13 de marzo de 2020

Cómo te sonrojas, cuando escuchas las cosas que te mereces...


Eissen sigue tumbado en la hierba, completamente inconsciente. Supongo que, en otras circunstancias, unas que hubiesen mantenido en pie el edificio junto al que estamos, ahora estaría ocupando una de las camas, que ahora están, todas ellas, enterradas entre piedra y ladrillo, junto a piezas rotas de robot y cientos de objetos, personales y valiosos, que habrá que desenterrar cuando la guerra termine. El cuerpo de Eissen, custodiado por Leúa, es lo último que veo antes de entrar dentro del edificio. Imica, arriba, que está haciendo guardia con Optimismo voluntariamente, habla fuerte y no para de preguntar a Optimismo el significado de ciertas palabras, y la última la he escuchado completamente vacía, entendiendo lo que ha dicho pero como si las paredes hubiesen robado toda la fuerza de su garganta. Lo que más se escucha ahora es el resonar de mi bastón en el suelo. La reverberación de cada uno de mis pasos. Optimismo ríe, Imica también, pero para mí, ríen desde la montaña lejana que abre la cordillera del oeste, la que me roba el sol moribundo entre las tablas de la ventana de esta habitación oscura. A veces crujen las paredes, pero no parece nada preocupante. No era la primera vez que Optimismo ríe hoy. Cuando Madurez iba a bajar de la primera guardia de la mañana y Optimismo subía con su plato de comida para hacer la suya de ahora, estuvieron unos minutos hablando, de forma cordial. Casi parece otro.
Leúa, sin embargo, me recordó pronto al Leúa que conocí en el poblado. Esta mañana ordenó, lavó y guardó todos los instrumentos médicos y de primeros auxilios que pudieron encontrar entre los escombros, así como en esta mitad del edificio que aún aguanta. Algunos escombros cayeron al mar, donde la tierra que hubo más allá del acantilado se hundió y cayó también al océano después de un terremoto, y sólo quedaron en pie las columnas gigantes de roca y hielo, formando la pinza, donde las olas se rompen y hacen saltar la espuma hasta el jardín, y en el centro las fuertes corrientes provocan remolinos seguidos de estallidos de agua, que a veces pueden verse sin necesidad de asomarse por el acantilado. Braman, con la misma fuerza que un volcán, el volcán del suroeste, que amenaza con cubrir de niebla todo el mundo desde el momento en el que Miedo recupere la energía que le arrebatamos, o decida salir adelante con lo que ya tiene.
¡Basta! Que se alejen la corriente y los ruidos, necesito una pausa. Ordenarlo todo. Fuera hay personas cuyas vidas dependen, en parte, de mis decisiones. No me quito de la cabeza las palabras que me han dicho... pero es momento de pensar en El Círculo, en lo que me contaron. Sus siete miembros, todos ancianos, que Themba fue presentando según recuperaban el conocimiento. Cuatro hijos, de una generación, y los tres padres, todavía más ancianos. Una de las madres tiene la lápida, rota, a un lado del jardín, cerca de dos esqueletos de antiguos perros guardianes que no soportaron el control de Miedo. No me acuerdo de los nombres de todos los padres... pero sí del mayor. Hiego. El padre de Themba. Themba perdió a su hermano, y es cierto que conserva a sus dos padres, pero...
—Hiego padece demencia —dijo Leúa, mientras sacudía el agua del estetoscopio, antes de meterlo en la bolsa.
Yo no sabía lo que era la demencia, pensaba que era una enfermedad, pero Leúa me dijo que no lo era necesariamente, más bien que su cerebro se había cansado y ya no funcionaba correctamente. Posiblemente no recuerde más a nadie de su familia, ni conozca su pasado, y mientras me contaba, seguía limpiando. ¡Cómo tenía los cacharros, ordenados en la maleza! Ninguno se tocaba entre sí. Quizá él no sea tan buen médico como su maestro, pero sabe sobre psicología, más de lo que él admite, conocimiento que ha aprendido de forma autodidacta, casi al nivel de los especialistas en el mundo de Mentes. Y es mucho más joven que su maestro. Eso es muy remarcable.
—No te creas, todos tenemos nuestros talentos —dijo—. Te he visto combatir contra un autómata de cuatro espadas sin recibir daño. También te vi detener dos disparos.
—Bueno —dije—. En el mundo de mentes existe un deporte en el que dos equipos golpean un balón con el pie y lo intentan meter en la red del contrario. Durante la adolescencia, Mentes se encargaba de defender esa red, y yo era quien controlaba a Mentes durante los partidos.
Para una niña de doce años, el torneo de la escuela era la responsabilidad más importante que había. Controlaba todos los movimientos de Mentes, incluso me tiraba al suelo cada vez que él debía hacerlo, y en lugar de jugar en el jardín, prefería hacerlo en la sala principal del palacio, para sentir la misma dureza que Mentes en el patio de asfalto. Servatrix no podía verme jugar, se quejaba casi todos los días, decía que iba a romperme una costilla... pero a mí me gustaba así. Ironías del destino, ahora que vivo con una costilla partida, sé lo que duele.
