1 de abril de 2020

No combate por ideales...


Ojos de humo oscuro y brillante, cientos de ellos. Están tan fijados al suelo que puedo ver desde aquí, a más de cien metros, cómo el humo asciende y baila con las ráfagas del aire nocturno.
Claro... ¿Cómo no se me había ocurrido antes? La mayoría del ejército está compuesto por animales de Energía, y posiblemente también controle los cadáveres que Dante provocó en el pueblo enano. Los robots, y los ojos de brillo mucho más sutil, son la minoría, en conjunto no serán ni un tercio de la fuerza que Miedo ha enviado a por nosotros. Cuando llegué a esta isla, tenía a Miedo como un ser milenario e invencible, y lo primero será verdad, pero... sin sus ojos en El Círculo, aunque fuesen visiones borrosas, y sin la fuerza de Dante que desaprovechó en medio de una montaña, la única fortaleza de Miedo está en su diversificación. Entre las filas que forman frente a nosotros hay tres mentes y varios enanos a los que no podemos matar, cueste lo que cueste. Hay también, la gran mayoría, animales que preferiblemente deberían vivir, y luego están las máquinas, el grupo más pequeño, que tenemos que destrozar en el acto. No es un ejército enemigo al que podamos despersonalizar y aniquilar, Miedo juega con los nuestros, y cada unidad nos obliga a procesarla por separado, a tratarla de un modo u otro. En pleno caos, mis hombres comenzarán a atacar mortalmente al primero que se les ponga delante, y podría ser un familiar suyo. No nos interesa el combate.
Pero a Miedo tampoco. Por eso lleva parado dos horas, sin decir ni una palabra, ni una sola respiración ni rumor, ni tintineos de metal que podamos distinguir en la noche... sólo ojos brillantes. Quiere que nos pueda el pánico, o la sed. No avanzará hasta que escuche el sonido de Pegaso. ¿Por qué unos pocos Mutoragan y algunas máquinas? Social ha vuelto a lanzar una explosión al cielo que les ha vuelto a iluminar, el quinto aviso. Con él están Jacob y Energía, ¿pero dónde están Repar y Duch? Les está reservando para otra cosa.
—¿A qué esperamos? —susurra Optimismo—. Nos caerá el edificio encima y nos tirarán por el precipicio. Tenemos que plantarles cara, fuera.
Iloa y Pahatu no parecen haberle escuchado, varios metros a la izquierda, defendiendo el extremo. Parecen concentrados, o quizá estén aterrados. Las antorchas de Orfeo no iluminan lo suficiente para distinguir. Optimismo me vuelve a llamar la atención cuando estoy mirando detrás, comprobando, en realidad, que los ancianos siguen firmes rodeando a Madurez con sus cuerpos. Themba manipula el Cristal de Rocío él solo, respondiendo a los estímulos mientras Jil monta guardia cerca.
—¿No te has dado cuenta de que —digo—, de todos sus ejércitos, el único completo que ha traído es el de Energía?
—Desde que sabe que Pegaso está de nuestra parte, es lo lógico.
—Exacto. Quiere obligarnos a mover ficha. Saber a dónde teníamos pensado ir... o ver qué sabemos.
Optimismo me mira, pero yo no paro de hacer barridos, intentando ver alguna sombra en la oscuridad, unos ojos moviéndose... a veces creo que les veo, pero siempre son falsos. La única persona plenamente visible desde aquí es Energía, que envuelve en luz morada brillante el cuerpo de Lisa, una luz que sale de su cuerpo y que conozco bien, un cascarón casi sólido del que salen dos brazos morados y dos piernas que la sostienen a más de metro y medio de altura. Las dos horas que llevamos esperando, Jil y Orfeo han podido verla, todo lo contrario a su otro hermano muerto, que todavía sigue en la grieta por la que cayó... Lisa, con su sola presencia, ataca mis recuerdos, con esa espada doble que sabía manejar. Está forzando con ella la puerta que he levantado para que no pase, y lo único que hace aguantar esa puerta son las palabras que Jil me dijo.
Energía no tiene pupilas, ni siquiera las tuvo antes de perderla, cuando distinguía una circunferencia blanca en los ojos de Lisa. De todo el ejército, la gran mayoría está formado por seres a los que Dante no puede leer sus puntos débiles, y las dos últimas veces que combatieron Energía y él, Dante salió mal parado. Normal... sólo Tubán, el Creador azul, fue capaz de dejarla inconsciente. Las zanjas que enanos y Uut cavaron ayer son pocas y demasiado poco profundas como para frenarles a todos. Miedo sabe que puede ganar, por eso quiere que nos movamos y renunciemos a esto. Miro la segunda barricada detrás de nosotros, mucho más débil, y abierta en los puntos en los que tendremos que pasar.
—Nos iremos replegando hacia Madurez —digo—, y huiremos sólo como último recurso.
—Themba y los suyos no se irán —dice Optimismo—, son necesarios aquí, siendo ellos mismos o parte de Miedo.
—Pues les defenderemos cuanto podamos. Dante ya tiene todas mis instrucciones, y las dos mitades de la llave de Núbise.
—Te sigue traicionando y le sigues dando privilegios. Y me has obligado a firmar la paz con él cuando todo acabe.
Miro a Optimismo, y él pronto calla, y mira para otro lado. Pensé que me sostendría la mirada, pero creo que no hace falta que le explique lo poco o nada que confío en Dante, lo mucho que mi sobrina y yo estamos arriesgando, que buscamos el bienestar de Mentes y tenemos que tragar con cosas que no hubiésemos tolerado hace un año, no, tolerar no es correcto, es que no lo hubiésemos podido aguantar.
Más allá del cielo negro, Mentes coge la mano de su madre, dormida y sedada en la cama. ¿Cómo de grave es?, le pregunté al doctor... Es grave, dijo él. Tuve que frenar a Optimismo para que dejase de gritarle, sentarle para que no le pegase, y aún así, no pude quitarle el control para pedir disculpas. Así que una neumonía, ¿eh? Helena parece estable en la cama, ¿soñando, quizá? Una doctora ha entrado en la habitación, la ha saludado, pese que está sedada, y ha comenzado a realizar diferentes mediciones. Su enfermedad no es fuerte y se ha tratado a tiempo, pero su cuerpo está tan destrozado que se ha abierto paso como si nada. Tiene respiración asistida que pueda compensar el castigo de sus pulmones, ya de por sí débiles por el cáncer. Para superarlo, era indispensable esa operación que quizá no llegue nunca, no después de que el doctor jefe me negase con la cabeza, despacio, después de decirme la gravedad de la situación. Está en paliativos, dijo. Cuando la traje, ayer, estaba bien.
Todos nosotros, acuclillados en nuestras barricadas improvisadas de ladrillos y metal, sabemos los pronósticos del médico. De todos modos, si Helena recuperase las fuerzas de forma milagrosa y la operación de más adelante fracasara, la alternativa es el vómito continuo de sangre negra... De esta manera, si aguanta lo suficiente, también la acompañará su sobrino, que viaja en coche desde el sur del país. Pensar que Víctor y yo estaremos en la misma habitación, que hablaremos, los dos solos, me revuelve el estómago. Y, dado que Miedo lleva horas quieto y puede que siga así otro rato, estoy tentada de coger mi plato frío de cena que aún descansará cerca de la hoguera.
—Si al menos Leúa y los Uut avanzaran hasta pasado el edificio —dice Optimismo.
—Cálmate —digo—. Si Miedo decide atacar, lo primero que hará será tirarlo abajo, para que Dante no lo haga cuando sus soldados estén dentro. Después, les obligaremos a pasar a través de los escombros.
El aire, que se mete dentro entre la tela y la piel, no ayuda cuando las rodillas llevan tiempo quejándose de estar tanto tiempo parados. Iloa y Pahatu siguen mirando el ejército como lo último que podrían ver en sus vidas, y al otro lado, Orfeo se pasea de vez en cuando por nuestra mitad para ver el panorama. Se tomó en serio mi instrucción cuando le dije que él sería el apoyo del flanco más afectado por el combate.
