19 de marzo de 2020

El hijo menor de Cronos.


Blanco. Intento acostumbrarme a la nueva luz, una mucho más limpia, pero los conos y bastones de mis pupilas se están ahogando, hay blanco por todas partes. El suelo que piso es blanco. El cielo se ha encapotado por una capa de niebla fina y blanca que flota estática, a una altura indeterminada. Todo a mi alrededor es blanco, menos el horizonte, que es algo más azulado. No veo a Luchadora, ni al resto.
Un momento, aquí no hay nadie.
¿Chicos?, grito al aire, pero mi voz se ha perdido pronto, y no me ha contestado nadie.
Estaban aquí hace un momento, había una mesa, y sillas, mucha gente, el edificio también se ha ido. Aún tengo el brazo levantado, a la altura de la frente de Luchadora. Espera, ¿dónde me he metido? Me palpo la cara y los brazos, me pellizco y me hace daño. Grito al aire, corro por el suelo liso, infinito, doy vueltas sobre mí mismo.
Ha tenido que ser una trampa. Miro la marca brillante de Miedo en el brazo, y no está, no la veo, no está en el otro brazo. Arremango la camisa, palpo en la tripa y en el pecho. ¿Dónde está? Toco por las costillas y el costado, intentando rozar la piel en relieve, y no la alcanzo. Cuando palpo la punta de una de las cicatrices de la espalda, relajo los brazos. La marca de Miedo no está por ninguna parte, y no le veo el sentido, a no ser que Madurez me la haya quitado, pero no puede ser, porque estaba sentada en la silla, completamente agotada.
¿Es posible que...? Toco la cabeza, la golpeo poco a poco con los nudillos. No siento congestión ni dolor, puedo respirar perfectamente y pensar con claridad. Hacía semanas que había olvidado el placer que daba estar de pie, sin más, sin pensar continuamente. No sale sangre por la nariz y no la noto bajar, ¿es posible? La nuca llegó a quemarme tanto que había empezado a preocuparme, pero ahora la toco y es como si Miedo nunca hubiera intentado aplastarla con todo su poder, y todas las veces que casi logra superarme, que por tan poco no tumbó mis espejismos y artificios, las veo tan lejanas. Había olvidado que hay una vida más allá de engañar continuamente. La última vez, no sé por qué no le dije a Luchadora que corrieran con todas sus fuerzas. Supongo que, en lo más profundo de mí, sabía que podía aguantar esa última carga... pero no entiendo cómo. Las cicatrices en la espalda. Hace unos años eran incapaz de aguantar tanto dolor.
Miro otra vez alrededor, a todo este montón de nada blanco. No puedo oír absolutamente nada, y cada vez que chasqueo los dedos, el sonido se apaga demasiado pronto. Huelo a azucenas. Es como la mujer del cántaro, siempre presente en mi cabeza desde que vago en esta isla, mi amuleto cada vez que estuve a punto de desmayarme jugando a hundir la flota, cara a cara frente a Miedo. Sólo las azucenas. También mis pensamientos, imágenes y sonidos del pasado que por fin puedo permitirme imaginar, y ahora son tan nítidos, y hay tantos.
¿Es que he estado aquí toda mi vida? Abro los brazos y miro hacia el cielo. ¿Por qué recuerdo este lugar?
—Toma asiento. Vamos a comenzar.
Me protejo la cabeza con los brazos. La voz, muy grave, ha sonado en todo el lugar, todavía escucho sus ecos, pero quien ha hablado estaba detrás de mí. Me giro y cojo la espada de Razón, pero la mano sólo amasa el aire. No hay espada, ni cinturón. Delante de mí ahora hay un hombre, sentado en una silla. De piel blanca, absolutamente, mucho más que el Albino.
Él...
Un escalofrío me recorre hasta la cabeza. Ojos dorados. Piel blanca. Melena blanca. Estaba serio, pero ahora muestra una sonrisa muy larga, sus colmillos son afilados. Sus ojos se clavan en los míos y siguen estando tan malditos como la última vez. No me puedo mover. Empiezo a hiperventilar. Miro alrededor. ¿Qué es este lugar?
—Cálmate —dice—. Aquí no existen las armas.
Su voz grave vuelve a escucharse desde todas partes. Se levanta, despacio, y me indica con los brazos, delgados y alargados, que me siente en la silla blanca que hay justo enfrente de la suya. Entre las dos sillas hay una mesa de una sola pata en el centro. ¿Por qué sonríe?
Yo le vi morir. Lo vi todo.
Lleva unas ropas diferentes a las de aquella noche, una túnica, negra como sus pupilas, rasgada cerca del pecho, le falta un botón. Sus ojos dorados siguen clavados, dos agujas. Quiero caminar hacia atrás, pero ni siquiera puedo cerrar los ojos. Todavía sigue sonriendo. Vuelvo a tocar la espada de Razón, pero otra vez no hay nada.