Leúa es un buen chico, chico por su aspecto, porque creo que tiene sólo unos pocos años menos que yo. No sabía lo que era la demencia, y ahora la veo como una amenaza de la que, si decide perseguirme, yo no podría huir del todo. Cuando me senté en la silla que una vez perteneció a Bhimani, junto al Cristal de Rocío, Hiego estaba... no reaccionaba, ni siquiera ante las palabras de su mujer, ni siquiera la miraba. A ella le temblaba el brazo cuando le acariciaba la melena despoblada, y aún así, Hiego seguía mirando hacia delante, y todo intento de apartarle de aquella silla le haría gritar y gemir hasta que volviese a ese lugar. Apenas abría la boca cuando sentía la cuchara llena de fruta triturada. Tiene que ser duro. Que Miedo controlara su cuerpo por años, y fuera más o menos consciente de lo que ocurría, como si fuera un mal sueño. A Themba no le duele tanto verle así como todo el tiempo que pasó enfrente de él en la mesa, siendo consciente de cómo se iba apagando poco a poco, sin poder despedirse, ni un te quiero. Le entiendo... le entiendo muy bien, aunque Miedo nunca me haya convertido. Quizá me contara todo esto, en privado, porque pensaba que yo le entendería. Al fin y al cabo, ellos saben todo sobre nosotros.
Sonrío. ¿Qué hubiera hecho Social si estuviese aquí, con nosotros? Probablemente se hubiera aprendido todos sus nombres a la primera, les hubiera hecho mil preguntas sobre su cultura y su historia. Quizá no tengan una cultura arraigada ni rica, ni tradiciones, pero historia sí que tienen. Un pueblo compuesto de dos generaciones, sólo dos... pero que ha perdurado durante siglos. Posiblemente, el más antiguo de este mundo.
Se me hace extraño conocer a alguien nativo de estas islas y que me comenten, con perfecta naturalidad, todas las particularidades del mundo de Mentes, y contesten en directo sobre lo que está haciendo ahora, bajo nuestras órdenes. Espías, en realidad, actores de incógnito, ¿es incorrecto sentirles de ese modo? No es tan radical, pero sí me sentí expuesta cuando Themba nos contó que, en sus orígenes, El Círculo fueron mentes, como nosotros. Hiego y su mujer... ¿cuál era su nombre? Nathasi, creo. Hiego y Nathasi podrían haber sido perfectamente Servatrix y Razón siglos atrás. Como las mil mentes que han sido asesinadas a lo largo del tiempo, cuyos huesos descansan bajo tierra, o como el padre y el hijo que Madurez enterró en la cabaña. Cuando El Círculo fue creado, Mentes sería un bebé, pero por lo que me han contado todos, el flujo de datos fue tan grande que desde siempre han trabajado duro. Ahora son un grupo en la sombra que analiza toda la información que recibe Mentes por sus sentidos, para hacernos llegar sólo lo más importante, en directo. Se me hace extraño pensar que fue El Círculo, mediante el Cristal de Rocío, el que hizo explotar los volcanes cuando hubo ansiedad, y llevaron los tornados cerca de nuestra casa, o donde supiesen, donde imaginasen que estábamos. Porque sabían dónde estábamos, qué hacíamos, qué hablábamos. No les guardamos secretos. Soy, literalmente, una mujer desnuda ante ellos.

Hoy, que la mayoría de miembros de la familia se han dedicado a limpiar el lugar y ayudarnos en la recuperación, dos compañeros del trabajo de Mentes le han dicho que parecía ido, despistado. Enfermo, dijo el segundo. Y puedo decir que la jornada de trabajo ha cansado a Mentes más de lo normal, mientras las mentes de Miedo acaban de dirigirle ahora mismo de vuelta a casa. Cuando el jefe le llamó, mientras Nathasi daba a Hiego una especie de kiwi amarillo, pudiendo ser esa llamada la revocación inmediata y definitiva de su contrato, Themba tocó varios puntos desde su lado de la mesa, y las corrientes en la pinza se volvieron más estruendosas, hasta que se calmaron relativamente cuando la llamada no era una mala noticia. No necesito más pruebas. Simplemente... pensaba que Bhimani dio con todas las teclas porque era inmensamente sabio. Era sabio, sin duda, pero nos conocía mucho más de lo que pensaba. Themba me lo mostró, en la mesa. Fragmentos de mi pasado, en otros lugares. Yo sólo veía imágenes borrosas... pero a quien más ha estado enseñando cosas en el Cristal de Rocío es a Optimismo, es obvio.
Suspiro. ¿Qué hubiésemos hecho nosotros con una mesa como el Cristal de Rocío, capaz de ver en todas partes y en todos los momentos del tiempo desde que fue creada? En todos los lugares, menos en Ashotán Óniros, donde la imagen se distorsiona por defecto. ¿Cómo hubiera sido ver la amenaza de Miedo antes de que se nos fuera de las manos? Qué tontería. Ellos pudieron verla, y Miedo les convirtió igualmente. Hubiésemos hecho lo mismo que ellos, lo sé bien. Hubiésemos cedido nuestro poder al monstruo. Hubiéramos estado día y noche pegados a la mesa, como estuvieron ellos, alimentándonos de la esencia de Miedo, tanto tiempo, para compensar que Miedo, al tomar prestados esos ojos que no son suyos, veía las imágenes y sonidos mezclados y emborronados. Ashotán Óniros era lo único que Miedo no podía ver, por eso Bhimani y su compañero huyeron a ese lugar. Todo cuadra. Pero Miedo supo muchas cosas. Sabía que pasamos el invierno y la primeravera en el templo, nos encontró cuatro meses después de que nos escondiéramos... y esperó. Jugó bien sus cartas, nos hizo perder la esperanza, pero no toda. Como él quería. Miro hacia los lados en esta habitación, como si alguien fuera a ver mi cara pensativa. Todas las anécdotas comprometidas que nos contó Servatrix... ¿las sabía tras ver sus recuerdos, o fue gracias únicamente al Cristal de Rocío?
