24 de diciembre de 2014

El bosque.


El paisaje, efímero, cambiaba constantemente a través del cristal sucio, bajo el toque cálido de la mañana. El estudiante se ladeaba hacia el cuerpo de su compañera, esquivando el haz de luz tenue que golpeaba el cristal de la pantalla que ella sostenía, tratando de ver lo que veía. Sorprendido, alzaba la vista para mirar su rostro.

-¡Lo estás leyendo!
-Ya te lo dije.
-¿Y te está gustando?
-La verdad es que está muy bien.

Miró ella a sus ojos, pero él no pudo sostener la mirada mucho. Nunca lo hacía, y se maldecía a sí mismo, pues un verdadero hombre alfa siempre debía mirar sin miedo ni vacilación.

-¿Por dónde vas? -reconoció una foto entre sus textos -. Ah, sí... La siguiente me gusta mucho. ¿Te gusta entonces, en serio?
-Sí, la verdad -pausó -. ¿Vas a meterme?
-¿Qué...? -hubo una pausa -. ¿No te importa, no?
-Claro que no, joe.

Bajaba la mirada el estudiante mientras enderezaba su cuerpo en la silla de plástico en la que se encontraba.

-Sí, te puedo meter, pero aún no, no he ideado el argumento para que aparezca nadie aún.

Torcía en su interior la boca el chico, inseguro. No era el argumento el problema, sino el nombre. No se le había ocurrido al estudiante uno digno para su compañera, pero no se atrevía a decírselo.
Se miraba a sí mismo, meses atrás. ¿Había cambiado mucho, o se había perdido? ¿Por qué siempre se le escapaba la solución cuando parecía cubrirla con sus dedos? Los traumas, definitivamente, eran demasiado profundos e irreversibles, como un pilar de roca integrado en la arcilla. Los problemas eran charcas de agua inmunes a los golpes de furia que yo daba, con los dientes muy cerrados y el rostro salpicado.
Sin embargo, seguía creyendo creer en creer.

-¡Calíope!

Abrí los ojos al incorporarme, furioso y agitado, desesperado a la caza de la presa que acababa de escapar a mi cuchillo, pero el silencio me detuvo. Nada, salvo oscuridad. Respiraba con fuerza, apoyadas mis manos en el suelo frío y sucio. La presión era muy densa. Poco a poco, escuchaba un goteo inconstante cada vez con más claridad. Había tenido un sueño, que estaba con Calíope y me llamaba por mi nombre. Calíope... ¿estaba allí? ¿En el mundo?
¿Y yo dónde estaba? Su única pista era unas finas rendijas luminosas de color anaranjado, lo que parecía el contorno que dejaba atrás una puerta desvencijada. El goteo seguía repiqueteando en mis tímpanos, lento, frío, molesto.
Una voz conocida reververó en todo el mundo.

-En el tercer nivel, Carlos. De nuevo, me acerco a tus amigos.

La desprotección en mis escudos, y la piel erizada. Sever me hablaba desde el exterior, pero se escuchaba dentro de mi alma. Debía ir a por él para matarlo. Matarlo. Matarlo, matarlo, matar.
Rota la puerta desvencijada que me abría al exterior y a la luz, diminutas mis pupilas. Cielo negro. Bruma naranja, y frente a mí el camino a casa desde la escuela. Mis gestos se suavizaban, mientras los recuerdos volvían y no eran nada alegres. Mi respiración decrecía. Ante mí las paredes de los edificios de mi barrio, derruidas, inexistentes. Las plantas, los árboles, marchitos y secos. Apenas podía ver unos metros más allá, y comenzaba a distinguir los huesos secos de un esqueleto, esparcidos por las losas rosadas, agrietadas y desvencijadas del camino. Una arena muy fina, muy negra, ensuciaba la suela de mis zapatillas ajadas, una arena que provenía de un jardín muerto cubierto de ella.

-¿Tienes amigos? ¿Recuerdas cuando no los tenías?

Su voz se deshilachaba entre la bruma densa y la atmósfera cargada. Respirar era difícil. Mi expresión seria y concentrada tanteaba el terreno con la mirada, mi brazo, desarmado, con los puños preparados. No iba a escucharle. No iba a rememorar hechos que ya no existían.