—Di mi nombre —dice.
Me cuesta coger el aire suficiente como para decir una sola palabra. Lo intento, pero no sale nada, parece que, en el momento en el que mueva un músculo o se me escape un gemido, va a correr hacia mí y me va a atacar con su espada, pero no la veo, no la tiene. Esto es una pesadilla y sólo tengo que despertar. Di mi nombre, dice con la voz tan grave que ha logrado que cierre los ojos para intentar no escucharla.
Incluso con los ojos cerrados, aún tengo siento los suyos dorados.
—Sever —digo.
Él se puso firme cuando cuando yo estaba abriendo los ojos otra vez, y saluda con la cabeza. Sever... en persona, después de tantos años. Se deshizo delante de todos, cuando Razón le engañó para que se atravesase a sí mismo. Gimió. Lloró. Gritó. Todo eso, mientras nos insultaba, y sus piernas, sus brazos, se deshicieron como líquido, luego su cabeza, el humo negro lo tapó todo, y cuando acabó, sólo había un rubí en medio de tierra muerta.
¿Acaso no imaginamos sus intenciones? Razón habría enterrado el rubí, pese a lo que yo le insistí para no hacerlo, y hubiese sido lo mejor, si no hubiera revivido a Luchadora. ¿Así acabará mi vida? ¿Sever me absorberá desde la última parte de su alma, guardada en el rubí? ¿O ya me está poseyendo? Me agarro la cabeza, me retuerzo, todo con tal de salir de esta pesadilla, tiene que haber una forma de matarle, de echarle de mí, de volver y avisar a Luchadora de que no vuelva a usar esta joya nunca. ¡Despierta! ¡Despierta, por favor!
—¡Deja de comportarte como un puto crío! —grita Sever, su voz se escucha como truenos—. Estoy muerto, o si no, nunca podrías haber llegado hasta aquí. Soy un recuerdo de lo que Sever fue una vez, y tú eres insultantemente viejo. ¿Cuánto has tardado en tocar este rubí, niño?
—Veinte... veintiún años.
—¿Y a qué esperabas? ¡Debías tocarlo enseguida!
Sever tuerce la boca, sin dejar de romper el contacto visual. Luego, vuelve a señalar la silla que me corresponde, con un brazo y con un movimiento mucho más rápido y forzado. Las sillas. Sever, el asesino maníaco, quiere que hablemos en dos sillas. Un recuerdo de ese asesino... pero lo siento tan real, incluso escucho el golpe de sus pies desnudos en el suelo. Espera a que yo me siente primero. No sé si las sillas y la mesa son de madera fría, bien pulida y pintada, o acero. En este lugar, todo es difícil de distinguir. Sever desvía la mirada por primera vez, para mirar mis ropas con pena, aunque sólo estén algo más destrozadas que las suyas. Una mesa entre los dos, después de tanto. Tiene las piernas cruzadas, y las manos sobre los reposabrazos, yo aprieto los míos al cuerpo para no temblar. Esa es la postura con la que me miraba mientras yo luchaba por no ahogarme por las noches. Su látigo.
—Adelante —dice—. Pregunta.
Me está mirando. Desde aquí aún puedo oler las azucenas, pero no veo a la mujer del cántaro, por más que intento tenerla presente.
—¡Pregunta, que no voy a comerte! —grita.
Poco a poco, bajo los brazos. Ha gritado, pero realmente parece que lo dice en serio. ¿Para cuándo el castigo?
—¿Qué eres exactamente? —pregunto—. ¿Dónde estoy, qué es esto, por qué?
Sever sonríe, y mueve los brazos con las palmas abiertas, hace el gesto para que me tranquilice.
—He dicho que soy un recuerdo —dice—, almacenado dentro del rubí.
—Y... ¿estamos dentro?
—No. Estamos dentro de tu cabeza, pero estamos ligados a él.
—¿Estamos ligados a Luchadora?
—¿Cómo? —Sever separa las piernas y se acerca.
—Luchadora revivió gracias a tu rubí, pero ya lo sabías, ¿verdad? ¿Querías salvarla? ¿Controlarla?
—Nunca he querido que mis hijas murieran —dice—, y no diseñé esta herramienta para revivir a ninguna. Pero lo que me cuentas es fascinante. Ojalá haber vivido más para estudiar las implicaciones de ese hecho.
Siempre me pareció extraño que creara una salvaguarda para una de sus hijas y a la otra la dejara morir. Razón me contó una vez que Sever, antes de Mal, adoraba a Valerie. Su madre murió en el parto y la pequeña se parecía muchísimo, casi como si se hubiese reencarnado. Irónico que lo mismo le pasase a Valerie, aunque no hubiese padre de por medio. Sever vuelve a relajar su postura, y a mí me entra un escalofrío. La celda.