Nathasi derramó una lágrima en la mesa después de que se le escurriera de entre los dedos. Themba lo vio, torció la boca, y siguió enseñando a Optimismo diferentes lugares a través del Cristal de Rocío. Optimismo miraba con los ojos muy abiertos, y los brillos se reflejaban en su cara pálida. Para mí eran eso, brillos... para todos, en realidad. Mientras Themba nos reunió y nos explicó su historia y el funcionamiento del artefacto, Optimismo fue el único fascinado, el único, de todos, que podía distinguir paisajes y a personas, que podía oír cosas, aunque no fuese con perfecta claridad. Parecía como si, al contrario que a mí, a él no le doliese intentar traducir esos brillos verdes y negros cuando clavaba la vista en ellos por más de un segundo. Ningún anciano le encontró explicación, parecían más sorprendidos que nosotros.
—¿Yo también podría cambiar de paisajes como haces tú? —dijo Optimismo.
Themba le mostró cómo hacerlo, y aunque él tuvo que intentarlo varias veces, cuando por fin lo consiguió, estuvo tiempo sonriendo. Vio el palacio que construyeron Razón y Erudito con sus propias manos, derruido, muy lejos de aquí. No lo dijeron, pero yo supe que se trataba de eso. Distinguí en Optimismo esos ojos, el revés nostálgico de quien descubre que aquel fuerte que para nosotros, hace mucho, era lo más seguro del mundo, ahora ha caído, y que, más allá de la edad real de cada uno, nosotros dos somos de las mentes que más tiempo llevamos ejerciendo como tal, somos ahora la vieja guardia, y nosotros seremos quienes defendamos el próximo edificio seguro, aquello que esté bien para los próximos que vengan, si es que vienen. Si Miedo veía tan borroso en el Cristal de Rocío, ¿cuánto tiempo tardó en distinguir a través de él los escombros que él mismo provocó, de lo que una vez, en nuestra ignorancia, pensamos que era seguro? Con Optimismo completamente atento, Themba movió los brazos frente a la mesa, y los brillos grises se volvieron verdes y marrones.
—¡Ese soy yo! —dijo Optimismo—. Y el que está detrás es Social, ¿verdad? Estamos jugando.
—Hace treinta y cinco años, sí —dijo Themba—. El Cristal de Rocío lo recuerda absolutamente todo, en todas las partes que alcanza a ver.
Optimismo sacudió la mesa con un golpe, y todos los brillos desaparecieron. También negó con la cabeza. No me acuerdo cuál fue su primera frase... pero dijo que su destino era ser feliz y contagiar esa felicidad al mundo. Algo parecido.
—En mi experiencia —dijo Themba—, y te aseguro que es mucha, el destino no existe. Al menos, no el que nosotros nos imponemos.
—Mentes debería haber sido feliz.
—Mentes tenía que ser Mentes. Como Mentes ha disfrutado, y como Mentes ha sufrido. No hay manera de saber quién seremos mañana, sólo lo que somos hoy.
—Hoy no soy —dijo Optimismo.
—Y eso no hace daño a nadie.
Sé que sus palabras fueron dirigidas a Optimismo, pero, en cierto modo, también resonaron dentro de mí. No fue tan diferente a lo que me dijo Bhimani, a mediados de otoño del año pasado. Themba y Optimismo han hablado mucho durante el día y medio que se conocen. Desde que reconoció el primer paisaje en el Cristal de Rocío no ha dejado de hacerle preguntas, e incluso cuando ya todos dormíamos, una carcajada suya, de las que hace años, muchos años que no escuchaba, me despertó en la noche. De antigua mente, a mente nueva.
Me pregunto si Dante sería capaz de ver en el Cristal de Rocío. Estuvo con ellos varios años, y es la mente más antigua que existe, pero él nunca nos dijo nada, y El Círculo no mencinó a Dante en ningún momento de su historia, como si nunca hubiera existido. Puede que el cristal no pueda ver bien en Ashotán Óniros, pero algo tuvieron que ver, aunque fuera a través del propio Miedo, que vio la tumba de Bhimani con sus propios ojos. Mató al anciano de tres disparos... y a su compañero, años antes, de radiación. Igual que a Erudito. Ninguno de los siete le ha dicho nada más sobre eso, ni un reproche, pero es muy evidente que no están felices con él. Ninguna de las dos partes se volvió a mirar desde que Themba le dijera eso. Dante no cenó, ni siquiera bebió agua, y pasó la noche con Pegaso, limpiando la sangre que había manchado su pelo blanco, acariciándole. El caballo casi no se movió, estaba agotado después de tantos viajes. La única persona que se acercó a él fue Madurez, que acarició un rato también al caballo, pero no estuvo mucho. Le costaba estar acuclillada, vi cómo se tocaba la espalda antes de levantarse e irse, y Dante, aunque no pude oírle, le señaló a Servatrix, para que limpiara su herida. Su camisa, y su chaqueta, difícilmente se podrán limpiar ya.
