18 de enero de 2013

Eligen sin vivir, creen sin pensar.


La puerta pesada chirriaba como siempre, pero ya no pesaba lo mismo, y eso me gustaba.
Allí me encontraba. En las colinas verdes, recuperadas tras el acto violento de Sombra.

Y sin embargo, ahí estaba yo, con ella hablando los dos sentados en una colina de la Casa de Campo. Se había desplazado hasta mi barrio para ir al cumpleaños de su novio, pero quiso verme antes.
Y yo acepté, como un imbécil. Callando lo que mi interior quería decir, que solucioné encerrando junto a luchadora el fuego que me ardía en una jaula y enterrándolo a mucha profundidad en aquella tierra húmeda y fresca de mi mundo. Fingiendo ambos que nada había ocurrido.

Por las colinas caminé saliendo de aquel templo hasta llegar a la pequeña iglesia que fue durante unos años el  hogar de Religión. Lo fue... y posiblemente lo siguiera siendo.
Fui a por ella a acabar lo que empezó. Por eso entré, y la puerta pesada chirriaba como siempre, pero para mí era liviana.
El silencio me recibió, una cruz de madera sin hombre clavado que me observaba seca y vieja desde su puesto detrás del altar. Aquellas paredes gruesas de piedra sin ventanas, las dos capillas a izquierda y derecha donde pueden encontrarse enemigos...
Giré rápido una de las esquinas. Y allí estaba, Religión mirando por la diminuta ventana el cielo que los últimos días fue enrojeciendo.

-Hola -interrumpí sus pensamientos, a pesar del anterior chirriar de las puertas que no pareció escuchar.
-Habrás venido a pedirme perdón por lo que hiciste -no inmutó su postura.
-No. La anterior vez me partiste las piernas en una emboscada contra mi persona. Y ahora vengo a negociar un acuerdo contigo.

Abandonó el cielo para mirarme con su misericordiosa atención.

-Habla.
-No quiero que permanezcas más en este mundo. Y de hacerlo, no quiero que hagas más ruido... no. Quiero que no permanezcas más. Tienes muchos fallos en tu estructura de pensamiento, muchas preguntas imposibles de responder y un gran teatro, pero no funcionará más conmigo. Vete, y no lucharemos más. Te estoy dando la opción.

Religión acarició su barba más o menos arreglada, castaña en su cara huesuda de líneas delgadas y concisas y aquella piel lisa como el mármol pulido. Me miró, impasible.

-Acompáñame.

No cerró las puertas de la iglesia cuando salimos a las grandes colinas verdes. Colinas que, aunque todo pudiera verse, sin niebla y fueran verdes y bonitas, no poseían la riqueza, el atractivo del mundo que acababa de descubrir.

-¿Qué quieres?
-Mira estos prados con atención. Son bonitos, ¿verdad?
-Sí... -dije observándolos sin entender el propósito.
-Pero estoy seguro de que prefieres tu mundo a ellos.
-Sí.

Giró su cuerpo hacia mí, despacio.

-¿Y por qué piensas que existe tu mundo?
-Si me vas a decir que tú lo creaste, estás equivocado.

Me miró con desdén, calmado, con una intranquila mirada de odio reprimido.

-Tú te equivocas. Tu mundo existe porque crees en él -avanzó -. ¿O acaso te piensas que todos los corazones poseen su mundo? Muchos son pobres diablos que viven sin vivir, eligen sin querer...
-Y creen sin pensar.
-Existen, pero no son nada. Ellos están equivocados, pero tú también... -abrió los brazos señalándolo todo -. Todo es un constructo de tu mente. Existe porque crees que existe, y tiene la forma que quieres creer que tenga. Quieres pregonar tu filosofía, ¡que todos vivan el renacimiento de Fénix que tú protagonizaste! Pero no te das cuenta que es una religión más...
-¡Te equivocas! -grité mitad serio y mitad furioso.

¿Realmente lo era? No, nunca, yo daba a elegir, él esclavizaba. Yo otorgaba...

-¿Libertad? -susurró.

Retrocedí unos pasos, asustado con los ojos profundamente abiertos.

