—Podríamos no hacer nada —dice Optimismo—. Nos vamos a casa e intentamos vivir tranquilos.
—Inténtalo tú —dice Luchadora—. Aún estás a tiempo.
Optimismo se encoge de hombros, y con eso, sus codos marrones se hunden más en la tierra. Para ver a los dos necesito mover la hoja grande que hay entre ellos y yo, y no hay manera de sujetarla con mi cuerpo, de poner la cabeza recta y sujetar el tallo con ella, se resbala por la nuca y vuelve a aislarme. Esta hoja para el viento caliente que sopla y lo desvía a mi cara, así que aún tengo más calor, y eso es malo para la irritación en el pecho, que por más que me rasco, me pica cada vez más, y la plancha de metal que nos dio Iloa me da aún más calor y me roza más con la piel, lo empeora todo. Y huelo mucho a humedad, a sal. Optimismo ha dicho otra cosa y Luchadora le ha contestado, pero no les he entendido. No culpo a Luchadora por hablar con él, de buen rollo, sin rencor ni esas cosas... es lo correcto. Necesitamos a Optimismo de nuestro lado igual que necesitamos a todos. Pero no lo vive igual el que tiene la lanza que el que recibe la puñalada, y yo vi cómo el cuerpo de Epón se partía en dos, delante de mí. Para mí, Optimismo era la imagen viva de la seguridad. Era el mejor de todas las mentes. El cuchillo negro de Stille sigue bailando en mis manos, y brilla porque ha cogido su sudor. Optimismo se da la vuelta y se gira hacia Eissen, que ahora mismo está hablando con Iloa sobre los animales controlados por Energía que están más cerca.
—Si me marcho, os engañará —dice Optimismo.
Seguro que Eissen no le ha escuchado, porque sigue hablando con él, e Imica está con ellos, callada. Por tercera vez, Eissen nos pide que nos pongamos a cubierto. Los pájaros de Energía están muy alterados, ahora que el barco ha cambiado de ruta por primera vez en mucho tiempo, una jugada buenísima por parte de Luchadora, porque así Miedo está más pendiente del barco que de un grupo de cinco personas que vayan a darle por saco desde tierra. Miro hacia atrás, para comprobar que seamos cinco. No sé contar... somos seis. Desde esta postura, con las piernas contra el pecho, noto las telas que Iloa me dio, en el bolsillo. Espero que Nina y Orfeo se sepan entender bien y lleven el barco a donde les pedimos, que no lo encallen ni lo estrellen contra alguna roca... navegan lejos de la isla, sí, pero no lo están tanto de las corrientes que les harían perder el control como nos pasó a nosotros. Optimismo todavía está mirando a Eissen, con cara agresiva e incómoda, y diría que Eissen le ha visto, pero le está ignorando.
—Oye —dice Luchadora—. Gracias a él, tú estás aquí.
—Yo no pedí ser recuperado. Seguro que trama algo y quiere que yo lo presencie.
—¿Seguro que estás aquí por él?
—Ya te he dicho que no mataré a Dante —dice Optimismo.
—Me lo has prometido.
—No tientes a la suerte, ¿vale? —dice—. Ya hemos hablado en privado. Si no recuperamos a alguien primero, no os pienso ayudar con Dante.
¿Ahora resulta que, después de tantos años de desplantes hacia Servatrix, Optimismo se ha vuelto un sentimental? Por aquel entonces ya se veía, ¿cómo no iba a verlo?, Servatrix no paraba de tener detalles con él, pequeños gestos, que Optimismo ignoraba adrede, y después Servatrix estaba triste, la he visto tardes enteras triste por su culpa. Supongo que entonces yo no quería verlo, o que pensaba que era algo normal. No es que Optimismo esté trastornado y haya cambiado, siempre ha sido así de amargado y cínico, y su única ventaja al compararlo con Dante es que, al menos, Optimismo nunca nos lo ha ocultado. Todo el resto ha vivido las mismas muertes que él. Trazamos el plan en lo que Optimismo se iba solo, con su enfado a otra parte. Nadamos hacia la costa mientras el barco atraía la atención de Miedo, ayudamos a Luchadora cuando la corriente se volvió muy fuerte, y mientras, él nos seguía desde muy atrás. Como un perro arrepentido.
No le he visto tomar el control de Mentes una sola vez, en lo que yo misma le estoy controlando para preguntar a Helena cómo se encuentra, ahora que estamos en casa juntos. Le pregunto en alto y delante de todos ellos qué necesita, para que no necesite levantarse, más que para lo indispensable. Le pregunto qué canal de televisión quiere ver. Le pido que me pida cualquier cosa, y cuando llegue la hora, aunque a la vez tenga que recuperar a otra mente del control de Miedo, voy a ayudarla a acostarse para que no malgaste ni una sola de sus fuerzas. Nunca antes había tenido control tan de seguido desde que Miedo acabase con toda nuestra familia. Luchadora, a mi lado, me sonríe, juraría que el color morado de sus ojos ha cambiado desde hace unas semanas. Siempre fue un morado denso, agradable, pero distante. ¿Es posible que el morado pueda ser un color cálido? Optimismo, sin embargo, ni siquiera me mira. No me ha dicho nada desde que volvió a ser él.
—¿No tienes nada que decirme? —digo.
Lo he tenido que repetir dos veces, hasta que se ha dado por aludido y se ha dignado a mirarme. Luchadora nos mira, en medio de los dos.
—No sé de qué me hablas —dice.
—Desde que has vuelto no me has dicho ni una palabra. Y lo último que me hiciste me hizo mucho daño.
—¿Protegerte? —dice él.
—Estabas desquiciado.
—No tengo nada que comentar.
Pues no comentes nada, tampoco es que quiera obligarte. No pienso ni bufar en alto, como he estado a punto de hacer, no lo merece. Iloa y Eissen ya han decidido la ruta exacta por la que evitaremos a Energía, ellos dos ya han comenzado a caminar entre los árboles de la jungla. Todos estamos empapados, en un par de horas será de noche, y olemos fuertemente a sal... Eissen tendrá que trabajar el doble de duro para ocultarnos del olfato agudo de los animales de Energía en la jungla, también para ocultarle los latidos de Imica y Optimismo hasta que Iloa consiga más planchas de metal. Cuando ha pasado por delante de mí, se estaba limpiando una gota de sangre que caía de su nariz. Luchadora, apoyada en una rama rota un poco endeble, me deja pasar primero, yo quisiera ayudarla a caminar, igual que Mentes trae agua a su madre, pero me dice que estará bien. Helena pide ayuda, por primera vez en su vida. Deja que Mentes friegue, que ponga y recoja la mesa. Aunque el trabajo sea duro y mentalmente agotador, es increíble cómo su cuerpo, que nunca ha sido de ir al gimnasio ni hacer deporte, responde a los viajes que le obligo a hacer, como si no supusieran cansancio. La vida de Mentes se ha parado desde que se enteró del cáncer, aunque viva agobiado. Hace pocas horas le enviaron un mensaje, una cena organizada por antiguos alumnos del instituto, a la que ha tenido que rechazar porque llegaría tarde después de las pruebas que debe hacerse Helena ese día, y así ahorra todo el dinero posible para su tratamiento.
