2 de abril de 2020

... Sino por quienes no pueden.


Localizo otra cana entre la melena azul. Pronto debería amanecer, pero no sé cuánto iluminará el sol bajo esta capa de niebla tan oscura. Ni rastro de la aurora. Ráfagas de aire se cuelan por debajo de mi camisa y la inflan, ahora que no hay armadura que la sujete. Llenan mi vientre, mi pecho, de una humedad que cala a través de las vendas. Sólo puedo imaginar el calor de una hoguera a mis pies, el tacto de la ropa limpia, un baño de agua caliente, yo sola, flotando desnuda en el cosmos.
Echo de menos la comodidad de los momentos sencillos.
La piedra pequeña dibuja un arco desde mi mano hasta el trozo de pared que todavía aguanta, como una estaca de ladrillo, argamasa y restos de azulejo. La cabeza me hierve, y aún toso algo de sangre de vez en cuando. Me pellizco, cuando las reflexiones que hago sobre la situación actual, sobre las posibles estrategias de nuestro próximo movimiento, no son suficiente para mantenerme despierta. Hay tanta poca novedad en el valle, tan oscuro... Miro atrás. Madurez coordinó los turnos de guardia, y lo hizo con sabiduría, fue difícil convencerla para que se fuera a dormir. No entiende que ella es importante, mucho más de lo poco que pueda hacer con mi rubí, y que su descanso es lo primordial. Supongo que tampoco querría discutir y que nuestro volumen despertase al resto, cuando Eissen la avisó del cambio de turno y, por el roce, desperté yo de golpe, desde el sueño más lejano posible. Cuando volvió a echarse para seguir durmiendo, Eissen me dijo que fue ella la que organizó a todos después de la batalla. Luego, se tumbó en el rincón de la tierra más lejano a la pila de cadáveres animales que nunca despertaron y huyeron del lugar. De vez en cuando el aire me trae el hedor de la sangre cruda, aquí, en el flanco izquierdo. Eissen también me dijo que tenía información crucial sobre Mal.
Más allá del cielo, Mentes duerme en su cuarto mientras su primo duerme en el sofá. Víctor llegó cuando la piedra sobre la que me siento aún estaba fría. Casi veinte años sin vernos a solas, sin tener una conversación normal, sólo Servatrix y yo de guardia para contestarle. Miedo no intervino. Nos dio un abrazo cuando nos vio, nos apretó tanto que debió sentir el ventilador que tenía dentro del pecho, yo contesté el abrazo por instinto, aún sorprendida, fue Servatrix quien apretó, y la que comenzó a llorar.
Eso hizo que ponerle al día me fuera más fácil. Servatrix añadió que ésta, de todas las muertes derivadas de ese cáncer, era la más benigna de todas, se lamenta porque ya no esté... yo no. Yo ya he muerto, sé lo que es contemplar un daño del que no voy a poder recuperarme, saber que se ha acabado, preguntarme qué pasará ahora conmigo y, ante el cruel silencio que sigue, sentir terror. Yo agradezco que ya no esté. Si de verdad iba a morir, prefiero que muera ni pronto ni tarde, sino en la situación más tranquila de todas, sabiendo que su hijo heredará una casa y que tiene ahorros.
La conversación derivó a Julio. Julio me recordó a María. María estaba con Víctor cuando nos conocimos. Le pedí perdón, desde lo más profundo del alma. Perdón por robarte así a la novia. Perdón por eliminar cualquier contacto contigo con la esperanza de que no te dieras cuenta. Entonces avisaron los de la funeraria de que estaba todo listo, luego el coche. Luego descanso.