Podría haberse largado. Nada se lo impedía. ¿De qué le sirve un acuerdo de paz a alguien que puede derrotarnos con un brazo, ni medio continente cuando su caballo puede llevarle a cualquier lugar? Pero Dante volvió, cargado de animales cazados por él, de agua en barriles, seguramente cogidos del sótano de su torre derruida, también mantas, fruta. Los animales murieron de un disparo en el cuello fulminante. Nadie se lo pidió, simplemente lo hizo, pocos minutos después de traer a todos los del barco, que ya habían llegado a su destino y habían echado el ancla en mitad del océano.
Orfeo corrió a abrazar a su padre en cuanto Madurez se lo mostró, y desde entonces, prácticamente no se han separado, han estado hablando, han paseado por los alrededores. Yo hubiera hecho lo mismo. Jil no ha hablado ni con Optimismo ni con Servatrix, sólo con los enanos, pocas frases. Mi visita fue cuestión de protocolo. De entre todas mentes que estamos interfiriendo una vez más en su vida, a mí es a la última que hubiese querido ver, y aún así guardó las formas, y, aunque no me miraba, tampoco tuvo gestos de odio. Bueno... visto desde ahora, fue mucho mejor de lo que pensaba que iba a ser. Ni siquiera le dije que había pasado casi un año, porque consideré que su pelo, tan crecido, le habría dado la pista. Pensé que se iría con su hijo en cuanto se abrazaron la primera vez... no dijo nada, pero siguió con nosotros. Haciendo equilibrios en su brazo con la nueva lanza. Aunque no tuviera apetito, pese a que la tripa le rugía.

Stille tampoco ha estado teniendo apetito, pero su recuperación marcha bien, mejor que la de Jil, teniendo en cuenta que le cayó un edificio encima. Igual que Orfeo fue corriendo a abrazar a su padre, Servatrix se abalanzó sobre Stille y empezó a curar sus moratones más graves, también pendiente de la herida de Madurez. Y Piath, la hermana mayor de la segunda familia, estuvo también haciéndole compañía. Stille permaneció sin sentido, con pulso débil, hasta que nos dio un susto a todas, después de levantarse de golpe y buscar corriendo alguna arma en un cinto que no tenía. Ignoré el dolor, Servatrix y yo corrimos a tranquilizarla, a cubrirla, que casi la ven todos desnuda, a decirle que estaba a salvo. No volvió a dormir porque le dijera que Optimismo y Eissen habían vuelto con nosotros. En cuanto nos vio con ella, empezó a apagarse hasta esta mañana, de puro cansancio, e incluso pasó toda la mañana tumbada, cubierta de mantas, junto al acantilado en el que se ve toda la pinza, mirando las babas azules a lo lejos revoloteando entre las placas de hielo de las columnas, con Servatrix y Piath, hasta después... no, no, tuvo que ser antes de comer. El hermano más pequeño de Piath encontró ropas de Nathasi que podrían servir de respuesto para Stille, y no sé si fue porque aún estaba conmocionada o apretaba su necesidad, pero no se quejó ni una sola vez por el color blanco intenso de la ropa, muy holgada y suave para lo que ella está acostumbrada. Verla vistiendo colores tan claros... bueno, es la segunda vez en toda mi vida que la veo así.
No se quejó, pero mientras Nathasi y Piath acababan de abrochar los últimos cordones, ella, apoyada en Servatrix y en mí, no dejaba de mirar su ropa rasgada, echa jirones en la tierra, muy cerca de donde Iloa y el otro padre... cómo era... Mhuni, cerca de donde ellos preparaban la comida. Sí. Comimos justo después.
—¡Ic, ic! —gritó Imica, y Nina y Roruk lo gritaron después.
Hacía tanto que no probaba la carne de mamífero que no sé si ese sabor concreto era nuevo para mí, o si lo había olvidado. Pero los Uut no comieron carne, sólo fruta, y si llego a saber por qué, yo también lo hubiera hecho con ellos. A mí también me gusta agradecer y pedir disculpas al animal que cazo, es una muestra de respeto, pero me pudo el hambre y no lo tuve en cuenta. Sonrío yo sola. ¿Pido disculpas al oso que cacé, después de que me desgarrara medio cuerpo? Pero me alegro de que lo que grité en el barco sirviera de algo. Imica e Iloa hablaron después de la comida, lejos de sus armas, lo que ya es un logro. Ojalá haber escuchado lo que decían... pero tampoco me quise alejar de la otra conversación, sobre Susurro.
—Ella era la que mostraba a Mentes a todo el mundo —dijo Piath.
—Era una buena chica —dijo Servatrix—. Muy, muy buena.
—La echo de menos —dijo Madurez.
—En realidad —dijo Piath—, mostrarse al mundo no es tan diferente de ocultarse a él.
Stille negó en el aire, muy rápido. Se hizo daño.
—Entiendo que no quieras mostrarte —dijo Piath—. Pero a veces merece la pena hacerlo con algunas personas. Las que más te comprenden, o las que más lo merecen. ¿No crees?
Stille se quedó un rato agarrando su colgante, sin pronunciar ningún gesto. Al final, la conversación entre las otras tres fue derivando. Vi a Pahatu llorar. Retrocedo dentro del recuerdo, hasta donde me giro y le veo llorar, otra vez, pero de la forma más vívida posible, porque sé lo que va a suceder. Orfeo estaba con Madurez, y Jil llevaba un rato solo, escuchando a Pahatu. Jil le contó que tenía pesadillas todas las noches, también esta última, y que esas... Me seco los ojos, porque estoy volviendo a llorar, aunque aquí no me contengo, porque sé que no me está viendo nadie. No sé cómo pude aguantar las lágrimas entonces, supongo que tuve que esforzarse muchísimo, en realidad no recuerdo muy bien esos segundos. No sé... quizá es porque yo también sueño con Razón de vez en cuando, y algunos días, cuando es tan vívido, cuesta creer que de verdad han muerto, y es como volver a vivirlo. Ahora entiendo que el escozor que todavía siento en la cicatriz del esternón podría haber sido por la humedad, o el tenue escozor que hace una herida cuando elimina la infección. Mientras Jil describía sus pesadillas, parecidas a las de Pahatu, yo era un año más joven, estaba en la jungla, viendo morir a su hija en mis manos. Jil me pidió que no me fuera, cuando ya me había alejado un par de pasos. No voy a olvidar lo que dijo después, no podría.
—Mi hijo me lo ha contado todo  —dijo—. Me ha pedido que nos quedemos, junto a ti, hasta que acabemos con Mal y Miedo. No me convenció al principio, pero he estado dándole vueltas. Gracias por cuidar de mi hijo.
Le dije que fue Eissen el que le rescató y cuidó de él durante semanas. No merecí ese agradecimiento, ¿qué iba a hacer por el pobre chico, sino hablar con él lo mínimo posible para no torturarle con el recuerdo de sus hermanos muertos, y hacer lo posible para que no corriese el mismo destino que ellos? Negué con la cabeza, pero no sé si dije algo, mientras tanto.
—Luchadora... —dijo Jil—. No tienes toda la culpa de lo que le pasó a Lisa y a Yod. En lugar de hacer las paces con vosotros, les eduqué para que os odiaran. Les obligué a seguir viviendo en esa isla, aunque claramente no fuera nuestro sitio. Pacté con Miedo. No sabía lo que pasaría, pero dejé que se metiera en nuestros cuerpos.
—Eso no cambia que lo hiciera —dije.
De verdad que no sé cómo pude contener las lágrimas... Supongo que no quería que sintieran compasión por mí. Ahora tengo la cara empapada. Mis gemidos se estrellan contra las manos.
—Sí, lo hiciste —dijo Jil—. Pero te perdono. Sé que no quisis­te hacerlo.
Me perdona.
—¡Eso no basta! —dije.
—Eso me basta.
Eso le basta. Todos nos miraron después de eso, por mi grito, pero Jil me transmitió una calma... sí, tristeza también, pero no pude evitar sino contagiarme de esa voz grave y apariencia tranquila. En esta habitación ya no llega la luz, y fuera tiene que estar a punto de ocultarse. La puerta está abierta, y la otra sala está igual o más en penumbra que ésta... me recuerda a la oscuridad falsa de la cueva, donde las caras de Lisa y Yod me persiguieron. Ahora no las veo. No se esconderán en las esquinas más oscuras. Siento que, si ahora cayese por el acantilado que hay fuera, directa a todas las aguas salvajes, no podría hundirme. Pahatu, secándose las lágrimas, golpeó la lanza en el suelo, y luego contra el pecho.
—Eres una guerrera honorable —me lo dijo a mí—, y todo lo que te he visto hacer ha sido por el bien de esta isla. Te seguiré allá donde me necesites.
Eso último lo escucharon todos. No supe cómo reaccionar, y ahora mismo siento algo de vergüenza. Di las gracias, las di varias veces, creo, y me vine aquí. Era un torrente, no, una catarata de sentimientos, pero ahora lo veo mucho más claro. Sonrío. Pahatu no es una mente, pero me seguiría... y eso me enorgullece, pero también significa que tengo responsabilidad sobre él, sobre todos. Igual que Leúa, como médico, siente responsabilidad por el estado de Eissen, los últimos que vi antes de entrar. Me froto la frente. Se encuentra inconsciente... pero a saber dónde está en realidad.
Más allá del cielo, Mentes ya ha comenzado a respirar profun­damente, y su mundo, el propio sonido de su respiración, comienza a difuminarse. Apenas ha cenado unos bocados, y me parece que el resto lo ha guardado para la comida de mañana. Un día duro más, sin poder visitar a su madre, él solo en casa. Un día entero bajo el control de Miedo, pendiente, durante los pocos ratos de descanso, de las noticias, de los terroristas islámicos y mil pandemias que ocurren al otro lado del mundo, que preocupan tan exageradamente a personas como Mentes, que piensan que el mundo podría acabarse en cualquier instante. Como si tuvieran miedo de que una muerte repentina borrase lo poco relevante que han hecho en su vida.

Toda esta situación es bastante extraña. Un mundo mental de mil años, envuelto siempre en esta rueda de muerte, en la que Miedo sólo interfiere, molesta, porque no va a matar a Los Creadores, y en medio de todo... ¿qué cambia Mal en la ecuación? ¿Son ahora Los Creadores más... malos, que antes? No son nada siete asesinatos recientes comparados con los que arrastran. Tampoco es que Los Creadores fueran malvados antes. Pudieron haber matado a El Círculo en su momento, diez muertes para los diez que fueron entonces, nuevas mentes y otro ciclo, pero no lo hicieron, sino que les cambiaron, si es que pueden hacer eso, con la condición, el fetiche de que no podían presentarse a las mentes que fueran naciendo, a menos que ellas vinieran a conocerles en persona. Pero... ¿cómo sabían lo de la tierra? Cuando les ordenaron que construyeran un segundo edificio cien metros más al sur, Los Creadores no podían prever el futuro, ellos sólo reaccionan, como dijo Eissen, porque aunque fueran dioses de este mundo, no pueden prever lo que harán otras personas en el mundo de Mentes. Debieron conocer que la península del noroeste se hundiría en un posible terremoto y formaría la pinza que es hoy... la pregunta es cómo. Una información muy específica para tres máquinas que respiran, y que rigen el mundo como dictadoras. No puedo desconectar del todo porque siento que el enemigo está en casa, los poderes de El Círculo, los maestros a quienes veneran... pero Dante no les odia, todo lo contrario. No puedo fiarme de que todos vayan a ser honrados conmigo, pero puedo fiarme más de la obsesión egoísta de una persona que no tiene miramiento a la hora de reconocer su problema.
Y al final, las vidas de bastantes personas dependen indirectamente, y no tan indirectamente, de mis decisiones. Sé que les parecerá bien cualquier cosa que diga con suficiente sentido. Puedo detener la guerra al acabar con Miedo, o puedo considerar a Mal una amenaza. Y no puedo negar lo que le hizo a mi padre, a mi hermana, pero sobre todo, lo que nos hizo en el palacio, cómo nos derribó con la mirada. Una amenaza a tener en cuenta, hasta el punto de no saber si vencerle podría ser posible. Debo dar más vueltas a este asunto, y algo me dice que no llegaré a ninguna conclusión ahora. ¡Se me ha dormido el trasero! Me desperezo. El aire ha arrastrado el olor de la cena que tienen que estar a punto de servir, y con ella, empezará el próximo turno de guardia.
Sonrío. Eso me basta, dijo. El aroma de la carne me ha levantado del suelo, suficientes reflexiones por hoy. El cuerpo ahora pesa menos, al menos para mi pierna. El canturreo de Madurez se escucha cada vez más fuerte, luego escucho sus pasos dentro del edificio. He llegado a verla cruzar la abertura de la puerta, con un plato de comida en las manos, pero no puede ser, ella ya ha hecho turno esta mañana. No hace falta que la llame, sigo sus pasos, su canción, una en el que los escalones se convierten en tierra y vuelvo a jugar con Valerie en el bosque junto al palacio, una época en la que Servatrix todavía nos cantaba antes de dormir, cada vez que nos sentíamos tristes.
Cuando llego a la azotea, Madurez está hablando con Dante, que es el que está haciendo la guardia.  Los ríos de esta zona del valle reflejan la luz pobre de la luna, aún más tenue por la niebla. El resto es todo oscuro. Escucho grillos a lo lejos, pero no sabría decir de dónde. Dante tiene los hombros caídos, y está sentado en el suelo. La silla con la que hacían guardia está a un par de metros, tumbada. Suspiro. Madurez ya me contó su versión. Ahora quiero escuchar la de Dante, y ella me dirá si me está mintiendo. Los dos callan y se giran, cuando me ven.
—Nulkama —digo en alto—. Volkama. Nujo. Son sólo algunos de los enanos que podrías haber matado ayer.
Dante no contesta. Se da la vuelta y vuelve a mirar hacia el valle.
—¿Qué pasó en ese pueblo —digo—, tan importante como para romper nuestro trato?
—¡Lo siento! —dice—. Soy consciente de lo que he hecho. Si sirve de algo, no maté a ningún niño, ni a ninguna mujer.
—Porque llegué yo —dice Madurez.
Dante, por un segundo, ha enterrado su cuello en sus hombros, pero está volviendo a relajarlos.
—Ya he pedido disculpas —dice—, ¿qué más queréis? ¿Vais a atacarme para siempre? Fue en defensa propia, y se lo merecían.
Yo sí quiero algo más.
—Podrías disculparte ante los enanos —digo.
—¡Dejadme solo! —dice—. Os he traído muchas cosas, estoy montando guardia, y aún no he escuchado ni un gracias. Sólo maté a veinte. No he incumplido el trato, se lo merecían, no lo entendéis.
Sabía que recuperarle de Miedo sería arriesgado. Sabíamos que su fuerza bruta probablemente no fuera a merer la pena, y todos estuvimos de acuerdo en hacerlo igualmente. Orfeo se opuso... el más sensato. No va a funcionar que le reclame disculpas, no así. Madurez, en lugar de irse, se sienta con él, y se queda así, mirando al valle oscuro, sin más. Dante no se queja, mira el valle, con ella, y poco a poco alarga sus respiraciones. El aire enfría mi cuello, así que ciño la capucha de la capa en la cabeza. Quizás debería cambiar el enfoque.
—Miedo y Los Creadores —digo—. Si todo va bien, sólo queda un asalto para que todo acabe.
Madurez se gira para verme, pero Dante sigue dándome la espalda.
—Ya puede ser un asalto cojonudo —dice él.
—Lo será. Lo que necesito es que me cuentes todo lo que sabes sobre Los Creadores, y el culto que El Círculo tiene hacia ellos.