Mientras caminamos, escuchamos pájaros arriba, y he visto varios monos moverse rápido entre las ramas, pero si Eissen está tranquilo, también lo deberíamos de estar nosotros. A Eissen le sienta bien esa barba, no sólo porque el castaño combina bien con el color de su chaqueta rota, es por... no sé. Desaparece durante un año para volver, como un náufrago, caminando por esta isla como si fuera suya. A su lado, Iloa acaba parándose debajo de unos arbustos, parecidos a los helechos pero con tallos gordos y se convierten en hojas gigantes, perfectas para cubrirnos debajo, y aunque aquí no sopla viento, hace incluso más calor... me quito con la manga el sudor que me cae a los ojos, o puede ser aún agua del mar. Podemos ver el antiguo campamento de los Mutoragan, pero hay que apartar las hojas y tenemos que hacerlo con cuidado, no hay buena visión, tampoco, porque los árboles tapan mucho y la niebla lo difumina todo, pero estamos bien, estamos altos, vemos lo suficiente. Antes este lugar era el más seguro de toda la isla, y ahora es todo niebla, igual que en todas partes, mucha niebla y muy densa, muy oscura, y abajo ya no hay amigos. Salen un montón de sonidos agudos del campamento, y está muy diferente, no sé, lo veo... raro. ¿Mucho metal, quizá? También los árboles. Se han talado todos los que había cerca del campamento, y ahora hay mucha distancia entre la jungla y la barricada.
—Miedo está construyendo algo aquí —dice Iloa—, un astillero, parece. Quiere construir un barco, uno grande. Ha destruido todas las chozas... también la de mi Nulkama.
Cuando miro a Iloa, tiene los ojos cerrados, y no parece que quiera abrirlos pronto. Claro... ahora que Miedo no puede exprimir a Inconsciente, necesita transporte, y los sonidos agudos son los martillos golpeando el metal. Ni una sola palabra, tampoco gritos, entre los que trabajan, ni el llanto de un niño como el de Iloa. Un gorila robótico entra en el pueblo con dos cajas apiladas en los brazos, para soltarlas con poco cuidado cerca de la puerta. No puedo distinguir quiénes de los enanos que conozco están abajo trabajando, y al parecer Luchadora, a mi lado, tampoco. No estamos cerca, y la niebla no ayuda a distinguir nada, sólo veo, y porque he estado allí abajo y conozco el terreno, las grietas y agujeros que los tentáculos de Miedo hicieron hace poco cuando atacó y poseyó a todos los inocentes que llevaban ocho años resistiendo... ocho años, posiblemente porque él quiso. Todo parte de su plan estúpido de matar a Mal.
He recordado perfectamente el gran ojo de Mal clavado en mí. Estuvo dentro de mi madre. Convivió conmigo mientras empecé a vivir. El cuerpo se me sacude con un escalofrío.
En realidad, la falta de comunicación es algo bastante común en este mundo. Luchadora me ha dicho, más de una vez, que Razón, Servatrix y Erudito no eran mucho de hablar las cosas con los demás, pero los padres de Mentes tampoco lo han sido, nunca comentaron con él nada, ni siquiera aquella vez que unos ladrones entraron en su casa, cuando Mentes ya vivía fuera y yo era pequeña. Todas las veces que he encendido el teléfono y he seleccionado el contacto del amigo de Mentes en Alemania, una mente de Miedo lo ha apagado y lo ha lanzado lejos. Yo tampoco puedo hablar sobre eso, me da vergüenza ahora que lo pienso, todo lo que mentí sobre Orfeo. Así es imposible que prosperemos.
En el campamento veo un color diferente entre todo lo gris, ¿es quien yo pienso? Toco el hombro de Luchadora varias veces, le meto prisa para que vea entre las hojas y me confirme. Ella pregunta, yo no puedo señalar, le doy indicaciones, y al final ve a Servatrix, el vestido oscuro que debería ser verde, el pelo que parece blanco... Luchadora confirma. Tal y como ella pensaba, Miedo protege los lugares importantes con una mente. Está saliendo de la barricada... camina rápido, hacia la jungla, escoltada por el gorila de las cajas y varios enanos más. Ya la hemos visto todos. Iloa comenta que podría estar yendo hacia el pueblo.
—Miedo huye —dice Imica—. Mira barco.
—La necesitamos —dice Luchadora—. Es la más sabia de todos nosotros, nuestra líder.
Si ella se sale del campamento para meterse en la jungla, es bueno, ¿no? Habrá menos gente a la que combatir. Optimismo llama a Eissen para verificar que Miedo no sabe que estamos aquí, Iloa le llama también, para que le cuente dónde están todos los vigías por la zona donde deberíamos llegar hasta ella, entonces Luchadora mueve los brazos, los extiende hacia los lados, nos llama y nos dice que nos callemos, nos pide calma. Nos pide que le digamos si realmente queremos hacer esto, porque una vez les ataquemos, vamos a tener que huir. Nadie dice nada, ella espera unos segundos, nos mira a todos, también a mí, y vuelve a hablar, para preguntarnos si tenemos todo preparado, si sabemos lo que tenemos que hacer. Aquí todos dicen que sí, y yo machaco una palma con el puño, para que sepa lo preparada que estoy. Llevo toda la vida preparada para esto. Muy bien, nos dice Luchadora, pues vamos a por Servatrix.
Caminamos deprisa, no tanto como a mí me gustaría. Iloa me agarra de un brazo y me pide que me frene, yo le pido perdón, no puedo evitarlo. Eissen mira de un lado a otro, a veces con los ojos cerrados, y ya es la segunda vez que le veo limpiarse la sangre en la manga, cada vez hay más sangre en esa tela. A veces los pájaros se mueven de un lado a otro, pero pocas veces nos pide que nos escondamos. La tierra resbala según bajamos por la pendiente del camino que estamos creando nosotros ahora mismo. Me limpio el sudor constantemente. Iloa, que empieza a quedarse atrás por su cojera, nos guía con la voz, pero no veo a Servatrix. No está por ningún lado. Optimismo nos adelanta a todos, es Eissen el que le frena y le manda hacer menos ruido, Optimismo le manda a la mierda entre susurros, y Eissen le mira de una forma que hasta a mí me ha hecho sentir pequeña. Optimismo detiene el ritmo, para ponerse a mi lado. Compruebo cómo está Luchadora. Está detrás de todos, más que Iloa, me atraso para ayudarla a caminar, pero ella mueve el brazo para que me vaya con ellos y la deje atrás, dice que ya llegará, pero ese no es el problema. ¿Y si no llega nunca? Pero Luchadora me sigue diciendo, esta vez enfadada, que corra con el resto. Los sonidos de animales ahora son los teloneros del ruido mecánico del gorila que estoy esperando, y los árboles altos y extraños ahora sólo son troncos y raíces con los que no puedo tropezar, y a veces, tengo que usarlos para no rodar cuesta abajo en los escalones, que mi tía, más atrás, se esfuerza por bajar ella sola.
