17 de abril de 2013

Caos.


Abrí los ojos no por el sonido del despertador, sino por un enorme estruendo que comenzó a escucharse en una parte alejada en mi mundo.
Al fin había venido.
Corrí a incorporarme, con mi espada en la mano desenvainada, con la ropa lista. Ya había meditado suficiente. Un dios. El estruendo que acababa de oírse era la menor de mis preocupaciones.
No pasaron unos segundos y allí me encontraba, serio y sabiendo lo que me jugaba en el interior de la barricada.


Los pasillos en el interior del edificio poseían un extraño y nuevo ambiente: gente corriendo, tablas, maderas, armas, colaboración en un ir y venir frenético... el ambiente de la guerra. Erudito apiló sus libros en blanco inútiles, dejó las lecturas y ayudaba a Servatrix con unos planos.
Pero todos pendientes de mí.
La iluminación era diferente, podía sentirse. Las pequeñas y medianas islas flotantes giraban y se movían por aquella esfera rodeada de niebla de manera mansa y poco errática, pero diferentes. Más serias. Más nobles y preparadas. El sol más allá de las nubes llegaba a nosotros de manera más anaranjada, iluminando el lugar de una luz tenue sobria y seca, como si aquella barrera gris pudiera detener sus rayos. Ver aquellos árboles se había vuelto de pronto una aventura extraña.
Era un precioso atardecer eterno en mi mente.
Maderas en las ventanas, barreras, trampas en las esquinas... el Observatorio se había vuelto un poco más azul. Una oscura trinchera más nítida que nunca entre la clara hierba fresca.

-¿Qué ocurre? -preguntaba a Razón que hacía de centinela al borde de mi isla más grande.
-Nada. Un estruendo y todo se ha estremecido en el silencio -miró a Optimismo que acababa de asomarse -. ¡Todos adentro, podría atacar ya! ¡Y... escóndela!

Se ocultó tras el gesto de soldado. Razón apoyó la lanza mientras colocaba su casco, y me miró.

-Esta batalla no tendrá nada que ver con la del pescado de la cena. Estás acostumbrado a vencer pequeños desafíos a diario en las colinas. No es un desafío, no es un defecto. Es un dios, Mentes. Un dios que pue...

Un estruendo terrible sacudió la isla entera golpeando justo debajo de nuestra posición, que nos hizo a ambos caer al suelo entre una pequeña lluvia de piedras. Me incorporé rápido buscando con la mirada a Razón, que acababa de incorporarse y fue a tenderme la mano.
Una sacudida de nuevo hizo rechinar la madera de la barricada, sacudió cada árbol y nos empujó algo más fuera de la isla.
Unas intrincadas líneas moradas comenzaron a salir de la parte más baja de la isla escurriéndose hacia arriba, acumulándose en un núcleo... en la isla más alta de todas.

-¿Qué es eso? -preguntó a todo el mundo mientras se incorporaba de nuevo.

Nadie sabía, porque no lo sabía.
Podía sentir cómo Optimismo encerraba a Lágrima en un lugar seguro, tal y como había acordado con Religión. Ella no quería, pero sabía que solo así sería útil...
Un sonido que parecía el quejido de la roca comenzó a escucharse por todo mi mundo a la vez que aquella misteriosa energía de abajo a arriba comenzaba a acumularse a una velocidad cada vez mayor. Me recordaba a aquel asalto de Sever y Religión cuarenta y ocho horas antes...
Mierda. Eso era...

-¡La energía de Religión! -gritó Razón al mismo tiempo que placaba contra mí y nos tiraba al suelo.

