Y las colinas agostadas y maltratadas del pasado comenzaron a difuminarse, las ruinas de aquella capilla se alejaban rápidamente y el suelo bajo mis rodillas se deshizo, desaparecido el pergamino y sostenido en un negro permanente que cortó mi respiración y me hizo abrir los ojos de pronto.
Con la boca abierta cogiendo aire rápidamente me quedé ahí, inmóvil en aquella posición estirada, estupefacto. Miré alrededor lentamente, intentando fijarme en algun detalle que pudiera decirme dónde estaba, por qué todo era tan negro. Y recordé entonces dónde me encontraba.
Una sala negra como la oscuridad, de suelo negro y paredes negras y sin ninguna clase de luz salvo la de dos finas líneas en el suelo que en línea recta y paralelas parecían señalar un camino. A ambos lados de la senda seguida se levantaban sostenidos por soportes del mismo material negro que el resto de cosas unos orbes negros del tamaño de un cráneo, que reflejaban pobremente la tenue luz del suelo y de manera igual que todo lo que allí había.
La pantalla luminosa frente a mí que me mostraba en aquella posición leyendo el pergamino se apagó y dejó ver el orbe que la había proyectado. Eso eran. Recuerdos. Y la sala cayó en la oscuridad sin más opción que continuar el camino o encender otra esfera.
Pensando seguí caminando, intentando averiguar cómo aparecí en aquel lugar, y dónde se encontraba. Pensando con miedo seguía, hasta que un podio oscuro se levantó ante mí y el camino se deshizo porque nada más había que recorrer.
-Recuerdos.
Mis ojos se abrieron, buscando hacia arriba el origen de aquella voz metalizada, pero había sonado en todas y en ninguna parte. No como Religión, no transmitía sumisión, ni poder, ni prepotencia. No transmitía nada.
-Los recuerdos son las piedras del palacio de una persona -habló una voz diferente.
-¿Quién hay ahí? -alcé el brazo intentando invocar una esfera de energía que me ayudase a ver mejor, pero me era imposible, nada salía.
Cuatro segundos pasaron. Uno, la oscuridad envolvente de aquel lugar no tenebroso, pero tan poco amigable... el ambiente neutro que resultaba frío y, dos, tan distante, como si no perteneciera a aquel lugar... Tres, y bajando el brazo sin saber qué hacer en medio de aquella calma tan inquietante...
Tres focos horadaron la nada atacando mis pupilas. Apenas me había llevado la mano a la cara, líneas rectas discontinuas en la lejanía muy próximas al techo comenzaron a brillar débilmente, eliminando un mínimo la incógnita de aquel mundo cuadriculado. Una tercera voz habló de ninguna parte, pero sabía que provenía de uno de ellos.
-Nuestra pregunta es: ¿Aspiras a construir un castillo prescindiendo de la piedra base?
-¿Qué... quiénes sois? -acerté a decir en medio de mi conmoción, con la palma protegiéndome del ataque de su fulgurante luz.
La intensidad de aquellos focos disminuyó un poco. Escuchando solo mi respiración y el latir del corazón, acostumbrándome a la oscuridad pude distinguir los rasgos de los seres frente a mí.
Mi respiración y el latir se hicieron más fuertes, y mi espíritu se sintió desprotegido.
Ante mí y sentados detrás de aquel podio de tres metros de alto, tres monstruos humanoides me observaban, con una cabeza alargada hacia adelante que sostenía en su final aquella luz que parecía su ojo, tres monstruos con cuerpo humano pero cabeza de máquina.
No distinguía bien los colores, no distinguía bien las formas, pero había tres y los tres me miraban atentos, no sabía si amigable u hostilmente.
-Carlos Badía Catret -dijo el del centro, y se hizo el silencio durante varios segundos.
-¿Quiénes sois? -repetí.
Modulando el arco metálico que cubría por arriba aquella linterna desprotegida por abajo en un pequeño gesto de sorpresa, el ente del centro se inclinó hacia adelante, juntando sus manos negras de menos de cinco dedos muy cerca del final de su cabeza alargada y metálica. Sus compañeros giraron la cabeza, y me empezaba a sentir muy incómodo.
-Somos Carlos Badía Catret. Somos tú.
-¿Sois mentes? ¿Vais a ayudarme contra Sever?
-Tus mentes son mentes -dijo el de la izquierda -. Tú eres lo que crees ser. Nosotros somos tú, tal y como eres.
-¿Qué queréis decir? -me acerqué lentamente, sin dejar de sentirme observado.
-Nosotros existimos desde que tu tiempo es tiempo. Nosotros creamos las reglas más básicas de tu mundo. Nosotros comprendimos el mundo exterior. Nosotros contruímos tu mundo. Nosotros decidimos tus decisiones en cada situación. Nosotros decidimos qué debes saber... y qué no.
Mi boca dibujaba una mueca de miedo y desazón después de que mis ojos se abrieran completamente. Asustado retrocedí un paso, miré atrás, pues las luces del camino habían desaparecido, y tan solo quedábamos aquellos inquietantes seres iluminados por una tenue luz insignificante en medio de toda la oscuridad.
-No. No es cierto. No es verdad, no podéis controlarme.
-Nosotros no podemos controlarte -habló el de la derecha -, porque la unión metafísica entre tú y nosotros es demasiado grande. Nosotros te creamos. No eres más que un brazo regido por un cerebro, nosotros. Y nosotros decidimos qué ocurrió, qué ocurre, y qué ocurrirá.
-Si podéis decidirlo todo, ¿por qué no matáis a Sever y acabáis con todo este sufrimiento?
Unos segundos de silencio, donde ellos ni siquiera se movieron. El del centro, antes de hablar, movió ligerante aquellos dedos negros en manos negras, de aquel cuerpo negro de forma humana pero no humano.
-Eso iría en contra de las propias leyes lógicas de asociación de las que está formado tu cerebro. Si te hicieras mucho más fuerte sin motivo alguno, romperíamos la relación causa-efecto y te volverías extremadamente loco. Cuando eliges, nosotros lo hemos deseado. Cuando pierdes, nosotros lo hemos decidido... pero todo debe tener sentido -me quedé mirándoles sin saber qué decir, abrumado, horrorizado ante la idea de unos verdaderos dioses que regían mi motivación, mi elección y mis victorias -. La reacción de miedo que te introducimos ahora es normal y lógica, por ejemplo. Pero tú has venido aquí para algo.
-Recuerdos... -dije con voz queda.
-Sí. Si quieres derrotar a Sever vas a necesitar todos aquellos recuerdos que olvidaste por dolor. Aquellas partes de ti que te da miedo afrontar. Si quieres derrotar a Sever, primero has de encontrarte en paz.
-¿Y qué debo hacer?
Un punto blanco apareció frente a mí y comenzó a expandirse, primero horizontal, luego verticalmente, cubriendo toda mi visión y... pensamiento...
Un golpe de aire me aturdió antes de que mis manos y rodillas aparecieran en un suelo liso y beis. Levantándome miré alrededor y una sensación extraña me invadió al ver aquel entorno tan familiar, ¿lleno de niños? No...
No eran niños cualquiera. Eran mis compañeros, mis amigos, era yo hace muchos años, en segundo de primaria. En el patio del colegio disfrutábamos jugando, y yo lo veía todo del color beis, como si hubiera aceptado que fue cosa del pasado.
-¡Eh, mira! ¡Orejón! -comenzó a gritar uno de sexto, y varios repitieron su frase, animados.
Me giré hacia ellos con furia, ¡cobardes!, mientras notaba desde allí el dolor que sentía en mi interior, un niño de siete años que esperaba una hermana pequeña, humillado sin motivo alguno. Mis orejas no eran grandes. Simplemente, querían destrozarme. Yo me giraba hacia ellos, les miraba con mala cara... pero no hacía nada. Una niña que jugaba con nosotros se giró hacia mí, y me asustó al ver en ella la cara de Susurro.
-No hablaste con tus amigos, no lo hablaste con los abusones. No quisiste arreglarlo, pedirles por favor que pararan.
-Pero... ¿qué podía hacer? -la contesté -. Si hablaba, se reían. Si me callaba, continuaban.