Después de varios minutos escuchándome la respiración, después de saltar el segundo riachuelo, ya se empiezan a escuchar los golpes pesados del gorila cuando camina, por fin. Iloa empieza a darse prisa, aguantando el dolor de la pierna, Optimismo también sube el ritmo, y está empujando a Eissen para que vaya con él. Sólo Imica se queda conmigo, no me mira, ella parece que mira el bosque con el oído, porque con los ojos no está enfocando a ninguna parte. Me daría miedo, si no estuviese de nuestro lado. Miro atrás, y... ya no veo a Luchadora.
Iloa nos para a todos y hace que nos agachemos. A cinco metros de nosotros, cuesta abajo, está pasando ahora mismo el gorila, Servatrix y tres más, acabo de distinguir a Roruk, la Uut, entre los tres. Hay dos robots más al final, uno normal y un escorpión. Imica, a mi lado, hace el gesto de levantarse e irse, yo le cojo la muñeca y tiro de ella inmediatamente, hasta que vuelve a estar agachada, conmigo. Me mira, muy enfadada.
—¿Qué vas a hacer? —le pregunto.
—Mata mona.
Su voz suena amenazante, pero sigo agarrándola. Irse sin avisar fue lo último que hizo Stille antes de que Miedo la convirtiese en un zombi sin voluntad, y no queremos cagarla otra vez. No otra. No, al menos pudiendo evitarlo. Imica no para de mirarme a mí y al grupo que se marcha, probablemente a Roruk. Ya lo dijo mi tía, no volveremos a improvisar.
—Ese gorila robot tiene un punto débil —le susurro, tocándome el centro del pecho—. Clávale la lanza con todas tus fuerzas.
—Subo árbol —dice—, caigo, clavo pecho.
—Eso es. Cuando tú ataques, lo haremos nosotros.
Miro a Iloa y a Optimismo, que me estaban escuchando, los dos están diciendo que sí con la cabeza, e Imica ahora parece mucho más calmada, también yo, ahora que sé lo que piensa hacer. Ella empieza a correr a cuatro patas, sin hacer un ruido, ni un roce de alguna hoja, nada, como si fuera un holograma. Cuando el resto empezamos a movernos para seguir a Servatrix, Imica ya ha desaparecido. Seguimos avanzando a menor velocidad que Miedo, empezamos a dejarles atrás, e Imica no ha empezado el ataque. Veo a Eissen, leyéndole los labios, que pronto otro grupo de enanos que vienen del pueblo van a llegar a este punto. No hace nada de aire, todo es humedad, humedad y zumbido de bichos, el cuchillo de Stille casi se me resbala de lo mojado que está, el pelo se está pegando a mi piel. Las planchas de metal del cuerpo se mueven y hacen que el pecho escueza.
¡Ahí va!
No se ha escuchado, ni siquiera cuando ha caído, y la he visto de casualidad. Imica ha aterrizado en el gorila y lo siguiente ha sido el estruendo hueco, metálico, de la lanza clavada bien adentro. El gorila cae. Servatrix y el resto, con los ojos morados, ven cómo nos levantamos y corremos hacia ellos, el escorpión dispara. ¡Ese es mi objetivo! Cuando me ve y me apunta ya es tarde, un dardo ha pasado por encima de la cabeza, y el metal ha atravesado, para mi sorpresa, la plancha de su cabeza. Seguía moviendo dos patas, pero lo he rematado.
Un estruendo, dos. El tercero a la vez que una bala que ha rozado mi cabeza con un zumbido agudo. Me agacho, me protejo la cabeza, miro a Servatrix, me ha disparado con una pistola. Una pistola de verdad. Imica ha saltado desde el gorila y se ha subido a su espalda, las dos van al suelo. Optimismo acaba de golpear a Pahatu y le ha dejado inconsciente, su pistola se ha caído al suelo. Iloa forcejea con Roruk mientras Eissen rompe el otro robot.
—¡Eissen! —grita Servatrix, con una voz que me abre desde dentro—. ¡Sé que estás aquí!
Imica y Servatrix ruedan por el suelo y no paran de golpearse, Imica le da una patada cuando está abajo y la tira otra vez al suelo. Eissen ha inmovilizado a Roruk por la espalda, le cuesta sujetar, yo saco las telas del bolsillo y anudo fuerte sus muñecas, y aún me faltan los ojos. Pahatu y el otro enano están inconscientes, así que para Optimismo es más fácil anudarles. Servatrix comienza a esparcir la bruma de sus manos, pero su bruma es morada en vez de verde, y de pronto siento... frío. Imica ha empezado a encogerse y la ha soltado. Eissen se retuerce de dolor... yo estoy bien. Escucho la tierra temblar debajo. Los cuervos no paran de graznar, arriba.
Basta.
La bruma se deshacía antes de tocar mi cuerpo, pero ahora lo hace a varios metros a mi alrededor. Eissen y Optimismo ya están bien, extiendo las manos hacia delante para empujar aún más la bruma y que Servatrix no afecte a ninguno de nosotros. Corro hacia Servatrix, hacia Miedo, y me lanzo a por ella, a por el monstruo. He sentido un golpe, el del suelo, arañazos y creo que me ha mordido la cabeza. Optimismo grita cuando la agarra y me la intenta quitar de encima. Servatrix no tiene lengua, tiene un tentáculo morado, y el líquido pegajoso, casi negro, se escapa de entre los dientes y me cae en la cara, se deshace. Todos hacen fuerza con Servatrix, hasta que la levantan y la dejan tiesa entre los tres, mientras deshago la bruma que crea según sale de sus manos. Optimismo le da un golpe con una piedra... inconsciente. Resoplando, guardo el cuchillo de Stille y saco dos telas para sus ojos y sus manos.
Hay que salir a toda prisa.
Iloa está en el suelo, temblando por intentar levantarse otra vez, nos está enseñando un dardo que tiene en la mano. Mierda... el escorpión le ha dado. Los cuervos están graznando muy fuerte, veo varios ojos morados brillantes de Energía observando desde la oscuridad entre las ramas. ¿Qué es eso? Estoy escuchando sonidos de metal y cuerpos cayendo.
