1 de febrero de 2020

¡Recuperado!


Mis ojos se abren de pronto. Huele a sal. La luz entra por una abertura, Madurez está a mi lado y me duele la pierna, por la madera que funciona como escalera para la litera de arriba. Haría frío, de no ser por la piel de oso sobre nosotras... y no puedo evitar sentirme extraña al no tener el tacto duro del cuero de la armadura en los hombros, ni las correas apretándome piernas y brazos. A los enanos que construyeron este barco les hubieran venido bien los diseños de interiores de los barcos de piratas que Mentes veía continuamente cuando era pequeño, piratas y dinosaurios, barcos y volcanes. Sabía nombrar cada barco por su forma y el número de mástiles, y un dinosaurio por la forma de los huesos. Luego se interesó por los bichos y las arañas, después, por los pájaros... y ahora no se interesa por nada. Porque Erudito está muerto, y ninguna mente se ha ocupado de lo que él se ocupaba... ¿o sí? Esta nueva obsesión por estar al tanto de toda la actualidad política, del reciente atentado que ha ocurrido en Irán, los ecos de la guerra que continúa en Siria, las tormentas en Filipinas... puede que Miedo sea el nuevo Erudito, después de todo. Retiro el brazo que estaba enterrado por el cuerpo de Madurez, que hace mucho ruido al respirar. La manga aún está mojada del chapuzón de anoche.
Alguien baja pesadamente por los escalones que llevan aquí. Está haciendo bastante ruido, pero Madurez no se despierta... con lo difícil que es de despertar normalmente, y con lo cansada que parecía ayer, ni un impacto de torpedo la despertaría. Impacto de torpedo. Reconozco que a veces me cuesta adaptarme entre la realidad que hay afuera y ésta, y sus diferencias de tecnología. Los pasos que bajan ya casi se escuchan aquí. A veces me cuesta ver las películas de superhéroes que hacen por televisión. Empatizo con ellos, sí, pero la diferencia de cultura, de forma de pensar, y sobre todo de tecnología que veo allí... pues claro que salvan el mundo, ¿no? Con un traje supertecnológico o con la fuerza de mil personas, yo también lo haría.
¿Cuánto tiempo llevo despierta, que mi cerebro funciona a toda velocidad?
Iloa aparece por la habitación, carga un barril de madera que parece pesar bastante. Sigue cojeando de la pierna derecha, igual que vi ayer. Esa falta de empatía también me pasa con el arte moderno. En este mundo lo máximo que he visto han sido las pinturas de los enanos. Iloa deja el barril con un gruñido, y lo arrastra hasta una esquina de la habitación.
Todos estos pensamientos sobre tecnología, que ya no me acuerdo cómo empezaron, me recuerdan también a la fábrica. A lo que hicimos anoche. Muchas imágenes, tantas, que no sabría por dónde empezar. Optimismo. El cadáver del Juguetero. Furia, brillante... Inconsciente. Cuando apoyo las manos en el vientre desprovisto de armadura, me doy cuenta de que necesito ir al baño. Iloa se ha dado la vuelta, y nos hemos quedado mirando, tres o cuatro segundos.
—¿Te he despertado? —dice.
Al principio he negado con la cabeza, pero ahora no lo tengo del todo claro.
Iloa se acerca a la otra esquina de la sala, próxima a donde estamos, y recoge algo del suelo. Es Furia. Miro debajo de mí, donde la dejé, una reacción un poco estúpida, porque está claro que ahora la tiene Iloa en sus manos. Se debió de haber movido con el vaivén del barco.
—Ahora es de un color más feo —dice—, pero es auténtica purita. Le faltaba el calor que el fuego de una forja convencional no podía darle.
Abrigo bien a Madurez, que, por primera vez, es ella quien está destapada de la capa del oso. Me incorporo en la cama, ayudándome con un brazo para que el costado no sufra, y, mientras mi pierna dormida vuelve en sí, contemplo entre la manos la hoja magnífica. Toda la incomodidad que me produce al ojo es por la falta de costumbre, de no acabarme de creer que esta espada sigue siendo mi Furia. Azul, un azul eléctrico, brillante, pero que no molesta a los ojos. No sé cuándo escuché en el mundo de Mentes que el azul eléctrico es el color de los reyes, en este mundo el del metal irrompible, el de mi espada. Ya no hay una raya irregular en uno de los lados, es como si nunca la hubiera habido. De hecho, es como si siempre hubiese sido de este color, y el calor sólo hubiese deshecho la pintura.
—Dicen que la purita conoce el alma de quien la toca —digo.
—Yo no me lo creía —dice Iloa—, hasta que vi la gema de tu sobrina, partida. Su anterior dueño debía de tener bastante conflicto.
En aquella torre, todos caimos al suelo, sometidos por los poderes que Dante extrajo de la gema. Desde abajo vi cómo, de una forma retorcida, disfrutaba haciendo eso. Dante...
—Ni te imaginas —digo.
