5 de marzo de 2015

Monstruo.


Allí el investigador y la sanadora, averiguando una manera de sobrevivir, quedando atrás entre el caos inclemente. Las islas se deshacían entre ácido negro proveniente de la masa densa y negra que desde lo alto les observaba. El tiempo corría en su contra, y los dos caballeros marchaban entre la muerte.

-¡Atrás! -gritaba el de blancos ropajes.

El rayo níveo de su espada frenaba la masa informe que caía, apretaba él su mandíbula mientras trataba de deshacerla, pero no lo conseguiría. Razón lograba empujarle antes de que la salpicadura del impacto le alcanzase, y cayeron sobre hierba marchita. Otra explosión le asustó desde el suelo, donde la gravedad alterada y el movimiento de su isla hacían difícil incorporarse.

-¡Vamos, Arturo!

Su compañero le tendía la mano mientras se incorporaba lentamente con su arma. Su brazo le temblaba por la tensión, y su cara estaba húmeda, por sudor o lágrimas. Los ojos claros sostenían una mirada desolada.

-Tenemos que continuar... vamos, compañero...

Y él cogía su mano, levantándose como podían, enseñando sus dientes en una mueca de esfuerzo.

-Son fuertes... ya verás cómo están bien, Razón.
-No estoy tan seguro, pero debemos resistir.
-Sí...

Un charco caía de nuevo a unos metros frente a ellos, lo suficientemente grande para que tuvieran que dar un rodeo. Maldijeron.
¿Qué fue de las islas australes? Trataba de mirar entre las ráfagas de viento y los movimientos bruscos, pero solo veía fragmentos de roca entre un fondo negro, un mar negro, un cielo negro. Podía haber perdido el sentido de la orientación por los giros de la isla donde se encontraban, podían estar aún bien, esperándole cuando todo acabara...
Su corazón se encogió antes de agarrar en el aire la mano de Razón, directo hacia el abismo después de resbalar, clamando que nada les golpease allí, en aquella esquirla de tierra entre dos islas. La anterior se alejaba con lentitud, y la siguiente también se estaba separando. La roca estaba seca y rasposa, frotándose en su brazo mientras le alzaba de nuevo.
Nada había en ninguna parte, ni siquiera muerte. Repar, Taned, Naga, Inocencia. Cuatro almas perdidas, un mundo desolado. Ninguna señal. Campo de visión nulo.

-¡¿Hay alguien?! -gritaba el de armadura dorada, pero sus voces quedaron enmudecidas por el estruendo.

No podían continuar hacia las islas de más altura por falta de camino, y la última a la que podían acceder era una mancha lisa que giraba sobre sí misma bajo ellos, tan inerte como todo lo que habían visto ya.

-¡Arturo!

Señalaba hacia una pequeña caverna que no habían visto. Relució una pequeña esperanza en su engaño.
Como guerreros avanzaron hasta entrar, sin rendirse. El cielo pareció abrirse en ese instante, tronando y gritando como nunca había hecho. Como el oasis en la tormenta y un brillo en la desesperanza, dos cuerpos humanos lucieron cuando la espada blanca del caballero iluminó el lugar. Uno tumbado, otro postrado sobre sus rodillas.

-¡Naga! -Razón se apresuró a acercarse -. ¡Venid! ¿Habéis visto a alguno más?
-Atrás -dijo serio el rubio.

Los cabellos lacios, negros y grasientos de Naga brillaron con la luz, pero no sus ojos, que dirigió con lentitud hacia los que le observaban. Su piel era aún más blanca, su mueca de malestar, y sus manos se alzaban poco a poco, goteando sangre, mientras levantaba más la cabeza y un brillo rojo se escurría entre las comisuras de su boca.

-¡Por todos los males! -Razón apuntó hacia su garganta con su lanza, mientras avanzaba hacia él -. ¡Atrás, monstruo! ¡Aléjate de Inocencia!
-Razón, cuidado.
-¡Atrás!

