Entre las paredes volátiles de humo negro empezaba a coger forma la silueta estilizada de ropas negras y piel gris del enigmático Inconsciente.
-Vaya, Carlos, mira cuánto trabajo has hecho… algo más de un
año en guerra perpetua contra tu archienemigo, un cumpleaños celebrado entre
las trincheras ¿y esperas derrotarle este verano?
-Sí.
El silencio se formó en la sala oscura sin tamaño. Nuestras
pupilas se miraron expectantes hasta que él cortó girándose hacia su izquierda
y comenzando a caminar.
-Se te ve decidido… Has escogido el momento en el que todas las piezas comienzan a encajar en un rompecabezas que pareces conocer, pero
investigas dando tumbos de borracho –volvió a abordarme la mirada con aquellos
ojos negros, guardándose el mechón de cabello negro que le caía detrás de la
oreja -. Aquí no está –calló, esperando una respuesta que no sucedía -. Sever.
Aquí, en mi mundo no está. Busca en otra parte… y date prisa en volver, no
vayas a llevarte un disgusto…
Todo comenzó a deshacerse mientras el hombre se fundía en la
oscuridad, pero no había acabado el proceso cuando un golpe me devolvió a una
realidad mucho más oscura, siniestra y poderosa. Detuve el acero de la lanza en
mi cuello por los pelos.
Solo tuve tiempo de vislumbrar aquel iris dorado de uno de
sus ojos antes de que de una patada me enviara unos pasos atrás, él firme y
sonriente, yo confuso, encogido y furioso.
Un fulgor dorado descendió desde los cielos, separándonos
aún más en aquel aire denso que ejercía gran presión hacia abajo. Razón, apareciendo
enojado y concentrado, liberó en cada golpe la energía áurea que salía
despedida en todas direcciones, haciendo de una realidad oscura una luminosa y
llena de esperanza, lanza contra lanza, carmesí contra dorado. Y yo cargué
también contra él.
-Cuánto empeño. Si continuáis así, os cansaréis –Sever hablaba
con tranquilidad mientras su arma detenía los golpes a gran velocidad -. Y si os
cansáis... acabaréis muriendo.
Con un movimiento de maestro alejó la lanza dorada de Razón
con la suya, propinándole una patada en el pecho y abalanzándose contra mí,
agarrando mis carrillos fuertemente con su mano libre y pegando sus ojos a los
míos.
-¡Y si morís… no veréis correctamente mi coronación como
rey! –sus pupilas se volvieron diminutas y su cara demente mostró una mueca
salvaje y furiosa.
Un rayo de la lanza imbuida en oro impactó en la espalda del
enemigo, dañando ligeramente su gabardina blanca, haciéndonos desequilibrar a
ambos. Él gruñó de dolor, y en un movimiento ágil traté de acabar con todo
aquello clavando la espada élfica en el cuello de El Pálido, pero la sangre
brotó de mi brazo por una daga ágil del clon de Stille de manos de su maestro.
Él rió, como si supiera que todo aquello tenía que pasar.
El arzobispo blanco era rápido, pero no muy resistente. Ella le habría matado, pero no paraba de regenerarse y era cansado. Siempre buscando el cuerpo a cuerpo, siempre tratando de verla de cerca, yendo detrás como un gusano que se arrastra hacia la comida.
-¿Qué pasa, predicador de fe, tu espada no lanza rayos?
-No. Mi lanza está siendo usada por el Maestro, tengo yo ese honor y tú esa suerte.
-Si eres tan libre bajo sus órdenes, ¿por qué no sacas tu lanza y acabas conmigo?
-¡Cállate, escoria! -lo único que veía de color en él, sus pupilas, se achicaron -. ¡Eres una dependiente! En el momento en el que esa chica se esfume de su vida, no serás más que una llorona que la consideren muerta!
Ella se rió y se enfadó, y no sabía bien qué hacer ante eso. Le lanzó una carta con un beso que cortó parte de su cuello.
-No has contestado a mi pregunta.
-¡Ni tú a la mía! Y que sepas que no la cojo porque para mí es un honor. ¿Te crees que eres más coherente que yo, el rey de la discusión, estúpida fulana?