Dante suspira. Luego comienza a girarse, arrastrando las piernas centímetro a centímetro. No hay ningún culto, dice. El Círculo siempre tuvo contacto con Los Creadores, posiblemente sean las personas que más han hablado con ellos, dice, pero nunca les veneraron, ni siquiera tuvieron claro que fueran dioses. Les han hecho caso porque son más poderosos y no son hostiles, pero no me cabe duda de que si les ordenasen algo en lo que no estuvieran de acuerdo, simplemente no lo harían. Y Los Creadores tendrían que tragar, eso, o crear y enseñar a una nueva generación, ¿pero acaso habéis visto crear alguna vez a Los Creadores?, nos pregunta.
—Cuando logré salir del mundo de los muertos —sigue diciendo—, no sabía que habían pasado mil años. No me acordaba de pronunciar una sola palabra. Aparecí en esta isla, ellos me encontraron, y me educaron. Me vistieron. Me armaron. Se portaron bien conmigo.
Dante se rasca la nariz mientras aspira. Luego continúa diciendo que ellos hace dos décadas eran igual de viejos, y le usaron para tareas que requerían brazos fuertes. Les ayudó a hacer reformas, e hizo varios viajes al pueblo de los enanos. Describe a Los Creadores como seres que levitaban a varios metros del suelo, que hace más de un siglo que no salían de su guarida. Nos dice, yo no era fuerte como para ir a por ellos, no fui capaz de entrar en ese sitio, tampoco cuando llevé allí a Bhimani y Ehego, cuando fueron a advertirles sobre la amenaza de Miedo, la que yo mismo vi, contaminando el suroeste de la isla, los árboles morados...
Calla, de pronto. Madurez no dice nada, y yo no quiero intervenir hasta que lo haya dicho todo. Él apoya la cabeza en una de sus manos, y se tapa la frente con la otra. Ese fue el último día que viví con El Círculo, dice. Cuando me vi frente a esa puerta, su sola presencia, el mero hecho de saber que estarían allí dentro... yo no era suficiente. Necesitaba ser más fuerte, y necesitaba aliados, guerreros, las mentes de las que tanto me hablaron todos. También la gema con la que la mente de la pureza se enfrentó a Mal, ya sabéis, dice, y señala su bolsillo y el de Madurez. Llamé a Pegaso, dice, y me fui de aquí, ni siquiera esperé a que Bhimani y Ehego terminaran de hablar con ellos. Y nunca más volví a esta isla... hasta ahora. Él tensa los brazos, se aprieta la cabeza, ¡ni siquiera ahora soy lo suficientemente fuerte!, grita, con las mandíbulas apretadas.
Madurez se está golpeando las mejillas con los dedos, mirando hacia el cielo, con la cabeza en otro lugar, parece. Es cierto que Los Creadores pueden cambiar sus poderes según ante quién se presentan, ya lo dijo Bhimani, pero, ¿cómo podría convencerme de que son menos poderosos, cuando les he visto matar a parte de mi familia como quien aplasta huevos? Dante, después de colocar un mechón que le rozaba la boca, se desinfla, hasta el punto en el que todo su pelo cae y tapa su cara. Intenta contenerlo detrás de las orejas, pero algunos se siguen resbalando.
—Escuchad, no soy de piedra, ¿vale? —dice—. Yo tenía a mi cargo a otro pueblo de enanos. Eran mi nueva familia.
No necesito ver su ojo para traducir sus pensamientos. Poco después de recuperar este lugar, por la tarde, ayer, hablé con Optimismo. La venda en mi brazo era tan gruesa que, dejando a un lado el dolor, no hubiera podido abrochar la armadura de mi antebrazo. Optimismo también la llevaba, en el exacto mismo sitio. ¡Qué impresión les dio a los ancianos cuando se dieron cuenta de que teníamos aún la estrella clavada en el brazo! Ni siquiera nos habíamos limpiado la sangre. Con la otra mano aliviaba el dolor de la mejilla con un trapo húmedo, pero Optimismo no necesitaba el hielo, porque ya había curado cualquier moratón que hubiera podido tener. Hablábamos, pero su cabeza estaba claramente en otra parte, mientras miraba al suelo, respiraba de forma entrecortada, como otras veces, pero esa la sentí diferente. Como si fuera a atropellarse a sí mismo. Al final me lo dijo, cuando Piath y Servatrix estaban curando a Stille, Jil hablaba con su hijo, y Madurez, aún sin descansar, coordinaba con enanos y Uut la vigilancia para comprobar que Miedo estuviese realmente lejos de nosotros.
Yo también maté enanos, dijo Optimismo. Uno me pidió huir, me dijo. Después de eso, se apagó, dejó caer los hombros y escondió la cara entre los brazos y las piernas cruzadas. No se movió de ahí, hasta que Themba nos dijo que era momento de contarnos su historia. No cambió su expresión hasta que descubrió que podía ver en el Cristal de Rocío. Desde entonces, sonríe más.
Más alla del cielo, Mentes recibe una llamada, yo le hago abrir los ojos y levantarse de la cama. Su cuerpo aún está desorientado, y me cuesta dirigirle, cuando en realidad, desde nuestro continente original nunca había tenido ese problema. Es una llamada. De la clínica. Llaman porque la neumonía de Helena acaba de complicarse. ¿Cómo?, les digo. La neumonía de Helena, dice el hombre. Se ha agravado.
—¿Qué quieres decir con agravado? —grita Optimismo, le escucho desde aquí—. ¿Es que pago para que no sepáis curar una simple enfermedad?
