18 de octubre de 2019

Vuelve la hija pródiga.


Madurez es la última que bebe del río, a menos de diez metros de donde estoy, y casi no puedo verla, por la niebla morada y densa que nos envuelve, que hace parecer que atardece aunque apenas pase del mediodía. Duch dice algo que no entiendo desde aquí, porque la Señorita Lorraine hace mucho ruido al masticar, como una trituradora que rompería y se tragaría hasta las piedras. Jacob, que viene de acariciar a Ánima con su única mano, se acerca ahora a Lorraine, le da palmadas en la frente, asiente, despacio. Le pido que se quede con ella un momento, y, con cuidado, apoyo el bastón entre la maleza, siempre asegurándome de que apoyo en un punto seguro. Madurez acaba de beber y se limpia con la manga, pero una gota aún le cae por la barbilla. Furia está cerca de sus pies.
—¿Cómo te encuentras? —digo.
Me apoyo despacio en una roca alta que hay al lado del desnivel del agua. Madurez está quieta, de pie, con las dos manos agarrando su colgante. Puedo ver su pulsera desde aquí...
—Estoy bien —dice.
—¿Estás segura de que quieres conservar tu pulsera?
—Fue un regalo de mi madre, y del resto. No es mala. Yo lo fastidié.
Alargo el brazo para acariciar su hombro, pero ella se echa a un lado. Mira al suelo, aún agarrando el colgante. ¿Que estará pensando?
—Oye... no podías saber lo que iba a pasar. —Ella no responde—. Yo he cometido errores mucho peores... mucho.
Puedo ver por su mirada que no se encuentra cómoda, ha vuelto a echarse atrás cuando mi mano ya casi había llegado a su hombro, y no sé qué decir. El agua hace ruido cuando acaba de caer, yo acerco la mano a la pequeña cascada, y me echo un poco por la cara.
—Era él —dice.
Paro, y dejo que las gotas caigan por mi antebrazo. Ella está muy quieta, pero le tiemblan los párpados, y el labio.
—Sí —digo—. Lo era.
Ahora que me fijo, la niebla morada desaparece de forma sutil a pocos centímetros del cuerpo de Madurez. Y, como si ella supiera que me he dado cuenta, la distancia aumenta. A un palmo de su cuerpo la niebla deja de existir, ella tiene los ojos cerrados, y la boca muy apretada.
—Es la primera vez que le veo —dice.
—Yo también. De todos los vivos, sólo le vio mi padre... tu abuelo.
Conozco esa forma de respirar, cogiendo tanto aire cada vez, desde pequeña hacía eso cada vez que fingía estar seria cuando en realidad, por dentro, se caía a pedazos. Alargo el brazo, esta vez muy rápido, cojo el suyo y tiro hacia mí, para que venga.
—Antes pensaba que los que más te marcan son los que más daño te hacen —digo, miro sus ojos aunque ella evite el contacto—. Pero los que más te marcan son los que te quieren cuando menos lo mereces.
Me levanto, lo más despacio posible para que mi costado no sufra, Madurez me ayuda. Antes de empezar a andar, miro a la chica con una sonrisa ligera y le echo su pelo a la cara. Parece que ha sonreído un poco, pero se ha agachado para coger a Furia y no sabría decir. Intento volver a la Señorita Lorraine por la misma maleza que pisé antes... No me gusta el tacto de la hierba alta en las rodillas. Social mete prisa para irnos, Jacob levanta las manos.
—Las dos monturas sufren mucho estrés —le dice—. Necesitan descansar, y quieren saber a dónde vamos.
Ni siquiera yo lo sé.
—Tenemos que marcharnos ya —dice Social, que acaba de estrellar una piedra contra el tronco de un pino—. No quiero volver a ver esos tentáculos. Descansaremos luego, ¿vale?
Si por mí fuera, hubiéramos viajado a las montañas del oeste, donde no hace tanto frío y es fácil escabullirse de Miedo si nos descubre. La zona pantanosa del este, donde ya nos refugiamos cuando Los Creadores nos masacraron, también es buena zona... ¿y ésta? ¿Cómo vamos a estar seguros en un lugar donde nuestra única cobertura, los árboles, también es ideal para que los ojos de Miedo se escondan entre las ramas y nos sigan? Como las hormigoneras que ve Mentes en su mundo, la jabata traga y traga, mastica y mastica, prácticamente engulle todo a su paso mientras mueve despacio el hocico por el suelo, paso por paso, como una apisonadora. Social vuelve a meter prisa, Duch le calla chistándole, como si fuera un perro. Está en su forma pequeña, mira de un lado a otro, las copas de los árboles, y Madurez está al lado, quieta, mirando a ninguna parte. Lorraine no ha acabado de comer, pero podrá continuar cuando lleguemos... sea donde sea. Le doy tres palmadas en el cuello, para inmediatamente de comer, me mira, yo le digo que nos vamos. Seguimos los seis sentados en los mismos sitios de antes, esta vez a paso más lento, más pendientes de no ser vistos que de los tentáculos que ya no nos siguen. Acabo de caer en la cuenta de que ninguno hemos hablado del tema. Derruyeron nuestra casa de la playa, en la que vivimos veinte años, y acaban de derruir el antiguo palacio, en el que yo viví veinte años también. No tenemos hogar. Ahora mismo, no hay ninguna memoria de las mentes que murieron hace un año... sólo lo que guardamos nosotros seis en recuerdos. Miro la palma de la mano izquierda. Hay una cicatriz que me lleva picando desde esta mañana, y no parece que se esté curando bien.
Stille conduce con cuidado a Lorraine entre árboles estrechos de ramas bajas, que aparto con el bastón. ¡Cuánto echo de menos a Furia, su peso en el cinto! Madurez la lleva, distingo su raya azul entre la niebla, pero el tramo que separa a Lorraine de Ánima, en caso de peligro urgente, para mí ahora es muy largo, sobre todo ahora que me duele tanto el pecho del galope de antes. Le pregunto a Stille si sabe a dónde nos dirigimos... Tarda en contestar, antes de decir que no. Arriba, Mentes acaba de guardar el móvil, donde leía noticias, para apuntarse a clases de pilates. Queríamos que probase estos cursos para que conociera a gente nueva... hoy, este curso nuevo sólo lo veo como uno al que se desapuntará pronto.
El bosque da paso a la pradera que ocupa el centro del continente. Jacob ahora me sujeta con más delicadeza, sobre todo en el brazo sin mano, justo en el costado de mi herida. Ánima ahora camina más separada de Lorraine, y los hombros de Stille ahora han bajado, y se ha acomodado más en la silla. Aquí veríamos cualquier ataque acercarse a cientos de metros, porque, pese a la niebla, el sol se filtra por ella y, al menos, sabremos si algo se acerca. También es más fácil correr por la pradera si los tentáculos nos atacan... hemos tenido mucha suerte, hemos sido rápidos y ninguno de nosotros ha acabado agarrado por ninguno de ellos. No soportaría perder a otro.

Pasan lo que deben de ser horas, sin más novedad que alguna colina en la que no sabíamos qué podíamos encontrarnos detrás. Jacob no dice ni una palabra, y Stille, con las manos ocupadas en las riendas, tampoco podría. A lo lejos, distingo a Duch y Social susurrar, pero entrecierro los ojos para ver mejor, y Madurez parece que no se mueve. Una gota de sudor se resbala hasta mi ojo, me limpio con la manga, y descubro que todo el pecho está sudado. El cambio en la humedad se empieza a notar, y las plantas, que ya empiezan a ganar altura, son prueba de ello. ¿Saben Stille y Duch que se dirigen a la jungla en la que maté a la hija mayor de Jil? La última mirada de sus ojos vivos aún me persigue por la noche. Pero hay un recuerdo que me persigue igualmente, y se encuentra más allá de la sombra de la jungla, todo al sur, la ruta más predecible, la trampa casi segura, las ruinas de nuestra casa. Los muertos. Cuando atravesamos los primeros árboles, que pronto ganan altura y se pierden en la oscuridad de la niebla, comienzo a hiperventilar, aunque puedo controlarlo si cierro los ojos.
—Chicos... —les digo a todos, ahora que volvemos a juntarnos—. Sabéis a dónde nos dirigimos, ¿verdad?
—Sí... —dice Social.
Sigo con los ojos cerrados. Así es mucho más fácil... qué diantres. Tengo que abrirlos, enfrentarme a esa mirada. Está entre estos troncos gigantes, en la humedad, o el zumbido de los insectos.
—¿No creéis que es el peor lugar al que podemos ir? —digo.
—¿Y dónde vamos? —dice Duch.