Una explosión iluminó el cielo con un destello violeta algo más claro que los ojos de Luchadora. Silencio... Encogida y con la respiración contenida, la isla fue sacudida por una fuerza ingente que la desplazó de su órbita normal, un terrible estruendo que nos empujó a ambos hasta el último árbol antes del abismo.
Apenas nos habíamos repuesto abriendo los ojos, mirándonos él y yo, nos dispusimos a levantarnos. Pero como si el golpe no hubiera sido suficiente, una extraña sacudida nos avisó de que el gran bloque de tierra estaba desplazándose en una dirección y a una fuerza inusuales.
Las manos invisibles de la física comenzaron a tirar de mí hacia el vacío mientras la isla flotante comenzaba a girar a gran velocidad en torno a algo, y me agarré con fuerza al árbol más próximo... Miré como pude hacia arriba. El centro de gravedad era aquel núcleo púrpura en el techo de la cúpula de mi mundo. Y como un remolino de aire, todo había comenzado a girar caóticamente en torno a él.

-¡Mentes! -gritó Razón justo antes de agarrarse a la última piedra antes de perderse en el vacío -. ¡Aguanta!

Y cogiendo aire, se soltó a la vez que invocaba sus dos armas al mismo tiempo, y lanza y espada como dientes en la carne se hundieron en la roca escarpada. Izquierda. Derecha. Comenzó su escalada horizontal hacia el Observatorio.
Una pequeña roca impactó de pronto en la tierra como un meteorito, desparramando la tierra y la piedra por todas partes y arrancando las raíces del árbol al que con ojos cerrados me aferraba. Con quejidos comenzó a ceder, poco a poco, apuntando hacia las nubes que eran mi muerte.

-¡Mentes! -gritó aferrándose a una roca grande -. ¡Invoca mis armas!
-¿Qué? ¡Solo tengo un arma y es un espadón!
-¿Realmente aún no lo has relacionado todo? ¡Soy Razón y te digo que las invoques!

Razón... Pero mi personalidad era Luchadora...
Y recordé aquel momento nítidamente.

-¿Estás bien? -preguntaba situándome frente a aquellos ojos dorados que no querían verme.
-Mentes, ella simboliza tu dolor. No creo que esté bien.

Lágrima Valerie... representaba. Razón... representaba.
Dos metales hirieron la tierra en el momento en el que un árbol salía despedido. El aire disparado por el impacto de mis botas coincidió con el final de mi grito. Las rocas seguían colisionando en mi mundo donde se golpeaban y se partían bruscamente debido a sus órbitas aleatorias. Polvo, desgarros, bramidos, pero yo seguía avanzando hacia aquel edificio tan claro que ahora era oscuro.
El cañón del observatorio dirigió su gran rayo hacia la Isla Polar sitiada por aquel monstruo, pero no logró atravesar su escudo de energía.
Agarré sin firmeza la piedra pulida del Observatorio. Mirando a Razón solté las armas, que invocó en sus manos al momento para acabar su travesía.
Unas manos agarraron mis hombros y tiraron hacia dentro. Eran las de Stille, que apostada en la puerta esperaba a Razón mientras me indicaba con la mano que entrara más dentro del edificio.

Mis pupilas se contrajeron cuando un tentáculo gigante de color morado surgió del cielo, y como un látigo golpeó a apenas un metro del cuerpo de Razón.
Salió disparado, golpeado contra el Observatorio. Rodó por el suelo hasta que recobró la compostura y se agarró a la rama de un árbol, que casi cede.
Con plena calma se recuperó y mirando al repentino adversario que parecía devolverle la mirada fijamente balanceándose como una serpiente, nos indicó que nos fuéramos. Pero yo no...
Stille empujó de mí con fuerza y cerró las puertas del edificio, mientras movidas por resortes se accionaban barreras y trampas que la protegían.
Me encontraba anonadado por la rapidez de los sucesos, y gravemente preocupado por Razón, que claramente no tenía ninguna oportunidad contra un enemigo que no se desequilibraba por la velocidad de giro de la tierra.

Con una gran sacudida la Isla Magna, la nuestra destrozó otra mucho más pequeña. Nada más recuperarse, Humilde cerró la puerta y  miró a todos los que estaban en la sala. Stille, Repar y yo fuimos los últimos.

-Que sea rápido, tengo una paciente que cuidar y no quiero que una roca la aplaste.
-Chicos, el mundo se está destrozando -Humilde avanzó al centro -. Tenemos que salir ya, pero antes saber qué hacer.
-Los cañones no le hacen nada -dijo Erudito, con un cristal de sus gafas resquebrajado.
-Las barreras no sirven -añadió Servatrix.
-No podemos hacer gran cosa, nos golpea y no podemos responder, ha bloqueado cualquier ayuda del exterior... somos marionetas -dijo Susurro, agobiada y sin poder respirar.
-Demasiado poderoso.
-¿Qué podemos hacer?

Desánimo tiró su sombrero.
Todos callaron, y el silencio trascendió de lo fónico. Nuestras almas quedaron vacías y desesperadas ante el panorama, y en mí solo quedaba una luz en mi interior.
Mirando hacia abajo y apretando mandíbula y puños, Optimismo se levantó sin prisa, tenso.

-¡¿Acaso vamos a rendirnos?! -miró a todos en un barrido -. ¡¿Eh?! Mirad, llevo poco tiempo en este mundo desde mi confinamiento en el Cofre, pero me conozco este lugar como la palma de mi mano. He visto como cada día cambiaba lentamente, cómo crecía y florecía ¡y como los truenos del egoísmo ajeno destrozaban este lugar antes de partir!

Humilde se retiró mientras escuchaba como todos boquiabierto a aquel que nunca gritó.

-Y os puedo asegurar con todo mi espíritu que este mundo, a pesar de los choques, los truenos, los destrozos, no caerá. No cayó en el momento en el que nos planteamos a los doce años abandonar para siempre este mundo. No cayó cuando nuestros intentos por avanzar se estancaban y generaban un bucle de reinvención de nuestra vida. Entonces cerramos un cofre. O conocimos a una persona tan especial que nos hemos basado en ella y en la esperanza de estar junto a ella un día. Pero jamás hemos caído. Aunque nos partan. Aunque nos controlen. ¡Aunque nuestras armas no les hagan ni cosquillas! Compañeros, ¡no es cuestión de lógica! ¡No es cuestión de fuerza! ¡Es cuestión de creer en nosotros, de esforzarnos y combatir unidos, pues para eso nos hemos creado, para encontrar juntos un motivo por el que vivir y luchar por él! Y hoy lucharemos. Y hoy venceremos, porque nuestro camino es el correcto. Permanezcamos fuertes, compañeros. Permanezcamos unidos.

La sala quedó conmocionada, a pesar de las sacudidas, de lo difícil era permanecer de pie. El enemigo, Religión, Dios, comenzó a golpear el observatorio con sus tentáculos de energía morada, pero la sala permanecía en silencio. Lágrima Valerie, en su confinamiento, lloraba de felicidad.

-Tienes razón, amigo -dijo Humilde con lágrimas de esperanza asomando en los ojos -. Él cree que puede acabar con nosotros solo porque piensa que él es la verdad. Pero no hay más verdad que la unión de los amigos. Y debe poder vencerse.
-¿Cómo no caí en la cuenta? -gritó Erudito golpeándose la frente.
-¿Qué ocurre?
-¡Mentes, antes de que Religión y Sever te acometieran y os dejaran tan malheridos a Luchadora y a ti, abriste y asimilaste la práctica totalidad de los contenidos del cofre!
-Sí, pero me faltaron...
-Todos, oíd: creo que sé la manera de acabar con Religión pero debemos darnos mucha prisa.
-¿Qué hacemos? -preguntó Servatrix.
-Stille, Susurro, cubrid alas este y oeste para minimizar el número de impactos en el Observatorio. Repar, ve a cuidar de Luchadora. Servatrix, voy a necesitar que me des todo tu poder: vamos todos a mi biblioteca ahora mismo.
-¿Para qué?
-Es muy probable que pueda leer al fin los libros que escribiste con tinta invisible al escuchar a la gente.

Mentes. De pronto, entendí el significado de aquel nombre.

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