Más allá del cielo, Helena, de pronto, abre los ojos. Mamá, dice Miedo, y coge su mano mucho más fuerte. Mamá, cómo estás. Sé que es Miedo el que habla porque el pulso de Mentes se ha acelerado, y está volviendo a tener tics nerviosos en la pierna y el ojo derecho. Enfrente de nosotros, el aire responde por todos sus soldados inertes, incluidas las mentes, pero más allá del cielo, hablan fuerte, casi chillando, a una Helena que todavía no ha empezado a enfocar. ¿Cómo estás?, repite, incesantemente, y Helena, que parece haber vuelto en sí, deja de mirar a la doctora en el fondo de la habitación, y nos mira por fin.
En sus pupilas veo un valle entero en sus ojos, un sauce rosa, el azote del aire que mueve las hojas bañadas de lluvia, y los truenos, tan graves que hacían vibrar la tierra. Y en el centro de sus pupilas veo las de Bhimani, tumbado ante mí, cubierto de rojo.
Rubí. Me abro a su fuerza, comienza a bajar por las venas de mi cuello hasta que mi cuerpo queda iluminado. Aprieto la mandíbula y los puños, golpeo la piedra de la barricada y, mientras Optimismo me está mirando, sé que Madurez estará viendo cómo en su colgante la flecha ha cambiado de dirección. El control ahora es mío, y Mentes ha dejado de temblar, de apretarle la mano. No es tiempo para lloriqueos, ni para preguntas.
—Has luchado bien —digo, y Mentes también—. Como una valiente.
¿Hemos de andarnos con rodeos, fingiendo no saber lo que Helena y yo sabemos que ocurre, por si, sólo por no mencionarlo, quizá mejora todo de pronto? Miedo intenta arrebatarme el control de la situación, como un tirón que casi se ha sentido un tirón también en lo físico, con fuerza, al principio, ahora de forma tan desesperada que dudo que pueda mantenerlo más tiempo. Noto cómo Social, Jacob y dos almas más en el sur de la isla se han unido contra mí, veo sus almas de morado oscuro, no con mis ojos, sino con otra cosa, en otro plano, mucho más trascendental que éste, veo sus almas tirar de la mía en medio de todo este gran negro en el que nos encontramos. Abro al máximo la luz del rubí que una vez iluminó a Bhimani. ¡No pienso regalar a Miedo este momento!
Los animales comienzan a rugir, chillar y aullar, en medio de la oscuridad. Escucho a Iloa y a Pahatu maldecir desde su posición, y aunque haya poca luz, puedo ver que agarran sus lanzas todo lo fuerte que pueden. Optimismo está a mi lado, ¿qué ocurre?, me pregunta. Yo sigo retorciéndome, agarrada a la barricada. Intento gritar, sin que Mentes me imite.
—¡Déjala... en paz! —logro decir.
Cada segundo que paso retorciéndome aquí y sonriendo a Helena más allá del cielo, es un segundo menos de los que Miedo nunca se mereció. ¡Helena es parte de mi familia! Las almas moradas tiran con tanta fuerza que el control se me escapa de unos dedos casi espirituales, me aferro a ello con todo, pero no es suficiente, y el mar negro me traga, cuanto más tiran las almas moradas hacia el fondo. La sonrisa que Mentes dedica a su madre comienza a desvanecerse, y se dibuja en la cara una fisura de preocupación, ¡no! No ahora. Entonces, alguien me ha tocado, en ese lugar de negro interminable y colores en la lejanía, y ha sido un color cercano. El verde pardo de Optimismo agarró lo que más quería cuando ya se marchaba, y lo agarró con fuerza. Comienza a gruñir, a retorcerse sobre la barricada, como hacía yo hace un segundo. Iloa y Pahatu nos miran, también Orfeo. Optimismo... ¡conserva el control!
—¡Tirad todos! —grita él—. ¡Que Miedo no hable!
El ejército del valle silba, grita, grazna, ruge, golpea la tierra como un solo animal con miles de patas. Vuelvo a tensar el cuerpo y doy toda la energía a Optimismo, y conmigo, todo un torrente a nuestro lado nos está llevando a la orilla, otras mentes iluminadas a este lado del mar negro. Veo en la oscuridad el alma amarilla de Madurez, la gris de Stille. Servatrix, verde esmeralda. Se ha unido a nosotras el alma blanca de Dante, de pie en la azotea del edificio, que rema, igual que el resto de nosotras, contra la fuerza conjunta de Miedo y para que Optimismo siga dibujando esa sonrisa, y Helena, casi sin consciencia de lo que ocurre, siga sintiendo nuestras caricias y nuestros susurros esperanzadores.
Social ha lanzado un nuevo disparo morado al cielo, que ha iluminado sus gritos, pero justo antes de que se fuera la luz, habían dejado de gritar... y he llegado a ver cómo todos daban un paso al frente. Optimismo se retuerce mientras todas las mentes seguimos haciendo fuerza por el control de Mentes. ¡Defended vuestra posición, ya vienen!, grito con toda la garganta. Si este momento vale un ataque, que así sea, porque no se va a volver a repetir. Las estrellas en el cielo están desapareciendo. Conforme los pasos retumban en la tierra, la niebla ha empezado a avanzar.
Más allá del cielo, Helena, que todavía sigue mirándonos, nos ha preguntado cómo estamos nosotros, no puedo evitar sonreír, pese al ejército que viene. El estremecimiento me ha sacudido el cuerpo, cuando caigo en la cuenta de que no ha preguntado eso, sino cómo estaremos. En el futuro. Miedo tira todavía más fuerte de todos nosotros, se muere por contestar esa pregunta, entonces Dante aumenta el brillo de su alma, y Optimismo, con la mandíbula cerrada y gruñendo, puede contestarle.
—Me las voy a apañar. —Aunque él apenas pronuncie, las palabras de Mentes son altas y claras—. Ya lo verás.
Las almas moradas se acercan, cuando animales, máquinas y soldados se agolpan contra el pequeño muro del jardín delantero, que a duras penas puedo ver desde aquí. Con una explosión de su bastón, Social se ha abierto paso en el centro. Miro la barricada que hay detrás de nosotros y memorizo el lugar exacto de la abertura por la que tendremos que colarnos. Los que ya han logrado superar el muro, o los que siguen a los robots que lo han destrozado, están empezando a caer en las grietas. Ya se empiezan a escuchar crujidos bajo la tierra, graves y sutiles, tentáculos, sobre todo en la zona del edificio, constantes, pero allá donde aparecen, no vuelvo a escuchar nada de ellos, porque Madurez, detrás de los cuerpos de El Círculo, los está deshaciendo, igual que la niebla, que no pasa más allá del jardín principal. Ruidos y explosiones en el flanco derecho del muro, donde no puedo ver lo que pasa por el medio edificio que todavía aguanta, en el que Dante está preparado. ¡No retrocedemos!, grito. ¡Atentos!
Helena quiere sostener la mano por sí misma, pero casi no puede hacerlo, su cuerpo emite temblores involuntarios. Su piel es casi amarilla. Sauce rosa en el valle, lluvia. De entre toda la fuerza que hacemos, Madurez comienza a reclamar el control, y Optimismo, y todos, hemos pasado a apoyarla a ella. Mamá, mírame, dice Mentes a través de ella, cuando Helena había cerrado los ojos... y ella los abre.
El enemigo ha comenzado a caminar y tropezar por las ruinas. Una mancha oscura, ojos de humo morado, una bandada de pájaros ha bajado en picado a por nosotros a toda velocidad y nos ha atacado, me duele la cabeza, y pronto bajará la sangre. Me protejo de dos pájaros que vuelven a cargar, al tiempo que los primeros animales se encaraman a la primera barricada y, muy a mi pesar, su sangre salpica todo mi cuerpo. Pronto son muchos, y grito a todos que retrocedan. Optimismo salta la segunda barrera y cae a mi lado, máquinas y enanos ya se han abierto paso hasta nosotros. Detengo una estocada mientras me muerden y me arañan por el costado, pese a la armadura.
Brillo blanco, se hace de día. Al principio se ha sentido como una explosión, pero ahora... el aire es más denso, huele a agua estancada y electricidad. Cuando la figura negra del robot cae al suelo, la de Dante aparece brillante en lo alto del edificio, con el brazo en alto y en su brazo la llave de Núbise, falsamente completa, que brilla como un sol de tormenta, que genera rayos gigantes que Dante absorbe a través de su brazo y su pecho. Todos los seres controlados por Miedo, todos, han caído al suelo, anulados por el poder de la gema, igual que en su tiempo Dante nos hizo a nosotros, pero esos destellos... él no me dijo que fuera a soportar tanta presión. ¡Atacamos!, grito, salimos de la cobertura, y después de eso, sólo acompañados por el zumbido inconstante de la gema rota, el metal, que raja el de las máquinas más cercanas, y a veces atraviesa la carne. Golpes secos contra la tierra a la enana que tengo delante, hasta que sus ojos morados se cierran. Metal rajado, animales inconscientes, algunos muertos. Orfeo ha corrido a ayudarnos. Optimismo grita cuando aplasta la cabeza de otra máquina.
Ojalá recuperar a la gente de más allá del cielo dependiera sólo de nosotros, como ha sido la recuperación de los nuestros aquí. Víctor se fue por María. María... por Julio. Rubén se fue a Alemania. Uno a uno cayeron como pétalos marchitos, pero Helena no, ella era la luz que hacía nuestra noche más clara y nos recordaba que el sol podría volver a salir para nosotros. Ese nuevo día iba a ser así, nuevo, el día anterior ya habría pasado y no podríamos volverlo a repetir, pero también habría pasado la noche, y con la mañana llegarían amigos nuevos, una nueva vida y, quién sabe, quizá volver a tener un niño como hizo Iloa. No he dedicado suficientes horas a reflexionar sobre la buena madre que ha tenido Mentes durante toda su vida, así de imperfecta, y así de innecesariamente perfecta. Nos aguantó sobre sus hombros, con el duelo de su nieto, con el cáncer carcomiéndola, y nunca dejó de ser independiente.

Todos en el flanco izquierdo hemos llegado a la primera barricada, mientras en el flanco derecho guardan la posición. Todos los enemigos que superaron nuestras defensas no volverán al combate... Ni rastro de las mentes. Grito a Dante que detenga su poder, pero no tengo claro que me haya escuchado, cubierto de rayos, zumbidos más graves e inestables, él grita también, destellos blancos y rápidos, y con un estallido, la luz desaparece. ¡Dante!, grito. No hay respuesta. Todos más allá de la barricada comienzan a levantarse, y como una llama que se enciende de pronto, muchos ojos brillan con humo morado otra vez. Nadie en la azotea. ¡Cuidado!, grito, cuando cargan de nuevo. Crujidos debajo de la tierra, esta vez más intensos y graves.
—¡No puedo... con todo! —oigo gritar a Madurez a lo lejos.
Dos tentáculos hacen estallar la tierra en el jardín delantero, y han barrido el edificio, como si fuese cartulina. Esquivo un espadazo, rompo el metal, noto dientes en la pierna. Paredes enteras se precipitan hacia el jardín delantero, donde cientos de ojos aguardan.
No importa todo lo que peleáramos aquí, lo mucho que hagamos fuerza entre todas las mentes para sonreír a Helena... nada podrá ayudarla. Sólo una sonrisa.