—El rubí, —él ha subido los brazos para hacer el gesto de las comillas—, es en realidad un artefacto de vínculo sanguíneo que almacena una fuente energética primaria. Para que tú lo entiendas... bueno, en realidad no voy a molestarme. No fue fácil crearlo, tuve que condensar la sangre de todo el poblado.
—¡El antiguo poblado de Jil! —grito.
—El mismo.
—¿Los mataste por esto? ¡Eres igual que Dante! Te da igual matar con tal de conseguir lo que quieres.
—¿Quién es Dante? —Lo dice genuinamente intrigado.
—Se unió a nosotros en la última batalla... le conociste.
—Niño, a ver cuándo asimilas que para mí no hay una última batalla. Fui creado antes que eso.
Pese a los días encerrado, el agua fría, el látigo en la espalda, ese látigo... me cuesta muchísimo creer que, cuando decidí traicionarle a él en lugar de a las mentes, me costó, y me sentí culpable. No concebía otra cosa que no fuera servirle, incluso cuando me hizo limpiar con trapos los vómitos que acababa de provocarme. Aparentaba veintitantos años... pero acababa de nacer, en realidad.
—Ya vale de preguntas —dice—. Es hora de que conozcas mi plan.
¿Su plan? Él, en plena noche, señaló el antiguo palacio de las mentes, y después de cortarse la mano, siguió sonriendo mientras volvía a crecer. Solía mutilarse a menudo. En el corte de su túnica negra, puedo ver la tela blanca, parecida a la seda, que hay en la parte interior. Desde la distancia, era obvio que acabaría traicionando a alguien así.
—Fastidié tu plan, Sever —digo—. Te traicioné, y me posicioné de parte de las mentes. Ellas perdonaron... ellas... que matara a tu hija.
—¿Mi hija murió?
La cara de Sever vuelve a ser de genuina intriga, con la cabeza ladeada, como si no pudiera creérselo. Tiene que estar tomándome el pelo.
—¿Sabes quién es Dante? —le digo.
—No, ¿debería?
Realmente es un recuerdo, incapaz de retener información nueva. Casi un programa destinado a una única función, ese plan. Alarga el brazo hasta que la palma presiona el centro de la mesa. De ella sale un cilindro ancho, que sube dos palmos hasta que llega al tope, rebosante de energía roja que sale de la mesa, extremadamente caótica, tanto que casi parece fuego, apenas contenido en el cilindro hueco, y su luz es tan fuerte que casi no veo a Sever detrás de ella, otra vez sentado, con la pierna cruzada, los codos en los reposabrazos y un puño casi apoyado en la barbilla. Su regeneración extrema no le cura las ojeras grises que le tapa la melena despeinada.
—Sabía que me traicionarías, niño —dice—. Te programé para que lo hicieras, e hiciste bien. Ojalá haber visto tu cara el día que lo decidiste, debías estar temblando como un flan. Pero luego tenías que tocar el rubí... y no lo hiciste.
En la frente de Luchadora, ella me miró, cuando volvió a la vida. El alivio que sentí no podía compararse a la venganza que sabía que recibiría por su parte, pero ella se distanció, y no hizo más. Nunca me faltó plato en la mesa cuando le tocaba servir a ella. Las cicatrices de mi espalda. La que yo hice en Luchadora nunca se borrará... Supongo que soy de esa clase de persona.
—Tengo un plan —dice Sever—, y todavía hay esperanza de que lo cumpla. Escucha bien esto porque no te será sencillo de asimilar.
Se acerca hacia mí por encima de la luz roja crepitante, que se refleja en los ojos dorados, como dos monedas fundiéndose. Sus palabras se escuchan distorsionadas por el ruido que emiten esas luces.
—Eres el único que puede acabar con Mal.
No hay nadie más, así que me lo ha dicho a mí... pero no sé por qué me diría eso. No... no, a ver, ¿qué está intentando conseguir? Comienzo a balbucear, a intentar poner, ¡pon en orden los pensamientos! Mal es el gran objetivo, el ser no natural que sometió a todos en el palacio con la mirada, y yo sólo soy Eissen. No sé pelear, no sabría ni asomarme ante él y salir vivo. Sever se limita a señalar el tubo repleto de energía, con una sonrisa de complacencia. Es un recuerdo, pero parece estar realmente disfrutando de este momento, como si mi reacción fuera un chiste, o lo fuera toda esta situación. Pues no. Me planto.
—Te equivocas de persona —digo.
—Tienes un poder dormido dentro —dice—. Fuiste creado con él, y esta joya canaliza la energía exclusivamente para que lo despiertes por fin. Y derrotes a Mal, para siempre.
