2 de mayo de 2020

Pasillos, salas circulares. Azucenas e infinito.


Mis pies descalzos pisan tierra seca, por fin. En comparación al lago de ácido, esta tierra dura y yerma, las piedras, las siento como un alivio, la caricia suave del polvo entre los dedos. No hay vegetación, ni siquiera hierba muerta, al menos no en lo poco que puedo ver del paisaje, porque camino despacio, y en los silencios entre un paso y el siguiente, todo el lugar es infinitamente negro. Cada paso es nuevo respecto al siguiente, no tengo referencia que me oriente, y, además, hace varios minutos que no veo ninguna presencia. Aunque estoy tentado de pisar fuerte para revelar más terreno de este erial, podría ser que lo último que viera, cuando el eco de mi paso desapareciera, fuera un ojo gigante, abriéndose para la completa oscuridad. A veces muevo la espada de Razón lo suficientemente rápido para poder ver el metal, y cuando no... sé que está ahí porque me pesa. Nada más.
Podría haber cientos de cuerpos silenciosos, que me puedan estar observando ahora mismo, que lo estuvieran haciendo desde que entré en este lugar. O sólo uno, ese gran ojo, detrás de mí, bien abierto. Podría clavar una puñalada en mi espalda, igual que yo le hice a Luchadora hace veintiún años. Fue un día de verano, de agosto, como hoy... hacía algo de calor, pero los sudores no me entraron hasta que me di cuenta de que había cruzado el umbral irretornable que es convertirse en un asesino. Se me ocurrió que, si Luchadora se unía a Sever, y tenía motivos, porque era su padre, todos estaríamos perdidos, y el primero en morir hubiera sido yo. Visto desde la distancia, me parece absurdo haber dudado de las intenciones de Luchadora, alguien que vio a su gente esparcir la sangre por la hierba y el camino de tierra, que no tiene a más familia que su sobrina, y con su sobrina secuestrada, y la mitad de los suyos evaporados, con el rubí susurrándola todos los motivos por los que querer venganza, ella se contuvo. Salvó a su hija, y se fue. Coja y herida, resistió a Miedo, nos coordinó, trazó un plan y estuvo en todos y cada uno de nuestros asaltos. Yo también estuve, dejándome la cabeza por ocultarles.
¿Y si el esfuerzo ha sido para nada? Sever dijo que, si fracaso, nadie más tendrá el conocimiento o la posibilidad de acabar con Mal... se convertirá en un quiste permanente, por el que monstruos le utilizarán de excusa para proclamarse los nuevos amos de este mundo. Es demasiado. Demasiado oscuro, según veo las pisadas de otros seres que han aparecido cerca, que se iluminan de forma intermitente, formas humanoides deformes que caminan, pero, por más que intento mirar, no distingo su cabeza por ninguna parte. Algunas delante, caminando en sentido contrario. Otras en los lados... algunas se arrastran, pero van derechas hacia mí, como si me hubieran visto. Las de atrás, que me han estado siguiendo, todas me están rodeando y hacen más pequeño el círculo. Muevo la espada de Razón en barrido, pero no hay forma de que pueda con todas, aunque no tengan brazos, aunque sus pies parezcan manos en unas, y pies de elefante en otras. Nada tiene sentido.
No quiero, no puedo permitirme esto.
Sólo por mi respiración, el cuerpo entero se me ilumina, es una luz grande que atrae las miradas. ¿Entonces tengo que aguantar el aire? Es más complicado. Respiro. Estoy preparado para esto. Mal lleva más de dos décadas aquí, pero yo fui creado después de una ristra de cuerpos hasta que salió bien, el Eissen que debía ser, cierro los ojos, echo todo el aire por la boca, hasta que todo se agota, la garganta me duele, pero todavía echo una exhalación más y así me quedo. No hay nada dentro. Y, aunque mis pulmones me estén mordiendo, es una sensación inquietantemente estable. Colinas verdes, en el límite de la realidad, hierba fresca. Una mujer recoge agua con su cántaro de un riachuelo. No deja de mirarme. ¿Es eso olor a azucena? Entre la tierra árida y los charcos de ácido iluminados por las pisadas de los deformes, me llega el olor de las azucenas, que me acompaña desde hace tanto y no me abandonó, posiblemente haya estado conmigo todos los días de mi vida. Relajo la espada, mientras observo los pasos rotos de los cuerpos.