Sigo repasando todos los posibles puntos débiles y respuestas al plan que tengo casi armado, que, a ser posible, también contrarreste todo el poder que Miedo está ganando ahora mismo, pero eso es pedir demasiado. La ceniza del volcán cubre ya toda la isla, y, por la luz del horizonte a la que todavía no ha llegado, sé que dentro de pocas horas habrá comenzado a cubrir los otros dos continentes. El sol comienza a salir poco a poco, y pronto se convierte en medio disco tapado por la niebla. Pronto se nota el efecto en la iluminación, convirtiendo la mañana en una noche de luna llena, prácticamente. Se escucha un ruido más allá de los ojos cerrados de Mentes, Piath ha tocado algo en el Cristal de Rocío, y Mentes se ha despertado. Un mensaje a las siete de la mañana... de nuestro amigo en Alemania, que dice que ya ha hablado con sus jefes, y que va a coger en dos horas un vuelo hacia Madrid. Algo completamente innecesario, pero que ha hecho que el ventilador que todavía conservo en el pecho haya empezado a mover un aire más caliente que me ayude a combatir el frío de fuera. Me ha pedido permiso para comunicarle esto a los antiguos amigos del barrio, ¿y cómo me voy a negar? Víctor ya estaba despierto, en el sofá del comedor. Aprovecho el desvelo para encender el móvil de Helena, y hacer unas cuantas llamadas, de momento a sus amigas cercanas. Mientras, preparo dos tazas de café. Pronto iremos al velatorio.

Llega un momento en el que el menor de los hermanos de El Círculo sube despacio por los escombros, y, tiritando, me dice que me releva para que pueda hablar con las mentes que ya han comenzado a despertarse. Necesito el contacto... Golpeo las mejillas mientras bajo los escombros con el bastón, procurando no resbalar, y luego, no pisar los cuerpos muertos. Aún distingo una capa fina de humo de los escombros, cuando la veo desde este punto. Me siento en la silla de Bhimani y estiro la espalda, dejo los ojos cerrados mientras todos acaban de desperezarse y despejarse. Pronto, dejo de escuchar murmullos para oír conversaciones completas, Eissen habla maravillas de Orfeo a su padre. Imica e Iloa me preguntan por mis heridas, yo me subo la camisa, les muestro mis vendas, les pregunto por las suyas. Escucho a Stille practicar los silbidos con los dedos, detrás de mí, luego siento unos brazos en el cuello y son los suyos. Miro sus caras. Por Mentes, están horribles. Algunos tienen los ojos rojos, seguramente de no haber dormido, o haber llorado mucho. Los ánimos no están altos, ni siquiera los de Uut y Mutoragan. Dante también se levanta entre gruñidos, con ayuda de Madurez. Su gabardina blanca está sucia, negra en algunos puntos, el pelo le cae sobre la cara, y, repleto de jirones en la ropa, de cortes y otras heridas a medio curar, ocupa el asiento del hermano menor que ahora hace guardia, enfrente de Hiego, que ha pasado la noche en su silla. Dante no hace ningún gesto, con mala postura y los ojos cerrados. El resto de El Círculo toma sus asientos, y comienzan a tocar el Cristal de Rocío como si fueran máquinas. Madurez se ha sentado en el único sitio libre, a mi lado, después de que Servatrix quisiera cedérselo, y el resto ha formado de pie alrededor de la mesa. Stille cierra y guarda su colgante y se reajusta su antiguo cinturón, que contrasta con la ropa blanca.
—Chicos —digo a todos—, esto no puede continuar así. Tenemos que ponerle fin, hoy.
—¿Acaso podemos? —dice Leúa.
Eissen está detrás de Hiego, con las manos detrás del cuerpo. Veo su antebrazo izquierdo... y no hay marca. Está hasta irreconocible.
—Eissen —digo—. ¿Por qué no nos cuentas lo que te ha pasado después de tocar el rubí?
Él suelta aire, varias veces. Asiente, despacio, mientras estira sus dedos, uno a uno, haciéndolos crujir. Luego me señala. Cuenta la historia de mi padre y Mal, y cómo el alma del monstruo acabó dentro de mi hermana. Que Sever creó el rubí como fuente de energía, tal y como dijo Themba, y más tarde le fabricó a él, en armonía a esa fuente de energía, para que le otorgara cierta información en caso de que el monstruo, tal y como pasó, quedara libre.
—¿Información sobre Mal? —dice Servatrix.
