20 de mayo de 2013

Hasta los dioses temen su poder.


Silencio, mientras Religión acababa de incorporarse, observar a su alrededor y fijar a su blanco objetivo.

-¡Míralo! -el rugido de Sever golpeó todas las colinas, ahora escombros.

Y lo miré, le hice caso porque tenía razón. Y grité lo que deseaba, porque eran débiles, ¡débiles por no comprenderme! Daba igual que Calavera hubiera intentado suicidarse antes, ¡daba igual que la autoestima de Roxanne en aquel momento fuera frágil! Me traicionaron y grité lo que les dolía, porque estaba dolido... porque... ¡maldita sea, yo era fuerte, no era...!

Un estruendo se escuchó en mi lejanía.
"Débil" susurraron mis pensamietos en el momento en el que me vi rodando por el suelo, entre el polvo, aún ciego y sin saber qué era arriba y qué abajo.
Me incorporé aún aturdido y los colores se me presentaban poco a poco en mi cabeza. Sever me había controlado, me había controlado completamente, y estaba exhausto y mareado. Pero descuidó del tercer enemigo, que le apuntó y de un disparo nos hizo volar a ambos.
Sever se incorporó en el pequeño agujero que había formado, sacudiéndose tierra seca de su cuerpo y pelo blanco y emanando humo, regenerando sus heridas superficiales.

-Te he subestimado, viejo.

"Él fue el que me dijo que no hiciera eso", pensaba mientras acababa de incorporarme y Sever caminaba lentamente hacia el gigante que jadeando y con su túnica ajada también avanzó unos pasos. Recibí un chirrido mental por parte de Sever, que a diferencia de Religión sí podía leerme la mente. Clavó su mano convertida en pala en el suelo, y haciendo fuerza elevó un trozo como él mismo de tamaño, sostenido encima de su cabeza.

-Después del golpe que te ha dado nuestro amigo, pensé que no te levantarías -giró la cabeza, le miró a los ojos -. Pero basta ya de sermonería.
-No tienes palabra, traidor... te enseñé a regenerarte... y me lo pagas así...
-¿Traidor? Tú solo pretendes subyugar, y a mí no subyuga nadie. Dime... ¿quién es el mejor de los tres? Si no lo eres... ¡te controlaré de por vida!

Sus brazos bajaron instantáneamente y Religión logró eludir el gran bloque de tierra que se abalanzaba sobre él lanzándole un rayo y convirtiéndolo en polvo que se expandió por el aire y le ocultó en la niebla completamente.
Sever apareció a su espalda y con sus manos ya convertidas en acero comenzó a atacarle, en cada rincón, en cada hueco de su defensa, con una velocidad y falta de piedad asombrosas. Religión regeneraba sus heridas, pero la energía que Sever introducía en ellas le debilitaba más y más cada vez, y yo permanecía quieto y tranquilo dejando que mis enemigos se matasen....
"¡Maldición!" juraba en mis pensamientos al punto de desenvainar mi espadón por puro reflejo y bloquear por suerte el ataque que Sever por sorpresa dirigió a mis espaldas, desequilibrándome y lanzándome a la niebla.
Religión comenzó a disparar, y rodando lo más rápido posible recobré la compostura, corriendo me deslicé esquivando un rayo con más altura y reincorporándome el brazo del enemigo se topó conmigo, que parando el golpe me dirigió una de sus visiones, que en este mundo afectaban menos, al contrario que Sever, mucho más poderoso que antes. Pues la religión es más letal cuanto más profunda y arraigada se posea, y la ira más mortífera es cuando se encuentra manifiesta.
Apareció el blanco desde arriba y entre los dos golpeó el suelo resquebrajándolo y rompiéndolo, cayendo yo y el viejo hacia atrás mientras me arrastraba para no caer junto a las rocas que comenzaban a derrumbarse hacia la pequeña falla.
Clavando las uñas en la tierra me incorporé, y de un salto quedé suspendido a diez metros de altura.

-¡No me volverás a subyugar, monstruo!

Me embistió Sever de pronto a la vez que un rayo grueso de color morado quemaba el aire a por nosotros, esquivándolo de milagro e impactando a mi grotesco clon. Mientras salía despedido cargaba contra un Religión que también comenzó a volar.
Los golpes entre los dos sucedieron rápidamente, sin vacilaciones y con la máxima concentración. Nadie hería y poco a poco comenzábamos a agotarnos y a empezar a sufrir...