Mis manos no tienen ni un callo, apenas he usado armas o herramientas. Siempre he sido un crío llorón que manipulaba a los demás porque no sabía hacer otra cosa. Les decía lo que querían oír, porque tenía miedo de que levantaran el brazo... tal y como Sever hizo conmigo. Celda. Látigo... látigo. Años más tarde, yo levanté el látigo frente a Duch. Esa clase de persona.
—La respuesta a quién eres está en esta energía —dice Sever—. Tócala y mantente en contacto con ella, hasta que despiertes tu verdadera forma.
Quién soy.
Dentro del cilindro me quemo los dedos, y el calor fluye a través del brazo, de ahí al resto del cuerpo, a la cabeza, como si esta energía estuviera viva. Sever ha dicho que no retire las manos, justo en el momento en el que pensaba hacerlo. La energía calienta todo mi cuerpo. Sever me tiene calado. Hasta el aire que echo está hirviendo. Me tiene tan calado como si él me hubiese construido, en su laboratorio.
El espacio y el tiempo se vuelven relativos en este lugar. Juraría que sólo llevo unos segundos expuesto a este fuego, pero es como si llevase toda la vida, hay algo dentro, un recuerdo, que me resulta alarmantemente familiar, como si este sentimiento lo llevase viviendo años, en mis sueños, desde el principio, cuando Sever me pellizcaba y comprobaba que estuviera vivo, que mi piel y mis ojos reaccionaban a mis estímulos.
¿Quién soy?, fue lo primero que dije en esa habitación blanca. Acababa de nacer, y ya sabía hablar.
Tu nombre es Eissen, dijo él, aún me hacía pruebas, me comprobaba la tensión, me analizó la sangre después de pincharme con una aguja.
Lo más irónico es que saber mi nombre no contestó a mi pregunta. Estaba tumbado en esa sala, llena de viales y líquidos, con las paredes y los instrumentos limpios y desinfectados, y el suelo manchado de sangre seca. La jaula, el agua fría. Es casi irónico que este fuego sea el que vaya a revelar mi propósito, mi... verdadera forma, la intención de mi existencia, sólo por el pequeño precio de sentir este calor, tan embaucador, tan sufrido, en cuyo interior las horas parecen minutos, y los segundos, horas, y yo quiero dejarlo, quiero dejarlo, sé que cada segundo que pasa podría ser el último que lo soporte, pero no me voy, no lo hago nunca, tampoco al segundo siguiente, y así pasan los minutos, más rápido de lo que podría parecer, y así se consumen.
Repaso mi vida a cámara lenta... y aún así me da tiempo a repasarla entera, los veintidós años, con la apariencia de uno de pasados los cuarenta, la esperanza de vida recortada de la infancia que nunca tuve, ¿o sí la tuve? Nací repleto de sentimientos y recuerdos... ¡estos recuerdos! ¿Estuve veinte años aquí, incubándome, o Sever pudo concentrar todas esas vivencias en un segundo? Látigo. El agua está fría, y no me deja dormir por las noches. ¿Cómo puede un arma sin filo hacer saltar así la sangre? ¿Qué dirán las mentes cuando vean esta espalda llena de cicatrices, cómo podré explicarles que nunca me quitaré las ropas delante de ellos, que nunca podré establecer ninguna confianza porque son enemigas de mi creador, y sus secretos y puntos débiles quedarán expuestos para que las torturas cesen algún día, y pueda ser yo el que les vea encerrados entre barrotes de poca altura, acurrucadas como animales, pidiéndome por favor que filtre el agua fría que cubre casi toda la altura de la celda, que les impide dormir ese sueño que llevan días sin poder disfrutar?

Estoy gritando y moviendo los brazos muy rápido, cerca de mi cabeza. Estoy jadeando. Me miro las manos, cómo tiemblan. El fuego, en el centro de la mesa, todavía sigue, y Sever no se ha alterado ni un mínimo. Salvo el horizonte azul, todo, todo sigue blanco, menos el rojo de la energía, la túnica negra de Sever. Separo la mandíbula cuando descubro que la he tenido muy cerrada durante mucho tiempo, incluso cruje cuando la muevo de un lado a otro. Cómo me duele la espalda. En las palmas, tengo las marcas de las uñas, y descuidadas como están, la que está rota me ha hecho una herida. Poco a poco respiro más despacio... espera. Razón me dejó a Aristóteles para que descubriera quién soy, después de lo que hice. ¿Por qué de pronto todos mis recuerdos hacia él están barnizados de rojo? Es visceral, es... no. Razón se portó bien conmigo, y dadas las circunstancias, supongo que también hubiese estado conforme con que me quedase su espada. ¡No voy a odiarle! Muchos recuerdos están impregnados de este barniz, de la textura del pez, difícil de quitar sin ensuciarme las manos. Todo ese rencor... ¿ha sido este fuego? Presiono la parte de arriba del cilindro, hasta que lo oculto dentro de la mesa.
Ahora, hasta hace frío.
