16 de junio de 2013

Y resurgir.


Los gemidos rompían el sonido del silencio y los rumores del fondo del océano.
Entre las piedras de las ruinas, con su cara mirando a la luz para sentirse vivos, yacían los cuerpos heridos entre los rumores del fondo del océano. La sangre flotaba y se dejaba llevar por la corriente a cada quejido, cada resoplido, cada movimiento.

-¿Qué es lo que hemos hecho? -el sonido del metal rozando la piedra acompañó la voz de Servatrix, herida.
-Nos hemos comportado como estúpidos -dijo Luchadora tapándose la herida de su vientre.


Las mentes con su dueño en un lugar desconocido comenzaron a atacarse sin control en la Sala de los Recuerdos, hundida junto a su palacio en el fondo de un océano que abarcaba todo el nivel, y ya hecha ruinas de manera completa, sin rastro de techo o paredes. Todos heridos, todos en el suelo mirando a la luz... Un cuerpo comenzó a arrastrarse intentando huir, Interés. Stille, encargada de matarlo se giró hacia él para agarrarlo del tobillo. Se esforzó mucho, por eso emitió un leve quejido. Su máscara negra lisa que tapaba boca y nariz se había roto, y podía verse el lado izquierdo de su rostro mientras arrastrándose como podía lograba alcanzar el cuello de Interés, apuntando una de sus dagas hacia él con la muñeca temblequeante y sin fuerzas. No podía matarlo entonces porque una fuerza invisible se lo impedía, pero estaba tan cerca...
Nadie lo vio, pero Interés sonrió.

-¿Cómo vamos a ganar a Sever y su ejército de Clones Blancos en este estado?

Razón no podía incorporarse, hundido a base de golpes por defender a Servatrix de varias mentes  agresivas, y Valerie, arrodillada e intacta le miraba con compasión.
Una figura pudo levantarse entre la multitud de sangre y cuerpos heridos entre los rumores del fondo del océano. La sombra robusta de Invejo se extendió, y con su cara oculta al sol apagado, para sorpresa de todos, su pierna mutilada y las heridas en su pecho comenzaron a regenerarse de una manera que les era muy familiar.
Sever.

-Bueno… -con voz grave, clavó su gran hacha contra la arena esparcida en el suelo de aquella sala aún más en ruinas que antes -, creo que ya es momento de dejar este teatro.
-Invejo… ¿cómo… -Razón -, cómo has podido traicionarnos? Ese tipo de regeneración solo lo conoce…
-¿Traicionaros? ¡No! –completamente curado, dio un paso al frente -. Yo siempre he pertenecido al bando del Maestro Carmesí –buscó dos segundos con la mirada - ¡Ah, Eissen, ahí estás! ¡Sin ti no podríamos haber hecho nada!

Todos miraron consternados a Eissen, que trataba de levantarse a duras penas con los brazos temblorosos y la mirada de furia clavada en Invejo.

-Así… que… eres uno de los traidores –logró mantenerse de pie -. Lo peor es que sospechaba de ti. ¿Quiénes son tus otros cuatro cómplices?
-¿Cuatro? –rió entre el ambiente agitado donde nadie poseía fuerzas para moverse salvo Luchadora, que comenzaba a levantarse -. Intentamos negociar contigo, pero te negaste y escapaste. Fuiste listo al sospechar de mí al ver mi labio partido, pero fuiste un necio cuando pensaste que Razón estaba tras de todo, y por ello causaste el estado de caos que necesitábamos. Aquella noche te raptamos cinco… -sonrió -, pero somos bastantes más.

Varias sombras mutiladas comenzaron a erguirse entre el agua y la cara horrorizada de Eissen, de manera grotesca y lenta, entre la mirada de concentración de Luchadora que comenzaba a preparar la espada, mientras sus miembros cercenados y heridas volvían a su estado original. Alzando sus armas,  se escuchó el sonido del acero desgarrando la carne, y el viejo Rectitud profirió su última queja. Stille, consciente de la situación, se dio prisa por atravesar el cuello del sonriente Interés, que comenzaba a sangrar...

-¡Mentes leales al Maestro! ¡Comenzad la matanza!

Su grito de guerra fue corto, interrumpido por un súbito sonido ondulatorio potente, que de la nada comenzó a sacudir las corrientes y derribó a todos los que se alzaron. Aumentando de potencia, un resplandor blanco y azul eléctrico apareció en el epicentro del sonido, y con un chasquido de luz apartó toda el agua alrededor, que se retiraba más y más por el efecto de las ondas. Alcanzando su máxima potencia, una onda expansiva lumínica aturdió a los traidores mientras mi figura aparecía entre toda aquella sangre, entre todas mis mentes de nuevo, con el gesto amenazante y las facciones muy marcadas. Debía darme prisa.
Aparecí al instante junto a Stille justo en el momento en el que lograba hundir por completo su daga en el cuello de Interés, y actué rápido, porque ella no podía darse cuenta de la trampa en la que caía. La empujé lejos, y abracé por completo el cuerpo del enemigo que comenzaba a borbotear la sangre… sangre negra.
Unos rayos de luz naranja se filtraron entre mis brazos y el cuerpo, el suelo tembló con una sacudida inmensa y un sonido apagado anunciaba a todos que la bomba humana que había elegido inmolarse para matar a la mayoría de mis mentes había fracasado.
Los ojos completamente abiertos de Invejo se clavaron en la figura que se levantaba lentamente sacudiéndose la ceniza, emergiendo del pequeño boquete negro del suelo que había formado. Sin rasguños, sin heridas. De mi mano surgió la espada élfica de Razón, imbuída en un brillo dorado, dorado como la luz del collar que llevaba en el cuello y que se mezclaba con el azul y el blanco de mi espíritu.

