7 de enero de 2020

Uróboros.


Paramos los jabalíes enfrente del pequeño muro que separa la estepa de la parcela de El Círculo. No hay guardias, ni defensa de ningún tipo. Ni rastro de los exploradores. La hierba aquí no es amarillenta, sino morada, y la niebla es muy intensa, oscura. Stille me mira, y no hace falta que me diga nada más, ya sé que llegar hasta aquí ha sido demasiado fácil. Bajo de la montura y me reúno con Madurez pronto, aprieto su lanza contra su cuerpo y le pido que no se separe de mí, bajo ninguna circunstancia. Ella asiente, con esos iris amarillos que reflejan el brillo rojo de los míos, también el atardecer discreto del sol, a punto de ponerse por el oeste y muy mitigado por la niebla. No hay nadie en los alrededores, tampoco asomados en las ventanas de la mansión, por eso reúno a todos en un corrillo. Nos abrazamos todos.
Un año sufriendo se resume en lo que hagamos aquí.
Les digo que no se confíen, que no será fácil. La luz roja que desprende mi cara casi no les ilumina, pero sí marca el brillo en los ojos de todos. Duch pide a todos que permanezcamos juntos, bajo cualquier circunstancia. Seguro que Miedo intenta separarnos, dice Jacob, mientras Social le interrumpe, sólo para maldecir, para decir que matemos de una vez a ese cabrón. Lo repite. Estoy de acuerdo con todos, mi familia. Makato es la última atrocidad que Miedo va a cometer. Miro a Madurez a los ojos y le digo que haga lo mismo que en la torre de Dante, no le pido que deshaga a Miedo de los convertidos, sólo que nos libere de los tentáculos, si alguno nos coge, igual que ahora la niebla se deshilacha cuando pasa cerca de su pelo. ¿Qué hago con Miedo, con el verdadero?, me pregunta. Ya veremos, le respondo.
Nos separamos, sin decir más palabras, nos volteamos al edificio y desplegamos todas nuestras armas. Cuando matemos al que lavó el cerebro a la mitad de nuestra familia, mataré al ser que asesinó a mi padre y a mi hermana. El acero negro de Furia brilla con tonos rojizos. Enciendo la antorcha de la alforja del jabalí, y así lo hace también Jacob, que no tiene arma que desplegar más allá de su única mano. Es el único que no parece convencido con el ataque. Duch también la ha encendido, y con él, las tres lo están. Stille ha preparado todo su arsenal y, menos alrededor de los ojos, no se le ve un centímetro de blanco. Social lleva un arma en cada brazo, y el final del bastón está iluminado. Madurez soporta los chispazos que da la mitad de la llave de Núbise, que quizá también ayude para deshacer la esencia de Miedo. Por mi parte, compruebo que la energía del rubí me permite caminar, y, aunque sigue doliendo, siento las heridas artificialmente recuperadas, como un hormigueo igual que el que sentía Mentes cuando le anestesiaban en el dentista. Ya está... sólo queda entrar. Combatir. Matar.

Coloco el pie en la valla de acero, y por fin deja de moverse y chocar contra su tope. El aire es tan intenso que, incluso empujándola fuerte, debo hacerlo otra vez antes de que el aire la derribe hacia el otro lado. Entramos en el jardín. Los árboles tristes nos miran, pero no dicen nada. Las ventanas rotas anuncian la falsa verdad de que este edificio está desierto, y el sonido de la marea alrededor de la pinza, más allá de la mansión, hace que casi no se escuchen nuestros pasos en las losas rotas. Coordino a todos para que echen un vistazo alrededor del edificio, pegados a la pared, nos asomamos con cuidado por las ventanas. Sólo he alcanzado a ver telarañas y muebles desvencijados a través del cristal roto. Despejado, indico con la mano. Todos lo indican, también. La mitad caminamos hasta el ala oeste del edificio, donde la mayoría de ventanas están tapiadas. No me gusta eso. Y no podemos acceder al jardín trasero, porque el edificio se mete dentro del acantilado. Nos reunimos todos de nuevo cerca de la entrada... nadie ha visto robots, ni tentáculos, ni más presencia de Miedo más allá de la niebla y los agujeros de tierra revuelta que hay junto al muro. Abrir la puerta principal, chirriante, es el siguiente paso. Dentro del edificio, un pasillo negro. Varias telas de araña absorben la luz de la antorcha y proyectan hacia delante sombras intrincadas que tiemblan. Huele a mil demonios, seguramente porque estemos cerca de Miedo. Durante todo este tiempo, no he podido evitar imaginarle, a veces le he soñado. Una vez tenía la forma de mi padre, otra fue un ogro hecho de pasta viscosa morada y podrida. Stille es la primera que camina, adelantada cinco metros, casi no puedo verla entre la niebla que hay dentro y la negror de sus ropas, pero ella, aprovechándose de la luz de la antorcha, me hace un gesto para que no me preocupe, y continúa hacia delante.
Un crujido me pone en alerta. Quizá haya sido Stille, que no la veo ya, aunque me concentro en enfocar el fondo del pasillo. Coloco a Furia en posición de defensa mientras lidero la comitiva por el túnel, aspirando polvo y quemando las telarañas que se han formado en medio del camino. No tengo reparo en acercar la antorcha a la espada y sentirla caliente, porque a mí hace tiempo que no me molesta, y las espadas calientes hacen más daño que las frías. Las patas retorcidas de cien arañas muertas se proyectan en las paredes y el suelo. Mantengo a Madurez pegada a mi cuerpo. Duch acaba de decir que tenemos que estar juntos... no sé si como un reproche hacia Stille o hacia mí, que no la he detenido. Ella es buena es el juego de desaparecer.