—¿Qué hacemos con el resto? —dice Eissen.
—¿Podemos llevárnoslos? —pregunto.
—¡No lo sé!
—¡Yo tampoco!
—¡Cargad cuantos podáis! —grita Luchadora, que acaba de aparecer por el camino, guardándose la espada—. ¡Yo volveré a alcanzaros!
¡Luchadora...! se escucha entre los árboles, varias voces, las de Miedo. Creo que venía desde dentro de la tierra, muy potente. Se ha debido de escuchar en toda la jungla. Luchadora no se siente más pequeña después de oírla, mira alrededor, con cara de pocos amigos, y nos mete prisa para que carguemos con los cuerpos.
Imica empieza a arrastrar a Roruk, pero Eissen dice que mejor que la arrastre él, porque está consciente, así que Imica carga con Iloa, que pide que no le arrastre, pero lo hace igualmente. Optimismo coge a Pahatu y al otro enano, me señala a Servatrix con la cabeza, manteniéndome la mirada un par de segundos, y comienza a correr marcha atrás. Cojo a Servatrix desde atrás y por las axilas, mientras de la tierra ya han comenzado a salir tentáculos que he deshecho levantando el brazo hacia ellos. Luchadora me ayuda a colocarme el cuerpo mejor, y Eissen, que me estaba esperando, ha empezado a concentrarse mucho y ya no se limpia la sangre que cae a goterones de su nariz. Los tentáculos siguen saliendo, pero en una dirección diferente hacia la que huímos, y algunos incluso golpean el suelo, a la nada o a los árboles. Los cuervos no paran de graznar, pero no hay ninguno sobre nosotros. Mientras, rebusco entre las muñecas atadas de Servatrix y coloco la mano sobre la marca cerca de su muñeca izquierda. Cargo todo el cuerpo sobre el brazo derecho y lo estiro hasta tocar también su cuello. A veces se me va la vista, pero no me importa, esto es lo que soy, mi responsabilidad. Se lo debo, a Servatrix le debo mucho más que todo esto. La mano me arde, sale humo de entre los dedos, huele a carbón, el aire sopla caliente, Luchadora me tira del brazo y me guía mientras me concentro en esto. Casi me caigo. Escucho cuervos y tentáculos, pero no están cerca.
Cuando todos paramos, yo pierdo el equilibrio, y Luchadora no puede mantenerme ella sola. La presencia de Miedo... ya no la siento. Todos me apartan de Servatrix, revisan su brazo con ooohs y aaahs, luego Luchadora chasquea los dedos delante de mí. Lo que no entiendo es por qué lo hace. Yo quiero apagarme... Me están haciendo preguntas. ¡Así...! Así no puedo apagarme. Es... como un mal sueño. Ellos no paran de chasquear los dedos, de decirme cosas. Me he apagado otra vez, pero ellos aún siguen haciéndome preguntas. Me dicen también que no me duerma.
—Bien... estoy bien —digo.
Me siguen haciendo más preguntas, pero se escuchan tan lejos...
—Sí —les digo—. Pronto.
Son sonidos huecos, distantes. Poco a poco, las voces vuelven a su volumen natural, al menos a uno en el que lo que dicen está claro y no hay dos metros de agua que nos estén separando. Me levanto tan pronto como puedo, antes de escuchar bien del todo, me he incorporado demasiado deprisa, así que me quedo quieta mientras espero a que la vista deje de ser oscura con rombos grises. ¿Cuánto tiempo ha pasado? Cuando vuelve otra vez todo el verde, arrastro las piernas hasta Servatrix y le miro el brazo. La marca de Miedo ha desaparecido. Cierro los ojos, y apoyo mi frente contra la suya, presiono fuerte, presiono, bien fuerte... Le retiro la venda, la tela está húmeda y no quiero que mis lágrimas mojen su cara. Ya está en casa, con nosotros. Eissen está de pie a mi lado, con los ojos muy cerrados, y los golpes de Miedo aún se escuchan, pero cada vez menos, mucho menos, ni los cuervos. Abro la boca de Servatrix. Es una lengua normal, con dientes normales, y ya no hay nada de la pasta negra. Yo he hecho esto.
—Cariño, ¿cómo te encuentras? —dice Luchadora.
Me hace un hueco para que me siente junto a ella, me arrastro hasta ahí y caigo sobre su hombro. Me pregunta si necesito dormir, yo le digo que no... pero es como si me hubieran dado un martillazo en la cabeza, a no ser que todos estén oyendo este zumbido. Me está abrazando. Me está felicitando. Soy esto, le digo, soy una mente, es... mi deber. No entiendo mi talento, le digo, pero me gusta. Luchadora vuelve a felicitarme. Después de un rato, puedo abrir los ojos, y puedo estar sentada, incluso. Imica me estaba mirando. Luchadora me señala al tercer hombre que acompañaba a Servatrix.
—Leúa es el médico del campamento —dice—, ¿te acuerdas de él?
Sí... el enano joven de la berruga en el pómulo. Está bastante cambiado sin su pañuelo, sin su bandolera con vendas y remedios, y con una pistola al lado, en el suelo, que Luchadora ya tiene que haber inspeccionado. Me piden que, cuando pueda, recupere al médico en primer lugar, para que pueda atender a Servatrix, a Iloa, que sigue tirado en el suelo, y a Optimismo. Espera, les digo, ¿a Optimismo por qué? Lo primero que veo, cuando le miro, es la sangre sobre la piel blanca. Se ha quitado la camisa y se está hurgando en la herida, él solo, intentándose quitar una bala que puedo ver desde aquí, pero que no llega a pillar con los dedos. Le pregunto cómo está, qué necesita, pero él no dice nada, solamente niega con la cabeza, con cara de estar aguantando mucho dolor.
—Tú bien o tú mal —le dice Imica—. Albino mucha sangre.
—Hemos tenido suerte de que haya sido yo el de la bala —dice Optimismo—. En unos minutos me pondré bien.
—Pero no regeneras la sangre —dice Luchadora—. Deja de hurgarte, hasta que recuperemos a Leúa.
Por lo que veo, ninguno más ha sido herido. Me golpeo las sienes, despacio, me toco la nariz para ver si me sangra como a Eissen. Vale. Me acerco a Leúa. Cojo aire y coloco la mano muy cerca de la marca de este chico. Puedo sentir a Miedo dentro de él desde aquí, cómo intenta controlarle pero no puede, porque el cuerpo no responde... Y cuando no responde, en realidad es más fácil. La última vez que intenté liberar a un enano no salió bien, pero no hay ningún lunático mirándome, es mi familia. Puedo hacerlo. No necesito ver para saber que acabo de poner la mano en el sitio correcto, es como una fuerza que me repele, igual que dijo Erudito, que mi fuerza era la opuesta a Miedo, también lo es la de la llave de Núbise, cuando estaba entera. Expulsar a Miedo es como arrinconar a una rata, abarcando más cuerpo cada vez, gastando más energía. Vamos... yo puedo, tengo que seguir. Yo puedo. Echo todo el aire.
