31 de diciembre de 2012

Mi mundo.


-Ha sido un buen año, Mil Mentes.

Sonrió Optimismo, representando a todas las figuras allí presentes. Lo dijo con las ropas rasgadas y las heridas de la lucha, como todos, porque sonreían pero se sentían serios y solemnes. Yo me levantaba poco a poco, observándoles a todos. Allí estaban, inmóviles, esperándome, mis Mil Mentes.
Contemplé desde el fondo del océano mi palacio, mi mundo derruído.
Ya no existía la ilusión por descubrirme y conocerme, de ver cómo era mi mundo, porque creía conocerlo. Nada que ver con la pasión de los ojos que observaron aquel mundo por primera vez, hacía dos años y medio:


-Luchadora.
-Dime, cielo.
-Quiero abrir de nuevo el cofre.

Ella me miró, confirmando mi seguridad, y tranquila volvió a apoyar su espalda femenina en la roca del templo.
Habíamos viajado dos veces más al mundo. La segunda fuimos para ver si podía acostumbrarme a aquella niebla gris que todo escondía y podía sustraer algo de sus secretos, pero era imposible. Al cabo de un tiempo sentí náuseas y la necesidad de abandonar aquel lugar. La tercera ocurrió lo mismo, simplemente aguanté un poco más.
Ambos sabíamos que necesitaba seguir abriendo el cofre para avanzar, pero era muy doloroso y no me había hecho el ánimo hasta ahora.

-A ver... levántate.

Sentado frente al cofre me incorporaba lentamente, no quería hacerlo.

-¿Por qué? ¿No sería mucho más cómodo estar sentado?
-Precisamente por eso -me miró penetrantemente, con rostro inexpresivo -. ¿Quieres recuperar tus poderes como una princesa o quieres curtirte y ser algo más resistente?

No podía negarme ante esa oferta. Debía luchar, como un espartano. Acostumbrarme a lo peor, a los golpes y a las incomodidades, como un espartano. Solo así se podían superar sin trabas los problemas. Y Religión partió mis dos piernas la última vez.

-Coge aire...

Apenas había inspirado el suficiente cuando sus manos blancas abrieron el cofre levemente, y un fluir de energía semitransparente buscó mi cabeza a gran velocidad, abordándola y sumiéndola en unas repentinas migrañas.

-¿Estás bien? -no podía verla sino borrosa -. Voy a abrir el cofre poco a poco.
-Sí... sí, hazlo.

Una cascada de ideas y recuerdos se agolpó en las fisuras de mi pensamiento, quebrándolo y dándolo de sí, destruyendo mi visión del mundo y añadiendo nuevos conceptos e ideas. Cada vez más. Cada vez más fuerte.
Permanecer quieto era inútil. Por momentos languidecía y me ladeaba, mucho menos de lo previsto pues aquella fuerza luchaba por mantenerme en el sitio, aunque me empujara.
Dolía pero... ¡era necesario!
¿Doler? ¿Eso era doler? ¡Pues vaya un cofre que no tuviera tanto que ofrecer!

Mi mente se abrió al dolor y caí al suelo a plomo de espaldas, con los brazos extendidos y la cabeza conmocionada. Tenía mis límites. Casi los traspaso entonces, pero el dolor dejó de doler y convertirse en una ilusión.
Me sentía algo más reconfortado y más completo. Abrí los ojos.

La hierba suave acariciaba mi nuca y el dorso de mis manos. Una agradable brisa colisionó con mi rostro, después de dos semanas sin ver el sol. Una luz proveniente de ninguna parte iluminaba el lugar, tenuemente. Un olor a pino inundaba el lugar. Un olor a fresco, un olor a vida. Nada que ver con las colinas verdes inertes, mi estado de ánimo.
Me incorporé lentamente, recuperándome del dolor anterior. Podía ver la hierba fresca, la tierra, e incluso algún árbol... pero nada más.

-Felicidades. Lo estás consiguiendo.

Allí estaba aquella mujer tres pasos a mi derecha, erguida y con su pierna derecha apoyada sobre una piedra. Para mi sorpresa vi que empuñaba un arma, una ligera espada que descansaba igualmente sobre la roca. Sus manos blancas se encontraban cubiertas ahora por unos mitones de tela morada oscura que alcanzaban hasta sus codos, y sujetos por dos correas finas de cuero por cada antebrazo. El tejido de su chaqueta también se había vuelto más robusto.
Caminó hacia mí lentamente como hacía siempre, creando un surco con su espada y hundiendo sus plataformas de caucho en la tierra húmeda. Pero su calzado también había cambiado, siendo menos alto, y más duro, comenzando a asemejarse al cuero.