-Tener sentido común, hablarles sabiendo que son escoria y que solo respetan a la escoria -apareció Razón en el rostro de uno de mis mejores amigos por entonces -. Tenías siete años, sí. Tus profesores lo sabían, y no quisieron implicarse. Tus padres no te dieron los mejores consejos. Y tú observabas que nada iba a mejor y seguiste igual.
La imagen se distorsionó y fragmentó para unirse de nuevo en el mismo lugar, tres años después.
Me encontraba hablando con las chicas porque había discutido con el único verdadero amigo que tenía. Aún no estaba harto de tanto estudiar, aún no pensaba seriamente en si sería una carga para el mundo y debía acabar conmigo, pero...
-Pero ya comenzaba a hacer mella. Cuatro años, Mentes. Cuatro años permitiendo abusos. Lo asimilaste. ¿Me escuchas? ¡Lo acabaste dando por algo normal!
-¡Calla! -pero no callaba, y Susurro le daba la razón.
Aparecí de pronto en aquella clase, con aquel profesor de música que tanto bien hizo por mí ausentándose un tiempo de ella y dejándola sin encargado. Aquel primer día de primero de la ESO, lo reconocí de inmediato cuando el chico nuevo y gordo me dio una colleja porque sí mientras hablaba con una amiga. Me giré y le miré extrañado mientras se marchaba sonriente a su asiento... y en la cara de mi amiga apareció de pronto la de Luchadora.
-¡Y le dejaste marchar! ¡No hablaste con él, ni siquiera te hiciste respetar! -se acercó hacia mí, quedándose tan cerca -. Tan valiente para borrar un símbolo anarquista de la pared... y luego mírate. Defiendes a los demás y no sabes defenderte a ti mismo.
-¡Te equivocas! -pero sabía que no.
La escena cambió y marchaba hacia casa mientras permitía que dos niñatos, el gordo y uno flaco, me insultaran a placer, eliminando todo su odio y depositándolo en mí, y yo me miraba con lástima a su lado, porque estoicamente seguía mi camino. La cara del flaco volvió a ser la de ella.
-Luchadora, yo defendí a mis amigos, pero ellos no hicieron lo mismo por mí.
-¿Cómo van a hacerlo, Mentes? -me miró con aquellos ojos beis oscuro tan profundos -. ¿Cómo van a defenderte si ni tú mismo lo haces? Dependiste de los consejos de tus padres, de que tus amigos te defendieran, de que los abusones pararan de insultarte mientras tú les ignorabas...
-Pero ya no soy así...
La cabeza, el cuerpo comenzó a dolerme al recordar aquel sentimiento de abandono, tan crudo pero tan distante que sentí en el pasado y en el presente me hacía dudar y producía inseguridades y... agresividad.
-No -la cara del gordo se convirtió en la de Social, que se paró junto a mí mientras mi recuerdo seguía hacia su casa -. Ya no eres así, y lo has demostrado muchas veces. Pero antes lo fuiste, y te pesa, y debes aceptar tu parte de culpa, Mentes.
-Sé que al verles deseas machacarles, pero no tienes motivo. No lo tienes, porque el único villano de la actuación... fuiste tú.
Observé ante mí de manera abstracta la comprensión compleja de todo aquello, la evolución de mi personalidad que poco a poco iba inculcándose en mi cerebro...
No necesité más recuerdos, porque ya observé muchos en los orbes de la sala. Me dolía, me dolería, pero debía asimilar aquello.
El recuerdo se apagó de pronto y aparecí de pie en aquella sala oscura, frente a ellos. Mis piernas flaquearon y al impactar mis rodillas en el suelo negro apoyé mis manos sobre un objeto. El Cofre.
-Lo enviaste aquí hace mucho tiempo -dijo el ser del centro -, y es a por lo que has venido, al fin y al cabo. Y cuando lo hayas abierto y a dolor hayas asimilado lo que realmente sucedió en nuestro pasado, harás una cosa...
-Sí.
Me incorporé ligeramente, presionando la puerta del cofre de ruda madera con las yemas de los dedos, decidido.
-Salir de aquí y matar a Sever.
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