Más y más y
más golpes. ¡Era de locos! Nada que ver con el silencio y la calma que la
cortejaron durante tantos meses… pensaba realmente que se enfriaría, que no
volvería a verse jamás y desaparecía como una mente común, pero pasaban los
días y los meses y aquella calma y aquel silencio no eran los compañeros que
ella deseaba, no le gustaban, no ofrecían emociones fuertes. Y de pronto volvió
al segundo nivel rodeada de océano, con sus antiguos compañeros y otros nuevos
que no la miraban suficiente, no la hacían mucho caso. “Al menos”, pensó, “me
ofrecerán diversión”.
Golpes y más golpes, cientos de clones intentando entrar e interceptar a los que se
fueron, por arriba, por abajo y por todos los lados a la vez. Y se movían los suyos en un
eterno y cansado sinsentido, dale para arriba, dale para abajo, que si más
juntos y más separados. ¿Quién era ese Defensor y por qué daba tantas órdenes?
Uno cargaba
contra ella con gesto de furia. Por favor, ¿es que no sabían modales? Todo
bastaba con tratarla como una verdadera damisela, y a ella le daba lo mismo dejar
pasar que no, aunque luego tendría que soportar la regañina de aquel melenas
que no paraba de dirigir y bien visto no debía dejar pasar a nadie. Una carta
lanzada con precisión, y un cuello quedaba separado de su cuerpo. Dos cartas,
una con la marca de su rimel, y un cuerpo tenía cuatro partes donde elegir
regenerarse. Ese era el juego, nadie pasaba y aguantaban, y la carta del rimel
volvía a su mano porque le gustaba mucho.
Se sentía
diferente que meses atrás. Ya no era Love, ese nombre no la completaba, pues
Mentes había comprendido su atractivo. Estuvo a punto de darla por muerta, pero
la hizo caso y supo que peor que sentir dolor era no sentir. Y por amor
sintió y adoleció mucho, pero jamás se enamoró. ¿Quién sabía si ahora sí? Desde luego, se sentía más fuerte.
Una mente
completamente blanca con el rostro de uno que consideraba amigo suyo la atacó
con fiereza, y ella se enfadó por ello, estirando los brazos y dejando
corretear sus múltiples cartas saliendo de sus mangas rojas y anchas que acribillaron a
aquellos maleducados, pero no fue suficiente. A su derecha se oyeron
explosiones, y de reojo podían verse luces y brillos. Al parecer habían
decidido atacar más aquel lado, y mejor, bueno, no tanto, porque la barrera se
deshizo en una onda expansiva y Narciso clavó la culata de su pistola en su
muslo.
Correteaban
volando los malos hacia su jefe, ¡qué prisas por su jefe, con lo poderoso que
era! Pero ellos eran también muy rápidos, y sacando su carta extensible y
colocándosela en su espalda a modo de escudo comenzó a acribillar clones para
retrasarlos, como todos, el problema vino cuando había clones por todos lados.
-¡Lequ
Love, por aquí! - gritaba Narciso entre el caos, golpe, golpe, contragolpe,
esquivada y golpe que la hizo daño.
Ella volaba
con él evitando cuerpos que dirigían metales afilados hacia ellos cuando Stille
chocó contra otro clon lanzada desde atrás, y cortó la cabeza con una carta
mientras aquella extraña mujer rajaba su cuerpo insangrante de arriba abajo con
aquellas implacables dagas. Pareció ser Desánimo.
Explosiones
de fuego delante de las tres mentes que tratando de imponerse a tanto caos,
tanto ir y venir por frenar a los malos acabaron perdiendo la noción de dónde
se encontraban. ¡Ella fue muy criticada por su debilidad, pero sería la última
vez! El arzobispo de pelo lila y armadura de elfo la llamó debilidad pura, pero
se comería sus palabras si Sever no le cortaba la cabeza, ¡ojalá no! Porque
debía comérselas. Y por eso que habló, ella repartía de sus infinitas cartas a
diestro y siniestro entre los innumerables cuerpos que no paraban de volar y
pasar a su lado a toda velocidad. ¡Otro corte! En la espalda no podría limpiar
la sangre. ¿Se vería algo íntimo? El escudo también se cortó, ahora debía
repararlo.
Hacía ya varios
segundos que volaba sola pues Stille y Narciso rodearon a un obeso por la
izquierda y a ella no le dio tiempo, y no pudo volver a verles. Por eso no
paraba de lanzar cartas, y los malos se fijaban en ella, y pensaban
turbiamente, por eso les cortaba la cabeza. Pero volvían.
-¡Love! ¿No
estabas muerta? -con un grito extenso la golpeaba con un bate gigante que
rompió su carta escudo y casi le da a ella cuando salió despedida hacia abajo.
Apenas se
repuso del golpe se quitó los pelos rubios de su cara pálida y les miró con
furia para seguirles, pero seis cuerpos se habían parado frente a ella. Cinco
chicos y una chica que llegaba la última, con las armas apoyadas en el hombro
la miraban sonrientes. Pervertidos, aunque Susurro lucía muy bella. Y con la velocidad
del rayo colocó tres cartas preparadas por cada mano.