-¿Puedes leer mi mente? ¿Como...?
-Como Luchadora. Claro que sí -sonrió -. Yo soy parte de tu mente, parte de tu personalidad inherente a ti. Pero a diferencia de ella, yo puedo traspasar sus fronteras y vivir en tus colinas exteriores.

¿Qué estaba ocurriendo en mi mundo? ¿Por qué no podían suceder las cosas estables y con normalidad?
¡Solo quería colocar las piedras preciosas de mi personalidad en mi lienzo de acuarelas, témpera y carboncillo! Sin embargo...
Sin embargo Sever y Religión podían traspasar barreras que no se deberían poder superar y desestabilizaban mi filosofía.

-La diferencia entre tú y yo es que yo tengo poder sobrehumano. Escapas a mi intelecto. A mi entendimiento, y solo soy un reflejo de tu idea de Religión. Imperfecta. ¡Pero ahí arriba...!
-¡Ahí arriba no hay nada! ¡Y si lo hay, no puede ser cristiano!

No me daba cuenta, pero todos los lazos culturales a los que estaba atado comenzaron a resquebrajarse. Allá, en una sala profunda en mi interior que desconocía su paradero, allá en una sala oscura donde unos lazos gigantes conectaban suelo y techo... allá se estaban rompiendo.
Estaba negando ante mí que un dios supremo existía. Estaba negando mi futuro, mi continuidad y mi integridad... estaba negando todo lo que el mundo me enseñó...

-No importa que tú creas en mí. Yo desapareceré de ti, tú morirás y el resto se salvarán. Sin embargo, no puedo hacer eso. No, porque eres alguien ignorante al fin y al cabo y... debo obligarte a creer en la verdad. Por tu bien.

¿Qué creer? ¡Luchadora, ¿qué creer?! ¿Arrodillarse y temer o alzarse y combatir hasta la última repercusión de mis actos?
¿Quería acaso mostrarme? Solo quería negar su existencia y salir corriendo como un conejo asustado... pero debía ser fuerte... ¡Debía ser un luchador, porque es esa la única manera de crecer espiritualmente!

Un halo de energía rojiza cubrió mi ser, que envuelto por aquella nube de pálida sangre la dejaba proyectarse hacia arriba, hacia aquel cielo de un extraño color lila, y un espadón apareció en mi mano tras un resplandor dorado.

-¡No dejaré que me envenenes con tus mentiras! ¡He venido aquí para acabar lo que empezaste!

El aire moría cortado por el filo de mi espada cercenadora, que silbaba grave y fuertemente por la fuerza con la que embistió el costado de Religión, que con los brazos alzados se encontraba desprotegido.
Sin embargo, la sangre no manchó mi rostro, ni sentí el golpe acabado.
Porque nadie moriría ese día.
Y ante mí se encontraba una Religión que con los brazos alzados miraba mi espadón con pena, espadón que se encontraba en sus costillas. Sin corte alguno.
Comenzó a aplaudir.

-Una espectacular actuación, pero estoy seguro de que puedes hacerlo mejor.

Me encontraba pálido y boquiabierto, observando incrédulo cómo la espada se había detenido ante su cuerpo como la hoja que cae en el suelo mecida tranquila por el viento.
Él agarró la hoja de metal con cuidado y por el filo, observándola con detenimiento. Su forma. Su dibujo borroso.

-Es una bonita espada. Una pena que sea frágil como su portador.

Y con un movimiento de muñeca partió en dos el arma, sintiendo que algo dentro de mí se desmoronaba y el mundo se me venía encima.
No le había causado herida.
Una patada demasiado rápida en el estómago borró mi vista y mi sentido del espacio, y de pronto aparecí herido, entumecido y encajado en la tierra semihúmeda de una colina cercana a la que me había enviado.
No dudé.

Y huí rápidamente de aquel monstruo imparable, acobardado, y como el perro que se esconde detrás del dueño al entrar en su casa yo fui a ampararme a Luchadora al entrar en el templo mientras un enemigo muy poderoso pensaba que su superioridad moral no le dejaba seguirme.
No vi cómo una figura blanca como el papel aparecía a sus espaldas.

-Dame una razón para que siga permitiéndote estar aquí.

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