El ser frente a ellos encogía sus pupilas, levantaba sus manos hasta la altura de su rostro mientras apoyaba todo lo posible su espalda a la pared del final. Razón, ido de sí, le apuntaba con su lanza, acuclillado junto al cadáver de Inocencia, que miraba con ojos vacíos la entrada de la cueva. De su boca había salido sangre abundante, y su pecho se encontraba completamente atravesado por lo que parecía haber sido un proyectil del cielo, dejando un agujero irregularmente circular, rodeado de aquella sustancia morada, casi negra, pudriendo el cuerpo e impidiendo siquiera que la sangre pudiera fluir por ahí, soltando humo mientras lo consumía. Brazos, costillas y cuello estaban repletos de marcas sanguinolentas, que parecían más bien pintura de cuerpo carmesí, sin herida.

-¡¿Qué has hecho, monstruo?! ¡Habla!
-¡No... he hecho nada! -Naga, casi ido de sí, movía mucho cabeza y brazos -. Solo quería ver cómo estaba.
-¿La has mordido?
-No...
-¿La has atravesado tú?
-¡No! -sus ojos se humedecían -. Yo... yo no quería... ¡pero fue débil!

Los dos caballeros le sostuvieron la mirada en silencio, apuntándole.

-¡No fue aceptada por el nuevo dios! ¡Nadie lo será si no se entrega a él!
-Pagarás por tus crímenes, Naga -era el blanco ahora el que estaba a punto de llorar.
-¡Yo... yo no he hecho nada! -sus movimientos comenzaban a desquiciar a Razón, él lo notó y se abrazó mientras bajaba la mirada -. Yo la encontré así... No la pude revivir. El dios no la aceptó.
-¿Has provocado tú esto? -la voz del caballero estaba quebrada.
-No... no. Esto -les señaló -, lo habéis provocado vosotros. Pero era necesario. Debemos abrazar al enemigo. Debemos encomendarnos a Mal.
-¿Se puede saber de qué estás hablando? ¿Por qué lo hemos provocado nosotros? -apretó Razón su mandíbula, y hundió ligeramente su lanza en el cuello de Naga.
-¡No lo sé! -gritó, completamente ido -. No lo sé, no lo sé... pero está aquí... y es el poder absoluto.

Razón respiró profundamente, mirando con ojos tristes, furiosos y confusos a los suyos llorosos. Inocencia había muerto, no sabían por qué y había cada vez más preguntas que respuestas. Un grito lanzó el caballero cuando un ardor agudo le atacó el cuello, asustando a los otros. Una gota de aquel plasma negro filtrado de la roca sobre ellos le cayó encima, y le hizo sufrir mientras su cuerpo repelía la corrupción. El filósofo se alteró.

-No nos queda tiempo -con un gesto, indicó que fuera él el que apuntase con su espada a Naga mientras se arrodillaba junto a la mujer -. Este plasma no es capaz de corromperte. Yo cargaré con el cuerpo hacia lo que queda de El Observatorio, tú cúbreme de los proyectiles. Si vamos a morir, debemos hacerlo juntos.
-¿Volvemos?
-¿Qué opción nos queda, Arturo? Nos hemos jugado la vida para llegar hasta aquí. Debemos volver con lo poco que hemos encontrado para ayudar a Erudito y a Servatrix. Quizá, con suerte, alguno más haya llegado como lo hicimos tú y yo. Vigila que Naga... -le miró, muy enfadado -, no haga nada extraño.

La vuelta fue difícil, pero corta. No había isla que no vieran cubierta en su práctica totalidad. Tras un estallido, la masa negra, gigante e informe del cielo cesó su ataque, y tuvieron un respiro. Pero algunas islas seguían girando, y era complicado avanzar entre todos los charcos negros que pudrían la tierra. Naga pisó con el talón uno de ellos, y no pudo caminar bien por el resto del trayecto. Él lo observaba, sin saber qué pensar ni qué creer de él, apuntándole con su espada, sintiéndose culpable por todas aquellas veces que le permitió hablar con monstruos y por no haberlo vigilado lo suficiente. Pero la culpabilidad era solo un sentimiento más entre la inagotable conmoción de su interior. Razón lideraba la marcha, cargando con el cuerpo de manera solemne, centrándose más en volver junto al resto que en lo que implicaba todo lo que le rodeaba. Sí... La vuelta fue difícil, pero corta.
Una única luz entre aquel absoluto mar de oscuridad. Girando a velocidad lenta, la Isla Magna persistía solemne, negra. Digna. En su centro, una gran barrera verde protegía las ruinas del último edificio y los últimos supervivientes. Si iban a morir, debían hacerlo juntos. Y ojalá los otros hubiesen llegado allí sin ellos...
Erudito abrió la boca, pero contuvo la palabra cuando les vio atravesar la energía. El edificio ahora era ruinas, y el techo de la planta baja había sido bombardeado para que la corrupción no lo acabara de pudrir y les ocurriese lo que a él le ocurrió en la cueva. Servatrix no hablaba, concentrada en mantener la barrera. Ella junto a los niños. Nadie más. La tristeza.

-Ya no caen meteoros del cielo -dijo Razón, sin mirarla.

Pero ella no contestó. Siguió acuclillada en el suelo, temblando, junto a los dos infantes agarrados a ella, manteniendo la barrera. Erudito renovó la energía de lo que parecía ser un amplificador que había construido para ayudar a la mujer, y con suma quietud, despejó de escombros una pequeña zona para que el filósofo dejara reposar a Inocencia. El de ojos grises apuntó a Naga con más énfasis, indicándole que se quedara en una esquina, y el sabio se percató de ese hecho.

-¿Qué ha hecho?
-No lo sabemos, hermano -contestó Razón -. Pero venera la gran inmensidad negra del cielo, y culpó a Inocencia por ser demasiado débil para servirle.
-No...
-Sí. Hermano.

El silencio más pesado se hizo entre las paredes de aquella barrera. Miraba al suelo el caballero, que recordaba a quienes no volverían al amanecer. Pero no habría amanecer. Y vacío, con la mirada perdida trataba de asumir la realidad de la muerte. Pero no podía.
Estalló el cielo, a lo lejos. Se escucharon truenos, y las propias islas temblaron y se estremecieron. Intentó ver algo en la negrura a través de la barrera, pero nada podía verse.
Un estallido sorprendió a todos.

-¡Vuelven!

Dos temblores estridentes devolvieron a la realidad al caballero. Un gran impacto sufrió la barrera, perdieron el equilibrio, los niños comenzaron a llorar. Una gran explosión se escuchó a su derecha, y pudo apenas ver cómo una isla era destruida en mil rocas por un proyectil mucho, mucho más grande que los anteriores.

-¡Son enormes! -gritó el sabio.

La isla entera se sacudió y la inclinación en ella varió ligeramente, y otra explosión agrietó la barrera y disparó a toda velocidad gotas de corrupción contra el suelo.

-¡Servatrix!

Ella apretó su mandíbula y cerró con fuerza los ojos, mientras se levantaba y comenzaba a brillar con intensa luz verde. La barrera se fortaleció y recompuso, justo antes de recibir otro impacto demoledor que hundiría a la barrera y todo lo que protegía contra el propio suelo. Los niños que agarraron sus túnicas la vieron escurrirse de sus dedos, y la energía de la hija de la luna les empujó un metro lejos. Otra isla a sus espaldas era despedazada por un gran disparo caído del cielo. El horizonte inexistente comenzó a acercarse hacia ellos, y vieron cómo islas próximas estaban siendo engullidas por una masa infinita que les rodeaba por todas partes y se acercaba más y más a ellos.

-¿Qué podemos hacer? -suplicaba a los hermanos.

Razón aguardó antes de responder. Los estruendos eran constantes y los temblores nunca cesaban.

-No lo sé...

Una sombra comenzó a crecer a espaldas del filósofo. Naga, fusionado con la pared, comenzó a extender plasma negro saliente de su cuerpo por ella, mirando a los presentes con mirada pálida y ausente.

-¡Yo no moriré! ¡El maestro de lo impuro ha venido y me ha elegido para rehacer y fortalecer el mundo! ¡Casi puedo escucharlo!
-No creo lo que veo...

Razón anonadado le contemplaba, como él, cuando un pulso eléctrico cubrió la sala hasta impactar su cuerpo negro. Erudito caminaba hacia la telaraña que se estremecía electrocutada, emitiendo pulsos hasta los presentes mientras se despegaba de la pared de piedra y comenzaba a deshacerse hasta formar de nuevo un cuerpo. Lo agarró, y con una extraña herramienta cubría sus muñecas y tobillos de una pasta densa que rápidamente se solidificó. Se giró hacia todos, con ojos enrojecidos y la cara manchada.

-Creo que sé qué podemos hacer -un estruendo significaba la destrucción de otra isla.
-Por favor, sabio, dinos.

Miró a través de la barrera que tras otro gran impacto se agrietó severamente. Desplegó su omniherramienta, y comenzó a hablar a la vez que construía algo con las escasas energías que le quedaban.

-Encontré en los libros de religión una semejanza con lo que acaba de decir esta mente. Una masa diabólica, infinita, pérfida, ahogadora e impiadosa. La maldad más pura e intensa.
-¿Cómo se combate?
-Con la bondad más pura -guardó silencio mientras comenzaba a dar forma a una ancha cápsula de tamaño superior al de un hombre, le estaba doliendo, y paró -. Si una mente desboca su propia naturaleza podría ser capaz de convertirla en un núcleo de poder puro, que, si mi teoría es cierta, de ser lo suficientemente poderoso, podría atraer a toda la energía de lo impuro.

Razón movió sus manos con lentitud según pronunciaba sus palabras.

-¿Qué significa desbocar su propia naturaleza?
-Significa -tragó saliva -, que dejaría de ser una mente para convertirse en algo más.
-¡Eso es antinatural, hermano! ¡Es artificial! ¿Qué ocurriría con esa mente después?

Erudito mantuvo su mirada, sin contestar. Razón cogió aire, y bajó su mirada mientras despejaba los mechones de su rostro.

-En ese caso, podríamos usarle a él -señaló a Naga -, para que se reúna con su maestro tanto como desea.
-Es eso lo que tenía en mente.
-¡Erudito! -Servatrix habló justo antes de que su cúpula recibiera un enorme impacto; el amplificador se rompió -. ¿No estarás pensando en matar para poder vivir, verdad?
-¿Qué opciones tenemos?

El mundo se estaba muriendo. Las islas se deshacían por aquella oscuridad que se cernía sobre ellos. El sabio se daba prisa por acabar aquel aparato.

-¡Espera! -gritó el caballero -. El poder puro al que te refieres es bondadoso, ¿cierto? -el sabio asintió -. ¿Y alguien tan apegado al enemigo podría llegar a ser eso?
-No... -se paró, conmocionado -. No lo sé, Arturo, nunca había visto nada como él antes. No sé siquiera si... ¡son todo teorías!

Miró a Naga, tendido en el suelo, inconsciente, sin capacidad para decidir sobre un destino que ellos mismos estaban eligiendo para él. Y realmente, quizá su entrega hacia lo que les estaba destruyendo impidiese funcionar su única vía de salvación. No pensaba ya en las mentes, sino en Él, en aquel joven estudiante que debía proteger.

-En ese caso -Razón se desprendió de casco y armadura -, yo seré el que se convierta en ese poder.
-¡No, Razón, espera! -Servatrix -. ¿Qué hará Él sin el razonamiento? ¡Dejad que sea yo, yo no soy imprescindible!
-¡No, Servatrix, tu vida es innegociable! ¿Quién cuidará de los pequeños?

Sin Naga, solo eran cuatro los candidatos. Miró a Razón, que acalorado convencía a su hermano para poner en marcha ya mismo la máquina. Un último estruendo acabó con las fuerzas de Servatrix, que destruida la cúpula corrió hacia los pequeños y puso su cuerpo sobre el de ellos, donde una gran salpicadura negra impactaría en su espalda. El grito de rabia del filósofo, el miedo de Erudito, el dolor de la hija de la luna. Las demás salpicaduras lanzadas a toda velocidad contra el suelo, el cielo negro. Miró a los pequeños, que lloraban desconsolados.

-Yo utilizaré esta máquina.
-Arturo, ¿quién nos defenderá de los males que se avecinarán? -dijo el sabio a través de sus lentes rotas.
-Surgirán nuevos guerreros, más listos y capaces que yo. Servatrix deberá cuidar de ellos, Razón enseñarles y tú hacer que vivan en un mundo mejor.

Miraron a Razón, que asistía a la mujer que gritaba de dolor. Pronto impactaría un nuevo proyectil.

-¡Corred a la sala de El Corazón!

Y se metió en aquella extraña cápsula, cerrando la puerta ante la mirada triste de Erudito que se despedía sin palabras, dejando atrás el mundo que conocía, y cogiendo aire para lo que estaba a punto de pasar, por que ya estaba, ya había cerrado la puerta y sellado su destino. Porque, siendo sincero consigo mismo, ¿no era él la más pura de las mentes? ¿No era Arturo, el más indicado para aquella tarea?
Unas luces surgieron de la completa oscuridad de la cabina, y sin dar tiempo a nada más, notó un poderoso pinchazo en la espalda.

Luz. Luz, más. Dolía, pero ya no. Dolía, pero ya... Pero.
Una misión. El mundo.
El mundo.
Una cabina, ahora algo más, un cielo, algo más. Le miraba, ahí estaba, ahí, el ojo, el mal era, volaba, algo más.
Se acercaba, fulgor, ya estaba.
Un pulso, difícil. Ya comenzaba.
Ya comenzaba.

Era. Una. Ahí venía. Más necesitaba, demasiado.
Más, misión, venía. Enfadado.
Dolía, ya sí, más luz, venía, el ojo.
Duro. Más. Aguanta. Más. Dolor.
Recio. Oscuro, norte. Norte perdido, luz ya no, quema.
Quema, quema.
Quema.
Mátame.
Mátame por favor.
Odio esto, no, mátame.
Por qué, hazlo. Quema, quema...
Demasiado, demasiado.
Luz ya no, mátame, por favor quema, quema más el quema, antes quema ya no, quiero más, quiero antes ya no, una misión, quemar el mundo. Matar. Mátate. El ojo ya comenzaba, él estaba quiero matar quémame.

Sin luz, solo noche, quemar noche, destruir, controlar la misión, violar la luz, asesinar sus hijas. Dolía matar, pero ya no. Brazos negros, morder brazos, brazo arrancado, más fuego, más brazo, negro, volvía. Dónde estaba, patas y garras, no había nada. Dientes afilados, monstruo, monstruo, mata al monstruo, el monstruo mata, inestable, más caos. El ojo miraba. El ojo mataba, era fuerte.
Misión, misión.
Aguantar. Dolía.
Rugido, garras cortan tierra, caminar, caer, garras cortan tierra, aguanta dentro, aguanta, caminar, caer, aguanta, caminar. Camina. Buscar sangre, peligro, islas. Islas. Islas, sangre. Rotas. Todas rotas, no mar, sangre, no cielo, aguanta, esfera de nubes. Ya estaba, había llegado, el ojo sale, aguanta, muerte, arranca, sale, muchos cuernos se clavan en tierra, garra destroza tierra, camina, vuela. Aguántalo, se sale, matar, misión, garras.
¡Basta!
Sufrimiento, jadeo, sufrimiento, tierra, volar, aguantar. Ya casi, un plan. Cuernos, golpe, brazo negro, dientes, garras. Isla grande, sangre, ¡matar! ¡Matar! ¡Destruir!
¡Misión!
Manos sobre aire, apuntando tierra, concentrarse, una misión, un plan, estabilidad, podía conseguirlo, salvar a los suyos, energía, energía, toma forma, más rápido, ¡matar, no mates, aguanta, misión! Destruye... Moldea... Dos brazos, dos cuerpos, dos bebés.
Hecho.

Asquerosa suerte, ¡maldito destino! Por qué, ¿por qué todo eso? Culpa de fuera, se sentía mejor, estabilidad, ahora sí podía, una de ellas antes y será dolor, otra después y contendrá su poder, la hará sentir mal, no querrá usarlo. La mayor cargar con peso, darle poder, ¡culpa de ellos! Culpa de los demás, del resto del mundo, Mal es una enfermedad que introdujeron, él debía controlar todo, no él, él pensaba en todos. Daba sentido a todo, usaba el poder, ahora sí. Era el único merecedor. Vienen mentes, me miran, ¿se asustan? ¡Débiles! ¡Era él, débiles! Ellos sabían que era él, conmoción, ¿hacer daño a sus hijas? ¡Necios! Una Lágrima. Otra Luchadora. Las aceptan, necios. Su plan. Su plan...
Estabilidad.

Los meses pasaron con lentitud. Él los veía y observaba, a todos y cada uno, cómo Repar se ocultó en la sala de El Corazón, herido, y logró mantener viva la mitad de su cuerpo. Cómo poco a poco todo volvía a la normalidad, todo sería como antes porque él le daba sentido, y no le echaban de menos. Las garras desaparecieron, también los cuernos. Su forma se volvió más humana, era como Él. Y Él era como él, porque eran uno, a él le gustaba el poder, ¡claro que sí! El poder es la felicidad. El poder, el control. Había cumplido su misión, controlar el mundo de aquellos pérfidos en los que no se podía confiar. En nadie se podía confiar, ¡Él había sufrido! Y debían compensarle. Y nunca sería suficiente. Lo había conseguido.

-He vuelto -decía ante todos en la puerta de El Observatorio, pero solo hubo silencio -. Chicos... ¿Acaso no me reconocéis? Soy yo, ¡lo he conseguido! He logrado alejar el mal del mundo.
-Largo de aquí. Ya no eres de los nuestros. Intentaste matar a las pequeñas, destruyes las islas a tu antojo.
-Yo controlo el mundo, puedo hacer lo que quiera.
-No es cierto.
-Me lo merezco.
-Escucha... -Servatrix habló -. Tú... deberías...
-¡Llámame por mi nombre!

Su espada apareció, era su brazo. Era justo hacer eso.

-¿A qué has venido, monstruo? -Razón.
-A ocupar mi lugar entre vosotros. Ya he logrado dominar y controlar todo. He digerido la maldad que vosotros no hicisteis por cobardía.

El edificio aún no estaba reparado del todo. A los lejos, Erudito le miraba con lástima, con más canas que antes, llamaba a Servatrix porque tenía miedo de mí. Cobarde.

-No ocuparás nada, monstruo. Ya no eres Arturo. ¿Te has visto? No sé por qué insultas a Él tomando una apariencia tan parecida a la suya, pero ya no eres...
-¡Él me ama!

Su espada hizo un poderoso corte contra el maldito pecho del bastardo traidor, impactándole contra la pared del otro lado, haciéndole sangrar, ¡ojalá se muriera!
Razón empezó a sangrar, mucho, prácticamente inconsciente. Servatrix se llevó las manos a la boca, Erudito palideció, corriendo hacia él. Iba a morir, casi seguramente. No...
Un disparo blanco como el hueso salió del brazo del que lo merecía todo, que como la plasma negra, esta cubrió la herida de Razón tapando la hemorragia, de un lado a otro del pecho. Una parte de su piel blanca y rugosa cayó en su mano extendida, y la fibras negras que comenzaban a poblar el blanco de sus ojos crecieron ligeramente.

Los ataques, el rechazo, el odio, ignorantes, venganza, muerte, quería morir, pero no moriría porque eran débiles, era el rey de ese mundo, no le usurparían la corona, arrogantes. Arrogantes. El ángel caído.
El tiempo. El exilio.

El olvido.

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