—¿Me podrías ayudar a llevar el barril de la comida de hoy? De cojo a coja.
Sonrío. Quería aprovechar ahora que no tengo la armadura puesta para ir al baño, pero, con ese argumento, no puedo rechazar. Ya de pie, veo a Orfeo encogido en la litera de arriba... me siento egoísta por no haber hecho que los dos durmieran juntos y haberles tapado con mi capa. Le despierto, y el chico, soñoliento y desconcertado, me hace caso cuando le digo que duerma abajo con Madurez, y se tape bien. Después de eso, Iloa me señala el barril. Ayer te conté toda mi historia, le digo, pero tú no me has contado la tuya. La cara de Iloa se ensombrece, de una forma tan literal que no pensé que sería posible. Entre los dos, el barril todavía pesa. Los pasos de los dos son descoordinados, no nos aclaramos a llevar el barril y, a la vez, apoyar la pierna mala menos tiempo que la buena. He tenido que colocarlo de forma que ya no veo más su cara, él sube primero, por la altura. Yo detrás. Menuda peste a pescado.
—El chico... Makato, murió a mitad del viaje —dice.
—Suponía.
A los dos nos cuesta subir. Iloa me cuenta que Miedo atacó el poblado segundos después de que él llegase, lo justo para ver la cara de desolación de Pahatu. Nunca antes nos había atacado con tentáculos, me dice. Nos armamos tan rápido como pudimos, pero no supimos contraatacar, sigue diciendo. La niebla era densa, los robots aparecieron... Lo primero que hice, desesperado, fue liberar a los Uut, porque me dijiste que eran buenos guerreros.
Me he dado un golpe en la cabeza con el techo justo antes de salir a la cubierta. La luz de la mañana es intensa, nada que ver con la filtrada por la niebla, en la isla.
Todos cayeron, dice. Nulkama y mi... y mi pequeño. Volkama fue prácticamente el primero, Pahatu se lanzó al ataque él solo... todos los que me rodeaban comenzaron a caer, me dice. Iloa mira hacia la parte trasera del barco, donde Imica está virando con el timón, Eissen está con ella, apoyado en la barandilla.
—Al final, sólo logramos huir nosotros tres, nadando —dice—. No sé cómo no nos vio cuando unos tentáculos gigantes sacaron de este barco a vuestra anciana convertida y la llevaron al poblado.
Servatrix... creo que esta noche he soñado con ella. Recuerdo perfectamente una melena plateada.
El aire que sopla es húmedo y caliente, intenso, sopla directamente de la jungla. Se ve por la densidad de los árboles que en realidad estamos cerca del poblado, aunque nos estemos moviendo. El sol también calienta, tanto que estoy bien así, sin armadura ni capa, realmente parece verano. Iloa sigue hablando.
—¡Y así es como acabé conviviendo, tres semanas, con los cabeza de árbol que mataron a mi padre!
Ha gritado para que Imica le escuche.
—¡Unuba sasama taí uu ne! —grita Imica desde el timón—. ¡Valiente Imica no mata madre! ¡Iloa madre mata Onubagan!
—¡No fue mi madre! ¡Fue mi padre, idiota!
—¡Tiipe!
Le sacudo el hombro y pido, aunque Imica no me oiga, que se relajen. Iloa coge la lanza, que estaba cerca, en el suelo, y se ayuda con ella para caminar, y empujar el barril poco a poco hasta que le dé la sombra por completo. No me ha hablado de cómo ahora también le cuesta caminar, pero me lo imagino. Tanto como que a mí también me cuesta más que antes. Junto a donde estaba la lanza, también hay un palo con un gancho al final, supongo que para acercar el bote al barco cuando alguien se esté montando... pero ahora no hay bote, así que supongo que no pasará nada si lo tomo prestado para caminar.
Imica sigue manejando el timón, alejándose de la isla, y Eissen está a su lado. En este lugar no hay revoloteo de gaviotas, ni siquiera se escuchan sus graznidos desagradables, no como en el pueblo, pero el mar se sigue escuchando, el agua estrellándose contra el barco, y la madera crujiendo de cuando en cuando. Eissen me recuerda que ayer dejé la armadura cerca de ellos para que se secara del chapuzón.
—¿Miedo sabe que tú y yo estamos aquí? —le pregunto.
—No. Me he encargado ya de eso.
No sé por qué, Eissen parece exultante. Triunfal. No se le quita la sonrisa de la cara. Un claro contraste con el Mentes de arriba, que ya lleva un par de horas de jornada y está estresado por el tráfico. Al parecer, si dentro de veinte minutos no llega a su destino, va a contar como un retraso, aunque no haya hecho nada para perder el tiempo. Trabajo y hospital. Trabajo... y hospital. Esa ha sido la única vida de Mentes desde que a Helena la ingresaron en la nueva clínica. En un momento en el que Mentes ha comenzado a gritar dentro del coche, soy yo la que toma el control, sin habérselo disputado a ninguna mente convertida, para hacer que se diga a sí mismo que se relaje. Lo digo en voz alta, e incluso hago los mismos gestos que Mentes hace frente al volante.
