Abrí el cofre, decidido. Al fin recobraría mi personalidad... ¿Qué guardé dentro? ¿Qué había planeado?
Un alud de sensaciones recorrieron mi espíritu al poco de abrirlo. Irremediablemente la tapa se abría completamente al mismo tiempo que yo caía hacia atrás.
Un dolor insoportable. Dolor. Dolor. Dolor y odio...
¿Cuántos recuerdos volvieron a mi cabeza? Recordé entonces que ya los recordaba, pero los mitigué en la cabeza con un falso perdón... ¡No perdonaba!
Mi alma fue prácticamente consumida por aquel torrente continuo y horrorífico de sensaciones. Este no era el trato, cofre...
De pronto, todo paró. Dejé de retorcerme en el suelo, indefenso, con los brazos anudados sobre el pecho. Miré hacia arriba lentamente.
Con una mano en la tapa recién cerrada de aquel cofre de madera, una figura femenina me miraba, medio sonriente.
-Hola, guapo.
El silencio se hizo en sala. Contemplé a aquella extraña, que me miraba cómoda, como si ya me conociera.
Con un pelo azul muy oscuro y unas extrañas coletas con tirabuzones a los lados, observé a aquella mujer, que sin mover su mano derecha del cofre se apartaba con la otra el flequillo de su ojo izquierdo, para pasar después a juguetear con el pelo poco ondulado, brillante y limpio que caía algo más allá de su hombro.
Sonreía con una sonrisa pícara que llegaba a enseñar su colmillo, mientras inclinaba su cabeza hacia un lado sin parar de penetrarme con aquellos grandes ojos morados.
-¿Qué ocurre? -acerté a decir, pues me quedé sin palabras.
-¿Qué ocurre? ¿Cómo que qué ocurre? Te acabo de salvar la vida. ¡Y ni siquiera me lo agradeces!
Se acercó a mí, inclinándose hacia delante con el puño derecho en su cadera y su otro dedo índice marcando cada palabra que iba a decir.
-Debes, leer, las, señales.
-¿Señales? -dije, atónito -. ¿Qué señales?
Se llevó las manos a la cabeza emitiendo un gruñido de impaciencia a la vez que daba media vuelta y tocaba una de las paredes.
-¿De qué está hecha esta pared?
-De oro. ¿Pero qué imp...?
-¿DE QUÉ está hecho este cofre?
-Está hecho de madera... ¿Pero a qué viene todo esto?
-¿Cómo que a qué viene todo esto? -dijo llevándose las manos a las caderas -. Las paredes de oro representan el templo. Lo que quiere decir este contraste es que las pruebas que has vivido aquí son brillantes y pulidas comparándolas con la aspereza y tosquedad del cofre. Esta -dijo, señalándolo -, es tu verdadera prueba.
Miré al cofre, extrañado. ¿No era ese el premio?
-¿Y cómo sabes esas cosas?
-Tú me has dado esos poderes.
-Bueno, ¿y quién eres tú? -dije mientras trataba de incorporarme.
Avanzando un paso, abrió las manos como si fuera a darme un abrazo.
-Soy tú.
-¿Qué?
-Bueno, tú y la guardiana del Templo, por supuesto. Me conozco este lugar a la perfección.
Me fijé en su extraño vestido oscuro. Con un escote algo sugerente, un duro cuero ceñido cuyos botones eran pequeños cinturones acababa poco antes del ombligo, donde pasado este vestiría unos vaqueros oscuros que acababan bastante anchos, y su calzado consistía en unas deportivas con un extraño tacón en plataforma de lo que parecía caucho. Llevaba una pequeña chaqueta, que cubría la mayor parte de sus brazos dejando mostrar las muñecas y en la espalda se bifurcaba en dos grandes pendones que caían hasta casi el suelo.
¿Ella era yo? ¿Qué quería decirme con eso?
-¿Eres la persona a la que oí gritar?
-Me temo... -dijo extrañada -, que en este lugar solo estamos tú y yo.
-Te juro que escuché ruidos mientras llegaba aquí.
-Mh... no sé, no sé... -comenzó a pasear.
¿Quién era ella exactamente?
-Soy un ente imaginario que solo existe en tu mente, pero no por ello quiere decir que no exista -se volteó para mirarme -. Soy el reflejo en imagen de tu personalidad. Tu personalidad verdadera, claro.
-¿Cómo has hecho eso? ¿Has leído mi mente?
-Ya te lo dije -dijo, riendo -. Yo soy tú. Soy el reflejo aquí de tu forma de actuar en la vida real -sonrió -. Puedes llamarme Luchadora.
Luchadora... ¿Había acaso salido de aquel cofre?
-Sí, al liberar un pequeño porcentaje del contenido del cofre, también has liberado algo de tu potencial... yo incluída en el pack, por supuesto -me sonrió mientras torcía la cabeza y abría mucho los ojos.
-No entiendo nada... ¿cómo que potencial?
La muchacha me miró, apretando los labios suavemente. Tocó el suelo de la sala, y un agujero del color negro apareció de pronto. Agrandándose a velocidades demasiado grandes para mis reflejos, de pronto sentí que caía en un agradable y cálido vacío...
Abrí los ojos. Solo había niebla. Niebla, y oscuridad.
-¿Qué te parece? -dijo aquella mujer, agarrándome la mano.
-¿Dónde estoy? -preguntaba, mientras intentaba vislumbrar sin éxito a través de la niebla gris que me rodeaba.
-Este es tu mundo. El mundo que te prometiste descubrir.
¡No podía creerlo! ¡Entonces sí existía un mundo solo para mí, donde los elementos de mi personalidad se convirtiesen en imágenes en una gran metáfora mental!
-Exacto. Cuando antes te dedicabas a pensar, la realidad, los edificios, tu habitación... se convertían en un paisaje monótono que representaba tu estado de ánimo. Cuando tenías una verdadera personalidad jamás te preocupaste por venir aquí, a tu mundo personal. Al fin y al cabo, es lo que suelen hacer las personas: vivir y dejar pasar los días olvidándose de pensar quiénes son, de dónde vienen y a dónde quieren llegar... Sin embargo, cuando realmente quisiste venir a este mundo, resulta que no tenías tu personalidad original.
-Y por eso creé el Templo.
-Exacto, el Templo de las Mentes Carmesí funciona como un nexo entre el mundo superficial de tus monótonas colinas verdes y este siempre que no tengas este mundo del todo formado. Cuando no necesites tal nexo, desaparecerá.
Observé distraído la niebla que se escapaba de entre mis dedos... este en efecto era mi mundo... un mundo donde solo podría entrar yo... los demás solo podrían tener acceso a mis colinas...
-No solo estarás tú. Yo también estaré. Tu personalidad. Aquí, para hablar cuando quieras, ya sabes.
-Pero es un mundo muy monótono y oscuro... ¿cómo voy a encontrarte?
Ella rió.
-Siempre vas a poder encontrarme. Y respecto a lo otro no te preocupes. Cuando te sientas con ánimo, juntos abriremos de nuevo el cofre, sacaremos nuevas cosas de él e iremos dando forma a este montón de nada.
Sonreí, contento. Realmente, el dolor del cofre merecía la pena con tal de ver al fin el sueño de mi filosofía cumplido. ¡Debía volver a las colinas y comunicarle a Sombra mi triunfo! Seguramente estuviese preocupada...
-Yo no haría eso -dijo ella, de pronto.
-¿Por qué?
-Yo... yo... no lo haría...
-Quiero ir -la miré, amenazante.
-Es que... -agachó la cabeza -. Desde aquí puedes volver directamente a las colinas. Si quieres volver aquí, tendrás que atravesar ese templo de nuevo.
No dudé un instante y aparecí de pronto en las colinas, destrozadas, vapuleadas por los seísmos constantes que sufrieron debido a los peligros del Templo, recuperándose poco a poco.
Miré en todas direcciones, entre las grietas y en lo más alto de las montañas.
Sombra había desaparecido.
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