3 de marzo de 2020

El palacio de Circe.


Si hace un par de meses me hubieran dicho que podríamos recuperar El Círculo, una posibilidad real, no les hubiese creído. La idea se convierte en pasión cuando pienso en Bhimani y en lo que hizo por mí, pero dentro hay algo, está dentro pero también lo envuelve, lo convierte todo en gris, la pasión se agrieta. Cuando miro arriba, al acantilado que está junto a la pinza gigante de rocas, tan cubierto de niebla... busco algo que no encuentro dentro de mí. Pero tampoco lo encuentro en ese acantilado. Un asalto, ¿eh? Con Dante y Madurez, podríamos hacerlo. La arena roja cada vez está más cerca, y pronto llegará el momento de saltar. ¿Y las explosiones? A veces oigo ruidos del pueblo, Dante desbocado, Madurez lejos de mí... ¿cómo va a domar a esa bestia, a estar a salvo cuando se enfrente a toda la ira de Miedo, si no la enseñé a combatir lo suficiente? Debería haberlo hecho. Debería haberle dicho que era su tía desde que empezó a entender nuestro lenguaje, tendría que haberla acunado en mis brazos en vez de Servatrix, y despertarme yo cuando lloraba por las noches. El vacío que rodea a la pasión agrietada por recuperar El Círculo se hace más grande. Ahora es cuando estoy preparada para cuidar de Madurez, para volver atrás y hacer que mi hermana se sintiera orgullosa. ¿Por qué no antes?
Miro hacia el pueblo, el humo, el tentáculo que ha aparecido un momento por encima de los árboles, me ha parecido que la punta se deshacía por el poder de Madurez, incluso a esa distancia. Bhimani me dijo que él y el resto de El Círculo crearon la espada que lleva Dante ahora mismo. Las armas guardan dentro de su filo y en la empuñadura, sobre todo en la empuñadura, los momentos de la historia que han vivido, y conservan las memorias de sus antiguos dueños. Hoy, la espada de Dante debería dirigirse hacia su hogar... y veremos qué pasa.
Eissen toca mi hombro dos veces, preocupado. Me señala hacia el timón, donde Iloa está gritando y yo no me había enterado de nada. Leúa le sujeta, el enano está desesperado, sigue gritando a Imica, que mira hacia el frente, sujetando el timón, no le está contestando. Pahatu está abajo, con los brazos cruzados y mirando al mar, ajeno a lo que hace su compañero.
—¡Te digo que des la vuelta de una maldita vez! —grita Iloa—. ¡Aún sigue siendo mi familia!
Iloa hace pulso contra Leúa, y acaba por sacar la lanza y apuntarla hacia Imica. Subo las escaleras todo lo rápido que puedo, ayudada por el bastón, me agacho e incluso me arrodillo en la segunda cubierta, para quedar a la misma altura que Iloa. Intento que me mire a los ojos, pero él aparta la mirada. Le digo que tenemos que seguir con el plan o Miedo nos capturará a todos, a lo que él grita que no. La tentación de volver con los Mutoragan la ahogo en agua salada. El enano no deja de apuntar a Imica con la lanza, pese a que le estoy pidiendo que no lo haga.
—¡Imica! —grita Iloa—. ¡Si no lo haces ahora, lo haremos nosotros por la fuerza! ¡Contra todo el que se nos oponga!
—Fuerte Imica no cae por lanza tuya bebé —dice.
Ella ni siquiera le mira. Está pendiente de las olas que aún azotan el barco. Orfeo está arriba, gruñendo de extenuación, agarrando la cuerda de las velas para que se mantengan rectas, mientras el viento sopla de todas las direcciones. Esta discusión tiene que acabar, porque la playa cada vez está más cerca.
—¡Te atravesaré, niña! —dice Iloa—. ¡Tengo cinco veces más edad que tú!
—Iloa cinco veces tonta.
—¡Mi familia se muere!
—Débil merece muerte. Enanas débiles.
Veo despacio lo que ocurre y lo que está por ocurrir. Según las facciones de Iloa se llenan de rabia y de tensión, sus brazos cogen impulso y dirigen la lanza hacia Imica, hacia su hombro, quizá un ataque poco letal, pero pensado para hacer daño. La lanza se ha detenido a mitad del recorrido, mi mano está en medio, agarrando cerca de la punta. Me pongo de pie, con la lanza todavía en la mano. Mi brazo ha tenido más fuerza de la que esperaba, noto cómo mi cuerpo se tensa y se llena de aire, pero el rubí no brilla.
—¡Basta! —grito.
Las olas me han devuelto el eco de mi voz. Estoy escuchando los susurros ininteligibles del rubí, pero no hay brillos rojos. Estoy... tranquila. Tanto Imica como Iloa se han girado y me miran con ojos muy abiertos. Después tiro de la lanza, se la quito a Iloa, y la tiro contra la cubierta. Ni siquiera estoy enfadada, pero... no tengo tiempo para esto.
—¡Estoy harta de vosotros! —digo—. ¡No paráis de discutir por errores que ni siquiera estáis cometiendo! Os odiáis tanto que no veis que gracias a Uut y Mutoragan estamos aquí, ahora, haciendo lo que antes creíamos imposible.
Los dos siguen igual, dados la vuelta y hasta Imica está descuidando el timón. Quizá me haya pasado con ellos, no lo sé, no he querido hablar para hacerles daño. Leúa aprovecha para llevarse a Iloa, que ahora está mirando al suelo, con una cara que ya he visto antes, entre el trance y la tristeza absoluta. No sé qué está pasando en el pueblo, pero debemos seguir, al menos hasta que sepamos cuánto hemos perdido y cuánto tenemos que lamentar. Pahatu es el único que no está quieto, porque ha comenzado a gritar de la nada, y está golpeando la barandilla de cubierta, justo en el lugar que Dante deformó. Su grito es desconsolado, el de un padre que no ha podido enterrar a su hijo, y es lo único que se escucha en el barco, a parte de las olas y el crujir de la madera y la cuerda, donde Orfeo aún está haciendo fuerza. Leúa llama a Pahatu, que sigue sin responder, Roruk y Nina se acercan, pero no demasiado. No sirve de nada. Saltaremos en poco más de un minuto. Optimismo camina, enfadado, golpea la espalda de Pahatu con la mano y le dice que se relaje de una vez, con malos modos. Pahatu se gira, toda la cara de ira, con el puño en alto. Después, la cara de ira se convierte en agonía, y el puño se retuerce. Pahatu llora. Abre los brazos y da un abrazo desconsolado a Optimismo. Él al principio se queda petrificado, luego mira hacia nosotros, con los brazos en alto, acobardado o confundido. Pahatu llena de lágrimas su camisa roja de sangre. Servatrix está detrás, mirando a su hijo, y de vez en cuando, sus ojos se desvían hacia el pueblo, donde la última explosión me ha retorcido las tripas.
Ahora, que los ánimos de todos parecen haberse calmado, coloco a los que vamos a saltar cerca de la escalera, igual que la vez que nadamos hasta el poblado de Servatrix. Los tres enanos van primero, después Optimismo, y Eissen ha querido ir el último, después de mí. Orfeo pregunta si estoy segura de que él se quede en el barco, y la verdad es que me gustaría contar con él, aún así le digo que necesitamos tu músculo para ayudar a Nina y Roruk a manejar el barco. Van a necesitar a un tercero que conozca el barco y pueda sujetar el timón para atravesar otra vez la zona de corrientes y marcharse considerablemente lejos de la isla, hacia el oeste. Servatrix se despide de mí, de forma tímida. En la jungla... me pasé, no gestioné, no sabría decir, entiendo por qué lo dije, pero creo que fui demasiado dura. No es bueno marchar a la batalla habiendo discutido. Salgo de la fila del salto un momento, para extenderle las manos y que ella las coja. Noto, por cómo se mueven sus músculos, que ella no se esperaba que hiciera esto, luego ha escondido una sonrisa. Le pido que ayude a Orfeo y a los Uut con el barco, porque lo van a necesitar. Servatrix dice que no sabe cómo hacerlo bien, pero que hará lo que pueda.
Es justo la respuesta que quería escuchar de ella.
Imica ya no dirige el barco, y se sube a la barandilla al lado de nuestra fila, sólo agarrada a una cuerda, preparada para saltar poco después de que lo hagamos nosotros. Desde aquí se ve cómo las olas en la pinza se estrellan a toda velocidad contra las rocas. Algunas de esas olas, gigantes, se parten por las torres de piedra que la conforman. Los Uut no son expertos nadadores.
—Imica... —digo—. ¿estás segura de que quieres hacer eso?
Está seria, con la mirada en ninguna parte, desde que les dije aquello a los dos. Me habla, pero no me mira a los ojos.
—No preocupa —dice, y me enseña su única pulsera, con una pluma roja—. Fuerte Onubagan está conmigo, cuida grande.
Ahora sí me mira, y sonríe. Los enanos han empezado a saltar, y pronto han quedado muy a la izquierda de mi vista... el barco va muy rápido, y no para de subir y bajar la proa. Salta Optimismo. Cojo aire, miro a Imica antes de irme. Te veremos arriba, le digo, y añado, nagós. Nagós, dice ella. Salto sólo con una pierna, me he hecho daño en el costado, porque he saltado lejos. Ese pequeño momento de vacío, de incertidumbre... El agua está fría y la sal entra en los ojos, dejé la capa de oso en el barco y ahora siento la nuca fría y desnuda. Eissen nada hasta mi lado, y no ha debido ser fácil, porque, para los menos de cuarenta metros que habrá de trayecto, estoy gastando prácticamente todas mis energías en combatir contra la corriente. Eissen me dice que me agarre a él, y como él nada rápido, hace que esta corriente parezca algo sencillo. Y pensar que yo le enseñé a nadar, hace tantos años... antes de morir. Tengo cada centímetro del cuerpo tan frío como el agua. Dicen que la sal cura las heridas, no sé si eso es cierto, pero, desde que Servatrix las cicatrizó, ya no me escuece.
Eissen sigue nadando, mientras el rubí, todavía ahora, me sigue susurrando. A veces le escucho de forma nítida, cómo me dice tráemelo, tráemelo. Tráemelo. La misma frase que me dijo antes de que atacara a El Círculo y fracasara, y ahora también vamos a por Miedo, sí, pero no acabo de entender lo que quiere decirme, o si tiene algo que ver con Miedo, si quiera, porque nunca le había entendido, pero juraría que lleva veinte años repitiéndome lo mismo. No quiero venganza, ni quiero el cadáver de Miedo rodando por el despeñadero, tráemelo, dice. No quiero traer nada. Sólo quiero la paz de Mentes, un futuro tranquilo para Madurez, mirar a las estrellas y saber que ningún meteorito corrupto volverá a estrellarse en el océano.
Pronto aparecen las primerasa rocas, que se llevan toda la furia del agua, hasta que, poco a poco, la corriente da tregua y puedo nadar por mí misma. ¿Tú crees que ya haremos pie?, me pregunta Eissen, y por comprobarlo, los dos a la vez nos hemos impulsado rápido para quedarnos de pie en el agua, y los dos a la vez nos hemos golpeado las rodillas contra el fondo de roca, sorprendentemente cerca. Los dos reímos. Cuando me pongo de pie en la roca resbaladiza, ya no me duele, por la armadura, pero Eissen aún aprieta los dientes y cojea un poco... lo que hace que me ría un poco, y él me golpee con la palma abierta en la mano con la que me apoyo en él, lo que hace que me escueza. Eissen cambia la sonrisa pronto, por su cara ya habitual de concentración. La roca que pisamos, repleta de peces amarillos y diminutos, se va llenando de arena. Arena roja de la playa, no muy ancha, y dentro de ella, una laguna que seguro que se unirá al mar dentro de poco, cuando suba la marea y la playa desaparezca, algo que ya pasaba en el poblado de los enanos. No hay animales vigilando. Todos estarán mirando a Dante y a Madurez. Miedo también acapara el control de Mentes, pero mientras expulso en la arena toda el agua posible, aprovechando el descuido de Miedo, hago que Mentes mire la hora y se prepare a toda prisa para coger el coche y ver a su madre antes de que el horario de visitas expire. Miedo ha tomado el control otra vez, pero no cambia de idea.
Cuando llegamos con el resto del grupo, que ya está guarecido detrás de una roca grande y negra de forma peculiar, aprovecho que es Miedo el que conduce, y no yo, para repasar el plan. Recalco las cosas más importantes, también señalo con el dedo todos los lugares para que quede claro y explícito, algo necesario desde que los enanos están más dispersos de lo habitual, a veces mirando hacia el pueblo, que no pueden ver por un bosque pequeño que hay en medio. Poco más que decir, salvo dar ánimos, mostrarles mi confianza. La zona que empezamos a caminar, cuesta arriba, no tiene árboles, sólo rocas, musgo y flores, así que Eissen va a tener que estar doblemente concentrado. Mientras, nos ha asegurado que los tres pájaros y el zorro al que acabamos de asustar no estaban convertidos. Desde antes del salto, ninguno de los enanos ha dicho una sola palabra.
Eissen se ofrece para que me apoye en él durante todo el viaje, y supongo que será mejor que un bastón, debido al terreno resbaladizo. Noto las miradas de Optimismo, de vez en cuando, que parecen de recelo, o desconfianza. Poco a poco, la humedad del lugar, acentuada por la niebla, empieza a desaparecer, acorde con el cambio que ha habido en el aire, tanto en dirección como en temperatura. Eissen también lo ha notado. Mientras el aire caliente recorre la costa y marcha hacia el pueblo enano y más hacia el este, el aire frío se queda arriba, algo que, para Eissen, no tiene sentido. No sé qué decirle, porque para mí la física, de toda la vida, siempre ha sido brujería, igual que la presión atmosférica o las condiciones climáticas. O los crujidos de la madera en la noche. De toda la vida pensé que eran fantasmas, hasta que Mentes estudió que no y Erudito y Razón me explicaron que es cosa de los cambios de temperatura. No entiendo de cambios en la temperatura, le digo a Eissen, ni de si va a llover o no, sólo de si ahora hace frío o hace calor. Estamos caminando con la ropa todavía empapada, y el aire del sur se está colando por dentro de la armadura, enfriando la camisa.
Eissen se limpia la sangre de la nariz, de vez en cuando, tiene los ojos rojos. Me dice que cada vez le es más difícil mantener a Miedo distraído, porque también Miedo se está acostumbrando a guardarle los secretos. Hemos estado engañando a Miedo, hemos recuperado terreno y a varios compañeros, pero no aguantaremos este ritmo mucho tiempo más, ni Eissen, ni yo, nadie. Esta guerra debe terminar ya.
¿Qué hubiéramos perdido, si Miedo hubiese tratado de razonar con nosotros desde el principio, y nosotros hubiésemos estado dispuestos a escuchar?
Seguimos caminando, todo lo deprisa que podemos, a veces nos ayudamos con las manos para superar escalones de roca resbaladiza que nos vamos encontrando. Pero el terreno cada vez es más llano, y pronto llegaremos a la llanura amarillenta, muy cerca del edificio. Mentes está caminando por los pasillos de la clínica, hasta que, tomando yo el control, entro en la habitación. Helena está con un enfermero extranjero, que está apuntando cosas. Saludos pertinentes en voz alta, cerca de Iloa y los enanos, que ya ni siquiera se extrañan de la situación. También le pido al enfermero que traiga pronto al doctor. Lo bueno de estar en una clínica privada es que hay pocas personas, y seguramente el doctor venga pronto, nada que ver con los hospitales, donde no dan abasto. Le pregunto a Helena qué han estado haciendo, y todavía no me había acabado de contar cuando llega el doctor. Me lleva a un aparte, y eso no me gusta. Neumonía, dice.
Neumonía...
Una enfermedad grave para una persona como Helena, debilitada por el tratamiento, lo que le faltaba, como si el cáncer de pulmón no fuera ya suficiente. Iba a someterse a la primera operación la semana que viene, pero se va a tener que posponer otra más, como mínimo. Suspiro, y Eissen me pregunta por qué. Yo quería que la operación fuera cuanto antes, pero, ¿qué puedo hacer? Vale, le digo al médico. Le digo que sí a todo, a que tenga que quedarse en tratamiento y en observación en la clínica de forma indefinida hasta tiempo después de recuperarse de la neumonía. El doctor acaba de decir que va a permitir que Mentes se quede unos minutos más allá del horario de visitas. Así que, cuando está todo aclarado, abro la puerta otra vez, sin que Miedo me lo impida, camino hasta Helena y sonrío. Te vas a poner bien, le digo. Le cuento lo que tiene porque me han dado permiso para decírselo, que la enfermedad está en una fase temprana y que podrán controlarla. Qué mierda de vida, dice Helena. Me da pena que piense así, ahora, que es mayor y no le quedan muchos años... pero me aclara pronto que se refiere a las medicinas y a los tratamientos, no a la vida que ha tenido. Una vida entera trabajando, le digo, te jubilas más tarde de lo que deberías, y ahora que estabas tranquila y relajada, venga a ver médicos, ¿verdad? Ella no sonríe, pero me da la razón. Le pregunto a Optimismo si quiere hablar con ella, pero él se niega, de forma tajante e insistente. Dante y Madurez no dan signos de querer tomar el control. Pero Servatrix lo ha reclamado, sólo ha sido un segundo, pero ha sido ella, lo sé, ha cogido la mano de Helena con la suya y ha sonreído, después de eso, ha vuelto a cederme el control. Ha sido fugaz... pero ha sido Servatrix.
Todavía estoy hablando con Helena cuando llegamos a un buen lugar de vigilancia y nos ponemos a cubierto, entre unos matorrales, no muy grandes, y unas rocas junto a un riachuelo. Eissen suspira y relaja el rostro, pero tampoco puede hacerlo mucho. Nosotros no estamos plenamente a cubierto, y más allá está Imica, Dante y Madurez, que ya deberían de haber aparecido en el edificio. El lugar en el que están o podrían aparecer es incierto, por lo que Eissen debe mantener a Miedo engañado mucho tiempo sobre una zona muy amplia... y no me gustaría estar en su piel ahora.

El edificio de El Círculo está enfrente. Aparecía en las visiones de Eissen, desde antes de venir a esta isla. El hogar de una familia enigmática que llevo queriendo conocer desde hace tanto, y al mismo tiempo... sólo es un montón de ladrillos viejos y mal cuidados. Recuperar este lugar es casi un compromiso protocolario, como esa boda a la que no me apetece ir, visitar a esos antiguos amigos de los padres de Mentes con los que no tengo relación, sólo porque Helena da por sentado que me gustaría ir y no quiero decirle que no. Y por más que mantenga la cabeza distraída, hablando con Helena, con Eissen... eso no quita el hecho de que la última vez que vi a Madurez podría ser la última. Ahora que depende de Dante, pienso en todas las veces que dependió de mí. La falta de noticias y de señales no ayuda, tampoco. Optimismo parece encontrar entretenimiento al fijar la vista en el cielo, el edificio y en Eissen, constantemente, en bucle. A mi izquierda, el único ruido que se oye es el de Pahatu partiendo un palo hasta la mínima expresión, y el de Leúa, a veces, cuando se frota con fuerza las manos. Si para mí estar aquí es un compromiso, para ellos debe de ser multiplicado. Yo les he arrastrado a esta guerra. Les he mandado objetivos. Y tienen cosas mucho más importantes de las que preocuparse.