-¿Qué hiciste para merecer que te golpeara entre estas paredes, Carlos?

Nada.

-Eso es. Pero yo lo he matado, Carlos. Lo he matado por ti.

Lo había...
Con la mirada pétrea en los huesos y la mandíbula desencajada, volvía a la realidad forzosamente.

-Yo le respondí con golpes, ¡gané y no se arrimó más!
-¡Por mí!

El sonido de un golpe seco en mi espalda precedió al gemido y al rodar sobre las losas y la arena. Descentrado me incorporaba rápido, pero nada había a mi alrededor. Solo las ruinas y la muerte.

-Yo pude haberlos matado a todos, Carlos... Yo pude habernos dado la libertad -gritó, con las mandíbulas bien unidas -. ¡Pero no quisiste!

Unos árboles comenzaron a brotar de la arena. Otros se abrieron paso entre las losas y las ruinas, desplegando a la escasa luz sus hojas negras y lúgubres, su tronco áspero, grueso y retorcido. Las piedras comenzaron a deshacerse para convertirse en tierra seca, polvorienta y estéril, y mi mirada seguía todos los cambios en guardia. El entorno fue otro cuando me di cuenta, emulando una versión muerta de un parque cercano, centro de mis actividades sociales durante mi adolescencia. No hubo huesos, ni muerte. De entre la bruma comenzaron a surgir espíritus níveos incorpóreos, que caminaban, que me miraban, que sonreían, abriendo muchos los ojos y mostrando sus dientes. Y yo les miraba a ellos, desconcertado y tembloroso, confuso, pero cuando clavaba mi vista en alguno su gesto se tornaba de angustia, y su rostro se deshacía lentamente. Pero no el de uno. Más grande que los demás, más opulento, sus ojos eran de furia, su andar se dirigía hacia mi posición. Le reconocí. Aquel niñato obeso hizo tan difícil mi adolescencia... y ese día era aquel día. Sabía lo que iba a pasar, y todos sonreían, querían verlo ocurrir, lentamente retrocedía mis pasos con los puños en alto y el corazón latiendo bien fuerte, ese espectro albar caminaba aquel camino, cada vez más rápido, y todos me miraban, todos se acercaban mientras poco a poco el espectro estaba menos distante, aceleró el paso, sus labios se extinguieron para mostrar sus dientes afilados, sus ojos grandes en su carrera hacia mí mientras levantaba el puño e indefenso bloqueaba mi cara con los brazos...

-¡No!

Solo silencio. Solo la bruma anaranjada entre los árboles moribundos.

-¿Por qué no le golpeaste?
-Sever...
-¿Por qué no te defendiste? ¡¿Por qué no te vengaste de todos los que te hicieron daño?!
-¡Basta!
-¡Yo te hubiera salvado si hubiera podido!
-¡Basta! -grité aún más fuerte.

Mis brazos cortaron el humo en su barrido desesperado, y la densa niebla se deshizo tan rápido como la extinción de mi grito. Sobre mí, el cielo negro, pero ya no había bruma, no había ni ruinas, ni tierra, ni muertos. Todo a mi alrededor había vuelto a cambiar, pero no le di mucha importancia, porque Sever estaba cerca.
El corazón comenzaba a latirme más y más rápido, y mi respiración comenzó a agitarse entre el aire denso y frío. Sin armas, con los ojos bien atentos, escudriñaba entre la profunda oscuridad.
Unos brillos tenues marcaban los límites de lo que parecían árboles, negros, grandes, y abundantes. Cerré los ojos cuando la hojarasca seca crujió al pisarla. Miré atrás. Miré hacia delante, de nuevo. Estaba rodeado completamente por aquel bosque, e inundado completamente por aquel frío. Miré a la derecha, donde algo se movió. Todo quieto. Miré a la izquierda... no había nadie.
Todo era negro como el mismo cielo, que no habría sabido decir si eran en realidad las hojas de los árboles que le cubrían completamente. Los troncos eran robustos, y la mínima luz que surgía de ninguna parte se perdía antes de ver o intuir el final de cada árbol.
Abajo, en el suelo, todo era oscuro, las hojas, las ramas caídas, los arbustos, el camino. No había camino. Caminaba sin rumbo, luchando por no hacer ruido, y todo estaba en silencio, pero en su mente no paraba de haber movimiento tras la segunda fila de árboles. Había movimiento.