—Es triste que María no quiera ver a Mentes —dice—. Echo de menos poder verle.
Nunca he dejado de ver a Mentes, pero le entiendo.Madurez se ofreció a borrarle la marca de Miedo anoche... y rechazó, para poder seguir espiándole, y así ayudarnos. Incluso sabiendo que, de borrarse la marca, podría volver a ver a Mentes como hacía antes, aunque no pudiera intervenir, como nunca ha hecho. Imica empieza a berrear cosas en Uut. Nina, subido al mástil, está intentando seguir sus órdenes, con una cuerda en la mano y una cara de completa confusión.
—¡Melo que! —Lo ha repetido como cuatro veces—. ¡Kra imaoto tuuro! ¡Me lo que!
Nina ata la cuerda, por fin, en un sitio que a Imica le gusta, un lugar arbitrario, en mi opinión. Después, Imica gira la cabeza atrás para mirarme un momento, y al segundo, la gira otra vez, rápido, esta vez se me queda mirando un rato. Se voltea hacia mí completamente, con unos ojos entre la extrañeza y la amenaza. Camina despacio, no hace ruido, se pone de puntillas, casi toca su nariz con la mía. No le importa que el timón esté girando como le place. Y no deja de mirarme a los ojos.
—Iloa tonta —dice, finalmente.
Después de eso, vuelve a su posición, completamente relajada. Incluso ha empezado a tararear una canción que me recuerda a una de rock de los setentas que Mentes escuchaba mucho en su adolescencia. Yo empiezo a colocarme la armadura, despacio. Disfrutando del ritual que he hecho tantas veces, y no sé por qué, a cada año que ha pasado me he cansado menos de hacerlo. Colocarme esta armadura es algo más que colocarme la ropa, es... como un símbolo. Antes era invocar al espíritu que bendice a los que están preparados, y ahora, es invocar al espíritu de la batalla, que sabe que todavía no se ha acabado la pelea. Abrocharme estas juntas despacio es un símbolo de victoria. Aquí, en el mar, lejos de los tentáculos de Miedo. Con Optimismo en este barco, no sé bien dónde. Imica ha dejado de canturrear. El aire dobla las puntas de su vestido, prácticamente hecho de hojas u otros materiales del bosque. Debajo de sus pies descalzos guarda su lanza, igual que Iloa guardaba la suya donde Imica no podía verla. Me alegro de estar aquí ahora, pero ni siquiera sé si evitaría algún desastre... está visto que no me hacen caso. Imica parece llevarlo mejor, pero nunca se sabe. Eissen lleva ya un rato mirando al mar, luego a Imica, luego a mí, intercambiándonos como si sólo hubiese tres fotos en una habitación vacía. Imica, sin embargo, ni siquiera le mira, y por lo que me ha parecido, no han intercambiado una sola palabra.
—Fuerte Imica de las Uut —digo.
Ella se gira un poco, sin llegar a mirarme. Se ha quedado quieta así, mirando hacia el suelo. Me hace el gesto de que venga, de forma más pausada de lo habitual, mientras grita a Nina más palabras en Uut, y a Iloa le grita, de peores formas, que eche el ancla. Escucho a Iloa quejarse mientras empieza a bajar las escaleras, pero no entiendo bien qué ha dicho.
—Fuerte Imica —me dice—. No Uut. Imica fuerte, pero fuerte de nadie.
Nina ha comenzado a plegar las velas. Estoy segura de que lleva horas despierto y ahí arriba, siguiendo las órdenes de Imica, pero si siente algún tipo de cansancio, no lo manifiesta.
—Nina triste —dice—. Nina bien, Roruk Miedo. Nina dice no justo. Y tú fuerte Luchadora, pero fuerte sólo de Madurez.
—Les perdí a todos, Imica...
—Chamana perdida también.
Estaba oscuro, pero puedo congelar la imagen y sentir todo otra vez. El tacto en la piel, cuando la suya dejó de tocar mis dedos para caer por el acantilado. Imica se me queda mirando, esperando mi respuesta. Desde el momento en el que escuchamos cómo Iloa echa el ancla, ella se separa del timón y relaja la postura. Hay muchas cosas que durante mucho tiempo consideré imposibles, como que el Jacob al que vi morir, no hubiese muerto de verdad. Si Madurez lo toca con sus dedos, no le habremos perdido para siempre.
—Sí, Jacob... Le cogieron por sorpresa.
Acabo de ver cómo Imica escondía su reacción detrás de una cara estoica.
—Miedo sorpresa Uut, también.