Estoy atenta a cualquier ruido. Nada. Sólo el crujir de piedras diminutas bajo nuestras pisadas en este suelo de losas polvorientas. Las antorchas de los de atrás crean figuras extrañas delante, cuando se mueven. Llegamos a las primeras puertas laterales. Hago un gesto a Madurez y a Jacob para que vengan conmigo, otro a Social y Duch para que revisen la otra puerta. Madurez abre con cuidado, luego yo empujo con el hombro e ilumino deprisa el cuarto. ¿Son eso... plantas? Las paredes están llenas de enredaderas, de maniquíes de mimbre, agujeros en el suelo. Es grande, parece un almacén. Veo una puerta al fondo, y las ventanas por las que nos hemos asomado. La niebla también ha invadido esta sala, lo ha invadido todo, y perdura la humedad y el olor a hongo... pero está despejada. Por un momento, he tenido que apoyarme únicamente con el pie izquierdo. Cierro los ojos, según una aguja de dolor sube en el interior de mi pierna. El dolor ha llegado ha despertarse, por un segundo, pese a que siento calor incluso dentro de los ojos.
Miro a Social, que está en la otra puerta, le ilumina la antorcha de Duch, y también se ha girado para mirarme. Despejado, es lo que entiendo del gesto que me hace al mover ballesta y bastón en horizontal.
—Hay un pasillo largo con muchas puertas —susurra Duch—. ¿Qué zona miramos primero?
Su lado es el de las ventanas entablilladas, y me gustaría ver qué se oculta ahí antes de continuar la exploración. Le indico a Duch, con un gesto, que somos nosotros los que nos movemos. Madurez no se separa de mí, tiene los brazos muy tensos y respira por la boca, yo echo un último vistazo, y empiezo a caminar hacia Duch, que espera en el pasillo.
—Conozco a estas personas —susurra Jacob.
Está mirando un cuadro, pintado en lo que parece porcelana, pero con mucho detalle. Hay cuatro personas en el retrato, lo que parecen dos padres y dos hermanos, y uno de ellos, claramente, es Bhimani.
—Yo sólo conozco a una —susurro.
—¿Es posible que les viera en sueños antes del accidente? Cuando éramos jóvenes.
El fuego hace parecer que tiene los iris verdes. Le digo que no lo sé, no lo creo, pero quién sabe. Me sonríe. Incluso en este lugar, es capaz de sonreír y de hacerme sentir tranquila. Madurez me estira del brazo y pregunta qué pasa. Vamos, digo a Jacob, y caminamos los tres de nuevo hacia el pasillo. No hay nada más que ver aquí.
Las dos antorchas que llevamos se apagan, de pronto, la puerta se cierra tan fuerte que el marco alrededor ha crujido. Levanto a Furia y dirijo una estocada a donde debería haber algo, pero no encuentro nada, sólo aire, como la ráfaga que ha soplado de golpe y las ha apagado al instante. Pero es que ha sido eso, un soplido, lo he escuchado. Miro alrededor, busco las ventanas en busca de luz, pero el día ha muerto y la luz de mi cuerpo no es suficiente. Sigo buscando, estoy convencida de que algo vivo nos ha apagado las antorchas. Duch está golpeando la puerta, Madurez también lo hace, su gema ilumina a Jacob, que intenta encender la antorcha con una piedra que guardaba, pero no puede. Duch golpea la puerta con el martillo, pero antes se romperá la pared... la puerta está reforzada.
—¿Qué pasa? —dice Duch, casi gritando.
—¡No lo sé, no se abre! —dice Madurez.
—Duch, ¿dónde está Social? —digo.
Ahora que Duch ha parado, escucho los golpes de Social en la otra sala, solo y sin antorcha, porque debajo de la puerta puedo ver la luz de la última, la que llevaba Duch.
—¡Duch, ve con Social, rápido! —digo.
Unos sonidos hacen que me dé la vuelta hacia la habitación como un resorte. No suenan aquí. Apenas puedo ver la cara de preocupación de Jacob y Madurez con la luz roja que sale de mi cuerpo. Están sonando tambores... Tiro la antorcha al suelo, coloco a Furia en posición completa de defensa y avanzo por la habitación. Pumpum pumpum pumpum pumpum. Golpean los tambores con ritmo preciso. Madurez ha preguntado algo, Jacob ha dicho que no lo sabe. Pumpum pumpum pumpum pumpum. Suenan desde otro lado de la casa, más adelante, hacia el mar. ¡Pum!, escucho desde el otro lado del pasillo, donde Duch intenta derribar la pared de Social, pero no escucho a Social, sólo los tambores. Pumpum pumpum pumpum pumpum. Alguien habla.
Fegu urux ihwas hagam naudiz tiwal raido laguz otalá...
Unas voces guturales, graves, han empezado a cantar, varias paredes a lo lejos.
Fegu urux ihwas hagam naudiz tiwal raido laguz otalá...
Pumpum pumpum pumpum pumpum pumpum pumpum.
—Tía... —dice Madurez—. Acabemos con esto. Por favor.
Ella hiperventila y está temblando, se queja cuando una chispa de la gema brillante se estrella en su muñeca. Los tambores suenan constantes. Pumpum pumpum pumpum pumpum. Fegu urux ihwas hagam naudiz tiwal raido laguz otalá... Pero no escucho los golpes de Duch en la pared, no escucho nada al otro lado de la puerta, ni siquiera veo la luz de la antorcha. Pumpum pumpum fegu urux ihwas hagam, ¿dónde están?, wal raido laguz otalá... ¿Qué hacemos?, pregunta la niña, fegu urux, seguidme, digo, diz tiwal raido laguz otalá...
Pumpum pumpum pumpum pumpum pumpum pumpum.
Fegu urux ihwas hagam naudiz tiwal raido laguz otalá... las voces no se callan, siguen constantes, ni siquiera parece que cojan aire.
Sé que en el fondo de la sala había una puerta, camino deprisa hacia ella, ellos me siguen. Me he tropezado una vez, he tenido que palpar la pared, porque ni siquiera con la luz de mi piel y la gema de Madurez podía verla. La niebla engulle todo en este almacén. Esta puerta está abierta, y cruje como si no se hubiera movido en un siglo. Pasillo oscuro, desvencijado, restos de madera carcomida húmedos, techo agrietado y caído, línea recta oscura, lo único que alcanzo a distinguir, pumpum pumpum pumpum pumpum pumpum pumpum. Los hombres siguen cantando, cada vez con más nitidez, fegu urux ihwas hagam naudiz, sin parar, do laguz otalá, fegu urux, Jacob y Madurez siguen conmigo, wal raido laguz otalá. Puertas en el pasillo que no abro porque no llevan a los chicos, tampoco hacia las voces, pumpum pumpum pumpum pumpum pumpum pumpum.
