13 de septiembre de 2013

Hija de la Luna.


La guerra… tan necesaria, tan atroz. ¿Por qué no crecer sin sufrimiento? ¿Por qué sufrir para ser más fuerte? La vida era dura, era cruel y exigente. Ojalá tras aquella noche no volviera a haber sangre… pero iba a haber, seguro. Iban a necesitarla. Y ella los atendería triste, ella les preguntaría por qué luchar, aunque conociera ya la respuesta…
El mundo la necesitaba, por eso ella era así.

-Es un ciclo. Cada vuelta es más intensa y destructiva, pero siempre es lo mismo.

Con los ojos cerrados meditaba Relativismo, con las manos juntas y las piernas relajadas suspendido en el aire. Sus ropas de tela se encontraban levemente ajadas, y la armadura de metal en hombros y pecho mostraba alguna muesca. Su cuerpo lucía las marcas de las heridas recién curadas, recién curadas por ella.

-A veces me pregunto cuándo llegará el ciclo en el que no pueda sanar vuestras heridas a tiempo.
-No es raro que temas a la muerte, hermana -sus iris marrones se posaron sobre ella en medio de las explosiones -. Al fin y al cabo, tuyo es el poder de sanar, y la muerte implicaría tu fracaso. Fracasar es una opción, y no debe pesarte.

Ella miró al horizonte, más allá de la coraza translúcida en la que se encontraban, más allá de todos aquellos clones que trataban de expugnarla topándose en su fracaso con las ondas implacables de Relativismo. Los demás la necesitaban, y cerraba los ojos viajando en sus corazones mientras detectaba sus heridas y las curaba a distancia con sus poderes, protegida. Localizaba cada presencia, las lejanos y cercanas, pero la de Lágrima Valerie no podía detectarla. Había desaparecido o había querido desaparecer, y sintió preocupación y miedo real por ella.

-Ojalá tuviera tu tranquilidad, amigo -trató de buscar a los que combatían a Sever, pero una esfera compuesta de una fuerte presión le impedía escrutar en su interior, por lo que estaban solos en su suerte -. Yo no puedo evitar preocuparme, no puedo evitar sentirme responsable en caso ocurrir lo que temo que ocurra… Ojalá me pudiese encontrar en paz, Relativismo.
-No estoy tan tranquilo y tan en paz como parece, Servatrix -sus cabellos azabache no muy largos ondeaban como si se encontrasen sumergidos en agua, y cerró sus ojos de nuevo -. Siento desde hace tiempo paz y tranquilidad en mi interior, sí. Desde que murió mi Clon Blanco, conozco mejor mis deseos y motivaciones, y los persigo con decisión y coherencia, y desde que Mentes vació por completo el cofre ya no tengo miedo de mis poderes y mi naturaleza. Pero no puedo evitar preocuparme por aquello que viene de fuera.

Fue inteligente al buscarla en medio del caos y de los golpes, recibiendo varios cortes para protegerla, llevándola a un aparte aprovechando que los clones buscaban a Razón con toda su voluntad y creando una esfera del mismo material magnético y sónico que sus ondas. Girando sobre sí misma sin moverse de su posición, las agujas que la protegían no brillaban porque la nube bloqueaba la luz de la luna. Y desde allí curaba las heridas que podía, dando esperanza ante aquellos que luchaban contra una marea interminable de clones que nunca morían. Duch, Defensor, Stille y Narciso se estaban llevando la peor parte.

-Pues igual que yo, hijo mío… Igual que yo.
-¿Seguro que no hay nada en tu interior que te consuma?

