Desde la Gran Tragedia, Luchadora perdió su pasión por luchar, se volvió apagada, contemplando la tumba. Contemplando la tumba del ser que sacrificó su vida de aquel golpe mortal.
La tumba de Humilde.
Año y medio nos separaba de aquella sangre sobre aquellos dedos temblorosos, de aquel grito desgarrado que no podía salir, de unas últimas palabras que no fueron dichas y aquella rosa en aquella lápida, en aquel funeral improvisado donde enterrábamos una mente que lo dio siempre todo por nosotros. Una mente que significó la calma, la única capaz de hacer reír al pobre Relativismo.
Y Sever, en su insano sentido del humor, en su macabra intención de dañarme y convencerme de que no estaba listo para afrontar la realidad no destruyó al clon de Humilde que ya había creado: al contrario, lo promocionó, lo perfeccionó y lo convirtió en una máquina de combate, un clon por encima de la media pero que seguía siendo inferior, incapaz de madurar, incapaz de crear estrategias nuevas, pues los Clones Blancos eran pasado, eran recuerdos y rencor, la cara oculta de un todo que Sever supo separar para que luchase en su favor.
Narciso disparaba sin contemplaciones a las mentes que agarraron a Razón, haciéndolas retroceder, introduciendo una nueva bala en cada herida que se estaba regenerando, mientras Stille cubría sus espaldas con todo su empeño y el resto blandía sus armas para mantener la marea de cuerpos blancos alejada del pelotón que comenzaba a dispersarse.
Humilde me golpeó en la mejilla haciéndome retroceder, pero incorporándome rápidamente mientras Eissen y Social impedían que el resto de clones me dañaran bloqueaba su ataque con el escudo y con mi mano desnuda cargaba una bola de energía que dirigí contra él. Pero más rápido que yo, agarró mi puño con la palma de su mano.
Miré con ojos asustados su mano, sabiendo que cuanto más energía cargara, más energía saldría disparada contra todos nosotros, y fui rápido de pensamiento.
-¡Ríndete! -gritó con rabia.
-Jamás... -y mirándole a los ojos cargaba mi mano, más, más, notando cómo la energía era absorbida por él y cada segundo que pasaba haría más fuerte su ataque.
El destello azul entre ambos se hizo más intenso, iluminando nuestros rostros, viéndonos solo el blanco de los ojos mientras notaba que Humilde comenzaba a ganarme terreno... y no... resistiría...
El destello cesó, y ambos apretamos la mandíbula.
Noté cómo toda la energía salía despedida de su muñeca al mismo tiempo que tirando el escudo de Optimismo, con la mano izquierda desnuda agarraba la suya y con un golpe seco, fuerte, derribaba al Humilde que se encontraba en posición y liberaba una explosión azulada hacia arriba, desintegrando por completo al clon que se encontraba justo encima de él y lanzándolos a todos lejos, creando un boquete suficientemente grande como para que pudiéramos pasar.
-¡Ahora! -gritaron todos.
Lequ Love desplegó todas sus cartas hacia los enemigos formando una barrera sólida con la forma de un cono hacia arriba, Stille rescataba rápido a un Razón temido por los enemigos y Defensor lanzó su escudo hacia arriba derribando a los cuerpos que nos bloqueaban de nuevo, saliendo todos a toda velocidad de allí, llevándome un corte en el brazo de un Social clonado que no quería permitir que ocurriera.
El techo gris de la nube hueca en la que nos encontrábamos me pareció alegre y esperanzador, y colocándonos Eissen, Luchadora, Optimismo y Razón ayudado por Stille arriba, el resto de mentes se separaron unos metros, formando una red cubierta y sin huecos, una barrera que impediría pasar a ese montón de chusma que subía en balde, derribados por los disparos de Narciso, por las varas de Social, las trampas de Stille, las llamas del bastón de Fuego y los ataques del enorme martillo de Duch, capaz de impactar en el propio aire a voluntad y generando una onda que les impedía cruzar, todo esto protegido por las barreras de Servatrix.
-¡Es el momento, Mentes! ¡Ahora, o nunca! -gritó Luchadora, limpiándose la sangre del labio partido e incorporándose.
"Al fin", mientras contemplaba abajo la red de mentes que contenían por tiempo limitado aquel centenar de malvados. Apartando la vista para siempre de ellos y dirigiéndola al lejano objetivo, oculto en una bruma negra, en la lejanía. Al fin cinco estelas comenzaban a volaban hacia el antagonista, aquel que quiso defenderme, pero solo me hizo daño...