Abro una última puerta, que me lleva a otra parte del pasillo, bastante más iluminada, fegu urux, iluminación de hoguera, pumpum pumpum pumpum otalá. El pasillo se abre a un jardín trasero.
Pumpum pumpum pumpum pumpum pumpum pumpum.
Fegu urux ihwas hagam naudiz tiwal raido laguz otalá...
Pum.
Paran los tambores, en el momento en el que los tres llegamos al jardín trasero. Hay personas con antorchas, en una mesa. La niebla y la noche ocultan la pinza hecha con rocas gigantes, pero el mar parece truenos de tormenta. Al fondo, un enano tocaba los tambores, ahora inmóvil. Las personas de la mesa redonda, al lado de la fuente, ahora están calladas. El Círculo. Con un soplido de aire, todas las antorchas se apagan, menos la de Duch, que acababa de llegar con Social al otro lado del jardín, y su pobre luz casi no ilumina por la niebla a esas personas, que parecen estatuas. Cojo a Madurez por la muñeca, tiro de ella mientras avanzo despacio. Las personas han abierto sus ojos, al mismo tiempo, ojos morados y brillantes, todos mirando impasiblemente hacia el que tienen enfrente. Dispongo a Furia para atacar.
—¿Dónde está Miedo? —grito—. ¡El verdadero Miedo!
Hay dos luces en el jardín, la de Duch y la artificial de mi cuerpo, que no ilumina. No suenan los tambores, ni hay cantos, sólo veo catorce ojos morados en la noche, ellos y el rugir del mar. Siento cómo Madurez tiembla.
—No hagas que mate a todos —digo—. Sé que me estás escuchando.
Todo sigue tal y como estaba. No se me ocurre otra forma de hacerle salir. Quizá esté en las plantas superiores, o en un sótano. Los catorce ojos comienzan a cambiar, a moverse, giran el cuello todos a la vez y lentamente, hasta que los catorce me miran a mí. Un escalofrío me recorre el cuerpo, y entonces, vuelven a sonar los tambores. Pumpum pumpum pumpum pumpum. Nadie habla. El corazón ya latía con fuerza antes que los tambores. Entre sus ritmos he escuchado algo, reacciono rápido. Madurez se estrella contra mí después de que haya tirado de ella, en el momento en el que un robot de cuatro espadas rozaba la garganta de la niña de una estocada. El robot se ha girado hacia Jacob y le ha cortado el pecho, pero antes de que pueda gritar, Jacob mira al robot, y una explosión de energía sale de su pecho, sin corte alguno, sólo en la ropa. El robot empujado cae, y yo atravieso su núcleo. No hay más robots. Duch y Social corren hacia aquí. Jacob me mira, se mira la mano y el muñón, luego sonríe.
—No he usado la mano —dice—. Tenías razón.
Un estruendo eclipsa su sonrisa. Varios tentáculos emergen del jardín, uno va a por mí. Y me golpea, y me empuja contra el suelo. Pumpum pumpum. Grito, hago pulso con las fuerzas del rubí pero es grande, apenas puedo moverlo. Empieza a convertirse en líquido que va a introducirse en mi cuerpo, no me va a convertir, ¡no lo hará! Logro pegarle un tajo y descubro que Madurez lo ha deshecho en parte desde arriba. Me levanto, y veo a Jacob, estrellado en el suelo por otro, agarrado por la pierna, que comienza a deshacerse por su cuerpo. ¡No! Corro hacia él, otro tentáculo aparece, lo corto, a Duch, a mi lado, también lo han agarrado entre dos, corto uno y Madurez grita que se encarga del otro, Jacob gime de dolor por el contacto con el tentáculo. Pumpum pumpum pumpum pumpum, me agarra otro tentáculo, escucho gritar a Social, también escucho los proyectiles de su bastón, Jacob se retuerce de dolor, pumpum pumpum, mi sobrina me libera, llego hasta él y corto, lo corto todo, pero hay restos líquidos que todavía están sobre él, se queja mientras los aparto de él con las manos, pumpum pumpum pumpum pumpum, escucho a los otros tres gritando y luchando, según aparto el líquido de su cuerpo, Jacob jadea menos, pero aún le sigue doliendo. Pumpum pumpum, gritos atrás, Madurez está siendo protegida por Duch y Social. Jacob tiene los ojos cerrados.
—Jacob —digo—. Venga, levanta.
Sigue respirando y hace mueca de dolor. Aparece un nuevo tentáculo, lo corto, otro me agarra, Social lo ha disparado y Madurez lo ha deshecho de un abrazo, su líquido se desintegra según cae. Duch me pregunta qué hacer. Jacob abre los ojos.
Son morados.
Me alejo de él, el tambor sigue tocando, pumpum pumpum pumpum, arrastro a Madurez conmigo con el brazo, Jacob, claramente con dolor, avanza hacia nosotros, nos arrastra hacia la mesa de catorce ojos morados que nos mira, no puede ser, no, no él, pumpum pumpum, ojos morados, Jacob carga hacia mí. Guardo la espada a tiempo. Cuando Miedo ataca con el cuerpo de Jacob, nadie le golpea, me da dos puñetazos que no he querido parar, me da otros dos que no me han dolido, para darme un tercero que me empuja lejos de las mentes, que siguen luchando en un suelo cada vez más lleno de agujeros, pumpum pumpum pumpum. Alguien me ha llamado. Escucho al océano perfectamente desde aquí, mucho mejor que a los tambores. Estamos cerca del abismo. Jacob me arrastra, al borde de la tierra, donde varios tentáculos se han levantado y parte de la tierra se ha deshecho hacia el agua. Ha recibido un disparo de Social, que ha absorbido y lo ha descargado en la herida de mi pierna, arde, cien colmillos clavados en el fémur. Cuando va a darme un nuevo puñetazo, ruedo, me levanto, vuelvo a esquivarle y le agarro de la cintura. Cojo aire. Le lanzo hacia el abismo. Pumpum pumpum. Ha pasado. He tirado al mar al que dio su vida por mí. Y desaparece, en la oscuridad... No pierdo más tiempo. Esquivo el primer tentáculo y corto otro, corro hacia el resto, con un fuego punzante que no desaparece de la pierna, y grito la retirada. Un tentáculo ha agarrado la lanza de Madurez, la ha tirado, casi me golpea. Duch y Social no dan abasto. Los catorce ojos nos miran, en silencio.
Retirada, grita Duch.
Un tentáculo lejano ha agarrado el tobillo de Social y lo arrastra hacia la oscuridad, un escalofrío me recorre de la pierna al costado. Madurez ha gritado, yo corro hasta donde estaba, pero de él sólo queda la pulsera de madera, doblada en la hierba. Una barrera de tentáculos parte la tierra delante de nosotros y nos impide pasar, son muy gruesos, y no alcanzo a cortarlos. Otro tentáculo ha agarrado a Duch, y Madurez lo ha deshecho a tiempo, luego se acerca a los nuestros y comienza a deshacerlos conmigo, hasta que caen.
Un disparo morado cruza directo hacia Madurez, le da en la cabeza y la empuja metro y medio. La llamo, en gritos. Pumpum pumpum pumpum. Otro disparo, directo a su cuerpo, bloqueado a tiempo por Furia, los otros van hacia mí, detengo dos, otro me golpea. Mientras me levanto veo cómo Social ha disparado a Duch, otra vez a Madurez, en la pierna, y otro disparo vuelve a derribarme. Social, iluminado por la luz de su bastón, lo levanta en el aire y carga un gran disparo de energía, potenciado por el poder de Miedo. Miedo... Una sombra baja del techo, la he visto iluminada por esa luz, aterriza contra él, le golpea. Luego corre hacia nosotros para levantarnos. Es Stille. Mueve las manos, pero no la entiendo. Lo único seguro es que pide que huyamos de aquí. ¿Huir? Yo quiero irme. Chascar los dedos... y que dejemos de estar aquí.
Madurez está aturdida y tiene una herida encima del ojo, pero cargo con ella en brazos, pese al dolor que ni siquiera el rubí es capaz de adormecer. Stille lidera por el pasillo. Duch destruye los tentáculos que aparecen de las paredes con su martillo, según recorremos el pasillo que nos llevará a la salida. Pumpum pumpum pumpum. Escuchamos cientos de crujidos, de los tentáculos que nos buscan por el edificio. La luz de Duch es la única que guía nuestros pasos. Jacob. Social. Pumpum pumpum. Duch deja caer la antorcha para destrozar varios tentáculos tensos que habían formado una pared, delante de nosotros. ¡Relájate!, grita, y con él, Mentes también lo dice, aunque sea de noche, aunque su madre haya ido a acostarse y se hayan evitado desde aquel momento. ¡No te hagas pequeño!, dice, mientras recoge la antorcha después de haber destrozado otro tentáculo. A Stille ya no le quedan estrellas de metal. Tía, bájame, por favor, dice Madurez mientras se guarda la gema en el bolsillo. Puedo caminar, bájame, por favor, dice con una herida en la cabeza. Llegamos al almacén de antes, donde varios tentáculos nos esperan, también varios robots. Planto cara a los robots, que no tienen nada que hacer en la oscuridad, mientras Madurez se abalanza contra un tentáculo y empieza a deshacerlo, pero otro la ha golpeado, de nuevo en la cabeza, pese a deshacerse al instante, y la ha mandado lejos, a los brazos de Stille. Duch ha destrozado el cristal de una ventana y parte de la pared a su alrededor. ¡Por aquí!, grita.
Los tentáculos me han cogido y me llevan al fondo de la sala, donde ya han empezado a deshacerse en líquido. Me arrebatan a Furia. Han cogido también a Duch. Lo último que veo antes de que me cubran por completo es cómo el resto de un robot se arrastraba hacia Madurez.
Hago fuerza con mis brazos, toda la que tengo, pero no es suficiente. El rubí me está fallando, lo he usado demasiado. ¡No quiero dejarla huérfana! Pumpum pumpum pumpum. ¡Muévete, maldita sea!
Caigo al suelo entre los gemidos de Madurez, que, con la sangre de la brecha pasando por su ojo, ha deshecho los tentáculos de esta parte de la sala. Cualquiera que intenta tocarnos, se deshace antes de que pueda hacerlo. Cojo a Furia y rajo la tela de la camisa bajo la armadura, mi piel aún brilla de rojo, y no hay marca de Miedo. Pero Duch, que ha parado de gritar, oculto entre lo viscoso, también ha parado de retorcer sus piernas. Stille, que apuñalaba sin éxito los tentáculos, se aparta. La antorcha ha dejado de iluminar. No está pasando.
—Duch —susurro.
Miedo se retira de su cuerpo. Duch comienza a levantarse, su respiración se ha vuelto mucho más pesada y audible, pese a los sonidos de tambor que aún se escuchan, pumpum pumpum. Ya no lucha por mantenerse grande, ahora está grande y tranquilo, muy grande, empuña el martillo con dos manos y mira hacia aquí. Me acuerdo de su montura, Ánima. Un toro.