Cerró los ojos. Frunció el ceño. Se arregló su pantalón de guerra unido a sus ropas superiores de tela de manera lenta y tranquila.
-Me has... llamado... ¡¿fulana?!
El arzobispo blanco era rápido, pero no muy resistente. Ella le habría matado, pero no paraba de regenerarse y era cansado. Siempre buscando el cuerpo a cuerpo, siempre tratando de verla de cerca, yendo detrás como un gusano que se arrastra hacia la comida.
-¿Qué pasa, predicador de fe, tu espada no lanza rayos?
-No. Mi lanza está siendo usada por el Maestro, tengo yo ese honor y tú esa suerte.
-Si eres tan libre bajo sus órdenes, ¿por qué no sacas tu lanza y acabas conmigo?
-¡Cállate, escoria! -lo único que veía de color en él, sus pupilas, se achicaron -. ¡Eres una dependiente! En el momento en el que esa chica se esfume de su vida, no serás más que una llorona que la consideren muerta!
Ella se rió y se enfadó, y no sabía bien qué hacer ante eso. Le lanzó una carta con un beso que cortó parte de su cuello.
-No has contestado a mi pregunta.
-¡Ni tú a la mía! Y que sepas que no la cojo porque para mí es un honor. ¿Te crees que eres más coherente que yo, el rey de la discusión, estúpida fulana?
Cerró los ojos. Frunció el ceño. Se arregló su pantalón de guerra unido a sus ropas superiores de tela de manera lenta y tranquila.
-Me has... llamado... ¡¿fulana?!
-Tenéis que relajaros, estáis muy oxidados. Tengo entendido
que Lequ Love ha venido al final a mi fiesta, elfo –Sever se arregló
sus pelos largos y blancos -. Qué sorpresa y alegría. ¿Es verdad que te llama
arzobispo?
-¿Qué importa eso ahora?
-Bueno, tienes razón. Que seis de mis chicos la aparten y torturen para que acabe uniéndose a mí tampoco lo veo trascendental. ¿Por dónde íbamos?
Notaba en mi vientre las emociones de ambos, las dudas. El dolor persistía por mi cicatriz, cuya supuración blanca había notado extenderse un poco. Razón combatía como podía contra aquel monstruo tratando en vano de despejar su cabeza, y yo trataba de frenar mis sentimientos de ira, la energía roja que brotaba de mí y me quitaba autenticidad, me hacía ineficaz contra Sever y me paraba, forzando a luchar contra mí mismo...
No lo vi venir, pero había recibido un golpe y estaba a punto de caer. Luchaba contra mi propia energía, que por momentos se convertía en prácticamente una totalidad de rojo, sin comprender cómo podía calmar mi furia, cómo podía parar una parte de mí mismo con otra parte de mí mismo completamente diferente e incompatible. Quería dejar de molestar a mi gente con mi debilidad, quería dejar de reprimir aquella fuerza malvada y poder darles toda...
En las colinas estaban ocurriendo muchas cosas, pero no alcanzaba a acertarlas. Cosas muy extrañas.
Sentía rabia por Oscuridad, pero debía aceptar que ella había cambiado, había perdido contra su propia maldad y no podía hacer nada por ella. Pensé en mi familia...
En las colinas estaban ocurriendo muchas cosas, pero no alcanzaba a acertarlas. Cosas muy extrañas.
Sentía rabia por Oscuridad, pero debía aceptar que ella había cambiado, había perdido contra su propia maldad y no podía hacer nada por ella. Pensé en mi familia...
Arriba, tres mentes no lograban acabar con el poderoso clon de Optimismo, un reflejo de su juventud, con aquellos cabellos negros aún más blancos que los del envejecido original. Se les escurría él de los dedos como a mí se me escapaba la solución a aquel problema tan complicado. Erudito liberaba con Susurro a alguien que parecía una mente nueva, sin lograr hacer funcionar la máquina de la empatía. Desánimo convertía otro clon en piedra triste porque nos robaba la energía conforme él se hacía más fuerte.
