El fondo negro, una larga sombra se levantaba a mi izquierda. Yo en el suelo entre pequeños escombros, él de pie, apuntándome con una espada y con la cara prácticamente iluminada.
-Dime, Carlos. ¿Qué se siente al enfrentarte a tu primer gran villano? ¡Estoy realmente loco!
Abrí los ojos mientras me acababa de levantar volviendo de nuevo a mis pensamientos, a mi mundo. Llevaba mucho tiempo levantándome, posiblemente mes y medio, pero ellos seguían allí, todos, en fondo del océano, observándome. Mis Mil Mentes.
-Ha sido un buen año -decía Optimismo con una sonrisa.
Sonreía, pero sus ropas y cuerpo se encontraban demacrados.
Miré alrededor. Unos pocos sonrieron levemente, otros permanecieron serios.
Da igual donde pusieras la vista, el agua jamás acababa. Mi palacio derruído, mi filosofía, había quedado anegado por completo.
-Hijo mío... ¿cómo te encuentras? -una voz femenina se abría paso entre la multitud que me miraba sin desviar sus ojos.
Era Servatrix.
-Bien... bien -susurraba mientras ella cogía mi mano y me acariciaba la cara con la otra.
-Te atravesaron con una espada... te enviaron allí abajo, y te desintegraron medio cuerpo... ¿cómo vas a estar bien?
Me fundí en un abrazo con ella. Mi cicatriz comenzó a sanar más rápidamente, y noté que dentro de mí mi pecho comenzaba a regenerarse también.
-Es obvio que nada de esto es casualidad -dijo Razón, avanzando un paso interrumpiéndonos, con aquella armadura ligera dorada, aquella pose altanera y su espada élfica y lanza -. Observad todos dónde Sever lanzó a Mil Mentes para que su espadón fuese clavado. Así es, estamos en la Sala de los Recuerdos.
-¿Y qué pretendes decir con eso? -contestó Servatrix, separándose de mí.
-Pienso que es una advertencia a todos nosotros. Todos conocéis a Sever.
El polvo se levantaba a cámara lenta por la densidad del agua a medida que avanzaba hacia el centro del círculo, señalando aquellas paredes derruídas...
Aquellas... paredes...
-¿Qué te ocurre? -preguntaba con cuidado Lágrima, mientras observaba distraído los recuerdos de hacía un año -. Servatrix preguntaba por ti.
Lágrima Valerie.
La parte más castigada de mi alma.
-¿Y qué quería?
-No lo sé. -pausa -. ¿Qué te ocurre?
-Nada... simplementente observo -sonreí levemente, tratando de ocultarla la verdad.
-¿Por qué no eres sincero ni siquiera con tus propios compañeros? A veces incluso parece que confías más en el criterio de los de fuera.
-Está bien... -bajé la cabeza pues su corazonada era cierta -. Hay algo raro que ha cambiado en esta sala. Hay algo diferente. Y no sé qué es.
Alrededor de aquella gran sala cuadrada se alzaba una marabunta de estatuas, recuerdos y miniaturas, reliquias que el paso de los años y las vivencias depositaban allí. En las paredes, extraños cuadros parecían que iban a absorberte hacia ellos. Había columnas, grabados... un completo museo de dos plantas a mi disposición, donde la más alta poseía un hueco en el centro para dejar pasar la luz del techo de cristal.
En la segunda planta, de hecho, únicamente había retratos de todas las mentes que poseía, y las que habían caído en combate.
-¿Crees que empezará pronto?
La miré despacio, hacia abajo, inseguro.
-¿La guerra?
-Sí.
-No lo sé, Lágrima. Por un lado... quiero que suceda, ¿sabes?
-¿Quieres que deje de sufrir?
La miré a los ojos, compasivo y algo triste.
-Claro. Quiero que dejes de sufrir, y que Social deje de tener que dar explicaciones a la gente, y que Razón deje de patrullar por las noches... de que Luchadora vuelva a confiar en sí misma...
-Luchadora ya no es la misma. Y nunca lo será, creo.
-¿Por qué?
-Ya no me grita ni me regaña por mi fragilidad.
Miré a la nada, distante, pensativo, agobiado al pensar en los múltiples pequeños problemas que estaban empezando a surgir. A los eventos extraños que estaban ocurriendo.
No estaban solos. No estaban seguros, y algo maligno e incorrecto se escondía en la estructura misma del Nuevo Palacio.
-Eso te pasa por construir y basar todos y cada uno de tus cimientos en otra persona.
-Pensé que Luz me los mantendría siempre.
Pero eso era ser dependiente...
-No digas esto a nadie, pero...
-Dime.
-No dejes que Eissen tome el mando, por favor.
Y aquellas paredes comenzaron a difuminarse, a destruirse, a volverse oscuras y a inundarse de agua a medida que abandonaba mis pensamientos.
-Sever nos está mandando un mensaje -seguía hablando Razón, mientras se agachaba para desenterrar de la arena un marco de foto con el cristal roto -. Si continuamos esta guerra, nos destruirá.
El rostro rasgado de uno de los nuestros.
-¡No puedes estar diciendo que dejemos que Sever controle todo! -irrumpió Social, enfadado.