No hay movimiento en toda la llanura, salvo el del agua. La única novedad es que, según cómo venga el aire, a veces intuyo un olor parecido al azufre. El río grande no está lejos. Puedo verme en el camino que va hacia el este, era una tarde de cielo cubierto y el sol estaba a punto de ponerse, y las mentes y yo lo recorríamos montados en los jabatos, decididas a destrozar a Miedo y hacerle pagar la venganza, pura ira, como mi padre. Cuando ya había oscurecido recorrimos el puente que hay más allá, sin importarnos algo tan básico como que Miedo podía vernos con Energía y sabía que vendríamos, qué arrogantes, ¿no? Tenemos poder, pero no somos poderosos, nunca ha sido nuestro fuerte, y nos comportamos como si fuera así, como si pudiéramos perder un brazo y con el tiempo, como una estrella de mar, acabaríamos creando otro. Dejamos los jabatos allí, y desaparecimos. Valientes. Idiotas. Está claro que perdimos la batalla.
Batallas, batallas. Una y otra vez, siempre. ¿No hay otra forma, nunca? Sabíamos que nuestra relación con mi padre acabaría en guerra, pero, ¿no acabamos en guerra porque estábamos tan convencidos de que acabaría así? Siempre los combates, estocadas predecibles, partir al enemigo, o desarmarlo. El cuerpo me dice que esté alerta, que en cualquier momento las cosas pueden acabarse para siempre, pero no se acaban, mi preocupación está en mi familia, y a mi familia ya la perdí, varias veces, poco a poco, siempre en medio de una batalla. Hasta yo misma morí en una, y pienso que, aunque en su momento no aprendí la lección, empiezo a verlo claro. Ni siquiera es un aprendizaje... Simplemente, la mitad de mi cabeza intenta averiguar la manera de entrar en ese edificio sin necesidad de levantar la espada una sola vez, aunque no se me ocurra ninguna.
Sea como sea, ya se lo dije a Dante y también a todos mis chicos... no pienso poner en riesgo una sola vida. No atacaremos hasta que Dante dispare, dentro de la casa, porque sólo él y Madurez pueden invocar a nuestra única vía de escape, y si veo que se hace muy complicado, ordenaré la retirada, y si Dante no quiere venir, se quedará solo. Ahora que Miedo sabe que podemos teletransportarnos, defenderá mucho mejor los lugares clave, en lugar de colocar vigilancias a lo largo de la isla. La parte buena de eso es que ahora mismo tendrá todas sus tropas repartidas, lo que significa pelear siempre, por desgracia, pero su pelea será fácil, y ya no tiene al bueno de Inconsciente para extorsionar.
—No nos conviene que se haga de noche —dice Iloa—. ¿Cuándo aparecerá Imica?
—Cuando haga lo que tiene que hacer —digo—. Si el ataque empieza antes, nos veremos con ella allí.
Miro hacia el acantilado, por si aparecía su cuerpo pequeño moviéndose hacia aquí, pero no hay nadie. Esperaremos, sí, todo lo que haga falta. Iloa vuelve a hablar.
—Me gustaría saber qué va a pasar con Dante, después de lo que ha hecho a mi pueblo.
Le digo que hablaré con él cuando el asedio termine, y no se me ocurre más que responder. No escucho nada desde el pueblo, pero eso no significa nada. Trabajo con supuestos. Y suponiendo que todo haya ido bien y que Madurez y Dante estén ahora mismo recorriendo el edificio para destruir las defensas de Miedo antes de que se desplieguen, y suponiendo que ganamos, tendré que hablar con él... y no sé qué decirle. Depende de cómo reaccione, de algo tan poco científico como mi estado de ánimo. Con el vacío recorriéndome todo el cuerpo, por fuera y por dentro de la pasión gris y agrietada, y la imagen de Madurez apareciendo cada poco tiempo, intento encontrar una solución sencilla a este problema... pero no la hay. Dante no es sencillo. Y encima de todo eso, la neumonía de Helena. Más losas de incertidumbre.
Me pregunto con quién estará controlando Miedo a Mentes ahora, a punto de aspirar la última calada del cigarro que ha provocado el cáncer de su madre. ¿Cuántos años sin fumar, tirados a la basura por dos cigarros seguidos? Incluso se ha alejado varios metros de su coche, como si el humo se pudiera quedar en la pintura y no en la ropa, o el aliento. Mentes mira el móvil sin propósito aparente, mirando otra foto que su primo, últimamente muy activo en redes sociales, ha publicado sobre un puente de Múnich con un nombre impronunciable. Viaje de negocios, supongo. Mentes también tiene viajes de negocios, cada día. Rutas irregulares que no conoce hasta una hora después de aparcar en el almacén.
Imica ya aparece escalando las rocas hacia nosotros, parece que bien y a salvo, cerca del edificio y a tres metros de distancia del suelo, cuando salta y aterriza igual que una gimnasta olímpica. Eissen la mantiene a cubierto del cuervo que observa arriba, cuando corre hasta nosotros y se hace hueco en el arbusto, y dice, intercalando con respiraciones profundas, que tan sólo ha visto a Repar haciendo guardia por la zona. En la terraza trasera no hay más refuerzos, ni enanos, ni robots, lo que significa que hay alguien escondido dentro, tiene que haberlo. Tiene el pelo empapado, pero la piel caliente, casi ardiendo.
Durante los siguientes minutos estudio la viabilidad de separar al equipo, vuelvo a estudiar seriamente alguna manera de entrar sin levantar las armas, pero, al final, el plan más sólido y sigue siendo el que ideé anoche. El edificio sigue igual de destrozado que como quedó la otra vez. Parece muy diferente, ahora que el sol todavía alumbra pese a la niebla.