-Siempre te he hecho estas preguntas, Carlos -sonó una voz enferma, una versión malograda y rasgada de la de su antiguo enemigo -. ¿No te habías fijado?

Callé, escudriñando con cuidado cualquier detalle que pudiéseme escaparme, mirando hacia atrás moviendo las piernas lo mínimo posible. Alguien le observaba. Todo era oscuridad. Había alguien. No podía hablar.

-Si no fuera por mí, te habrías suicidado. El suicidio es malo. Duele. Duele ver el suelo que se acerca y ya no puedes agarrarte.

Comencé a moverme porque me sentía inseguro. Arriba, en la realidad, estaba quieto, ofuscado por el miedo. Podía haber alguien malo.
Podía haber algo malo.

-Encenderlo todo, quemar el mundo y cumplir nuestra venganza para poder suicidarnos tranquilos... -la voz se escuchó frente a mí, en la oscuridad detrás de dos árboles, y paré de caminar -. Tú quieres dejar tu destino a medias. Eres débil. Estarías muerto sin mí y todo seguiría florencien...
-¡Para! -se me escapó, me oirían, me verían, vendrían, ya era tarde -. No estoy vivo por ti. No contemplé con seriedad la opción del suicidio.

Detrás de mí, un susurro.

-Por mí saliste -un escalofrío, una vuelta en seco.
-¡No eres la verdadera garra! ¡Solo fuiste una imitación!

Algo cortó mi espalda desde la oscuridad, y golpeando las rodillas contra el suelo, mis manos apretaron la hojarasca. Cuando quise verle, no estaba.

-Ya sé que no soy la verdadera garra, siempre lo supe. Eras tú el que se engañó durante la adolescencia.
-¿Entonces?

Sentía la presencia de algo cerca, una sombra cerca, a mi izquierda, había hablado mucho. Lentamente, mirando poco, solo un poco, caminaba hacia la derecha, volvía a mirar, no se movía. Seguía caminando.

-Me necesitas. Por eso de mis preguntas.

Volví a mirar, la sombra ya no estaba. Corrí. Tropecé con una rama, no veía nada, me apoyé en un tronco para levantarme, seguí corriendo.

-Pero por más que las formulo, no caes en la solución. No caes. No te das cuenta aún cuánto me necesitas.
-Yo no te necesito. Te mataré y seré libre.

Un fuerte golpe en mis costillas me lanzó hacia el vacío y otro corte arañó mi hombro antes de caer. ¡Estaba ahí, ¿por qué no le veía?!

-¡Para!
-No.

Sentía algo unos metros a mi espalda, mirándome. No le miré y seguí recto, donde todo era más oscuro. No le vería. No me vería. Todo árboles, oscuros, negros. Sentía la mirada, sentía las pisadas. ¿Era eso el tercer nivel? Quería salir, era oscuro, me daba miedo seguir, no podía detenerse.

-Eres débil, Carlos.
-¡No soy débil!
-Eres una marioneta.
-¡No!
-Cree en lo que digo.

Una risita detrás de un árbol, una risita cerca frente a mí, me miraba a dos metros. Me detuve en seco con los ojos muy abiertos. Un golpe en la cabeza, otro corte en la pierna, ¡otra vez!, y solo por la inercia fui al suelo, no era una marioneta. La risita me susurró muy cerca de mi cuerpo, por la nuca, por la espalda, por el reverso de las piernas mientras intentaba incorporarme. Nada había cuando me di la vuelta. Solo árboles. Hojas. No se veía nada, pero estaba ahí. Estaba frente a mí, de pie.
Otra patada en el costado, el golpe contra un arbol, ¡no podía verle! ¡Tenía que matarle!
Me incorporé rápido. ¡No era una marioneta!
Gemía de angustia e impotencia mientras atizaba puñetazos al aire sin descanso, mientras lanzaba patadas al aire o a los troncos, mientras todo seguía igual de negro y ya no tenía dónde esconderme.