¿La pupila de Sever es más negra de lo normal porque tiene esos iris... o realmente es diferente? Incluso estando quieto, me da la sensación de que se está burlando de mí. El silencio lo rompo yo.
—Necesito un descanso.
No contesta. Mantiene la mirada condescendiente. Me dejo caer en la silla, intentando llenar mis pulmones todo lo posible. Me miro las manos, por si ahora fuesen blancas, igual que las suyas, hace casi cuarenta años, fueron del mismo color que las mías.
—Dime —digo—, ¿recuerdas tu anterior vida, cuando eras la mente de la pureza?
—Recuerdo que tenía dos hijas preciosas y que vivía con Razón y los suyos —dice—, antes incluso de que él decidiera aunar a todas las mentes de la isla en un solo lugar. El carrete de fotos de alguien que no conoces. —Cruje todos sus dedos—. La batalla contra Mal, sin embargo, es mucho más nítida. Todo surgió como tenía que ocurrir, mi espada brilló, escalé el islote porque era el único que no se desintegraba con esa mierda negra, herí al monstruo... y lo maté.
Mientras mira al horizonte, he visto algo en sus ojos, una milésima de segundo en la que su melena ha dejado pasar la luz. Un brillo diminuto en el centro de sus pupilas negras.
—Los siguientes días fueron muy dolorosos —continúa—. El cuerpo del monstruo murió, pero su espíritu... —Sigue mirando al horizonte—. Fui capaz de encerrar todo su poder dentro, pero no pude contenerlo todo. Debió de sentir a Valerie por nuestra conexión, bganara o perdiera, ella iba a acabar muriendo.
—Debiste haberle matado aquel día, a su espíritu también.
—Me hubiera gustado salvar a mi hija... pero eso era imposible. —Luego, sonríe—. Mal cambió muchas cosas en mí, pero no contaba con que en mi interior... —levanta la voz y aprieta las manos—, siempre habría un último rescoldo destinado a acabar con él. Al fin y al cabo, mi cuerpo era su nuevo juguete, pero también su cárcel, y lo que intenté fue crear un mundo en el que él no sintiera la necesidad de salir. En el fondo, mis salvaguardas no eran tanto para salvarme, sino para matarle a él. Yo soy Sever, y aunque no me reconozca como tal, muy a mi pesar, sigo siendo la puta mente de la pureza.
Cuando ha dicho lo último, sus palabras han resonado en este lugar más de lo normal. Suelto la silla... la estaba agarrando con toda mi fuerza.
—Dos opciones, niño. Podía vencer y crear un mundo quemado y desolado en el que Mal no quisiera salir, o podía perder, y Mal saldría para poseer al ser vivo que quisiera. ¿A Los Creadores, tal vez?
Los Creadores. Podría habernos avisado.
—Tal vez —digo, sin separar la mandíbula.
—Una amenaza algo más peligrosa que yo, ¿no crees? ¿Ha merecido la pena?
Le miro y no disimulo el barniz de pez rojo con el que lo hago.
—Desde luego —digo.
—Por suerte, estaba preparado para eso —continúa—. Podía crear una forma de vida capaz de destruir a Mal, pero de una forma tan escondida que ni el monstruo se diera cuenta, y podía hacer que reaccionase ante la energía del rubí que creé años atrás. Y ahí entras tú. Todo lo que te hice, todo por lo que has pasado... estabas destinado a que tú y yo acabáramos aquí sentados, para convertirte en un arma que ni siquiera Los Creadores podrán hacer frente.
Pone la mano otra vez sobre la mesa, y el fuego, rojo oscuro, vuelve a salir, acompañado del sonido de la electricidad estática. Me dice, si quieres formar parte, debes unirte a este fuego hasta que seas parte de él, y se escucha la voz en toda la sala, como si pudiera observarme desde todas partes. El fuego arde desde aquí. Pero no arde como fuego. Quema menos, pero duele mucho más, no duele a un nivel físico. Es... es como si esa energía pudiera verme, me juzgara, por tardar demasiado en unirme a ella.
Este segundo intento está siendo aún más caliente. Penetra en mi cuerpo, no muy diferente a como lo hizo Miedo aquella vez, dejándome la marca que, aunque no la vea aquí, sé que aún sigue en el mundo real, allá donde esté mi cuerpo. Este calor no sólo colapsa mis nervios, sino que llena mi cabeza de información, hace que piense lento, relativiza el tiempo. Es la segunda vez que abro los ojos, y aunque pensaba que los había abierto inmediatamente después, ahora veo a Sever, paseando lejos del lugar. Blanco. Rojo. Miedo. No dejo de ver en bucle la imagen de la marca de Miedo en mi brazo, la primera vez que la vi. Este calor que me abrasa los brazos y el cuello, estos recuerdos que me asaltan en la cabeza, el aire caliente que recorre la garganta seca. Cada vez que abro los ojos, Sever está en un lugar o una postura diferente. No hay instantes en este tormento. Soy consciente de que llevo horas en este fuego, que afuera no sé qué puede estar pasando, no sé si es este calor, en el que cada segundo es el último que puedo aguantar, el que hace que todo parezca que va tan deprisa, y puede que allá arriba todavía esté tocando el rubí de Luchadora, o todo lo contrario, que hayan pasado años y que ya hayan ganado sin mí, o hayan perdido, y toda esta tortura sea lo que Miedo me está haciendo fuera. Poco a poco, mis recuerdos se ensucian de rojo oscuro.
