17 de junio de 2015

Amanecer.


Cuando comencé a recordar, ya tenía los ojos abiertos, como si acabara de nacer. Alzaba la vista borrosa con la boca abierta, cansado, aspirando pesadamente el aire lleno de polvo. No veía nada con detalle, solo manchas negras y grises. La sangre no hacía ruido al caer gota a gota en el suelo... Dolía... Aquellas esquivas manchas de luz permanecían estáticas, mientras trataba de encontrarme en el espacio, moviendo torpemente mi cabeza. Acabé notando un leve hormigueo en mi mejilla y supuse que estaba en contacto con la tierra. Sin embargo, el sabor de la sangre era siempre el mismo y nunca se iba, tan característico, tan desagradable.

Apenas emitía un gemido con cada esfuerzo que hacía. Intentaba hacer girar mi cuerpo sin éxito, tumbado de lado en lo que parecía un suelo árido y áspero, con los brazos inertes apoyados en él, sin
poder moverlos. No sabía si quería acabar boca arriba o intentaba incorporarme, simplemente hacía esfuerzos nulos. La vista se aclaró, muy poco a poco, mientras me forzaba a mover unos dedos que no querían moverse. No estaba en el mundo, o sí, pues el suelo para mí era irreconocible. Tan yermo y frío como el de aquel mundo que dejé atrás hacía algo más de un año.
Con un último empujón acabé con la barbilla rozando las finas piedras, así que no me quedaba otra que incorporarme. Fue torpe, debí de estar horas intentándolo, hasta que, poco a poco y recuperando de nuevo la movilidad, pude ponerme a gatas, contemplando la tierra con la visión que se iba por el esfuerzo. Grité con un movimiento torpe, y logré apoyarme con las rodillas, respirando pesadamente, tocando mis heridas con cuidado con mis dedos negros, sucios, quemados. No tenía buena pinta la de mi vientre, pero la sangre que fluía de ella había decrecido muchísimo, quedando apenas un hilo que bajaba por los muslos. No podía evaluar la de mi muslo correctamente por la falta de luz, así que supuse que el estado sería el mismo, y me pregunté cuánta sangre habría perdido.
Al menos, estaba vivo. Al menos, estaba en alguna parte.

La sensación al levantarme fue extraña. Apenas podía mantenerme, en una postura bizarra con la sensación de que aquellas piernas no pertenecían a mi cuerpo. En cualquier momento podría caerme, pero con paciencia de nuevo esperé a recuperar lentamente las fuerzas y dar mis primeros pasos.
Caminaba lento, arrastrando los pies entre los guijarros de aquel desierto de tierra seca y quemada. Los brazos pendulaban sin resistencia, hacia atrás antes de dar un paso, hacia delante después de darlo... Levantaba la vista de vez en cuando, buscando alguna referencia reconocible. No había océanos cubriendo mi mundo, tampoco una fina capa de agua, solo piedras, solo trozos de tierra que subían hacia el cielo o descendían metros y metros, en cuestión de un centímetro, con una línea recta y definida. Contemplaba, con la mirada perdida, aquellas fallas, aquellas extrañas montañas que se formaron justo antes de volver. Si es que había vuelto... pero algo me decía que sí. El cielo seguía oscuro, pero estaba despejado. El océano había desaparecido, y en lugar de ello solo existía el rumor del agua fluyente, como un río, cantando en algún lugar donde no pudiera verlo. Continué caminando hacia ninguna parte, esperando encontrarme con las ruinas del destruido palacio, o alguna mente. Me preocupé por ellas entonces, mucho, temí entonces que mi plan no hubiese funcionado y que ellas hubiesen muerto en el proceso, porque ese plan lo hice sin pensar, lo diseñé hace mucho, podría haber fallado. Mi pulso se aceleró un poco, seguía arrastrando mi caminar entre la arena y los guijarros.

A lo lejos, en medio de toda aquella tierra oscura y devastada, se acercaban dos figuras, que podía ver, como un espejismo a lo lejos en el paisaje, como aquello que quería ver pero no sabía si estaba sucediendo. Quería ver mejor, pero no podía fijarme en un punto demasiado tiempo. Quería alzar más mi cabeza, pero apenas podía incorporarme y me costaba horrores caminar recto, porque había sido todo oscuro y agotador, tres meses de intensa lucha. Mis fuerzas comenzaron a fallar, di un traspié que amenazó con devolverme a la tierra, pero logré salvarlo. Mirando al suelo con la mandíbula apretada, los ojos perdidos, sin fuerzas, con ganas de acabar y descansar, continuaba mi torpe camino hacia ninguna parte. Respiraba pesadamente, el aire cargado de polvo.
Sonidos, más allá de los míos o el lejano rumor del río, comenzaron a notarse. Miré lo más hacia arriba que pude, y vi cuatro piernas. Las mentes... ¡mentes! Mentes, que me ayudaban... estaban vivas, y era suficiente. Reconocí al instante los pantalones rojos de Lequ Love, y unas piernas negras que parecían las de Luchadora, pero eran más cortas, así que debía ser el traje de batalla de Stille.
Las dos me agarraron de ambos brazos, dispuestas a socorrerme, me preguntó Love qué había pasado, me dijo que todos reposaban y la velaban en las ruinas del palacio. Pregunté si a la que velaban era a Luchadora, y me dijo que sí, mientras Stille parecía bajar la mirada, dolida. Lequ Love me dijo entonces que Susurro estaba también muy malherida, pero se encontraba estable y podría salir con vida. Resultó que habían atacado el ahora destruido palacio fuerzas desconocidas para nosotros mientras estábamos demasiado ocupados batallando contra Sever. Mencionó el nombre de Miedo. Ya había oído ese nombre en los recuerdos de Arturo. No obstante, con todas mis dudas solucionadas, les conté a las dos lo que ocurrió en el tercer nivel y más tarde en aquella oscuridad, sin entrar mucho en detalles. Love, para mi sorpresa, admitió mi valentía, y agradeció que confiara en ella para luchar junto a mí y que la trajera de vuelta a la vida desde aquel limbo en el que se encontraba. Dijo que haría bien las cosas, que jamás traicionaría mi confianza. Yo sonreí, y admití que me llenaba de alegría verla de nuevo. Le pedí que cuidara de Calíope. Jamás vi a Love tan enamorada.

Stille, tras un largo silencio entre la tierra baldía, tocó sutilmente mis costillas con sus dedos. La miré, algo más suelto pues estaba recuperando las fuerzas, y después miré a donde ella posaba su vista. Las ruinas del palacio ya podían verse tras cruzar el final de una falla que subía cinco metros de golpe. Lo que vi fue desesperanzador, pero por algún motivo, no me entristecí, ni me vine abajo. Apenas quedaban piedras unidas en aquel lugar donde antes se encontraba mi cuartel general. Un edificio ya castigado, las bombas activadas por mi plan llevado a cabo por Erudito acabaron con todo lo que quedaba, y apenas podían verse las bases de los edificios Oeste y Norte, quemadas, lo mismo para la Sala de los Recuerdos, prácticamente inexistente, rodeadas las tres estructuras de piedras y restos que habían volado por los aires. Sin embargo, el edificio principal sí estaba irreconocible. Los diferentes pisos ahora estaban amontonados, destruidos sobre la tierra, y en su centro un gran agujero había aparecido, tragando parte de los restos, revelando un nuevo lugar que no conocíamos, y que un reconocible Narciso observaba con detenimiento desde los escombros. El río que antes escuché fluir ahora podía verlo, era precioso, con agua dulce, no salada, que recorría y limpiaba el mundo de forma calmada, que lo nutría de vida pese a encontrarse inerte, que nos daba esperanza, para acabar desembocando en el propio palacio, abriéndose paso entre las piedras y desapareciendo por la abertura donde estaba Narciso. Y junto a él, tres ríos más hacían lo mismo, simbolizando los cuatro puntos cardinales, apareciendo desde el mismo horizonte para acabar de nuevo en el centro de mi mundo, en las ruinas.

No hubo palabras cuando llegamos junto a todas las mentes. Nos encontrábamos alegres, por ganar. Tristes, por perder a una amiga. No experimentamos aquella sensación desde que Grand Suffer aniquilara la mitad de nuestras mentes. Y quizás, aunque solo fuera una ahora, mi cariño, mi confianza hacia ella, traspasaba mis propias paredes y contagiaba al mundo con mi sentimiento. Susurro yacía quieta, descansando, junto a un Erudito preocupado por ella, mientras Servatrix y Repar sanaban sus heridas. Optimismo, sentado en una piedra, miraba sin ver la sábana de Luchadora, junto a Social, los dos juntos mirando a su amiga de la misma forma que en su día fueron los dos infantes de mi mundo. Duch, triste, se quitó por primera vez el yelmo de su armadura plateada, cogiéndolo con ambas manos mientras cabizbajo cerraba los ojos, en gesto de tristeza y respeto solemne hacia la guerrera. Su piel era morena, y su cabello lacio, blanco y pegado a su cabeza devolvía el brillo de la luna. Duch probablemente fuera el que más sufriera de todos los presentes, pues él canalizaba sin filtros mi estado de ánimo más puro. Razón con una gran venda en el pecho, Defensor y una mente que aún no conocía, llamada Dante, permanecían quietos, de pie, mientras miraban a todas las mentes, velando por ellas. Desánimo hablaba animado y sonriente con un Fuego que se recuperaba, pues se había sentido útil aquella noche, más allá de suicidarse y ceder su energía al resto, dándose cuenta que podía hacer algo vivo. Eissen les miraba, triste, alejado del resto, culpable, incapaz de mirar la sábana que cubría a Luchadora, y Relativismo le miraba a él, tratando de comprender su interior. Lequ Love y Stille seguían cerca de mí, asegurándose de que no perdiera las fuerzas, dispuestas a cogerme. La mirada perenne de la asesina de sombra estaba fija en Susurro, que poco a poco volvería con nosotros. Recordé todo lo que discutían en los momentos de paz. Recordé lo juntas que combatían en los momentos de guerra, y sentí su dolor, que perfectamente ella cambiaría su posición con la susurrante. Sentí el sentir de todos, preocupados los unos por los otros, como una gran familia.
Una gran familia...
La asesina se giró rápido. Yo hice lo mismo en cuanto me di cuenta. Una fuerza muy poderosa, al principio discreta, comenzaba a notarse cada vez más cerca. Segundo a segundo, su fuerza crecía, y no lo hacía solo por proximidad. Miré a todas mis mentes, que sentían lo mismo y se miraron entre ellas, extrañadas. Sever estaba muerto. Yo lo vi, nada tenía sentido.

-Algo viene por donde tú has venido, Mentes.

Todos nuestros cuerpos se tensaron, preocupados. Su presencia se hacía más notoria, más, más, todos en guardia, sin armas porque estaban rotas. Defensor, concentrado, se arrodilló y comenzó a reparar la suya cogiendo energía del mundo. A medida que la energía crecía, caí en la cuenta de algo.

-Esperad -Servatrix con cara preocupada tenía los ojos muy abiertos -. Lágrima Valerie aún no ha vuelto con nosotros.

La energía que sentíamos era la de Lágrima Valerie.
Con paso lento pero robusto, de detrás de aquella falla apareció a lo lejos la figura de un Clon Blanco, con un cuerpo inerte en sus brazos. Las fuerzas me vinieron por la adrenalina y la necesidad, y con torpe caminar comenzaba a acercarme hacia aquella amenaza. Lequ Love y Stille, corriendo, agarraron mis brazos y me alzaron para que mi esfuerzo fuera el mínimo y pudiéramos aproximarnos rápido hacia aquello.
Los detalles eran inconfundibles. Joven, con cabello revuelto, con aquella chaqueta, aquel pañuelo envuelto en su cuello. Con su mirada perdida en sufrimiento, el clon de Optimismo se acercaba con el cuerpo inerte de Lágrima Valerie en unos brazos que se deshacían según regeneraban. Nos paramos los tres cuando se lo pedí, las miré en aquella colina estéril, sus ojos estaban abiertos y sorprendidos.
Paró de caminar el joven, mirándonos, conteniendo el dolor en su gesto. Ellas me soltaron, preparándose para cualquier cosa, y yo, confuso, no sabía si debía estar allí, pues me encontraba débil. Él mantuvo la fría mirada en nosotros, inmóvil, mientras las gotas que caían de sus brazos salpicaban el suelo. Lágrima Valerie, ahí mismo, tan débil como yo, yacía dormida. Parte del plasma del clon se encontraba solidificado en su vientre, tapando una herida como yo hice usando a Sever. Sus túnicas, su brazo, estaban llenos de sangre. Y su energía, segundo tras segundo, estaba creciendo peligrosamente, golpeando en nuestro rostro, agitando nuestros cabellos.
Con un grito de dolor, la dejó con cuidado en el suelo. Primero su cadera, luego su cuello para lentamente apoyar su nuca con delicadeza en la tierra. Nos miró el clon, sin intención alguna de hacernos daño. Defensor apareció, corriendo, junto a nosotros, su gran cuerpo imponente tapó los rayos de la luna.

-¿Qué ocurre? -su largo cabello negro comenzaba a levantarse ante la presión del aire.
-No lo sé -el clon tenía tanto miedo como nosotros, su cuerpo comenzaba a regenerarse -. Yo tenía las órdenes de alejarla y eso hice, pero estaba muriéndose, así que tapé la herida y la traje aquí. No sé si lo he hecho demasiado tarde, no entiendo lo que ocurre.
-¡Tiene que ver a Servatrix! -Lequ Love casi tenía que gritar.
-¿Qué intenciones tienes, extraño? -Defensor apuntó con su dedo al clon de Optimismo.

Lágrima Valerie, postrada en el suelo, abrió de pronto los ojos. Allí, las cinco miradas comenzaron a observarlas, calladas, preocupadas, paradas esperando alguna reacción. Ella movió sus ojos despacio, mirándonos a todos. Recobrando poco a poco la consciencia. Miró su herida, miró su cuerpo. Fijó sus ojos en los míos.

-Alejaos de aquí... Alejaos... de mí...
-Lágrima, ¿qué te ocurre? -los cabellos de Love danzaban al son de la joven.
-Yo... yo...

Su mirada se perdió, sin parar de mover sus pupilas entre varios puntos del horizonte. Dentro de su cuerpo estaba ocurriendo algo, no podía llegar a ella de ninguna forma mental.

-Matadme -los ojos de la chica se abrieron mucho, y su rostro dibujó una mueca de verdadero terror -. ¡Matadme, por favor!

Con un sonido grave y potente, una explosión de energía potente nació del cuerpo de la pobre muchacha, lanzando primero al clon lejos de nuestra posición y a los cuatro restantes hacia detrás, impactando nuestra espalda contra el duro suelo. Nos siguió empujando, y tres de nosotros dimos una voltereta hacia atrás contra nuestra voluntad. Agarrándonos a las piedras, alzamos levemente la cabeza. Una energía verde brotaba sin compasión del cuerpo de la joven, dibujando bellas líneas cerca de ella y aumentando la presión energética en todo el mundo, repeliéndonos, empujando también a las mentes que observaban desde las ruinas, a Susurro, dificultándole la respiración. Social y Duch reaccionaron adversamente con esta energía, desplomándose en el suelo de dolor.
Oímos gritar a Defensor, a nuestro lado. Clavó su espadón aún roto en la tierra, agarró el escudo en su espalda e intentó protegerse de la energía de Valerie, pero era inútil, pues lo traspasaba sin problema. Decidido lo tiró lejos, cargó la palma de su mano de energía blanca y con un gruñido la hundió en el polvo. Una barrera energética surgió de pronto en contestación a la de la pálida joven, que consiguió atenuar la que llegaba al resto de mentes, absorbiendo toda ella Defensor. Pudimos levantarnos tras esto, les miré. Miré a la joven, que sufría en su lecho de arena, agonizando mientras expulsaba ingentes cantidades de energía. ¿Era eso aquello que le dijo Sever? ¡Era de Valerie de quien extraía su energía continuamente sin que se diera cuenta! Era esa la esencia de la chica, ¡por eso la creó! Por eso sufría tanto... ¿cómo pudo retenerlo tanto tiempo? Ahora, sin dueño que la controle, esa energía de puro mal se desbordaba por su cuerpo. Debía llegar hasta ella. Debía averiguar cómo parar aquello.
Débil, caminé dos pasos, indicando a las chicas que no me siguiesen. Cogí aire, y continué mi camino. Atravesé aquella barrera blanca con la mano, mientras Defensor aguantaba. Notaba su fuerza, era inmensa. Respiré, abrí los ojos, y me zambullí tras ella.
Robé sin avisar los poderes de Defensor, haciéndome cargo de la barrera, absorbiendo yo todo el mal que intentase pasar, pese a las heridas y el cansancio.
Grité de dolor al principio, pegué mis piernas al suelo. La chica, a tres metros de mí, pálida fijaba la vista en ninguna parte, sufriendo mientras liberaba toda la energía que tenía acumulada, y de su fuerza me expulsaba, me levantaba. Arrodillado frente a ella la miraba, mientras trataba de comprender. Arrodillado frente a ella, su poder comenzó a traspasar mi piel, y poco a poco comencé a sentir su dolor desde lo más profundo de mi alma. Grité. Me retorcí en el suelo, incapaz de avanzar mientras la desmotivación se filtraba por los poros de mi piel, por mi herida en el abdomen, por mi herida en mi pierna. Arriba, en la tierra, estaba en Córdoba, con Calíope, disfrutando de lo poco que quedaba de vacaciones. Las recuperaciones habían terminado, Sever había muerto, y estábamos de celebración. Sin embargo algo ocurrió esa noche, algo estúpido, y yo me fui de la habitación en la que nos encontrábamos y me tumbé en la cama de otra, buscando estar bien, buscando estar a salvo. Ella vino detrás, muy preocupada, preguntándome qué me estaba pasando. Algo había cambiado dentro de mí, Calíope, algo había cambiado.

-¡Valerie! ¡Valerie, para, por favor!

Ella me miraba, llorando, inmóvil.

-¡Lo siento... no puedo! -sus lágrimas empaparon su mirada -. ¡No sé hacerlo...!

Apretando los dientes, me agarré a la tierra y tumbado me posicioné hacia la joven. Me dolían las heridas, me dolía el pecho. Vencido el orgullo, destruida la barrera, ahora todo mi mal estaba expuesto, y estuvo siempre entre nosotros. Lo tenía ahora frente a mis ojos. Ya no atacaba para defenderme, ahora huía. Ya no gritaba, ahora lloraba. El dolor se había apoderado del mundo, y de mi alma. Poco a poco, la barrera blanca se hacía más y más débil.
Pasaron los días, mientras cogía fuerzas. Pasaron las semanas, mientras agarraba la tierra y avanzaba. Pasaron los meses, mientras todo seguía igual, y el mundo sufría. Quise acabar con Sever para encontrarme en paz, sin saber que la lucha nunca acabaría.
Calíope se cansaba de mi debilidad, de mi pusilanimidad. Se irritaba, se cansaba de animarme, mi comportamiento provocó discusiones. Las discusiones me quitaban las ganas de estudiar, las ganas de vencer, las ganas de comer. Y con hambre lloraba, incapaz siquiera de coger nada de alimento, pues quería sufrir, quería que viera que sufría, quería salir de aquella vida y recomenzar otra, antes de arreglar la que ya tenía.

Stille corrió a socorrerme. Juntó dos herramientas suyas, que se convirtieron en un amplio disco negro. Corrió como pudo a nuestro encuentro, y lanzó el disco negro cerca de mi posición. Una gran jaula negra comenzó a crearse a partir de aquel dispositivo, que encerró la energía de la chica haciéndola rebotar en sus paredes, sustituyendo a la pared blanca que ya se había deshecho y dando unas semanas más a Susurro, que volvía a respirar entre un Repar y una Servatrix que no daban a basto para mantenerla viva. Con decisión se posó Stille en lo alto de aquella jaula, otorgándola toda la estabilidad que pudiera darla. Defensor aprovechó para agarrar a Lequ Love y llevarla en brazos, pues su proximidad a Valerie había dejado inconsciente a la mente con menos escudos del mundo. Pero entonces un trueno cayó en la noche, impactando en la bella chica, aturdiendo y haciendo caer a Defensor y dejarla tirada entre la arena y el polvo, rodeada de una energía amarilla, convulsionando. El estado de la relación era frágil, porque empecé un ciclo de negatividad en ella y eso estaba destruyendo a la mente que amaba, que se retorcía de un dolor insoportable.

-¡Mátame, por favor! -me decía Valerie, entre aquellas oscuras paredes, iluminadas por el fulgor de su energía rebosante -. Mátame... esto tiene que acabar...
-¡No! ¡Habrá otra manera! -la energía era demasiado intensa y no podría aguantar mucho más.
-Él está aquí, a mi lado. Conozco sus planes -sus ojos se abrieron completamente -. ¡Acaba conmigo!
-¿Quién está?

Apretó los dientes, cerró los ojos. La energía salía con más fuerza por momentos.

-Mal. No hay más soluciones. Debo morir, Mentes. Por favor.
-Valerie...
-¡Por favor!

La miré, sin dar crédito, recordando cuando la conocí, y cuando me dijo que desconfiaba de Eissen. Nunca la comprendimos, ni nos esforzamos, ¿y ahora debía matarla? ¿Qué pútrido ser hizo esto posible? Recordé los recuerdos de Arturo. Ese ser pútrido fui yo, mirando para otro lado cuando había problemas, borrándolos como podía de mi mente, hasta que se acumularon y algo dentro de mí cambió para siempre. Me había esforzado cuatro años de mi vida en derrotar algo que todos consideraban imposible. Fue Sever durante esos años el culmen de mi mal, el adalid de mis traumas, y ¿para qué esos años de lucha? Susurro se moría cuando creíamos tenerla, Social y Duch palidecían, y Lequ Love se retorcía en el suelo porque estaba arruinando mi relación con la persona que más bien me había hecho nunca. ¡¿Para eso había luchado?! ¡Vaya mierda de vida, Carlos! ¡Ojalá no hubiese sido yo!
En mi mano apareció una daga de Stille, que permitiría que hiciera lo que de nuevo tenía que hacer; sufrir. Me arrastraba sin ayudarme de ella, pues su filo no debía tocar nada, debía permanecer puro como pura era la mente que miraba. Gateando, jadeando, con mi vida abandonada, mis amigos olvidados y dependiente de una relación que se me escapaba, llegué lleno de tierra frente a Lágrima. Lloraba, porque iba a hacer algo horrible.

-Por favor...
-Lo siento... Lo siento mucho...

Alzaba el brazo, y tras un espacio, con dudosas fuerzas lo hundía en la piel blanca. Abría la boca la joven de piel pálida, apretaba yo mi mandíbula, cuando intentaba acabar la faena y un torrente inmenso de verde energía me golpeó en el rostro, me llevó por los aires y me arrastró por el suelo, y una honda expansiva rompía la jaula de Stille, llevándola lejos, y exponía a mi mundo al dolor y a la muerte.
Ella me miraba, con las pupilas insignificantes. Yo la miraba a ella, estirando el brazo cuanto podía, clavando la daga empapada de sangre en la arena para poder permanecer en aquel lugar. ¡No! ¡Su muerte debía ser limpia! Debía ser sin sufrimiento... Debía...
Las lágrimas recorrían sin cesar el rostro de la joven, que veía destrozar el mundo que amaba. Defensor protegía como podía el cuerpo de Lequ Love allí donde se encontraban, y Razón se colocaba por delante del resto, juntos como estaban, pero Eissen no le dejaría, y se colocaría por delante del filósofo. Stille, lejos, intentaba llegar de nuevo hacia nosotros, sin éxito. Y de nuevo, queriendo arreglar las cosas, las había empeorado, como siempre había hecho. Lo había hecho mal, había fracasado de nuevo. En todas mis decisiones, nunca lo hacía todo bien. No era el novio perfecto, pese a estar casi todo el tiempo con ella. No era un buen amigo, pues apenas tenía y los usaba prácticamente para desahogarme. No era nada, frasacaba en la universidad, había pasado más de un año, y ya habíamos llegado a tercero de carrera. Era mayo. Un mes duro. Derrochaba toda la energía que tenía en contener el dolor y creía que con eso había ganado pero el dolor siempre acababa volviendo, y no quería ver ya la realidad porque Defensor y Razón me la negaban para protegerme, porque no tenía fuerzas para ella. Pero un golpe especialmente fuerte les derribó, derribó a todas mis mentes, paró el pulso de Susurro, paró el de Lequ Love.
Solo el silencio. Solo aquel zumbido grave, proveniente del cuerpo del más inocente, que moría poco a poco destruyendo todo a su paso.

¿Qué había estado haciendo?
No quería ver a nadie porque nadie era lo suficientemente digno para mí, y yo era el primer hipócrita que no era digno de nadie.
Me esforzaba a diario por cambiar a una Calíope que solo quería cuando se parecía a mí, olvidando que lo que me enamoró de ella fue su personalidad genuina.
Estaba llevando mi vida al garete por una depresión de la que intentaba salir, en lugar de solucionarla. Sin Luchadora era difícil, pero podíamos lograrlo. Podíamos captar esos momentos que me hicieron ser feliz y luchar por mantenerlos, luchar por dar la vuelta al ciclo y comenzar a medir la vida por las cosas buenas antes que por las malas, buscar las sonrisas, llenarnos de los nuestros. Escuchar, pues yo no era importante, eso era la mentira que creé para protegerme. Y es que el culpable de lo que me pasó fui yo, porque permití que sucediera y lo que era peor, permití que arruinase mi vida. La vida es hermosa, es terrible, pero sobre todo es apasionante. Y cada uno tiene razón, y cada uno tiene una realidad de la cual puedo aprender en lugar de intentar cambiarles, en lugar de adoptar todo lo de los demás me guste o no. Había derrotado a Sever, pero no por ello tenía el derecho a evaluar la ira de los demás, porque no todos tenían a Sever, porque Sever no solo era ira, eran más procesos que yo aglutiné, y cada uno es un mundo, y no por haberle derrotado iba a tener razón sobre los demás al intentar cambiarles. No era el novio perfecto, ni nadie lo era.

Lo siento mucho, Valerie, pensaba mientras hundía la daga en la tierra, mientras avanzaba hacia ella con fuerzas renovadas, con esperanzas. No había podido darla una limpia muerte, y pese a sufrir en vida, pese a sufrir en la muerte, ella nunca quiso hacer sufrir a nadie. El mundo dependía de mis actos, me estaba observando. Toqué con mis dedos el vestido blanco, húmedo por la sangre. Miré sus ojos profundos, verdosos.

-Gracias por tu compañía estos años, Valerie. Te echaremos de menos... pero debemos dejarlo, princesa.

Ella asentía, profundamente dolorida. La energía revolvía mis cabellos negros.
El destello de la luna reflejó por un momento el acero que descendió desde las alturas.

Cuando abrí los ojos, ya estaba allí, y no sabía desde hacía cuánto. Tragando saliva, frotando con suavidad mis manos negras, observaba mi alrededor. Mi respiración era profunda, cansada.
Ante mí, los niños felices que jugaban. A mis pies, el asfalto del patio de mi colegio, recreado al detalle, cada muesca, cada traza de pintura. Sonrisas, alegría. Algunos jugaban con la pelota, otros corrían unos detrás de otros. Cerca de los límites del patio, algunos grupos simplemente hablaban. Todos felices.
Todos inmóviles.
El sol observaba desde la distancia la escena, y las nubes, quietas en su posición decoraban el cielo azul.
Era, sin duda, una imagen más alegre de lo que tenía recuerdo. No había ni un solo ruido, más que el de mi breve caminar. Una pelota yacía suspendida en el aire, frente a mí. Con cuidado, la cogí y empujé para poder seguir caminando entre dos niños. El objeto cayó, y botó con naturalidad sobre el suelo. Solo el silencio, salvo el botar de la pelota. Miré de nuevo a los niños.
Me estaban mirando.
Todos, con sus ojos fijos en mí. Sobresaltado, caminé unos pasos.
Sus ojos se movían, fijos en los míos.
Una voz grave sonó más allá del cemento que pisaba, inundó el mundo, lo hizo vibrar.

-Desafías el nuevo mundo que creé para ti.

Con rostro concentrado, trataba de disimular mi miedo.

-He de suponer que eres Mal.

Una pequeña sacudida hizo temblar al mundo, a los niños, que no variaban su mirada. Algunos ya no sonreían.

-Ya es tarde -cada sílaba resonaba en el mundo con fuerza.
-¿Tarde para qué? ¿Para escapar de ti? ¿Dónde está Valerie?
-No.

El suelo tembló mucho, algunas grietas empezaron a formarse. Retrocediendo, asustado, toqué con el codo a uno de los niños. Cuando le miré, lloraba mirándome de forma angustiada.

-Tarde para perdonarte.

Un estruendo sonó a mi espalda, una gran mole negra como el azabache surgía al tiempo que me giraba, lograba ver un gran ojo clavarse en mis pupilas y me lancé hacia mi izquierda, antes que ese cuerpo desapareciese en el lugar en el que yo estaba antes. Respirando muy rápido, temblando invoqué el espadón de Defensor, aún roto. La cabeza de un niño rodaba, desprendida del cuerpo que cayó por el gran agujero que había. Les miré con la hoja temblando en mis manos, ellos me miraban, lloraban, mirándome asustados.

-¿Qué quieres?
-¡No! -el grito dañó mis oídos -. ¿Qué quieres tú? ¿Crees que por matar a la ira y el dolor saldrás de aquí? No sabes nada... de las vísceras de tu mundo. De los monstruos que acabas de liberar.

La tierra comenzó a romperse a mis pies, y rápido me quité de allí, pero con una explosión salió disparada y yo con ella, viendo un gran gusano negro junto a mí, con dos cuernos que casi me atraviesan, en el aire apretando las mandíbulas dirigía mi espadón contra su gruesa piel y lograba abrirla, mostrando sus vísceras negras.
Caí a plomo, el monstruo unos metros más adelante, desmoronando una de las estructuras y desapareciendo de nuevo.
Me levanté resoplando, mirando al suelo con la espada en el aire, escuchando mi respirar varios segundos. Solo silencio. Solo el latir de mi corazón. Solo el mirar de los niños. Mal.

-Algún día. Algún día.

Frentre a mí, la tierra se hundió para saltar por los aires, y descubrir de nuevo aquella aberración de tres metros de diámetro, con un ojo que ocupaba su rostro, un ojo que me miraba mientras se lanzaba hacia mí, con cuernos grandes, un ojo que venía, mi espadón, un corte en su pupila, la sangre, el golpe.
Me levanté en cuanto pude, aturdido. El monstruo ahí yacía a varios metros de mí, y me puse en guardia, los nervios, la respiración que me faltaba. La sangre negra sobre mí ardía y me la quité en cuanto pude. El gusano, negro en su profundidad, negras sus vísceras y su sangre, negro el charco que crecía bajo él, bajo el ojo rajado, blanco y pálido. Uno de sus cuernos se apoyaba en el cemento. Su putrefacción corrompía lentamente el asfalto sobre el que se encontraba. Frente a mí, algo en él se movió, pero no era él del todo. Negro, pero traslúcido, una sombra crecía sobre él, crecía desde su cuerpo, unas patas arácnidas comenzaron a trepar por su costado, ayudando a salir de él otro ojo, verde, negra su pupila, otros cuernos, otro cuerpo como el suyo, un espíritu. Negras alas translúcidas se separaron de él, desplegando su forma pútrida y descompuesta. Estirándose, sobre su antiguo cadáver, el nuevo monstruo me miraba.

-Ya no tienes a Sever para protegerte. Solo has ganado algo de tiempo -su pupila se dilató -. Mal te observa.

La fría tierra fue un alivio para mí. Comencé a tocarla, toqué mi rostro, y un metal aún más frío rozó mi piel. Con profunda repulsión, dejé caer la daga ensangrentada de Stille, mirando junto a mí el cuerpo muerto de Lágrima Valerie. Podía oír desde allí los pulsos eléctricos que recorrían el cuerpo de una Lequ Love sin pulso, no había segundo que perder. Manteniendo el equilibrio a duras penas, corrí hasta la bella joven de cabellos rubios, y coloqué mi palma sobre su corazón. Como un rayo, su energía se transfirió a mí y de pronto recobró pulso y respiración. Defensor me miraba, interrogante, y yo con la energía dentro, sin gemir pues apenas me dolía, debía decidir qué hacer con ella. No destruiría el mundo, porque no habría más agresividad. Ni lo devolvería, porque empezaría un ciclo de maldad. Tomé esa energía, aprendí de ella, y solo pude sentir agradecimiento por recobrar de nuevo a mi bella Calíope. Tras largos meses de sufrimiento, por fin había visto mis errores, ella vio los suyos e íbamos a empezar de nuevo, tan bien como siempre quisimos estar. No había ya dolor en el mundo, y de pronto me sentía con fuerzas para hacer las cosas. Me sentía pleno, con ganas de arreglarlo.
Me agaché para ver cómo estaba Lequ Love.

-Mentes... -ella fijaba la vista en algún punto, visiblemente aturdida.
-Hola Love, ¿cómo te encuentras?

Ella me negaba con la cabeza, mientras que con el brazo golpeaba mi pierna y señalaba algo detrás de mí. Me giré y sorprendido, algo confuso, vi cómo el cuerpo de Lágrima Valerie comenzaba a arder, de forma intensa. Me acerqué lentamente, mientras Defensor se aseguraba de que Love estuviese bien, mirando como yo las llamas rojas que iluminaban la noche. Caminando pesadamente, el clon de Optimismo aparecía cerca, mirando con tristeza la cálida luz. El cuerpo de la joven ya no podía verse, y sentí pena por ella. Arrodillado, estaba triste, pero no salían las lágrimas de mis ojos. De forma bastante rápida, el fuego comenzó a perder intensidad y se apagó a los pocos segundos, mostrándonos a todos una sorpresa, una luz más poderosa.
Allí, en el lugar que antes ocupó Lágrima Valerie, un bebé apareció tumbado, envuelto en mantas. Dormido.
Los dos, maravillados, extrañados, nos acercamos más hacia aquel ser, que mágicamente había cambiado su lugar por el de la joven. Un orbe de luz se encontraba junto a él, y pronto me di cuenta de que lentamente, estaba acercándose hacia mí, hacia mi pierna izquierda. Extrañado, metí la mano en mi bolsillo, y la joya que quedó de Sever, el rubí con forma de lágrima, atrajo aún más al orbe al acercarse a él. Dejé que aquella luz trepase por mi mano, entrase en contacto con la piedra y se uniera a ella, haciéndola brillar profundamente, menguando segundo tras segundo hasta que de nuevo, solo me quedara el rubí en las manos. Fascinado, lo guardé de nuevo en el bolsillo, y cogí el bebé con cuidado. El clon de Optimismo había estado queriendo cogerlo, y en cuanto lo hice yo él retrajo sus brazos hasta su espalda. Abrí la mantita. Era una niña. Miré al clon, que estaba inmóvil junto a mí, inseguro. Triste.

-Es una niña. ¿Quieres cogerla? -alargué los brazos hasta él.
-No... no. Alguien como yo no debe tocar algo tan puro.
-Te has librado del yugo que te ataba a Sever, y has traído a Valerie hasta nosotros. Para mí, no eres más que el dolor de Optimismo. Toma, cógela.

El joven dudó, y con miedo al principio, recibió al bebé en sus brazos. Pidió permiso para tocarla, y asentí con una leve sonrisa. Su mano blanca acarició lentamente el rostro durmiente del bebé, que abrió los ojos para mirarle, extrañada. Su piel no abrasó la blanca de Optimismo, que de no ser porque no podía, estaría llorando.

-¿Quieres ponerle tú el nombre?
-¿Qué? ¿Yo? No puedo. No estoy conectado como debiera a tu mundo. No soy digno.
-¿Qué nombre te inspira? No necesitas estar conectado para sentirlo.

Él respiró profundo, mirándome, y miró a la figura en sus brazos antes de cerrar los ojos. Pensó sus palabras, a la vez que repasaba sus sentimientos.

-Ella es algo... No puedo. Su sola esencia va más allá de lo que puedo concebir. Es pura... -abrió los ojos, me miró -. Madurez. Madurez. Ese es su nombre. No tengo dudas, no puede ser otro.

Sonreí, golpeando con amistad mi palma contra su hombro.

-Sea así entonces -miré a Defensor y Love, que nos esperaban -. Volvamos con el resto.

Poco a poco, las figuras de las mentes se hicieron reconocibles, más grandes. Servatrix lloraba, sentada en una piedra, y Lequ Love corrió a trompicones junto a Erudito para consolarla y socorrerla. Al parecer, Susurro tuvo un paro cardíaco, y Servatrix logró recuperarla a tiempo cuando Lágrima falleció. Cuando le contó lo del bebé, se levantó y corrió a verlo, a cogerlo en sus brazos. Todas las mentes estaban cansadas, tristes y asustadas, pero las miraba y veía otras. Habíamos aprendido mucho, habíamos crecido. Todas las mentes que estábamos, habíamos vencido, habíamos sobrevivido hasta el desenlace. Dos no, pensé, y me dirigí con lentitud hasta la cama de Luchadora, recubierta por una sábana blanca, ante la mirada de todos.

-¿Qué haremos ahora, Mentes? -preguntó Razón.
-Sever no era el más malo del cuento. Cuando fue mente, logró sellar a Mal utilizando de vez en cuando su energía, de tal forma que el monstruo tenía una leve influencia sobre el mundo y no se revelaba. Ahora que Sever no está y tampoco su fuente de energía, atacará en no mucho tiempo por otras vías, y deberemos estar preparados. Ah -señalé con el dedo hacia el edificio principal -, y haya lo que haya dentro de aquel agujero, tenemos que limpiarlo.
-Necesitaremos que una mente nos lidere, Mentes. Y yo propongo a Defensor. Me parece el más adecuado, dado nuestro nuevo rumbo.

Sonrió el caballero filósofo, y todos le miraron, y miraron a Defensor. Todas las mentes hablaron, en silencio. Todas las mentes acordaron su acuerdo.

-¿De verdad? -preguntó el hombre forzudo, algo sorprendido -. De ser así... -bajó la cabeza, se arrodilló clavando su espadón en tierra -, lo haré tan bien como pueda.

Y, con sonrisa agridulce, mirando todos a Defensor, destapé la sábana que cubría a Luchadora, que reposaba firme, con su espada negra descansando en su pecho. Ya no tenía sus coletas de tirabuzón, porque las deshizo cuando murió Humilde. Su pelo, azul oscuro, no reflejaba los rayos de luna, porque ya no estaba la luna en el cielo. Había cambiado tanto desde que la conocí, en el Templo de las Mentes Carmesí... ella me introdujo en el mundo. Ella me enseñó a combatir.
Todas mis malas experiencias, de entre todos sus monstruos, llegaron a crear algo realmente bueno. Gracias por todo, Luchadora.
Y con sumo cuidado, coloqué el rubí en su frente, pues representaba todo lo bueno que representó la maldad de Sever, y la pureza que Lágrima Valerie nunca pudo hacer brillar. Le pertenecía.
Todos miraron a la Luchadora.

Unos destellos carmesíes brotaban de la joya hacia el cielo, para volver a ella de nuevo. Brilló con fuerza, con pureza carmesí, como la sangre, no la que fluye en la herida sino la que crea vida. Todos dimos un paso para atrás, asombrados. Lentamente, el rubí apagó su brillo, e inmóviles nos quedamos, observando el cuerpo de Luchadora. Nos miramos entre nosotros. El rubí ahora estaba incrustado en su frente.

Unos iris morados que aparecen en la oscuridad, un grito en forma de bocanada de aire, una contracción de hombros que entumecieron y asombraron al mundo, lo encogió para convertirlo en un gran milagro. Allí frente a todos, contra toda credulidad Luchadora agarraba la superficie lisa donde se encontraba, moviendo sus ojos de forma rápida hacia el cielo. Su pulso se aceleraba, quería moverse, pero su cuerpo se encontraba demasiado castigado. Servatrix actuó al instante, tocándola con su mano libre, y ella movió ligeramente el brazo, expulsándola. La miró, clavando sus ojos en ella, varios segundos. Se tranquilizó.

-Ser... Ser...

Apenas podía hablar, su garganta no estaba preparada aún. Ella se llevó el dedo a sus labios para indicarla que parase, llevó de ahí la mano a los suyos y ella calló. Lentamente, nos miró a todos. Me miró.

-¿Qué...? Ha... -cogió aire -. Horrible.

Realmente estaba sin palabras. La hija de la luna comenzaría a sanar la herida de su abdomen. Dos segundos estuve quieto, mirando su mirar, hasta que asimilé que debía decir algo.

-Estás bien, ¿Luchadora?

Pensó su respuesta varios segundos, evaluando el estado de su cuerpo. Apenas podía mover nada, en absoluto las piernas, pero ella asintió con la cabeza.

-Yo... eh... no nos lo esperábamos. Moriste -contuve mi felicidad para comunicarle una mala noticia -. Pero logramos vencer a Sever, y de él quedó un rubí, y... -señalé su frente, y ella la palpó.
-Yo... -tosió -. Soy... ¿Sever?
-No, Luchadora. No sé, ¿tienes ganas de subyugar y destruir?

Ella sonrió, delante del asombro de todos.

-Te... eché de... menos.

Sonriendo, la ayudé a sentarse en aquella cama improvisada. No podía fingir que le dolía mucho aquella postura y que apenas podía sostenerse, pero insistió en estar así. La abracé, y mientras ella negaba la ayuda a Repar y Servatrix para curar sus heridas, una luz invadió el mundo. Miramos todos. Era el sol. Lo echábamos tanto de menos...

Diecinueve mentes contemplaban solemnes el amanecer a mi lado, con ganas de reparar de nuevo el mundo, de volver a vivir felices y afrontar, con calma y responsabilidad, los retos que seguro vendrían en el futuro.

Es un nuevo amanecer.
Es un nuevo día.
Es una nueva vida para mí.

Y me siento bien.

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