-¿Dónde estás?
-En todas partes.
-¡No soy débil!
-Me necesitas.
-¡No!
-Búscame entre los muertos.

Seguí caminando entre la nada, pendiente de no chocar contra los árboles, que aparecían ante mí de pronto. Arriba, en la realidad, caminaba lentamente por el parque oscuro, e igual que en mi cabeza, un monumento grande herrumbroso se apareció entre los árboles marchitos.

-Contempla su belleza -rió aquella voz enferma y malsana -. Todo tu mundo es así. Bello. Yo siempre te quise, y pese a todo lo que me has hecho, te acogeré cuando lo comprendas. Te perdonaré. Y acabaremos con tus inseguridades.
-Por ti no puedo acabar con mis inseguridades -no me atrevía a tocar aquel objeto de forma indeterminada.
-Claro. Me necesitas para vencerlas.

Otro corte desangró mi espalda de nuevo, y sin vacilar me abalancé a por el agresor, le golpeé, le empujé y le pateé, pero ahí no había nada.

-¿No te da la sensación de que pierdes el tiempo luchando contra algo que no se puede vencer? -algo noté a mi derecha, bajé la mirada, los cortes dolían -. Tus inseguridades son cambiantes, volubles, porque tu mente así las hace. Tu mente no quiere mejorar, porque sabe que no eres fuerte. Tus inseguridades impiden que lo seas.
-Sé que hay una manera de vencerte... -caminaba entre la oscuridad, susurrando prácticamente, con la mano obstaculizando el brotar abundante de la sangre en mi hombro izquierdo.
-El villano no soy yo, Carlos. El verdadero villano es quien me creó. Existo como defensa al daño que te hicieron. Utilízame.
-No.
-No puedes solo.
-No.

Una rama me hizo tropezar, de nuevo. Mi pómulo golpeó la tierra.

-Debes acabar con las inseguridades, y no conmigo. Pero no puedes, porque no eres fuerte.
-No...
-Valerie se está muriendo, allá arriba. ¿No lo sientes? Si muere, yo moriré, pero volveré a nacer como un monstruo y será demasiado tarde...

Demasiado peso sobre mi cabeza, y nada más levantarme caí al suelo, de rodillas. Miraba a la infinita oscuridad, perdido, pero ya daba igual. Daba igual, si tras todo aquel esfuerzo nada se había avanzado...

-Mi hija se muere, debes ser rápido. No queremos que se muera, ¿o sí? A mí no me importa, pero te quiero conmigo, te quiero. Hay que hacer daño, ¿a que sí? Nos lo hicieron a nosotros, ellos engendraron a Valerie. Ellos me preñaron.

Noté una presencia detrás de mí, escuché sus pisadas avanzar, otro paso, otro. Le escuché detenerse muy cerca. Dio otro paso más.

-Cuando Lágrima Valerie haya muerto, después morirá Calíope. Es mala...
-¡Calíope! -casi susurraba.

Un punzón muy frío se clavó en mi cuerpo, y lo tumbó en la tierra justo antes de que se levantara y golpeara.

-Sssh... no, Carlos. Hay que avanzar... hay que destruir el mal para ser fuertes...

Miraba al frente, lleno de dolor, con las dos manos agarrando la hojarasca, con los codos hacia arriba, pero dolía, dolía. Quería avanzar, pero no podía. Una lágrima comenzó a humedecer cada ojo, contemplando la triste oscuridad en la que me había envuelto, que se perdía.

-Necesitas el poder. Necesitamos el poder. El poder nos hará fuertes. No la dependencia, no dependemos de un trauma. No de una persona. No la quieres, no te quiere.

Él anhelaba el poder...

-No. Anhelo mucho más que estés a mi lado. Elige. ¿A mi lado, o consumido? Tic, tac...

El filo se clavaba más y más avanzando hacia mi pecho.

-Tic, tac...