En ellos observo un patrón escondido, la parte trasera de las puntadas que les da una aguja invisible. Pensaba que sus pies temblaban por efecto de las ondas sonoras, pero cuando yo piso, mi alrededor se ilumina, también yo me ilumino, y yo no tiemblo. Camino derecho hacia una de las criaturas, me entra un escalofrío antes de tocarla, pero, como si fuese humo, se ha deshecho al mínimo contacto, como las visiones que vio Luchadora en aquella cueva, muy reales, pero inestables y carentes de... sonido. Debo comprobarlo, porque yo juraría que les había oído, ¡pero es cierto! Parecen pasos reales, los veo como reales, pero todo es artificio, y con la hoja plana de la espada de Razón, voy girando en círculos, deshaciendo todos los cuerpos que ya estaban llegando hasta aquí, son humo. Metros delante de mí, veo el brillo tenue del rumor del agua que se escapa entre las piedras, hasta que cae. Hay una piedra, a mis pies. Estrello el filo de la espada en ella, e ilumino la entrada de un templo, delante de mí, sus puertas abiertas. Ni siquiera el ruido pudo iluminar lo que había dentro.
—Eissen, hijo de nadie...
Viento, un hedor caliente y húmedo, sacude mi cara mientras escucho el tremor grave que se agita desde dentro, de la profunda oscuridad. He llegado.
—Mató a su amiga por la espalda —dice Mal—. Mató a un inocente en el faro. A los suyos les abandonó y engañó, les azotó con el látigo.
Los ecos de su voz empapan las paredes del pasillo recto. Aunque viene del final oscuro, que ni siquiera mis pasos fuertes logran iluminarlo, también suena dentro de mi cabeza, nítidamente, como si un espíritu como él, dentro de Valerie y luego de Los Creadores, pudiera saber todo lo que ha sucedido. ¿También conoce la conversación reciente con Sever? Estoy seguro de que no... pero se la intuye.
—¿Qué pretende alguien como tú —dice—, viniendo al final del remolino del mundo de los muertos... estando vivo?
—No importa que te pongas en guardia —digo.
Al contrario que en la roca negra que vi en el borde de la isla, en estos muros no hay grabados. Ningún adorador bajó aquí, a plasmar unas máquinas que posiblemente le enviara a la muerte. Esta roca es muy antigua, mucho más que el charco de ácido negro que he comenzado a pisar, y cuya salpicadura moja y deshace la tela que toca. Él líquido proviene del final del pasillo. Me estoy acercando.
—Da igual que corras —dice Mal, delante—. Quiero comprobar cómo comienzas a formar parte de este mundo... y luego, no voy a dejarte marchar.
—¿Esa es tu única amenaza? —digo—. Mentes tiene cuarenta y un años, no le quedan tantos para morir.
—No me subestimes. Luchadora no está aquí para protegerte.
El pasillo ha comenzado a estrecharse, ahora puedo ver el techo, consumido y desordenado sobre la última columna, y más allá, otra vez la oscuridad. Comienzo a ver la pared curva de una gran sala, que me recuerda a la de Los Creadores. Más allá, incluso cuando piso ruidosamente, es negro puro, no hay nada. Aquí. Es donde se encuentra Mal. Procuro mover la espada en barrido delante de mí, a la espera de cualquier movimiento o peligro que pueda aparecer, sin previo aviso. Sever es el único que ha visto a este monstruo en carne y hueso. Mis pies se han hundido en el fango negro, espeso, caliente. Imposible acostumbrarme al olor.
Ruidos cerca. Graves. Proceden de un cuerpo inmenso, que socava la piedra sólo por rozarla, un cuerpo grande, que gira sobre sí mismo, se ilumina ante mí un monstruo negro, diez veces mi altura, cien veces mi grosor. Una serpiente, no, un gusano, cuyos anillos pueden llegar a los siete metros de grosor, mucho más de lo que Luchadora me describió. He podido ver los destellos en la piedra, de cómo un cuerno rebana un trozo de pared, y todavía puedo seguir a ese cuerno moverse por la habitación gigante, todo su cuerpo iluminado, tan negro como esta habitación, pero de un tacto más áspero, un brillo más grasiento, hundido en parte en un lago de agua viscosa y negra, ácida, que se mueve y arremolina bajo mis pies. Lo único que resiste el ácido es la espada de Razón, e incluso noto cómo se deforma en algunos puntos, cómo se destiñen sus adornos de oro. Los cuernos ahora apuntan hacia mí, los dos, tan gruesos que no podría rodearlos con los brazos, tan largos como diez personas, irregulares. Curvos. El monstruo está frente a mí. Estático. Negro. La luz se estaba apagando alrededor, entonces ha abierto el ojo, y su sonido viscoso lo ilumina todo de nuevo. Le ocupa todo su rostro. Las agitaciones del agua todavía iluminan, pero cada vez menos, y tanto Mal como yo nos apagamos en esta sala oscura. No respira. No necesito verle, ni escucharle. El aroma de azucenas se mezcla y apenas destaca frente al olor a alcohol que el movimiento del monstruo ha agitado, la antivida, dolor destilado.
No debería estar nervioso.
—¿Sabes quién soy? —dice.
Con su voz, que también suena dentro de mí, su cuerpo se ilumina, todo él, e incluso veo los límites de esta sala sombría.