Pude hacerlo.
Cada vez que lo hago es más fácil, las manos me tiemblan menos, y esta vez, ni siquiera me he caído al suelo. Pues claro que puedo hacerlo. Después de descansar unos minutos, lo intento con Roruk, que sigue consciente y Miedo sabrá que estamos parados. Con él se hace más difícil, porque en este cuerpo Miedo planta resistencia, pero sin decir nada, ni gritar, sin juegos y sin parafernalia, la esencia de Miedo se va del cuerpo, no necesito mirar el brazo de la marca para comprobarlo, pero lo hago, por si acaso.
Mientras Roruk vuelve en sí e Imica corre a abrazarla, yo recupero a Pahatu. Imica ha levantado a Roruk dos palmos del suelo y está dando vueltas con ella. Luchadora me insiste en que me tome el tiempo que necesite, pero está bien. Servatrix ha abierto los ojos, lo sé porque la están hablando. Cuando Miedo desaparece del cuerpo de Pahatu, ella se ha arrodillado y está abrazando a su hijo. Optimismo se queda con los ojos muy abiertos y mirándome, pasmado, sin corresponder el abrazo, pero acercando su cabeza a la de Servatrix.
—Madre —susurra.
Después, ella ve su herida en el hombro, se sacude, cae hacia atrás y mira en todas direcciones. Empieza a hiperventilar. ¿Dónde están?, dice, nosotros corremos a silenciarla con un sssh gigante. Me levantaría yo, pero he perdido las fuerzas, es Luchadora la que se levanta, y camina hacia ella apoyándose en la rama, Servatrix está muy asustada. Luchadora se queda a su lado, le dice que está bien, que todo está bien, que nos estamos escondiendo de Miedo y por eso no puede gritar. Leúa se ha despertado. Mientras Luchadora cuenta a Servatrix todo lo que se ha perdido, Iloa, casi sin poder pronunciar, le cuenta a Leúa lo que pasa, y que trate primero la herida de Optimismo. Lo primero que ha preguntado Leúa ha sido dónde puede encontrar agua en la que lavarse las manos. Y Luchadora, por su lado, en muchas menos palabras de las que yo sería capaz, ha resumido un año entero de peleas y ansiedad. La cara de Servatrix, según acaba la historia, no mejora, de hecho, lleva llorando casi desde el principio.
—Razón... —dice—. Razón ha... oh, por Mentes... Y Susurro, ¡oh, por Mentes!
Ojalá Mentes fuera consciente de la tragedia que ocurrió. Servatrix, de rodillas contra la tierra, se encorva, encoge los brazos con una mirada que acaba de humedecerme los ojos, hasta que apoya la cabeza en el suelo y estalla a llorar en silencio. Veo cómo tiembla, pero no la escucho ni respirar. Yo tuve la gran suerte de que Dante, gracias a la llave de Núbise, me anticipó que había mentes que se habían apagado, antes de que Luchadora me lo confirmara. Luchadora también me dijo que el primer disparo destrozó la cabeza de Defensor, y luego desapareció Servatrix con un grito, así que esa fue la última imagen que vio... y ahora, que aún estará viviendo esa pesadilla, esto. Para mí es como reabrir las heridas que se habían empezado a cerrar. Todos eran translúcidos, allí, en el mundo de los muertos. No pude tocarles, prácticamente no pude ni despedirme. Sólo me dieron esto. Escurro la gema por la manga, para poder ver bien el brillo rosa tenue de la gema, no sé por qué me la dieron, no sé qué significado tiene. Donde la llave de Núbise siempre me pareció vibrante y cargada de poder, ésta me transmite... paz. Quizá así es como se encuentran los que murieron ahora, tranquilos, esperando vernos resurgir otra vez. Tengo que quedarme con eso.
Servatrix, con la melena revuelta y tapándole la mitad de la cara llena de lágrimas, pregunta si ha estado nueve meses siendo parte de Miedo, algo que Luchadora ya le ha explicado, pero ahora vuelve a confirmar. Servatrix se levanta, busca algo entre los árboles.
—Quiero ser parte de Miedo otra vez —dice.
No he asimilado lo que ha dicho hasta que Luchadora, sufriendo por su pierna, la ha agarrado cuando ya se marchaba corriendo. Yo me levanto también, y Optimismo, que se ha quitado de enmedio a Leúa, empezamos a acercarnos según Servatrix cada vez mueve más rápido los brazos y abre más los ojos... le está costando respirar. Lo dice en serio. Nos está pidiendo que la dejemos marchar, quiere olvidar y ser feliz, dice, dejadme volver con él, dice. Incluso lo ha gritado, ¡llevadme para ser parte de Miedo!, después Eissen se ha tensado mucho y ha cerrado mucho los ojos. Luchadora la ha tirado al suelo de un empujón violento. Servatrix está quieta, mirando fijamente cómo mi tía se acerca a ella, con aspecto amenazante. Activa su rubí una vez, y tanto la pierna como el costado comienzan a brillar rojo por debajo de la ropa y la armadura, se agacha frente a ella, y se queda muy cerca, mientras la señala.
—Eres una cobarde —susurra—. Escoria... desagradecida... —Su rubí ha empezado a temblar con brillos muy fuertes—. ¡Me das pena! ¿Tú no quieres sufrir? ¿Tú?
He tenido que ponerme en medio porque pensaba que iba a darle un puñetazo. Optimismo agarra a mi tía por la espalda y la levanta, poco a poco, le cuesta. Él está llenando de sangre una parte de su armadura. Pahatu acaba de despertar y está hablando muy alto, le mandamos callar, mientras separamos a Servatrix de mi tía todo lo posible. Luchadora le pregunta a Imica si Roruk, con las indicaciones correctas, podría llevar a Servatrix al barco, y superar la corriente nadando. Eissen camina hasta Imica para explicarle la ruta que tiene que tomar, e Imica, en lengua Uut, se lo dice a Roruk, que dice que sí como si fuera un militar de los del mundo de Mentes. Pronto será hora de que tanto Mentes como él se vayan a la cama, esta noche que es la única en la que Mentes podrá dormir bien y descansar de las otras seis.
Leúa ha logrado sacar la bala, gracias a la regeneración de Optimismo, que cerrará la herida en pocos minutos. Pahatu está con Iloa. Servatrix está en el suelo, aún con las lágrimas, que mojan los mechones de pelo sobre la cara. Está temblando. Le aparto a un lado la melena.