—Creo que es posible acabar con él sin enfrentarnos directamente a Los Creadores —dice.
He cruzado miradas con varios de los que estamos. Todos estamos moviendo la cabeza de un lado al otro, supongo que de forma inconsciente, y he oído murmullos al fondo.
—Te refieres a enfrentar a Miedo y Los Creadores —dice Iloa.
—No —dice Eissen—. Cuando fui a su guarida, vi una entrada al mundo de los muertos, similar a la que Dante tenía en su torre. En lugar de una ranura grande y ovalada, pensada para la gema partida, en el centro había una pequeña y circular. —Mueve el dedo hacia mi sobrina—. Exactamente igual que la que Madurez tiene en la muñeca.
Ella se sube la manga, muestra la gema, dentro de su pulsera de cuero, y, al segundo intento, logra desabrocharla, la levanta. Esa gema, cuando reaccionó con la máquina del palacio, invocó a Mal. Abrió un portal...
—Mal se metió dentro de la cabeza de Valerie —dice Dante—, no en el mundo de los muertos.
—Sever le mató —dice Eissen—. ¿Y si siempre estuvo allí?
—¿Por qué iba a funcionar una gema que crearon por métodos desconocidos unas mentes muertas? —dice Dante.
—¡Precisamente por eso! —dice Eissen—. ¿Por qué iban a tener Los Creadores una ranura en su portal, para colocar una gema, si no la necesitan? Cuando les pregunté dónde estaba Mal, no contestaron, pero me llevaron hasta Orfeo, en el mundo de los muertos. ¿Y si Los Creadores planearon todo esto desde hace tiempo? Mal les ordenaría matar a la mitad de las mentes para provocar dolor en la otra mitad, pero, ¿y si la mitad muerta tuviera secretamente la respuesta para llegar hasta él, Los Creadores lo supieran, y lo hubieran dispuesto de ese modo?
—Estás insinuando que Los Creadores desean matarlo en el fondo de su corazón —digo.
Eissen me mira fijamente. Sí, me contesta.
—Cuando estuve en el mundo de los muertos —sigue diciendo—, hubo una presencia en las montañas oscuras que me llamaba, sin hacer un solo sonido. Algo me atraía a ese lugar.
—¡Está inventando! —dice Dante—. Miedo nos ha estado engañando con él desde el principio. ¡No necesita la marca ni los ojos oscuros para cumplir sus órdenes!
Dante se levanta, camina por detrás del grupo, y Eis­­sen, aparen­temente tranquilo, también comienza a caminar. Dante es bastante más alto que él, pero cuando se encuentran en el medio del camino, Eissen no le aparta la mirada, ni un segundo, ni un milímetro. Antes de que les grite que se separen, Orfeo se ha puesto en medio, aún más bajo que Eissen, con los puños tensos y temblorosos.
—¡Yo también lo sentí! —dice Orfeo—. Durante los ocho meses que estuve ahí dentro, algo me arrastraba a esas montañas, y no podía evitar pasear cada vez más cerca de ellas.
—Yo también —dice Madurez, desde su silla—. Dante, te estamos diciendo la verdad.
—¡Yo viví mil años allí! —grita él.
—Mil años en los que Mal no había llegado —dice Madurez—. Compréndelo.
Orfeo empuja a Dante para apartarle de Eissen, pero no se mueve. Eissen le pide que pare, le da las gracias, y le devuelve con su padre, que tenía la lanza agarrada con las dos manos.
—No pido que me creáis —dice Eissen—, sólo que me escuchéis. ¿Acaso dejasteis de ser vosotros mismos cuando Miedo os controlaba? —Los recuperados no dicen nada, ni siquiera Dante—. Los Creadores son los primeros interesados en que acabemos con él. Cuando me iba a marchar de su guarida, la presencia en las montañas exigió a Altaír que cambiase de opinión y me retuvieran en ese mundo, pero Altaír, en lugar de ir a por mí, comenzó a golpearse. Pese a la necesidad de Mal de reterme, Altaír se resistió, a duras penas.