-Yo… Mil Mentes…
-No eres digno de llamarme por ese nombre. Antes eras para mí uno más. Pero ahora, aunque corrieses lejos y te escondieras, podría rastrear tu esencia de odio y venganza inconfundible… igual que tus compañeros traidores.

Un flasazo azulado es lo último que vio Invejo antes de que partiese en dos su cuerpo desde su espalda y desapareciera con un destello dorado. Los enemigos lo sabían, sabían que ahora sí podía distinguirles de las mentes normales, y trataron en vano de huir o combatirme. Los gritos sucedieron, un destello por cada muerte, pero ninguno salió con vida de aquel lugar. Apareciendo súbitamente frente a ellos, mi espada cortó carne y acero por igual.

Cayendo el último cuerpo, no perdí un segundo y desprendí un torrente de energía blanca y azul, que alejó aún más el agua de aquel lugar y devolvió a todas las mentes verdaderas su estado natural, curando sus heridas y su energía. Todas se miraron, incrédulas, incorporándose y volteándose hacia mí para darse cuenta de aquello en lo que nos habíamos convertido. Pero yo miraba a una en concreto... porque no... no podía ser... No podía ser uno de ellos.

-Eissen... -miraba al hombre de ojos verdes que me miraba, sabiendo lo que yo sabía de él, lo que yo sabía, que era uno de ellos, un traidor.
-No te culparé si ahora me matas...
-¿Qué eres, Eissen?

La sala se tensó, mirando al antihéroe de nuevo que por momentos pareció inocente frente a Invejo. Miró alrededor levemente, luego a mi arma, que no sabía si levantar, y se sintió con vergüenza pero tranquilo, pues sabía que llegaría este momento.

-Yo... lo siento, Mil Mentes... -bajó la mirada, tensó los brazos -. Lo siento de veras... pero mi creador es Sever, y no puedo negar mi naturaleza. Él me formó para infiltrarme entre los tuyos y formar el caos...

Mi cabeza se irguió, consternada ante la noticia, como todos, pero nadie le interrumpió. Eissen, el encargado de avanzar, costase el precio que costase; Eissen, el líder de mis mentes, el organizador, el frío... el traidor.

-Pero yo no soy como él -levantó la cabeza, con los ojos húmedos -. No tardé en ver que de verdad tenías buen corazón... ¡Así que renegué de Sever!, y me uní a los tuyos, porque con él no me sentía tan... lleno... aunque sepa que a mis espaldas decís cosas de mí -bajó la mirada un momento, sin atreverse a dirigir su vista en las mentes que no sabían si sentirse culpables -. Entendí que Sever era puro odio, y aunque me creara me dotó de juicio propio, y tomé la decisión. Todo marchaba bien, hasta que leí el pergamino que robaste a Religión y que ocultaste bajo llave. Te prometí que no lo leería, lo sé... pero entonces vi que nos querías matar a todos, y me decepcionaste... porque yo lo dejé todo atrás para unirme a alguien que pensaba matarme.

Las mentes calladas en la burbuja de aire que había formado, meditando.

-Y aun así, los traidores me propusieron un trato sabiendo que fui la tercera creación de Sever, y lo rechacé, por ti y la gente que me rodea. Me pidieron que ocultara sus nombres y les facilitase una guerra civil, pero en vez de eso me escapé e investigué por mi cuenta, sin poder confiar en nadie... No te culparé si ahora me matas. Mi objetivo original era volverte en contra de Razón, y casi lo consigo cuando empecé a verle como un traidor por sus acciones en la Gran Tragedia. Intenté guardaros del caos, y casi os mato por formarlo. Lo siento, de veras. Pero yo os dirigí con la mejor parte de mí. Una parte que aspira a ser algún día completamente como vosotros.

Todos escucharon en absoluto silencio, y parecía que la sala contenía la respiración. Tomé aire, y esperé un segundo, dos, muchos más, pensándolo bien antes de apoyar mi mano desnuda en el hombro de Eissen. Me miró, y nuestros ojos pudieron verse, sintiéndole. Podía detectar que era diferente a los demás, pero no notaba en él odio, ni venganza. Discrepaba con su ética, pero estaba seguro que Eissen lucharía a mi lado en el final de esta guerra. Y aunque me costara creerlo, le entendía, como si fuera casi por completo una mente más.

