12 de mayo de 2020

Legado.


Cuando salí del bosque Uut, el olor de la brisa marina, y la humedad, tocaron mi piel. Puede que ya me haya acostumbrado, pero no huelo la sal, como si las aguas, revueltas desde que salió el sol, hubieran dejado de golpear el casco del barco para que tengamos un último tramo de viaje agradable. Con el aire, mi túnica se mueve, sin estar sujeta a ninguna armadura, y los pelos de mi capa cambian de dirección, pero Furia sigue fija a mi lado. Desde aquí no veo bien ni las aguas ni mi tierra. Arrastro muy poco a poco las ruedas de la silla, intento llegar al borde de babor de esta segunda cubierta que está a un par de metros. Atrás queda Ashotán Óniros, que desde aquí es un gran acantilado que empequeñece. No distingo desde aquí el desierto que hay al norte del bosque Uut, mucho menos el bosque. Si me estiro bien y gano unos centímetros haciendo fuerza con los brazos, el cielo está tan claro que se puede ver desde aquí la Isla de Inconsciente, diminuta. No existe la niebla en ella. Parece una isla normal, amistosa, que invita a ser explorada. Resulta que ahora es cierto.

3 de mayo de 2020

Luchadora.


Altaír agita el brazo en el aire. Mis brazos y piernas pendulan, mis heridas chillan de dolor, pero están dormidas. El cuello no resiste la fuerza, y mi frente ha golpeado una vez el acero de su cañón, que apunta directamente a mi cabeza. A metro y medio del suelo, colgando de su mano. ¡Contesta!, se escucha en toda la sala, los ecos rebotan, yo muevo los labios, pero no puedo hablar. Algo me controla. Me está mirando. Relámpagos azules atraviesan el glaciar que hace de techo, intento invocar todas las fuerzas del rubí, pero ni siquiera se enciende. No siento las yemas de mis dedos. Peor incluso que la vez en la que todos nos sometimos al poder de Dante, en su torre.

2 de mayo de 2020

Pasillos, salas circulares. Azucenas e infinito.


Mis pies descalzos pisan tierra seca, por fin. En comparación al lago de ácido, esta tierra dura y yerma, las piedras, las siento como un alivio, la caricia suave del polvo entre los dedos. No hay vegetación, ni siquiera hierba muerta, al menos no en lo poco que puedo ver del paisaje, porque camino despacio, y en los silencios entre un paso y el siguiente, todo el lugar es infinitamente negro. Cada paso es nuevo respecto al siguiente, no tengo referencia que me oriente, y, además, hace varios minutos que no veo ninguna presencia. Aunque estoy tentado de pisar fuerte para revelar más terreno de este erial, podría ser que lo último que viera, cuando el eco de mi paso desapareciera, fuera un ojo gigante, abriéndose para la completa oscuridad. A veces muevo la espada de Razón lo suficientemente rápido para poder ver el metal, y cuando no... sé que está ahí porque me pesa. Nada más.