-¡No! Pero retarle a muerte es una locura. ¡Creíamos que Mil Mentes estaba preparado para derrotarle, estábamos todos preparados para su señal, y mirad cómo le ha dejado!
-No puedes estar hablando en serio... -habló Servatrix que volvía a su posición.
-Sever es un ente inmortal, lo sabéis tanto como yo. No podemos matarle para siempre. A la larga sucederá un nuevo trauma, o un trauma superado más fuerte, y volveremos a recaer.
-¿Por qué no lo convencemos de que se una a nuestro bando? -se oyó decir.
-Todo lo que hagamos estará mal... ya lo sabéis -puntuó Relativismo.
Voces comenzaron a inundar la sala sin techo. Gritos de "¡Hay que matarle!" "¡Él no es malo!" y "¡Hay que esperar!" pude distinguirlos entre el barullo.
-¡Callaos todos! -vociferó Razón, el apaciguador.
El silencio se hizo un momento entre los presentes.
-Bien, creo que es momento de comenzar el debate.
-¿Qué debate? -pregunté, pues nada se me había informado.
-Preguntarnos si debemos continuar esta guerra a muerte o suspenderla.
-¿Qué? -dije contrariado -. Pues claro que la continuamos. ¿Por qué debatir esa tontería?
Él se quitó su casco ligero dorado, que guardó bajo su brazo derecho, y mirándome con aquellos ojos azules y aquel cabello largo de color lila tenue mate de brillo plateado, pronunció sus palabras.
-Me temo, Mil Mentes, que no puedes intervenir ahora.
-¿Por qué? Sois proyecciones de mi personalidad, y al fin y al cabo estáis a mis órdenes.
-¿Órdenes? -dijo avanzando hacia mí decidido -. Míranos. Mira nuestras heridas, nuestro cansancio y fatiga. Amigos míos han muerto en batalla. Mentes tuyas, a manos de Clones Blancos nuestros o de infiltrados. Quizás dependamos de ti... pero no queremos morir por una causa que quizás esté perdida.
Ante mi atónito silencio, el debate comenzó presto.
-El balance es positivo. Si Erudito junto a Razón y los espías siguen investigando, podemos ganar -decía Optimismo -. Solo hay que aguantar.
-Já... Aguantar... -se escuchó una voz entre el resto -. Ya estoy cansado de aguantar. Mucho dar, mucho investigar, y nunca paramos a descansar, a intentar reponer este edificio -habló Interés.
-¿Qué propones?
-Míranos. Estamos destrozados, sin embargo ellos se encuentran perfectamente. Creemos estar próximos a la batalla final, pero nos destrozarán. Propongo negociar un alto el fuego y que ambos reinen. Al fin y al cabo necesitaremos a Sever para sobrevivir.
Razón encolerizó, y señalando a Stille ella sin dudarlo un momento se abalanzó sobre Interés y tirándole al suelo le colocó el puñal a pocos centímetros del gaznate.
-¿Qué esperabas conseguir revelándonos con tanta cara dura que eres un traidor?
-¿Crees que soy el único traidor? -rió nerviosamente, feliz y loco -. Mira al centenar de personas que hay aquí... la mitad son traidores.
-De hecho siguiendo tu razonamiento, Razón, cualquiera que está en contra de morir por la causa es un traidor.
-¡Tú eres otra traidora, que está metiendo veneno!
-¡No! ¡Eres tú, Razón, que siempre nos has amargado con medidas austeras siempre que el enemigo estaba a las puertas, y ahora quieres parar! -se oyó.
-¡No debemos ir a la guerra!
-¿Quién ha dicho eso? ¡Que alguien le mate!
Razón se vio rodeado de armas. Una pistola apuntaba a Stille, que a su vez sacó una nueva daga dispuesta a lanzar a su apuntador. Relativismo fue precavido y se defendió antes que nadie le acusara. Servatrix fue agarrada. Todos comenzaron a apuntarse a ellos mismos, sospechando en silencio. Todos en caos, preguntándose qué era exactamente ser un traidor. Solo Lágrima permanecía intacta, arrodillada en silencio, como siempre.
Razón cogió aire, tranquilo, e hizo un gesto a Stille para que acabara con Interés, sin importar lo que ocurriese. Ella estuvo de acuerdo, y se dispuso a matarle.
Pero el cuchillo no avanzaba más.
-¡Parad! -grité nervioso entre todas las armas -. ¡Así acabaremos todos destruídos!
-Pero es lo que querías, ¿no? -surgió una voz entre dos figuras.
Eissen.
-Yo...
-Cuéntaselo a todos, Mil Mentes, están deseando escucharlo. Cuéntales cómo deseabas que al acabar la guerra todos hubiéramos muerto.
-¿Es eso verdad? -preguntó Servatrix, asustada.
-Yo...
-¡Traidor!
-Conocía lo del palacio y las herramientas, pero leyendo tus diarios... -continuó -. ¿Por qué no se lo contaste a nadie?
Todas las miradas se fijaron en mí, mientras sus armas permanecían estáticas en el cuerpo más cercano, dispuestas a desgarrar en cualquier momento.
Una sombra emergió entre todas.
-A nadie no. Yo lo sabía.
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