4 de septiembre de 2013

Morir dos veces es morir ninguna.


Más y más y más golpes. ¡Era de locos! Nada que ver con el silencio y la calma que la cortejaron durante tantos meses… pensaba realmente que se enfriaría, que no volvería a verse jamás y desaparecía como una mente común, pero pasaban los días y los meses y aquella calma y aquel silencio no eran los compañeros que ella deseaba, no le gustaban, no ofrecían emociones fuertes. Y de pronto volvió al segundo nivel rodeada de océano, con sus antiguos compañeros y otros nuevos que no la miraban suficiente, no la hacían mucho caso. “Al menos”, pensó, “me ofrecerán diversión”.
¿Por qué solo sabían combatir? Empezaba a ser aburrido.
Golpes y más golpes, cientos de clones intentando entrar e interceptar a los que se fueron, por arriba, por abajo y por todos los lados a la vez. Y se movían los suyos en un eterno y cansado sinsentido, dale para arriba, dale para abajo, que si más juntos y más separados. ¿Quién era ese Defensor y por qué daba tantas órdenes?
Uno cargaba contra ella con gesto de furia. Por favor, ¿es que no sabían modales? Todo bastaba con tratarla como una verdadera damisela, y a ella le daba lo mismo dejar pasar que no, aunque luego tendría que soportar la regañina de aquel melenas que no paraba de dirigir y bien visto no debía dejar pasar a nadie. Una carta lanzada con precisión, y un cuello quedaba separado de su cuerpo. Dos cartas, una con la marca de su rimel, y un cuerpo tenía cuatro partes donde elegir regenerarse. Ese era el juego, nadie pasaba y aguantaban, y la carta del rimel volvía a su mano porque le gustaba mucho.
Se sentía diferente que meses atrás. Ya no era Love, ese nombre no la completaba, pues Mentes había comprendido su atractivo. Estuvo a punto de darla por muerta, pero la hizo caso y supo que peor que sentir dolor era no sentir. Y por amor sintió y adoleció mucho, pero jamás se enamoró. ¿Quién sabía si ahora sí? Desde luego, se sentía más fuerte.
Una mente completamente blanca con el rostro de uno que consideraba amigo suyo la atacó con fiereza, y ella se enfadó por ello, estirando los brazos y dejando corretear sus múltiples cartas saliendo de sus mangas rojas y anchas que acribillaron a aquellos maleducados, pero no fue suficiente. A su derecha se oyeron explosiones, y de reojo podían verse luces y brillos. Al parecer habían decidido atacar más aquel lado, y mejor, bueno, no tanto, porque la barrera se deshizo en una onda expansiva y Narciso clavó la culata de su pistola en su muslo.
Correteaban volando los malos hacia su jefe, ¡qué prisas por su jefe, con lo poderoso que era! Pero ellos eran también muy rápidos, y sacando su carta extensible y colocándosela en su espalda a modo de escudo comenzó a acribillar clones para retrasarlos, como todos, el problema vino cuando había clones por todos lados.

-¡Lequ Love, por aquí! - gritaba Narciso entre el caos, golpe, golpe, contragolpe, esquivada y golpe que la hizo daño.

Ella volaba con él evitando cuerpos que dirigían metales afilados hacia ellos cuando Stille chocó contra otro clon lanzada desde atrás, y cortó la cabeza con una carta mientras aquella extraña mujer rajaba su cuerpo insangrante de arriba abajo con aquellas implacables dagas. Pareció ser Desánimo.
Explosiones de fuego delante de las tres mentes que tratando de imponerse a tanto caos, tanto ir y venir por frenar a los malos acabaron perdiendo la noción de dónde se encontraban. ¡Ella fue muy criticada por su debilidad, pero sería la última vez! El arzobispo de pelo lila y armadura de elfo la llamó debilidad pura, pero se comería sus palabras si Sever no le cortaba la cabeza, ¡ojalá no! Porque debía comérselas. Y por eso que habló, ella repartía de sus infinitas cartas a diestro y siniestro entre los innumerables cuerpos que no paraban de volar y pasar a su lado a toda velocidad. ¡Otro corte! En la espalda no podría limpiar la sangre. ¿Se vería algo íntimo? El escudo también se cortó, ahora debía repararlo.
Hacía ya varios segundos que volaba sola pues Stille y Narciso rodearon a un obeso por la izquierda y a ella no le dio tiempo, y no pudo volver a verles. Por eso no paraba de lanzar cartas, y los malos se fijaban en ella, y pensaban turbiamente, por eso les cortaba la cabeza. Pero volvían.

-¡Love! ¿No estabas muerta? -con un grito extenso la golpeaba con un bate gigante que rompió su carta escudo y casi le da a ella cuando salió despedida hacia abajo.

Apenas se repuso del golpe se quitó los pelos rubios de su cara pálida y les miró con furia para seguirles, pero seis cuerpos se habían parado frente a ella. Cinco chicos y una chica que llegaba la última, con las armas apoyadas en el hombro la miraban sonrientes. Pervertidos, aunque Susurro lucía muy bella. Y con la velocidad del rayo colocó tres cartas preparadas por cada mano.

-Lequ Love… pensamos que no volveríamos a verte -un Razón completamente blanco y antiestético lideraba el batallón que la esperaba.
-¿Sorprendido, arzobispo? Yo no muero nunca. ¿Dónde está mi clon? La llevo buscando un buen rato y no la he visto.

Sonrió, confiado, bajando su espada para clavarla en el aire y apoyarse en ella.

-Tu clon murió hace mucho, con el de Relativismo. Por eso hemos venido a hacerte una proposición irrenunciable.

Un clon. Dos, tres, aceptable. Pero cientos, pasando a toda velocidad entre tantos cuerpos y aquel sonido desagradable del choque de metales, no era recibo. La gente bien, él aprobaba que Susurro se comunicase con ellos sobre la guerra, para que fueran preparándose en caso de un control mental. Otro cuerpo blanco, otro disparo de energía. Y otro. Y otro… no llegaba al cuarto. Su posición, frágil, pues aún no sabía controlar correctamente sus nuevas armas mejoradas. ¡No, la misma broma no debía utilizarse dos veces seguidas! Mentes y sus experimentos sociológicos… Eran graciosos, pero algunos innecesarios.

-¡Social! -un clon le atacó de pronto, desequilibrándole, alejándole de su compañero -. ¡Social!
-¡Dime, dime!

Defensor barrió con su espadón varios clones situados entre ambos, ondeando su pelo negro, largo y dividido en mechones que se alzaban ligeramente en punta. Como un puercoespín. No, no. Si pensaba cosas extrañas de sus compañeros, harían lo mismo con él.

-¡Desánimo y Fuego han avanzado y están creando una nueva barrera más adelante! ¡Quiero que te dirijas a la derecha y comiences a herir a todo lo que se mueva!

No había acabado de hablar cuando ya viró a estribor, esquivando un cuerpo blanco y bloqueando sucesivos ataques. Era lógico que le llamase a él, se encontraba cerca y su especialidad eran varios objetivos, pero parados. Parados, no en movimiento. ¿Y cómo detenías un…?
La respuesta le vino sola a la cabeza, miró sus armas y se posicionó en el lugar. Bloqueó con su vara izquierda sin pinchos un flechazo de Susurro que volaba en dirección contraria a toda velocidad, pero siguió concentrado. Aquella persona era más interesante de lo que parecía, aprobaba que Mentes tratara de conocerla mejor, pero no en verano. Alzó sus armas.
Una obra de arte: las varas de bambú sin metal alguno en sus manos firmes adquirieron un aura morada grisácea, y un torrente de aire en dirección contraria a la de los clones les frenó por momentos. No perdió tiempo, y a los cerca de veinte afectados por su poder les apaleó con rapidez y facilidad. Un golpe, dos, tres, el siguiente en la cara, notar cómo sus narices volvían a regenerarse… y ellos indefensos, confusos por los golpes del viento. Selló a los tres que le permitieron acercarse más. Resultaba hasta divertido.
La corriente de aire después de apenas treinta segundos no duraría mucho más, y él hacía el máximo daño posible para atraer su atención. Pero no pensó que lo haría de aquella manera cuando un cuerpo que no detectó cargó contra él a sus espaldas y le lanzó lejos de allí.
Se incorporó dolorido en mitad de la nada, cerca del borde final de la nube. Humilde apareció a su altura, con la mirada decidida y sus puños apretados, acompañado de varios clones que le seguían.

-¡Este es mío! ¡Quiero un duelo justo, ¿habéis entendido?!

Humilde… ¿Qué grotesca versión de él habría hecho el odiado Aura Carmesí? Veía en su mirada furiosa su sonrisa, su afán por destruir relaciones, sus ganas de ver el mundo arder para luego inmolarse entre las llamas… Cuánto daño había causado Aura Carmesí, y los suyos...
Un trueno rojo rugió desde las entrañas de la nube y no tardó en iluminar sus pupilas, iluminar su grito en el momento en el que esquivaba saltando aquella explosión de energía que destrozó a dos de los clones que se encontraban detrás de Humilde, pasó muy cerca de la izquierda de aquel cuerpo e hizo sentir su calor a Social, que exhausto vio cómo la nube se deshacía en una explosión y los demás clones, uno herido, huían de aquel lugar. Pero Humilde no se inmutó.
Preparó sus armas. Estaba cansándose de relacionarse con unas personas que solo le desconcentraban.