Cerró una herida de Fuego mientras posaba sus ojos en el techo de la nube. Un mar de luz iluminó sus ojos grises, y con una fuerza estremecedora hicieron temblar cada cuerpo cercano a su trayectoria, impactando en la nube y haciéndola estallar en un estruendo.
La luz de la luna convirtió en blanca a su melena plateada e hizo brillar su piel sin arrugas, llenándola de nostalgia. Sí había desequilibrios en su interior, representados por el clon que miraba a Desánimo. Tanta agresividad, tanta lucha y fiereza en el mundo interior de Mentes la hacían sentirse pequeña. La hacían sentir débil, envuelta en una realidad de lucha y sufrimiento que no era para ella. Y echaba de menos aquellos tiempos donde el mal no existía, Optimismo era un infante que jugaba con su tren y Erudito, Razón y ella sentían su alma en paz… Pero, ¿a quién pretendía engañar? Siempre, siempre se sintió una asesina.
Los hombres no nacieron para ser tiernos. Los hombres no nacieron para ayudar ni para mostrar clemencia… Los hombres no nacieron para llorar. Eso era para mujeres, siempre lo dijo Social, y ella era una mujer, una mujer… en el mundo de un hombre.

-Recuerdo aún las últimas palabras que Razón me dedicó expresamente -Relativismo habló ante su silencio, pasando la mano por su barbilla y bigote negros, unidos, al tiempo que lanzaba contra los clones incontables ondas sónico-magnéticas que salían del caparazón -. Fueron completamente irrelevantes, hablaba de guerra, de trabajo.
-Sabes que siempre habla de eso…
-Ahora que somos menos mentes, me siento más completo. Y descubro que detrás de cada disputa, de cada desacuerdo y enfado, anhelaba con fuerza llevarme bien con él.
-Él en el fondo te quería, Relativismo.
-Es todo un ciclo… primero atacan a Razón, después se centran más en mí y cuando condensa mis ideas y las convierte en reglas, vuelven a por él -continuaba como si no la escuchara, pero ella sabía que sí -. Sabíamos que éramos necesarios, que no debíamos discutir, pero lo hacíamos. Yo no podía evitar poner todos los puntos sobre las íes, y él no podía evitar el conflicto -abrió los ojos cuando el clon de Stille esquivó las tres primeras ondas lanzadas contra ella, clavando sus dagas en la esfera y siendo enviada muy lejos entonces -. Solo deseo que sobreviva a esta batalla para poder decirle esto.
-¿Qué haríamos sin Razón? Él no puede morir, es demasiado importante.
-Mira en tu interior. Sabes que Sever sí puede acabar con él. Sever puede volvernos locos. Yo lo sé, pero nunca se lo he dicho a Mentes… porque debe tener esperanza.

Ella miraba en su interior, sí… pero no veía lo que él. Solo remordimientos, deseos de perfección mientras curaba cada herida que podía. No era perfecta, era cierto, pero no estaba haciendo todo. Era más poderosa que aquello, pero se dejaba amedrentar por la agresividad y detrás de su fuerte carácter se encontraba una mujer insegura. Y si no podía remediarlo, debía intentar al menos aceptarlo, y lo hizo al compás de Desánimo, afirmando tres veces su imperfección y su miedo en cada estocada, y como si todo tuviera sentido y se encontrase conectado, de pronto sintió cómo sus remordimientos, cómo su mal y su dolor no desaparecían, pero sí se habían dormido y caían por el peso de la gravedad.
Algo la desconcentró. El corazón de Social rugió de dolor, y ella pudo percibir su agonía frente a un Humilde muy poderoso, que absorbió su energía y la devolvió a su cuerpo, empapando sus ropas de sangre.
Se encontraba muy lejos para sanarlo, ¡pero debía hacerlo, estaba en peligro!

-¿Qué haces, Servatrix? No puedes salir de esta cúpula, te encontrarás vulnerable.
-Social me necesita -Servatrix le miró, por última vez -. Es un riesgo que debo asumir.