Mis golpes se volvieron torpes y lentos, y Sever apenas se movía. Razón cortó ligeramente su ropa, pero jamás le dañó. Combatimos horas, días, en un calvario de golpes y cansancio, pero nada cambiaba, Razón se llevó dos cortes, yo otro más. Servatrix preocupada por Social caía desorientada por una patada, y una marea de clones apenas podían ser parados por un puñado de mentes.
Optimismo encontró un hueco y pudo descender al fin junto a su maestro, y lanza, daga y maza se unían contra los cinco en un interminable poema violento colmado de desesperación y lágrimas contenidas.
Me sentía desagusto, imperfecto y violento, y tumbado en la cama de mi habitación reflexionaba tratando de ver qué elemento me faltaba, por qué las armas doradas bendecidas por el collar no eran suficiente para tanta fuerza. Dentro de mi cabeza, Eissen salvó la muerte por unos centímetros, abrumado por los golpes coordinados de ambos. Y el tiempo pasaba lentamente, y todo comenzaba a dar igual y perder sentido... y Sever, desarmándome con facilidad me iba a dar la estocada definitiva que Luchadora en su empeño no iba a lograr detener...
Un rugido colmó el valle árido como un trueno.
Todos quietos. Todos silenciosos, observándole.
Levemente encogido, con las manos apretando con fuerza su vientre y su mandíbula profundamente cerrada mirando al vacío, Sever con un gesto de verdadero dolor que jamás había conocido maldecía en su interior, y el aire que lo rodeaba perdió algo de su presión abrumadora.
No nos movíamos porque le temíamos. El clon de Optimismo, muy preocupado, intentó descubrir qué le ocurría.
-Ma... maestro...
Tardó varios segundos en incorporarse, aguantando el dolor, mientras nosotros no hacíamos nada, porque no comprendíamos.
-Dónde... ¿Dónde está ella? -resoplaba -. ¿Dónde está?
-¿Quién, señor? No...
-¡Ella! -agarró las ropas del Clon Blanco, y gruñó de dolor de nuevo -. ¡Lágrima Valerie! ¿Dónde está?
No sabíamos bien si nos sentíamos confusos o consternados. ¿Por qué ese monstruo iba a querer saber de aquel ángel inocente?
-No lo sé, señor... ha ocultado su presencia, no sé...
-¡Pues sigue tu instinto y ve a por ella inmediatamente! Cuando la encuentres, cógela y llévatela a un lugar seguro. ¿Está claro? Aléjala de los clones, y de cualquiera, y ocúltate tú también.
-¿Seguro? ¿Podr...?
-¡Sí, sí, hazlo, puerco blanco!
Se marchó a toda velocidad sin esperar más para raptar a mi mente más frágil. ¡No podía tolerarlo! Optimismo y Luchadora no dudaron un instante en seguirle, pero Sever, recuperado, serio se sonrió levemente acusándonos el alma con sus ojos negros de iris dorados.
-No la tocaréis -susurró.
Todo el mundo que creía conocer, todas las cosas que daba por sentadas comenzaban a perder sentido en mi cabeza, como si todo hubiera sido falso desde el principio, y yo, el niño, el protagonista ignorante movido como un títere busqué alarmado la cabeza de Erudito para que encontrase una solución a lo que acababa de descubrir.
Un zumbido parecido al eléctrico nos devolvió a la realidad, y una enorme cúpula verde construida del escudo de Servatrix comenzó a rodearnos al mismo tiempo que Optimismo escapaba de nuestro alcance, cercándonos a Sever y sus combatientes y aislándonos, para que ningún Clon Blanco nos molestase, o para no interferir en los planes de Aura Carmesí con Valerie. No sabía qué pensar, todo eran villanos en mi cabeza, y Luchadora buscó mis ojos con sus joyas moradas para tranquilizarme con una mirada, para decirme que ella estaba conmigo y responderíamos a los problemas según fueran viniendo.
Apenas un hueco quedaba para que la espectacular barrera dejara solos a los seis combatientes, cuando una sombra manchó el reflejo de la luna.
Humilde, entrando justo antes de no poder, descendiendo disparado hacia nosotros, apenas dio tiempo a responder y solo escuchando el zumbido del aire cargó contra Luchadora y se la llevó lejos ante nuestra sorpresa y disgusto. Humilde, que llegó a dar su vida por la de Luchadora, fue contra ella con la frialdad de un depredador. Luchadora, que sufrió, malvivió y se convirtió en un alma en pena desde entonces, se estaba viendo obligada a ver el rostro de aquel monstruo. No íbamos a permitirlo, pero no pasó apenas tiempo cuando mandó a todos un mensaje en nuestras cabezas.
Ella aceptaba el duelo.
Todos quietos. Todos silenciosos, observándole.
Levemente encogido, con las manos apretando con fuerza su vientre y su mandíbula profundamente cerrada mirando al vacío, Sever con un gesto de verdadero dolor que jamás había conocido maldecía en su interior, y el aire que lo rodeaba perdió algo de su presión abrumadora.
No nos movíamos porque le temíamos. El clon de Optimismo, muy preocupado, intentó descubrir qué le ocurría.
-Ma... maestro...
Tardó varios segundos en incorporarse, aguantando el dolor, mientras nosotros no hacíamos nada, porque no comprendíamos.
-Dónde... ¿Dónde está ella? -resoplaba -. ¿Dónde está?
-¿Quién, señor? No...
-¡Ella! -agarró las ropas del Clon Blanco, y gruñó de dolor de nuevo -. ¡Lágrima Valerie! ¿Dónde está?
No sabíamos bien si nos sentíamos confusos o consternados. ¿Por qué ese monstruo iba a querer saber de aquel ángel inocente?
-No lo sé, señor... ha ocultado su presencia, no sé...
-¡Pues sigue tu instinto y ve a por ella inmediatamente! Cuando la encuentres, cógela y llévatela a un lugar seguro. ¿Está claro? Aléjala de los clones, y de cualquiera, y ocúltate tú también.
-¿Seguro? ¿Podr...?
-¡Sí, sí, hazlo, puerco blanco!
Se marchó a toda velocidad sin esperar más para raptar a mi mente más frágil. ¡No podía tolerarlo! Optimismo y Luchadora no dudaron un instante en seguirle, pero Sever, recuperado, serio se sonrió levemente acusándonos el alma con sus ojos negros de iris dorados.
-No la tocaréis -susurró.
Todo el mundo que creía conocer, todas las cosas que daba por sentadas comenzaban a perder sentido en mi cabeza, como si todo hubiera sido falso desde el principio, y yo, el niño, el protagonista ignorante movido como un títere busqué alarmado la cabeza de Erudito para que encontrase una solución a lo que acababa de descubrir.
Un zumbido parecido al eléctrico nos devolvió a la realidad, y una enorme cúpula verde construida del escudo de Servatrix comenzó a rodearnos al mismo tiempo que Optimismo escapaba de nuestro alcance, cercándonos a Sever y sus combatientes y aislándonos, para que ningún Clon Blanco nos molestase, o para no interferir en los planes de Aura Carmesí con Valerie. No sabía qué pensar, todo eran villanos en mi cabeza, y Luchadora buscó mis ojos con sus joyas moradas para tranquilizarme con una mirada, para decirme que ella estaba conmigo y responderíamos a los problemas según fueran viniendo.
Apenas un hueco quedaba para que la espectacular barrera dejara solos a los seis combatientes, cuando una sombra manchó el reflejo de la luna.
Humilde, entrando justo antes de no poder, descendiendo disparado hacia nosotros, apenas dio tiempo a responder y solo escuchando el zumbido del aire cargó contra Luchadora y se la llevó lejos ante nuestra sorpresa y disgusto. Humilde, que llegó a dar su vida por la de Luchadora, fue contra ella con la frialdad de un depredador. Luchadora, que sufrió, malvivió y se convirtió en un alma en pena desde entonces, se estaba viendo obligada a ver el rostro de aquel monstruo. No íbamos a permitirlo, pero no pasó apenas tiempo cuando mandó a todos un mensaje en nuestras cabezas.
Ella aceptaba el duelo.
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