Y ahí llega. ¡Cuánto se puede acelerar el corazón! Destellos azules en las ventanas, sonido de disparos. Golpes. Aprieto los puños y los sacudo contra el suelo, porque ellos están aquí. Es el momento de atacar, y todos ya saben lo que hacer. Eissen abre el camino. Tiene los brazos extendidos, no corre tan deprisa como nos gustaría, pero es la velocidad en la que Miedo no nos verá llegar. La pierna y el costado están cargados de la energía del rubí, así que sólo me hacen poco daño cuando camino, bueno, algo más que un poco. Todos vamos en grupo. El muro está cerca. Mientras, repaso deprisa todas las formaciones de batalla que enseñé antes a mis chicos, porque dependiendo de la situación, usaremos una u otra, y necesitaré tener la lengua rápida. Y, por enésima vez desde que desembarcamos por primera vez en la isla, desenfundo a Furia y me mentalizo de que esta tarde será otra tarde más de combate, no importa el lugar, el momento, todas acaban siendo iguales, un caos frenético que acaba en retirada o victoria. ¿Para cuándo mi descanso? El muro, de metro y medio de alto, más o menos. Viable. Salto con la pierna buena hacia el pequeño muro, la pierna mala se apoya en lo alto y, sin hacer fuerza, me desliza hacia el otro lado, así lo cruzo de un salto, como Optimismo e Imica, mientras que Eissen y los enanos se toman algo más de tiempo. Disparos arriba, de luz azul que ilumina incluso la hierba seca, y uno ha saltado por los aires el marco de una ventana. Todos mis oponentes han intentado lo mismo en los combates, una y otra vez. Atacar a mis heridas, intentar desequilibrarme, que suelte a Furia o partir mi espada de purita. Corremos hacia la pared que Duch tiró abajo cuando peleó conmigo. Algunos de esos oponentes dieron golpes que hicieron temblar la tierra, y aún así, hacían los golpes que yo quería. Mientras corro, a punto de entrar en la casa, he removido con la bota la tierra que Duch levantó cuando combatimos. Y cuando salto la pared caída, la oscuridad, durante dos segundos. Nadie en la sala. Por el pasillo que usamos la otra vez. En los combates, siempre es lo mismo, y cuando todo acaba, estoy de pie, más o menos herida, pero en pie, viva. El enemigo suele estar en el suelo, engañado por mis pasos, y por la forma en la que sostuve la espada. Una y otra vez. Victorias y derrotas. Caídos.
¿Qué será esta vez, Miedo? ¿Robots que intenten desarmarme, o romper una espada de purita? No, no eres ningún imbécil. ¿Te has preparado para contener a Dante, y lo pondrás en nuestra contra? Tengo hasta curiosidad, una parte de mí, incluso, desearía que Miedo en persona estuviese ahí dentro. Pero si ahí dentro solamente hubiera robots, acabaría defraudada con él. Ahora mismo, yo soy la que camina primero por el pasillo iluminado por tramos, el resto detrás de mí. No suenan los tambores, nadie canta, este lugar parece otro.
Veo la luz que entra desde la terraza de atrás por la última puerta, un último giro a la izquierda antes de salir al jardín. Giro deprisa, con la espada en alto, y el puñetazo me estrella contra la pared de atrás. No lo vi, porque no vi sombras al otro lado. Repar aparece en el umbral y me encañona con su arma, parte de su brazo metálico. Coloco la espada. Para cuando ha disparado, Eissen ha empujado a Repar, ha fallado el disparo, y doscientos perdigones han agujereado la pared a mi lado y han hecho saltar la pintura. Era una escopeta, no su cañón tradicional... si Eissen no le hubiera empujado, la mitad de los perdigones estarían metidos en mi pecho. Repar ha golpeado a Eissen y lo ha tomado como rehén, con el cañón ahora apuntando a su cabeza. Ha comenzado a arrastrarle hacia atrás, hacia la terraza, donde el sol hace que la mitad oscura de su cuerpo desaparezca ante la otra resplandeciente. Nosotros le seguimos, hasta que todos hemos salido a la terraza. Cuando dice que nos paremos por segunda vez, extiendo los brazos para que nadie pase de mí. Dante, en el piso superior, se está moviendo. Mientras, el brazo humano de Repar está temblando. Los ancianos de El Círculo nos miran desde su mesa, pero sus ojos no brillan.
—¿Qué es lo que quieres? —digo.
—Lo sabes bien —dice Miedo, con múltiples voces.
Bajo la espada y apoyo la punta en el suelo. Poco a poco, me inclino hacia adelante, hasta que quedo arrodillada, apoyada en la espada. Por el descanso, porque imagino cómo va a acabar ésto, exactamente igual que siempre. Los tentáculos han salido y están en posición de ataque, pero no se mueven, y uno de ellos ha recibido una bala perdida de la espada de Dante, arriba. Una bestia indomable, incontenible.
—Es imposible que yo te lo dé —digo—. Vas a tener que ganártelo.
Mentes, controlado por Miedo, golpea el volante de forma insistente, no para de mover la rodilla del acelerador en cuanto vuelve a quedarse parado, mientras mira la ventana de su casa, a sólo un semáforo, que le llama en su día de descanso. En este mundo mental, Miedo no tiene la misma apariencia afable. Mientras sigo escuchando golpes arriba, dos mentes saltan de una ventana rota que hay encima de nosotros, Stille y Jacob. Su último recuerdo fue de angustia, ahora, les tengo delante. ¿Es posible que Miedo piense que va a ganar con tres mentes potenciadas? Mientras Dante siga haciendo ruido en el piso de arriba, ahora mismo veo a tres compañeros que van a ser recuperados. Tenían que ser ellos, Miedo ha pensado en todo, quiere que me culpabilice y me distraiga... La pasión está agrietada y gris, lo está, pero creo que también está la culpa con ella. Posiblemente todos los sentimientos, ahora mismo acallados por las respiraciones rápidas y forzadas de las tres mentes, quietas pero en tensión. El sonido que hacen al respirar... me recuerda al de los cerdos.
Tortuga, digo en voz alta. Todos me han oído, y han comenzado a formar, con algunas dudas, detrás de mí, con Optimismo e Imica a mi lado, todos donde yo les dije, a falta de Eissen, que sigue preso y encañonado. Tengo muy buenos guerreros. Está batalla es suya, desde que siento que tengo las espaldas cubiertas y sólo tengo que concentrarme en hacer un tajo, firme, aún apoyada en la espada clavada en la hierba. Todos quietos. Los brazos de Repar y Stille tiemblan, y los de Mentes. Pronto. Eissen, ¿a qué esperas? Este falso silencio es demasiado largo.