Miedo me arrebató a Mentes. Nunca pude controlarlo, no existen las mentes probeta, pero al menos podía verle, de relación en relación, de grupo de amigos a otro grupo de amigos, y todas las transiciones que hubo enmedio. Mentes era un hombre complejo que se hizo a sí mismo, algo que yo nunca había alcanzado, la obra viviente que simbolizaba el éxito de un grupo de personas. No tenía el mejor de los trabajos, pero sí la mejor de las familias, y unos amigos que le respetaban.
Parece que, igual que dejé de poder mirar más allá del cielo, también la vida de Mentes se paró y se apagó. Yo saboteé el faro de nuestro continente y provoqué la muerte de Fuego. Atravesé a Luchadora con la espada que utilizo hoy, y la maté también. Llené de heridas el pecho de Duch por ganarme la confianza de Dante, y luego Duch no escondió esas cicatrices debajo de esta camisa, y no me tuvo rencor, igual que las mentes, que, después de matar a Luchadora y de suplicarles su perdón, dejaron pasar el incidente y pocos años después recobraron la confianza en mí, ¿y por qué? ¿Acaso alguien de mi clase merece ese trato especial, después de todo lo que les he hecho?
Vuelvo a abrir los ojos gritando, moviendo los brazos como un histérico, de pie. He tirado la silla al suelo. Sever no parece asustado ni sorprendido, sólo mueve la cara de lado a lado, con el labio inferior haciendo presión sobre el otro. Me sacudo los brazos, ¡esta energía quema! Tengo las entrañas blandas, preparadas para vomitar si aquí se pudiera. Pero ni siquiera surge la agonía, únicamente me cuesta estar de pie. Jadeo, pero cada vez que lo hago, Sever parece más molesto conmigo.
—No puedo hacerlo —digo.
—Puedes, porque yo sé lo que puedes hacer y lo que no.
—No puedo matar a Mal si ni siquiera veo a Mentes. Tengo a Miedo en el cuerpo.
—¿Y no te has planteado que a lo mejor es tu derrotismo, y no ese mierdecilla de Miedo, el que te impide ver más allá?
—No puedo matar a Mal después de lo que he hecho —digo.
—Deja de llorar como una nena. —Sever vuelve a negar con la cabeza, luego golpea la mesa—. Tienes que esforzarte más.
—¡No puedo acabar con todo el mal de este mundo!
Por primera vez, mis palabras también las he escuchado en todo este lugar. Y Sever se ha dado cuenta.
—Mal no simboliza el mal, —ha vuelto a hacer el gesto de comillas—, porque el mal verdadero no existe, pero es un capullo con aires de grandeza. Le entiendo. Si yo tuviese el poder de hacer que la cabeza de Mentes peleara contra ella misma de esta manera... también me haría llamar así. Mal no es un volcán, ni un huracán. No es natural. Viene de fuera. Es imposible que Mentes sea feliz mientras él exista. —Abre las palmas de las manos y sonríe, cínicamente—. No es una cuestión de preservar la vida de Mentes, porque si muriesen todos los seres vivos, aparecerían otros nuevos, y los cercanos a Mentes sólo notarían un ligero cambio en su forma de hacer las cosas... no. Se trata de que deje de lado los traumas que sufrió y mire hacia delante de una vez. Si yo no triunfé, es preciso que tú lo hagas, porque serás el último que puedas matarlo.
Nunca me había parado a verlo desde esa perspectiva. ¿Mentes, definido por los traumas pasados? Todas las veces que dio lecciones a sus amigos cada vez que se enfadaban, después de que superara la crisis la crisis de ira que fue Sever, pensaba que estaba mirando hacia el futuro. Y todas las veces que María y él discutieron, él lo pasaba fatal, pero pensé que era parte de su personalidad... y puede que sí, pero Mal podría estar afectando en todo, de una forma totalmente sutil. Nosotros sólo reaccionamos, dijo Altaír. ¿Y si Los Creadores fuesen el filtro por el que Mentes codifica la realidad de fuera?
—¿En qué piensas, niño? —dice Sever.
