatez de forma urgente. Sobre todo cuando Miedo nos quiere vivos a todos, menos a Madurez. En la mesa, nadie habla. Jacob juega con una rama pequeña que se había enganchado en su ropa. Duch mira hacia arriba, juntando los dedos.
—¿Si Miedo muerta, Uut libre? —dice Imica.
Le miro a los ojos, pero ella mira al frente.
—En teoría sí —dice Social—. En teoría.
—Teoría qué es.
—Iz coboulo oni —dice Jacob.
Imica asiente, despacio, mientras frota el pulgar contra los otros dedos, también despacio. Mira a diferentes sitios, pensativa.
—Imica va a Isla.
Madurez le da las gracias. Vuelve a levantarse, y vuelve a apoyar las manos en la mesa.
—¿No os dais cuenta de que estamos viviendo aterrorizados? —dice Madurez—. Mientras tanto, la mitad de nuestra familia sufre porque Miedo les controla. No hay garantía de que salga bien, pero mirad, ¡Imica ha aparecido con un barco! ¿Qué más señales necesitamos? ¡Ésta es nuestra única oportunidad de acabar con Miedo y con Mal de una vez por todas!
Por más que he negado en silencio, no he acallado las palabras de Madurez. Imica asiente. Social también.
—Votemos —dice Social—. ¿Quién quiere ir a la Isla de Inconsciente a matar a ese cabrón?
Madurez levanta la mano muy rápido, y se sienta, poco a poco. Imica también la levanta, y con ella, a su orden, sus dos soldados. Social la ha levantado también. Duch suspira fuerte, da dos pequeños golpes a la mesa con el puño y levanta la mano. Jacob está quieto, con los brazos debajo de la mesa. Me está mirando... Stille también tiene las manos bajadas, como nosotros. Pero... poco a poco, y con los ojos cerrados, la sube. Hemos acabado de votar.
—¿Quién quiere ir a cualquier otro sitio? —dice Social.
Todas las manos abajo, salvo las de Jacob y la mía. Nos seguimos mirando, y él asiente, despacio, con cara muy seria. Igual que Imica, pero seguro que con la intención completamente opuesta. En esta mesa, ahora, se acaba de decidir el suicidio colectivo de todos los que quedábamos para dirigir la vida de Mentes, e intentábamos retomar una vida normal. Madurez celebra. Imica nos mira, seria, mientras se sigue acariciando los dedos con el pulgar. Yo me levanto, cojo a Furia, que estaba apoyada en la pared, y voy a dar un paseo. Necesito que me dé el aire, aunque sé que, más que aire, respiraré niebla. El rubí en mi frente me susurra, lo sé, pero no quiero oírle. Que brille si quiere. No pienso hacer caso a su luz... pero no puedo estar con el resto.

Ni un solo animal. Quitando a Cessabit, que vino esta mañana, y a Fulgor, que seguramente reconociera a Madurez cuando chilló en la jungla, no he visto ningún otro ser vivo. Intento pensar fríamente, pero es difícil en este ambiente húmedo y caliente. La estrategia era una afición de Razón y de Eissen, y hace mucho que no oigo sus palabras... Pero hay algo en todo esto que me huele mal, muy, muy mal, empezando por el hecho de que Miedo sepa dónde estamos y no nos persiga. Cojo una piedra suelta que hay en un hueco de la roca y la lanzo al agua, donde una ola la devora. Cuando vivía aquí, y pensaba que viviría siempre, no aprecié este lugar como lo estoy haciendo ahora. Incluso con la niebla, los rayos anaranjados del atardecer se ven preciosos sobre el mar. Escucho gaviotas, pero están lejos. Aquí solía haber cangrejos... pero no he visto ninguno. Después de caminar media noche, pensé que hoy tendría peor la herida de la pierna, pero está dando poca guerra. Quizá en un par de semanas ni siquiera necesite el bastón... Es algo por lo que nunca tendría prisa, porque las recuperaciones necesitan el tiempo que necesitan y nunca deberían forzarse, pero es que lo más probable es que viajemos mañana, y ese lugar es el más peligroso del mundo. Encuentro otra piedra pequeña entre los recovecos de la roca, y la intento lanzar lejos, pero me sale mal el tiro y desaparece bastante cerca, poco antes de que una ola se estrelle y me lluevan algunas gotas.
