1 de diciembre de 2012

La historia es circular pero jamás será igual.


Aquel día, sujeto y controlado por Sever, vi a Sombra.
Ese fue el comienzo de toda esta larga historia. Y pronto debía ser el final.

Abrí los ojos después de algún tiempo cerrados.
Un ambiente iluminado me sorprendió. Estaba acostumbrado a la niebla absoluta en la que últimamente me veía inmerso.
Desde que Luchadora vino a verme, malherida, me limité a sentarme en el suelo del color de la niebla e intentar resistir. No podía subir de nivel, y bajar era un suicidio. Para mí, era aún un suicidio permanecer en el tercer nivel... pero no tenía más remedio.

Frecuentemente sentía vértigos, temblores, sentía que la verdad era demasiado gigantesca para mí. Me encontraba en un nivel muchísimo más complicado que el que residía, y a eso debía sumarle que un veneno atroz procedente de una hoja clavada en mi hígado combatía por matarme. Por matarme mentalmente, por quedar doblegado a su poder.

No me había movido, y sin embargo mis pupilas se contrajeron con la luz.
Me incorporé lentamente, esperando a que la vista se me acostumbrara antes de dar un paso en falso.
Poco a poco la sala comenzó a tomar claridad, y sus líneas comenzaron a definirse mejor. Un paso atrás di cuando reconocí inmediatamente la forma:

Aquel lugar tenía la misma que la Sala de las Ocho Antorchas.

Conté rápidamente los focos que con una luz intensa blanca iluminaban el lugar de paredes blancas, casi futuristas, cóncavas. Eran más de ocho. ¿Qué podría significar?

-Bienvenido, Carlos.

Con la mano en la frente tratando aún de contener la luz, me fijé en una figura que había aparecido de la nada, pegada a la pared que se encontraba a mi derecha. Un viejo más bajo que yo, con el rostro lleno de arrugas y la cabeza poco poblada de pelo largo y blanco, de túnica oscura, me observaba. Tranquilo.

-¿Quién eres?
-Soy tu conciencia. La unión de las Mil Mentes.
-¿Qué? -decía extrañado dando un paso hacia atrás con deseos de observarle más de cerca -, solo hay un viejo en todas las mentes que poseo.
-Yo no soy viejo -dijo, apenas sorprendido -. Yo poseeré la imagen que quieras que posea. O mejor dicho: yo soy tu estado mental.

Aquella revelación no me extrañó por algún motivo. ¿Significaba eso que mi mente se encontraba vieja y cansada?

-¿Qué es este lugar?
-Es tu combate a muerte personal -dijo sin mover un ápice sus gestos.
-¿Qué? ¿Contra ti?
-No -señaló hacia su izquierda, tranquilo -. Contra él.

Me giré y a mi espalda se apareció una incómoda criatura. Alta, oscura, las vendas grises que poseía ocultaban su cuerpo y gran parte de su cabello negro y rostro grisáceo, dejando ver únicamente un profundo iris color dorado.
Una túnica rasgada negra, abierta por delante y unos pantalones estrechos igualmente demacrados eran sus únicas prendas, luciendo sus pies y tobillos descalzos. Su brazo izquierdo se encontraba oculto por una tosca capa. Pero no era eso lo que le incomodaba.
Era aquella cuchilla grisácea de lado cortante metálico, prolongación directa de su brazo derecho, lo que me preocupaba. Aquella postura, tan ausente, tan amenazadora... aquella mirada que se clavaba en tus más profundos pensamientos...

-Este es el veneno que intenta matarte, Carlos -dijo el viejo en su última intervención -. Mátale tú a él, debes dominarlo. No dejes que se apodere de todos nosotros.
-Descuida... -respondí ante el silencio de mi oponente.