-Has dicho que fuiste la tercera creación de Sever... ¿cuáles fueron las otras dos?
-Lo... lo desconozco, Mil Mentes. Nunca quiso decírmelo.

Miré al resto de mentes en aquel lugar. Todas, con una decisión en la boca. No tuve tiempo de preguntar nada, pues sentía en cada una el sentimiento de perdón. Volví a girar mi cabeza hacia él, y noté su sonrisa y su agradecimiento en mi corazón mientras asentía levemente. El líder polémico lucharía un día más en el bando del pueblo que le había perdonado.
Un chasquido a nuestras espaldas.

-Impresionante... -con un tono relajado y tranquilo, Inconsciente apareció de las sombras con aquella figura tan negra, tan alta, tan estilizada, acercándose a mí con su voz enigmática -. Has viajado a lo más profundo de tu personalidad y provocado que salga de mi lejana morada para verte, realmente interesado. Ahora puedes detectar a los traidores, y además, has perdonado a uno...
-Así es. Envié el cofre a lo más profundo sin saberlo, y a aquel lugar fui para acabar el trabajo -un paso hacia él -. Quiero una cosa de ti, Inconsciente.

Sin mediar palabra, aquella misteriosa y solitaria mente sonrió y apartándose a mi derecha chascó los dedos, pues sabía lo que quería. El suelo frente a mí se volvió un líquido espeso, y lentamente emergió de él entre burbujas lo que buscaba: El Corazón. Un orbe grande, frágil y asustado que se había encerrado en un caparazón morado muy oscuro, grueso y rugoso. Lo toqué, triste, pues nada tenía que ver con aquel fulgor mágico que desprendía e hipnotizaba. Apenas quedaba rastro de aquel Carlos genuino y tanta extensión artificial de mi persona me había debilitado. Debía eliminar el miedo, el odio y la pusilanimidad de aquel Corazón para que no necesitara más protecciones artificiales. Y ahora, podía hacerlo.

-Quién lo diría... parece como si hubieras enviado ese cofre a ese lugar sabiendo todo lo que ocurriría más adelante -sonrió de aquella manera incómoda que tan bien sabía hacer -. Nos vemos, Mil Mentes. Te estaré observando de cerca, eres muy exótico. Y, quién sabe, a lo mejor si sales vivo de esta guerra te apetece pasarte por mi morada... de nuevo...

Con un chasquido Inconsciente desapareció dejando humo negro en su lugar, y sabiendo cómo se encontraba El Corazón pude por fin dirigir mi atención hacia mis mentes. Hacia Luchadora, que me miraba nostálgica y orgullosa, sonriente, sin nada que decir, pues no hacía falta. Sus ojos ya no brillaban, y aún tras recuperarla se encontraba débil, pues según ella había sido consciente de una realidad, una que no conocía aún... y mientras, ella seguía debilitándose, y llorando en el primer nivel frente a aquella lápida la muerte de aquel ser querido que dio la vida por ella.
Me abrazó con ternura, lejos de la rudeza espartana con la que me solía tratar, aquella sensualidad engañosa que trataba de darme el golpe en cada distracción. Presionó mi vientre, y se dio cuenta de que algo iba mal. Levantó rápidamente la camiseta que llevaba ese día.

-¡Dios mío, Mil Mentes! -tocaba con preocupación una extraña cicatriz apenas a unos centímetros de mi ombligo y que cubría todo el abdominal.
-Debemos extirpar eso... -apareció Fuego.
-¡Aparta, inútil! -Servatrix se abrió paso -. Esta es la herida que te provocó Sever cuando te lanzó aquí, hace tanto tiempo... creí que se te cerraría mientras estuvieras donde quiera que estuviste, pero se te ha puesto peor...

Miraba sin saber qué decir la extraña herida recta mal cicatrizada que a su alrededor había supurado una sustancia blanca terriblemente familiar. La presión de Servatrix me producía malestar, y antes me percaté de cierta molestia en el abdomen debido al contacto con mi energía blanca y azul.
La dirigí hacia aquella herida mal cerrada, y en efecto sentí cómo la rechazaba. Era un punto débil: Sever había cerrado una parte de mi cuerpo a mi propia energía con tal de debilitarme... Y no me sorprendía, viniendo de él. Era posible incluso que aquella supuración comenzara a extenderse más y más conforme pasaba el tiempo, hasta convertirme, quién sabe, en alguien como él. No había que perder más tiempo porque jugaba en mi contra, y mirando a Luchadora a los ojos me bajé la camiseta ante la sorpresa y mala cara de Servatrix y respiré hondo mientras comenzaba a caminar, siguiendo los consejos mentales de Eissen y Razón, que por una vez estaban de acuerdo.

Focalicé mis pensamientos en la batalla, centrándome en cada palabra que iba a decir, pues iban a ser las más importantes hasta la historia de mi vida.

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