Y sintiéndose joven de pronto, el aire besó los poros de su piel cuando descendió en picado para volver a ascender, esquivando a los clones que sorprendidos la atacaron, y voló corriendo en medio de las explosiones directo a un Social que combatía lejos pero cada vez más cerca, debido a las poderosas patadas de Humilde que le hacían volar.
Cerró los ojos un instante, ya le tenía a suficiente distancia para ayudarle… pero Stille no llegó a tiempo para detener a su clon.
El mundo se volvió blanco durante un segundo, y sintiendo un dolor horrible en el pecho por aquella patada perdió el control y la noción del tiempo y el espacio, cayendo al vacío con los ojos abiertos.
Ella debía ayudar… ellos la necesitaban… ella…
Y caía sin remedio hacia el fondo, sin dirección ni momento, cuando unos brazos fuertes arroparon su cuerpo y la devolvieron a la realidad.
Frenando su velocidad en el aire, Repar se detuvo para ver cómo se encontraba su vieja amiga. Pero no había tiempo para hablar, no había tiempo para ella misma, todos se jugaban la integridad en aquella batalla y ella debía seguir. Sin embargo, era incapaz de percibir la energía de Social. No podía detectar ninguna, se sentía mermada.
Se dio cuenta de que la sensación de agobio y mareo no solo era del golpe. El aire era más denso, la presión hacía vibrar el alma, pues se encontraban cerca de Sever. Y en efecto, con dos armas combatía los golpes incesantes de Mentes en la lejanía, a la altura del mar, pero no podía curarle. Miró al clon de Optimismo, que abandonaba el combate. Y a los clones que trataban por todos los medios de llegar hasta su amo, impedido a duras penas por Duch, Defensor, Stille y Narciso. Debía darlo todo, y tenía la solución. Repar la llevó fuera de aquel lugar sofocante.

-Amigo, necesito un favor por tu parte -el hombre grande de piel negra asintió, mientras ella recuperaba el aliento -. ¿Funciona aún tu potenciador? Tengo una idea.

El Clon Blanco de Servatrix se convertía entre gritos de dolor en piedra a gran velocidad mientras caía al vacío por la fuerza de la gravedad.
Rectitud preguntó entre el asombro y miedo de todos que qué poder era ese, pues no lo conocía nadie. Miraron a su clon, que tampoco parecía conocerlo. Pensó el caballero que era normal, pues conocía de su existencia desde después de su creación. Ellos se encontraban dubitativos, tenían miedo de atacarle. Dudó ajustándose el sombrero si contarles su poder o no, pero pensó que si quería hacerles sentir confiados y que no huyeran poniendo en peligro a Mentes, tendría que decírselo.
Sus compañeros no le agradecerían el sacrificio porque no le comprendían, era normal. Solo Fuego. Apuntó el estoque brillante como la luna hacia los enemigos que le rodeaban y les advirtió de su poder.
No importaban regeneraciones ni número, pues el estoque al tercer corte convertiría al objetivo en piedra.
Pensó que mejor era no decir que cuantos más clones convirtiese, más fuerte se haría y más débiles se volverían los demás. Era una pena, porque tendría que petrificar a más de uno para que no le matasen demasiado pronto.

Lequ Love quedó sorprendida viendo caer las esquirlas de ceniza que dejaron a su paso los rayos de energía en su manía destructiva. La verdad es que fue bonito, pensó que aquella batalla no tendría fuegos artificiales. Comenzó a oler extraño, el precio por ver la luna, y Susurro acabó de regenerar el medio cuerpo superior que expuso a los cañones de Erudito. ¡Tan corta de reflejos!

-A ver si lo he entendido -la bella joven se ajustó su diadema de color dorado mate para que su rubí quedara centrado, apartando los cabellos rubios de su frente -. Como mi clon fue asesinado, habéis pensado que yo podría… eh… ¿Cubrir? ¿Se dice cubrir?
-Cubrir su plaza -resolvió el clon de Razón, tan feo con ese color blanco.
-¡No me interrumpas, arzobispo! -le señaló con el dedo con un momentáneo gesto de furia -. Cubrir su plaza. Lo he dicho yo, yo lo he dicho -miró a la luna, dubitativa -. Pues no sé… no sé. ¿Qué me ofrecéis? ¿Vale la pena?

Se rieron. ¿De ella? Con mirada sucia, pervertidos.