La figura amistosa se desvaneció, dejándonos a ambos adversarios en el más profundo silencio. Yo en el centro, él junto a la pared, esperamos. A que el más impaciente diera el primer paso, esperamos.
Yo sería el menos paciente esta vez. Pero no el más débil.
Una espada ligera brotó de mis manos al tiempo que las chispas relucían entre los ojos de ambos. El enemigo, el veneno, callado, impasible, detuvo el movimiento con absoluta tranquilidad. Con absoluta precisión. Y seguía mirándome.

-¡Agh! -gritaba al ser empujado hacia atrás por él de un simple empujón con su cuchilla.

No sería enemigo fácil.
Y casi como si leyera mis pensamientos, con un movimiento fugaz se trasportó a mi espalda.
El sonido del chocar de metales me gustaba, antes. Cuando Luchadora era más fuerte. Pero por motivos que desconocía, ahora se encontraba débil, luchar dejaba  de tener belleza... ¿Acaso estaba sintiendo conmiseración por los problemas? ¡Jamás! Y este moriría.
Repentinos mis golpes, rápidas sus defensas e inesperados sus contragolpes. ¿Cuántas horas cruzamos acero, sin herir ni ser herido?

Pero tarde o temprano debía ocurrir algo, y con una eficaz y fuerte patada desvió mi ataque, que con su fuerza hizo que mi espada ligera, tan largo el mango como la hoja se clavara en la pared que se situaba detrás de él. Me desconcentré, ¡mal hecho! Y antes de poder huir mis ropas fueron rasgadas y mi cuerpo adornado con un corte en la parte izquierda de mis costillas.
La espada se desvaneció de la hendidura y apareció en mi mano de nuevo. Aquel monstruo jamás se inmutaba, jamás dejaba un hueco, jamás paraba de mirarme.
¿Cómo podía derrotar un veneno semejante?

Los golpes siguientes que recibí fueron rápidos, y mi agobio creciente. Mi ropa se rasgó pero sin ser herido, pero fue el toque de alerta que necesitaba.

-¡No! -grité de manera prolongada mientras vientos feroces rugían desde mi ser, una oleada de energía vital que alejaba al monstruo y comenzaron a dar de sí las paredes de aquella sala demasiado pequeña para los dos egos.

El enemigo miró abajo por primera vez, intentando resistir la fuerza que le había empujado hasta el otro extremo de la sala. Con tranquilidad se reincorporó, recolocándose una capa que aún no había revelado lo que escondía y mirándome de nuevo con el único ojo que había visto.
Y unas serpientes verdes, brillantes, brotaron de su espalda y sin jamás separarse de ella comenzaron a atacarme.

"¡Maldita sea!" pensaba, mientras miles de insultos y males pasaban a toda velocidad por mi cabeza. Aquellas serpientes, amenazadoras, no perdieron el tiempo en intentar asustarme, y con la velocidad de un espasmo se lanzaban a mi cuello, dispuestas a matarme. Dos enemigos cobardes que me atormentaban mientras aquel ser perturbado no se movía, no atacaba, ni podía ser atacado.
¡Debía haber una manera de derrotarle! ¡Un hueco, una debilidad!

Grité de cansancio cuando una ola de energía empujó a toda velocidad aquellas serpientes hacia arriba, atravesando el techo, y en mi hombro un pesado bazoca hizo brillar en su boca una esfera azulada que un segundo más tarde explotó acabando con todo, destruyendo de manera permanente aquella sala y haciéndome perder la noción del espacio hasta que una seca y dolorosa caída me devolvió al suelo.

De nuevo aquel sol amarillento en la lejanía iluminaba las múltiples sombras que me impedían ver alrededor.
Las cenizas livianas bailando su último vals antes de morir yaciendo en la tierra fría captaron mi atención, por momentos.
"Ya todo había terminado", mientras rozaba una de ellas con los dedos sangrientos y repletos de magulladuras.
Miré por encima mi cuerpo lastrado, contento. En un rato tendría que levantarme y comunicar a mi conciencia que seguía vivo, y había ganado una vez más...

No sé exactamente qué se me pasó por la cabeza cuando oculto entre las sombras a varios metros de mí, aquella figura levitaba con la forma en quien lo hace alguien intacto.

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