En este lugar, las visiones que extraje de Miedo cobran más sentido, puedo verlas de forma más nítida, más pausada, y con ellas puedo centrarme más en los detalles, en la información que la imagen no cuenta, ese sentimiento que percibo como una marca de agua. Historias sobre El Círculo, obedeciendo a Los Creadores y dirigiendo a Mentes a través de un cristal de colores. Mil mentes que representaron conceptos de realidad erróneos, o cómo un gran terremoto asoló la isla de Inconsciente cuando Mentes echó a correr de sus padres persiguiendo una mariposa, con dos años de edad, escondido detrás de un seto. Sus padres comenzaron a buscarle y él no sabía dónde estaban. Una hora perdido, a merced de desconocidos y hombres de uniforme azul, un ataque de ansiedad que destrozó la tierra y creó la pinza del noroeste, y partió la montaña que vi frente a las ruinas, en la que había construido en su cima un templo dedicado a sus propios padres y a venerar la idea de que eran perfectos e infalibles. No había rastro del templo cuando Mentes tenía seis años, trescientos años mentales después, y comenzó a sufrir acoso escolar. El Círculo, que había vivido ese terremoto, no consideró oportuno activar los mecanismos de defensa propia, y Razón, Sever y las mentes no percibieron esos comentarios como una amenaza, así los dejaron pasar, pensando que al día siguiente ya no existirían. Los padres de Mentes le aconsejaron. Pero, sin el templo dedicado a ellos, al menos a una edad tan temprana...
De una mariposa podría haber surgido la cadena de sucesos más sangrienta de los últimos mil años, más allá de los asesinatos y correcciones que Los Creadores impartieron.
¿Cómo combatimos algo tan profundo en la psique de Mentes... cuando ese horror prácticamente se lo provocó él mismo, aunque fuera de forma involuntaria? Sever me llama, chasqueando los dedos blancos.
Claro.
Mal no sólo es el espíritu de un gusano gigante, también es la falta de piedad de Los Creadores, la violencia de Sever, el sufrimiento de Valerie. También es la rabia de Dante, el egoísmo de Miedo, la incomunicación de Razón y de los padres de Mentes, la juventud de Madurez, y mi gesto terrible cuando maté a la única persona que se dignó a comprenderme, a interesarse por mi vida, y quien confío en mí durante mis primeros días junto a las mentes. Dante dijo que, si Mal fuese una lluvia, Los Creadores serían un recipiente abierto que se llena de ella. Sí... pero no. Mal no es sólo el espíritu de un gusano gigante, es también parte de todos nosotros. Nosotros creamos a Mal, entre todos, y nosotros le hemos alimentado.
Después de notar el escozor, es cuando caigo en la cuenta de que debería haber evitado el bofetón que Sever acaba de darme. No es muy diferente a aquella vez. Retrocedo y me protejo la cara con las manos. Sus ojos dorados.
¿Quién soy?
Tu nombre es Eissen.
¿Por qué?
Soy Sever, tu creador, y yo lo he decidido así.
¿Eres mi padre?
Nunca tendrás padre. Eres un hombre artificial a mis órdenes.
Si no eres mi padre... ¿por qué debería obedecerte?
¿Y por qué me acuerdo de aquella vez? Pensé que había olvidado, pero aquí todo es muy nítido. Aquella bofetada dolió lo mismo que ésta, pero fue mucho peor. La sentí como un terremoto, como si parte de mi isla se hubiera venido abajo nada más haber nacido. Un espadazo. El movimiento inconsciente de una palanca. Un látigo. ¿Su látigo, o el de Dante? Resoplo. Sever me grita y apunta hacia la energía roja, yo quisiera enrollar el látigo y meterlo ahí dentro hasta que prenda.
—No quiero volver a tocarla —digo.
El bofetón ha sido tan fuerte que me he hecho daño en el cuello. La otra mejilla todavía escocía. Miro sus ojos dorados, que me devuelven una mirada negra y desquiciada. Esta vez no he retrocedido, aunque sus pupilas sigan siendo demasiado negras.
—Tu deber es acabar con Mal —dice—. Te creé con la personalidad que tienes, es tuya, la tienes dentro, y estás programado así.
—Pero no toqué el rubí hasta ahora.
—¿Y qué? Esto es más importante que tú y que yo.
—Pero siempre hablamos sobre ti —digo—. Sobre lo que no hiciste, y tengo que hacer ahora para remediarlo con esa energía tuya.
—¡Esa energía es necesaria para salvar el mundo!
Se mueve tanto al señalar el fuego que la melena despeinada le tapa la cara, y cuando la aparta, lo hace con tanto nervio que me sorprende que no se la haya arrancado. Su túnica ha comenzado a arrugarse.
—¡Esa energía se parece a ti! —le grito—. ¡Me hace sentir como cuando me maltrataste en esa cueva que tenías como laboratorio!
Me señala con el dedo, su mirada me asalta desde dentro.
—Yo no te maltraté, niño —susurra—. Te hice quien eres.
—Creo que no es verdad.