He apoyado el bastón en la barandilla, he caminado hasta Imica y le he dado un abrazo, he apretado su cabeza contra mi esternón y lo sigo haciendo. No sé por qué lo he hecho, ella odiaba el contacto. Está tensa. Justo cuando iba a soltarla, Imica lo ha correspondido. Sus brazos me han tocado, me han rodeado todo el cuerpo, y se ha relajado... Se ha relajado. Bajo lentamente la cabeza, hasta apoyarla en la suya. Su corazón palpita rápido, pero cada vez lo hace más lento. El mar mece el barco. De forma sosegada. Eissen nos mira, con una sonrisa. Cierro los ojos, intento olvidarme de que está ahí, y vuelvo a concentrarme en el mar. Imica tiene la frente enterrada en mi pecho. Y cuando nos separamos, juraría, por el reflejo del sol, que he visto sus ojos húmedos. Toda su vitalidad en el bosque Uut parece haberse desvanecido, e igual que su corona y sus múltiples pinturas y adornos, parece, realmente, que Imica ha dejado de ser la fuerte de un pueblo para ser, simplemente, Imica, tan sólo equipada con una lanza y una pulsera con una pluma roja. También yo. Aunque conservo la armadura y la espada, no queda nada de esa chica que maldecía vivir aquí en lugar del mundo de Mentes, donde había tatuadores y tintes de pelo, y que criticaba a Razón porque no le dejaba afeitarse los laterales de la cabeza. Cualquier rastro de fiereza que intentaba mostrar, algo que representara la pieza en el engranaje que era, la naturaleza con la que nací, mi propósito, ahora lo veo distante. Hace tiempo que dejé de ser la guerrera de las mentes, y nunca he sido su líder, quizá fuera fuerte, pero nada más. No quiero ser líder ni ser guerrera, ni volver a nuestra casa en la playa para sentarme en el centro de la mesa, en esa silla más alta que el resto. Sólo quiero recuperar a mi familia, igual que recuperamos a Optimismo. Y, aunque me dé cuenta ahora, llevo tiempo pensando en formas de recuperar al resto. Imica no dice nada. No es que no tenga nada que aportar... supongo que es que no necesita de una conversación para disfrutar de una compañía. Sonrío. Me mira a los ojos, y me pregunto si se imaginará las cosas que yo he estado pensando. Responde a mi sonrisa. Le da igual que Eissen esté detrás, mirando sin más, siendo testigo.
Iba a preguntarle cómo está, pero ya lo sé. Desde hace tiempo. Imica se gira, como una gacela, y cambia la mirada por completo hacia la cubierta.
—¡Maati! —grita—. ¡La mujer blanca!
Optimismo, que había aparecido por cubierta en ese momento, mira a Imica, al principio estaba en guardia. Se señala a sí mismo, con una ceja levantada y un gesto entre la sorpresa y la condescendencia. Está empapado. Imica salta el desnivel entre cubiertas como si siguiera caminando, sin hacer ruido al aterrizar. Es bastante más alto él que ella, y sin embargo, con los talones levantados, Imica intenta rozar su nariz con la de Optimismo. Él da un par de pasos atrás, pero ella le sigue. Me mira, casi asustado. Yo le hago el gesto de que se tranquilice.
—Ser tú quién —dice Imica.
—El de ayer...
—Eldeayer. Nombre fea, pero gusta.
—No. Me llamo Optimismo.
Imica me mira, como si ahora él le estuviese engañando. Es verdad, digo en alto, se llama Optimismo, y Optimismo, aparentemente tranquilo pero con los ojos muy abiertos, asiente.
—Optimismo nombre fea grande —dice Imica.
—Le llaman Albino —dice Eissen.
Imica mira a Optimismo, casi enfadada. Optimismo mira a Eissen, claramente molesto.
—¡Cuánta nombres tú tener!
—Quiero irme —dice Optimismo
—¡Yo didiipona con nombre tú!
—¡Pues felicidades!
Y después de gritar a Imica, Optimismo despliega los brazos, echa la cabeza para delante, bufa y se va hacia la proa. En el momento en el que le da la espalda, Imica vuelve por las escaleras con total tranquilidad, cruza la segunda cubierta y se sienta en la barandilla de la popa.
—Imica gusta Albino —dice—. Felicita a Imica. Chamana felicita cuando hago bien.
Estoy segura de que a Madurez le hubiera gustado ver todo esto. También a Duch. Y yo, que llevaba tiempo queriendo pisar el baño, aprovecho el momento para bajar, con ayuda del nuevo bastón.
Mencionar el baño en un barco es un gran eufemismo. Es una sala pequeña, sin luz, sin más compañía que un cubo atado a una cuerda. No necesito la luz para desabrocharme las partes de la armadura que necesito, pero dejo la puerta abierta igualmente. Retirar la cuerda para que no se moje fue lo fácil. Lo difícil, y yo no lo había tenido en cuenta, es aguantar el equilibrio acuclillada de esta manera en un lugar inestable, y cualquier error, cualquier resbalón, podrían tirarme a mí y volcar el cubo. La pierna me arde, y el costado, de hacer fuerza con el brazo al apoyarme en la pared. Lo siguiente es subir con el cubo, despacio, y lanzar el cubo al mar. Si soltara la cuerda, estaría dejando a toda la tripulación sin el privilegio de hacer sus necesidades en la intimidad. Un cubo de agua de mar, que vuelco, con cierto asco, cuando vuelve a mis manos. Después, bajar a dejarlo en su sitio, y después de eso, volver a subir a cubierta. Cuatro viajes que no valoraba cuando caminaba con normalidad.