—Vi a mi madre —le digo—. Está con ellos, con Razón... con todos. Están bien.
Servatrix me ve como si hiciera años que no lo hubiera hecho, distingo la sorpresa, luego, una especie de alegría, me mira de arriba a abajo, tiene la boca abierta, no me lo dice, pero yo sé que quiere decirme lo mucho que he crecido. Quiere abrazarme, pero casi no se mueve, tengo que acercarme yo, y aunque sus brazos casi no aprietan, yo sí lo hago con los míos. Te he echado mucho de menos, le digo, también le digo que por favor, se quede con nosotros. Te quiero mucho, le digo. Servatrix me aprieta un poco más contra sí, todo lo que sus brazos pueden, seguramente. Sus ojos verdes me miran pero no se quedan quietos en un mismo punto. En cuanto me suelta, sus manos vuelven a temblar. Imica y Roruk la levantan, Imica dice ser tú quién, Servatrix no le contesta, simplemente me mira, está cabizbaja. Rota. Mira a Optimismo antes de irse, camina hasta la herida de su hombro y, extendiendo la bruma esmeralda que sale de sus manos, rodea con ella el cuerpo de Optimismo, y su herida acaba de cerrarse en pocos segundos. No dice nada, tampoco lo hace Optimismo. Luego se marcha con Roruk cuesta abajo, hacia la costa donde aparecimos por primera vez... y se pierden en la niebla. Mientras Luchadora vuelve a sentarse, veo a los tres enanos, juntos. Pahatu le ha preguntado por su hijo. Iloa no ha contestado. Esas miradas...
—Perdonad a todos por el espectáculo —dice Luchadora.
—Da igual —dice Optimismo—. Querías que fuéramos a por Dante, pero no sé si están los ánimos como para enfrentar a ese monstruo.
—Yo puedo —les digo.
Todos me están mirando. Me pongo de pie, me golpeo la parte de arriba del pecho como un gorila. Tengo fuerza, puedo hacerlo. Cada vez es más fácil. Ahora se miran entre ellos, Leúa va a por hierbas para Iloa, Pahatu pregunta qué está pasando, Eissen dice que puede aguantar, si no pierden demasiado el tiempo, aunque pregunta cuánto nos va a costar. Unas dos horas y media desde aquí, dice Iloa, casi balbuceando. Leúa vuelve pronto con un puñado de flores y pide a Iloa que las mastique sin tragar. Iloa no parece contento con la idea, como si ya lo hubiera hecho antes, pero se las mete dentro igualmente. Lo siguiente es la planificación de ruta y todo eso. Una estrategia para vencerle, siendo los ocho que estamos, y cuatro de nosotros midiendo la mitad. Los únicos guerreros de verdad que hay aquí son Optimismo y Luchadora, y Luchadora está jodida. Ella dice que le hiramos todo lo que necesitemos, que con su fuerza bruta puede con todos nosotros aunque nos echemos encima de él. Cansarle y desgastarle, romperle la espada incluso, dice, que ya Servatrix le regenerará con sus poderes... pero sobre todo, no le miréis a los ojos, nadie, nunca, porque Miedo conocerá nuestra alma, no lo hagáis ni siquiera cuando le logremos recuperar.
—¿Y si es imposible? —dice Eissen—. ¿Y si no podemos recuperarle?
—Huiremos como podamos —dice Luchadora.
—Le matamos —dice Optimismo.
Sus dos frases se han pisado entre sí. Los dos se han evitado las miradas y no han seguido con una discusión. Al final, Eissen opta por un ya se verá, conciliador entre las dos partes. Leúa carga con Iloa en la espalda, que ya empieza a sentirse mejor, y llama a Pahatu para que vaya con ellos, mientras Pahatu, cabizbajo, arrastra los pies, palpa su lanza. La tira un par de metros por delante de él, y luego hace fuerza para desencajarla de la tierra. Imica, Luchadora y yo vamos detrás.
—Dante mala —dice Imica—. Mente vieja grande, hace trampas.
—Hace mil años mataron a su familia —digo—. Me secuestró como parte de su venganza.
—Fuerte Imica entiende. Pero Dante mala.
El viaje hacia la cordillera se hace más sencillo de lo que esperaba. Miedo, que sólo la conoce desde arriba, por los pájaros de Energía, no ha protegido un pasillo que escala en eses la montaña principal y está cubierto por árboles y maleza, en algunos puntos literalmente pasamos por agujeros en la roca, excavados por los antepasados Mutoragan hace mucho tiempo. Un camino pensado para que los enanos lleguen a lo alto de la montaña, en el que en algunos puntos tengo que ayudar a Luchadora a caminar agachada por los agujeros. Allá arriba, lo único que habrá entre nosotros y Dante serán los pájaros de Energía, a no ser que Miedo haya enviado a gente o robots para reforzarle, o le haya cambiado de sitio. Se ha hecho de noche, Helena se está durmiendo en el sofá, y Mentes también tiene sueño. Como Mentes, acompaño a Helena a la habitación, despacio y con cuidado, porque Helena camina medio dormida hacia la cama. Justo cuando voy a acostarla, otra mente me arrebata el control, una de las de Miedo, y despierta a Helena para preguntarle si se ha tomado todas las pastillas, y le ha hecho ir al baño para contarlas. Como ha tenido que volver a empezar, Mentes le ha metido prisa de malos modos, y cuando Helena ha cerrado la puerta para volver a vomitar, Mentes ha girado los ojos y se ha cruzado de brazos. Es irónico. Ese que acaba de tomar el control se parecía mucho a Dante.
Cuando llegamos a lo alto de la montaña, tomamos el camino directo hacia la cumbre en la que él vigilaba antes. ¿Por qué me siento de esta manera, tan ligera, tan dispersa? ¿Es la falta de sueño, el cansancio, o el hambre que me ha entrado desde hace un tiempo? Tengo que ser fuerte, igual que Luchadora lo fue conmigo el día que perdimos a todos. Me froto los ojos y me despejo bien, porque si logramos recuperar a Dante le daremos un golpe a Miedo directo en las pelotas. Cojo unas cuantas bayas de las que no son venenosas y se las ofrezco al resto, pero no quieren... con lo que ruge mi estómago. Pues ellos se las pierden... están bastante buenas. Jajajaja... Luchadora me pregunta de qué me río, yo le digo que no es nada. En realidad me acordaba de cuando ella y yo nos peleábamos por comer las bayas en lugar de los bichos asquerosos azules que había en el lago helado. No sé por qué me he reído al pensar en esos días, pero supongo que es mejor que llorar por ellos.
Estoy en ello. Podemos arreglarlo.