Un metal brotó del pecho de Religión sin producir sangre alguna y deteniéndose ante mí, el golpe dirigido hacia el viejo me lanzó hacia atrás. Sever había logrado atravesarle, y con una energía roja como la sangre envolvió los cuerpos de ambos provocando el grito de dolor del gigante.
Con suerte esquivé aquella nube roja y desde varios metros observaba el panorama. "¡Mierda!", pensaba. "Religión está muriendo". Y si Sever lo mataba, lo controlaría y convertiría en su esclavo, y eso no podía permitírmelo. ¿Pero qué podía hacer si entrando en un radio de dos metros del combate sufriría las heridas?
Procuré no pensar para que aquella grotesca imagen de mi persona no supiese qué tramaba.
Y cargado de espíritu y con plena concentración y ojos cerrados, con fuerza clavé una estocada en el aire cargada de energía.

-Recuerda, Mentes -me decía Luchadora en medio del intenso entrenamiento -, la energía no entiende de reglas físicas, no en tu mundo...

Una estocada energética atravesó el cuerpo de Sever que con un grito desgarrado de dolor caía mientras regeneraba lo más rápido posible la herida y se estrellaba entre el fuego de las colinas derruídas.
Cielo negro, tierra oscura, nubes rojas, energía azul. Un brote de esperanza en medio de la miseria, el propietario de unas tierras profanadas por la peste y los problemas salió a combatir por ellas mientras su enemigo apenas bloqueaba el impacto de su espadón con el escudo roto, sabiendo que podía perderlo todo.

-¡Fui tu refugio en el pasado! -gritaba furioso.
-¡Tú solo fuiste mi engaño! -y cargaba con furia, las chispas del acero, el sudor de la acometida.

Trataba de disculparme como podía ante una Roxanne derruída. ¿Cómo hacerla entender lo que me ocurría? Ella era la única que podía hacerlo, la única entre todos con madurez suficiente, pero se me acababa su paciencia y mi fuerza para tantas explicaciones.

-¡Sin tratos con los traidores! -Sever aparecía de la nada para controlarme, y me zafaba como podía agarrándome de un hombro, golpeando, pataleando, mordiendo.

Un golpe físico de Religión me envió al suelo, un rayo, polvo y luz, mi piel quemada segundos después no quería levantarse, mirando como los dos combatían y Sever, casi inmortal, apenas recibía heridas por parte de aquel dios.
Pero me levantaba. Caería, y me volvería a levantar, y así hasta siempre, pues cada vez que fuera al suelo podía ser la última, y debía darme prisa para morir de pie.
O ganar el duelo.
Y con las ropas chamuscadas y las túnicas de los enemigos ajadas y rotas, cargué contra los dos en medio del frenesí. Puños, espadas, espadón en el combate. Un amasijo de golpes sin orden establecido. Las visiones de Religión que ahora afectaban menos, la velocidad de Sever, la inmortalidad de un Corazón que aún permanecía entero en mis islas. Así pasaron minutos, horas. Arriba, abajo. Las colinas eran castigadas una y otra vez cuando nuestros cuerpos eran estrellados contra ellas, y los rayos quemaban la hierba seca. Bien entrada la noche la batalla continuaba, y comenzó a llover, una lluvia que no apagaba el fuego y que nos impedía ver con claridad.
Una patada de Religión me lanzó hacia atrás y clavando el puño en el aire comenzaba a frenar suspendido en él, alzando la vista, mis pupilas pequeñas, mi corazón en un vuelco cuando Sever a espaldas del tercer enemigo clavaba sus dos espadas en el centro de su cuerpo y atravesándolo comenzaba a dividirlo en dos, en una fisura que poco llegaba a la parte baja de su cuerpo y cada vez estaba más cerca de su cuello.
No había tiempo para palabras, y volando con toda la velocidad que mi energía aguantaba cargué contra Sever, que no podía matar a Religión. La fisura había pasado su nuez y se dirigía hacia su agónica cabeza...
El aire emitió una melodía en mis oídos cuando me deslicé a toda velocidad cortándolo con las piernas por delante, cruzando el agujero en el cuerpo de Religión y golpeando a Sever en una gran patada que le lanzó por los aires, cortando la posibilidad de matarlo en ese golpe.
Sever se acercaba desde abajo hacia Religión, pero no iba a permitir que lo rematase, y prefería que regenerase de nuevo como hacía poco a poco mientras mantenía al blanco ocupado, pues con él delante no tendría opción para rematarle, era demasiado rápido.
La lluvia empañaba mi mirada y su sonrisa, mi gesto serio y sus ojos dorados brillantes, y los dos chocábamos el acero sin cesar y escuchábamos silbar a la muerte cuando esquivábamos los barridos hacia nuestro gaznate.

Religión no reparó en orgullo, y cargó recién curado, pensando que débil como se encontraba tendría alguna oportunidad, cargando contra mí, a mi espalda.
Sever desvió la mirada hacia él, yo me di cuenta y me aparté ligeramente. Pero él no lo hizo, y con la intención de matarle le hundió su espada, ¡y yo no sería menos! Así dos explosiones, una roja y otra azul atravesaban el cuerpo de Religión mientras, aún no muerto pero prácticamente, caía al suelo envuelto en humo.

-Esto se acaba ahora, Carlos -juntó ambos metales de sus brazos.
-Se acaba para ti, Sever -y alcé el espadón decidido, sabiendo que quien viviera de los dos podría al fin tener una oportunidad de matar al dios.
-¡No! -y cargó rápidamente obligándome a bloquear, con su espada muy en punta perpendicular a mi arma -. ¡Te encuentras mucho más controlado por mí de lo que piensas, muchos niveles más abajo! ¡Nada puedes hacer contra el Aura Carmesí!

¿Cómo no pude haber caído antes? El nombre del templo, su energía roja, la energía roja que emanaba de mí cuando me enfurecía, en vez de la azul...
"¿Qué era Sever?", volvía a preguntarme mientras su espada comenzaba a resquebrajar mi espadón y su punta emergía cada vez más hacia mí, y una sombra más grande que cualquier otra cosa que hubiera visto se alzaba en las colinas a mi izquierda, y siendo todo él un amasijo de energía morada, abría los brazos y dirigiéndolos contra nosotros a una velocidad y fuerzas increíbles apenas nos dio tiempo para que pudiéramos mirarle...

Luces, explosiones, destrucción. Mi cuerpo fue de pronto un muñeco envuelto en una gran fuerza superior que comía rápidamente el espíritu.
Cerré los puños clavando dedos y uñas en la tierra revuelta cuando recuperé la consciencia. Abrí lentamente los ojos, y las formas mareadas poco a poco comenzaron a volverse rectas, y los colores difuminados volvieron a ser grises...
Alzando levemente la cabeza pude ver que me encontraba frente al tempo de Religión, el suyo, la pequeña capilla donde él residía en el pasado que ahora eran ruinas, un montón de cristales rotos, de piedra en el suelo, una puerta rota. Pero en su interior aún podía verse la cruz de madera...
Noté como Sever, a veinte metros de mí, comenzaba a incorporarse, destrozado y molido como yo ante el ataque que acabábamos de sufrir. Gimiendo y maldiciendo comenzaba a levantarse, y yo apenas tenía fuerzas para ello...
¿Fuerzas? ¡El collar de Servatrix!
Palpé mi cuello, pero no había nada. Rastreé la zona cercana y de pronto un metal relució entre las colinas masacradas por la onda que acababa de sufrir. Un brillo a ocho metros que un pequeño montículo lo ocultaba de la posición de Sever... ¡Debía llegar!
Gemidos. Mi pierna izquierda no respondía, y solo podía escuchar mi pesado respirar entre el humo que salía de la tierra. Otra figura blanca comenzó a caminar hacia mí, sospechando algo de mis intenciones. Dos guerreros caídos caminando entre aquel desierto marrón, escarpado y absolutamente maltratado por la batalla. Religión había dirigido un último ataque concentrando toda la energía que le quedaba, una onda en forma de cono hacia nosotros que formó un cañón gigante poco más adelante de nosotros. Un ataque que levantó montañas rocosas. Un ataque que alejó las nubes y apagó el fuego. Cuatro metros...
Sever dirigió su tentáculo contra mi pierna, haciéndome caer. Gastando mi último recurso, lancé energía contra él, y también cayó. No había fuerza para levantarme ya, y clavando uñas, rodillas y nariz comencé a arrastrarme por la tierra, con mi otro rival incorporándose pero cayendo de nuevo por falta de equilibrio. Metro a metro... un poco más...
Sever de pie de nuevo dirigió por última vez su tentáculo contra mi cabeza cuando estiraba el brazo hacia el collar de plata, controlándome directamente y destruyendo toda posibilidad... de ganar... ¡Aura Carme...!
Un torrente de color cruzó todo mi espíritu cuando mi yema rozó la plata, unas fuerzas ocultas que me devolvieron la estabilidad, la fuerza y la ventaja, y deshaciendo la conexión entre ambos con rabia dirigí una esfera de energía azul contra el pecho de mi enemigo que lo envió lejos, derrotado.