En el barco no suceden muchas cosas. Mientras los jóvenes siguen durmiendo, Imica y Nina hablan en su idioma en la segunda cubierta, mientras Eissen conversa con Iloa sobre las implicaciones de todo lo que sucedió ayer. Según paso delante de ellos, Eissen me avisa de que tenemos que reunirnos cuanto antes para ver cuál será nuestro próximo movimiento, yo pregunto a Iloa sobre qué hora comeremos, y como no será dentro de mucho, prefiero atrasarlo hasta ahí, para que los chicos descansen y mi cabeza se separe un poco de las emociones que no puedo evitar que aparezcan en mi cabeza como burbujas efímeras, efervescentes. La energía de los dos contrasta con Optimismo, sentado en la proa. Mira hacia la isla, enfrente y da vueltas entre las manos a la nueva maza que se construyó en la fábrica. Según me acerco a él, algunos reflejos del sol en el metal me molestan en los ojos. Sigue teniendo la ropa empapada. Los pies están apoyados en el palo que sale de la proa.
—¿Has dormido bien? —digo.
—No —me contesta.
—¿Dónde estabas antes?
—En la popa, abajo, hay unos adornos de los que es fácil agarrarse. Me di un baño hasta que el barco se paró.
Esos adornos que dice, el baño... ¿estuvo fuera del barco? ¿Agarrado a nosotros sólo por los dedos?
—¿Y si te hubieras resbalado? —digo—. No... ¡no sabríamos dónde estás!
Él se encoge de hombros, con cara de desagrado. La piel ya se le ha puesto roja de estar al sol, sobre todo por la nuca. Sabe que las quemaduras las regenera más despacio y le duelen más... y aún así lleva expuesto al sol toda la mañana. He abierto la boca para decir algo, pero ya es mayor para eso. Es mayor que yo, de hecho, aunque aparente pocos años más que Orfeo. Se nota mucho que es hijo de su madre.
—Optimismo... tenemos que ser un equipo, una familia. Derrotar a Miedo depende de ello.
—Fuisteis a por Miedo como una familia y fallasteis.
—Sí.
Aunque sus movimientos son lentos, sus ojos no paran de cambiar de un lado a otro. Su respiración es irregular. Mueve los brazos despacio, pero pronto rectifica y los lleva a otra posición, a veces a mitad del movimiento.
—Mira —dice—, para vosotros ha pasado un año. Lo entiendo. Pero por lo que a mí respecta, ayer estaba en la torre de Dante y me diste un puñetazo para que no matara a esa pedazo de mierda.
—Matarle no te iba a dar nada.
—Por su culpa vinieron Los Creadores.
Ha parado de hablar después de coger aire de forma repentina. La ira en su interior no es algo que se note en su cara o el tono de su voz. Se siente de otra manera. Casi una presencia.
—¿Crees que me chupo el dedo? —dice—. Yo no estaba allí cuando pasó, pero Jil me enseñó los cuerpos desde la playa, cómo la niebla lo había tragado todo. Dante empezó a controlar a Mentes las veinticuatro horas. Pensé... pensé...
Ha parado de hablar para coger aire, pero después no continúa.
—Aún hay muchas mentes vivas, Optimismo. Necesitan nuestra ayuda.
—Lo sé.
Abro con cuidado el bolsillo de cuero, busco dentro, esperando no haberla perdido. Cuando pellizco una cuenta de madera, agarro con la otra mano la muñeca de Optimismo, que se ha puesto tenso, y le doy la pulsera que se le cayó a Social antes de desaparecer en la noche. Lo último que queda de él. Las salpicaduras del agua, abajo, a veces tapan las dos conversaciones que escucho de fondo. Eissen está diciendo a Iloa algo sobre que Miedo le prohibió acercarse a su asentamiento. Mientras, Optimismo parece distraído con su nueva maza, pero no ha dejado de mirar la pulsera.
—Aunque recuperemos a Social... —dice—, como habéis hecho conmigo, no volveremos a ser amigos. He cambiado.
—Todos hemos cambiado.
—¿Y cómo está Madurez?
Casi no me ha dejado terminar la frase con su pregunta.
—Cansada. —digo.
—Fui estúpido por pensar que ella había muerto también. Es mejor que todos nosotros juntos.
Sonrío.
—Sí... —digo—. Pero es un desastre.
—Dale tiempo.
—Ya sabe todo sobre su madre. Me animé después de que la viera en el mundo de los muertos... y casi me matara un oso.
—¡Ya era hora! ¡Al fin te animaste a compartir con ella un mísero dato!
Levanta los brazos, en señal de aleluya. Quizá tenga razón, pero pienso que, si he tardado tanto en decírselo, sería que para mí no era tan fácil que ella lo supiera. No ha comentado nada del oso.