Un cambio de presión nos golpeó en la cara y sacudió nuestro cuerpo, emborronando nuestra visión y dificultándonos el vuelo como si el aire de pronto pudiera tocarse, y nos detuvimos intentando asimilar la fuerza que se filtraba por los poros de nuestra piel.
-¿Qué pasa?
-Es la presión espiritual de Sever -Eissen abrió los ojos, inquieto -. Es tan fuerte que solo situarnos cerca de él nos marea... Debemos continuar.
El vuelo se hizo difícil, concentrarse complicado. Nos mirábamos vacíamente mientras el aire gélido negro comenzaba a abrazarnos y la sola presencia del monstruo tras el muro oprimía cada parte de nuestro ser, y comenzaba a volar más lento, a dejarlos atrás...
-Mentes, ¿qué te ocurre?
Me detenía entre sus caras de preocupación, con la mía en un equilibrio entre el miedo, la angustia y la furia. Se acercaron hasta a mí, a los pies de aquella nube completamente negra que ocultaba un malvado que podría estar escuchándonos. Susurré.
-No sé... no sé si estoy preparado, compañeros...
-Escucha -Razón apoyó su palma en mi brazo -. Nos has dado esperanzas. Pusiste orden donde solo iba a haber muerte. Ahora tenemos en nuestro poder el collar dorado, y es a por eso a por lo que van los clones. ¿Sabes por qué? Porque tienen miedo. Debes ser fuerte, Mentes. Esta es una batalla donde solo vencerá quien más miedo soporte.
Asintiendo, cogí aire y ánimos con la mirada concentrada de Luchadora, quien apoyaba la espada en su hombro, preocupada, como yo. Y con paso lento nos internamos en la bruma oscura, hasta que no vimos nada, hasta que nuestros propios cuerpos fueron desvaneciéndose hasta la nada, sin rastro de compañero alguno, solos, hasta que Sever podría rebanarnos allí mismo la cabeza y conformarnos solo con sentirlo.
Nos detuvimos. En medio de la oscuridad, nos detuvimos. Rodeados por la negra espesura, que poco a poco comenzaba a retirarse formando calaveras, caras deformes sin ojos y símbolos macabros. Ahí estaba. Frente a nosotros tras aquella cortina negra, densa y fría, se situaba el enemigo, mucho, mucho más macabro que las tétricas visiones que nos infundía la oscuridad divergente.
Una piedra negra de ébano sobresalió frente a nosotros. Brillante, triste, sobria. La incógnita se resolvía segundo a segundo, y un escalofrío recorrió mi cuello al ver las piernas blancas de mi enemigo. Su ropa parecía diferente, su aura más fuerte, pero su esencia era inconfundible.
La bruma negra mostró los ojos dorados, tan sádicos, tan locos como brillantes, que miraban a sus objetivos con una sonrisa que se extendía de una oreja hasta la otra, un sonrisa inmóvil que no cesaba en una cabeza ladeada, apoyada en el puño de su mano izquierda sobre un trono de tres metros de alto, negro, sobrio e imponente de ébano. Sobre su cabeza, una corona negra descendía por la mitad derecha de su rostro, ocultándola en el dibujo de una calavera de trazos blancos. No llevaba encima la túnica a la que nos acostumbró, y con una gabardina blanca, de tela pesada y abierta por abajo, con el cuello de esta grande, negro y peludo, con un cabello blanco mucho más largo que la última vez, inmóvil, sonriente y de mirada psicópata, seguía recostada aquella figura en aquel trono protegido por los clones de Nadir y Optimismo, cubriendo los lados del trono imponente, del trono majestuoso.
Una simple sonrisa y una mirada brillante de crueldad era lo único que bastaba para querer salir corriendo. Una sonrisa, una mirada extasiada, que como los clones a sus lados, no se movía.
Pasaron los segundos, hasta que el coronado Aura Carmesí emitió un sonido gutural, un deje de risa insana mientras sus ojos seguían clavados en mi mente.
-Así que al fin... estáis.
Giró levemente la cabeza con lentitud, acomodando el puño en el que se apoyaba mientras todo seguía inmóvil. Sin rastro de la batalla contra los clones, solo había silencio.
-Habéis tardado mucho... no supondrían mis esbirros demasiada dificultad, ¿no? Les dije que se portaran bien, que fueran chicos buenos.