—Claro que lo sé —digo.
—Soy el mal de este mundo —brama—. Soy del que todos hablan. Soy el objetivo inalcanzable. No puedes destruirme. Soy una idea.
El corazón sigue latiendo como nunca, la sangre fluye por mi cuerpo y también la siento palpitar, me dice, en un idioma que no sé cómo comprendo, que todo está en su sitio. Y sé lo que tengo que hacer. Lo percibo todo conectado, e incluso las generaciones que no he podido vivir, sé que han confabulado para que millones de coincidencias me llevaran aquí, coincidencias que, al final, siento que no lo eran en lo absoluto. Hay algo dentro que me llama a combatir, a hacer las cosas como otro quería que las hiciera, y del resultado de esa batalla, yo no estaría orgulloso. No, yo no soy así, y voy a hacer las cosas a mi manera, con otras consecuencias, y tanto esta manera como las consecuencias serán mías, siempre. Ahora que lo veo claro, me parece demasiado simple. El cuerpo del gusano se apaga, la pupila está fija en mí todavía, siento que ahora mismo mi cuerpo debería estar a su merced, que querría estrellarme contra la pared que tengo detrás, pero igual que Miedo, tampoco puede.
—No eres el mal de este mundo —digo—. Representas el daño que sufrió Mentes, cuando los matones del colegio le acosaron, y le hicieron creer que este mundo era peligroso.
—Es peligroso. —Mal se ilumina.
—No es tan simple. Después de tantas malas decisiones, voy a ser yo el que acabe contigo, hoy.
—Tú eres una mente artificial, un despropósito —dice.
Miro su pupila contraída. No puedo evitar sonreír... y, cuando Mal volvía a apagarse frente a mí, guardo la espada en la funda. Cierro los ojos.
—Soy el enviado de Helena —digo.
Con los ojos cerrados, ¿por qué debería abrirlos? No voy a participar más en esta ilusión demente, porque, ahora que no quiero ver nada, de pronto lo veo todo. Siento las paredes, incluso las del otro lado de la sala. Percibo las piedras de la entrada, construida desde los albores del tiempo, posiblemente durante el primer segundo en el que Mentes tomó aire por primera vez y comenzó a llorar. O quizá todavía antes, cuando crecía de la nada, en las últimas fases del embarazo de su madre. Un refugio para los desvalidos. Literalmente, un recipiente que pudiera contener todo el dolor, un gusano gigante que se estrellaría años más tarde en nuestras costas, que Sever mató, y cuyo espíritu vino a morar aquí, todavía poderoso, necesitado de una conexión con el mundo vivo en la hija menor de aquel que le mató y enloqueció por ello. Puedo sentir perfectamente cómo Mal comienza a ganar altura, cómo su cuerpo grueso emerge todavía más de su charco de ácido, con los cuernos siempre apuntando hacia mí, su pupila, en la que caben cien vidas dentro, mirándome. Al principio eran crujidos, y luego, según la piel del monstruo comienza a romperse, de él salen las alas que tanto tiempo llevaba sin enseñar, hacen ruido característico al moverse, alas gigantes de hueso y piel en un cuerpo tan grueso y viscoso que no podría hacer volar por más que las agitara.
Sever me contó algo, pocos días antes de enviarme con las mentes. Me dijo que, por suerte o por desgracia, Mal había hecho que nuestro mundo no volviese a ser el mismo. Una frase muy simple, que durante muchos años había malinterpretado. Mal no cambió el mundo... fuimos nosotros, todos, los que cambiamos por él. Dijo que su venida había sido terrible, y, al mismo tiempo, maravillosa. Mantengo la sonrisa, en lo que Mal orienta su cuerpo hacia mí y se prepara para tomar impulso. Carga contra mí, con toda su fuerza.
¡Qué bonitos han sido mis defectos!
Levanto la mano, y espero el encuentro.
No hay choque. Cuando su pupila toca mis dedos, Mal se detiene, en seco. Yo tampoco me muevo. No necesito abrir los ojos para ver su mueca de sorpresa. Tengo este momento grabado en la cabeza desde que nací, pero le faltaba ser exactamente como yo quería. Poco a poco, Mal deja de temblar, hasta que ya no lo hace en absoluto. Su cuerpo negro comienza a secarse, y a volverse blanco. El brillo de su piel deja de ser grasiento, ahora es piel muerta desde su núcleo. Yo tampoco me muevo. No es necesario que lo intente. Su cola, las alas y las puntas de sus cuernos, los lugares más finos, han comenzado a deshacerse, a danzar, pétalos blancos, que se mezclan con el ambiente, que caen al mar negro como la primavera que llega tarde. Mis dedos también comienzan a deshacerse, y me sorprende que no sienta dolor. Aunque mi corazón cada vez palpite más despacio, hiervo de orgullo. Siento dentro de mí cómo la pupila del monstruo, toda blanca, muerta, también se pierde, para formar, como todo él, una nube que se expande y que no va a volver, nunca.