—Nos escondemos.
—Siempre nos escondemos —sigue diciendo—. Y siempre nos encuentran igualmente.
La Señorita Lorraine da un salto para cruzar una raíz muy grande, yo noto la costilla pinchar en el pulmón. Amenazando con noches tosiendo sangre.
—Si Miedo nos encuentra, habrá pelea —dice Jacob.
—¡Pues peleemos! —dice Social—. ¡Estoy harto de huir de mi destino, aunque acabe mal! Estoy harto de rendirme.
—Para mí —digo, conteniendo el dolor—, empezar una pelea contra eso, siendo seis, es rendirse.
La discusión continúa entre Duch, Social y Jacob, mientras me agarro la venda del costado, y miro los árboles. Sí, más a la izquierda empezará a subir esa pequeña montaña donde los dos hijos mayores de Jil perdieron la vida. Nunca me imaginé que vería este lugar envuelto en la niebla de Miedo. Miro a Jacob, que sigue discutiendo con ellos dos, le toco en el codo, para que se gire al frente y pare de una vez. Stille, entonces, para la montura. Después de un par de segundos, escucho cómo coge aire de golpe, y, con una mano en la boca, me avisa con la otra. Duch detiene a Ánima, también, y dice algo. Luego, Madurez grita, su grito se resbala hacia arriba entre los troncos gruesos y las hojas gigantes. Seguro que Miedo lo ha oído...
Cuando Jacob me ayuda a bajar de la jabata, Madurez, Stille y Duch están en un punto a varios metros, en el camino, mirando al suelo. El bastón se hunde un poco en la tierra. Apartaos, digo, mientras echo a Stille y a Duch a un lado. Madurez está arrodillada, con la mano extendida, pero sin llegar a tocar el cadáver de un animal, un caballo joven. La piel seca y los huesos no me dicen nada, pero la crin, y las marcas de las pezuñas, sí. Agarro el hombro de Madurez y tiro hacia arriba, pero no se levanta.
—Es Tempos —susurra Madurez—. ¿Por qué?
En un segundo tirón que me ha hecho daño, logro ponerla de pie, pero ella quiere volver abajo. Duch me ayuda a sostenerla.
—¿Qué le han hecho a Tempos? —grita.
Su grito me deja más fría que ver los huesos. Los ojos de Madurez están completamente abiertos, tranquila, le digo, no pasa nada, ella niega con la cabeza, sin dejar de mirar el cuerpo, y sigue haciendo preguntas que no puedo responder. Por qué. Por qué. No sabíamos qué caballos habían sobrevivido al ataque, sólo que Energía y Stille vieron morir al mío, y que Dante asesinó al caballo de Stille. Pero aquí está. La humedad del ambiente habrá conservado las partes de la piel que quedan, pero ese caballo llevará meses aquí tirado. ¿Caminó hasta morir de hambre? ¿Estaba herido? Madurez sigue preguntándose por qué, con la mano extendida, ahora mirando al suelo. La flecha de su colgante señala hacia el suroeste, hacia la Isla de Inconsciente, y más arriba de la niebla, Mentes revisa las redes sociales de todos sus contactos, foto por foto, interacción por interacción. Abajo, Tempos ha muerto lejos de su antigua compañera.
—Madurez, tenemos que irnos —digo.
—No... —dice—, no, hay que enterrarle. Hay que hacer algo.
—No hay tiempo, princesa —dice Duch—. Tampoco tenemos medios.
Duch y yo la llevamos hasta Ánima, casi a la fuerza, entre una lisiada y un hombre una cabeza inferior de altura. Madurez, montada y quieta en la res, tiene los ojos cerrados, y las palmas abiertas y caídas. Duch me mira, sacude la cabeza nerviosamente, se rasca la nariz, pero sus ojos no pierden contacto. Luego, se sube al caballo, y Social, que no se ha acercado, suspira, antes de montarse también.
El viaje después se hace el doble de pesado. Los animales van al paso, el sudor empapa mi ropa, estoy pendiente de cualquier ojo morado que nos mire desde los árboles, pero apenas oigo animales a lo lejos. Cuando la jungla se acaba, el sol está cerca de ponerse, y no se ve nada veinte metros más allá de donde estamos... la niebla nos asfixia, allá donde viajemos, lo ha cubierto todo. Un ruido me hace mirar, Stille también lo ha oído, porque ha desenvainado un puñal inmediatamente. Lo hemos vuelto a oír. Escudriñando a lo lejos, hay una zona que no se ve más oscura, todo lo contrario, es más clara, porque no hay niebla. Un tornado se mueve por allá, deshaciendo la niebla a su paso, y, según se mueve, despacio, la niebla vuelve a su lugar.
—Tenemos que deshacer ese tornado —digo—. Estoy segura de que es por la cita que salió mal.
—No sé, Luchadora... —dice Social—. Miedo se enteraría de que estamos aquí.
—¿Es que no lo sabe ya?
Duch no para de susurrar tornado, tornado, tornado. Madurez le ha pedido que se calle, pero no hace caso.
—Nuestro deber es acabar con esta clase de problemas —digo.
—Por allí estaba el poblado —dice Social—. Desde que tu padre los asesinó, es terreno vacío.
—Los animales.
—Habrán huido.
Stille me mira, lo que entiendo como una mezcla entre asco y tristeza por no ir, pero, señalándome hacia el frente, hacia una luz, reinterpreto que podría estar preocupada. Hay una luz delante, sí, pero antes hay una forma. Me entra un escalofrío. Juraría que es la forma de un caballo, se mueve, se acerca... es blanco. Es Fulgor. El caballo reacciona al vernos, como si nos hubiera reconocido, pero no sé si le controla Miedo, porque es de noche. Stille se pone en pie en la silla de montar, de un salto con voltereta pasa el colmillo de Lorraine y aterriza de pie, con un puñal en cada mano. Me arrastro, haciendo un esfuerzo con el brazo, y tomo las riendas de la jabata. Social también se ha bajado, y Jacob me pregunta si él también puede, yo le digo que vaya, que podré sostenerme. Desde Ánima, Madurez me mira, con las riendas en la montura, porque Duch ya se ha bajado y se une a los otros, agachado y con los puños apoyados en la tierra. Fulgor retrocede, asustado, se marcha, luego da media vuelta y vuelve, y salta, como si quisiera decirnos algo... cerca de él, la luz. Los tres hombres están quietos, en guardia, mientras el caballo se marcha y vuelve. ¡Quiere que le sigamos! Fulgor se asusta, cuando la luz se mueve, y distingo a Stille, que la lleva en la mano. Es fuego. ¿Una antorcha? ¿Encendida, aquí?
—Madurez —susurro—. Si la cosa se pone fea, corre con Ánima lejos.
—¿Qué? —dice— ¡No!
La mando callar, con el dedo sobre los labios, con mirada de enfado, justo después miro a la luz otra vez. Stille se acerca a Fulgor, despacio, que la huele, manteniendo las distancias. El caballo de Susurro no se comporta como lo haría Miedo... Fulgor se acerca a Stille, ha podido acariciarlo, pero el caballo evita más contacto y comienza a caminar hacia la derecha, el oeste.
—Chicos... —dice Duch—. Estamos en el camino. Es aquí.
Arreo suavemente a Lorraine, que bordea el grupo y llega pronto hasta donde estaba la luz, un poste con soporte al borde del camino que lleva a casa. Basta con seguirlo con los ojos para ver que hay otra luz más adelante, bastante más allá de donde Stille mira a Fulgor, que trota hacia las ruinas. Jacob me llama, yo presiono los costados de la Señorita Lorraine para que no se pare. El ronroneo grumoso que provocan las pezuñas de la jabata en la grava me trae viejos recuerdos... y el corazón se me acelera. ¿Qué veré? ¿Cuánto dolerá? Cada vez cojo más velocidad, hasta que freno en el poste donde descansa la siguiente antorcha, bajo para cogerla, subo yo sola, aunque un puñal caliente me atraviese el costado por el esfuerzo, y continúo el camino, en una mano la luz, en la otra, el bastón. La siguiente parada son dos antorchas... las últimas. Ya no veo a Fulgor. Con el brazo en alto, busco cualquier brillo metálico que delate la presencia de un robot de Miedo, busco al caballo, a alguien con ojos morados, pero no veo nada, si es de noche, lo es más aún con la niebla. Madurez está muy detrás, montada en Ánima, y tiene a Furia... le dará tiempo para cuando grite a todos que es una trampa. Pero entre la niebla, por más que adelanto la antorcha, no veo nada nuevo, nada extraño. Freno a Lorraine cuando distingo a Fulgor, parado a algunos metros, pero hay algo cerca.