La nube estalló como un millón de esquirlas de ceniza. Cubriendo la frente con su palma para protegerse de la luz, contempló la escena él, con su sombrero de caballero. Pensó que algo así sería plenamente normal en una batalla tan importante, así que bajó su rostro y miró a la marea de cuerpos blancos que se lanzaban a combatirle. No se cansaban. Echó un vistazo entonces a su amigo que le sonrió, y él se preguntó si sería una sonrisa amarga o verdadera. No le dio más importancia, y volvió a la batalla. Habían hecho una defensa impenetrable ellos dos, era normal que los enemigos comprendieran que para llegar hasta Mentes debían pasar por sus cadáveres.
Les preguntó que si por su afán le querían ver muerto, y sonrió pero con una sonrisa amarga, porque si moría fortalecería al resto, pero no era agradable morir. Aunque mucho menos agradable era sentirse débil y feliz al mismo tiempo sabiendo que así no robaba energía a nadie. Fuego habló, diciendo que si querían les ayudaba a matarle, y él le miró enfadado pero con risa. Varios clones rieron pero con burla, de manera confiada. Algunos atacaron, seguramente sin intención de herir pues apenas movió su estoque oxidado y oscurecido. Su estoque triste. El clon de Servatrix no hablaba.
El clon del difunto Rectitud comentó el deplorable estado del caballero, que al morir apenas repartiría poder.
Ese Rectitud se encontraba mejor difunto. Se sintió cruel por lo que acababa de decir. Pero era verdad y era lo que todos pensaban, así que la culpabilidad debería haberse reducido.

Fuego lanzó una llama de su bastón al clon de Social porque pasaba por allí, pero la absorbió y siguió su camino. Se preguntó a dónde se dirigiría.
Estaba cansado de morir y volver a resucitar. No era un objeto, ¿o sí? Posiblemente no, pero estaba harto de aquella vida, de ir contra el resto, de que la felicidad de otros pasara por su debilidad, y su muerte implicase fortaleza. El resto de mentes al menos cuando morían lo hacía de manera más sólida… Solo Fuego le comprendió, tenía un humor parecido, sabía perfectamente que los demás pensaban que eran bichos raros, pero para ellos los bichos raros eran los demás. No eran capaces de comprender que su naturaleza diferente formaba parte del mecanismo. Solo Razón y Erudito entendían eso, pero no lo tenía en cuenta porque los dos hermanos de cabello blanco y rosa oscuro lo entendían todo.
Fuego comenzó a lanzar sus bolas de fuego explosivas, se alejó con los que acaparó su atención y pensó que menos mal, porque no le gustaba tanta luz y tanto ruido. Fuego no era un hombre de palabras en la batalla, pero él un poco sí. Hablar era bueno, pero había muchos enemigos y no paraban de atacarle. Le rodearon, así que tuvo que soltar parte de su energía para derribarlos. Supuso que hizo lo correcto, pero no lo sabía bien.
¿De qué servía hablar si solía acabar decepcionado?
El clon de Rectitud volvió a abrir la boca, dijo que lo mirara por el lado bueno, y le llamó por su nombre, Desánimo. Dijo también que si se entregaba no le dejarían morir, solo le aplicarían el castigo oportuno, y pensó que si pretendía convencerlo no lo estaba haciendo bien.
Miró alrededor. Eran bastantes, muchos. Demasiados. No quería, pero no tenía más opción si quería cumplir su función como barrera. No quería. Debía liberar su poder.

Así pues dijo él que lo miraran todos por el lado bueno, enfundando el estoque entre el cuero fino, entre las ropas antiguas y la capa negra. Continuó diciendo que cuando les derrotase, no recibiría castigo y ellos serían olvidados, y que con ese trato salían todos ganando. Estaba tranquilo.
Con un movimiento ágil sacó a la luz el metal del arma, y la hoja en vez de lucir oscura lo hacía de manera brillante y pura. Era muy bonita. Ya estaba, había liberado su poder.
El clon de Equánime le llamó estúpido, porque él solo tenía un estoque y su batallón tenía a Servatrix. Pero no defendió la igualdad, como le tenía acostumbrado. Era raro, se calló, pero era un Clon Blanco.

Miró a su objetivo. Como no se movía sería fácil. Sus pelos eran blancos también, pero no brillaban. No le gustaba atacar a las mujeres.
Esquivó tres armas, y tuvo que apretar bien para que su estoque apenas rozara su piel. Tenía escudos potentes, pero al menos la había rozado. Apareció a su espalda antes de que pudiera reaccionar, porque era rápido. Y clavó una segunda vez, esta vez casi no lo consigue. Era una dura rival, pero la regeneración no sería problema.
Habló Servatrix e insistió en la poca cordura del enemigo, de él, y tenía el mismo carácter que la original. Dijo que entre sus escudos y su regeneración era completamente invulnerable, pero él seguía tranquilo, pues la situación era normal.
Dijo pues que no sería problema, ya que su poder no entendía ni de escudos ni de regeneraciones. Y alzó su arma, dirigiendo su estocada hacia Servatrix.

El metal apenas la rozó. Pero ella entre dos gritos de angustia y la impotencia de sus compañeros, se convirtió en piedra, totalmente gris. Y cayó al fondo del mar, por la gravedad. Obviamente.


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