Y con ella, parte de mi brazo la acompaña. Pronto lo harán mis piernas. No podría gesticular. Ni aunque lo quisiera. Mi cerebro comienza a ralentizarse, pero, en realidad, siento toda la sala iluminada, la brisa fría de las colinas verdes, la mujer carga con el cántaro y, por primera vez, me sonríe, mientras se marcha. Es la azucena. La que llevo esperando toda mi vida. Comienzo a caminar, con ella.
No necesito abrir los ojos.
Todo está bien.

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A Pegaso le cuesta respirar. Le acaricio el cuello, le digo que ya falta poco, que es el caballo más valiente que existe, pero eso no cambiará todos los chasquidos que ha hecho en los últimos días, o haberse lanzado en picado hacia la torre, o haber volado en medio de una tormenta. Le cuesta mantener el rumbo recto, ahora que el viento sopla muy fuerte y de lado, y yo podría resbalar con el pelo húmedo de Pegaso, y Dante, que está agarrado a mí, seguramente caería conmigo si me suelto. Entre esta oscuridad es imposible que pueda ver desde aquí el lugar en el que dejamos a Duch, cerca de la guarida de Los Creadores. Me hubiera gustado saludar a Orfeo, desearle lo mejor o llevármelo conmigo, pero no hubiera podido mirarle a la cara, y, como las tropas de Miedo estaban ya tan cerca, haciendo tanto ruido, tuve que salir de allí, volar bajo entre las montañas, en lo que oí el trueno más potente de mi vida, por el que todavía sigue pitando uno de mis oídos.
Sólo espero poder solucionar todo pronto.
Volamos alto, pero puedo ver, incluso a una distancia prudencial, las cabezas de piedra gigantes con las que acaban estas montañas. La de un toro. A mi derecha, aunque está demasiado cerca, es la de un hombre con una máscara, o eso parece. Dante señala un punto abajo, más oscuro que el resto.
—Es allí —dice.
Entonces hemos llegado a nuestro destino. Detengo a Pegaso, que le cuesta mantenerse sobre este viento. La guarida de Miedo es una puerta, en la ladera de la montaña que forma la cabeza de un elefante, sin protección, más allá de un pájaro que sobrevuela el lugar. En esa cueva reside su verdadero él, mientras todos sus soldados están ahora muy cerca de atacar a Orfeo, a Duch, y luego al resto de mi familia. Pido a Pegaso descender varios metros, para que Dante pueda confirmar que no haya ninguna tropa oculta entre la niebla. El glaciar que hay detrás de esa montaña tiene un aspecto extraño. Es como si faltaran... hay zonas del hielo que son casi tan oscuras como esta niebla, color morado, esencia de Miedo congelada. Sigo el recorrido del glaciar, que acabo perdiendo, en seguida veo el curso del río que acaba desembocando en el lago más grande de la isla, que alimentará la tierra por la que pasen sus ríos. Las plantas moradas, que decía Imica. ¿Cuánta de esa agua habremos bebido?
Dante me indica que ha podido comprobar los alrededores, que es seguro teletransportarnos, pero no pienso forzar a Pegaso a teletransportarse en su estado. A donde Dante mira, con los hombros caídos, yo sólo veo niebla, apenas distingo la puerta.
Como sea, está visto que para él existe una sola manera de hacer las cosas, y ahora, lo mejor será llamar su atención para dividir sus fuerzas. Palpo la gema desde fuera, todavía en el bolsillo, que brilla igual que si la tuviera en las manos, y no distingo una grieta, o cualquier cosa que me diga que una vez estuvo rota. Al fin y al cabo, sus aristas afiladas, que nunca se pelaron, encajaban a la perfección desde antes de la torre. Puedo hacerlo... estoy preparada. Acaricio el cuello y la crin de Pegaso, y le indico dónde queremos aterrizar, vamos a acabar con Miedo, le digo. Vuelve a descender. Como en la torre, pero no tan inclinado. No cierra las alas esta vez. Escucho sus resoplidos incluso con el viento. Por desgracia, sólo Dante sabe cómo arreglar parte de lo que Dante ha hecho, entrando a un lugar que ningún mortal ha visto, nunca, ni siquiera Inconsciente. Sólo Dante. Volamos cerca del ave vigía, para que nos vea bien. Miedo le tuvo cerca para que custodiara en esa pequeña fortaleza la única arma que podría con él, pero luego le alejó de allí, precisamente por estar demasiado cerca. A ver a cuánta distancia acaba hoy.
