22 de abril de 2013

El Corazón.


Mentes. De pronto, entendí el significado de aquel nombre.
Mentes me llamaba Luchadora, Mentes me llamaba Razón. Todos. Lágrima representaba mi dolor, Razón mi lógica. Optimismo, Erudito... ¿eran todos lo mismo? ¿No pertenecía realmente solo a Luchadora? Bien pude empuñar la espada y la lanza...

El gimoteo de Erudito pudo escucharse por momentos entre quejido y choque de las rocas, que giraban a una velocidad increíble por el mundo, envueltas en un remolino invisible que comenzaba en la Isla Polar, la isla más alta, ahora sitiada por Religión.

Nadie hablaba. No era momento para la palabrería, solo para la acción. Porque mi espíritu era fuerte, mucho más que hacía un año cuando creé mi mundo. Mi espíritu era fuerte, vaya, y haría las cosas bien. Porque respondería bien en el momento fatídico.
Porque no me achantaría y plantaría mi línea de respeto a aquellos que osasen cruzarla, sin guerras pero sin sumisiones. Porque no necesitaría más la aprobación de los demás y porque investigar tanto sobre la religión cristiana me había hecho ver sus verdaderas cosas buenas.
Porque derrotaría a un dios.
Yo corría, pero arriba mis manos se aceleraban ante el teclado, exponiendo a mis amigos mi teoría ética. El primero comentó, no la entendió.
El pasillo se zarandeaba demasiado, pero no perderíamos el equilibrio.

-¡Dejadme paso! -exclamó Erudito entre todo el batallón que marchaba hacia la biblioteca.
-¡Deberíamos proteger el resto de secciones del Observatorio! -gritó Servatrix.

Susurro y Stille no podían parar los varios tentáculos que se comenzaban a abrir paso entre las barreras del lugar. Razón, ensangrentado, respirando profundamente observaba a su enemigo intacto. Stille era empujada fuertemente junto al techo del edificio.
Podíamos ganar.
Erudito abrió las puertas, y un mar de libros abiertos y rotos apareció frente a nosotros. Las estanterías, volcadas. Maldición.

-Entra dentro de ti, Mentes. Encuentra los libros, corre. Dependemos de ti.

Cerré los ojos, tratando de concentrarme, intentando recordar las lecciones de luchadora. Mis amigos no comprendían mi teoría ética, pero yo sabía que era buena. Debía serlo, era coherente con mi filosofía y aunque joven, ya había salvado una vida. La mía.
Un cúmulo negro quedó perdido entre mis ojos que dejaron de ver poco antes de abrirse y gritando con un grito de rabia alcé mi brazo y todos los libros salieron despedidos hacia la pared contraria. Todos, menos los que necesitábamos. Me sentí mucho más cansado de pronto.

-¡Cogedlos y traédmelos, deprisa!
-¿Qué piensas hacer? -preguntaron a Erudito.
-¡Servatrix, focaliza todo tu poder en mí para poder leer lo más rápido posible! -cogió una pila de libros, yo otra.
-¿Estás seguro de esto? -Social temía que el mundo se estropease tanto que la gente lo notara.

Un estruendo conquistó la sala mientras las piedras despedidas amenazaban nuestra vida. Tras una leve nube de polvo, una figura ya no tan dorada cayó al suelo. Detrás el considerable boquete, un tentáculo morado de energía, apenas herido, nos observaba.
Razón fue rápidamente levantado por Optimismo. Le hizo un gesto de tranquilidad.
El tentáculo cargó fuertemente contra él y le luchó con su lanza. Una gran cantidad de radiación se desprendió del choque hasta que empujando el arma hacia arriba, el tentáculo impactó contra el techo, desplomándose y atrapándolo a la vez que nosotros lo esquivábamos como podíamos. Desánimo quedó sepultado entre las piedras de cintura para abajo, y aunque Humilde trató de levantarle, le indicó que se fuera, que no perdiera tiempo.

-¡Corred, por aquí! -gritaba Erudito mientras su hermano se reponía, claramente magullado.

¿Adónde iríamos ahora?

-A la sala del corazón -me miró serio mientras corría como podía procurando no tropezar.

Corrimos el pasillo sinuoso detrás de la biblioteca. De pronto, se pararon. Y en medio de la pared, puso su mano Social y una puerta ancha apareció, abriéndose y dejándonos pasar a unas escaleras que bajaban hasta lo más bajo de la isla antes de cerrarse y volver a convertirse en pared.
Aunque las preguntas me martilleaban, no era momento. Bajé las escaleras blancas entre aquellas paredes blancas que se estrechaban cada vez más. Mientras bajaba, notaba mejor que nunca cada vibración, cada impacto, cada inclinación anormal que tomaba Isla Magna.
Una puerta fue abierta y llegamos a una sala semiesférica, blanca como la pureza. Iluminada por baldosas blancas y limpias que componían suelo, paredes y techo, en el centro un altar casi negro sostenía sin tocarla una gran esfera de entre dos y cuatro metros de diámetro. Expandiéndose y contrayéndose sin ser sólida pero sin llegar a ser luz pura, su color era de un radiante azul eléctrico mezclado con vetas blancas. Su núcleo, blanco como nada había visto antes, reposaba sin moverse, como si el tiempo no le afectara. Imponente.
¿Qué era aquello?

