20 de noviembre de 2012
Sever.
No dudé un instante y aparecí de pronto en las colinas, destrozadas, vapuleadas por los seísmos constantes que sufrieron debido a los peligros del Templo, recuperándose poco a poco.
Miré en todas direcciones, entre las grietas y en lo más alto de las montañas.
Sombra había desaparecido.
"¿Por qué?" me decía a mí mismo mientras me martilleaba lo que estaba viendo. Allí, al lado de la parada de autobús enfrente del colegio donde me crié, aquel colegio que fue el centro de mis pesares, era testigo de una decepción más. Una más, pese a que ahora cursaba bachillerato y ya no volvería allí.
Ella me miraba de reojo, con sus labios apretando el índice de su mano derecha, mientras que con la izquierda asía con fuerza la derecha de otro chico.
El chico le daba besos en la mejilla, apasionado.
Un sonido tintileante brotó del suelo cuando ella con aquella mirada inocente tan cargada de veneno partió en dos mi frágil cuerpo de cristal que en diminutos pedacitos caía lentamente.
Ya está, lo había hecho. Ella me había dejado por él.
Todo volvía a tener sentido: él conseguía al fin a la chica que había perseguido tanto tiempo, ella al fin tenía el chico que se merecía y yo... yo fui siempre el extraño que se coló en aquella historia.
Sombra y yo comenzamos una relación en secreto por temor a que un enemigo común, enamorado de ella, lo supiera. Sufrí por guardar el secreto, por aparentar que todo iba normal en mi vida.
Me moría de ganas de decirle a aquel perdedor que la chica a la que perseguía ya estaba cogida, cogida por mí.
Ella decidió acompañarme al Templo. No sé cuánto tiempo estuve allí, pero cuando volví, cuando por fin era yo y todo mi pasado sería resuelto poco a poco, desapareció ella y todo se volvió un poco más oscuro.
Acurrucado entre los verdes pastos que comenzaban a volverse amarillos, vi mis colinas palidecer como en las tardes de verano, y el sol que brillaba dejó de hacerlo, oscurecido el cielo por las nubes. La lluvia empapó mi cara, que deseaba llorar pero era imposible: yo ya no podía llorar.
Un trueno partió el cielo, que seguí con la mirada hasta el punto donde horadaba el suelo.
Una figura me observaba desde la lejanía, cerca de aquel lugar.
Me incorporé deprisa, asustado, pensando quién importunaría mi momento de soledad. Me acerqué a ella, pues no se movía.
Unos segundos pasaron cuando varios truenos colapsaron el cielo, iluminando el lugar. Uno de ellos no cayó muy lejos de la figura, que pude reconocer de mi estatura y blanca de arriba a abajo como el marfil. Un ente que se parecía a las estatuas del templo.
¿Qué era aquello? Con paso firme, lento y seguro comenzó a caminar hacia mí.
Ya podía verle con claridad. Me preparé ante cualquier intento de ataque...
Con la cabeza gacha, aquella figura de cabellos canos, blanca como la porcelana se paró a tres metros de mí. El aire movía sus extrañas ropas anchas mientras permanecía inmóvil con los puños hacia abajo señalando el lugar donde había clavado la mirada.
Con rapidez subió su cabeza hacia mí mostrándome su verdadero rostro.
Yo mismo, pálido y blanco me observaba sonriente, tranquilo, con unos ojos negros como azabache y unos iris que trataban de imitar al sol. Un color precioso que me miraba tranquilo, familiar, mientras una mueca de sonrisa, con la nariz torcida hacia ella parecía estallar en mil burlas.
Retrocedí un paso, nervioso, atacado por aquella presencia que resultaba ser un clon exacto de mí.
-¿Qué ocurre? ¿Ya no me reconoces?
-¿Quién eres? -pregunté con la mente preparada para la defensa.
No contestó. Se limitó a girar la cabeza y mirarme con el derecho de sus ojos mientras intensificaba su sonrisa.
De pronto, un estallido en mi memoria surgió de la nada y pronunció por mí aquella palabra:
-Sever.
-Ningún otro -respondió con rapidez mientras avanzaba hacia mí clavándome sus pupilas -. La verdad es que agradezco que Religión te dejara hecho trizas. Si no, este momento jamás hubiera tenido lugar.
Apoyó su mano derecha sobre mi hombro izquierdo, abandonando su sonrisa y mostrando la palma de su mano izquierda.
-Mira, es un rival duro, pero entre los dos no dudes de que lo derrotaremos.
-Sí... -le sonreí, más aliviado, sabiendo que al fin tenía la seguridad que me protegió en el pasado, cuando las cosas no iban en absoluto bien.
Se giró y avanzó unos pasos hacia mi derecha, con la mirada en el horizonte, observando a los rayos caer por todo el valle.
-A ella también la derrotaremos.
Me volví hacia él de pronto, sorprendido.
-¿A quién?
-A Sombra.
Me miró, clavándome aquella pupila derecha en las mías, profunda como el fondo del océano.
-¡No! ¿Por qué íbamos a hacer eso? Ella ya está con quien debe estar. Simplemente no quiero saber de ella en un tiempo.
-En el tiempo justo mientras esté con él, ¿verdad?
-Sí.
-Claro que sí -dijo, girando su cuerpo hacia mí -, y nosotros vamos a demostrarla que no hacemos tanto sacrificio para ser humillados de esta manera.
Mi mente comenzó a nublarse, dudosa. "¿Debería...?" pensaba, mientras me giraba y comenzaba a andar, pensativo.
-No está bien hacer eso. Ella me salvó la vida cuando Religión me atacó.
-Y lo tendremos en cuenta, pero ahora te ha traicionado de manera grave. Y tu primera aprendiz debe pagar.
La mente me chirriaba, no sabía qué responder, no sabía qué hacer. ¡Realmente quería venganza! ¡Quería hacer demostrar que quien me clava un puñal en el estómago recibirá dos en el mismo lugar! O en la espalda...
Pero hacerla daño, ¡yo no podía, no era ético, no estaba bien!
Me llevé las manos a la cabeza, sofocado.
-Yo... no puedo, Sever. Tendrás tú la razón, pero no voy a hacerla daño.
-¿Qué? -dijo subiendo los decibelios de su voz -. ¿Acaso no recuerdas que guiado por mí es como volviste a la vida? ¡Yo soy la garra!
-Puede que lo seas, pero no voy a hacer daño solo porque tú me lo digas.
Se acercó más a mí, intranquilo, tratando de serenarse.
-Oye, Carlos... ¿no te extrañas de que esté aquí?
Miré alrededor, a las colinas, al cielo oscurecido. A los truenos.
Era cierto.
-Si eres una proyección de mi personalidad... ¿Qué haces aquí?
-Eso es lo que quería decirte -sonrió -. Yo no soy una proyección de tu personalidad. Yo soy tú, en tu sentido más puro. Lo que tú haces, soy yo. Lo que tú piensas cuando la rabia potencia tu concentración, tus sentidos y mantiene tu cabeza fría... soy yo.
Retrocedí un paso, asustado ante la verdad.
-Es cierto... pero ella dijo...
-¿Ella? ¿Te refieres a la chica de aquel templo?
-Sí...
-No te fíes de ella -me advirtió, mirando hacia aquel lugar con cierta repulsión -. Recuerda, son las series de dibujos que has visto y tus prejuicios los que la han creado, y prueba de ello es que no pueden verla.
¿Era todo mentira? ¿El Templo, Luchadora? Algo no encajaba en el puzzle... ¿Qué me pasaba? ¿Por qué me costaba pensar?
Levantó los brazos como si fuera a darme un abrazo.
-Pero a mí sí, por eso has de escucharme con atención. Créeme, si no acabamos con Sombra, su... sombra te impedirá la victoria contra Religión... y esa es la más importante.
Miré a los pastos de color ocre bañados en las gotas de lluvia... A los truenos que se deslizaban entre las volátiles nubes, rápidos y letales... A los árboles, mecidos por el viento que castigaba mis ojos y me obligaba a cerrar los ojos...
¿En qué creía? Debía luchar...
-¡No! -grité al tiempo que abalanzándome contra mi enemigo lo logré agarrar del cuello de su túnica blanca como su piel -. ¡No voy a vengarme de nadie! ¡No soy malvado, ni quiero destruir relaciones que tanto tiempo me ha llevado cosechar!
Él rió sin moverse, tranquilo, hasta que la luz de un trueno le iluminó por un momento y de pronto, con la mirada más seria y atemorizante que había visto, me dijo:
-Si no colaboras, te controlaré.
-Me temo que no voy a dejar que hagas eso.
Una pequeña carcajada iluminó el lugar de malicia.
-¿No te das cuenta, Carlos? Ahora mismo estás siendo controlado por mí. Llevas desde que comenzamos a hablar siendo controlado por mí. Que sea suave o doloroso solo depende de ti, eso es todo. Si no estás a favor de lo que quiero hacer, se te controlará. Quieras o no.
La lluvia arreció trasformándose en un aguacero torrencial que impedía abrir bien los ojos.
-¡Yo pensé que eras mi salvador! -grité, desconsolado -. ¡Yo pensé que eras la garra que me hacía mejor, que me hacía más hombre y me devolvía la vida que siempre busqué! ¡Pero no!
Me arrimé a él todo lo que pude cuando el viento comenzó a rugir desde lo más profundo del valle.
Grité con la mayor de mis fuerzas.
-¡Ahora me doy cuenta de que todos esos sentimientos fueron por rabia y odio! ¡Tú eres el malestar del que me quise librar cuando encerré todo en aquel cofre! ¡Tú eres el vacío de mi interior que debo destruir!
Él sonrió enseñando sus dientes blancos como su alma. Clavándome aquellos ojos dorados como las paredes de oro del Templo que rodeaban al cofre, me agarró de las muñecas, y en un gesto rápido y ágil me dio media vuelta, colocándose a mi espalda.
-Dime lo que ves al frente, Carlos.
No podía moverme, no podía pensar bien. No podía resistirme.
-¡Dímelo! -rugió por todo el valle.
Cerré los ojos cabizbajo. Iba a romper mi silencio, mi asuencia no para perdonar, sino para clavar dos puñales.
-Veo a Sombra.
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