El viento comienza a silbar con menos violencia según Pegaso bate las alas para reducir el ritmo, y nosotros, que nos hemos saltado el valle y todas las escaleras sinuosas del camino, aterrizamos en la plaza desprotegida que hay justo antes de su puerta. Dante se baja, cargando ya el disparo, y cuando lo estrella contra las dos puertas de madera, algunos pedazos estallan, pero todavía resiste. Patadas, puñetazos, cortes. Golpes con el hombro. Pegaso no desaparece, como de costumbre, está resoplando, detrás de nosotros, y yo vuelvo a él, para animarle y tranquilizarle. Después de cargar un nuevo disparo potente, Dante lo ha conseguido.
Desde que era pequeña, me hablaron sobre Miedo. Uno de sus robots casi mató a Susurro y a Erudito, hace muchos años. Estuvo presente en el conflicto de los gólems, y la isla de Inconsciente, mientras tanto, se volvía más negra y tenebrosa. Durante un año, he estado pensando que era imparable, ¡y después de todo!, su puerta está abierta, para que entremos, sin ninguna clase de defensa.
No.

Disparos desde dentro. Pegaso corre hacia uno de los lados, me tira al suelo, oigo puntadas de sonidos agudos encima de la cabeza. Combate. El brazo del arma del robot que había dentro, tan grueso casi como una persona, había sido partido, primero, y luego Dante lo ha rebanado. Aprovechando que está en el suelo, Dante le da golpes con su espada, golpes, más que cortes o estocadas, más empuñadura que otra cosa, las chispas saltan, a veces. Se han abierto las tripas del robot, y Dante las ha hecho estallar con tres disparos que han salpicado su cuerpo de líquido morado. Otro disparo desde la oscuridad, Dante grita de dolor, cae a tierra. Apenas hay luz, pero distingo los brillos de Repar, que está cargando con su brazo mecánico y apunta otra vez hacia mí.
El chasquido.
¿Qué...? Miro a Pegaso, intento ubicarme otra vez. Los perdigones del disparo de Repar se han perdido en el aire, se gira para mirarme, después de que me haya teletransportado varios metros. Ni siquiera ha podido recargar. Dante agarra a Repar, todo ira. Los dos gritan, uno con varias voces. Apretando con su mano, ha estrujado su brazo mecánico, le empuja contra los restos de la puerta, y de un tajo, le rebana la pierna de metal. Le da un puñetazo en la cara, cuando yo iba a recuperarle, ¡no hay tiempo!, grita. Algo explota, encima de nosotros. Un proyectil morado se acaba de estrellar a varios metros por encima. Es Social. Apenas le distingo, está cabalgando, a Aristóteles, se está acercando muy rápido. Caen las piedras pequeñas, después del disparo. Detrás de Social irán los animales de Energía y, seguro, parte de su ejército. Dante me grita que entremos dentro, miro a Pegaso, cómo se asusta ante otra explosión que se ha estrellado contra las escaleras, pero resopla de cansancio, así que no va a teletransportarse. Posiblemente, haya gastado su última carta salvándome la vida. ¡Vamos, Pegaso!, grito, y el caballo pliega bien las alas para entrar por el pasillo.

Ni una sola luz, todo metálico. Mis únicas guías son las vigas de refuerzo que toco cada pocos pasos con las puntas de los dedos, y las arrastro, hasta que la viga queda atrás y busco pronto a la siguiente. Por este pasillo podría salir de aquí una serpiente gigante. Otra viga. De este lugar, en realidad, podría salir cualquier cosa. Toco la viga con la palma entera, casi me choco con ella. Dante casi está corriendo, delante de mí, pero no puedo verle. Viga de hierro. ¿Y si ahora mismo hay otra máquina al fondo, de las que disparan balas sin parar? Viga de hierro. Pegaso se ha distanciado, pero escucho cómo trota en el suelo de metal. Esta viga por poco no logro tocarla. Atrás no hay luz, no la veo, la niebla densa tapa todo el sol, no habrá más sol como no hagamos algo. Social no fallaría el disparo en este pasillo recto. No encuentro la viga... y casi caigo.
¿Estás bien?, me pregunta.
¿Cuánto queda?
Ya casi estamos.
Palpo la gema, en el bolsillo. Espero, espero de verdad estar haciendo lo correcto. ¿Cómo soporta Luchadora esto? Nunca le he preguntado. Ella fue todo lo que tenía en la casa sucia, durante dos semanas, ella hizo que me levantase temprano, que quisiera alimentarnos. Cualquier toque me hubiera hecho caer y me hubiera partido en mil cristales... Yo les convencí para venir. Les dije que podía con Miedo. Ahora corro por el pasillo oscuro. ¿Quizá pueda ser verdad?
Suelto la gema en el bolsillo, de ahí no se va a caer, y también dejo de tocar las vigas, y me centro en el sonido de los pasos de Dante, para caminar justo detrás de él.  Él ha colocado la espada en posición para disparar, la carga de luz, y con ella ilumina los últimos metros del pasillo. Baja el ritmo de los pasos. Dante dijo que podría acabar con Miedo, no le creí. Pero Dante ha dejado de parecer Dante durante los últimos minutos. Quizá pueda haber dicho la verdad... pero es el núcleo de Miedo, el ser que ha levantado tentáculos gigantes a cientos de kilómetros de aquí. La luz ilumina la mancha de sangre reciente que está empapando su gabardina.
El pasillo se ha terminado, aunque todavía continúe. Ya no hay paredes, se han abierto en una sala enorme, de techo de cono metálico, con aristas que giran en espiral hasta la punta y que brillan con tonos morados. Dante guarda su espada y apaga su luz, y ahora sólo queda la morada que sale del suelo... no, no es así. Claro que el pasillo continuaba. Aquí no hay suelo, toda la sala es un abismo, y nosotros estamos caminando por la única pasarela, sin barandilla. A partir de nuestros pies, la pared es circular y de piedra, y a menudo salen rayos morados desde el fondo, que serpentean por la roca muy deprisa hasta que se estrellan con el metal. Iluminan este sitio. Pegaso apenas ha asomado la cabeza en la sala, y se ha quedado ahí, mirándonos. No veo nada al final de la pasarela. Quizá sea otra trampa en la que Dante nos haya hecho caer. Saco la gema del bolsillo, miro a todas partes. Llegamos al centro, algo más ancho que el pasillo. Aquí no hay nadie.
—Mira abajo —dice Dante.
Le miro a él, luego miro una última vez al techo. Sujeto la gema más fuerte cuando inclino el cuerpo hacia el pozo. Veo cientos de metros de paredes hacia abajo, pero no veo el fondo. Es completamente oscuro, y ni siquiera los brillos de los rayos que suben, cuando están en lo más bajo, hacen que vea algo.
¿Eso es Miedo? Tiene que serlo.
No sé qué me imaginaba... pero no era esto.
—Y, al final, estáis aquí.
Igual que antes surgió de todas partes en la tierra, ahora asciende desde el abismo, Miedo nos habla de forma muy nítida, e incluso he llegado a distinguir más voces. Hay cientos dentro de él.
—¿Puedo preguntar qué pretendéis hacer aquí, exactamente? —dice Miedo.
También distingo sonidos animales entre tantas voces humanas. Hay ancianos, niños. Es como si todas las almas que él posee ahora mismo pudiesen hablar por él desde este lugar... Son los Mutoragan, los Uut. Y parte de nuestra familia. Cuando ha hablado, han aparecido muchos más de esos rayos, y, pese al aumento de luz, no he podido distinguirle.
—Hemos venido a pararte los pies —dice Dante—. Para siempre.
Siento como si esta luz morada estuviese cargada de un zumbido grave. Miedo no responde. Dante está serio, y mira el vacío, sin sonreír, ni estirar los hombros hacia atrás. Más allá de Pegaso es imposible distinguir más allá del negro. Podría herirle un proyectil morado de Social, en cualquier momento.
—¿Pararme? —dice Miedo, y ríe—. No podéis. ¿Qué esperabais, cuando veníais hacia aquí? Ninguna espada puede herirme. Yo nací con el mundo, y sólo podré morir cuando este mundo muera. Soy una fuerza imparable, ¡y necesité de setecientos años, cuando Mentes se escapó por esa mariposa, para comprender que, si seguía limitándome a mis funciones básicas, destruiríais este mundo!
—Nunca debiste haber empezado —digo.
—¡Debí hacerlo mucho antes! Así, tú, niña, no hubieras nacido.
Dante se gira hacia mí, y agarra mis hombros para que me fije en él. Mira hacia abajo, hacia diferentes sitios, pero no se queda en ninguno. Luego, clava sus ojos.
—No podemos matar a Miedo —me dice Dante—, ni podremos, pero hay una opción de contenerle para siempre. Eliminar todo el poder que ha ganado durante los últimos años.
—¿Cómo?
Dante flexiona un poco las piernas, hasta ponerse a mi altura. Agita mi hombro, muy sutil, y me sigue mirando, con cara de tristeza.
—Alguien que sepa activar esa gema azul —dice—, debe lanzarse al vacío y fusionarse con Miedo.
—Alguien a quien Miedo sea alérgico —digo.
Dante aparta la mirada. No dice nada, su cara de tristeza se acentúa. Desde que tengo la gema en mis manos, no paro de escuchar, de forma tenue, imágenes, recuerdos de conocimiento antiguo. Esta gema permitió a Núbise ver a los muertos, e incluso activar un portal que me llevó físicamente ante ellos. Pero esta gema no tiene una fuerza de muerte, qué va... todo lo contrario. No es lo que quería. Pero lo que quiero no puedo permitírmelo. Social corre con Aristóteles, los animales, las tropas vienen hacia aquí, a medio camino de la guarida de Los Creadores y de esta cueva. Puedo sentirles desde aquí.