Quería vencer mis inseguridades...
Quería avanzar, quería el poder para avanzar... Era débil, por culpa de unas inseguridades que requerían de fuerza para acabar con ellas... y eso era más de lo que yo mismo podía hacer. Sever era mi única solución.
Sin embargo, algo me chirriaba en todo aquello.
Escupía la sangre, mientras perdía la vista y descendía poco a poco hacia el suelo. Noté una fría mejilla apretándose contra la mía. ¿Cuál era el verdadero problema? Me preguntaba allá arriba, mientras contemplaba aquel parque oscuro de madrugada. ¿Qué me frenaba?
Contemplé los negros árboles. Contemplé más allá de ellos, hacia la oscura lejanía.
Lo que me frenaba era el miedo.

La marioneta que sacudía sus cuerdas.
La hojarasca crujiente entre mis dedos. Los ojos en blanco, fijas las pupilas en un objetivo que no comprendían mis párpados. La sangre, que de mis labios resbalaba para nunca tocar el suelo. El acero, atravesando mi esternón. Los brazos ardientes, los árboles crujientes, el brillo que ofuscaba la oscuridad en el momento en el que alzaba mi cuerpo para empezar a correr.
Abiertos los ojos, el suelo a mis espaldas. La bruma naranja que rodeaba mi cuerpo, sin ver el cielo, mi enemigo Sever hundiendo su brazo hecho cuchilla en mi pupila derecha.
Una energía, extraña, naranja, deteniendo el golpe a escasos centímetros de mi rostro. Una energía extraña rompiéndose, como una segunda piel, alrededor de la mitad derecha de mi cabeza. Su retroceso, mi alzamiento.
Aquellos ojos que contemplaban la Casa de Campo de madrugada, imbuida en la oscuridad, con miedo. Con miedo. Y precisamente por eso, aquellos ojos se adentraron en ella.

-¡¿Qué haces?!

Sever, frente a mí, con su cicatriz negra en la clavícula izquierda y su túnica hajada, hundía en mí sus ojos dorados y sus pupilas diminutas.

-Ya no podías controlarme, pero ahora tampoco podrás meterte más en mi cabeza -sonreí, mientras caminaba con dudas pero valiente entre los caminos oscuros de aquel gran parque -. Este sí es el tercer nivel, y esta -señalé la mitad derecha de mi rostro -, es la segunda piel de la que me hablaste. Dime, ¿esto también era parte de tus planes?

Sever calló por unos segundos, negando lentamente con la cabeza con los ojos muy abiertos.

-Sal de ese lugar... pueden hacerte daño.
-¡No tengo miedo!
-¡De nada sirve no tenerlo!
-¿Puedo salir de aquí?
-¡No estás preparado!

Contemplé mi cuerpo, rodeado por una fina capa de energía naranja antes invisible, y con valiente decisión hundí la espada en mi muslo, detenida por aquella segunda piel, con la firme intención de destruirla.

-¡No, para!

Cargó contra mí para atacarme con su falso brazo, y vi sus ojos. Por primera vez pude ver en ellos que no lo hizo con intenciones de hacerme daño... y frunciendo el ceño, abrí mis brazos me expuse a ser atravesado, y él permaneció firme todo el trayecto, pero con un grito de rabia e impotencia retiró el arma que sí cortó mi camiseta, tropezó, y contraataqué. Agarré su brazo, lo retorcí, le tiré al suelo y apuñalé su costado con una daga de Stille observando su cara de dolor, y no había explosión de energía carmesí que me detuviese pues le envolví en escudo azul. Regeneraba cada herida, pero el dolor permanecía.
Una gran oleada de energía rompió la mía y me hizo retroceder unos metros. ¿Él era mi protector? ¡Renegaba de él! Aquella crueldad no era digna de mí, y era momento de mostrarle que estaba preparado.
Una gran fuerza invadió mi corazón. La fuerza de la confianza. De la motivación.

Comenzaba a cargar la fuerza de mi verdadero poder, mientras Sever, asustado, concentraba sus energías para mostrar su verdadera forma, pues no le quedaba más remedio.

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