Dante se aproxima a él. ¿Y necesitaba retenerte por...?, le susurra, mientras mueve las manos en círculos.
—Soy el único que puede acabar con Mal —dice—. No me afecta ni la corrupción, ni cualquier tipo de control mental.
Después de cerrar los ojos e intentar esconder la sonrisa, Dante estalla a reír, con las manos sobre el vientre y el cuerpo echado para atrás. ¿Eso es lo que te enseñó el rubí?, dice después de coger aire a duras penas. Eissen se gira hacia nosotros, nos mira a todos, a mí me mira dos veces, después suspira, y se queda mirando los brillos del Cristal de Rocío, manejado por El Círculo que mira la mesa y le mira a él a partes iguales. Dante sigue riendo. Pero nadie más ríe.
—Oye, Eissencito —dice Optimismo—. Que sepas, y espero que no te la toques demasiado con lo que voy a decir, que yo te creo.
—Y yo —dice Madurez.
Stille no hace ningún gesto con las manos, y eso me tranquiliza, me hace sentir menos equivocada. Acaricio un momento el Cristal de Rocío, aunque no pueda entender todos esos brillos. Mientras, Mentes se sienta con su primo en la sala del velatorio, frente a su madre, a la que hemos preferido mantener con el ataúd tapado, no por su aspecto, claramente desfavorecido después de meses combatiendo lo suyo, sino para darle descanso definitivo. Una única corona de flores blancas, a su izquierda, le da las gracias. Gracias. Ni siquiera pone que sea de parte de los dos únicos familiares que quedan, los dos hijos. No hace falta. Acaricio el Cristal de Rocío... y me dejo perder en sus brillos.
Cuando miro al resto, descubro que me estaban esperando, y nadie, durante estos segundos, ha dicho ni una sola palabra. ¿Cuánta responsabilidad colocan sobre mis hombros? Llevaba tiempo planificando la lógica de un plan similar que se puede adaptar perfectamente a lo que Eissen acaba de decir. Encima de nosotros, el volcán todavía expulsa más niebla, densa y oscura, como el gruñido del ogro más grande del mundo.
Esto va más allá de los datos, es, casi, una cuestión de saltar a un vacío en el que mis compañeros me dicen que hay un cristal... ¿Y si no salto? Nunca caeré. Miro a Eissen, probablemente la persona que, de todos, menos se merezca mi apoyo. Si no salto, tampoco descubriré que todo este tiempo había merecido la pena hacerlo.
—Dante —digo—. La torre de los Mutoragan que Miedo usa para almacenar su energía... ¿Conoces su funcionamiento?
—Sí. He estado, es prácticamente idéntica al resto de torres.
Eso me tranquiliza mucho... Soltarles allí sin saber cómo funciona sería peligroso para mí. Sigo hablando.
—¿Podrías averiguar la forma de absorber tú esa energía y canalizarla contra el volcán?
—¡Quieres derruirlo! —dice Dante.
—Sí. Y luego, destruir la torre.
Dante usa una mano para desenvainar la espada hasta la mitad del camino, y la otra para sacar del bolsillo la mitad de la gema azul. Se me queda mirando con el pecho desinflado, pero no distingo bien su expresión sin pupila.
—Mi espada... —dice—. Seguramente acabe partida.
—¿Pero podrás?
Él calla, juraría que ha tragado saliva. Le mantengo la mirada para que no se escurra entre mis manos. Luego, echa el poco aire que tenía guardado, y guarda sus cosas.
—Podría hacerlo —dice.
—Gracias.
Les explico a todos lo que tenía pensado. Hasta ahora, Miedo y Los Creadores han estado jugando con el poder de sus dos adversarios, y acabar con uno seguramente signifique que el otro se abalance a por nosotros. No haremos eso, no repetiremos los errores de todos estos años, no alimentaremos más ese remolino, les digo.
—Cuatro personas sigilosas, escogiendo bien los objetivos y huyendo antes de combatir, han hecho mucho más en pocos días que todas las mentes en combate durante años.
