2 de junio de 2015

Oscuridad.


Lloraba la niña, tendida en su fina cuerda, que cedía, que cedía. Cerraba sus ojos húmedos, se revolvía, se revolvía. La oscuridad más clara, el frío de su sangre caliente que se le resbalaba entre los dedos... malgastada en quejas, en lamentos, su vida se perdía. Su vida se perdía. Sin amigos. Sin sueños. Perdida ya su poca compañía.
El precio de la libertad era caro, todos lo sabían, y ella no luchó. Solo pagó con el precio de su vida el premio de la mayoría. ¿Por qué ella? Ahora lo comprendía, de sus ojos cerrados se escapó una lágrima.
Cuidarían de ella en el más allá su agridulce nostalgia, y sus más alegres recuerdos.
Apenas notó el golpe, apenas se notó proyectada en el vacío, girando, pues sus ojos estaban sellados. Apenas notó el contacto, el inusual calor que la envolvía, pero lo hizo, y extrañada, despacio y con cuidado miró hacia el horizonte. Sus ojos melosos no brillaban en la absoluta noche.
Un plasma blanco ardía en su vientre, borboteando al contactar con su carne, haciéndose líquido, escurriéndose un poco por el costado, caliente, pero los segundos pasaron y comenzó a hacerse duro, a fijarse, a detener el flujo de sangre que emanaba de la herida de bala. Su espalda sentía el calor, también sus hombros, y la parte trasera de sus muslos. Unos brazos la agarraban, brazos blancos, y junto a ella el que era clon de Optimismo emitió un gruñido. Arriba, con ojos cerrados y ceño fruncido, con los dientes encajados, aquella juventud, aquella frialdad, sujetaba a la pobre niña moribunda, quemándose su pecho y sus brazos al tocarla. Avanzó un paso, y se detuvo. Bajó la cabeza, aguantó el dolor que ella causaba, porque era una inútil, era una...

-Para -logró atisbar ella entre gruñidos -. No eres una carga, eres mi amiga -miró él hacia El Palacio, difuminado por la distancia -. Y voy a llevarte con los tuyos.

Una luz brilló en su rostro, entreabriendo su boca, llorando.
Llorando de alegría.

Los pedazos naranjas cayeron contundentes entre la arena y los escombros, sin hacer ruido y deshaciéndose poco a poco. Me había cambiado la ropa, pero nada más ponerla sus girones la deshicieron por los mismos retales que la anterior.
Hundiendo los pies en arena y polvo, miraba a Sever, que callado me devolvía la mirada, desconcertado. Mi pierna izquierda estaba limpia, libre de aquella piel, y también parte de mi cintura y costado. La que quedaba alrededor de mi cuerpo se hizo más brillante.
Toqué mi estómago, sin fingir mi preocupación, porque él podía acceder a mis pensamientos de todas maneras. Más allá del brillo naranja, un óvalo negro aparecía entre un alrededor de pasta blanca que cubría ya todo mi vientre, parte del pecho, y unas fibras alcanzaban mi cuello. Dolía, me quedaba poco tiempo antes de que el cansancio me transformase. Concentrado, miraba a los ojos dorados de un Sever que había vuelto a su forma original, asiendo con más fuerza el mango de la espada negra de Luchadora. Algo había encajado en mi interior, había visto el pasado del que ahora era aquel monstruo. Ahora conocía su corazón, conocía su esencia. Por fin revelaría mi último paso, libre de su influencia. Levanté el brazo, apuntándole con la espada. Era el momento.

-¡Luchadora era lo mejor de ti! Y sigue viviendo en nuestros corazones.
-Fue trámite necesario.

Enfoqué la cabeza hacia mi derecha sin dejar de mirarle, sabía que me estaba escuchando.

-¡Conciencia! ¡Activa el reactor!

Una explosión colapsó de luz azul todo el tercer nivel, mis oídos pitaron. Sever entrecerraba los ojos, sorprendido, alzando la espada al mismo tiempo que imbuído en mi silencio cargaba con un grito opaco y débil, cargado de decisión, combatiendo su maldad y dispuesto a eliminar aquella escoria de mi mente.
Chocaron los golpes los dos guerreros, la espada blanca y la espada negra, y las explosiones de energía destruyeron nuestro alrededor, Sever se defendía, gritando y maldiciendo, desquiciado buscando el hueco que acabaría con mi vida, pero aquella espada no se rompería.

-¡Muere! -gritaba él, perdiendo la cordura segundo tras segundo, golpeando cada vez más fuerte.
-¡Tú primero! -aquellos colmillos frente a frente que luchaban por el control del mundo.

¡Sería fuerte, Conciencia! ¡Resistiría sus golpes, Defensor! ¡Aguantad todos ahí arriba! Sever pagaría.
¡Sever pagará!

Esquivaba sus patadas pues él trataba de zafarse, a su terreno me llevaría, ¡no más! Él era esa idea infecta en mi cerebro que debía desaparecer, no importaba cuánto se hubiese hecho, ¡iba a eliminarla! Pensó en Optimismo, quien siempre sonrió, quien sacrificó su esencia pensando en una idea.
En la que algún día lo conseguiríamos.
Ese día era hoy, tenía un plan, solo una oportunidad, y estaba dispuesto a pagar el precio más alto.

Gemía y gritaba, desesperado El Caído, el Aura Carmesí, que lograba engañarme y correr por mi costado, volando a toda velocidad hacia el reactor, cuyos tres brazos separados por decenas de metros aglutinaban energía en forma de esfera y la dirigían hacia el cielo. ¡No permitiría que lo destruyese!
Volaba detrás, persiguiendo al villano. Estaba preocupado, en esa energía iba la rabia, iba el dolor de mi persona, concentrándose en el segundo nivel poco a poco. Si lograba destruir el reactor, fracasaríamos.

-¡Sever! -gritaba de pura rabia, y la pasta blanca ascendía desde mis entrañas.

El reactor se alzaba ante nosotros, y veía a lo lejos al pálido cargando su palma izquierda con energía carmesí, lanzando con ira un grueso haz contra la máquina, explotando en la barrera que había dispuesto a su alrededor. No se esperaba que cargara contra él y nos lanzara contra el suelo, a los pies del propio mecanismo.
Se levantaba Sever, exhausto. Me levantaba yo, despacio, con media cara cubierta aún por aquella segunda piel.

-¡Vas a destruirlo todo!

Sus ojos dorados completamente abiertos relucían, su mueca era desesperada para mi ojo izquierdo, sin embargo en el derecho, sonreía. Alcé la espada de Luchadora, y él alzó la suya contra el escudo que protegía al reactor, bloqueado por mi energía, que sujetó su espada, que le elevó, y cerrando sus puños metió la suya en mi mente, bloqueándome, haciéndome perder el equilibrio y arrodillado apenas asimilar cómo resquebrajaba la pared protectora, cómo apenas lograba disparar un haz mientras recobrara la conciencia. Cómo corría hacia mí cuando me incorporaba y clavaba su espada en mi pierna derecha, y la segunda piel brillaba aún más. La sangre comenzó a salir con fuerza. La punta blanca de su espada asomaba por el otro lado, temblequeante al son del pulso de Sever que apretaba como podía.

-¡No más canciones a los héroes!

Gemí cuando siguió bajando sus brazos, tumbándome en la arena roja, golpeando con mi espada la suya, sin alcanzar sus manos ni su rostro. Nuestras miradas se cruzaron, vimos nuestras almas, nos entendimos. Apreté la mandíbula, y él dejó de sonreír y llorar hasta que con ambos ojos logré ver la misma cara neutral. Agarré la fina arena con ambas manos, y comencé a gritar. La sangre, por momentos, brotaba de forma alarmante, y la punta de su espada ahora carmesí quedaba más atrás, y más atrás, y el muslo se acercaba más, y más, hacia el mango. Reuní las pocas fuerzas que me quedaban en los brazos para agarrar a Aura Carmesí, que veía en mí mi mirada, que no podía retirar su arma, y clavé mis uñas en su blanca piel, observando los dorados ojos de mi rostro. Su espada irremediablemente comenzó a ser expulsada de mi cuerpo, y una pasta blanca brotó para cubrir mi herida y evitar el sangrado, pronto cubriéndome todo el muslo. Sonrió Sever en mi ojo anaranjado, brotó una lágrima del suyo. Luché por no perder la conciencia.

-Te dije que pagaría el precio más alto.
-Ríndete o acabarás peor de lo que queremos, Carlos...

La marioneta estiraba su mano, en busca de aquello que le concedería la libertad, y estaba cerca, pero su amo agarraba los hilos.
Otra explosión nos sacudió a ambos, y la energía de azul pasó a ser roja, carmesí. El generador comenzó a quejarse, los brazos se zarandeaban, prácticamente colapsados. La radiación castigaba mi cuerpo. Ya estaba pasando: el proceso se había completado.
Sever me miró desde el suelo, maldiciendo, sonriendo en su sinceridad, incorporándose a toda prisa y volando como podía lejos, lejos de mí, porque sabía lo que pasaría. Apreté las manos, agarrando de nuevo la arena, buscando incorporarme con una pierna inutilizada. Le miré, y comencé a perseguirle.
Si quería vencer a Sever, debía ser más que yo mismo.

Los Clones Blancos se arremolinaban por todos los lados, atacando sin orden ni estrategia en un espectáculo grotesco, golpeando en cuanto tenían ocasión la coraza como bestias ciegas de hambre. Se empujaban, a veces se herían entre ellos y muchas de las veces los pinchos que formaban parte de la estructura se clavaban en sus apestosos cuerpos, pero siempre era lo mismo, se retiraban y al rato volvían como si nada hubiese pasado. Servatrix miraba con preocupación, para Desánimo ya estaban muertos, y lo cierto era que la gran barrera esférica creada por Relativismo estaba comenzando a ceder.

-Todos los flancos cubiertos. Son demasiados -hablaba Defensor.
-Han entrado en el mar y están retirando el sello de los que logramos reducir -Narciso.
-¿Quiénes no llegaron a entrar aquí?
-Erudito, Susurro, Razón, Lágrima y Eissen -contestaba Servatrix.
-Solo somos trece contra un interminable ejército -suspiraba Desánimo.

Él vio cómo la blanca copia de Stille se alzaba, todos la hacían hueco, y cargaba un golpe contra la coraza que lograba arañar la superficie.

-¿Por qué Mentes rompió nuestras armas? Íbamos a ganar...
-La mía no la ha roto, Love, creo que no la conoce -Dante -. Ahora es una ventaja, puedo abrirme paso en un frente cuando no aguantemos más. Además, Duch está muy relajado, Mentes debe tener un plan.
-El plan de matarnos, príncipe. Es lo que quiso desde el principio.
-¡Desánimo, por favor, ahora no! -Servatrix.
-¡Estaba escrita nuestra muerte!
-¡La destrucción traerá vida! La destrucción... -Fuego volvió a gritar delirando para quedarse inconsciente de nuevo.

El silencio volvió al refugio. Entre el incesante repiqueteo de golpes, Repar meditaba en silencio. Defensor crujía sus dedos.

-Sin Fuego, solo somos doce. Y solo Stille y Dante tienen armas -Social se puso de pie -, y escudos solo Optimismo y Defensor.
-Aún hay esperanza -los ojos de Relativismo se abrieron por primera vez, mostrando un brillo blanquecino que conservaría mientras aguantase la fortaleza -. Y más nos ayudaría que trazásemos una estrategia en lugar de hacer recuentos.
-Debes de ser muy listo.
-Para mí no es muy diferente un gran ejército que uno pequeño. Todo depende de la habilidad de sus hombres.

Miró abajo, pensativo, intentando encontrar un punto débil en su asedio, una vía para escapar y atrincherarse en las ruinas de El Palacio, donde tendrían alguna ventaja. Miró al mar a través de todos los cuerpos blancos y las miradas que deseaban matarle a través de la barrera translúcida. Se debió sorprender en voz alta, porque le preguntaron.

-¿Qué ves, Optimismo?
-El mar... -contestó, incrédulo -. Está brillando. Con luz azulada.

No podía volar más rápido, lo intentaba, pero no conseguía llegar hasta él. A veces perdía la visión, y eso solía retrasarme aún más metros. El cataplasma blanco del vientre ya había logrado juntarse con el de la pierna, y me sentía muy cansado, muy débil, y comenzaba a perder la cabeza. Necesitaba un aliento, pero no podía dejar de perseguir al villano que huía para que no lograra tocarle.

-¡Cobarde! -gritaba, a pleno pulmón con las fuerzas que me quedaban.

Pero Sever no se detenía. A veces me miraba, con una mirada solemne, viéndome como el animal derrotado que parecía ser. Si Sever hubiese destruido el generador, el plan hubiese fracasado, pero ahora que estaba cargado, si no agarraba a Sever y lo arrastraba al segundo nivel, este se colapsaría pronto. Todos morirían.
Y no iba a permitir eso.
Solo oía el suspirar, el silbido del aire. Hacía rato que perdí el sentido y el control de mi pierna derecha, y ahora comenzaban a dolerme hasta los brazos. Sever estaba tan lejos... más y más, con cada minuto que pasara... Era ínútil.
Me paré allí mismo, en seco, cabizbajo y derrotado, no quería abrir los ojos y contemplar la verdad. Pensé en aquellos pequeños fracasos que tuve a lo largo de mi vida, y los reemplacé por las mentes que estaba a punto de perder, pero no lograba asimilar la amplitud de mi fracaso.

Ahora, años después de la batalla, quizá lo pueda ver con más perspectiva. No solo eran mentes, eran también partes de mi personalidad. Los recuerdos nunca se van, siempre están ahí y los errores no puedes olvidarlos. La mente no es muy distinta de la realidad; nada se pierde, solo se transforma en otra cosa. Lo que antes eran amigos, ahora lo son de otros. Los recuerdos malos, se convierten en tics, en manías, en miedos...
O en Sever.

¿Qué fue de la vieja vida del chico que deseaba aprender?
Supuse que se había ido lejos, que ya dejé de aprender para pasar a otra cosa.
Pero lo cierto es que todo lo aprendido no había servido de nada.
No podía cogerte, Sever. Leíste mis planes y pensamientos, y no pude completar la misión, no pude siquiera pagar el precio. No pude cortar mis... Cortar... mis...

Recordé toda la gente que perdí por aquellos ataques de ira incomprendidos. Aquella agresividad que brotó del joven sumiso cuando decidió que podía tener amigos. ¿Y todos los árboles que decidiste quemar, todas las palizas que me hiciste imaginar?
¡Eres cruel!
¡Podrás ganar los mundos que quieras, pero me das asco! ¡Eres repugnante!

-¡Sever! -grité todo lo fuerte que pude, pero contestó el silencio -. ¡Has ganado! Pero me das asco. ¡Me das asco, asesino! No importa en lo que me convierta, no importa cuánto destruyas -caían las lágrimas por mis ojos -. ¡Te odio!

Apreté mis puños, que temblaban de la ira, de la rabia. La rabia que tenía hacia mi propia rabia.

-¡Odio perder, lo admito! Me siento débil y sucio. ¡¿Y piensas controlar a alguien inferior que tú?! ¡Es patético! ¡Ojalá nunca hubieras existido!

Sever apareció de pronto, a varios metros de mí.

-¡Calla, niñato!
-¡Ojalá nunca hubiera tenido amigos, y siempre hubiese sido el pobre niñato que fui! ¡Ojalá no hubieras venido!
-¡Te advierto que te calles, asqueroso desagradecido!
-¿Desagradecido? ¡Has arruinado mi vida!
-¡Y un cuerno!

Miré con mis marrones ojos los ojos dorados de mí mismo. Su pelo blanco y listo, su túnica blanca y rasgada. Su blanca piel, su cuerpo. Mi cuerpo.
Había crecido desde que le conocí.

-Sever... -por momentos una lágrima borró su figura -. Ojalá, cuando llegaste, me hubiera suicidado, antes...
-¡No sigas! -gritaba desquiciado -. ¡No sigas o te mato!
-Ojalá me hubiera suicidado al prometerme el paraíso, antes de ser un vehículo de tu odio.

Abrió mucho los ojos con las pupilas diminutas. Gritó un rugido terminal que colapsó corazón y oídos, pero no mi alma. Un rayo brotó de sus manos, pura energía de sangre proyectada por su espada, en línea recta hacia mi. Grande, fuerte.
¡Fuerte, Carlos!
Una explosión tan fuerte retronó en el mundo que entumeció las almas de los dos enemigos. Un rayo rojo. Un rayo azul, cara a cara en una explosión blanca, vertiginosa que disputaba los confines mismos del mundo. Mi energía, firme en su posición, ¡fuerte!, sentía la suya palpitar bajo la blanca sangre de odio y orgullo. Sentía su energía, ¡sentía su sangre!

Un latido sonó entre las almas de las mentes recluidas en aquella ratonera. Una aurora sanguinolienta brillaba desde lo profundo del mar. Las grietas desde el suelo estaban abriendo el mismo mundo. Del cielo caían las cenizas ardientes de los restos de las colinas, ahora cubiertas de lava. Era el momento.

-¡Mentes! -Defensor agarró su escudo en su espalda para colocarlo en el brazo -. Hoy, el mundo se acaba. ¡Pero moriremos con él con honor!

Todos gritaron, levantando el puño con valentía, con miedo, con corazón. Desánimo cargaba con Fuego, pues iban a morir y quería hacerlo junto a él.

-¡Todos sabéis lo que hacer! ¡Plantaremos cara sin cuartel, hasta el final, con lo que tengamos! ¡Sin rendición! ¡Por Mentes!
-¡Por Mentes! -gritaron todos, con los ojos húmedos.

Relativismo cerró los ojos por última vez, y con brillos níveos la coraza desgastada comenzó a trazar grietas en toda su estructura, que se iluminaron, que ardieron y con la fuerza de las bestias miraron a los clones y salieron disparadas en todas direcciones, empujando al enemigo, desequilibrándolo. ¡Al ataque, mentes del mundo! ¡Morirán juntas, luchando!
Cargaron los cuerpos en todas direcciones, con arma, con escudo, con los puños, a toda velocidad, llevándose a tres, a seis enemigos por el camino. Un estallido dorado iluminó el cielo, al tiempo que dos caballeros, Razón y Eissen, cargaban gritando desde fuera con lágrimas en su rostro. Honor para los héroes. Paz en sus almas.

La gravedad y la fuerza se detuvieron, de repente. Casi inmóviles quedaron combatientes y combatidos, sin explicarse qué ocurría. Una singularidad comenzó a crearse en el espacio. Una singularidad, un vórtice, una explosión que les empujó a todos de nuevo. Una gran cantidad de energía había surgido en el mundo. Dos rayos formidables competían su supremacía en un último alarde de fuerza, Mentes y Sever cara a cara dando lo último que tenían que ofrecer.

-¡Mentes!

Miraba a su alrededor Sever, incrédulo, que perdía fuerza y me hacía ganar terreno.

-¡Me has engañado!

Gritó con fuerza, con completa desesperación, apretando la mandíbula para recuperar el terreno que había perdido. Su orgullo le había traicionado, mi desesperación supo jugar aun así mi última carta. Era el segundo nivel, estaba todo dispuesto. ¡Era el momento!

-¡Erudito! ¡Ahora! ¡Ahora, la llave!

Un pulso emitió el mensaje que se dirigió a toda velocidad hacia El Palacio. Allí, en el mismo laboratorio, Erudito encogió sus pupilas, se agarró el corazón que se aceleraba, dudó un segundo hasta que ordenó sus ideas. Miró a Calíope a los ojos, que había estabilizado a Susurro.

-Gracias... Gracias, Calíope.

Tocó su frente al tiempo que ella desaparecía de allí con una sonrisa en los labios, con ojos interrogantes. Sacó la llave que yo mismo le di antes de la guerra, que había preparado todo ese tiempo sin saber realmente que era mi única opción, y la hundió en la ranura que había en la pared. Todo comenzó a temblar, y Erudito caminó hasta Susurro, la cogió en brazos y salió del laboratorio, al tiempo que explotaba, el fuego comenzó a cubrir cada habitación de El Palacio y logró teleportarse con la energía que le di, junto al resto de mentes.

Tembló el mundo. Tembló mi cabeza. El suelo comenzó a abrirse, la tierra se agitó y unos colosos, gigantes menhires de piedra emergieron del agua, y con un contundente sonido se colocaron en posición. Los dos supervivientes se miraron, dando toda la energía que les quedaba en un último pulso por la victoria, Sever con su espada y yo con la de Luchadora. El centro de los menhires, de un material cristalino, comenzó a brillar, con una luz blanca, con una luz pura, y trazaron cada uno un haz que convergió con el resto en la posición donde los dos combatíamos.

-¿Qué haces?

A nuestro alrededor comenzó a formarse una albar esfera que nos arropó, cubrió y separó del resto.

-Es el fin -le dije.
-¡No será el fin, será tu fin, Carlos! -el brillo dorado de sus ojos no podía verse con el de la esfera que nos envolvía -. ¡Para! ¡Para, por favor!

Las mentes, una a una, se colocaron alrededor de nosotros, entre los rayos de las grandes piedras, cerrando los ojos, dejando flotar su cuerpo y extendiendo sus brazos. También Erudito, también Susurro. Los Clones Blancos huían, pero irremediablemente se veían engullidos por la nívea esfera brillante, deshaciéndose en la superficie, y solo unos pocos lograron librarse de su singularidad.

-¡Para, Carlos, por favor! ¡Acabarás contigo!
-Es el precio.

Muchísimos rayos brotaron de la superficie blanca que les envolvía, y todos convergieron en mí. Sever seguía expulsando energía por el rayo mientras se agotaba, y mi energía se vio sustituida por la que la propia esfera me daba. Entre todos los ruidos y explosiones, se escuchó mi grito de agonía.

-¡Carlos! -gritaba Sever, llorando, preocupado en su sinceridad -. ¡Carlos...!

La marioneta cortó sus cuerdas.
Todos los recuerdos malos, todos los que me dolieron, los que me hicieron débil, los que me hostigaban, se hicieron vívidos en mí durante unos instantes. Los vi todos. Me dolían, era horrible. Gritaba entre los truenos, entre la ira de Sever que sacaba todas las fuerzas que le quedaban. La segunda piel se desprendió de mi entero cuerpo. Mi alma... se quebró.

Abrí los ojos, solemne, y asustado. El mundo ante mí comenzó a deshacerse, grietas negras comenzaron a separar una realidad que se iba de mí, que se alejaba de lo que era, y cerrando los ojos, me quedé solo con aquellos recuerdos.

Porque para vencer a Sever debía ser más que yo mismo.

Porque yo mismo era una botella de cristal donde permitía al odio almacenarse.

Y si quería acabar con el odio, debía renunciar a lo que era, debía romper la botella...

Y crear algo nuevo.

Todo paró. El dolor, el choque de energías. El color, la luz. Abrí los ojos.
Todo oscuro a mi alrededor. Todo negro, no había nada. Frente a mí, Sever me miraba, triste, alegre, loco, asustado... No había nada. Solo nosotros dos.

-¡¿Qué has hecho?! -gritaba, con lágrimas en su rostro -. ¡Lo has destruido todo! ¡Todo por lo que trabajamos! ¡Todo lo que defendí! -sus ojos fueron puro odio -. ¡Ya no eres nada que pueda gobernar!

Le miré cansado, débil, sonriente. Contesté con piedad todo lo que él hablaba con odio. Pensé en lo mucho que truncó mi vida. En lo mucho que le necesité.
Debía ser más que yo mismo. Y yo era Sever. Sever, era odio.

-Te perdono.
-¡¿Qué dices?!
-Te perdono, Sever.

Sus pupilas se redujeron, sus gestos se relajaron. Su boca, entreabierta, miraba incrédulo lo que yo era. El uno, frente al otro.
Apretó su mandíbula. Frunció el ceño, tensó sus gestos, apretó sus manos, alzó su espada contra mí y corrió, gritando, hasta clavar su espada en mi vientre. Perdí la visión, unos segundos. Le miré a los ojos en cuanto pude, él me miraba.

Cogió aire, e hincó con más fuerza la espada en mi cuerpo. Solo silencio. Solo oscuridad.
Miró él la herida mortal que me había causado, cómo su espada atravesaba el cuerpo que ya no era suyo.
Atravesó la cicatriz que un día me hizo.
Me miró a los ojos, de nuevo. No sonrió. No maldijo. Sin perder la mirada, firme hasta el final, Sever no se movió mientras se deshacía su cuerpo, mientras comenzaba a derretirse y a desintegrarse en el infinito. Se deshicieron las manchas blancas en mi cuello, mi pecho y mi vientre, se deshizo la de mi pierna y con ella se expuso de nuevo mi herida. Se deshizo su espada, también sus piernas y en seguida su cuerpo, hasta desaparecer entre la vasta oscuridad.
Porque Sever, sin quererlo, se había matado a sí mismo.

Un rubí con forma de lágrima se quedó flotando en el lugar que él dejó, y logré cogerlo, en silencio. La sangre comenzó a brotar en mi cuerpo, en mi pierna, en mi vientre. Y fue demasiado.

Perdí el conocimiento, allí, en medio del vacío, y mi cuerpo cayó, sumergiéndose poco a poco en la infinita oscuridad.

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