Le miró con rabia. ¡Qué descaro! ¡Qué poco caballero! Los cinco chantajistas seguían ahí. Su Susurro seguía ahí, inmóvil como el resto. Con razón el predicador seguía soltero.
-Me has... llamado... ¡¿fulana?!
Frunció el ceño y respiró firme mirándola con esos ojos horribles, dispuesto a ser un hombre.
-Así es - el sensual susurro del viento tensó las dos
miradas de silencio -. Y así lo pienso. Fulana.
Apretó los puños y los dientes. Malnacido. Buitre. Nadie
insultaba a una señorita hecha y derecha como ella. No osaría que nadie le
faltase el respeto.
-Pues me da igual - dio media vuelta y se fue, ondeando sus
cabellos rubios y ropas rojas.
-¿Qué? - con los ojos como platos comenzó a seguirla, pero
no en cortejo.
-Que me da igual. ¿Estás sordo? - sus dedos suaves y
puntiagudos rodearon su boca -. Rebota rebota y en tu cara blanca y fea
explota.
-Pero, ¿se puede saber qué clase de inmadurez tienes? - él
preparó su espada blanca, y la seguía en un baile diferente -. ¡Estamos
discutiendo! ¡Vuelve aquí!
-No. Tú estás discutiendo. Yo estoy debatiendo, y no me
gusta absolutamente nada tu agresividad.
-¡Soy tu enemigo y te exijo volver, o te ensartaré por la
espalda!
-Tu agresividad me es completamente indiferente.
-¿Te estás escuchando? –el clon del arzobispo comenzaba a
desesperarse y era divertido -. ¡No eres coherente! Normal que no quisieras
unirte al Maestro… ¡Eres un número perdido!
Dos cartas salían de su muñeca y comenzaban a girar a su
alrededor, brillando y reflejando las luces de la batalla y permitiéndola
desaparecer de su posición. Él gritó de rabia, pero la notó llegar cuando
apareció a su espalda, y ¡vaya educación! Llegó a cortar su manga por
casualidad en un movimiento impulsivo. Y muchas cartas acribillaron su cuerpo
separando piernas de brazos.
-No soy un número perdido, soy un ser pensante y sensible
enfadado. ¡Mira qué corte has hecho! Y yo que quería darte una sorpresa por la
espalda… -bajó el brazo y le miró a sus feos ojos -. Puedo sufrir sin heridas.
Puedo ser feliz con un simple te quiero.
-¿Y acaso te crees que no sufro? –el clon golpeaba al aire
diciendo groserías, enfadado -. ¿Acaso te creías superior? ¡Yo tengo la razón,
porque soy el dueño de la lógica! –una carta gigante reflectante se rompió
cuando la cortó, y no podía quejarse el infantil Mitra que se encontraba justo
detrás, inmóvil cuando le cortó el señor de la contradicción y la
irracionalidad -¿Y qué eres tú? –se ocultó la dama -. ¡Contesta! ¡Yo soy el
señor de todo lo que se piensa y relaciona! No eres más que un error. ¡No eres
más que una mente dependiente de una mujer que se atreva a aguantarte! ¡Vives
por los demás sin ningún objetivo en la vida!
Golpeaba el aire, el brusco y loco blanco. Error y
dependiente. Podía ser, y pese a su orgullo tendría que darle la razón. Vivía
gracias a ella, a esa persona que soportaba a Mentes y que la mantuvo sin morir
mientras cortejaba al polvo y silencio en aquellas salas oscuras y tenebrosas
del olvido. No tenía objetivos, porque nunca se planteó tenerlos. No era como
el resto, no era una mente cualquiera, muerta de no ser por la piedad del
verdadero arzobispo, que podría haber acabado con muchos de esos repelentes
enemigos a cambio de acabar con su vida dudosa. El hombre que la salvó y que ni
la miró a la cara cuando volvió entre ellos de nuevo…
El buitre golpeaba a ciegas, confundido por las luces
reflejadas, por las cartas que venían de todas partes, pero la carta escudo
paró ese último golpe, y se rompió una uña. Las dos miradas se encontraron.
-Tienes razón, soldado. Tienes razón en lo que has dicho.
Sus ojos se humedecieron en una mueca de rabia y angustia.
-Pero contéstame a una pregunta. Sufres, sí, pero quiero
saber cuándo eres feliz.
-Yo… –bajó la cabeza, dolido -. Cállate. Asquerosa furcia.
¡Aléjate de mí! ¡Te mataré!
-Estás más muerto de lo que piensas, Razón. La reina de corazones
que te lancé se quedó incrustada en tu corazón.
-Pues entonces dame tiempo para desgarrar la carne con mis
uñas y sacar la carta en el interior de mi inexistente latidor –sus ojos dementes
se iluminaron.
-Es tarde, querido mío. Fuiste infectado por el peor de los
venenos.
Miró a los ojos a la bella mujer que sostenía su arma con su
escudo de corazones. Poco a poco relajó su brazo, deslizando la espada hasta
caer como un péndulo brillante sobre su extraño brazo caído.
-¿Y cuál es ese?
-El veneno del rechazo.
Sus pupilas se contrajeron, el color de sus ojos se deshizo.
Se alejó la princesa con su corona, mientras el cuerpo del reflejo de su
salvador perdía forma sólida, en una horrible visión de muerte. Chascó sus dedos, y
las cartas negras que atrapaban a los cinco acosadores cerraron sus fauces, en
un espectáculo clamoroso pero silencioso. No fue bonito, pero solo quedó el
silencio.
Ella habría ganado cada asalto, ella lograba cortar con su acero azabache un músculo vital para el combate. Una el tendón del brazo, otra el gaznate, cada vez que lo hacía una energía de su estómago emergía y conquistaba su cuerpo hasta dar al corazón un vuelco. Ojalá pudiera vencerle. Ojalá su adversario fuera inmortal.
Ganaba él cada asalto, no parecía sentir dolor, no parecía sentir miedo. Y esos eran los únicos poderes de la guerrera: acometida tras acometida, las heridas mellaban los cuerpos enemigos mientras ella se erigía como una figura de resistencia y respeto. Una figura de temor.
Los golpes comenzaron a hacer mella en sus reflejos, en su capacidad de hablar y escuchar.
-Ojalá estuvieras a la altura. Ojalá fueras un enemigo digno, cachorrita.
-¿Por qué veo a Humilde en tu rostro pero no en tu lenguaje? Él era más comedido y respetuoso. Menos prepotente.
Rió, aquellos golpes repetidos que querían atravesar su muro de orgullo.
-Justo lo que quería que dijeras -cargó contra ella, cogiendo a tiempo la muñeca que no le atravesaba con su espada y rodeando su cuerpo con el brazo libre -. No soy... diferente. Soy igual a él. La mente fría... -un pequeño gemido de debilidad se escapó por los labios femeninos -. La falta de piedad... La ira, las ganas de destrozar todo, de sentirme obligado a no saberme superior ¡sabiendo que mi habilidad e intelecto superaban a cualquiera!
Sus perlas marrones se pegaron a las suyas moradas, citrino
contra amatista, labios frente a labios. Su alma se encogía ante la frialdad de
aquella cálida situación. Su espíritu palidecía, pero ella prevalecería. Aquel
Humilde no podía ser su Humilde.
-¿Por qué debería mostrar humildad y prudencia si sé
perfectamente mi capacidad? Todos presumen de sus virtudes, ¿por qué yo no?
¿Qué es de toda esa gente que no conoce mi mejor cara y se queda con una visión
mediocre de mí? –su gesto fue de furia -. ¡Yo no soy mediocre! ¡Vosotros lo
sois!
La empujó, intentando apropiarse de su arma, acción
castigada por el rebanamiento de su antebrazo. Ya no sentía lástima por él.
Cerró los ojos enfocados al cielo.
La luna se ocultó por momentos en la oscura noche. Solo ruido
de metales. Solo gemidos de dolor. Más allá, podía sentir a sus compañeros
luchando a muerte contra él.
No había gloria en aquella batalla, más que el descanso en
su desenlace.
-Tú no eres el Humilde que yo conocí. No eres más que un
basto muñeco con su forma relleno de ideas malvadas. No eres él.
-¿Acaso crees que yo no le represento? –sonrió con una
mirada demencial -. ¿Acaso crees que no sabía el error de Razón antes de que
Grand Suffer os engulliera? Me lo callé porque yo era mejor que todos vosotros,
y no erais dignos de estar preparados para sobrevivir.
-No es cierto…
-¿Acaso crees que te quería? ¡Solo te seguía aquel juego por
compasión, porque parecías contenta cuando te engañabas a ti misma pensando que
no me aguantabas!
-¡Cállate!
-¿Acaso crees que te salvé la vida? ¡Eso fue un error, que
de haberlo sabido no habría dudado en dejar que aquel monstruo me diera la paz
matándote!
Un grito de rabia emergió de cada poro, cada ápice de
energía fue liberado en un glorioso trueno que impactó contra sus manos. Se
arrodilló ella, sus piernas pesaban mucho. Él gruñó, atrapando aquella fuerza
en sus manos, absorbiendo cada parte de su ira. Un ataque inútil. Una esperanza
perdida. La rabia, el dolor, ella le amaba, pero no podía decirlo, no podía.
Porque él lo sabía, y había aplastado su esperanza con un martillo, como la
piedra al moler el grano. No había gloria. No había honor en su caída. Ella
siempre quiso ser como el ser que había enfrente. Una equivocación que perduró
una vida, pues el Humilde que conoció era un monstruo enmascarado de dulzura.
-Ojalá hubieses sido diferente, Humilde. Ojalá hubieses sido
bueno.
Sus pupilas se contrajeron, su mueca de sufrida respuesta.
La luna volvía a emerger entre la asfixiante atmósfera de batalla.
-Ojalá –dio media vuelta, perdonando la vida de la luchadora
-. Ojalá. Pero no lo soy. No soy perfecto. No soy tan puro como vuestros
corazones. Estoy condenado… ¡lo sé! Pero ese es mi destino. Ser mejor que
vosotros, y pudrirme de odio entre sufrimiento. No me arrepiento, ¡porque no
puedo arrepentirme! –la miró -. No hay nada que puedas hacer. Nací para odiar,
Luchadora.
Luminosa revelación. Fulgurante esperanza. Sus piernas
recobraron la fuerza al ver en aquellos ojos terrosos un resplandor de
arrepentimiento.
Sin ninguna duda, lo que más odiaba de volar era el viento
golpeando los ojos, secándolos. Era más económico que aparecerse
instantáneamente en otro lugar, pero no había nada como caminar, no gastaba
energía ninguna. Pero Mentes se había empeñado en derrotar a Sever antes de
empezar los exámenes de recuperación, y eso solo les daba apenas treinta días
para encontrar su punto débil y apretarlo hasta derrotarle. Y tal como veía la
situación, no parecía que la cosa avanzase mucho. Una maraña de clones que
pasaban alrededor vociferando y maldiciendo, con esas frases llenas de odio que
ni merecía la pena escuchar. Algunos habían muerto, sí, pero no servía de
mucho, y menos cuando los poderes de Servatrix menguaban y el cansancio
comenzaba a notarse entre los aliados.
No hacía falta ver los ojos a nadie para darse cuenta de
ello.
Algunos perdían el tiempo cargando contra él, y acabaron
partidos en dos o algo mucho peor, pero no tenía tiempo para sellarlos o
matarlos. Su misión era importante, Lágrima Valerie era sospechosa de algo gordo,
pues Erudito vio lógica aquella acusación, lo vio en sus ojos. Dudó al recibir
la información de alguien inconfundible como Mentes, pero su razonamiento
mental tenía sentido: el dolor y el odio podían estar relacionados
directamente. Aún no sabía cómo, pero esa era su misión, y no estaba para
luchas estúpidas. Algunas de las mentes que combatían deberían vivir de primera
mano los horrores que se estaban formando en el tercer nivel, a ver si
espabilaban.
Una luz le hizo apartar la mirada del frente por primera
vez, un monstruo gigante de fuego, a medio camino entre un águila, un león y un
huracán. Quemaba los clones y deshacía a los clones, esparciendo los trozos de
sus cuerpos en la tierra seca. Mostró una mueca de lástima, era una pena ver cómo
la guerra sacaba lo peor de cada uno. No necesitó ver los ojos de aquel
monstruo para ver la impotencia, mientras movía alas y garras derribando cada
enemigo a su alrededor, evaporando el océano a su alrededor. Stille al fondo
sellaba con rapidez con esas agujas negras cada trozo de cuerpo. Efectivo, pero
arriesgado, ese monstruo estaba muy cerca de la cúpula.
Había recorrido mucho campo de batalla, pero no había ni
rastro de Lágrima, se había ocultado. Voló, destrozó aquellos clones que
intentaron ir a por él, Duch se le quedó mirando con extrañeza, y él vio sus
ojos y comprendió que con la guerra no se dio cuenta de su nueva incorporación.
Duch, la imagen de la tranquilidad de Mentes, estaba a punto de colapsar.
Un brillo de metal en la profunda oscuridad le hizo mirar, en un punto alejado de la batalla. Y allí
estaba: Lágrima Valerie, de perfil, arrodillada sobre el aire se tapaba el
vientre con sus manos. Dos clones la miraban, sin atacar. ¿Qué pasaba? ¿Qué
hacían? Necesitaba contacto visual, ¡y rápido!
Cambió la trayectoria, tratando de buscar su rostro, pero
había bajado la mirada. ¿Quiénes eran ellos? ¿Sus cómplices? Uno apoyaba su
rifle en el hombro. ¿Por qué se tapaba ella? ¿Eso era sangre?
Un clon que parecía el de Optimismo apareció en su cuadro
visual a toda velocidad y directo hacia la muchacha. ¡Debía actuar rápido! Pero no le daba tiempo a bajar, posiblemente tuviera los ojos cerrados…
Entonces, con una lágrima corriendo de su ojo derecho, ella alzó la
cabeza y miró al clon del rifle.
El clon de Optimismo cargó contra Lágrima, rodeando su cuerpo
con sus brazos y desapareciendo instantáneamente del lugar. Los otros dos no
perdieron tiempo, y se fueron también.
Entre los gritos y el vocerío Dante se quedó solo en aquel
lugar apartado, con los ojos abiertos y los dientes apretados.
-Mentes, aquí Dante - colocó dos dedos en su cabeza para
concentrarse mejor -. No se va a creer lo que he alcanzado a descubrir…
Repasó bien la información que había logrado extraer de
aquella muchacha.
-No andaré con rodeos. Los
poderes de Lágrima y Sever se encuentran conectados. Ahora mismo la muchacha está herida, pero si alguien la matara, Sever moriría con ella.
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