No combatiremos, les digo, eso es lo que ellos quieren que hagamos. El plan es el siguiente. Nos dividiremos en tres equipos, uno aquí, en El Círculo, defendiendo este lugar de Miedo todo el tiempo posible... porque va a volver, les digo, y nos conviene que vuelva. El segundo equipo estará formado por Dante y Madurez, y esperarán el momento oportuno para colarse en la torre, y, utilizando la energía que acumula, destruir el volcán y dejar la propia torre inutilizable para siempre.
Los dos asienten, serios, concentrados. ¿Y el tercer equipo?, pregunta Optimismo.
Cojo aire, lo voy a necesitar. Una cosa es pensar ésto para mí, pero ahora que voy a decirlo en alto... bueno.
El tercer equipo, les digo, estará formado por Optimismo, Eissen, Stille y yo. Les miro a los tres, antes de continuar. Eissen nos conducirá a la entrada trasera del hogar de Los Creadores, les digo. Nos colaremos allí, intentaremos no ser descubiertos, y, con la gema de Madurez, abriremos el portal para que Eissen lo cruce, y la tarea de los tres, de Optimismo, Stille y yo, será detener a Los Creadores el tiempo suficiente para que Eissen llegue hasta Mal y acabe con él, sin que ellos puedan impedirlo.
Cojo aire, después de no haberlo cogido estas últimas frases. Servatrix se ha llevado la mano a la boca.
—¡No! —dice Madurez.
Ella tensa los brazos, se traba al hablar.
— Yo también voy —dice—. ¡Mal mató a mi madre! ¡Merezco estar allí cuando muera!, ¿o no lo merezco?
—Entiéndelo —digo—. Esto no es una venganza. Es por la salud mental de Mentes.
Madurez iba a hablar, entiéndelo, le digo, ella intenta volver a hablar, pero se corta a sí misma el aire y cierra la boca. Tienes que cubrir a Dante mientras hace su trabajo, le digo, eres la única que puede. Se le ve afectada. No, ha dicho, se revuelve en la silla, pero no dice nada más, sólo se muerde el labio. Servatrix sigue con la mano en la boca y yo vuelvo a mirar a mis tres futuros compañeros otra vez. De todos, Optimismo es el único que aparenta tranquilidad, pero en lugar de mirarme a mí, se distrae con los brillos del Cristal de Rocío.
Cuando llevemos a Eissen al portal, digo en alto, es muy posible que Los Creadores nos descubran, y si eso pasa, es muy posible que Miedo se entere. ¿Me equivoco al pensar que querrá participar en la pelea para intentar matar a Los Creadores, aprovechando el caos?, digo. Al fin y al cabo, no confía en nosotros para que lo hagamos. Quizá quiera ayudarles, dice Orfeo, para ganarse su confianza y darles la puñalada luego. Sí, les digo, pero es muy posible que vaya allá, y la misión de Dante y Madurez es precisamente cortarle las alas. Nos encargaremos de él después de eso, pero mientras tanto, con el volcán y su fuente de energía destruidos, nos aseguraremos de que Miedo no pueda poner su gran plan en marcha, y al acabar con Mal, Miedo no tendrá ninguna excusa para seguir creciendo. Mirando a Madurez y a Dante, les digo que esperen a que las tropas de Miedo se movilicen hacia la guarida de Los Creadores y les den vía libre.
Madurez no me mira. Aprieta los labios, tuerce la nariz. Asiente.
—Distraer a unos y darle la puñalada trapera al otro —dice Optimismo—. Me gusta.
—Espera —dice Iloa—. Luchadora, déjame ir contigo.
—Te necesito aquí —digo—, protegiendo a El Círculo.
—¿Seguro? Sois muy pocos. —Iloa avanza un paso, coge con las manos el respaldo de la silla de Themba—. Nunca he querido tener dos hijos, fue casi una imposición que hice a Nulkama. Pero, sólo de pensar que con lo que podamos hacer hoy ellos podrán recuperar su vida... daría mi vida por eso.
Sé cómo se siente, y esta comprensión no viene del cerebro, sino de dentro de los huesos. Asiento despacio. En realidad, me viene bien que un enano capaz, que conoce la cordillera, nos cubra las espaldas a los tres. Seremos cuatro contra esas máquinas, entonces. Ya les estaríamos superando en número.
—Imica quiere va con Luchadora por Pleas —dice ella—. Uut dice Pleas buenas, Luchadora dice Pleas malas, Uut sigue Luchadora.
—Gracias, Imica. Pero a ti te necesito aquí, liderando la defensa y coordinando a todos. Se te da muy bien eso.
—Entonces Imica queda.
Imica golpea la lanza contra el suelo dos veces, y Nina y Roruk, detrás de ella, se arrodillan con la lanza en el suelo, igual que la primera vez que nos encontramos, en el bosque. Nina, o Roruk, perfectamente podrían haber estado arrodillados aquel día, detrás de esas máscaras grandes que llevaban, y no lo habría sabido. A la otra punta del mundo, están conmigo, pese a su cultura y religión, y eso no voy a olvidarlo. Me levanto de la silla, me apoyo en el bastón para coger a Furia, apoyada en una piedra, vuelvo con todos, me agacho un poco y la golpeo dos veces contra el suelo. Madurez se levanta de su silla cuando yo me siento.
—Esperad. Tengo... —Madurez se para, nos mira a todos, sobre todo a mí—. Tengo una idea, a ver qué os parece. Estuve reflexionando sobre las civilizaciones que han muerto por Los Creadores, y eso de que ellos sólo reaccionan, y de que son tan poderosos que se adaptan a nosotros... Tía, ¿has pensado en que no les ataquemos?
—¿Cómo? —dice Dante.
Madurez quiere moverse, pero el espacio que hay entre nosotros y las sillas ocupadas por El Círculo es casi ninguno. Pero sigue moviendo las manos según habla, abriendo las palmas hacia abajo, con los ojos abiertos.
—Si el equipo de Luchadora no ataca a ninguno de Los Creadores —dice—, y se limita a atraer su atención y huir de ellos... ¡no tendrán motivos para pensar que son una amenaza, y puede que así no quieran matarles, tampoco!
—Eso es una gilipollez —dice Dante—. ¡Altaír abrirá el portal y detendrá a Eissen!
—Déjala hablar —dice Optimismo.
—Es sólo una idea, ¿vale? —dice Madurez.
Una rueda de violencia que provoca más violencia. Mientras llegan las primeras visitas de Helena, amigas suyas de toda la vida, no paro de escuchar el momento de su muerte, el peso de sus pupilas no sobre las pupilas de Mentes, sino sobre las mías, y su enigmático no, su última palabra, pudiendo haber alargado más la frase. No. Sólo esa palabra.
Todos hablan y debaten sobre las palabras de Madurez, que sigue defendiendo y argumentando experiencias pasadas en las que nosotros, según ella, tuvimos un impacto en el comportamiento de Los Creadores. Estuve tres semanas herida, tumbada sobre paja y cubierta de una manta vieja y sucia que sabía a tierra. Parece tan lejano... y entre entonces y ahora sólo ha habido unos días de diferencia, ¿cuántos han sido, cuatro? Cinco. Es increíble cómo unas pequeñas victorias y golpes de suerte han hecho que la pérdida de Jacob y Social sean luz de fondo para un escenario en el que sueño con acabar esta pesadilla, algo que jamás pensé posible, al menos no hace varios años.
Las mentes, los hijos de Jil, Julio... no van a volver, y es algo con lo que viviré siempre, y con mi muerte vivirá Madurez, y así será, posiblemente hasta que Mentes envejezca y muramos todos con él. Las desgracias provocan las desgracias. Siempre he combatido contra ellas. Para mí es tan sencillo, desenfundo mi espada irrompible, me fijo en el próximo movimiento del enemigo, e intento provocar una respuesta suya que me ayude a rebanarlo en dos... pero, ¿y si no hiciera eso último? No atacar a un enemigo, aun estando en pleno combate... eso es inaudito. Eso debe provocar un cambio.
