23 de diciembre de 2012

Inestabilidad.


No podía moverme, no podía pensar bien. No podía resistirme.

-¡Dímelo! -rugió Sever señalando a aquello que tenía delante de mí.

Cerré los ojos cabizbajo. Iba a romper mi silencio con ella, mi ausencia no para perdonarla, sino para clavar dos puñales.

-Veo a Sombra.


Sever se encontraba a mi espalda, pero ya no me sujetaba, no físicamente. No lo necesitaba, pues era suyo. El odio recorría mi sangre, me nublaba la vista y mataba mi juicio, y una máscara blanca fue formándose poco a poco en mi cara... una máscara que significaba la ceguera de quien se dejaba llevar por el odio. No quería. No quería.
Un paso. Ella salía por la puerta del instituto, buscándome, porque le dije que allí estaría, para felicitarle el cumpleaños. Pero no. Pero no...
Otro paso. ¿Qué diantres podía hacer? Era mi cuerpo el que se movía, pero no era yo el que me daba las órdenes. Ella seguía buscándome entre los rostros jóvenes.

-¿Por qué, Sever? -sonó más implorante de lo que pretendía -. ¿No fuiste tú quien me salvó aquella vez del abismo? ¿No eras tú la rabia que me volvía un ser indestructible?

Sever no separaba la mirada de Sombra, que al fin me encontró y se dirigía rápidamente hacia mí. La máscara seguía creciendo en mi rostro, tornando el iris de mi ojo izquierdo amarillo.
¿Qué podía hacer?

-¿Y no lo estoy haciendo? Solo serás indestructible si no te tocan. Y para ello es necesario sembrar el respeto por miedo.

El miedo. El miedo... ¡Sembrar el miedo entre las estatuas del Templo! ¡Vengarme de su mal, vengarme por escogerme a mí y no a otro como objeto de burla!
¡Mi destino era prometedor, y lo truncaron! ¡Yo era el superior al resto, y solo trataban de oprimirme para que me rebajase a su altur...!

-¡Aaaah! -grité de puro dolor cuando una mano imprevisible agarró el borde de la máscara emergente y tiraba de ella, haciendo que mi cabeza y mi ojo dorado quemasen y me dolieran como mil agujas.

No podía parar, pero tampoco quería seguir... No con la máscara, no con Sever, no con aquel estado tan destructivo... ¿qué me estaba pasando?

Ella me abrazó, corriendo hacia mí, muy fuerte, con amor y pidiendo perdón. Había venido a felicitar su cumpleaños a pesar de que poco antes me había traicionado y hundido mi honor con una persona a la cual odiaba. Una cicatriz que solo Oscuridad podría borrarme.
Pero faltaba año y medio aún para conocerla...
¡Ella creía que iba a felicitarla!

-¡Vamos, hazlo! ¡Acaba con ella! ¡Calúmniala, húndela, te lo ha puesto demasiado fácil! ¡Quitarte esa máscara no te va a ayudar!

Yo quería, pero no podía al ver ese cariño, esa imploración en el rostro de quien me abrazaba. Debía seguir, aunque me ardiera la frente y la vista se me fuera. Traición. No podía. No debía. Quería. Lo sentía. ¿Por qué reprimirlo? Ella puso sus intereses por encima de los míos... ella me rescató de Religión, que partió mis dos piernas, y me acompañó al Templo... ¿a qué precio?
¿Y no salió Sever del mismo cofre que Luchadora?

-¡Aaaaaaaah...! -sonó por las colinas, y empezó a arreciar la tormenta, los truenos comenzaron a acercarse.

Dolía.

-¡He dicho que lo hagas, eres mi esclavo ahora!
-No...

El comenzó a clavar un punzón en mi espalda, en la posición del corazón.

-Como te quites eso, estás muerto, Carlos.

¿Acaso estaba justificado llegar a un punto controlando y obligando? ¿Acaso Sever no salía del mismo lugar que Luchadora y eso no la podía poner en su nivel? ¿Qué habría dicho ella? ¿Qué...? ¡Debía pensarlo mejor, aunque no hacer nada ahora me impedía hacer algo el resto de mi vida!
Cuatro truenos partieron el cielo y sin vacilación golpearon a Sever, haciéndole gritar de dolor, dolor que se compartió conmigo mediante el punzón que tenía clavado. Pero resistí, caí al suelo y la máscara de una vez por todas se partió y deshizo en el suelo. Al fin.
La rodeé con mis brazos y respondí a su abrazo, mientras lentamente subía la mirada y veía al novio suyo mirándome. Una mirada que lo decía todo: su odio. Mi perdón.