Conectamos el camino y empezamos a subir la última montaña, igual que en la excursión de hace unas semanas, hasta que Eissen, que iba el primero, arrastra a Iloa, también a mí, contra la pared de la montaña. Nos dice que nos paremos todos.
—Es Dante —dice—. Miedo le ha movido de sitio.
—¿Dónde está? —dicen.
—Si seguimos por este camino, nos verá. Está en lo alto de la montaña, no en la ladera.
—Conozco la manera —dice Iloa.
Deshacemos el camino que hemos hecho para improvisar otro, un rato después, que nos llevará solamente a la cima, separada de la ruta principal. Eissen nos ha hecho parar dos veces detrás de los arbustos cuando los cuervos de Energía podrían habernos visto. Comenzamos a subir bastante, desde este lugar se puede ver el glaciar que hay no muy lejos del pueblo, y también veo la cima, donde, gracias a su gabardina blanca, sé que Dante está allí. Hemos llegado a un punto en el que es difícil acercarnos más, a unos doscientos metros de él. Eissen, que no necesita ocultarse, dice que está dando vueltas sobre sí mismo cada varios segundos, barriendo toda la montaña desde ese punto, y tiene con él a varios robots escondidos. Propone inventarse ruidos que saquen a los robots de su escondite, y luego provocar visiones en Dante para que se movilice cerca de nosotros. Si le sorprendemos, podríamos tener una oportunidad. Para cuando vengan los robots, ya estará todo hecho. Todos sabemos que será más difícil que eso, pero es algo.
En esta montaña, casi todo son flores. Hay algunos arbustos y rocas, pero son pequeños, así que si queremos avanzar, tendremos que hacerlo de uno en uno, de cobertura en cobertura, cuando Dante, pequeño y en la punta de la montaña, se gire hacia otro lado. Eissen camina despreocupado entre las flores, y con gestos, nos indica dónde va a llevar a Dante, por lo que tendremos que escondernos en los escondites cercanos que está señalando con la mano. Vale, perfecto. Imica e Iloa son los primeros en avanzar. Luego, lo harán Pahatu y Leúa. Luchadora le ha pedido a Optimismo que sea el siguiente. Cuando Eissen nos indica, a lo lejos, Pahatu y Leúa corren hacia las rocas más cercanas, mientras Imica e Iloa van de las rocas hasta los arbustos siguientes. Luego, Optimismo toma otro camino y se esconde junto al único árbol que hay, de tronco blanco, seco y sin hojas, prácticamente muerto. Cada vez, Eissen está más oculto entre la niebla, la luna no le ilumina.
—Madurez —me llama Luchadora—. Por si no saliera de ésta...
—No digas tonterías.
—En su torre casi me mató, y yo estaba en plena forma.
—Para.
—Sólo quería decirte cuál debería ser nuestro próximo objetivo, lo he estado pensando.
—¡No!
Le señalo con el dedo, desde muy cerca, tanto que mi cara de enfado tapa la suya. Ella se ha callado.
—Si me lo dices —digo—, te vas a relajar. ¡No te mueras!, ¿me has oído?
Me sigue mirando, seria, y no dice nada.
—Ni se te ocurra —digo—. Y ahora vamos a tender la trampa a ese imbécil.
Es muy borroso, pero he distinguido el gesto de Eissen. Las dos caminamos todo lo rápido que podemos, mientras Pahatu y Leúa avanzan hacia los setos, e Imica e Iloa hacia la cobertura siguiente. Eissen se ha perdido entre la niebla. Estamos preparados. Soplo, cojo aire, soplo, cojo aire otra vez. Luchadora me dice que sienta el kunai de Stille como si fuera parte de mí. Que es una extensión más de mi cuerpo. Que todas las ganas de recuperar a Dante se conviertan en acciones para recuperarle. Me dice que me mantendrá a salvo todo lo que pueda, y que siempre que no ordene la retirada, habrá esperanza de triunfar. Soplo, despacio. El cuchillo de Stille, como parte de mí. Cojo aire.
Ruidos metálicos en la oscuridad. Soplo despacio. Si Eissen va a mover a Dante junto al árbol, le tendremos rodeado.
Siento el cuchillo, su forma, su dureza. Cojo aire.
En la cima hay movimiento, he escuchado un disparo de la espada de Dante. Soplo despacio.
Más ruidos metálicos, y nada más. Cojo aire.
El viento sopla muy frío, y aún estoy húmeda y huelo a sal. Soplo despacio.
No escucho nada. Cojo aire.
Luchadora me acaricia. Soplo despacio.
Dante no está. Cojo aire.
Puedes hacerlo, dice, soplo despacio.
Escucho pasos, cojo aire.
Los pasos se acercan, soplo.
Está aquí, aire.
Es muy fuerte, soplo.
Pasos, aire.
Nada, soplo.
Nada, aire.
Luchadora se levanta. Soplo. Yo me levanto también. Casi no puedo ver. Dante está junto al abismo más allá del árbol, gabardina blanca, Optimismo le espera oculto, muy cerca. Luchadora me toca el brazo, me guía mientras caminamos, muy despacio. No usa su bastón, pero su rubí casi no brilla. Me cuesta coger aire sin hacer ningún ruido. Imica e Iloa, detrás Pahatu y Leúa, se aproximan, muy despacio, mientras Dante está asomado al borde y mira hacia abajo, a veces levanta su espada, dispuesto a disparar, pero no debe de ver el tiro claro. Eissen también está con nosotros. Dante parece nervioso... no le tiemblan las manos, como a mí. Luchadora está conmigo. Lo están todos, avanzamos hacia él despacio. Ruidos metálicos, lejos.
Dante se gira, de pronto, y con él, me parece haber escuchado un trueno a lo lejos. Su iris blanco se refleja en la luna, y me está mirando a mí... a mí, a los ojos. Sólo tiene un ojo. Morado y blanco.
La tierra tiembla con sus pisadas. Dispara dos veces, y Luchadora detiene los dos, iban a matarme, al pecho, Luchadora se coloca delante, Dante corre y carga, su golpe es tan rápido que todavía veo la trayectoria blanca, Luchadora sale volando. Los enanos le agarran el brazo, Dante les ataca con todas sus fuerzas, no da a ninguno, luego se vuelve a girar hacia mí y golpea desde arriba, ya está, va a darme. Optimismo me empuja.