Duch carga contra nosotras y lo único que puedo hacer es empujar a Madurez contra el suelo. Nos levantamos y corremos hacia la ventana, donde Duch casi ha destrozado la pared entera del edificio sólo con su hombro. No hay luz, pero por brillos sutiles sé que las escamas de su piel son ahora más grandes. Duch carga de nuevo. Stille ya ha cruzado la ventana con Madurez, yo voy tras ellas, la pierna derecha me falla, un tentáculo me agarra la muñeca, Duch carga contra mí y me da de pleno, los dos caemos, tierra. Aire... ¡Aire! Jadeo en el suelo, ellas me levantan, pero no entra el oxígeno en mi cuerpo. Ha destrozado lo que quedaba de esta pared, y yo estaba en medio. La herida del costado se ha abierto. No puedo caminar sola. No hay rubí que arregle esto. Me deshago de los brazos de las dos, de un empujón, y señalo hacia la salida mientras Duch agarra su martillo.
—¡Marchaos! —grito a Stille y a Madurez—. ¡Marchaos, por favor!
Cuando Duch blande el martillo contra mí, el aire silba y me empuja hacia atrás, sólo de su mero movimiento. Lo mueve de arriba a abajo, y deshace la tierra que pisamos. Es imposible que pueda igualar su fuerza física. Intento olvidar que el dolor existe, la sangre o la costilla... cierro los ojos, y me concentro en el sonido que hace su martillo. Me agacho cuando ese golpe debería haberme partido varias costillas. Me ayudo de los brazos para levantarme en la tierra convertida en arena por su impacto, luego abro las manos, y esa tierra vuela hasta sus ojos. Le hago un tajo en la muñeca, y su martillo cae al suelo. Luego Duch gime y cae, cuando lo que parece un kunai se ha clavado, por un segundo, en su pecho. Stille no se ha marchado, está aquí y me ayuda a caminar hacia la salida. Guío sus pasos, cuando dos tentáculos atacan y nos movemos de forma que podamos cortarlos rápido. Han aparecido más, muy grandes, junto al muro, pero Madurez ha abierto los brazos, gritando, y los ha deshecho a metros de distancia. Stille me suelta y corre hacia los árboles, donde la he perdido. Madurez vuelve para ayudarme, pero digo que no, que prepare tres jabatos, que no han huido porque Jacob les acarició antes de venir. Detrás oigo un ruido fuerte. Duch comienza a cargar contra mí. Stille aparece entonces desde lo alto de un árbol, aterriza encima y le desequilibra, los dos ruedan por el suelo. Aún escucho el pumpum pumpum pumpum. Madurez corre hasta la puerta con los tres animales. Llego prácticamente arrastrando la pierna derecha.
Grito a Stille para que venga. No la veo. Social ha disparado a un lugar, al otro lado del muro. Duch ha golpeado al suelo en la misma dirección. Dos tentáculos arropan a alguien en ese mismo punto.
¡No!, grita Madurez, ¡no!, se lleva las manos a la boca. Un disparo de Social golpea la cabeza de un jabalí, otro impacta en el cuerpo del segundo, que ha huido, bloqueo un tercer disparo, tres más, dirigidos a Madurez y a mí. Madurez sigue gritando mientras los tentáculos se constriñen alrededor del cuerpo de Stille que no podemos ver. Un jabalí muerto o inconsciente en el suelo. Esquivo otro disparo de Social. Aparecen más tentáculos de la tierra. Me monto delante del jabalí, lo espoleo antes de encontrar los arreos, que no encuentro porque tengo los ojos húmedos. Madurez está sentada detrás. Esquivamos los tentáculos que se generan, los disparos de Social que impactan cerca. Una forma negra y pequeña, Stille, nos persigue en mitad de la carrera. Es casi invisible en esta noche sin luna, corre rápido hacia nosotros, tanto que me cuesta ganar terreno con la montura. ¿Y si quiere alcanzarnos? ¿La estamos abandonando? La niebla es húmeda y fría. Los cuervos graznan, arriba.
Madurez tiene la frente tan pegada a mi espalda que es imposible que pueda estar viendo nada. Mejor. No escucho los tambores, pero sí las explosiones del bastón de Social. El jabalí chilla... lo he notado. No ha sido un disparo de Social, porque lo hubiera visto, y con el destello morado de otro proyectil de su bastón, veo un brillo metálico clavado en el costado del jabalí, detrás de la pierna de Madurez. El segundo kunai. Stille ha dejado de perseguirnos corriendo, está de pie, y ha usado su don contra nosotros. El jabalí está sangrando bastante con la herida, noto sus trotes irregulares e imperfectos. No le doy ni una hora de vida.
Miro a Stille, casi una sombra en la estepa, mientras nos dirigimos de vuelta a la cordillera que conocemos. Miro a Stille... y se cae todo.
Todo ha caído.

El jabalí cae, prácticamente muerto, en una de las laderas de la cordillera. No volvemos en el mismo camino que en la ida, tampoco me acuerdo de por qué ladera debía subir. Aún se escuchan los cuervos en el cielo. Susurro al jabalí todo el agradecimiento que siento por habernos llevado hasta aquí, luego clavo a Furia en un lugar del cráneo que es instantáneo y, según dicen, indoloro. Cojo el kunai de Stille, clavado aún en el costado del animal. Lo miro. Lo guardo. La niebla no deja ver nada, más allá de una cueva, no, una especie de desfiladero estrecho que hay a un lado, en la pared. El aire es frío... Los árboles desde aquí parecen tan negros... no hay luna. Las auroras siguen sin venir. No hay nada.
Madurez se rasca el ojo, seguramente limpiándose la sangre seca. Tía, me dice. ¿Qué vamos a hacer?, dice. No puedo ver dónde está el edificio del que venimos, pero un escalofrío entra por el cuello cuando pienso que debo de estar mirando en esa dirección.
Lo único que quería Social era liberar a nuestra familia.
Sin Duch, no me quedan esperanzas.
Jacob... no me quito la imagen en la que le vi muerto, cuando éramos jóvenes.
Stille actuaba sola, pero siempre actuó por nosotros. Por mí.
Madurez me llama, me tira del brazo. ¿A dónde vamos ahora?, dice.
—¿A dónde? —digo—. ¡Yo no quería venir aquí, en primer lugar!
—¡Yo no sabía que iba a pasar esto! Yo...
—¿Y qué creías que iba a pasar?
La niña no contesta.