Me incorporé y sin perder tiempo caminando lo más rápido que me permitían mis piernas malogradas me dirigí a la capilla derruída, sabiendo lo que hacer ahora que tenía la oportunidad. Comenzaba a amanecer.
Religión, delgado, con la piel morena, estatura de un hombre mortal y su barba castaña original yacía en el suelo, sin fuerzas, pues todos sus poderes divinos los había gastado en el último golpe que no consiguió matarnos. Le levanté con gran esfuerzo cogiéndole de la túnica. Mi visión se nubló por momentos.
Él me sostuvo la mirada, sereno, pero ciertamente intranquilo, respirando pesadamente. Tenía miedo.

-No... no me mates... ten piedad de mí...
-Ahora mismo siento más piedad que nunca, compañero -. Miré la palma de mi mano, con gesto adusto -. Me siento muy piadoso, y es por eso que debo dar fin a tu existencia.
-Pero... -clavó la mirada en mi espíritu -, no sé... no sé qué hay más allá... no quiero...
-Hasta los dioses temen su poder.

Y posando la palma derecha en su pecho mientras le sujetaba con la otra, él dejó de respirar fuertemente, y aceptando nuestro destino, una luz azul verdosa brotó de mi mano y con gran fuerza lo proyectó contra la cruz de madera situada encima del altar, en su espalda. Y mientras caía con los pedazos de la cruz, se convirtió en nada. Ningún cuerpo cayó sobre el altar. Sin embargo, un pergamino arrugado que antes no estaba se posó sobre los restos de madera.

-Maldito -la voz de Sever sonó más seria y derrotada que nunca.
-Cuando traicionas a todo cuanto rodea, acabas estando solo -me giré hacia él.
-Solo es la única manera de no tener enemigos... -tensó su cuerpo, y ambos nos posicionamos para la batalla, aunque ninguno quería combatir.
-El mayor enemigo que conocerás serás tú mismo. Vete, Sever. Esta vez gano yo.

Sever rió con fuerza.

-Escucha la frase que acabas de decir y repítela varias veces, compañero -. miró mi mano, donde de pronto salió una espada que no había convocado -. Bueno... en una batalla siempre se gana. Tú has ganado paz. Yo, un arma.
-¡Esta arma me pertenece! -la aferré contra mí al mismo tiempo que desaparecía de mis dedos y aparecía en los suyos.
-No, amigo... este espadón me pertenece ahora. Entrénate contra él. Porque la próxima vez que lo veas desenvainado querrá atravesarte el estómago.

Y desapareció de pronto, dejándome en la soledad de las colinas maltratadas, en aquella capilla derruída con aquella cruz caída, cogiendo el pergamino. Porque por fin comprendía a Nietzsche. Pues yo maté a Dios. Yo era un superhombre con la fuerza suficiente para ganarme la libertad frente a un ser divino que solo subyuga a los que quieren ser subyugados. A los que no tienen fuerza suficiente para aceptar la realidad...
"Tu lado oscuro es mucho más que un ente. Se encuentra en cada rincón de tu mundo, en cada ser, empañando lo que te rodea".

Y arrodillado en el suelo con las pupilas diminutas, la boca abierta y la cara pálida reflexioné sobre el contenido del pergamino, pensando que si quería acabar con Sever, debía destruír todo mi mundo y todas las mentes que habían dado su vida por mí hasta ahora.

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