Mientras retrocedíamos, han agarrado mis piernas, han tirado de mí, y me han arrastrado por el suelo. Gruñen los lobos enseñando los colmillos, ojos morados brillantes, sangre en mis piernas. Sangre en mi brazo, después de atravesar la cabeza de uno con una estocada de Furia, hasta el último crujido. Sin sistema nervioso, no hay cadáver que Energía pueda controlar. Cortes, quejidos, ataques desde arriba de otro robot. El sauce rosa, la lluvia, la sangre de Bhimani, sus últimas palabras. Helena, desde su cama, callada como está, me está susurrando en secreto, ¿y qué creías que iba a pasar? ¿Que iba a quedarme contigo, toda la vida? Los pájaros intentan picotear mi cara. En el océano negro, Miedo ha ganado el pulso, por momentos, pero el alma amarilla de Madurez todavía conserva el control. Unas garras me levantan, sonido grave de aleteo, un golpe vuelve a tirarme al suelo. Hay un águila enorme delante de mí, con las alas extendidas, su chillido ha copado mis oídos. Veo a Optimismo sin su maza, con el arma de un enano.
—Ha estado muy bien —dice Madurez, más allá del cielo.
Rompo las piernas del robot más cercano, aturdo de un puñetazo al enano que iba a atacarme y le empujo lejos, el lobo que corría hacia mi costado está muerto en el suelo. ¡Mi pierna...! Apunto al águila con Furia. Dante cae cerca, después de haber sido despedido varios metros. Energía, en el cuerpo de Lisa, ha dado un salto gigante y aterriza sobre él, le golpea, sus brazos morados son gruesos como dos martillos. Helena había cerrado los ojos otra vez, pero vuelve a abrirlos. Nos pide que le repitamos lo último que hemos dicho, luego intenta levantar la mano, pero Madurez tiene que ayudarla. Ha estado muy bien, repite ella. En Helena, sus ojos es lo único preciso y fulminante.
Helena tose, varias veces. Estarás mejor ahora, dice, con voz ronca.
Energía continúa golpeando a Dante. Veo, despacio, cómo las dos mitades de la llave de Núbise se escurren de sus manos. Cientos de ojos sobre los dos brillos azulados. Corren rápido a cogerlos. Yo he sido más rápida, y mi cuerpo, en el suelo, los protege. En total, cuarenta y un años de su compañía. Qué grandes años... pese a todo lo malo, que ha sido mucho. Pensé que lo más frío ya había pasado... pero lo frío llegará cuando abramos la puerta de casa, mañana, y esté vacía. Las garras del águila atraviesan la armadura y logran levantarme, pero uso las dos manos para proteger las gemas. Golpe intenso, pierdo la orientación, ruedo sobre la tierra. Mi espalda, sobre la barrera que me separa del acantilado, las gemas, en las manos, Social ha disparado su bastón contra mí, todavía montado en Aristóteles. Nadie ha llamado aún a Pegaso, y el disparo ha cortado mi respiración. Las almas moradas amenazan al borde del control en el océano negro, pero, de alguna forma, logro robárselo. Las mentes cubren, con su apoyo, mis palabras.
—¿Que ahora estaré mejor? —digo, más allá del cielo—. Has sido la mejor compañía, la única que me ha aguantado.
Helena sostiene la mirada. La poca fuerza que hacía para agarrar mi mano, desaparece.
No, dice.
Yo buscaba una continuación a su frase, pero no la hay. No ha querido decir nada más, ha sido un simple no rotundo a la frase que yo he dicho. Coge aire, y lo echa, con decisión. No hace fuerza con la mano. Ha dejado de temblar, y, poco a poco, se hunde más en la cama. Diez colores se escapan de su pecho, y no puedo agarrarlos con mis manos. Social sigue enfrente, encima del caballo, aún apuntándome con el bastón, temblando, quizá de rabia. Las pupilas de Helena, sin embargo, se han quedado estáticas, tal y como se quedaron las de Afrodita en el bosque, mirándome. La doctora y el enfermero están en una esquina de la habitación, intentando romper la intimidad lo menos posible después de ver que no podían hacer nada. Las paredes estériles se ven tristes con esta luz de neón. Cientos de luces pequeñas a través de la ventana, sobre miles de personas, historias, que ignoran lo que ha ocurrido aquí. Un cielo rojizo que devuelve las luces de la ciudad, en contraste con el nuestro negro, casi sin luna, en el que la niebla ocupa todo menos este combate. Energía no golpea. Dante no se mueve. Los ancianos de El Círculo son cubiertos a duras penas por Jil y los Uut, que han apartado a Themba de la mesa. Lobos, cabras, pájaros, caballos, un águila enorme. Social sigue apuntándome con el bastón. Y de todo eso, nada, nada, sólo quedan las pupilas de Helena, fijas en las nuestras, pupilas quietas que no miraban a Mentes... no, esos ojos, esa mirada, va mucho más allá. Yo sé que Helena murió mirándonos a todos nosotros.
No, nos dijo. Cierro sus párpados, cuando su imagen empieza a ser borrosa. ¿Cómo que no?

Nadie en el jardín se mueve. El aire se se escurre por los filos de nuestras espadas. De pronto, Energía, aún sobre Dante, cae hacia atrás, porque alguien ha atravesado su coraza morada y la ha tirado al suelo. Es Eissen. Lo ha hecho con sus manos. Desde el suelo, el cuerpo de Lisa mueve su brazo grande y morado, que se estrella en Eissen, y pasa a evaporarse por completo. Eissen sigue acercándose, y el otro brazo con el que Energía le golpea se deshace en niebla dispersa brillante. Cuanto más cerca está Eissen, más pequeña es Energía, hasta el punto en el que ya sólo queda el cuerpo. Social sigue apuntándome, el águila vuela, pero no se mueve, y ninguno de los animales, ni las máquinas, corre a socorrerla. Lisa le empuja atrás, de una patada, y cuando Eissen iba a perder el equilibrio, Orfeo le atrapa. Y ahí se quedan los dos. Y allí se queda ella.
Viendo a la doctora y el enfermero que la cuidaba, al darnos el pésame, ya puedo ver que lo que sentían por Helena era cariño genuino, aunque ella fuera ingresada hace menos de un mes. A todos los amigos de Mentes les gustaba su carácter directo... ella tenía un cargo importante, una familia que mantener, y poco tiempo que perder con los demás, pero el tiempo que pasaba con las personas nunca lo desaprovechaba. Siempre había cosas que hacer, planes pendientes, soluciones fáciles para los problemas. Papá a veces la llamaba robotito. Solían discutir porque él prefería tumbarse en el sofá, haciendo nada.
No sabía que sintiera tanto por ella. Puede que Servatrix me cuidara como una madre, pero esa de ahí fue la madre de todos. Incluso para Miedo, ahora estático, que vivió aquella época en la que su voz fue el único lugar seguro del mundo. Yo soy Mentes. Todos lo somos.
Nadie ataca. Sólo escucho las respiraciones forzadas de todos los cuerpos de Miedo, los gemidos de Optimismo detrás de una máquina, los pasos arrastrados de Eissen y Orfeo, que apuntan con sus armas a los enemigos que les rodean. No hay tentáculos buscando emerger de la tierra. Social ha relajado los hombros, luego ha bajado el bastón... distingo en él una cara abatida, próxima al llanto. Aristóteles da media vuelta, y cuando empieza a acelerar, el cuerpo de Lisa, ahora sólo un cuerpo humano con ojos de humo morado, salta y se monta con él. El águila comienza a marcharse, llevándose consigo a dos enanos que le está costando elevar. Intento levantarme, pero no puedo. Los animales y las máquinas se llevan, tan rápido como pueden, a todos los enanos en el campo de batalla, dejando aquí los animales inconscientes, restos de metal, animales muertos. Eissen está en el suelo, después de un disparo de Social cuando intentó perseguir a Aristóteles. ¿Y Jacob? Estaba por aquí, ¿verdad? Es la segunda vez que le dejo escapar. La primera, con el edificio todavía en pie, ahora... todo derruido.

Madurez corre a verme, me pregunta cómo estoy, yo cojo su mano y la empapo con sangre animal, de olor amargo. Quizá Miedo no nos quisiera muertos, pero ella bloqueó el paso a cientos de tentáculos que oí crujir dentro de la tierra. Parece cansada... que descanse, se lo ha ganado. Tía, me dice, pero lo que dice después no lo entiendo. Agarra bien mi mano, y cuando tira de mí, la gema rosa de la muñeca se escurre por la manga y brilla, sonrío, esa chaqueta hace tiempo que le quedó pequeña... Intenta levantarme, pero no puedo ayudarla. Dante sí se ha levantado, como Eissen. Orfeo está ayudando a Iloa, que tiene mordidas en todo el cuerpo. Servatrix grita que todos nos reunamos con ella, y Madurez intenta que yo vaya, pero... me cuesta demasiado. No importa, yo seré la última, no tengo prisa. Dante se acerca hasta mí y extiende la mano... para que le dé su mitad de la gema, entiendo. La guarda en el bolsillo que no está roto de su gabardina. Se da la vuelta, se desploma en el suelo. Lo ha hecho de forma fulminante, ha aterrizado con su hombro. Una chispa blanca ha recorrido su cuerpo, después de eso.
Una explosión, negra y lejana, desde el sur de la isla. No veo las montañas, pero sí el humo. La tierra entera tiembla. Con un segundo estallido, del volcán sale una masa negra y compacta que asciende hasta el cielo, más alto, incluso. Y empieza a extenderse por el mundo, ¿una niebla?, mucho más densa que la que estamos acostumbrados, mucho más alta. Miedo ha decidido poner en marcha su plan, incluso si no ha reunido toda la energía, y no tiene toda la colección de mentes. A Los Creadores no les pasará desapercibido tal muestra de poder. ¡Hay que hacer algo!, grita Optimismo. Madurez me llama entre prisas, pero sé lo que está pasando, sé lo que me va a decir. Servatrix está con los enanos, repletos de heridas, Dante sigue en el suelo, Orfeo acaba de voltearle y está comprobando su pulso. Miedo será más poderoso cuanto más tiempo le dejemos nublar el cielo, dice Optimismo.
Alto, digo. El resto me está mirando. Tiro de Madurez, y ella se agacha, cerca de mí... No dejes que nadie ataque, susurro. Quiero decir que confíe en mí, que me haga caso, pero sólo puedo toser, escupiendo sangre que seguro viene de los pulmones, por la costilla. Aun así, Madurez ha cambiado la expresión de su cara y ha gritado a todos que descansemos, que no podemos atacar en estas condiciones. Gracias. Eissen se acerca a mí, mientras todavía estoy tosiendo, y me mira con gravedad, con pena. Parece que está bien. Di por hecho que esa cara era por el volcán, que pronto cubrirá nuestro cielo negro de estrellas en puro morado... pero no lo ha mirado ni un segundo. ¿Ha visto... ha podido ver, más allá? Sigue teniendo bolsas en los ojos, la barba descuidada, sí, pero veo algo en él que no estaba antes, y no encuentro el qué. Stille está sentada sobre el Cristal de Rocío, lejos de todos, salvo de Themba, que continúa tocando la mesa como si ella no estuviera. La mano le tapa la cara, y en la otra lleva sus dos sais, que manchan de sangre su ropa blanca. Como Furia, que todavía sigue tirada en tierra.
He sido muy irresponsable. No dudo en que si hubiésemos utilizado a Pegaso hubiésemos perdido a El Círculo por nada, pero casi provoco que Miedo nos despelleje vivos. El humo, polvareda, ya ha llegado aquí desde las nuevas ruinas, y hace que sea más difícil respirar. La niebla en el cielo se extiende con el ruido grave y constante del volcán. Los más viejos levantan a los más jóvenes y buscan curarles, y el médico está inconsciente, siendo arrastrado como Dante lejos de la polvareda. Eissen pregunta a Madurez si podría eliminarle la marca de Miedo de su brazo, porque la presencia de ello en su cuerpo, ahora, le molesta enormemente. Cierro los ojos. Ni siquiera el frío de la bruma de Servatrix, que sé que está entrando en mi cuerpo, me molesta un mínimo.

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