El hombre en la línea intenta explicarse, pero Optimismo no le da mucho espacio. Finalmente cuelga, y Optimismo en persona comienza a vestirse, con tirones de furia, a toda prisa, hasta que de pronto Mentes se deja caer en la cama y se lleva las manos a la cabeza, con el pantalón a medio colocar. Entonces sé que Miedo ha tomado el control. Dante se levanta y desenfunda la espada. Madurez pregunta qué ocurre. Yo también lo veo... hay movimiento en la noche.
Recuerdo un tiempo en el que Energía poseía animales y dejaba en ellos un destello aguamarina en los ojos, pero ahora ya no hay casi ninguna diferencia respecto a los ojos de Miedo, sólo el brillo, quizá. Yo también desenfundo a Furia, y doy la voz de alarma. Lo que al principio eran unos pocos ojos brillantes, ahora podrían ser más de cien animales. Algunos son pájaros, y vuelan en círculos, sobre los que no lo hacen. Quietos. Hay animales grandes entre esos brillos. Los sonidos metálicos que se acercan no son los de unos pocos robots, deben de ser más de cincuenta, puedo distinguir algún brillo metálico en la oscuridad. Se abren también bastantes ojos morados cuyo brillo es mucho más tenue que el de Energía, es difícil verlos, pero aparecen cuando me concentro, me he concentrado en varios puntos, y en todos ellos he visto algunos.
Es un ejército, uno grande, que ha debido de esperar horas al momento adecuado. No necesita antorchas, ni coordinación, es un solo ser con la forma de mil ojos. Los tentáculos llegarán después, posi­blemente. Con un destello morado, una explosión hacia arriba, he distinguido el bastón de Social, y he visto a Social, montado en Aristóteles. He visto a Jacob. El cuerpo inconfundible de Lisa, Energía en persona. Mushadef.

Madurez ha tomado el control de Mentes, y hace gestos con la mano que más allá del cielo se traducen en un número de teléfono en la pantalla de su móvil. Está llamando a Víctor, su primo. Los toques empiezan a sonar, es irreversible. Por su cara, es evidente que Miedo está intentando recuperar el control. Mentes se retuerce, sentado en la cama, tanto como ella.
—Ese hombre nos odia —dice Dante—. Espero que estés segura de lo que haces.
—No voy a permitir que Mentes caiga en las manos de Miedo otra vez —dice Madurez.
—He visto la verdadera forma de Miedo. No tiene manos.
Madurez no se anda con rodeos, y en mitad de la noche, pide a su primo que venga a la capital. A la vista de todos los ojos que observan en el valle, inmóviles. En completo silencio. Los brillos morados trazan una curva que nos encierra... o el acantilado, o el ejército. Dante comienza a respirar pesadamente, Madurez dice que va a mantenernos a salvo de la niebla y los tentáculos... pero no lo hará aquí arriba. Dante se queda, nosotras caminamos hasta la trampilla de las escaleras. De entre todos los cuerpos que se mueven en el jardín, sólo uno permanece tumbado, iluminado por la antorcha. Eissen no estará esta noche para engañar a Miedo, ¿verdad? Te necesitamos, joder. ¿Dónde estás?

Ayer pasaron minutos hasta que los siete de El Círculo despertaron por fin. El último fue el padre de Piath, y cuando volvió en sí, lo primero que dijo fue un comentario sobre mi rubí, mientras Leúa y Servatrix trataban nuetras heridas. Piath le dijo que no era momento, ¿qué iba a decir?, pero él insistió. El rubí, decía. Toqué mi frente, yo no estaba asustada, pero de pronto lo noté extraño a mí, como si no me perteneciera... ¿o eso fue después? Resoplo, por el dolor. El corazón me late muy deprisa. No puedo seguir el paso de Madurez en lo que bajamos el edificio, y siento que, mientras estoy aquí dentro, Miedo va a cargar y no me va a dar tiempo a protegerles. Ayer, por las insistencias de su padre, Piath acabó contándonoslo.
—Esa joya no es una joya de verdad —me dijo—. Por casualidad, ¿escuchas cómo te habla?
Tráemelo, decía. ¿Cómo no iba a escucharlo?
—No es la primera vez que vemos esa magia —dijo Themba—. Eissen, fuiste creado por la misma persona que también creó ese rubí. Y si... ¿alguna vez has hecho contacto con el objeto?
Eissen se vio perdido, señalándose a sí mismo, ¿perdona?, preguntó. No, nunca lo había tocado, nunca se acercó a mí en estos veinte años más allá de aquella vez en la que casi lo toca, en el bosque, cuando descubrí que tenía la marca de Miedo. Tócalo, le dijeron los de El Círculo, y él hizo caso... ¿cómo no hacerlo? ¿Cómo no confiar en las palabras de unos sabios? Nadie supo que se desplomaría, con los ojos abiertos, que el rubí le engulliría el alma, o a saber qué le hizo. Lo sorprendente fue descubrir que aún tenía pulso.
Me reúno con el resto, les disperso a través de las ruinas, que cubran terreno, pero estén cerca por si necesitamos otra vez de los poderes de Pegaso. ¿Nadie se ha acordado de él? Mejor. Cuando cree que puede morir, cada soldado combate como diez.
Mil ojos.
No tengo claro que podamos aguantar este asalto.
Golpeo mi rubí con el dedo. Vuelve a brillar, me da su fuerza, pero está completamente en silencio, por primera vez en veintiún años. Tráemelo, me gritó, justo en el momento en el que Eissen lo rozó con el índice. Nunca hubiera imaginado que siempre se refirió a él.

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