En la choza de Volkama, los clásicos dibujos rojos que también están en la de Iloa no han sido borrados, sino que se ha pintado otros dibujos blancos encima. Mientras que los antiguos dibujos parece que hablaban sobre Los Creadores y antiguas civilizaciones, los nuevos trazos blancos dibujan un gusano gigante de un solo ojo, Mal, al que le planta cara un hombre armado. No es la mejor elección de color para representar la batalla, porque el antiguo trazo rojo es más intenso y al final no se ve bien ninguno de los dibujos. Miro hacia el norte de la isla, hacia una piedra estrecha de la choza, en realidad, pero mentalmente estoy mirando un islote que se encuentra en el norte, el que vi cuando navegaba en la corriente turbulenta. Negro, lleno de agujeros y picos, parece piedra volcánica de las entrañas de la tierra, pero es todo lo contrario. Una roca espacial ardiente que cayó del cielo, que venía de otras estrellas, se estrelló en el mar y comenzó a pudrir todo lo que le rodeaba, dentro de una espiral negra de agua ácida. Mal se abriría paso desde el núcleo de la gran roca. Vería toda la destrucción desde ella.
29 de noviembre de 2019
22 de noviembre de 2019
Observan.
Me despierto dentro de la choza, cuando Iloa me toca el hombro y susurra que ya es la hora. Acaricio con cuidado a Madurez, a mi lado, porque sé que tiene malos despertares, pero esta vez abre los ojos como platos y se despereza en seguida, muy en silencio, porque Nulkama y su niño duermen a nuestro lado. Cojo la capa de oso y el bastón y salgo por la puerta despacio, haciendo el mínimo ruido con la cortina y aguantando las ganas de quejarme por el costado. Es noche cerrada aquí fuera... y eso me sorprende. Cuando por fin logré dormir, tarde, después de todo lo que se revolucionó el pueblo con la encarcelación de Imica y el descubrimiento de Servatrix, el sol aún iluminaba algo el cielo. Ahora veo algunas estrellas, las que la niebla y las nubes me dejan ver, y trazas sutiles de una aurora boreal verde. Es preciosa. Imponente. Se ve desde aquí lo ancha, enorme que es, y no se inmuta, permanece en el cielo como una raíz más, como si fuera... sólida, en el cielo.
15 de noviembre de 2019
Ítaca.
Acaricio a Aristóteles, que también se ha acercado al fuego. Seguro que tenía frío. Le pregunto cómo está, y él me mira, pero no me contesta, como hace siempre. A veces me pregunto si me entenderá cuando le hablo, aunque sea sólo un poco. Me pregunto si a veces él querría contestarme, pero no lo hace porque no puede. A veces querría que me hablase, me dijera qué opina sobre la isla, sobre Miedo, me dijera lo que se me lleva escapando casi un año. Han sido muchas las aventuras que hemos vivido él y yo, a medida que la barba me iba creciendo, hasta el punto de poder agarrarla, y en todas esas aventuras Miedo estaba allí también. El tercero en discordia. El amigo con el cuchillo en la espalda, que, en todo lo que hago, siento cómo me presiona para hacer otra cosa, una voz irresistible dentro que me dice que no vale la pena, que debería rendirme y someterme a su control. ¡No quiero! Y cuando llegue el momento, si es que va a llegar algún día, veremos quién ha usado a quién.
8 de noviembre de 2019
Las espaldas cubiertas.
Pisar la playa con los dos pies, de pronto, me transmite seguridad, absoluto equilibrio, la sensación de que debajo de donde piso hay metros y metros de tierra firme que sujetan esta arena. El viaje en barco ha durado un día completo, y he tenido suficiente para toda mi vida. El sol se levanta por el este, a la izquierda, pero la bruma, que recorre la playa de forma más concentrada y turbulenta que en nuestra casa, mitiga la luz y la dispersa. Veo la playa, pero ver más allá de la primera fila de palmeras y otras plantas que comienzan a crecer de forma salvaje... es complicado. Roruk termina de encallar el bote en la arena y se apoya en él, quieta y callada, y tiene instrucciones de esperar hasta el mediodía, mientras Nina e Imica esperarán en el barco. Social y Madurez van detrás, conmigo. Miro a Duch, Stille y Jacob, que nos esperan delante. En nuestras mochilas, comida, agua, mantas y antorchas. Madurez arrastra la bota por la arena, y la que se ha acumulado encima la levanta medio metro de una patada. Un momento, ¿es roja? Me agacho con cuidado, apoyando las rodillas, y acerco a los ojos un puñado. La arena que se me escapa entre los dedos es completamente roja. Estamos en la Isla de Inconsciente. A partir de aquí, todo es desconocido.
1 de noviembre de 2019
Oh, capitán, mi capitán...
La Señorita Lorraine hace el gruñido más grave que nunca he escuchado. Acerca el morro hacia mi rodilla, da varios golpes, pero después vuelve a bajar a la cabeza. Me mira, con esos ojos pequeños y negros... juraría que están llorosos. Acaricio su frente, y le devuelvo los pequeños golpes. Pronto nos veremos, le digo, y luego bajo la voz para que sólo ella me escuche, y le pido que se cuide, que cuide de Ánima, y de Fulgor, si le encuentran. Miro a Ánima, que, aunque Jacob la acarició hace poco y le ha debido de comunicar lo que está pasando, mira el bote y el barco como si no acabara de entender lo que hacemos. Ojalá yo lo asimilara como es debido, y no sé si es que no acabo de creerme que de verdad nos vamos, o que la fatiga de estas dos últimas noches sin apenas dormir están empezando a pasar factura. La urraca de Jacob, Ady, me mira desde la popa del bote.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)