-El Corazón -habló Razón no muy alto -. Siempre que El Corazón permanezca, será imposible matarte, Mentes. No importan las espadas, ni las heridas. Retrocederás, pero no morirás -se separó de Optimismo lentamente, que lo sostuvo durante la carrera.
-Espera, no creo que estés...
-Estoy bien, amigo. La batalla no ha hecho nada más que comenzar, y la guerra acabará pronto. He de seguir -avanzó unos pasos donde permanecimos en silencio mientras Erudito comenzaba a montar los libros -. Suponemos que Religión va tras esto, para volverte mortal y subyugarte, y volverte su borrego débil. Ahora le hemos revelado directamente dónde está.
-¡Pero no lo tendrá! -enfatizó Optimismo, cogiéndome del brazo y llevándome hasta él -. Crea una barrera de energía mientras Erudito lee. Eso nos dará tiempo. Nosotros nos encargaremos de los tentáculos que la crucen.

Miré de nuevo a El Corazón como quien ve su alma. Hasta ahora ni yo tenía consciencia de que esa sala existiera... Y como quien ve una hermana, sentí profundo asco hacia aquellos que osaran profanarla.
Nadie molestaría a Erudito, y menos robarían mi corazón.
Una barrera del mismo tamaño que la sala se formó emanando de mí, tal y como Luchadora me enseñó. "Luchadora...", pensaba en ella mientras me sorprendía al ver el color de dicha barrera y mi energía azul eléctrico como El Corazón, y no carmesí como la sangre, el color al que mi aura me tenía acostumbrado.
Erudito acabó de colocar aquellos libros en blanco, y mientras Servatrix a su espalda comenzó a emanar energía verde hacia su cabeza, abrió el primero, cuyas palabras mágicamente comenzaron a formarse gracias a la última batería del Cofre.

Un estruendo lejano sobresalió del resto. Todos se repartieron alrededor de la sala, listos para combatir.
Razón, Humilde, Optimismo, Social, Erudito, Servatrix. Mi barrera.

-¡Que nadie se mueva de su posición!

Otro estruendo movió la sala, en un balanceo. Intentaban entrar atravesando la pared.

-¡Permaneced firmes! -gritó Razón -. ¡Aguantad!

Erudito ya había comenzado a leer, devorando el primer libro a una velocidad insólita.
Un estruendo definitivo destrozó la roca, sometió a la isla y se topó contra mi barrera. El golpe zarandeó a todos. Estaban ahí. Ya llegaban.
Cuatro tentáculos abrieron cuatro aperturas entre la roca escarpada de la isla, topándose de pronto con un campo de energía compacto como ellos. Retrocedieron, pausaron, lo observaron. La tensión podía verse entre el aire, entre las respiraciones de las cuatro mentes que custodiaban el lugar esperando impacientes el momento en el que mi barrera fuera rota.
Cuatro golpes simultáneos contrajeron mi respiración, me desequilibraron y también a una isla que giraba rápidamente. Cuatro grietas.

-¡Aguantad! -gritaba Razón con las fuerzas que parecía no tener.

Golpes, golpes, golpes. Erudito tiraba otro libro mientras aquellos incesantes truenos no paraban de sonar.
En mitad de la tensión, un tentáculo logró partir algo de barrera, no lo suficiente para pasar. El tentáculo frente a Humilde comenzó a empujar, y los quejidos de la barrera como el cristal endurecido se acentuaron. Los otros tres seguían maltratando mi obra.
Humilde esquivó a tiempo el golpe contundente dirigido a su posición. Sin armas, corrió hacia el tentáculo y le propinó una gran patada. Chocó, se equilibró, me miró y cargó, pero otra patada le estampó contra la pared. El tentáculo miró fijamente a Humilde, deslizándose hacia el exterior para coger mayor carrerilla.

-¡Cada uno permanezca en su posición!

Stille bajó del cielo y clavándole un cepo que ancló a la pared lo atrapó en aquella posición sin posibilidad de moverse al mismo tiempo que dos enemigos lograban romper la barrera. El de Social, a la derecha de Humilde, que viendo su situación corrió a ayudarle, y el de Razón.
Placó el tentáculo del último llevándole al techo mientras los otros dos no dejaban pasar a su adversario a pesar de la fuerza de sus golpes. Finalmente, mi barrera generó una cuarta fisura que acabó dando paso al objetivo de Optimismo, que le recibió con un buen golpe de su maza.
Cuatro entes, cuatro enemigos. El objetivo: yo. Los golpes era lo único que oía mientras Erudito, que había leído dos tercios de los libros, comenzaba a cansarse y Servatrix le proporcionaba menos y menos energía...
El cepo del primer tentáculo acabó por romperse. Salió para recibir a Stille, que tras dos intentos logró enviarla lejos de allí, estrellándose de milagro contra una de las islas giratorias. Entró, y confiados dos tentáculos miraron a Optimismo. Humilde se percató muy tarde.
Los golpes que recibió hicieron sangrar el suelo. Uno agarró su cuerpo maltrecho y otro se dispuso a acabar con él cuando una patada salvadora prorrogó el golpe. El cansado Humilde poco podría hacer, algo más que Optimismo. Las varas punzantes de Social poco hacían a una estructura energética. Razón perdía. Erudito ya casi no podía leer.
Último tramo...
Humilde en el suelo, un tentáculo se dispuso a acabar con Optimismo mientras el de Razón corrió para cargar contra mí con brutalidad. Pero debía permanecer...

Un destello iluminó a Erudito cuando Stille bajó su daga partiendo en dos al tentáculo que ya cargaba hacia Optimismo, Susurro destrozó al contrincante de Social con su látigo, Optimismo se zafaba y en un golpe conjunto su maza y Humilde le convertían en un millar de cristales. El mío continuó su carga, y frenó de lleno cuando dos varas y dos dagas se cruzaron en su camino. Un látigo le agarró y Razón clavó su lanza con fuerza, en donde la radiación destrozó aquel cuerpo que tantos dolores le provocó al comienzo de la batalla.

-¡Nadie da la espalda a su enemigo!

Todos se giraron. Firmes, serios, todos me miraron.
Al fin. Todos ellos. Todos me representaban.
Mis mentes.

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