Una explosión acaba de ocurrir. La pared se rompe y unos cascotes caen cerca de Stille y Repar, entonces Eissen se retuerce mientras ellos se apartan, se libera del brazo de Repar, pero Repar sigue forcejeando contra el aire y recolocando en su brazo un cuerpo que no existe ahora mismo. Iba a actuar... no me acordaba que Eissen es invisible para Miedo, que lo ha estado agarrando a ciegas, no contaba con que le engañaría tan bien que pensaría que lo sigue agarrando. Si actúo ahora, cuando Repar ha vuelto a encañonar a un Eissen imaginario, si dispara, su único brazo de carne ya no será suyo. Eissen vuelve a la formación, detrás de Imica, y Repar, que ha golpeado con el cañón una cabeza que en realidad no estaba ahí, amasa el aire, sorprendido, y comienza a gritar. Pero no le dejo gritar mucho, porque ahora sí es mi turno. Mis pulmones están llenos, los ojos, cerrados.
Me incorporo del suelo. Invoco al rubí. Camino un paso. Tenso los brazos. Es un corte, pero firme, con la velocidad adecuada. Repar, tal y como pensé, extendió su escopeta hacia mí, y su brazo de metal se ha encontrado con una espada de purita. Pensé que partiría el cañón, pero ha salido volando, Repar lo agarra al vuelo, desencajado del resto de su brazo metálico. Esquirlas pequeñas se han desprendido hasta el suelo. Repar se lamenta, Stille se prepara para lanzar sus estrellas. Miedo habrá heredado la memoria muscular de Stille, pero no elige bien sus objetivos. Me da tiempo a dar una patada a Repar y mandarle dos o tres pasos lejos, con la pierna que duele, antes de comenzar a detener las estrellas lanzadas. El movimiento de su brazo, dónde pone sus ojos... Miedo me telegrafea todos sus objetivos, y priorizo en Imica y Eissen, que están detrás, y a Furia sólo se le escapa una estrella, por poco, que se estrella en el brazo de Optimismo. Ha salpicado gotas de sangre en la espada. Los tentáculos atacan, también, en el momento en el que Dante se deja caer del primer piso agarrando con un brazo a Madurez.
Cómo respiro de alivio, ¡todo cuanto necesitaba saber! El vacío que me envolvía se hace pequeño, ¡porque lo ha conseguido! ¡Sin más heridas! Dante, aún así, transmite con el gesto de su cara chispas de venganza, descargadas todas en unos golpes que Stille tiene que esquivar poniendo distancia entre los dos. Los enanos e Imica se han lanzado contra Repar. Eissen y Optimismo cortan tentáculos. Dante dispara a Stille, y ella utiliza los tentáculos para cubrirse. Jacob y yo, sin embargo, estamos quietos, mirándonos el uno al otro, él con cara de odio, casi de desprecio, yo estoy tranquila. Los dos recordamos cuando le tiré por un acantilado... y Miedo sabe que, de todos los que podían enfrentarse a Jacob, yo era su peor opción. Guardo la espada.
Los tentáculos intentan llegar a nosotros por los mismos agujeros que se abrieron aquella noche, una y otra vez, pero Madurez y Eissen se están ocupando de ellos. Si no actúo pronto, Optimismo peleará contra Jacob, Optimismo perderá, y Jacob se hará más fuerte.
Suspiro.
Cuánta violencia a mi alrededor...

Esquivo su puño, luego él se retira pronto. ¿No va a dejar que le coja? Intenta darme otro puñetazo, resulta que era un amago, y me ha encajado uno en el brazo, que no me ha dolido nada. Acumula golpes. Pues tengo una idea. Grito a Optimismo que se aparte cuando iba a ayudarme con esto, disparos y golpes por todas partes, parte de la pared exterior del edificio se sigue rompiendo, más pedazos que aplastan la hierba... pero dejan de existir, estamos él y yo, solos. Dejo que Jacob cargue en su cuerpo un par de puñetazos más, mientras espero que ataque a mi costado. ¿Acumulas otro? Venga, ve ya a por mi costado. ¡Ha actuado rápido! Pero mis brazos ya le estaban esperando. Capturo su brazo con las manos y lo giro, camino deprisa pese al dolor, y ahora estoy detrás de él, con su brazo bloqueado en la espalda, el otro agarrado, también, y haciendo torsión en su cadera, poco a poco he conseguido que se tumbe. Los dos seguimos quietos, mientras el resto siguen golpeándose. Yo me siento encima de él, y cómo se notan sus costillas. Si quiere liberar la fuerza que ha estado acumulando, que la libere contra mi cadera y el resto de mi cuerpo. Si acaban pronto, si Dante sigue estrellando a Repar contra la pared del edificio, y Madurez les recupera, Jacob por fin dejará de sufrir y retorcerse... ¿Cómo has podido aguantar tres semanas de tortura continua, Jacob? Miedo también sufre tu dolor. ¿Tanto te quiere a su lado, aunque sea insoportable para ambos? Mal no merece tanta obsesión. Y yo creo que ni siquiera Miedo se la cree.
Pronto dejarás de sufrir, Jacob. Es lo que te debo.
Veo algo, cerca de los ancianos. Una estrella... que iba lanzada directamente hacia mis ojos, ahora clavada en el brazo izquierdo. Jacob se libera y suelta la energía acumulada contra una sola de mis piernas, me derriba al suelo. Se da la vuelta, me golpea tres veces, muy rápido y sin dolor, y cuando iba a atacar al costado logro bloquearle con Furia a medio sacar, parcialmente desenfundada, que ha distribuido toda la fuerza por el metal, el brazo, la cadera también, y la pierna buena. Después, se va corriendo. ¡No! No puedo alcanzarle desde el suelo. Stille también desaparece, y Repar, y muchos tentáculos se han colocado delante de la puerta central trasera por la que se han ido. Miedo está huyendo...
—¡Dante! —grito—. ¡Que no se escapen!
Camino hasta él, que también está gritando, no sé si de dolor o de rabia, mientras carga su espada más tiempo de lo normal. El metal blanco del arma no para de vibrar, y sé bien que si no la sujetara Dante, ahora mismo estaría completamente descontrolada. Da un tajo a los tentáculos, cargándola aún, para después liberar ese disparo por todo el pasillo.
He dejado de oír nada. Durante un segundo. La explosión azul me ha dejado algo ciega, también. La onda expansiva me ha encajado en el suelo. No he sido la única. Las losas del pasillo, la pintura, los marcos de las puertas, las paredes agrietadas o rotas, todo, todo por los aires. Un agujero ampliado de lo que antes era un pasillo estrecho, y aunque por el destello vea un círculo negro en el centro de la pupila, sé que parte de la casa ha caído sobre una de las mentes que huían. No...