He escuchado sus huesos al partirse, siento la sangre caliente en la cara y la ropa. El grito de dolor, el de rabia de Dante, le ha roto el hombro y la clavícula desde arriba. Optimismo se arrodilla en el suelo, con la espada clavada aún medio palmo en su cuerpo, su maza está en el suelo, y la vida se le empieza a escapar por su mueca de sufrimiento. El kunai es parte de mí. Me levanto rápido, ¡grito, clavo el kunai en su cuerpo! Dante se retuerce, sin su espada, Imica le trepa desde atrás y le clava la lanza cerca del cuello. Iloa se la clava entre las costillas. Su grito de dolor. Abre la mano y llama a su espada, pero Optimismo la está agarrando con las fuerzas que le quedan y le está haciendo cortes pequeños, aparece Luchadora, envuelta en brillo rojo, ataca dos veces a Dante, al que están agarrando y le cuesta esquivar, pero al tercer ataque de Luchadora, Dante ha agarrado a Furia con la mano. Corro hasta su brazo izquierdo, y pongo la palma sobre la marca de Miedo. Me agarro bien.
Vuelo lejos, de un manotazo. Me da igual el dolor, corro de nuevo a por él, ha golpeado el costado de Luchadora, le ha quitado la espada, y la ha lanzado contra el árbol. Corre con Furia a clavársela en el pecho. Todos le agarran de brazos y piernas, pero no pueden pararle. Luchadora pone la pierna entre Dante y ella, agarra con los brazos tiesos la guarda de Furia, pero está empezando a ceder y se clava en su armadura. Dante sonríe. Cojo su brazo y empiezo a deshacer su marca. ¡Aguanta, tía! ¡Aguanta, por favor! ¡Puedo hacerlo! Puedo hacerlo, Miedo está en su cuerpo, es poderoso, como él, pero tengo que poder hacerlo. ¿Por qué no noto progreso?
Otro manotazo, voy al suelo. Ha empujado a todos y ahora está a solas con mi tía. La golpea a ella también, ¡se queda expuesta! Va a clavar la espada, entonces, se queda quieto. Están los dos quietos. Busco en mi bolsillo la mitad de la llave de Núbise, ¡dame tu energía, por favor! ¡Cueste lo que cueste! Todo es blanco, todo es dolor, el brazo me quema, es pura energía... ¡Tía! Corro, salto sobre Dante, aprieto la gema contra su cuello, agarro la marca de Miedo y no pienso soltarla nunca. Pulsos de energía, explosiones dentro de mí, años y años de historia, montañas deshechas por el océano tras el paso de un milenio, Los Creadores me miran y sonríen, pero no tienen boca para hacerlo. En un pliegue oculto de la historia, Dante grita y salta rodeado de cientos de personas, pero él casi no puede verlas, y ellas no pueden oírle...
He caído al suelo cuando Dante lo ha hecho. Toda la humedad en el cuerpo, el calor, el frío, el olor a sal... han desaparecido. Ni siquiera me siento cansada. Estoy entre la tierra blanda, junto a un charco en el que veo mi reflejo. Mis pelos flotan un poco, como si, sólo en los segundos impares, se sintiesen ingrávidos, igual que los de Dante durante todo ese tiempo que pasé en la jaula. La mitad de la piedra crea chispazos alrededor de mi brazo que me siguen quemando el cuerpo. Es una sensación... Dolorosa. Peligrosamente adictiva.
Luchadora, con la piel entera de rojo, me da la vuelta, me sacude y pregunta por mí de forma insistente, estoy bien, le digo, estoy bien. Los tentáculos aparecen por toda la cumbre, algunos golpean el suelo donde no hay nada. Hay pájaros revoloteando cerca, las máquinas corren allá de un lado para otro. La niebla se arremolina alrededor de todo el lugar.
—Ignorad a los tentáculos que hay cerca —dice Eissen—. No les hagáis nada.
Leúa está con Optimismo, que está sangrando mucho, cogiendo aún la espada de Dante, desesperado, gimiendo de dolor. Optimismo me ha salvado la vida. Quiero ver cómo está, pero antes necesito comprobar que Dante no siga teniendo la marca de Miedo. Descorro la manga de su gabardina... efectivamente. Con el brazo aún humeante, ya no hay ningún rastro de la marca, sólo una pequeña señal, como la de una herida antigua.
Dante ha empezado a reír justo debajo de mí. Una risa grave, pausada, mitad divertido, mitad pícaro. Luchadora le ha enfocado con la espada, Iloa e Imica, que le sangra el labio, le apuntan con las lanzas. Pahatu tiene su lanza y la maza de Optimismo. Dante se levanta poco a poco, mientras se sacude y peina el pelo con su mano, que aún flota un mínimo, como el mío. Una gran sonrisa en la cara, un tajo en el ojo, y el otro, completamente blanco, sin pupila... Es el Dante que conozco.
—¡Por fin! —grita—. Lo de destruir la fábrica y recuperar a Optimismo me pareció de genio, ¡pero jamás hubiera esperado que tú, Luchadora, estuvieras tan desesperada para liberarme!
La sangre de sus heridas ha empezado a teñir de rojo su gabardina blanca. Se arranca el kunai de la tripa, sin importarle la sangre, y me mira. Sonriente. Me guiña el ojo.
—Sabía que podrías, chica —grita—. Lo tenías en tus venas desde el principio.
—¿Es que sabes lo que ha pasado? —digo.
Sus gritos deben de haber sido demasiado para Eissen, porque los cuervos se han reagrupado sobre nosotros y los tentáculos han empezado a aparecer a nuestro alrededor. Dante abre la mano hacia su espada, y esta vez Optimismo no logra sujetarla, vuela y aterriza en su mano. Dispara a tres pájaros, a dos tentáculos, y me pide la mitad de la gema. ¿Qué?, le digo.
—¡La mitad de tu gema, chica! —dice—. ¡Dámela!
No sé por qué lo he hecho. Justo cuando Luchadora estaba preparada para enfrentarse a los robots que ya venían, y los tentáculos eran demasiados, Dante junta las dos mitades de la gema y crea una onda expansiva azul, como un viento extremadamente rápido y corto, y todos los tentáculos, los pájaros, los robots, todo, cae. Los tentáculos se han deshecho. Pájaros y robots se estrellan, rotos, contra el suelo. La niebla no está. Han salido chispazos del cuerpo de Dante, uno me ha dado a mí, y me ha abrasado la pierna. Él también parece cansado... pero todo lo que tuviera que ver con Miedo, a bastantes metros a la redonda, se ha deshecho. Me lanza de vuelta mi mitad de la gema.
—Tengo muchas cosas que contaros —dice—. ¿A dónde nos dirigimos?
—Al barco —digo—. En el norte.
Dante silba, y con un chasquido, Pegaso aparece en el cielo para aterrizar a su lado. Empieza a indicarnos que nos acerquemos al caballo, y Pegaso empieza a ponerse nervioso, pero Dante le susurra que no pasa nada, que pasará pronto, que él y otra persona están heridos y necesitan la atención de Servatrix. Un barco en el norte, dice Dante. Todos tocamos al caballo. Dante también sabe lo de Servatrix. Después, el chasquido.
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