-Gracias por haber venido, Sever. Gracias, de verdad. Significa mucho para mí...

¿Cómo no, maldita?
Ya no me gustaba que me llamaran así...
Yo no medié palabra, estaba agotado. En mis colinas no paraba de llover aunque los truenos hubiesen cesado y Sever hubiera desaparecido. Sin parar fui directo al Templo de las Mentes Carmesí, a trompicones, cansado.
De nuevo por aquellos pasillos en los cuales oía a una mujer gritar con agonía de vez en cuando. ¿Quién era ella? ¿Por qué gritaba? ¿Y dónde?

Su grito se acompañaba siempre de la aceleración de mi paso en un punto oscuro. Y siempre caía. Siempre me golpeaba, me guiaba inconscientemente hacia el tropiezo, hacia el error que había olvidado.
Trepé y salté entre las estatuas, con mayor facilidad.
Seguí el sendero sin llevarme apenas pulsos eléctricos.
La tercera sala aparecía vacía, solemne, creando entre sus paredes una reverberación tras cada paso. Un paso irregular, cansado y hastiado. El día había sido duro, Sever me hirió física y mentalmente y los truenos impactaron en mí de igual manera aunque diferente potencia.
Alcé la vista entre dos resoplidos, buscando la puerta que llevaba a la pequeña sala dorada del cofre, donde Luchadora me esperaría. Tenía realmente muchas preguntas...
Sin embargo, un grito estremecedor, horrible y agudo, cargado con notas del infierno me hizo retroceder mientras tapaba mis oídos.

Allí frente a mí se encontraba la figura de una joven, la que siempre escuché gritar, la que siempre me inflaba de impaciencia. Era guapa, era bella, pero muy delgada. Alta, pero se encontraba arrodillada, débil.
Su piel negra como el carbón chocaba con el pelo blanco como la tela de araña, y sus ojos blancos y brillantes mostraban un iris azul profundo, como el zafiro.
¿Qué mal podía suceder a aquella joven para que gritase de aquella manera? ¿Por qué incomodaba tanto su presencia?

Me acerqué lentamente, pero ella transformó su boca, dándola de sí y mostrando una sonrisa enorme y macabra, que enseñaba cada uno de sus dientes, para después desvanecerse inmediatamente entre la atmósfera tensa de aquella sala.

-¿Luchadora? -la llamé preocupado.
-¿Qué quieres? Dime -ella apareció y se apoyó en el marco de la puerta inexistente entre ambas salas.
-¿Quién era eso?

Ella se acercó a mí con paso tranquilo, levantando los brazos a los lados con las palmas hacia arriba y el cuello encogido.

-Me temo que aún no puedo decírtelo. No hasta que te des cuenta.

El silencio inundó la sala largo tiempo. Poco a poco se cubrió el aire del sentimiento que me apenaba, que destruía mi conciencia y me hacía débil, aunque luchase continuamente contra ello.

-Lo siento mucho.
-¿Tú lo sabías, verdad? -decía mientras trataba de mirarla a los ojos.
-Sí.
-¿Y por qué no me lo dijiste?

Ella dio media vuelta, caminando distraída pero concisamente.

-Porque debías verlo por ti mismo. Yo... yo...

Y noté en ella que quería llorar. Quería llorar pero no le salía, como me pasaba a mí, de la misma forma...

-¿Me controlas?

Se incomodó con aquella pregunta.

-No, ¿por qué lo preguntas? ¿Acaso...?

Dejó de hablar, respiró y me miró de manera mucho más relajada. Me dio un abrazo. Por Sever. Por Sombra. Por todo lo que habíamos pasado.
Ella era la verdadera proyección de mi persona, era ella a quien debía escuchar y seguir, y gracias a ella encontraría la paz interior que tanto ansiaba.
Sever solo era un monstruo que se encontraba en mi interior desde tiempos inmemoriables y, malvado como era, solo buscaba el mal y el dolor en las personas que yo apreciaba.

Pasé con ella varios días, varias semanas. Aprendiendo de ella, intentando recuperarme en vano, pero poco a poco más fuerte. Decidí que me curaría, que eliminaría mis temores y no solo ello, que llegaría a la perfección moral, para mí síntoma de una perfección armónica en el equilibrio de mi mente.
Conocer lo objetivo, la esencia de las cosas y su por qué, para poder conocerte a ti mismo.
Conocerte a ti mismo, el porqué de las acciones cometidas, para poder conocer los malestares.
Conocer los malestares, para poder destruírlos y alcanzar el equilibrio.

Una verdad simple pero sencilla que me propuse alcanzar a largo plazo.

-Luchadora.
-Dime, cielo.
-Quiero abrir de nuevo el cofre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario