6 de diciembre de 2012

El error de Sever.


Victoria, como siempre... ¿o no?
No sé exactamente qué se me pasó por la cabeza cuando oculto entre las sombras a varios metros de mí, aquella figura levitaba con la forma en quien lo hace alguien intacto.
Las pupilas se contraían mientras el cuerpo volvía a dolerme y la motivación se desplomaba como un edificio dinamitado.
Tanto esfuerzo... ¿en serio tanto esfuerzo por mi parte solo había servido para cansarme aún más?

La sombra vendada desapareció, callada como siempre, para aparecer detrás de mí. Apenas me dio tiempo a darme la vuelta, pues una patada perfecta en mi pecho me empujó hacia arriba...

Y pasó un segundo, y un segundo segundo. Y allí me encontraba, envuelto en un mar de tinieblas con aquella fuerza que continuaba de manera constante mi vuelo, sin caer.
Su figura negra emergía entre las sombras y me embistió con su espada, pero ya había aparecido ante mí aquel escudo con espada incorporada en mi brazo derecho. Estaba agotado, pero jamás iba a permitir una derrota tan fácil.
Se desvaneció como el humo, y yo frené allí mismo, en medio de la nada y con los pies buscando inútilmente un suelo que pisar.
Miré mi cuerpo, lleno de heridas y cortes, de moratones y mezclado con ceniza. La ropa que portaba se encontraba rasgada, frágil y quemada, igual que la del día anterior a pesar de que amanecía un nuevo día y yo me acababa de cambiar, dispuesto para ir a la universidad, sin sonrisas, sin actuaciones. Ya había actuado suficiente. Debía ser el Carlos de carisma indefinido, de fortaleza inexpugnable, pero algo me llevaba a comportarme como el Carlos que derrotó muchos de sus miedos en la Sala de las Ocho Antorchas.
No más sonrisas enlatadas. No más sentimientos de irreal fortaleza. Yo era el que soy, y de nada servía ocultar a los demás que un veneno estaba a punto de aniquilarme.

Apareció de la nada a la velocidad del rayo, y sin fuerzas para esquivar detuve su golpe con los escudos dispuestos en mis antebrazos. Un golpe, otro. Otro. Otro más, contundente. El sonar del metal. La sequedad de aquella niebla.
Y yo cargaba contra él con furia, pero para ese monstruo callado y gris mis ataques eran leves golpes de aire.

Les pedía ayuda de manera no verbal... pero en aquella clase nadie podía ayudarme. Solo Oscuridad, y precisamente el veneno fue introducido en el cuerpo por su culpa...
Culpa... ¡Culpa!
Las nubes se desvanecieron en un instante y vi de pronto pasar aquellos prados de mis colinas a toda velocidad justo antes de embestir el recio cuerpo de aquel ser que iba a mayor velocidad que yo.
Salí despedido, llegando a acariciar aquella hierba verde y húmeda... que comenzaba a quemarse justo debajo de aquel ser infecto.
¡Me estaba poseyendo de la misma manera que Sever!

-¡No! -grité con mi alma, atrayendo con energía aquel ser hacia mí y empujándolo de nuevo al lugar donde pertenecía.

Volvieron a difuminarse los rostros de ambos, que nos mirábamos con odio y sed de venganza. Resoplaba, pidiendo oxígeno a gritos y notando cómo el corazón golpeaba mi piel. No solo me encontraba cansado: mantener a ese monstruo en el tercer nivel me estaba costando demasiado.
¿Por qué no podía dejarme llevar y cargar contra todo haciendo el máximo daño posible? ¿Por qué estaba mal? ¿Acaso no cargaron contra mí, un ser indefenso e inocente, aquellos bárbaros que me superaban cuatro años?
"Solo una más... solo una más..."
Y así volvimos a luchar de nuevo, en el suelo y en el aire, perdiéndole de vista cada vez que se alejaba más de diez metros. Un juego de adolescentes interminable...

Y entonces ocurrió. Él cargó contra mí con un golpe preciso, veloz y potente. Pero, sabiendo que el riesgo era lo único que podría darme la victoria, detuve el golpe con mi escudo derecho. Y comencé a girar hacia mi izquierda, de manera rápida, de manera fluida, sin dudas. Él dispuso a atravesarme con el hueco creado, pero siendo yo más veloz por primera vez golpeé su espada con el escudo izquierdo, haciéndolo trastabillar...
La cuchilla de mi escudo derecho se dirigía a cámara lenta hacia la garganta del enemigo.
¡Victoria, al fin!
Pero su capa se revolvió con rapidez. Y por vez primera me mostró su mano izquierda, que agarró la cuchilla entre sus dedos como si un palo fuera.

Mis pupilas no podían ser más pequeñas, ni mi cara más desencajada. Mi arma, sujeta por un brazo negro de venas naranjas como el fuego comenzaba a desintegrarse en silencio.
Retrocedí acobardado, golpeando la herida con el otro escudo, pero nada sucedía.
Solté el arma justo antes de que aquel veneno llegara a rozar mi piel.
Y el frío acero atravesó mi hígado, y con un golpe potente me vi enviado hacia abajo, hacia el frío suelo, desterrado.