Suspiro de angustia cuando veo el brillo de las primeras hojas del jardín, cómo la sangre empapó las rosas, y los ojos de Razón se perdieron en el centro de él. Estaba dirigiendo a Lorraine para que diera un rodeo, pero la paro en seco y la dirijo dentro. Necesito verle otra vez.
—¡Luchadora! —escucho a Social no muy lejos.
Pero el camino se hace demasiado largo. Donde yo pensaba que le encontraría, no le encuentro, pero habré cambiado los recuerdos, sigo caminando, no veo ningún cuerpo, ni un brillo rojo más espeso tatuado en las hojas. Levanto la antorcha en alto, justo a mi derecha. Luchadora, gritan los demás. Yo me bajo de la montura, y me duele tanto aterrizar que me apoyo en el bastón y la pierna deja de responderme. Camino como puedo, resistiendo el dolor, intento dar sentido a las líneas rectas que suben, y suben, cerca de Fulgor, que está quieto. La piedra, perfectamente iluminada por dos antorchas en la entrada, como solía ser cuando vivíamos en esta casa. No hay piedra quemada, no hay ruinas, ni ventanas rotas. Ánima llega detrás al trote, y Fulgor, que estaba cerca, se ha convertido en pasos que se alejan rápido y no parece que vayan a parar. Escucho hablar a Social, a Madurez y la respiración nerviosa e intensa de Duch. La luz de su antorcha brilla más hasta que llegan, me encuentran quieta y mirando al frente, con mi antorcha a la altura de la rodilla. La casa está en perfectas condiciones.
—¿Y la destrucción? —dice Duch.
—¿Y los muertos? —digo.
—Lo ha limpiado todo —dice Social.
Detrás de mí está Madurez, con la boca abierta y ojos confundidos. Ella me ofrece a Furia, yo le doy la antorcha, le digo que camine conmigo. Aquí delante, al lado del jardín, Los Creadores se detuvieron y mataron a seis de los nuestros... pero sólo hay hierba. El ala oeste se encuentra en perfectas condiciones, ni un rasguño, como si nunca hubiera pasado nada. Detrás está el patio, donde Madurez solía dar paseos cortos con Tempos, también está la puerta trasera que da al establo, que Energía rompió durante la masacre poseyendo a la Señorita Lorraine, pero aquí está, intacta.
—¿Murieron de verdad? —pregunta Madurez.
—¡Sí! —digo—. Sí. Estoy segura.
Vi con mis propios ojos toda la matanza, y cómo el ala este se desmoronaba hasta los cimientos, pero ahora está todo, incluso puedo tocar las dos picadas en el ladrillo que hizo Optimismo cuando probó a lanzar los shuriken de Stille. Enfoca, le digo a Madurez, ella se acerca más... tienen la misma forma, la misma longitud. Madurez suspira, me giro para mirarla, entonces veo un reflejo al fondo que no había visto antes. Con la espada al frente, apoyada cada vez más en el bastón, me dirijo a una esquina del patio. Madurez coge aire. Yo, no sé por qué, me esperaba esto. Frente a la mí está la tumba de Erudito, quien en su momento descansó con el viento y las estrellas, y junto a él, hay varias lápidas que nosotros nunca pusimos. Cuando leo a Razón en la primera, me giro, aprieto la mandíbula. Aprieto los puños. No puedo ver más. Madurez me llama, pero no respondo, no podría. Me junto con los demás delante de la entrada principal, me dicen que Stille está explorando más allá, y yo les respondo, ¿y a qué esperamos para entrar? Intentan detenerme, pero ya he abierto la puerta para entonces.
Hace algo de frío, que contrarresta el sudor que me provoca la capa de oso. Hay mucha menos niebla aquí, y la luz llega más lejos, se refleja en todas las ventanas. Algo brilla aquí delante. Cuando Madurez pasa la puerta y se coloca a mi lado, distingo, justo enfrente de la entrada, la mesa en la que todos nos reuníamos y planificábamos el futuro de Mentes... una mesa que ahora es bastante más pequeña.
—Sólo hay nueve sillas —dice Madurez.
En el centro, preside una más alta que las demás. Parece que me está mirando. Nueve en total, para los seis que somos ahora... más los controlados por Miedo. Optimismo, Repar y Dante. A Eissen ha debido de dejarle fuera, por no ser una mente. Y Energía...
—Energía no necesita silla —digo.
Mientras hablo, señalo con Furia la cabina de cristal donde Energía reposaba, al lado de nuestra mesa, antes de que se destruyera y se viera obligada a ocupar un cuerpo. Porque... se destruyó, ¿no? Según sigo caminando, por la cocina, por el ala este, la raya azul de Furia brilla más que el resto de la espada, y a veces me ciega el ojo izquierdo. Nada. Ningún robot, detrás de la puerta, ni en el techo. Ningún tentáculo, ni araña gigante. Social está explorando el ala oeste con su antorcha, con Duch y Jacob, yo le digo a Madurez que subamos, y Stille se adelanta, según llega de su otra exploración y avisa de que todo está despejado.
El primer lugar que miro es mi habitación, casi enfrente de las escaleras. Avanzo en la completa oscuridad, rígida con la espada en alto, sin respirar, hasta que Madurez puede entrar e iluminarlo todo. Las sombras que hacen los muebles no paran de moverse, y parece que alguien está detrás de cualquier cosa. La cama, en su sitio, también el espejo, el soporte para Furia. Intento abrir el armario, pero no puedo con las manos ocupadas, por eso lo abre Madurez, y se retira rápido. Vacío. No está toda la ropa que había antes, pero está casi todo, incluida la última armadura que me quedaba, la última que fabricó la mujer de Jil antes de morir pariendo a Orfeo. Está impoluta.
—¿Se está burlando de nosotros? —dice Madurez.
—Peor —digo—. Creo que ya ha asumido que va a controlarnos a todos.
Entramos en la antigua habitación de Razón, y más de lo mismo... menos algunos libros y espacios en blanco de objetos que no me acuerdo, es como si hoy fuese un día más hace ocho meses. Está la foto de su hermano, la ropa, está todo, menos la espada que guardó en el armario, porque Eissen se la llevó. Unos ruidos en el pasillo hacen que levante a Furia otra vez, y camine haciendo más ruido con el bastón. Suelto el aire cuando Madurez ilumina a Stille, que nos pide que entremos en su habitación. Señala su mesita, pero no veo nada extraño, ningún corte, ningún ser vivo indeseado. Le pregunto qué pasa, y ella señala una foto enmarcada que hay encima.
—¡Eh! —dice Madurez—. No sabía que tenías aquí una foto igual a la que yo te di.
En la foto, salen Susurro y Stille, Susurro sonriendo y sacando la lengua, Stille sonriendo tímidamente, cuando éramos muy, muy jóvenes. Stille niega con cabeza y brazo, señala la foto y luego señala a Madurez. Pero no puede ser.
—Hemos venido aquí en línea recta —digo—, la mitad del viaje al galope, sin perder tiempo. ¿Cómo puede haber preparado esta foto? No hay tiempo físico.
—Inconsciente —dice Madurez—. Le habrá obligado a abrir uno de sus portales.
Stille asiente rápido, con los ojos muy abiertos. Sabía que veníamos... Duch nos llama, desde abajo. Bajamos las escaleras y nos reunimos con él y Jacob al pie de las escaleras, que estaban a oscuras. Duch respira muy deprisa en su cuerpo pequeño y la respiración se oye mucho.
—Aquí hay algo que no me gusta —dice Duch.
—Miedo nos estaba esperando —digo.
Le explico la foto y el posible portal de Inconsciente.
—Yo mañana por la mañana me iría sí o sí —dice Duch.
—¿Mañana? —digo—. Hace rato que deberíamos habernos ido.
—Tenemos que patrullar la zona —dice Jacob.
—¡Han construido las tumbas de los que murieron aquí! —dice Madurez.
Mis instintos me pidieron correr desde hace mucho, pero fui la primera en llegar, y en entrar. No sé bien cómo me debería sentir, golpeo el bastón con la mano para comprobar si todo esto es real, que no es cosa de la noche o la niebla. Nos ha hecho entrar, estamos todos aquí dentro, y si yo pudiera meter a todos mis enemigos en un edificio pequeño, no les dejaría salir bajo ningún concepto. Las sombras no paran de moverse según Madurez gesticula, y puedo ver la otra luz de antorcha en la sala principal, donde está Social. Ahora, son las sombras de esa sala las que no paran de moverse, veo la de Social, que se mueve hacia atrás en la habitación.
—¡Chicos! —grita—. Venid. ¡Venid!
De dos golpes de bastón, dos zancadas, estoy ya en la sala, con la espada en alto. Social tiene la antorcha, está pegado a la puerta de la cocina, con la mirada desencajada hacia la puerta principal. No está bien iluminada, pero veo en el marco de la puerta una figura claramente humana. Avanzo unos metros, con Furia en alto, y Stille se coloca al otro lado de la mesa. Cuando Madurez levanta la antorcha, me da el reflejo demasiado brillante de color esmeralda. He visto ese vestido antes, y la persona que lo llevaba tenía el mismo pelo blanco y largo. La figura mira hacia el suelo y tiene los hombros en tensión, también la escucho respirar, como a Duch. Levanta la cabeza, y nos mira. Sonríe, pero tiene los ojos muy abiertos, la cara sin arrugas. En ese mismo marco de la puerta la vi desaparecer, golpeada por el disparo de una escopeta. Servatrix, con los ojos morados, grita, corre hacia Stille y se abalanza sobre ella.
No se ve nada. Varios cuerpos han llegado antes que yo, se mueven, veo brazos blancos sobre el cuello de Stille que se separan, luego oscuridad otra vez, no para de gritar, nadie más entra por la puerta. Servatrix se retuerce entre los brazos de Duch y Jacob, da cabezazos, patadas al aire, sigue gritando. Yo vi morir a Servatrix. No esperaba que Miedo utilizase a Energía para revivir su cadáver.
Imposible, dice Social. Imposible, grita, pero lo estoy viendo, todos lo vemos. Aprieto a Furia contra el pecho de Madurez hasta que la coge. Me acerco a Servatrix, que se sigue retorciendo, bloqueo su patada, resisto la segunda, la agarro de la barbilla y empujo el cuerpo hasta la pared. Jacob y Duch la siguen sujetando, como pueden.
—¡Me duele! —dice Jacob.
Los ojos de Servatrix son morados, muevo su cabeza, pero no sale humo de ellos, son ojos normales que en lugar de blanco tienen morado, y que conservan las pupilas claras de nuestra Servatrix. No puede ser, porque cuando Energía posee, de los ojos sale humo. Aquí no hay humo, le veo las pupilas perfectamente. Le tomo el pulso. Está viva.
—No eres Energía —susurro.
Servatrix sonríe, de forma cálida, como lo haría ahora si ella estuviese viva y con nosotros. Sus ojos morados están fijos en los míos.
—¿Cómo...? —susurro.
—¡Vosotros la hubierais dejado morir, sola, rodeada de escombros! —grita, con su voz, pero hay muchas más ahí dentro—. Pero yo no. Conmigo se potenciaron sus poderes curativos.
La suelto. Camino hacia atrás. Despacio. No es Energía quien controla su cuerpo, no le sale humo, es Miedo quien la controla, es Miedo quien me está mirando ahora. Eso sólo significa una cosa. Está viva. O estaba viva cuando Miedo la convirtió... y nosotros... yo... la dejé. Sola.
Servatrix ríe, y de su risa distingo la de un niño, también el grito desesperado de un hombre que se quema. Duch y Jacob la mueven y la sientan a la fuerza, en una de las sillas de la mesa, y, con los golpes, las dos más cercanas han caído al suelo. ¡Una cuerda!, grita Duch, Las antorchas se mueven y Servatrix, ahora Miedo, se balancea entre la luz y la noche. Ala oeste, dice Miedo, con voz grave, algunas voces agudas, y en medio, la de Servatrix. En el almacén, dice. La luz se vuelve más débil en el rostro pálido y sin arrugas de Servatrix, cuando Social corre hacia allí con la antorcha. La melena blanca brilla y oculta los ojos morados.
El Creador verde, Arisa, levantó su brazo. Puedo ver a cámara lenta cómo Servatrix, manchando de sangre el umbral, desapareció entre las ruinas que luego caerían sobre ella.
—Se acabó —dice Madurez—. Puedo devolverla a la normalidad. Puedo recuperarla.