Esta vez sí reaccioné a tiempo, cuando el brazo de Sever subió otra vez hacia mi cara. Me he alejado de él dos pasos, con los brazos en guardia, y él, inflando el pecho, vuelve a bajar los suyos.
—¿Vas a condenar al mundo entero sólo por tu egoísmo? —dice.
—¿Condenar? Tú ibas a quemarlo. Acabaré con Mal si es lo que puedo hacer, pero no será a tu modo.
—¿Y cómo lo hacemos? —dice—. ¿Con tu modo? ¿Acaso tienes un plan? Si ni siquiera sabías nada antes de hablar conmigo. ¿Acaso sabes qué funciona y qué no? Tus modos serán inútiles, ya me encargué de eso cuando te creé.
—¡Mentira!
Sever me dirige otro bofetón, pero ya le vi venir cuando caminó hacia mí. Él enseña los dientes cuando forcejea conmigo e intenta soltar el brazo de mi mano. Luego, tenso el cuerpo. Es Sever el que tiene que recomponerse ahora de mi puñetazo. No sangra, y ni se molesta en comprobarlo, pero su mirada es puramente hostil, igual que cuando fuimos a matarle, cuando me enteré de que Luchadora era la hija de Sever, y ella, igual que yo hoy, también se planteó hacer las cosas a su manera retorcida. Que le den. ¡Que le den!
Dentro de mí, la tripa se revuelve. Mi cuerpo ya no está caliente, está bien, recuperado, solo siento una presión en el pecho, que ha comenzado a extenderse a todas las partes de mi cuerpo. Escucho un sonido muy grave, pero no sé de dónde viene.
—Yo no soy tú —digo—. No pedí ser creado, pero ahora estoy aquí, y también estoy vivo. No tienes ni idea sobre mí. ¡Yo soy Eissen!
—Yo elegí ese nombre —dice Sever.
—No. Lo elijo yo.
Sus ojos dorados no brillan, cuando comienza a mirar hacia todas direcciones. ¿Él también nota temblar el suelo? La presión en mi cuerpo comienza a crecer, me siento más pesado, pero también más lleno de aire, y las piernas están algo menos cansadas. No apartaré mis ojos de los suyos. Ahora que el frío comienza a recorrer mi nuca y mi cabeza, es cuando me doy cuenta de lo caliente que la tenía, y lo que me dolía. Vuelve a descongestionarse, poco a poco. Siento frío, en todo mi cuerpo, pero aunque nace de dentro, siento que podría correr ahora mismo y ganar a Stille.
Hay algo más. Mi cuerpo... hay algo que siento diferente. La línea azul del horizonte se ha vuelto más intensa. La energía roja, sobre la mesa, acaba de colapsar, ha estallado con un chasquido, y ya no queda nada.
Sever está observando todo. Asiente con la cabeza, mientras sonríe. Ahora que está encorvado, con los hombros tensos de emoción, no es tan alto como le recordaba, ni tan inponente. Sever siempre había ocupado un lugar en mis pesadillas.
—Sí... —dice.
Se aleja un par de pasos, me mira el cuerpo entero, y mueve las manos, señalándome con las palmas abiertas.
—¡Sí! Está despertando. Pronto, el hijo de mi sangre será el único del que Mal no pueda defenderse. —Me mira a los ojos, y sonríe—. Y habrás terminado mi trabajo en el momento en el que le mates. ¡Ese será el legado de Sever al mundo!
El legado. No había caído en la cuenta de que las cosas que he hecho también han tenido consecuencias. Su voz... ya no resuena en todo el lugar. La escucho, de hecho, muy apagada.
—No —le digo—. Tu legado al mundo fueron dos hijas preciosas, una de ellas condenada por tus acciones. Un poblado y varias mentes, asesinadas, y un hombre artificial raquítico y traicionero. —Sonrío, y ahora Sever ha dejado de hacerlo—. Si logro vencer a Mal, no será tu legado. Será el mío.
Todo el lugar tiembla, y no es porque vaya a colapsar, sino porque yo lo estoy provocando. ¿No estamos dentro de mi cabeza? No quiero saber nada más de este hombre. Creo que ya he hecho demasiado recordándole veintiún años después de haber muerto. Todas las cosas que no me gustan de mí mismo son su reflejo, o son mi respuesta. ¿Qué tendría que decir Luchadora, de saber que su padre tuvo un plan todo este tiempo para mí y para la joya que lleva en la frente? Sonrío, y Sever me mira, casi perplejo, casi suplicante. ¿Qué más da? No merece la pena ni siquiera planteárselo.
Viví en su jaula, aguanté los latigazos y soñé con el agua fría durante veintitrés años.
Delante de Sever, extiendo el brazo y chasqueo tan fuerte que se oye desde todas direcciones, y el lugar entero se llena de una luz extremadamente blanca.

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