-El maestro -el clon de Fuego la miró como si fuera tonta -, vale bastante la pena. ¿Quieres fuerza? La tienes al instante. ¿Qué más quieres? Porque te lo concederá, porque es justo. ¿Tú sin embargo qué tienes qué hacer? Combatir constantemente al servicio del tirano Mentes. Con el maestro, no hay reglas, salvo que él manda.
-No necesitas a estúpidos enclenques para que te digan qué hacer, ni necesitas su energía -el clon de Susurro sin aquella clavícula fea de piedra -. Eres completamente independiente.
-Y si alguien te molesta, le destruyes. Al final, con un poco de constancia acabarías con el mal en el mundo.

Lequ Love pensó, dudó. ¿Por qué pensar? Era mejor preguntar.

-¿Y por qué me estáis ofreciendo esto?
-Porque eres diferente al resto, Love -Razón -. Porque el resto ya no se puede rescatar.
-¿Y qué me hace diferente? -le gustó oír eso, por eso sonrió pícaramente interesada.
-Ser la excepción a todas las reglas, ser dependiente a lo que hagan los demás.

Bajó la cabeza, sonriente. Les miró a ellos, a cada uno como aquel que mira a un hermano. Y en realidad lo eran, lo eran… Lo eran.

-Pues debo rehusar -alzó la mirada ante las suyas atónitas.
-Lo siento, princesa, pero no puedes hacer eso -dirigió su espada hacia ella, y el resto desenvainó sus armas -. Tienes ante ti a Susurro, Fuego, Mitra, Relámpago y Alfa, mentes en su día y ahora clones poderosos. Rehusar -sonrió -, no es una opción válida.

Ella comenzó a reír. Seis clones poderosos. Era gracioso, ¡seis clones a por ella! Pero estaba enfadada, porque la querían por su condición, condición que ellos compartían, ¡pero ensuciaban el arte de la dependencia! Hablaban de deseos cumplidos cuando vivían sufriendo. Fingían querer llegar hasta Sever como si les necesitara para mantener a las mentes ocupadas, y la trataban a ella y a todos como tontos.
Pero le habían caído bien, le habían echado valor, por eso les enseñaría algo bonito, y su manga roja en su brazo derecho se deslizó hacia abajo lentamente mientras cinco cartas de un morado muy oscuro ascendían besando la piel de su brazo y colocándose en su mano de pianista.

-No lances ninguna carta, Love -habló Mitra, todo un desconocido para ella -. Sabes que te podemos. Sé inteligente, no lleves tu vida al garete, porque después de esta vida no hay nada. Nada…
-¿Sabes qué, arzobispo? Me parece muy incoherente que hables de hacer lo que quieras cuando eres tan dependiente como yo de la gente.
-¡Maldita sea, Love! ¡No nos obligues a matarte! -frenó, pensando y frunciendo el ceño -. Y yo no dependo de nadie, solo respondo ante la llamada de su ignorancia para iluminarles -marcó cada palabra con un gesto brusco de su brazo izquierdo -. ¡Es un gesto de piedad!
-Ah… así que no eres un arzobispo… eres Religión en persona predicando su palabra. ¡Mitra, te han desbancado!
-¡Matadla! Y no soy lo mismo que Religión, él imponía su verdad subjetiva, yo me baso en las pruebas y observaciones de Erudito... ¡pero matadla, maldita sea!

Los cinco cargaron contra ella, pero cinco cuadros negros se posaron sobre sus pechos.

-¿Sabes lo que hacen estar cartas, Razón? Solo tengo cinco, pero son las que más me gustan.

Un agujero negro brotó de cada pecho, y de él salieron unas venas negras que dejaron inmóviles al instante a los cinco objetivos pervertidos que planeaban abusar de su belleza, mientras aquel arzobispo de la lógica y la frialdad del asqueroso hielo con esos ojos tan feos levantaba su espada congelada, ¿contra ella? ¿Y quién la rescataría?


Levantó con ternura la calidez y sensualidad de la reina de corazones.

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