—Me alegro de que haya podido despedirse de su madre —dice—. Ojalá yo hubiera podido despedirme de la mía.
Mientras preparo la frase en mi cabeza, siento un cambio de presión, como si la montaña rusa estuviese a punto de descender en picado. Una sensación parecida a cuando fui a decirle a Orfeo que yo era peor de lo que pensaba... y no pensé que también la fuera a sentir antes de una buena noticia.
—Tu madre está viva —digo.
—Sí, en nuestros corazones. Vete a tomar por culo.
—Servatrix está viva. Miedo la salvó al potenciar sus poderes curativos.
Primero mira hacia la isla. Luego, sus ojos pierden el foco de cualquier cosa. La maza casi se le cae al mar. Empieza a hiperventilar, de forma disimulada, y se ha agarrado el corazón con la mano izquierda. Quisiera ayudarle, alerta como estoy de que no vaya a caerse por la borda, y parecía que iba a desmayarse por un momento, pero ha logrado estabilizarse. Ahora sólo hiperventila, y sus ojos, fijos en la jungla lejana de la isla, se han estabilizado. Ha guardado la maza. Sus brazos temblaban.
—¿Por qué no me lo dijiste ayer? —dice.
—Estaba saturada. No se me ocurrió.
Ahora respira por la boca, pero lo hace más despacio. Sigue cogiéndose el corazón, temblando, pero no llora. Sus ojos parecen serenos, como el anciano que se sienta y contempla el paisaje. A partir de ahora, cualquier cosa que yo haga por él, sobra. Estará bien. Palpo su hombro, a modo de despedida, y me ayudo con el bastón para caminar hacia los demás, para hacer cualquier cosa que pueda ser útil, como empezar a asar el pescado de la manera en la que se hayan apañado durante todos estos días, porque en este barco no había comida cuando huyeron en él, y no han vuelto a pisar tierra desde entonces.
—Espera —dice Optimismo cuando estaba ya algo lejos—. ¿Podrías sentarte conmigo, un momento?
Me quedo con él, sentada en la proa pero hacia dentro, no me fío de que en el estado de forma que tengo ahora pudiera reaccionar bien si perdiese el equilibrio. Me pregunta dónde está, y yo le cuento lo que creo. Habrán pasado ya unos minutos, y sigue respirando de forma nerviosa, además de la entrecortada que ya tenía antes. Reconozco que no me sorprende ver a Optimismo así, porque antes de la guerra que libramos contra mi padre, era muy cariñoso con Servatrix. Todas las veces que ella me pidió perdón cuando mi hermana y yo morimos junto a Sever... ¿Estaba, de alguna forma, pidiéndose perdón? ¿A Optimismo, quizás, con el que nunca volvió a tener apenas relación? Sí, no me sorprende porque sabía que lo guardaba dentro. Pero no me esperaba que fuera a reaccionar de forma tan violenta. Después de un rato, parece que ya se ha calmado, aunque con la mano izquierda clavada en el pecho.
—Estás aquí —dice.
—Claro.
—Pero aún me cuesta asimilar que estáis vivos.
—Y a mí que eres tú mismo.
—Ojalá hubieseis liberado a otro —dice.
—¿Por qué?
—Sólo soy una media mente.
Nunca antes había sacado el tema de que su padre no fuese una mente como algo malo. De hecho, una vez nos confesó que no guardaba ninguna opinión al respecto, porque nunca llegó a conocerle. ¿Cómo le respondo? ¿Risa forzada o comentario serio? Con la primera podría enfadarse, pero con el otro podría estar fomentando esa clase de frases tontas. Ni que la sangre de su padre influyera en ninguna medida a que pudiera ver o no más allá del cielo y que Mentes pudiera seguir sus órdenes. Cuando caigo en la cuenta, ha pasado mucho tiempo para responder, y mi silencio podría haber querido decir que lo que ha dicho era verdad. Rectifico eso en seguida, pero con un sólo gesto veo su desencanto. No veo ningún futuro, me dice. No hago honor ni a mi nombre, ni a mi parte en algo más grande, dice. Empieza a hablar sobre el pasado, cuando éramos pequeños y Valerie y yo hacíamos planes para defendernos cuando Social y él intentaban robar nuestras almohadas, acabábamos zurrándonos con los cojines, luego zurrándonos de verdad, y siempre acababa alguien llorando y Servatrix o Razón venían a regañarnos. Una vez Social echó agua en el puré de Valerie, ella se puso a llorar y Servatrix, mientras ella lloraba escondida bajo su brazo, removió el puré y mezcló el agua con el resto del plato. Ella dijo que la había quitado, pero yo me chivé, así que siguió llorando. No tan buenos tiempos, si nos ponemos a pensar. Cuando hemos tenido un enemigo común y nuestro objetivo de hacer triunfar a Mentes corría peligro es cuando hemos estado más unidos, aunque luego vinieran las muertes, y más muertes. Mientras Iloa acaba de preparar diversos cacharros para cocinar, y Eissen no se aclara para encender el fuego, Optimismo está cómodo hablando de aquellos tiempos, le noto más tranquilo. Pero cuando habla de todos esos recuerdos... es como si él lo viera desde fuera. Como si hubiera vivido todo eso detrás de la barrera.