Más allá del cielo, Mentes se baja en una parada de autobús que conozco bien, y comienza a caminar derecho hacia un parque. Sé que le controlan las mentes convertidas en Miedo, y sé que, si intento impedirle llegar a ese parque, esas mentes sabrán dónde estamos... aunque, ¿qué más da? ¿No lo saben ya? Presiono por el control de Mentes, para que dé media vuelta y coja la parada de autobús que le lleva a casa. Noto un aura blanca, a muchos kilómetros, la de Dante, tan brillante y poderosa que es como si estuviese aquí. El corazón me empieza a latir bastante rápido. Estoy lejos de tener todo el control, pero he conseguido que Mentes se pare y mire la parada de enfrente, la que debe usar para volver, y, desde la casa, siento el brillo de Madurez cuando reclama el control, que parece que tira de la cuerda en la misma dirección que yo. Entonces, nuestro control desaparece, de pronto. ¿Soy yo, o todas las mentes poseídas por Miedo han hecho fuerza a la vez y nos han desbancado en sólo un segundo? Mentes coge aire, y retoma el paseo.
Ojalá hubiera una piedra a mano para poder lanzarla lejos.
—No has venido a comer.
Suelto a Furia, que ya la tenía en posición de ataque, cuando veo a Jacob a varios metros detrás de mí. El corazón me sigue latiendo rápido. Miro atrás por los dos lados, para asegurarme de que no hay nada más.
—He comido por mi cuenta —digo.
Es mentira. Me duele más el estómago que la cicatriz del costado. Jacob me pregunta si puede sentarse a mi lado, yo me acerco el bastón al cuerpo, para hacerle sitio. Lo primero que hace, según se sienta, es ofrecerme un mango de los que crecen al oeste. Lo cojo sin pensar y le doy un bocado grande con piel. Vuelvo a mirar atrás, pero no hay nadie más, trago de una, y vuelvo a morder. Así estamos los dos, viendo cómo se estrellan las olas contra la roca, mientras el mango se hace más y más pequeño, hasta que queda el hueso plano.
—¿Sigues soñando con esa mujer que te dice cosas? —le pregunto.
—Enaí —dice—. En lenguaje Uut, significa las estrellas, todas ellas. Desde hace un año, no me dice nada. Llora por su hijo. Cada día.
Le pregunto si puede descansar soñando siempre con lo mismo mientras me limpio las manos en la piedra y en la ropa, pero sólo se encoge de hombros. Le pregunto si preferiría soñar otras cosas, a la vez que lanzo el hueso... no contesta. El agua sigue estrellándose contra la roca, mientras el sol comienza a morir, y su brillo naranja sobre el mar se empieza a enturbiar y mezclar con las idas y venidas de las olas. Él mira al horizonte, y su vista no cambia, aunque le mire de seguido. Disfruto de su presencia, de sus silencios, de cómo dice tanto no diciendo nada, pero hoy, no sé por qué... lo siento vacío. Casi condescendiente.
—¿No dices nada? —digo.
—Creía que esa frase sólo la decía Social —dice—. A ver si te ha mordido y te ha pegado lo suyo.
Y, aún así, logra sacarme una sonrisa. Le explico que hoy no ha sido un día normal, y que, de forma imprevista, se ha decidido algo estúpido y muy grave para nosotros, y para Mentes. Bueno... de forma imprevista para mí, al menos, le digo.
—Cuando me dijisteis que ibais a rescatar a Madurez en la torre de Dante —dice—, me pareció un plan igualmente estúpido.
—Pensé que me apoyabas.
—Y lo hago. —Me mira, serio—. Eso lo haré siempre, esté de acuerdo contigo o no. Pero... sí. No es la misma situación la de la torre que ésta.
Cuando Jacob ha parecido que les daba la razón a ellos, me ha entrado algo malo en el cuerpo, y ahora, con esta última frase, se ha cerrado un poco.
—Gracias por pensar como yo —le digo—. Has sido el único que ha votado conmigo, después de todo lo que he gritado para nada.
Las gaviotas se escuchan más cerca, creo que puedo verlas, al este, pero la niebla es espesa y no podría asegurarlo. Jacob sonríe.
—¿Tanto necesitas que alguien te dé la razón?
—Que alguien me diga que no estoy loca. Que lo que pienso tiene sentido.
Jacob asiente, luego me mira, luego mira al horizonte y vuelve a asentir. Expone el muñón de su mano, que lo tenía guardado dentro de sus telas holgadas.
—No sólo es arriesgado ir —dice—, sino que tú estás herida y yo tampoco podría proteger a nadie. Me siento tentado, en parte, de ofrecerte que cojamos las dos monturas y nos vayamos a las montañas, donde no seamos una carga.
Le miro. Lo está diciendo en serio.
—¿Cómo que una carga? —digo—. Jacob, tú sigues siendo muy útil para nosotros.
—¡Útil! Luchadora, me falta una mano. —Me enseña el muñón desde cerca—. ¿Puedo seguir absorbiendo energía? Sí, ¿y comunicarme con los animales? También, pero con una mano. Literalmente, soy la mitad de útil que antes. Me sobra medio cuerpo.
Niega con la cabeza, y lanza una piedra al mar de las que yo estaba buscando.
—Allí va a haber combates —dice.
—Tendrías que probar a absorber desde otras partes del cuerpo, como tu muñón.
—¿Con quién?
—Conmigo, sólo tienes que pedirlo.
—No, Luchadora. Da igual, de verdad. Además, allí habrá Miedo por todas partes. Me hará daño.
No sé cómo animarle. Ojalá tener la mejor respuesta ahora, o la más sabia, o la que más necesite. Sólo soy una guerrera que se ha entrenado toda su vida para mover una espada.
—Aún así —digo—, ser la mitad de útil que antes sigue siendo muy útil para el grupo, incluso en combate.
¿Tú crees?, dice. Está mirando la roca, moviendo frenéticamente el dedo alrededor de un agujero que es un círculo casi perfecto. Claro, le respondo. El gesto de su cara se vuelve un poco más cálido, y me da las gracias. Desde donde estoy le arropo con los brazos. ¿Cómo podría hacer para que él se vea como yo le veo? Jacob me cuenta, también, que se siente culpable por perder la memoria desde el momento en el que, en teoría, murió. Le hubiera gustado estar con nosotros antes, dice. Y yo hubiera estado encantada de que lo hubiera hecho, pero seguramente, de haber ocurrido así, no estaríamos aquí y ahora, los dos. Le pregunto si está mejor. Él me pregunta si quiero volver a casa. Así que él coge a Furia, me ayuda a levantarme, y empezamos a caminar, despacio.
Y, mientras caminamos, Mentes se para, apoyado en el tronco de un árbol del parque. Como todos los viernes por la tarde, María está allí, a lo lejos, sentada en un banco enfrente de un recinto con tobogán y columpios donde juegan los niños, que ya han acabado el colegio. Julio estaría ahí, y nosotros con él... Si Razón estuviera con nosotros, hablaría largo y tendido de todo lo malo que tiene venir a verla, pero poco importaría. Sólo por la manera en la que Mentes la ve, y Social sé que está involucrado, todas las penas que trae su recuerdo se esfuman. Luego vuelven, multiplicadas, pero ahora mismo, no existen. Recuerdo los días en los que me despertaba, y Mentes conmigo, y María dormía a nuestro lado. Nunca sentí tanta paz.
María mira cómo juegan los niños, y así estará más de una hora. Y nosotros, algo ocultos por el árbol, miramos a María, deseando hablar con ella, pero no lo haremos, porque ella nos odia.
Duch está quieto y tranquilo, montando guardia en el jardín, incluso se ha sacado una silla, como solía hacer antes. Casi no se le ve, con la oscuridad que trae la niebla, pero él, como si leyera mi mente, enciende una vela con una cuerda que prende. Luego mira de un lado a otro, porque no sabe dónde apoyarla. ¿Y ese brillo? Parece el martillo de Duch, que estará apoyado en el seto más cercano. Me despido de Jacob justo cuando entramos dentro, cojo una silla y la arrastro hasta Duch. Después de unos segundos mirándome, me habla.
—¿No vas a sentarte? —Yo niego con la cabeza—. Gracias.
Y deja la vela encima de la silla. Luego se echa hacia atrás, con la silla a dos patas, y los brazos detrás de la nuca. Más allá del jardín no se ve nada.
—Ahora doy vueltas a la casa —dice—, no te preocupes.
Aún así, no puedo evitar mirar a lo lejos cada pocos segundos. A veces siento, cuando la niebla es tan densa, que hay un tentáculo que se mueve en silencio en la oscuridad.
—¿Cómo está tu mitad pequeña? —digo.
—Oh, la versión estúpida y cabrona de mí, querrás decir. Espero que mal, y sin ganas de salir.
—Apuesto a que siendo pequeño me dirías lo mismo de la forma que tienes ahora.
Duch sonríe, pero le dura muy poco.
—¿Cuántas cosas se han solucionado estando nervioso y con dos puñales? —dice, y señala a su martillo—. Sin embargo, cuando uno está tranquilo, puede pensar más y ser más contundente.
—Si tú lo dices... —digo—. Oye, perdón por gritar antes.
Duch se encoge de hombros, tanto como puede desde su posición. La silla sobre la que se sienta acaba de crujir.
—Creo que tenías razones para gritar —dice.
—¿Estás seguro de lo que votaste, Duch?
—No, para nada. Tampoco hubiera estado seguro de votar por seguir escondiéndonos. —Se vuelve a colocar erguido—. Es sólo que... creo que se lo debemos a los que Miedo convirtió, ahora que tenemos transporte. Lo siento.
Yo niego con la cabeza, pero hay tan poca luz que no sé si me habrá visto.
—No digas lo siento por hacer lo que crees correcto —digo—. Es como dijo Social... Si vamos, tenemos que ir todos a una. Lo haremos bien, ¿verdad?
—Sí —dice, mientras golpea sus piernas—. Lo haremos bien, cago en todo. Como siempre.
Se levanta, coge la vela y también su martillo, se despide con un gesto de la mano. Comienza a pasear, y yo entro en la casa. Lo haremos bien, escucho a Duch desde fuera. Dentro no hay rastro de nadie, pero no paro de escuchar ruidos y golpes en todas partes. De vez en cuando, ires y venires, puertas que se abren y se cierran. Desde el pasillo de la primera planta veo a Social frente al espejo, con las manos en lo que parece ser su antigua ballesta, la está tocando, para asegurarse de que está bien. Dentro de la habitación de Stille, escucho cómo afila sus armas. En la antigua habitación de Repar, Imica susurra a sus dos soldados en lengua Uut. De la única que no se escucha nada es de la de Madurez... pero no quiero entrar, estoy seguro que, después de la discusión de hoy, mi presencia sólo la molestaría.

Dentro del armario, está mi última armadura de cuero. No hay más, se fueron tirando según se fueron rompiendo, hasta que me dije que la anterior no la tiraría a no ser que ya no se pudiera llevar. Nunca me he puesto ésta, ni siquiera me la he probado, pero ha llegado el momento. Los enganches casan a la perfección entre unos y otros, y no hay vicios, ni marcas, ni partes rotas que haya que colocarse con más cuidado para que no raspen la piel. Cuando me pongo de pie después de apretar la última bota, sé que estoy estrenando armadura. Roza en algunos lados, me aprieta en el costado, pero, al mismo tiempo, me siento segura y protegida. Cuando la golpeo, está dura, y suena a resistente. Coloco la capa de oso encima, la ciño a los hombros de la armadura y la abrocho. Me miro en el espejo... y parece que me devuelve la mirada una mujer que no soy yo.
¿Cuándo ocurrió el accidente? ¿Hace dos semanas? Después de ver mi primera cana, me veo a mí misma de otra manera que aún choca con lo que siento. Siempre he estado a la sombra de otras mentes más maduras y más capaces que yo, y me limitaba a ser el músculo del grupo, la chica que se cogía el problema más difícil. Ahora, con esta armadura de cuero casi negro, el bastón, y la capa de oso, que cubre mi cabeza ahora que la capucha está puesta... realmente parezco mayor. Levanto el morro del oso, para que el rubí de la frente también se vea en el espejo. También levanto a Furia. Su acero negro casa a la perfección con la nueva armadura y la piel de oso. Lo único que destaca es la raya azul que tiene en uno de los lados... pero no podía pedir la perfección, ¿verdad?
Guardo la espada en la funda que hay en el lado izquierdo. Si mañana vamos a ir a esa isla, lo mejor es que esté equipada lo mejor que pueda. Aunque, antes que todo eso, quiero cenar como es debido. Lo que no sé es qué cenaremos, porque no he recogido fruta, y desde luego no he ido a cazar.

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