-¿Cuántas veces más voy a tener que enfrentarme al cofre para que mi mundo quede completo?
-Bueno... tu mundo es algo... peculiar. Aún así, espero que con dos encuentros más todo acabe... si estás dispuesto a darlo todo.
-¡Desde luego!

Ella asintió mirándome con unos ojos morados aún más penetrantes que la última vez. Yo avancé unos pasos, pero la niebla permanecía inmutable, no se movía conmigo.

-Aguarda un poco más... -dijo ella, apoyándose en su espada que clavaba sobre la tierra -, aún no lo has asimilado toda la información. Poco a poco comenzarás a ver un poco más.

Miré el brillo de su espada de estilo medieval con curiosidad. El arma, su ropa, sus ojos...

-¿Por qué has cambiado? Eres más... eres más.
-Cambio y soy más porque tú cambias y eres más.
-¿Cómo?
-Desenfunda tu espada.

¿Cómo que desenfundara mi espada? No tenía espada, jamás la había tenido. ¿A qué se refería?

-Vamos. ¿A qué estás esperando?
-¿Te refieres al arma con la que combatimos nuestros poderes, la de mi nueva filosofía?
-Claro. En tu mundo tiene forma de arma, aunque en la realidad tome la forma del coraje, la paciencia o la habilidad para hacer algo.

¿Entonces mi filosofía era cierta?

-Es cierta porque tú crees que lo es -dijo ella -. Nosotros somos aquello que quieras que seamos.

Un mundo... un reflejo de mi personalidad... y una espada.
¿Podría al final blandir un arma propia? ¿Me conocía lo suficiente?
Un fulgor dorado brotó de la palma de mi mano derecha, que cegó todo a su alrededor. Con un sonido brillante comenzó a materializarse ante mí un espadón de dos manos. Recto, la punta de este se deslizaba hacia atrás en sus últimos treinta centímetros, y para compensar el peso la hoja delantera languidecía y se encogía, para de pronto crear una guadaña, que si bien lo era, su proximidad a la espada la hacía parecer más bien una hoja colgando de una rama.
Una forma vaga estaba grabada a ambos lados, pero no se veía muy bien.

-Eso es otra cosa -dijo, desclavando su arma de la tierra y apuntándola hacia mí -. Es hora de que te enseñe a combatir.

Sin dejar tiempo al respiro atacó sin piedad mi cuerpo, solo defendido por dos bloqueos puramente fortuitos.

-¡Cuidado! ¡Casi me matas!
-¡Y eso es porque no lo he hecho bien!

Varias horas pasaron. Luchadora apenas se contuvo en ningún momento, obligándome a permanecer continuamente alerta, a habituarme a un espadón incómodo de usar y a luchar más tiempo del que podía. Ella tuvo razón y con el tiempo la niebla fue apartándose, dejando ver poco a poco algo más de mi mundo.
Mareos y náuseas volvieron a entrarme cuando el límite se ensanchó hasta el doble de lo que podía ver antes, descubriendo un bosque poco poblado repleto de pinos. Un monótono paisaje precioso, ¡mi mundo, contemplado con mis propios ojos!

-¿Qué te parece? -dijo ella, sonriendo.
-Que no sé cómo no lo había querido ver antes.

Sentado en el suelo con la espada a mi lado, Luchadora me dejó descansar cuando iba dejando de responder. Estaba realmente cansado.

-Hoy lo has hecho bien -dijo, dándome una palmada en la espalda -. Mañana te enseñaré estilos, técnicas y trucos con esa espada.

Y así contemplaba dispuesto para irme el último árbol a la vista, al que le seguía un pequeño claro de tres metros y algo que parecía agua se dejaba vislumbrar antes de que la niebla gris ocultase el misterio.
Una forma, algo vivo se movió en los límites del humo. Me levanté y retrocedí, asustado.

-Luchadora, ¿qué más hay aquí aparte de nosotros dos?
-Oh... novecientos noventa y nueve monstruos dispuestos a devorarte.
-¿En serio?

Rió, mientras me acompañaba de nuevo al templo para que descansase.

No hay comentarios:

Publicar un comentario