Madurez y Orfeo aparecen cuando Iloa y Nina ya casi han acabado de cocinar el pescado. ¡Ingenioso! Han cogido madera que, por su color, debía llevar varios días flotando en el mar, y seguro que hay más escondida en la bodega. Al lado de Iloa hay un cristal, con el que no sé cómo Eissen ha logrado hacer que la madera prenda, y debajo de todo, hay una tapa de un material cerámico, para que la hoguera no dañe la madera de la cubierta. Contengo las expresiones de dolor. He tocado la tapa unos segundos con el pie y me lo he escaldado. Orfeo se sienta a mi lado, no tan distante como ayer, e incluso me ha sonreído un poco, pero sin mirarme. Madurez parece triste, juguetea con el kunai de Stille. Le pregunto, pero no quiere hablar. No quiere hablar, pero no para de mirar hacia la proa, donde Optimismo sigue tostándose al sol. Quisiera preguntarle si es por Apón... no. Epón. Optimismo mató a muchos enanos inocentes en esa torre. Según Madurez, la mayoría eran buenas personas que seguían a Dante porque no tenían otra alternativa.
Optimismo se acerca a comer cuando le llamamos por tercera vez. Después de apagar el fuego y apartar la hoguera de nosotros por el calor, volvemos a formar un corrillo. El pescado arde en los dedos, está poco hecho y de forma desigual, pero no voy a quejarme en estas circunstancias. Eissen no pierde el tiempo, y pregunta qué hacer ahora.
—Hay que recuperar al resto de mentes —dice Eissen—. Si pudiéramos recuperar a todo el poblado, podríamos formar un ejército que...
—¿Cómo? —le digo—. ¿Has visto lo que nos costó recuperar a uno? ¿Lo que agotó a Madurez? 
—Eso —dice Optimismo—. Quieto, vaquero.
—Tenemos que elegir los objetivos poco a poco —digo—, y con cuidado, porque cada vez los va a ir retirando y protegiendo más.
Miro a todos para asegurarme de que me han entendido. No podemos jugar a hacer un ejército, un combate directo sólo beneficiaría a Miedo. Les digo que, si triunfamos en la fábrica, fue por haber sido pocos e inteligentes, pero no fuimos lo suficientemente rápidos, y de no ser por Inconsciente, hubiéramos caído.
—¿Y qué propones? —dice Iloa.
Le pido a Madurez que saque el mapa. En el suelo de cubierta, comienzo a rasgar con una astilla del tronco de la hoguera las localizaciones clave de Miedo. Su guarida y la de Los Creadores, las dos cerca del volcán, en el suroeste, una zona que desde el barco me parece inviable. Tenemos el edificio de El Círculo, demasiado para nuestras fuerzas actuales, la torre del sur, el pueblo de enanos en el norte, también demasiado, el antiguo poblado en el noreste, y marco también las montañas cerca del pueblo de enanos, donde Dante está observándolos. Espero.
—Propongo recuperar a Dante —digo.
Hay unos segundos en los que varios quieren decir algo, pero no llegan a decir nada. Madurez es la única, junto con los Uut, que se ha limitado a mirarme, con los ojos amarillos muy abiertos. Eissen directamente está negando con la cabeza, Orfeo parece haberse quedado bloqueado, Optimismo se ha levantado y ha tensado los puños, con su pescado tirado en cubierta.
—¿Es que has perdido la cabeza? —consigue decir Eissen.
—No es buena idea —dice Orfeo.
Lo repiten tres veces cada uno, o cuatro, yo me cruzo de piernas y hago un gesto que les pueda indicar que no empezaré a hablar hasta que ellos terminen. Al menos, Orfeo lo ha entendido rápido.
—¿Sabes por qué perdimos en el edificio de El Círculo, Eissen? —digo.
—Por no ser suficientes.
—Tiene gracia que lo diga el hombre que ha ganado a Miedo estando solo.
—No le he ganado —dice, pero mira a otro lado.
Cojo el mapa y lo giro para que todos los que están conmigo vean las ubicaciones que he marcado. Optimismo sigue en pie, casi petrificado.
—Perdimos porque no pensamos las cosas fríamente —digo—. Dejamos que Miedo nos manipulara y estuvimos improvisando, todo el rato. Dispuso todo para que pensásemos que era débil, que podía perder, así que nosotros fuimos a su trampa.
Todos, salvo Optimismo, quizá, me miran con una atención inusual. Yo sigo hablando. Les digo que, igual que nosotros aprendimos a escondernos cada vez mejor cuantas menos mentes éramos, lo mismo pasará con las convertidas cuando comencemos a recuperarlas. Después de convertir dos más, Miedo las sentirá vulnerables y empezará a retirarlas a su nido. Hay que elegir los primeros objetivos con sabiduría.