Todo tan borroso... tan caliente la sangre... observé cómo me encontraba en las ruinas del edificio donde empezamos a combatir. El monstruo aterrizó con brusquedad justo encima de mí y colocó con rudeza su mano izquierda en mi pecho.
¡Aquella mujer había sido la culpable de todo! ¡Fue Oscuridad la que jugó conmigo, fue aquella que tocó todos los botones que me llevaban al mal!
¡Y yo quería venganza, quería tenerla frente a mí para poder al fin darle lo que se merecía...!
Mi pecho comenzó a desintegrarse, extendiéndose el veneno lentamente por él y creando un agujero vacío en mí circular, sin alma ni sangre, sin alma, pues se estaba desintegrando. Y por momentos la niebla se desvanecía y eran las colinas las que aparecían, cada vez de manera más prolongada... Y el veneno tocaba ya mi corazón...

¿Pero acaso me estaba escuchando? ¿La venganza me devolvería aquello que me fue arrebatado?
¡Por supuesto que quise a Oscuridad, de la misma manera que quise a Luz! ¿Pero no decidí acaso perdonar a la segunda? ¿Qué diferencia había acaso entre la traición de ambas?
No entendí muy bien cómo, pero dos cuchillos aparecieron en mis manos desnudas. Y supe lo que hacer.

El monstruo humanoide gritó de dolor al sentir cómo el acero cercenaba su brazo negro. Trató de huir, pero una patada le envió hacia arriba.
Y sin dudar, con los ojos más maduros con los que había observado, hice aparecer entre mis manos el espadón que Sever me arrebató y que clavó en mi cuerpo, cortando el suyo sin sangre, haciéndole gritar de dolor.
Las vendas de su pecho cayeron. Y pude ver cómo por corazón, un cristal dorado flotaba, tenue...
Su grito fue aún más fuerte cuando le arrebaté el prisma brillante y lo envié al suelo, con fuerza.

Y allí me encontraba, en la tierra, cojo, luchando por no caer, avanzando lentamente escuchando únicamente el sonido de mi fuerte respiración. El agujero de mi pecho me quemaba el alma, pero debía aguantar mientras poco a poco se regeneraba milagrosamente...
El monstruo comenzaba a incorporarse lentamente con la cuchilla rota unida al brazo que le quedaba. La venda de su ojo se había roto, y contemplé con asco cómo no había nada allí...

-Jamás podrás eliminarme definitivamente -dijo, con una voz diabólica y grave.

Contemplé el cristal dorado que le arrebaté con detenimiento, apoyado en aquel espadón.
Sever no solo era mi búsqueda insaciable de venganza. Era también mi protector, y ahora comprendía del todo las palabras que me dijo: "Yo soy el que busca continuamente tu felicidad. Yo soy tu abogado".
Cerré con fuerza la mano que sostenía el cristal. Me abrí a él, y lo comprendí todo.
Sever no era malvado. Era aquello que compensaba todas las cosas que me faltaron en mi espíritu.

Sever era mi antiyo, sí. Sever era las cosas que yo no había tenido, el amigo imaginario que suplía todas mis carencias. Pero yo evolucioné con el tiempo, y Sever no lo hizo. Me hizo desconfiar de mis nuevos amigos, hizo que llevara la contraria sistemática a mis padres y me hacía sufrir cuando una experiencia tocaba una carencia de mi pasado.
Miré al ojo dorado de aquel ser, inmóvil frente a mí.
Sever quería acabar con mis carencias haciéndome vivir lo contrario a lo que viví en mis peores tiempos, intentando que los demás se amoldasen a mi realidad, pero aquella no era la solución. No era, porque no todas las personas son iguales. Siempre habrá una que tocase una carencia, y no podía obligar a que viviesen bajo mis condiciones. No era ese el camino, no era la venganza ni la suplencia ficticia de aquellas carencias.

Era el perdón.

Aquel monstruo fue el error de Sever, pues ahora sabía al fin cómo derrotarle.
Alcé ambas manos, dirigiendo un fulgor dorado procedente del cristal contra mi enemigo, que gritando de dolor por fin hallaría el descanso eterno.

Abrí los ojos como si hubiera dormido días. Allí me encontraba, en el fondo del océano de mi mundo, tumbado sobre los restos ruinosos de mi palacio, sin apenas heridas ni magulladuras, la ropa apenas rasgada y con aquel espadón atravesando mi vientre.
Con un gruñido cogí aquella espada por la cuchilla y tiré hacia arriba, desanclándome del suelo.
Contemplé mis manos tras dejar el espadón en el suelo, intactas, pues su hoja al fin me era leal y no podría cortarme.
Y mientras mi herida se cerraba poco a poco, un montón de ojos comenzaron a observarme, apareciendo entre los restos de las ruinas. Aquellos rostros familiares.

-Te estábamos esperando, Mil Mentes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario