19 de abril de 2015

Piezas.


Tan ciego como vivir lleno de ideas, tan impotente como la pólvora mojada, veía los días hacerse negros, y era su culpa tornada en rabia. Era su culpa... Era la muerte, era la rabia.

-¡Traidor!

Sus ojos eran negros, como la noche y es que eran lo mismo.

-¡Asesino!

Sus manos firmes apretaban el metal de forma ineficiente y sin sentido. La sangre pulsaba en cada yema y el arma resbalaba igual, gritaba el viento su locura con cada gesto del brazo, sus huesos resonaban. Callado le veía a él, callado mirándole, con gesto culpable, pero era imperdonable, era atroz lo que hizo. Un crimen puede perdonarse, el segundo es un delito.

-¿Por qué lo hiciste? -y gritaba, y perdía los estribos, y esperaba impaciente en su rabia pero todo daba igual, ya no era ni el guardián ni el elegido -. ¡Contesta, miserable!

Sin pensarlo rasgaba el aire con frenesí descubierto, y él le miraba, dócil, pero criminal y siniestro, moviéndose con agilidad sin encontrar la palabra, encontrando él en cada golpe el fallo, en cada movimiento. Un mechón rosado se interpuso en su camino, debió haber estado sereno, pero sin debilidad forzó el brazo en un duro aspaviento. Una astilla de su mango roto se clavó en su codo. No importaban ya las formas ni los usos.

-Eissen... -miró sus ojos de criminal, su burdo cuerpo de falsa mente, asesino, asesino -. Asesino... 

Un rayo partió la noche, como en su fantasía partía en dos el corazón del enemigo. Tenía la razón, tenía la justicia y tenía el motivo. Pero ya no era nada, y por primera vez, no iba a contener en absoluto su cometido. Era la muerte, el principio y el final.
Era el camino.

Comprobó de nuevo el pulso de Susurro para volver al trabajo de nuevo. Giraba el mecanismo con cuidado, aumentando el enfoque, comparando los dos tejidos cutáneos, el de El Caído, y el de uno de sus esbirros. Había dificultades para establecer contacto con el resto de mentes, y no se fiaba de ello, podía fallar, debía mirarlo otra vez, se levantó. Susurro seguía bien, tumbada. Ignoraba su pulso acelerado de pronto, y siguió intentando desentrañar la agrupación molecular de Aura Carmesí y lo que ello significaba. Al otro lado de la sala, impedidas de su visión por los artilugios de laboratorio, Calíope seguía con la joven, agarrando su mano, mientras la seguía suministrando y regulando su energía. Al menos, seguía respirando. Tapada por completo por una sábana blanca, Luchadora, en el catre adyacente, yacía sin respirar, inmóvil. ¿Seguiría blanca la tela? No quería proporcionarlas una visión desagradable. Muy en serio, necesitaba saberlo. Se levantó para mirar. En efecto, el coagulante funcionó, y también el limpiador, aunque lo aplicó con prisas y la ropa de Calíope seguía notablemente manchada. Ella le dedicó una sonrisa justo antes de que pudiera desaparecer y proseguir con su importante tarea. Aquella chica estaba siendo realmente de ayuda. Pudo apenas entender unas palabras formuladas por Susurro, completamente derrotada, que dedicaba a la chica.

-Gracias... vosotros... -Calíope expiró aire lentamente, indicando que no hablara más.
-No hables. Ya ha pasado todo, te vas a recuperar.
-Estoy viva... por vos... voso... -su voz se quebró, y Calíope expiró aire de nuevo.
-No es nada. Estamos para eso. Para todo lo que necesites.

Sonrió el viejo, con su ojo izquierdo húmedo y obstaculizándole el trabajo. Realmente, no había comparación alguna entre la composición cutánea de Sever y la de sus clones. Eran completamente opuestas, y sin embargo, los cuerpos de ambos seres regeneraban el tejido perdido. Pero estos permanecían inertes ante el microscopio. ¿De dónde procedía su regeneración? Intentó recordar sus primeros recuerdos de Sever, pero le era imposible, Inconsciente podía estar bloqueándole y sin Mentes era peligroso recuperar el recuerdo, pensó mientras miraba a las jóvenes. Podría ingeniar algo con su omniherramienta...

La noche se hizo muy oscura. Los ojos brillantes de su clon eran lo único que lo diferenciaban de una estatua de piedra. Mentes, en su cama tumbado, como solía meditar, sin apenas contacto. Había contado su plan a un amigo, tenía miedo de que fallara por eso, por creer realmente que podía vencer. No había que confiarse. No había que despreciar nada.

-El mundo es una masa de seres inferiores que no comprenden nada, Social.

Bajó la mirada, respirando exhausto, como su rival.

-No lo veo así.
-Siempre lo has visto de manera idealista, como en las películas. Pero esto es la vida real. ¡Vuelve a la vida ya! Lo sientes, estoy dentro de ti, nadie le ha comprendido nunca, solo lo han fingido.
-Hasta ahora.
-¡Ella no le comprende! ¿No entiendes que somos parte de un elegido que cambiará el mundo?
-Ya no sé qué hacer para callarte para siempre.
-¿Vas a matarme con esa basura de palos de bambú?

Le miró, cayendo en la cuenta de lo mucho que se había cansado en balde. Aquel, su clon, le había distraído, y como eran armas nuevas... Se concentró, novato. Apretó sus manos rodeando firmemente sus dos armas que había desaprovechado.
El aire inmovilizaba, el agua absorbía energía del enemigo, y aquel enemigo no poseía energía. Pero había limitado su visión.
Cerrando los ojos, con profunda decisión, creó un remolino alrededor de su enemigo, inmovilizándole, que gritó y le provocó, maldijo, pero era Social, y eso no le afectaba. Extendió sus brazos en forma de cruz, preparando sus dos bastones.
Y laceró su propio cuerpo repetidamente, absorbiendo con el poder del agua su propia energía. Sus músculos temblaban, también sus piernas, pero impertérrito seguía lastimándose mientras su propio clon le insultaba. Sus bastones, se cargaron de su energía. Reunió casi toda, suficiente. Abrió los ojos.
Y con el poder del fuego, la estalló en el interior de su enemigo.
El viento cesó, y él, apretando su labio inferior contra el superior, observó lo fácil que había sido cuando dejó de escuchar a su debilidad. Casi desfallece, pero se recuperaba justo a la vez que sus varas desaparecían de sus manos. Extrañado se miró las palmas. Observó al resto de mentes, cansadas, que seguía luchando en inferioridad mientras sellaban a los Clones Blancos como buenamente podían. Debía ayudarles. Buscó a Narciso, que le asistió antes.
Sus varas de bambú estallaron de pronto frente a él, asustándole. Recogió algunos pedazos, bufó.
Mentes las había roto.

-¡Eureka! -gritaba ya, con todas las piezas encajadas.
-¿Qué pasa? -Calíope preguntaba,
-¡Sé cuál es la naturaleza de Sever! Debo mandársela a Mentes, donde quiera que esté. El Corazón late de nuevo brillante, y conocemos la esencia del enemigo. ¡Eureka! -volvió a gritar -. Enviado.

Su brazo quedó desnudo de pronto, y su manga verde y quemada volvió a su posición por la fuerza gravitatoria. Calíope le miraba extrañada. Susurro soportaba su dolor, ajena a lo que ocurría. Volvió a mirar su pulso.
La omniherramienta apareció de nuevo en brazos de Erudito, absolutamente averiada.

La sangre caía, muerta entre los dedos, gota a gota, como granos de arena de un reloj que se acababa. Caía también del vestido manchado. No miraba al océano para no marearse, ella solo quería morir sin sufrimiento, pero quería estar consciente. Recostada y encogida, abrazada se moría, en mitad de la nada, sufriendo por su herida, sufriendo por sus compañeros, porque era una carga. Era una rehén, y su único amigo era el secuestrador. Paseaba en círculos nervioso y enfadado, lejos de ella.

-Llévame con mis compañeros...
-No.
-Por favor...
-Para de una vez.
-Por favor...
-¡No!

Sus ojos hinchados de rabia rompían sus barreras y le hacían daño en su interior.

-¿No me apartas de todos para que esté a salvo? -no contestó -. Me estoy muriendo así... necesito ayuda médica... -miraba él hacia otro lado, harto de ella -. Optimismo...
-¡No me llames así!

Lleno de mal se acercó a ella, apuntándola con el dedo. ¿Por qué había sido una carga para él todo ese tiempo? Él, joven, se convirtió en viejo por su culpa. Y la blanca imagen de su juventud perdida le acusaba. No podía, era demasiado, desvió la mirada para poder llorar. Cerró los ojos mientras él gritaba.

-Te quedarás aquí, ¡y punto! ¡Y si se te ocurre moverte...! -se acercó -. Que no se te ocurra.

El fuego la consumía por la herida de bala, los errores de su pasado la atormentaban más que nunca mientras otros hacían cuanto querían y no sufrían nada. ¡Solo fue un error! ¿Tanto mal hizo siendo una carga? Debió haberse muerto cuando Religión invadió El Observatorio, haberse colado por las fauces de Grand Suffer, pero no pudo. Porque era débil, era cobarde hasta para eso.
Se miró, miró su herida. Se daba asco.
Miró a Optimismo, blanco como el hueso que de espaldas miraba el horizonte, nervioso e impaciente. Impaciente por cumplir una misión que iba a fallar de todos modos. Tenía esperanza aún.

-Esta herida me va a matar.
-Cállate, zorra.

Cogió saliva después de pararse en seco. El labio inferior le temblaba. También las manos, que notaban la pérdida de sangre.

-¿Qué pasará si le entregas a Sever mi cadáver? Porque eso es lo que va a pasar.
-Mira -se giró hacia ella -. Estás muy equivocada conmigo. Si quisiera charlar, te hubiese llevado a un claro en el bosque. Mi maestro sabía perfectamente que estabas herida, y no me ha dicho nada de curarte. Así que muérete en silencio si es lo que necesitas.

La esperanza se unió al escalofrío como un contraste entre lava y glaciar. Si era verdad lo que le había dicho, Sever no quería salvarla, solo apartarla de los suyos. La quería muerta, ¿y qué pintaba ella en su juego, qué le había hecho? Sin embargo, había nombrado el claro de los bosques. Sever era un monstruo, pero aquel blanco Optimismo había recordado aquellos días en las islas del primer mundo, aquella sonrisa, aquella piedra en la que se refugiaba cuando quería estar sola. Y él, inocente, la hacía daño devolviéndola a la realidad, exponiéndola a Luchadora, pero con la mejor intención del mundo. Había algo dentro de él que le recordaba los buenos tiempos. Que le decía en silencio entre líneas que no todo era rencor.

-Por favor, Optimismo, recuerda cuando éramos amigos.
-¿Qué?
-Yo te apreciaba... ¿No me apreciabas tú a mí? ¿Tanta molestia era?
-No me importas. Nunca me importaste. Lo hice por pena.

Bajó la cabeza, hendida de dolor. Lágrimas surcaron su rostro, su voz se quebró.

-¿De... de verdad? Lo... siento... -y se recostó, pálida y llena de dolor, abrazando su herida.
-¿Por qué por más que te digo que pares no lo haces?
-Porque... te...
-¿Qué?
-Porque... -habló más alto -, te aprecio...

Un silencio de varios segundos pausó la conversación. Optimismo se paró, mirándola. En su fantasía soñaba que iría de un momento a otro corriendo a abrazarla, que le daría calor y compañía, que alegraría su corazón los últimos instantes de su vida... Porque ahora, cuando todo acababa, sentía de verdad que podría asimilar la felicidad... y la deseaba. Solo un abrazo... Ven...

-Me muero, Optimismo... -cogió aire y gimió, y sus lágrimas cayeron al océano igual que su sangre -. He vivido sola toda mi vida... negando la compañía. Y lo siento... ¡lo siento! -gimoteó -. Porque aunque... aunque estabas conmigo por pena... yo no fui agradecida contigo.
-No paro de insultarte y despreciarte. ¿Por qué sigues tratándome así? ¿Qué te he hecho?

Lloró unos segundos. Abrió los ojos para ver el horizonte, él estaba a sus espaldas. No podía mirarlo después de lo que le había hecho, a él, y le hacía esa pregunta...

-Ser la mente más generosa... y buena que jamás he conocido. Si algo me dio bueno el mundo, fuiste tú -cogió aire -, me hiciste creer que tuve un amigo, y eso es... -apretó mucho sus ojos, estiró mucho sus comisuras, lloró tan fuerte que le dolía -, lo más bonito... Y al menos, muero a tu lado.

Sus ojos se le cerraron, su cuerpo bajó metro y medio, apenas se mantenía en el aire.
El clon de Optimismo la miraba, quieto y asustado, petrificado, completamente en conflicto.

Un descuido, un grito de rabia del enemigo. El traidor contestó, y sus propios brazos se movieron de forma ilógica e irregular, maldijo en su interior, maldijo gritando en su delirio, viendo cómo su arma partida se perdía en la oscuridad.

-¡Basta! -gritaba el criminal, el creado, el malnacido.

La única posibilidad de vencer al demonio había caído con sus errores. No había esperanza para el mundo, no la había para derrotar a un ser muy superior a Mentes. No lo lograría, y fue por él, por su culpa. Otro rayo partió la oscuridad. Pero fue también la suya. Apretó sus dientes, gritó de rabia, aquella batalla proseguiría sin armas. El traidor mató a la luchadora, y sin esperanza, no era un filósofo, no era un líder, solo odio y rabia.
Los nudillos sangraban con cada golpe que daban. Ya no esquivaba, cansado Eissen se quebraba, y gritando como él contestaba cada golpe, cada contraataque, cada puñetazo de rabia. Escupió sangre el vengador de la muerte, sus dientes rojos señalaron al asesino de mentes, al creado por Sever. Uno de los dos moriría aquella noche atragantado en su propia sangre. Cargó de nuevo el de ojos azules, golpeó con su protector de brazo, pero el asesino le agarró, le empujó, le golpeó el cuello y el estrelló contra el aire. Tenía la razón, ganaría al mal, pensó, y eliminó su suelo imaginario para volar hacia el océano, posándose en la misma roca donde Luchadora ganó su duelo, miró hacia arriba, y el esbirro de Sever acabó con él con un gran golpe a su rostro ensangrentado. Cayó.
Era la razón. Era él, el enfermo...

-¡Lo siento! -gritó Eissen, quebrándose -. ¡Lo siento!
-¡Asesino!¡No sientes nada! -escupía sangre con cada aliento -. ¡Los criminales siempre lo son! -su frente besó la fría roca ennegrecida -. Debimos haberte matado en cuanto supimos tu condición.

Agua comenzó a caer del cielo, de forma liviana. Miró con ojos de odio al criminal sempiterno.

-Ojalá lo hubieseis hecho, Razón -se acercó el cobarde de pie al valiente derrotado -. Lo siento. Preferí quedarme sin hogar a pensar que algún legado de Sever seguiría vivo. Ojalá pudieses matarme ahora mismo y continuar la lucha contra él. Yo solo, soy incapaz de abrazar a la muerte.

Miró hacia el suelo, el héroe desbocado. Agarró con sus dedos ensangrentados los rugosos salientes de la roca, gimió mientras arrastrándose se acercaba al cobarde que mató a su amiga, mientras él permanecía mirándole, como si no fuera más que una sombra. ¡Podía matarle aún! ¡No admitiría ningún gesto de compasión ni pena por su figura!

-¡Eres un vástago de Sever! -clavó sus ojos en él, mientras clavaba como podía los dedos en su pierna -. Si quieres estar a salvo de él... mátate. Toda nuestra desgracia ha venido contigo, porque siempre estarás controlado por él.
-¡Mientes!

Un duro golpe en su mejilla, un profundo grito en su patada, su espalda caía a plomo sobre roca lisa, mientras que la rugosa se clavaba en su nuca. Con los ojos cerrados el cobarde, brillaban sus dientes blancos con la luna, mientras sus rodillas caían a plomo, arrodillado sollozaba.

-¡Mientes! -repetía -. ¡Tú eres el que construyó un mundo con los cimientos de la lógica! ¡Fueron tus razonamientos los que crearon a Grand Suffer y a los Clones Blancos! Y desde que renunciaste, Mentes se recuperó de aquel golpe y pudo plantar cara a Sever -gritó -. ¿Quién tuvo la culpa entonces? ¿Eh?

Las mentiras y la oscuridad le hacían cambiar de rumbo. Se tapó los oídos, presa del dolor y el pánico. Era su culpa, ¡pero no la que él le acusaba! ¡Fuera acusaciones, fuera! ¡Por él las mentes eran uno! No caería presa de sus dardos, él no fue culpable de nada, ¡fue la solución de aquellos agravios! Fue la solución...
La espada que atravesó a su amiga fue la suya.
Las lágrimas de dolor por el orgullo roto. No había nada que defender, si una amiga como ninguna había perecido por un ataque incalculado, tan tonto, tan falto a su naturaleza, pero no era esa la gran cuña en su alma pues siendo fiel a lo que era llevó su mundo a la ruina.
Lloró, allí donde su amiga debió haber vivido. Lloró y gimió, y allí el asesino le miraba con lástima, pues no era nada, ni la muerte ni el camino, ni siquiera un héroe. Palpó su pecho, cerró sus ojos con fuerza, pero todo daba igual, debía pagar el precio. Era demasiado, no debía hacerlo.
Pero el precio a pagar por creer lo que los adultos le enseñaron era elevado.

-Sí, Eissen -comenzó a erguirse, su vientre y brazos temblaban mucho -. Tienes razón en eso. Siempre me enseñaron, padres, profesores, que debía liderar y llevar lejos este mundo. Y ahora me doy cuenta de que estaba equivocado, y soy el culpable de todos los males que ocurrieron este último año y medio -se arrodilló como pudo -. Toda la carga y el orgullo los he llevado dentro a la vez. Pero se acabó. Los dos hemos pecado. Al menos, yo sí seré consecuente.

Con un destello dorado desaparecía su armadura, mostró sus ropas, que desgarró con rabia. Ante los ojos de aquel cobarde mostraría lo que nunca hizo desde hacía años, en aquella sala de piedra pulida. Los ojos verdes de aquel se contrajeron, y una cicatriz vio, la suya, blanca y coagulada de lado a lado de su pecho, recorría de su hombro izquierdo al costado derecho. El último perdón de Sever.

-Servatrix dijo que la herida que me provocaron era mortal, y esta pasta frenó la hemorragia. Ahora está metida dentro de mí, tan profunda como la propia herida. Pero se acabó.
-Te mantiene vivo -dijo, sin perder la vista de ella.
-Y procede de lo mismo que intentamos destruir -una lágrima surcó su mejilla.

Eissen levantó sus brazos, para cerrarlos conteniéndose, retorció su cuello y apretó su mandíbula.

-No lo hagas, Razón.
-El precio de los errores... -colocó su mano en su hombro.
-Razón, para, no mueras tú también.
-Es elevado... -por fin pagaría todos sus pecados.
-¡Detente, no!

Con fuerza tiró de todas sus cadenas. Gritaba de dolor el caballero que fracasó, encontrando redención, encontrando libertad más allá de todas sus ideas.

Gritaba el joven clon que veía morir frente a él a su antigua amiga, agarrándose la cabeza, luchando por vez primera contra su naturaleza.

Gritaba el chico de diecinueve años que empuñaba la espada negra, clavando sin vacilar la punta de ella en la segunda piel de su pierna, frente a un Sever desconcertado que le veía libre de su influencia.

Gritaron de dolor los tres caballeros, por una libertad incierta.

-¡No! ¡Razón!

Eissen corrió tan rápido que sujetó su cuerpo antes de que tocara el suelo. El cielo era más oscuro. Y había cada vez más cielo...
Sus lágrimas golpearon su pecho profundamente ensangrentado.

-No mueras... -lloraba -. No mueras... No tienes toda la culpa, ¡no la tienes! ¡Yo maté a Luchadora! ¡Yo maté a la única mente que creía en mí por cobardía! No mueras... porque tú has sido valiente... y yo...

Dejó de oír palabras el caballero. El rubio seguía hablando, pero no eran más que oscuros retumbos. Unos destellos verdes parecieron surcar sus pupilas.
El tiempo pasó, pasó la batalla, pasó una vida.

-Eissen...

Pareció oirle gritar de dolor. Quería mover su rostro, pero no podía por alguna razón. Sus dedos sí respondían, pero no podía ver el gesto del que quería ser mente y quizá lo sería. Quizá... quizá los errores más graves pudieran pagarse con los precios más elevados.
Su cicatriz estaba sanando. Había perdido sangre, pero seguía vivo. Lo había logrado.
Su nuca tocó roca al tiempo que Eissen caía desplomado,  junto a él. Temblaba y lloraba al tiempo, quería poner fin a su desconcierto. Débil pudo ponerse en pie, gravemente dolorido, sangrando aún. Le había ayudado a vivir dándole toda su energía.

-Eissen...

No tenía fuerzas para levantarle, por lo que le llamó más fuerte. Él le miró, y el caballero, pese a no poder, le extendió su mano. Y pese a no poder, ambos pudieron. De pie miraron los dos una gran esfera irregular que se formaba en el horizonte. Se miraron, y los dos supieron: las mentes habían sido derrotadas por los Clones Blancos. Sus cuerpos se habían amontonado rodeándoles por todas partes, las mentes, habían fracasado. No había comunicaciones.
Lloraba el caballero, por no haberlas ayudado a esquivar la muerte.
Consternado miraba al lugar Eissen, consternados ambos, pues habían estado ausentes mientras sus compañeros lo dieron todo por salvarlos.
¿Era el final?

-Pues si es el final -dijo el de ojos verdes -. Acabémoslo con ellos.

Porque ya lo dijo Luchadora, todos vivos o todos muertos. Les habían fallado, y ya que no les acompañaron en vida, les verían de nuevo, juntos como hermanos, al otro lado.

Gritaron los dos caballeros, que sin fuerzas, sin armas, pero libres, volaron a toda velocidad contra el enemigo para pagar el precio por sus pecados.

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