Dante corre hacia ellos. Madurez me ayuda a levantarme. Corto los tentáculos otra vez, y voy detrás, cojeando.
—¡Miedo! —grita Dante.
Está en la puerta principal del edificio, y grita hacia el valle, hacia las dos mentes que han conseguido huir. ¡Miedo!, repite. Las dos sombras que corren, asistidas por los pájaros de Energía y la niebla, parecen las de Repar y Jacob.
—¡Miedo!
El pasillo no para de crujir, y las piedras caen en las losas rotas como si fueran lluvia. Una, más grande que las demás, ha caído sobre la parte vencida del techo, un amasijo de piedras y polvo de la que asoma la bota de Stille, y su mano. Empiezo a apartar a un lado los escombros, tan rápido como puedo.
—¡Miedo!
Este último grito ha sido más fuerte que los otros. Un tentáculo enorme revuelve el suelo de fuera, engancha a Dante y lo estrella dentro del edificio, en una de las habitaciones. Golpes, disparos. Ruidos. La mitad del edificio se está agrietando, en lo que aparto las piedras con cuidado cerca de donde tiene Stille la cara, un corte y un moratón. Está blanca de polvo. Coloco una mano bajo la nariz, la otra sobre el cuello. Stille tiene pulso, y respira. Limpio sus ojos, su nariz, la boca. Las paredes crujen, también lo hace el techo y las plantas superiores. Yo aparto las piedras lo más rápido que puedo, en lo que Dante sigue disparando a las paredes y a los tentáculos que rompen más la casa, mientras los demás aún se encargan de los tentáculos de la terraza. Stille queda descubierta, mi pobre chica... no parece tener nada roto, pero tiene el cuerpo lleno de heridas, y la ropa comple­tamente rasgada. La saco y la acuesto sobre el brazo izquierdo, que acabo de recordar, por las malas, que tiene clavado aún la estrella que ella misma lanzó antes. Los crujidos del edificio empiezan a preocuparme. Cubro sus pechos y el vientre con el jirón roto de su túnica, cargo con ella y camino hacia la puerta tan rápido como puedo procesar mis dolores. Dante sigue disparando. Escucho romperse varias paredes.
Cuando llego a la terraza trasera, los tentáculos no dejan de salir, y los que Madurez no cubre, acaban rebanados por la espada de Razón, o las lanzas de los enanos. Optimismo machaca con rabia cada uno que toca, pero una maza no es lo más indicado para acabar con ellos. Madurez busca en sus bolsillos, y junta las dos mitades de la llave de Núbise. Me mira, y sus ojos se cargan de chispas azules, mientras cubro a Stille con todo el cuerpo que puedo.
La onda expansiva casi me derriba, me quema de dos chispazos, y empuja fuerte a Imica, que ha dado una voltereta y se ha recompuesto, confusa. Todos los tentáculos desaparecen, los dos pájaros que nos observaban caen al mar. Los ancianos, que seguían sentados, se han desplomado contra la mesa, inconscientes... creo. No hay niebla, ha desaparecido, lo menos en cien metros a la redonda, y en la pinza... de la niebla que salía del acantilado hacia nuestro continente, no sale más. El principio del puente de niebla que cruzaba el océano se ha partido, y lo que queda, al menos la parte cercana, comienza a difuminarse, a extenderse en una bruma más amplia, pero menos densa. Como un insecto sin cabeza.
Madurez deja caer las dos mitades mientras sufre espasmos por los chispazos. Sus ojos brillaban, pero poco a poco recuperan la normalidad. Se agarra a Eissen, que le tenía a un par de pasos. Detrás, una serie de crujidos muy fuertes ha hecho que todos nos alejemos del edificio, que, con una grieta en la fachada cada vez más profunda, ha acabado por colapsar, toda la mitad izquierda, desde donde lo veo. La mitad del edificio. Toda abajo. Las plantas superiores sólo se desplomaron cuando tocaron los escombros anteriores. Polvo, olor parecido a tierra con amoníaco, y falta de aire que se queda en eso, en un intento abortado de coger más oxígeno. Los que respiran ahora, tosen. Mis pulmones todavía aguantan, tengo los ojos cerrados, y he tapado la cara de Stille en mi axila y una mano. Así, hasta que el aire se despeja, no muy tarde. Escucho a Dante, que acaba de salir de entre los escombros, de forma violenta.
—¡Miedo! —grita.
Creo que nadie le escucha. Reacciona con gruñidos y gemidos, girando rápido sobre sí mismo mientras mira la destrucción del lugar en el que, hace mucho, vivió con el resto de El Círculo. Madurez se aclara la garganta, nos dice que Jil está inconsciente en el último piso de la mitad que aún sigue en pie, nos pide que le bajemos pronto, y camina hacia mí.
—Repar y Jacob se escaparon —dice Eissen—. ¿Qué hacemos?
—Permanecemos en la posición —digo.
Eissen asiente, y luego corre hacia los restos, supongo que a buscar a Jil. Luego, me dirijo hacia Madurez, que ha llegado hasta mí, pero ha continuado hacia la mesa de los ancianos. El sol brilla en este lugar y es por ella.
—Bien hecho, sobrina —digo—. ¿Cómo estás?
No contesta. Ya está cogiendo el brazo de uno de ellos, y es muy evidente que eso le está robando las pocas fuerzas que le quedan.
—No tienes por qué hacerlo ahora —digo—. Podemos inmovilizarles hasta que cojas fuerzas.
Ni siquiera comprueba que no haya marca. Cuando acaba con el primero, empieza directamente con la segunda. El aspecto de los siete ancianos es decrépito, desolador. La mayoría son más viejos de lo que era Bhimani, y algunos, tal y como tienen apoyada la cara y los brazos sobre la mesa, parece que están muertos. Hay dos sillas vacías en la mesa... Dejo a Stille encima de ésta, en ese hueco, procurando que su ropa rota no vaya a abrirse. Madurez ya ha acabado con la tercera, y pasa directa a recuperar al cuarto de los siete. Casi no se mantiene en pie. Yo tampoco... caigo, desplomada en una de las sillas libres.
—Cariño, descansa, por favor.