Nada ocurría. Mis mentes en silencio. Sever volvió a sonreír con aquella boca desproporcionada, mostrando cada diente, y lentamente alzó su cabeza, enderezándose y apoyándose en los reposabrazos de ébano con forma de cabeza de dragón.
-Bueno... entonces, ¿habéis venido a ver mi coronación? Estaba impaciente porque vinierais, les dije que no podía empezar sin vosotros.
-Hemos venido a poner fin a tu vida, Sever -habló Razón.
Nos miró con extrañeza mientras alzaba la mirada lentamente, echando un vistazo a cada uno de los invitados. Frunció las cejas, y acto seguido sonrió emitiendo una risa verdaderamente incómoda.
-Entonces, ¿vais a ser vosotros los que me deis caza? Con lo alegre que estaba pensando en vosotros para ver mi coronación, ¿y vais a partirme el corazón de esta manera?
-No tienes corazón... Sever.
-¡Mira quién habló! -con un gesto ágil se colocó al borde del asiento, levantando su corona para ver mejor a Eissen, mostrando su rostro completo -. Yo te creé. Yo te ideé. Yo te eduqué. ¿Por qué no me dejas clavar mi mano en tu pecho y extraer con cuidado tu corazón para que todos lo vean? ¿Por qué no muestras dignidad y lo haces tú mismo? -rió, poniendo a continuación voz lastimera -. O es que... ¿no vas a sentirte seguro y protegido hasta que no muera la persona a la que traicionaste?
Eissen calló, pero yo no iba a hacerlo.
-Ya está bien, Sever. Se acabaron estos años de angustia. Es hora de matarte, de una vez por todas.
Todo en silencio, todo inmóvil. Luchadora apretó la empuñadura de su arma bajada. Sever cerró los ojos, y después de varios segundos de silencio, comenzó a alzarse, poco a poco. La presión del aire cambió, y sintiéndome ahogado y constreñido, noté cómo mis mentes se encontraban peor. Bajando de los dos peldaños de su trono, se posó sobre el aire, colocándose a nuestra altura y levantando de nuevo su corona para vernos con toda la claridad.
-Y crees que lo tienes todo a tu favor... ¿verdad, Carlos?
Callé, mientras trataba de aguantarle la mirada todo lo posible. Él sonrió, y chascando sus dedos, los dos clones se movieron, cogiendo algo que se encontraba detrás del trono, y arrastrándolo hasta la derecha de Sever, lo dejaron allí, de rodillas. Un cuerpo. Era un cuerpo humano.
Un cuerpo humano de una persona real.
Allí, en el cielo del segundo mundo, débil y completamente ido de sí, se encontraba junto a Sever el cuerpo de Oscuridad.
El clon de Optimismo lanzó un objeto hacia Sever, que lo cogió con su mano derecha sin mirarlo. Era una escopeta. Y todos inmóviles, todos con la cara pálida y mirada de terror, veíamos cómo acariciaba con su cañón los mechones negros de pelo que caían por su hombro.
-Vamos, cariño... ¿Por qué no saludas a nuestros invitados? Seguro que quieren conocerte...
Nada respondía. Solo el silencio, solo aquella mirada ida con gesto de pánico, que respiraba inquieta, débil. Solo nuestras miradas de terror.
-Sever... por, por favor... yo...
Ninguna persona podía atravesar las colinas, como ninguna mente podía llegar a ellas. Eran las reglas. Y Oscuridad había penetrado hasta el segundo nivel porque yo la había dejado.
-¿No dices nada, cariño? ¿Por qué no saludas? -su última caricia colocó el cañón sobre su nuca.
-Sever... Sever, para...
-Bueno... en ese caso... Ya les despediré yo.
Y una explosión sucedió sin dar tiempo a creernos lo que sucedía. La sangre salpicó a cada uno de nosotros, el gatillo disparado, la cabeza reventada de aquel cuerpo mutilado que caía y se perdía en el final de aquella nube gris para caer en el océano que aún no había desaparecido.
Los ojos de placer de aquel ser que soltaba una carcajada mientras destruía la escopeta con un destello de energía roja.
Las armas en alto de mis compañeros.
La muerte de Oscuridad.
-Espero -dijo, quitándose la corona y lanzándola contra el trono negro -, que esto os dé una idea del infierno que vais a sufrir. Esbirros. Asesinadles.
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