—Madurez tiene razón —digo, y cuando hablo, sorprendentemente, se calla todo el mundo—. No vamos a solucionar nada con violencia... Si Altaír no persigue a Eissen a través del portal, lo más correcto será ni siquiera desenfundar las armas.
Todos están callados. Themba y Servatrix miran a Optimismo. Enanos y Uut miran a Iloa. Piath y el resto de El Círculo miran a Stille. Jill, Orfeo y Madurez me miran a mí. ¡Traición!, grita Dante, que se adelanta y golpea la mesa, la agrieta en una esquina, bajo la mirada alterada de Themba.
—¡Me prometisteis los cadáveres de los tres! —sigue gritando—. ¡Y ahora me envías a por Miedo, a por una torre de mierda!, ¿y vas a dejar vivos a esos malnacidos?
—Es la única manera de ganar —digo.
—¡Siempre hay más de una manera!
—¡Entonces idea un plan mejor antes de esta tarde!
Él aprieta el puño, lo aproxima a la cicatriz del ojo, luego muerde un nudillo. ¡Me habéis engañado!, dice. Yo le contesto que eso no es cierto. Podríamos ir a por Los Creadores, pero éste no es el momento, no somos suficientes, y tampoco han hecho nada malo contra nosotros en todo lo que llevamos en la isla. Él se gira y me señala con el dedo.
—Sabías esto desde el principio —dice.
Luego se marcha. Hablaré con él, dice Madurez. Colaborará, tranquilos, dice. No sé yo. Sin él, el plan sería el mismo, pero no podríamos cortar el suministro de poder de Miedo. Themba está pasando el dedo por la única grieta de la mesa, mientras el resto nos perdemos en sus brillos. Orfeo y su padre se susurran entre ellos, algo he oído, y luego, Orfeo cuenta que Jil y él podrían bloquear el pasillo del tugurio de Los Creadores, para que las tropas de Miedo no lo crucen, y así nos aseguremos de que nada comete un acto violento en esa sala. Él es casi un niño... no quiero ponerle en un aprieto así, pero insiste. No quiero que salve mi vida por la suya. Pero insiste.
Servatrix, enanos y Uut estarán con El Círculo. Madurez y Dante, en la torre. Eissen, Optimismo, Stille, Iloa y yo, con Los Creadores, y Jil y su hijo nos protegerán el paso. Entonces, está decidido. Cuando desconvoco la reunión, Madurez es la primera que se marcha. Casi todos se han ido rápido, y sólo quedan Eissen y Servatrix, que ha lanzado una última mirada a Optimismo. Suspiro. Nadie está donde le gustaría estar, o donde nos gustaría que otros estuvieran. Iloa reaviva las llamas de la que seguramente sea la última hoguera, y la única comida hoy, que ya puede ser buena, porque es todo lo que vamos a tener antes de tener nuestra única oportunidad para acabar con la tragedia que comenzó hace treinta y seis años.
Giro la silla media vuelta y la acerco metro y medio hasta las piezas sueltas de la armadura, donde guardo a Furia en su funda. Me retiro las vendas una a una. Hay algo que me engancha al olor de la venda recién quitada, ese olor a mustio e inquietante, de sudor y de libro viejo, esta vez tan liviano que casi no lo noto, porque las he llevado muy pocas horas. Intento colocarlas haciendo una torre, pero la tercera venda se desparrama por la tierra, porque era demasiado grande en comparación con las otras. Cojo la primera pieza de la armadura, una cualquiera, la pantorrilla izquierda, y comienzo a abrocharla como siempre hago, con el máximo cuidado del mundo. Hay algo que está haciendo diferente este ritual de los anteriores. Es cierto, cada vez me gusta más el largo trámite por el que paso cada vez que me abrocho una armadura, pero hay un sentimiento templado que me transporta a recuerdos pasados hace mucho, y otros hechos que todavía no han ocurrido. La primera vez que Anade me tomó las medidas para fabricarme una armadura con el cuero de una res que se le había muerto a Duch, por anciana. Jil estaba presente, ni siquiera habían tenido hijos aún, y tampoco se habían mudado a su isla. Anade siempre se portó bien conmigo, y ni siquiera le he preguntado a Jil por qué murió, es algo que tengo que remediar en cuanto acabe. Tuvo tres hijos preciosos, con la valentía de su padre, y la belleza de su madre. Siento, de alguna manera, como si este ritual fuera el más valioso de todos, y tuviera que tener especial cuidado en que todo esté bien. Todo estará bien... y si no, haré para que lo esté, todo lo posible.