—¿Y si nos traiciona? —dice Eissen—. Dante es un... es peligroso.
—Su venganza es con Los Creadores... —digo—, ¿y quiénes están poseídos por Mal?
—Es muy poderoso —dice Orfeo—. Nos barrerá a todos con un brazo.
Les cuento que precisamente porque es absurdo, no habrá comenzado a moverle ni a protegerle por la isla. Aún se debe sentir confiado con el pequeño número que somos. Pero Miedo siempre nos ha estado engañando porque hemos hecho lo lógico. Les digo que es hora de dar pasos aparentemente ilógicos, porque si no sabe cuál será nuestro siguiente objetivo, protegerá todos a la vez, y todos estarán pobremente protegidos. Si lo hacemos bien, les digo, podemos recuperar a Dante.
—¿Y si no puedo? —dice Madurez—. ¿Y si es demasiado?
—¿Qué diferencia hay entre un animal pequeño y una persona, a la hora de poder convertirlas?
No responde. Nadie responde, de hecho.
—¿Te has vuelto loca? —susurra Optimismo—. Tenemos que matarle, no recuperarle. Si le recuperamos, huirá.
Veo que sus puños están aún más tensos. Se tiene que estar haciendo daño. Aparto la vista de él para mirar a todos.
—Esto no es lo que yo diga, esto es una votación, y por lo que a mí respecta, si Madurez no se ve preparada es suficiente para no hacerlo. Necesitamos músculo, ahora, antes de que refuerce a sus tropas más valiosas. Yo también hubiera preferido liberar a Energía, pero no sabemos dónde está. —Pongo el dedo sobre el mapa—. Dante sí. Y la experiencia me dice que nuestra ruta de escape no puede ser la de entrada.
Señalo el poblado del noreste. Todas las caras, menos las de Optimismo, han seguido los movimientos de mi mano. La última vez que vieron a Servatrix fue en el poblado, y a Miedo le gusta tener a las mentes separadas. Puede que siga allí.
—¿Qué tal si entramos por el sur del poblado y recuperamos a Servatrix? —digo—. Que el barco nos espere en la playa donde desembarcamos en esta isla por primera vez. Si la huida sale mal, iremos corriendo al barco. Si logramos huir, o Servatrix no está, seguimos la cordillera hasta Dante y bajamos hasta el barco como pensábamos.
—Servatrix sería de gran ayuda —dice Madurez—. Es la más sabia de todos.
Miro a Optimismo, que sigue de pie, muy tenso. Respira de forma agitada, y su cara es pura convulsión. Parecía que iba a decir algo, por un momento pensaba que iba a llorar, ahora a gritar... Cierra los ojos, y agita los puños. Se marcha. Su pescado sigue en cubierta, yo lo recojo, se lo ofrezco para quien lo quiera, y como imaginaba que no querrían, lo lanzo al océano.
—Podría funcionar —dice Eissen—, pero es muy arriesgado.
—Yo tampoco quiero arriesgar —le digo—, pero en la situación en la que estamos, todos los escenarios son malos. —Miro a Madurez—. Cariño, sólo quiero que votes que sí si de verdad te sientes preparada. Hay mucho en juego.
Madurez me ha escuchado, y por su mirada, se nota que dentro de su cabeza se tienen que estar sopesándose infinitas variables. Eissen asiente sin mirar a nadie, me da la sensación que para convencerse a sí mismo.
—Voto que sí —dice Eissen.
—Ic ic —dice Imica.
Tomo las palabras de Imica, y las de Nina con ella, como un sí.
—No me fío de Dante —dice Orfeo—. Sólo dará problemas.
—Yo sí —dice Madurez, me mira—. Creo que esta vez hará lo correcto.
—Y yo me fío de Luchadora —dice Iloa—. Si ese tío es tan fuerte como ella lo describió, morirán algunos de nosotros. Pero él, solo, compensará las bajas sin problema.
Falta Optimismo por votar, y no sabría decir si lo tiene decidido. Aún así, serían seis votos a favor frente a dos en contra. Esta vez, yo estoy en la mayoría.
Preguntan a qué hora hacerlo, y Madurez dice que por la noche. Yo difiero. Tendríamos que hacerlo ahora mismo, después de asegurarnos de que todos sabemos qué parte cumplir en todo esto. Miedo espera que, de atacar, lo hagamos por la noche. Si estamos en el poblado por la tarde y vamos a por Dante directos, no llegaremos al barco hasta la noche cerrada, y el cansancio jugaría un papel importante. Les quiero frescos. Quiero concretar ya los equipos y el plan de acción con el resto, sobre todo con Iloa, y pienso repasarlo hasta que todo esté más que claro.
Madurez se levanta, y se coloca a mi lado. Me dice que cree que puede recuperarle de verdad. Que no dejará de intentarlo hasta que muera.

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