—Nos enfrentábamos a un enemigo que nunca hemos visto y cuyas fuerzas nos multiplicaban por cien —digo—. ¡Dime! ¿Qué pensaste que pasaría?
—¡Yo sólo quería demostrar que podía deshacerle con mis manos!
—¿Y ha valido la pena? ¡No puedes perseguir todo lo que crees correcto! ¡No a costa de tu familia!
El último grito se ha escuchado en toda la ladera. Aún están los cuervos, ocultos en el cielo. El suelo tiembla. Madurez tiene los ojos húmedos, agarra la gema azul con nerviosismo. Miro alrededor... el suelo tiembla. ¿Lugares a los que huir? El camino de esta ladera está bastante al descubierto, no hay árboles en adelante, sin embargo, ese desfiladero que entra en la pared de la montaña...
La tierra se abre alrededor. No hay luz de rubí, sólo Furia. Cuesta seguir de pie. Me pregunto, ahora que me apoyo sobre todo en la pierna izquierda, si el dolor impenetrable del costado será porque la costilla se clava en el pulmón especialmente en esta postura. Si me he acostumbrado al calor de la sangre en el cuerpo, o es que ha dejado de sangrar. Los tentáculos, como prometieron las grietas, nos rodean en un círculo amplio. Sin embargo, no parecen agresivos. No ha aparecido ninguno cerca, y los que hay, lejos, se han quedado estáticos. Pronto se abren, dos de ellos. Una tarántula gigante, veo, una figura humana encima, esquelética, que porta un farolillo en la mano. La araña camina despacio, hasta que está a pocos metros, yo me pongo en guardia, pero no ataca. Veo cada pelo, lo afilada que es su mandíbula. Toda la viscosidad en el reflejo de los ocho ojos grandes y negros. El hombre se baja de la araña... un hombre al que ya he visto. Un robot, hace mucho, en una de las guaridas de Miedo que limpiamos en nuestro continente. El que destruimos después de que marcara a Eissen.
El robot se acerca, sin ojos en las cuencas, con telas sucias y malolientes, la sensación de que se mueve porque una bruja, Mushadef, ha reanimado a este muerto. Pero no, no le brillan los ojos con vapor... es un robot. Camina hasta dos rocas lisas que hay a pocos metros, en el centro del círculo que Miedo ha formado. Me invita a que me siente. Varios tentáculos aparecen en la tierra, ¡Madurez!, grito mientras ella desaparece entre ellos, ella los deshace todos, yo levanto la espada contra la máquina y la bestia.
—No voy a hacerle daño —dice el robot, con mil voces—. No voy a llevármela. Tú ganas, Luchadora. He venido a hacer un trato contigo, nada más. Esos tentáculos impedirán que nos escuche.
Levanto bien a Furia, hacia él. Da la sensación de que sus voces cortan el viento. De que, mientras habla, todas sus mentes convertidas se acercan a nosotros. Pero Inconsciente podría transportarlas en cualquier momento con un portal.
—No me fío de ti —digo.
—Llevo engañándoos desde hace años. Mi palabra no vale mucho, pero es verdad. No voy a hacerle daño.
Miro a Madurez. Luego al robot. Otra vez a Madurez. Está negando con la cabeza.
—Planeaste todo esto desde el principio —digo.
—Sí.
—Incluido lo de hoy.
—Todo, menos que escaparas con ella. Si quisiera atacaros ya lo habría hecho —dice—. Sabes que tengo recursos de sobra. Te estoy dando una oportunidad para salvar a Madurez.
No sé por qué, de sus diversas voces, ahora sólo escucho las más amables, la de un hombre, sí, también la de una mujer joven, una anciana, un niño. Pura manipulación. Pero si no escucho lo que tiene que decir, nos atacará igualmente. Los dos nos sentamos en las piedras, yo primero, el robot me ha esperado y lo ha hecho después. El corazón palpita por Madurez, otra vez encerrada entre los tentáculos gruesos, que se retuercen y forman un capullo. Me esfuerzo para que no se note que me tiemblan las manos, y, en realidad, lo único que hace que no me levante y parta esos tentáculos de un espadazo es que sé que Madurez puede disolverlos. La araña retrocede unos metros y se tumba, aún puedo ver cómo la luz se refleja en la mitad de sus ojos. Ésta, al contrario de la que maté aquella vez, no tiene manos humanas al final de sus patas. Reprimo mis ganas de llorar.
—¿Qué quieres decirme, Miedo?
—Toda la verdad. Desde hace veinte años, mi actitud ha sido mucho más agresiva que los otros novecientos ochenta que llevo vivo. Hay una razón, pero no es por Mal, como pensabais.
No contesto. Tampoco le creo. Su postura me hace pensar que hablo con una persona, pero las diferentes voces que tiene me recuerdan que no lo es. Me quedo rígida en una posición, la que menos daño me hace, y espero que acabe lo que tiene que decirme. Sé lo que quiere. Lo que quiero saber es qué está dispuesto a darme a cambio, o mejor dicho, de qué modo.
—Mal no está dentro de mí —dice—, sino dentro de Los Creadores.
—Bobadas.
—¿Qué te lleva a pensar lo contrario? Hablamos de seres tan poderosos que sus límites están en nuestra imaginación. Se supone que quieren conservar el equilibrio, pero han permitido que yo lo desequilibre. Y yo, obviamente, me he aprovechado de ello. Lo que quiero, lo que llevo veintiún años trabajando, es la destrucción de Los Creadores, y Mal con ellos.
Niego despacio con la cabeza, mientras le miro. La luz del farol le hace parecer más vivo, y, por eso, más muerto. Como una momia que cuenta historietas de victimización, excusas para no ser el villano de su propia historia. Así se lo digo. No te victimices, le digo... no eres un héroe, añado.
—Tú colaboraste en la muerte de tu padre, Sever, cuando él amenazó nuestro mundo.
—Yo no quité la libertad a cientos.
—Pero los ignoraste —dice—. Todos hemos hecho cosas malas.
—Mataste a Makato. —Tenso los puños—. ¡Dijiste que odias la muerte!
—¡Lo hice para desestabilizarte! —grita—. ¡Fue un sacrificio necesario, igual que cederos a Servatrix para que viajaseis a esta isla! ¡Os he estado manipulando! —Se pellizca con los dedos la frente, como si fuera realmente una persona—. Lo siento. No debí haberte gritado.
No disimulo la lágrima que cae por mi mejilla, ahora que ya ha caído. Me tiembla el labio inferior. Me cuesta seguir manteniendo la mirada, igual que me cuesta seguir sentada, fingiendo que el costado no arde.
—¿Por qué me cuentas todo esto? —digo.
—Porque te necesito. Es la verdad. Llevo mucho tiempo queriendo añadirte a mi colección... y fíjate. Ironías del destino, eres la única que me falta.
Eso es lo que quiere, por fin. Ahora me toca a mí preguntar por lo que me va a dar a cambio, y así lo hago. No sé por qué, quizá porque lo ha anticipado antes, me imagino lo que va a ser.
—Si te conviertes en parte de mí —dice, con varias voces—, perdonaré la vida a Madurez. Para siempre. Sin trucos.
—¿Y cómo es para ti sin trucos?
—Ella tendrá su terreno, uno amplio, en el que no habrá niebla y disfrutará del sol durante varias horas. Podrá cultivar, cazar, empezar de nuevo. Y podrá viajar a donde quiera, siempre que me respete.
Miro de forma inconsciente el capullo de tentáculos en el que ella está oculta... ahora entiendo por qué quería mantenerla fuera de la conversación. Ella se habría opuesto a algo así.
—Si rechazas esta propuesta —dice—, no habrá más.
No quiero entregarme, no quiero dejarla sola, pero si me niego, nos atacarán, y así será siempre. Malviviremos el resto de nuestras vidas, como en el palacio, no, peor. Ella tendrá que cuidar de una mujer mayor que no puede ni caminar por ella misma. No soy nadie para decidir por su vida. No soy nadie tampoco para condenarla pudiendo hacer que viva en paz.
—¿Me prometes que estará bien, el resto de su vida? —digo.
—Puedo prometerte incluso que si se cae de un precipicio, aparecerán tentáculos que la agarren y frenen su caída según los deshace.
Mi cuerpo se relaja. Las manos no me tiemblan, e incluso me sorprendo estirando las piernas y mirando tanto a la araña como al robot con la cara ladeada. Me cuesta admitir esto, pero... ella lo entenderá. Lo entenderá. ¿Cómo pretendes acabar con Mal?, le pregunto, apoyando la barbilla en mi mano.
—Uniendo a todas y cada una de las fuerzas vivas en este planeta para atacar su guarida al mismo tiempo. Ahora que tengo a Jacob, no necesito que Energía posea a los animales, y podrá enfocar sus fuerzas en que los muertos participen. Nadie necesitará alimento, porque todos vivirán de mi propia esencia. Incluso las plantas.
—Cubrirás el mundo con tu niebla.
—Así es.
—Taparás el sol —digo.
—Y también el desánimo —dice, señalando a la luna que no brilla—. Todos estarán coordinados, no habrá guerras, ni sublevados, ni más mentes muertas a manos de Los Creadores por querer proteger a su pequeña. Mal ha trastocado sutilmente el sistema de valores de esas máquinas... Sutilmente, pero claramente las ha influenciado para acabar con vosotros. Y, a partir de mañana, para acabar conmigo.
Me es difícil imaginar que el mismo ser sea el culpable, de una forma u otra, de matar a todas las mentes en los últimos treinta y seis años, desde que Mentes tenía cinco y entró en la escuela primaria... y esos niños cobardes... Imagino la vida de alguien que no haya vivido esa clase de acoso. Alguien cuya infancia haya sido feliz, que no sepa la suerte que ha tenido. Sus mentes serán felices... aunque ingenuas. Pero no todo es la infancia. En la muerte de Julio, Dante tuvo algo que ver, y su familia murió asesinada hace mil años, cuando Mentes era un bebé y su cabeza se desarrollaba a toda velocidad. Julio murió hace muy poco, y ahora, el cáncer de nuestra madre. Sin María para poder afrontarlo.
—¿Entonces? —dice—. ¿Aceptas?
—Necesito saber una última cosa.
—Lo que quieras.
—¿Qué harás con María y el primo de Mentes?
Tanto el robot como la araña se han quedado quietos, pero el farolillo está balanceándose.
—No entiendo —dice Miedo.
—Necesito saber si vas a intentar hacer las paces con ellos, o vas a pasar página.
—¿Hay una respuesta correcta?
—No. Pero necesito saberlo.
El robot se lleva la mano a la barbilla, igual que lo haría una persona con sentimientos. Sí hay sentimientos. Pero hay metal por fuera, y líquido morado dentro.
—No lo sé, no lo había pensado —dice.
—Explícate.
—Los dos piensan que somos sus enemigos.
—Pero no lo somos —digo—, y ellos tampoco son los nuestros.
—No.
—¿Entonces?
No contesta. El robot está quieto, pero la tarántula ha levantado un poco la cabeza.
—Supongo que no son enemigos —dice—, pero no podemos comprobarlo. Lo último que necesita Mentes ahora es abrir su dolor a alguien y que éste le ataque.
Eso es exactamente lo mismo que dije yo este mediodía. Le miro, consciente de que no tengo palabras pese a tener la boca abierta. Sé que me mira expectante, esperando la respuesta... no la hay. No sé si es porque la escucho desde fuera, o... por otro motivo... de pronto me parece triste. No como la lágrima que aún empapa mi mejilla, sino la sensación de que en un universo tan amplio, donde monstruos pueden caer desde el cosmos, siento que somos el mundo que permitió que algo así se estrellara en estas costas. Cuando Miedo y yo decidimos ignorar que Helena tenía una enfermedad más grave de lo que ella decía. Cuando las mentes y yo decidimos ignorar a pueblos como el Uut o el Mutoragan, sólo porque no queríamos empezar otra guerra. No se trata del sí o del no... sino de la inacción. Me levanto de la piedra, pese a todo lo que me cuesta. La araña también se ha levantado.
—¿Qué pasa? —dice Miedo.
—No sabes qué hacer.
—Son dos personitas en un mundo gigante, y tu sobrina está en juego.
—Conozco a mi sobrina lo suficiente para saber su opinión.
El robot se levanta. La araña camina hasta situarse lo suficien­temente cerca, en una posición disimulada de ataque, sutil, pero antes de que a Erudito le diera por estudiar pájaros, cuando yo era pequeña, le dio por estudiar insectos, artrópodos y dinosaurios, me aburría con sus charlas, pero aprendí cosas. Elige bien tu decisión, dice el robot. Planeo el movimiento antes de hacerlo. Cuando desenvaino, me agacho, y así casi todo el veneno del bicho pasa por encima, no cae en mis ojos, corte desde abajo, pierna fuera, estocada en su espalda, media vuelta y cortar la cabeza del robot. El robot cae, con la cabeza aún en el sitio y el pequeño visor en la frente destruido... la pierna herida no ha respondido y he resbalado un poco, pero me vale. Según los tentáculos constriñen a la niña, comienzan a deshacerse desde dentro. Todo el resto de tentáculos se coloca en posición de ataque, y escucho mucho movimiento debajo de nosotras... no hay tiempo. Sin dudar, la conduzco hacia el pasaje estrecho que se mete en la montaña, cuando aparece de él una figura con los ojos de vapor morado.
Me paro. Retrocedo. Casi caigo. Razón está delante de mí. Muerto. Levantado por Energía.
Madurez ha gritado, creo, yo no sé si lo he hecho. Hay... hay mucho movimiento debajo del suelo, Miedo va a lanzar todo sobre nosotras. Levanto la espada.
Es Razón. La piel está tensa y acartonada. Lo veo, gracias a la lumbre rota del suelo.
—Corre todo lo que puedas —le digo—. Que no sepa dónde estás.
—¡No!
—Te encontraré. Te lo prometo.
Razón no habla. Lleva puesta su antigua armadura, la que utilizó cuando dio la estocada final a mi padre, pero la espada no es suya. Madurez comienza a caminar, y yo con ella, invoco las fuerzas del rubí, pero no responde, y ando muy limitada de energías. No habla. No es Razón. ¡No es Razón! Es sólo el cascarón, su cuerpo corrompido de a saber cuánto tiempo... pero no es él, porque murió, Madurez le vio en el mundo de los muertos, Servatrix sí está viva, ¿y él? Bloqueo su primera estocada, no golpea como él, nadie podría imitar su gracia, aunque ese era un movimiento que usaba mucho... Se nota que Energía le poseyó semanas después de muertos, porque se mueve rígido y a trompicones. Madurez ha deshecho los tentáculos cercanos y ha entrado en el corredor minúsculo mientras camino lentamente hacia ese mismo lugar, haciendo mis pasos laterales más cortos cuando le toca al pie derecho. Es Energía, no es Razón. Golpea él, una vez, y le desarmo. Si le decapito, todo se acaba... pero sólo le empujo. Y me doy la vuelta, tan rápido como puedo. Me arrastro hacia el corredor, jadeando. El rubí brilla intermitentemente, pero no prende.
Algo me clava en el suelo. Una estocada de Razón en el gemelo derecho, directa hasta el hueso.
—¡Para! —grito—. ¿Es que no lo ves?
Tantas cosas que quedaron por decir. Lo único reconocible de sus facciones está difuminado por la luz incierta de los ojos de Energía. Por favor, para, susurro, pero Razón ataca. El talón se encharca de sangre. Él murió en mis brazos, en el jardín de la casa, por un tiro de Tubán en el pecho. Que no me haga repetirlo. No puedo. Razón golpea, sigue golpeando, los tentáculos grandes ya vienen y distingo el brillo del bastón de Social lejos entre la niebla. Hay mentes que se acercan en monturas. Uno de sus golpes me ha dado de lleno, ¡qué... frío! Ha rajado un lateral de la armadura, y me ha cortado parte de la tripa. Profundo. Me apoyo en la roca, paro un último golpe. Por favor... no...
El jardín. La vida se fue de sus ojos... mirándome... como Afrodita. Aprieto mucho la mandíbula y gimo, para oírme y sentirme viva, mientras me incorporo, contesto su golpe, hago palanca con su brazo, le arrebato su espada de las manos y con ella le atravieso el vientre. Tenía el grito contenido en la boca, pero se me ha escapado. Doblegar su cuerpo débil es fácil, hasta que hundo su espada en la tierra, todo lo que mis fuerzas pueden encajarla. No puedo ver a Razón, dos lágrimas caen sobre él. Sin decir una palabra, intenta liberarse, pero sus manos resbalan con el filo y dejan un brillo sutil de sangre. Y de nuevo está sobre la tierra, sin poder moverse. Muerto. ¡Lo he...! Lo he hecho yo. Las últimas fuerzas son para guardar a Furia. Un disparo de Social, desde lo lejos, casi me acierta. Creo que va montado en la Señorita Lorraine.
Después de eso, me fallan las fuerzas. Es Madurez la que me agarra, antes de caerme, y me empuja hacia ese pasillo, un pasillo largo en el que casi no cabemos las dos juntas, y se bifurca. Noto cómo la sangre caliente del vientre resbala por la parte delantera de los muslos. La pierna derecha, directamente, no me responde. La sangre, susurro. Que no caiga la sangre, o podrán seguirnos.
El pasillo se ha convertido en una especie de cueva, donde sólo las dos gemas de Madurez iluminan el camino. Escucho los ruidos que hace Miedo intentando encontrarnos, muy cerca. Aquí dentro, el pasillo se ha convertido en una galería de pasillos helados subterráneos.
Social, Duch, Jacob. Stille. Razón.
Escucho tambores, en mi imaginación.

Pumpum pumpum pumpum pumpum pum.

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