-Lequ Love…
pensamos que no volveríamos a verte -un Razón completamente blanco y
antiestético lideraba el batallón que la esperaba.
-¿Sorprendido,
arzobispo? Yo no muero nunca. ¿Dónde está mi clon? La llevo buscando un buen
rato y no la he visto.
Sonrió,
confiado, bajando su espada para clavarla en el aire y apoyarse en ella.
-Tu clon
murió hace mucho, con el de Relativismo. Por eso hemos venido a hacerte una
proposición irrenunciable.
Un clon.
Dos, tres, aceptable. Pero cientos, pasando a toda velocidad entre tantos
cuerpos y aquel sonido desagradable del choque de metales, no era recibo. La
gente bien, él aprobaba que Susurro se comunicase con ellos sobre la guerra,
para que fueran preparándose en caso de un control mental. Otro cuerpo blanco,
otro disparo de energía. Y otro. Y otro… no llegaba al cuarto. Su posición,
frágil, pues aún no sabía controlar correctamente sus nuevas armas mejoradas.
¡No, la misma broma no debía utilizarse dos veces seguidas! Mentes y sus
experimentos sociológicos… Eran graciosos, pero algunos innecesarios.
-¡Social!
-un clon le atacó de pronto, desequilibrándole, alejándole de su compañero -.
¡Social!
-¡Dime,
dime!
Defensor
barrió con su espadón varios clones situados entre ambos, ondeando su pelo
negro, largo y dividido en mechones que se alzaban ligeramente en punta. Como
un puercoespín. No, no. Si pensaba cosas extrañas de sus compañeros, harían lo
mismo con él.
-¡Desánimo
y Fuego han avanzado y están creando una nueva barrera más adelante! ¡Quiero
que te dirijas a la derecha y comiences a herir a todo lo que se mueva!
No había
acabado de hablar cuando ya viró a estribor, esquivando un cuerpo blanco y
bloqueando sucesivos ataques. Era lógico que le llamase a él, se encontraba
cerca y su especialidad eran varios objetivos, pero parados. Parados, no en
movimiento. ¿Y cómo detenías un…?
La
respuesta le vino sola a la cabeza, miró sus armas y se posicionó en el lugar. Bloqueó con su vara izquierda sin pinchos un flechazo de Susurro que volaba en dirección contraria
a toda velocidad, pero siguió concentrado. Aquella persona era más interesante
de lo que parecía, aprobaba que Mentes tratara de conocerla mejor, pero no en
verano. Alzó sus armas.
Una obra de
arte: las varas de bambú sin metal alguno en sus manos firmes adquirieron un
aura morada grisácea, y un torrente de aire en dirección contraria a la de los
clones les frenó por momentos. No perdió tiempo, y a los cerca de veinte
afectados por su poder les apaleó con rapidez y facilidad. Un golpe, dos, tres,
el siguiente en la cara, notar cómo sus narices volvían a regenerarse… y ellos
indefensos, confusos por los golpes del viento. Selló a los tres que le
permitieron acercarse más. Resultaba hasta divertido.
La
corriente de aire después de apenas treinta segundos no duraría mucho más, y él
hacía el máximo daño posible para atraer su atención. Pero no pensó que lo
haría de aquella manera cuando un cuerpo que no detectó cargó contra él a sus
espaldas y le lanzó lejos de allí.
Se incorporó
dolorido en mitad de la nada, cerca del borde final de la nube. Humilde
apareció a su altura, con la mirada decidida y sus puños apretados, acompañado
de varios clones que le seguían.
-¡Este es
mío! ¡Quiero un duelo justo, ¿habéis entendido?!
Humilde… ¿Qué
grotesca versión de él habría hecho el odiado Aura Carmesí? Veía en su mirada
furiosa su sonrisa, su afán por destruir relaciones, sus ganas de ver el mundo
arder para luego inmolarse entre las llamas… Cuánto daño había causado Aura Carmesí, y los suyos...
Un trueno
rojo rugió desde las entrañas de la nube y no tardó en iluminar sus pupilas,
iluminar su grito en el momento en el que esquivaba saltando aquella explosión
de energía que destrozó a dos de los clones que se encontraban detrás de
Humilde, pasó muy cerca de la izquierda de aquel cuerpo e hizo sentir su calor
a Social, que exhausto vio cómo la nube se deshacía en una explosión y los
demás clones, uno herido, huían de aquel lugar. Pero Humilde no se inmutó.
Preparó sus
armas. Estaba cansándose de relacionarse con unas personas que solo le desconcentraban.
La nube
estalló como un millón de esquirlas de ceniza. Cubriendo la frente con su palma
para protegerse de la luz, contempló la escena él, con su sombrero de
caballero. Pensó que algo así sería plenamente normal en una batalla tan
importante, así que bajó su rostro y miró a la marea de cuerpos blancos que se
lanzaban a combatirle. No se cansaban. Echó un vistazo entonces a su amigo que
le sonrió, y él se preguntó si sería una sonrisa amarga o verdadera. No le dio
más importancia, y volvió a la batalla. Habían hecho una defensa impenetrable
ellos dos, era normal que los enemigos comprendieran que para llegar hasta
Mentes debían pasar por sus cadáveres.