Me da la antorcha, apoya a Furia en el cristal de la cabina de Energía, y se arremanga, sin perder el contacto visual con Servatrix, que ahora le mira, muy seria, con los pelos revueltos, algunos sobre la cara, creando sombras sobre la piel blanca. Se retuerce desde su silla, cada vez más fuerte, mientras Duch y Jacob la sujetan cada vez con más dificultad. Madurez se coloca detrás de ella entre los dos, se ve en su cara que está muy concentrada, y coge aire. Extiende las dos palmas abiertas sobre las sienes de Servatrix, que gruñe, con la mandíbula muy apretada. Comienza a sacudirse, pero ahora Jacob y Duch están sujetando bien, y Madurez también está apretando, y del gruñido, Servatrix comienza a gritar, muy, muy agudo, mucho más de lo que una garganta puede hacerlo. ¿Es que va a conseguirlo?
Servatrix comienza a desplomarse sobre la mesa, cada vez más relajada, haciendo pequeños espasmos que, a cada segundo, van desapareciendo. La cabeza está inerte sobre la mesa, los brazos, sujetos por los dos, su cuerpo, inmóvil. Madurez suelta su cabeza. ¿Servatrix?, dice. Pero ella no responde. La siguiente vez que la llama, su voz suena mucho más preocupada. La melena blanca tapa su cara por completo.
Entonces Servatrix ríe, con su voz, luego se une otra grave, luego la de un niño, y luego otras que no reconozco. Su risa acaba siendo estridente, mirando al techo con varios pelos metidos en su boca, y los ojos, morados.
—¡Estúpida niña! —dice, mientras se gira para mirarla—. Quemar mis tentáculos no significa nada. Quien es mi posesión, ya no vuelve a ser suyo.
Madurez grita con la mandíbula cerrada, vuelve a poner las palmas sobre su frente y la nuca, Servatrix gira la cabeza, y luego Madurez chilla, pero de dolor. Me acerco a ellos, cuando Duch separa la mano de Madurez de la boca de Servatrix, ella entonces libera su brazo, y golpea a Jacob. La sujetan como pueden, ahora está de pie, veo cómo mira, como un perro desbocado, así que levanto el bastón, y lo estrello contra la cabeza de Servatrix. Se ha desplomado en tierra, justo cuando Social y Stille aparecen con la cuerda. Madurez se toca la mano, sin parar de mirar a Servatrix, hiperventilando. Cojo a Madurez por la barbilla, le digo que me mire, y que me enseñe la mano. Tiene sangre en la base de un dedo.
—Jacob —digo—, que Madurez te lleve a la enfermería y le curas la herida. Social y Stille, atadla ahora mismo a esa silla.
Vuelvo a apoyar el bastón en tierra, y camino despacio hacia fuera.
—Y Duch —digo—. Tú acompáñame.
Acaricio a Lorraine con el dorso de la mano, que está despierta y nerviosa, junto a Ánima. La noche es fría, pero no debajo de esta capa y al lado de la antorcha, que quema toda la humedad que sí estoy sintiendo en las piernas y la mano del bastón. Escucho el viento golpear las copas de los árboles, pero no puedo verles aunque haya luna. La niebla es densa ahora. Duch me pregunta qué vamos a hacer, mientras me dirijo a la esquina del patio. Sigue pequeño, y se mueve de un lado a otro, detrás de mí, seguramente apoyándose en las manos.
—Haremos guardias, fuera —digo—. Yo haré la primera, te despertaré para que hagas la segunda.
Él dice que sí, varias veces. Me detengo enfrente de las lápidas, la de Erudito es la más reconocible, porque la hicimos nosotros y parece pobre, vieja, comparada con el resto, iguales en tamaño, limpieza, forma, y los nombres tallados en perfecta simetría. Razón. Narciso. Susurro. Relativismo. Afrodita. Defensor. Madurez nunca me mencionó que viera a Servatrix en el mundo de los muertos. Miro a Duch, que lee los nombres.
—Antes de acostarte —le digo—, asegúrate de que Servatrix no puede hablar, no pueda ver, y tampoco escuchar.
—Sí que está viva —dice.
Lo está, lo está, lo está, añade.
—Su cuerpo sí —digo—. Pero ella ya no existe.
Me doy media vuelta para comenzar mi guardia. Me pesa el cuerpo... la pierna, sobre todo, cuando hace tiempo que me dejó de arder para simplemente dormirse. El costado, sin embargo, sí que me arde, y me pica la palma donde sujeto la antorcha, con la cicatriz que no acaba de curarse. Y, pese a todo, sé que media noche se me va a hacer muy corta... tengo mucho en lo que pensar. Servatrix. Muchísimo.

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