—Mandas a tu pupilo a una eternidad de agonía, en vano —Miedo habla con voces inconstantes.
—Sé que funcionará —dice Dante—. No tienes ojos, pero yo logré mirar en tus pupilas.
Es mejor no perder el tiempo. No más tentáculos, ni más posesiones, no más ansiedad ante la muerte. Mentes lleva demasiado tiempo sin permitirse ser quien realmente es. Era evidente, viéndolo desde aquí, que superar algo tan negativo tiene un coste.
Enciendo la gema, de luces blancas y azules. El conocimiento antiguo se dispara en mi interior, hasta el punto en el que sólo escucho ruido, mi cuerpo entero, iluminado de blanco, ahí está esa sabiduría, conocimiento puro de luz. Me es difícil ver a mi alrededor, por mis ojos iluminados de blanco, y al mismo tiempo, la gema me lo comunica todo, Social, que sube a toda prisa las escaleras, en las que Aristóteles se resbala con las piedras sueltas, Repar, que acaba de recobrar el conocimiento y quiere arrastrarse hacia dentro... A Jil, Orfeo, Duch, Optimismo e Iloa, que están en peligro. Luchadora y Stille también. Aquí, noto imperfecciones diminutas, dudas, en la voz de Miedo.
—¡Parad! —Le escucho como si estuviese al otro lado del universo—. ¡Os daré lo que sea!
Me giro hacia el abismo. Pego los brazos a mi cuerpo, mantengo la gema cerca, la aprieto bien, aunque sea grande. Espero que mi tía no se enfade. No habrá forma de volver a ver a mi madre... pero me acompañará siempre, cuando, aunque no pudiera tocarla, ni pudiera oírla, me dijo, delante de las mentes muertas, que me quería. Preparo los pies. El tiempo funciona diferente, ahora. Un segundo para coger impulso, es eterno.
Los rayos serpentean la roca con curvas sinuosas, pero capto un patrón en ellos. Dante se gira, despacio, y ha empezado a extender su mano. La presiona contra mi vientre, impidiéndome saltar. La mano tiene una posición concreta, hacia arriba. Apago el brillo de la gema, y cojo mucho aire, porque se me había olvidado respirar. La mano de Dante... me está pidiendo la gema. Veo, en el ojo completamente blanco que me está mirando, parte de esta esencia, ecos de la luz.
—Sólo tú estás a mi altura —dice Dante—, pero no controlas como yo su poder, y podrías fracasar.
—Mi único poder es que Miedo pierda fuerzas si yo estoy cerca...
—¿Tu único poder?
Dante ríe, por encima de los gritos de Miedo. Vuelve a pedirme la gema, y esta vez, se la doy. Cuando se separa de mis dedos, es como dejar marchar algo profundamente valioso, un salto al vacío. Pero sigo aquí, en la pasarela.
—Es lo más lógico —dice Dante—. Yo no puedo derrotar a Los Creadores, pero sí puedo retener a Miedo para siempre. ¿Quizá, gracias a mis acciones, podáis vosotros matarles? ¿Por mí?
Las luces de Miedo se han intensificado. Dante aparta el pelo que le tapaba la cara, mientras yo niego con la cabeza, despacio. Luego mira la gema, y le dedica una sonrisa amarga. La llave de Núbise, y luego él, se iluminan. Miedo, desde abajo, nos pide unos segundos más, para poder matar a Altaír. Dante se queda completamente quieto. Comienza a hiperventilar, aprieta la gema, cierra los ojos. A mi alrededor siento las montañas, el valle que hay más abajo. La torre de Dante se levanta a lo lejos, como si la guerra nunca hubiese llegado a ese lugar. Puedo escuchar desde aquí el sonido de la maquinaria de los enanos, los trinos de las motecillas y el ruiseñor. Incluso el viento fresco en la cara y las manos. La luz naranja del sol que se pone, más allá de la torre, y Dante coloca la mano a modo de visera para proteger sus dos ojos marrones. Le dedica un suspiro lejano. Retira la mano, hace como si estuviera cogiendo algo, la gema. Los gritos de Miedo apenas se escuchan, en esta sala de metal.
—Sabes que no hay vuelta atrás después de esto, ¿verdad? —digo.
—Nunca la ha habido.
—Vas a pasar lo que nos queda de vida ahí dentro. Solo, con él.
Dante se encoge de brazos. Sé, por sus ojos, que no está feliz con esto, pero, aun así, su sonrisa parece sincera. Le faltan tres sangres en el pecho.
—En realidad, sé lo que provocaré, pero no sé exactamente lo que va a pasar conmigo. Y oye, he sufrido mil años de soledad en el mundo de los muertos. En serio, ¿qué son cincuenta más?
Me mira a los ojos. Su luz se vuelve más brillante, hasta que no puedo seguir mirándole.
—Madurez, cuida de Pegaso —dice.
No ha saltado... se ha dejado caer, hacia atrás. Un cometa, no, una estrella directa hacia el agujero negro del mundo. Su brillo cada vez es más fino, su cuerpo está más y más lejos, cae... Pegaso agacha la cabeza. Con él, desaparece el último de los primeros de este mundo. Se enciende la luz, de pronto, una explosión gigante y silenciosa, que me hace cerrar los ojos cuando se refleja en todas partes. Un rugido, es lo único que puedo escuchar, algo que está cambiando en lo más profundo. Esa es la última palabra que escucharé de Dante. Poco a poco, voy acostumbrando los ojos a la luz que hay ahora, algo más soportable. No sé bien qué siento ahora mismo en el cuerpo, o qué debería. El alivio de perder un gran peso, pero... es alguien que ya no va a estar más conmigo. Estancamiento en el corazón y en el vientre.
Ojalá haber podido decir que me siento orgullosa.
El metal del techo refleja los brillos azules que, poco a poco, se van apagando. Las líneas moradas que iluminaban el lugar ya no existen. Y así, la luz, poco a poco, comienza a desaparecer. Supongo que esto era necesario. Supongo, también, que él sabía que esto debía acabar así.
Toco el colgante de mi madre, pero aquí no puedo verlo. Ya no tengo ninguna de las gemas para alumbrarme el camino. Voy a tientas, guiada sobre todo por la respiración de Pegaso, le toco, le acaricio. Le digo que lo siento, pero él, obviamente, no me responde. Arriba, más allá de esta montaña, Mentes se abraza con su primo, porque todo ha terminado. Por fin puede respirar. Noto incertidumbre en sus lágrimas, confusión, noto cómo, después de esto, por fin está asimilando que su madre ha muerto. Helena era del norte del país, pero nunca fue una mujer nostálgica sobre su pueblo. La vida de Helena eran los rascacielos, las oficinas, el escritorio de su casa hasta arriba de papeles, que era, al final, su verdadero despacho. Ella era una mujer de móvil y cartera, y quería ser enterrada aquí, en la capital, la ciudad que la vio prosperar y morir.  Dejo que me entre el hormigueo, intento tomar el control, y, haciendo una disputa débil, veo el alma naranja de Social en la entrada, que comparte el control conmigo, y con Repar, que le veo tumbado, cerca de Social, con alma rosa. Naranja. Rosa. ¡Ya no es morada! Me monto en Pegaso, a tientas, y le dirijo hacia los colores. Mantengo el hormigueo ahí, en un punto en el que ninguno de los tres tenemos el control, pero tenemos influencia sobre sus acciones. Escucho un tintineo leve, cuando Pegaso, desplegando un poco las alas, toca las vigas de acero, como hice yo, y rectifica el rumo. Me siento cargada de energía. Puedo controlar a Mentes, con libertad, y no siento una sola alma morada, no siento nada de ella en los alrededores... no sabía que pudiera sentir tanto a Miedo, sin saberlo, y ahora soy tan ligera. Ahora puedo respirar por completo. Veo el final del pasillo, y a cada segundo que pasa, el sol es más brillante... me había olvidado de que era de día. De que podía ser tan de día.
En la puerta rota, Social y Repar se habían asustado al principio, pero ahora sonríen. Social se acerca a mí. A su lado está Aristóteles, que está bien, me mira y sé que me reconoce, y me encantaría acariciarle y preguntarle cuánto ha tenido que sufrir el último año... pero no puedo. No puedo abrazar a Social, ni tocar a Repar, que, desde el suelo, sonríe, realmente sorprendido de que esté sana y salva, en lugar de atrapada en la torre de Dante. Y quisiera contarle todo. Realmente no tienen la marca, ni los ojos morados.
—Los dos tendréis un montón de preguntas —digo—, pero ahora no. Social, carga con Repar y sigue el camino hacia El Círculo.
Le señalo la dirección por la que deben ir.
—¡El Círculo es peligroso! —dice Social.
—Hacedme caso.
—¿Y a dónde irás tú? —dice Repar.
—A sacarles de allí —digo.
—¿Qué es allí? —dice Social.
Ha empezado a apartarse después de preguntar, en lo que Pegaso se prepara para desplegar las alas. Noto cómo le tiemblan. Me acerco a él, y le susurro que no tiene por qué hacer esto. Pegaso, sin mover la cabeza, ni soltar aire, comienza a trotar, y al batir las alas, casi tira a Social al suelo. Respiro, y lleno los pulmones todo lo posible. El aire es tan limpio. El día es tan claro. La gema me mostró a Luchadora y a Stille, esquivando los disparos de un monstruo. La guarida de Los Creadores no está lejos.

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