Les
preguntó que si por su afán le querían ver muerto, y sonrió pero con una
sonrisa amarga, porque si moría fortalecería al resto, pero no era agradable
morir. Aunque mucho menos agradable era sentirse débil y feliz al mismo tiempo sabiendo que así no robaba energía a nadie. Fuego habló, diciendo que si querían les ayudaba a matarle, y él le miró
enfadado pero con risa. Varios clones rieron pero con burla, de manera confiada.
Algunos atacaron, seguramente sin intención de herir pues apenas movió su
estoque oxidado y oscurecido. Su estoque triste. El clon de Servatrix no
hablaba.
El clon del
difunto Rectitud comentó el deplorable estado del caballero, que al morir apenas
repartiría poder.
Ese Rectitud se
encontraba mejor difunto. Se sintió cruel por lo que acababa de decir. Pero era
verdad y era lo que todos pensaban, así que la culpabilidad debería haberse reducido.
Fuego lanzó
una llama de su bastón al clon de Social porque pasaba por allí, pero la
absorbió y siguió su camino. Se preguntó a dónde se dirigiría.
Estaba
cansado de morir y volver a resucitar. No era un objeto, ¿o sí? Posiblemente
no, pero estaba harto de aquella vida, de ir contra el resto, de que la
felicidad de otros pasara por su debilidad, y su muerte implicase fortaleza. El resto de
mentes al menos cuando morían lo hacía de manera más sólida… Solo Fuego le
comprendió, tenía un humor parecido, sabía perfectamente que los demás pensaban
que eran bichos raros, pero para ellos los bichos raros eran los demás. No eran
capaces de comprender que su naturaleza diferente formaba parte del mecanismo.
Solo Razón y Erudito entendían eso, pero no lo tenía en cuenta porque los dos
hermanos de cabello blanco y rosa oscuro lo entendían todo.
Fuego
comenzó a lanzar sus bolas de fuego explosivas, se alejó con los que acaparó su
atención y pensó que menos mal, porque no le gustaba tanta luz y tanto ruido. Fuego
no era un hombre de palabras en la batalla, pero él un poco sí. Hablar era
bueno, pero había muchos enemigos y no paraban de atacarle. Le rodearon, así
que tuvo que soltar parte de su energía para derribarlos. Supuso que hizo lo
correcto, pero no lo sabía bien.
¿De qué
servía hablar si solía acabar decepcionado?
El clon de Rectitud
volvió a abrir la boca, dijo que lo mirara por el lado bueno, y le llamó por su
nombre, Desánimo. Dijo también que si se entregaba no le dejarían morir, solo
le aplicarían el castigo oportuno, y pensó que si pretendía convencerlo no lo
estaba haciendo bien.
Miró
alrededor. Eran bastantes, muchos. Demasiados. No quería, pero no tenía más
opción si quería cumplir su función como barrera. No quería. Debía liberar su
poder.
Así pues
dijo él que lo miraran todos por el lado bueno, enfundando el estoque entre el
cuero fino, entre las ropas antiguas y la capa negra. Continuó diciendo que
cuando les derrotase, no recibiría castigo y ellos serían olvidados, y que con
ese trato salían todos ganando. Estaba tranquilo.
Con un
movimiento ágil sacó a la luz el metal del arma, y la hoja en vez de lucir
oscura lo hacía de manera brillante y pura. Era muy bonita. Ya estaba, había
liberado su poder.
El clon de Equánime
le llamó estúpido, porque él solo tenía un estoque y su batallón tenía a
Servatrix. Pero no defendió la igualdad, como le tenía acostumbrado. Era raro,
se calló, pero era un Clon Blanco.
Miró a su
objetivo. Como no se movía sería fácil. Sus pelos eran blancos también, pero no
brillaban. No le gustaba atacar a las mujeres.
Esquivó
tres armas, y tuvo que apretar bien para que su estoque apenas rozara su piel.
Tenía escudos potentes, pero al menos la había rozado. Apareció a su espalda antes
de que pudiera reaccionar, porque era rápido. Y clavó una segunda vez, esta vez
casi no lo consigue. Era una dura rival, pero la regeneración no sería
problema.
Habló
Servatrix e insistió en la poca cordura del enemigo, de él, y tenía el mismo
carácter que la original. Dijo que entre sus escudos y su regeneración era
completamente invulnerable, pero él seguía tranquilo, pues la situación era
normal.
Dijo pues que no sería problema, ya que su poder no entendía ni de escudos ni de
regeneraciones. Y alzó su arma, dirigiendo su estocada hacia Servatrix.
El metal
apenas la rozó. Pero ella entre dos gritos de angustia y la impotencia de sus
compañeros, se convirtió en piedra, totalmente gris. Y cayó al fondo del mar,
por la gravedad. Obviamente.
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