Más allá del cielo, una mente descuelga el teléfono, es Rubén, que ha venido desde Alemania y ya está en el vestíbulo del tanatorio. Corro hacia él, le doy el abrazo que a Duch le hubiera gustado dar, le doy las gracias. Él me contesta que ha hablado con los antiguos amigos del barrio... y van a venir, justo después de comer. La armadura cubre poco a poco mi cuerpo del aire frío, más húmedo de lo habitual. Miro las nubes que comienzan a formarse en el cielo, que tapan el sol por completo, haciendo que parezca de noche, y cómo las nubes se mezclan con la niebla densa del volcán. Tiene pinta de tormenta, dice Themba. Los antiguos amigos van a venir, justo después de comer. El nuevo día quizá sea posible, aunque esté tapado por la niebla. Oigo de pronto la voz de Optimismo.
—Madurez me ha dicho que te convenza de que no vayas conmigo.
Se sienta en tierra y me da la siguiente pieza de la armadura, del antebrazo, mientras muerde una fruta y su jugo se escurre por su barbilla.
—Tengo que estar allí —digo—. Es el lugar más delicado.
—No voy a convencerte, ¿verdad?
—De ninguna manera.
—Pero Iloa sí te convenció, ¿eh? —Optimismo sonríe—. Él ya es mayor para decidir su propio destino. Que tú vengas con nosotros... no sé si es idiota, o absolutamente noble.
—¿Noble? —Le miro—. ¿Qué dices del destino?
Él vuelve a morder. Pensaba que en el saco de frutas que trajo Dante sólo quedaban ya las que Hiego y los Uut comerán ahora... Tengo que comprobar ese saco, el estómago me ruge desde que empecé a montar guardia. También tengo que hablar con Dante, aunque Madurez lo esté haciendo ahora mismo, la escucho hablar fuerte, como siempre, como si estuviera sorda, en algún lugar del jardín frontal. Optimismo se limpia el jugo de la barbilla.
—Tú sabes lo que va a pasar, tanto como todos —dice—. Stille, Iloa, tú y yo. ¿Esquivar constantemente a unos monstruos de dos metros y medio que tienen un cañón incorporado en un brazo, y veneno mortal embadurnado en el otro? —Ha pasado a susurrar, de pronto—. Somos pilas humanas. Compraremos tiempo con nuestras vidas para que Eissen mate a ese ojo cabrón.
Pilas humanas...
—Podéis negaros —digo—, no pasaría absolutamente nada.
—Ya he hablado con Stille... —la señala—, bueno, no ha hecho falta hablar. Nos apuntamos.
Él sonríe amargamente. Yo le imito.
—Me alegra mucho que estés con nosotros en los momentos más malos —digo—. De verdad.
—Sigo siendo un penoso optimista.
—Y Social estaría muy orgulloso de ti.
Cuando Optimismo se lleva la mano al bolsillo, noto que está muy abultado. Saca un racimo de frutas parecidas a las cerezas, de un color amarillo, con manchas moradas, y me lo lanza justo cuando termino de abrocharme la armadura del antebrazo. Es la última que queda, dice, y me guiña un ojo. Yo levanto el racimo, a modo de brindis, y Optimismo embadurna de jugo mis dedos cuando lo responde. Lleva puesta la pulsera de cuentas de madera. Esto es por Social, dice. Esto es por todos, le respondo.

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