Ella me niega con la cabeza, muy sutil. Se arremanga, se limpia la suciedad que tiene en la frente, y continúa, cada vez con menos fuerzas. Los enanos gritan a Dante, que está de pie sobre lo alto de los escombros, quieto, y dispara a la roca junto a sus pies, deshaciéndola poco a poco. No contesta a los enanos. No levanta la barbilla. Ni siquiera sé si les escucha. La mitad del edificio que ha aguantado parece estar a punto de caer. El jardín, que seguro que una vez fue bonito, ahora está lleno de agujeros y socavones, trozos de ruina. La niebla que hay a lo lejos no se acerca a este lugar, y el puente de niebla que va hacia nuestro continente cada vez está más esparcido, y no se renueva de las entrañas de la tierra. El Círculo es nuestro... Victoria, ¿no? Me sorprende lo que Miedo nos vapuleó la última vez que estuvimos aquí, y lo fácil que me ha parecido ganar ahora. Pero esto es así, es el juego, la diferencia entre saber a dónde se dirige el enemigo, o no saberlo. Cuantos menos lugares importantes le queden a Miedo por conservar, más protegidos van a estar. Debo contar, además, con que Miedo seguramente quiera recuperar este lugar. ¿Es una victoria, entonces? Espero que haber tomado este edificio valga, aunque sea de forma simbólica, los enanos que han muerto hoy y el hecho de que Miedo sepa que tenemos a Pegaso. Si no hacemos que merezca la pena, entonces no es una victoria. Madurez se apoya en la mesa para poder caminar hacia el séptimo, y no hay palabras que pueda decir que vayan a disuadirla de acabar recuperando a todos. Imica habla con Iloa para tranquilizarle, y parece que funciona. Optimismo está de pie, cerca, con la estrella de metal clavada en el brazo izquierdo, el mismo lugar que yo. Está mirando a Dante, que sigue destrozando la piedra. Veo ira en su mirada, pero no es la misma que en la torre. Hay cordura en sus ojos, porque sufren.
Dante vivió aquí. Es quien quería recuperar este sitio, y por hacerle caso, por querer fidelizarle, ha ocurrido todo este desastre. ¿Cómo les digo a los enanos que perdonen y olviden, ahora? ¿Qué le digo a los ancianos cuando despierten, cuando vean que la mitad de la casa de sus vidas ha caído por darles la libertad? Tengo que hablar con mucha gente, y lo más pronto posible. Que alguien cure a Stille, y traiga unas vendas para que pueda quitarme la estrella del brazo.
Madurez se apoya en la mesa para no caerse, y desde mi posición, la única ayuda que le puedo dar es al guiarla hacia la silla vacía que hay a mi lado. Madurez suspira rápido, sentada, y comienza a recuperar a Stille. La alegría de pensar que voy a poder volver a abrazarla se agrieta cuando pienso que tuve a Jacob a mi merced, a punto de conseguirlo. Pero es lo que hay, ¿no? Todos conocíamos los riesgos de enfrentarnos a Miedo y los aceptamos antes de venir aquí. Si no fuera porque el único que votó conmigo que no fuéramos a la isla, todavía siga sufriendo. Cuando Madurez acaba de recuperar a Stille, saca el kunai del bolsillo de su pantalón, y lo coloca en su cinturón, con cuidado de que la ropa no se abra. Lo hace despacio, porque los brazos le tiemblan.
Y después de eso, se desploma completamente en la silla, a mi lado, las dos con la cabeza caída, hacia el cielo soleado. Coloco mi mano sobre su pierna, y ella coloca su mano sobre la mía. Cierra los ojos, jadea. Estoy segura de que le tiene que doler mucho la cabeza. Estaré a su lado.
Ella es la hija de mi hermana, tengo su sangre. Y pensar que, entre toda esa melena rubia, el colgante de su madre, esa cara tan preciosa y el cuerpo de mujer, dentro, dentro de ella, de su pensamiento, hay una mínima parte, una pequeña, que es mía. Hay una para Servatrix, seguro, una gigantesca, pero una parte pequeña la... he hecho yo. Espero que mi hermana esté orgullosa, o al menos, espero no haberla defraudado del todo. Madurez me mira, y me pregunta qué pasa. Nada, le digo. Lo que hemos ganado hoy, lo hemos ganado por ella. Mi Madurez.

Dante ha dejado de disparar la roca, y en su lugar, escucho un silbido que crece, que se acerca. Dante maldice, ha intentado atrapar a su espada, pero se le ha escapado de las manos y viene hacia nosotras. Me levanto rápido y con dolor, con Furia preparada, porque la espada ha volado hasta la mano de uno de los de El Círculo. Miro bien sus ojos, que no sean morados. Son verdes. El hombre parece que está débil, pero noto determinación en su forma de mirar.
—¿Qué dijimos sobre controlar ese temperamento, Dante? —dice el anciano—. Me gusta saber que esta espada ha vuelto a su hogar. Buenas tardes a todos, y gracias por liberar a mi familia. —Saluda a todos con la mano—. Mi nombre es Themba.
El anciano mira a Madurez, y ha atraído la atención de todos. El resto de ancianos siguen inconscientes. Themba, con un movimiento de brazo, ha hecho que la mesa, que parecía de una piedra parecida al cristal, haya empezado a hacer brillos extraños en la superficie, brillos de colores. Guardamos las armas, pero aún no me siento cómoda.
—Es un honor conocerte por fin, Luchadora —dice Themba—. Soy el hermano mayor de Bhimani, y tengo muchas cosas que contarte. Que contaros a todos.
Themba señala la mesa, que sigue emitiendo brillos de colores bajo los cuerpos dormidos de Stille y del resto de miembros de El Círculo.
—Esta herramienta es el Cristal de Rocío —dice—, y es el motivo por el que os conocemos. Os conocemos a todos, desde que nacisteis.
Dante ha dado un paso al frente y, sonriendo a Themba, ha abierto la mano para llamar a su espada, y el anciano, soltándola poco a poco, ha vuelto a dársela. ¡Viejo amigo!, grita Dante, se acerca al anciano, pero el rostro de éste ahora es serio. Muy serio.
—Sé que fuiste tú el que mató a mi hermano —dice Themba.
No dice nada más. Dante ha parado de caminar, y respira hondo. De pronto, todos los recuerdos en aquella casa humilde en el valle se vuelven tan vívidos... Aprieto las manos, pero Madurez lo ha notado, porque ha cogido una de ellas y me pide que le dé la mano, en lugar de apretarla. Le hago caso. Después de toda esta violencia, me vendría bien hablar con Themba y su familia. Algo de información, de descanso.

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