3 de agosto de 2014

Oscura sinceridad.


Seguí descendiendo y descendiendo en aquella oscuridad total, hasta tocar el fondo con mi espalda, abrir los ojos y tardar segundos en distinguir la tenue luz que iluminaba el sombrío lugar.
¿Dónde me encontraba? Con ojos confusos observaba las paredes rectas, viejas y deshechas. ¿Me había acostumbrado ya a la luz? Unas lámparas de neón en el techo, recto, viejo y derruido descansaban, rotas y deshechas como el resto de la habitación. Sin embargo, una suave luz anaranjada se filtraba tímidamente por un resquicio en lo alto de una pared, a mi derecha, junto con hilos gruesos de niebla del color de la luz, que se desgranaban y deshacían al entrar en el lugar. El suelo, sucio, poblado de guijarros y azulejos caídos de las paredes blancas, llenas de agujeros que revelaban el ladrillo. Recordaba todo lo que había pasado. Calíope. Luchadora. Sin embargo, no sentía dolor alguno, de ningún tipo, y pensando esto dirigí mi mano a la herida en mi abdomen, intrigado. Sin embargo, con sonido de cadenas, mi brazo solo pudo avanzar la mitad del viaje.

-Déjalo, Carlos. No puedes moverte.

Una voz visceral, profunda y familiar, la voz de Sever, sonó al otro lado de la habitación, y oculto entre las sombras y un fondo de su mismo color, levantó la cabeza y sus iris dorados brillaron como llamas. Su cabello largo había desaparecido, siendo igual que el mío de nuevo, y sus ropas volvieron a ser las mismas, pero su cicatriz negra en la clavícula izquierda aún prevalecía. Su rostro revelaba una sonrisa, forzada y demente, que lo cubría de oreja a oreja. Nervioso, forcé repetidas veces las dos cadenas que me unían a la pared, pero mis brazos siguieron en su lugar.

-¿Cómo sabes que no podré? -haciendo esfuerzos tensando mi cuerpo trataba de convocar la energía, pero era inútil.
-Porque ya lo he intentado.

Asombrado, paré repentinamente y me fijé en sus brazos, tan atados como los míos. Inaudito, pensaba. Creí haber sido atrapado por él. Sever me miraba, sonriendo sin remedio, temblando ligeramente con una risa grave, con la risa grave de quien ha visto el infierno de su locura. Le miraba a él, profundamente descolocado. ¿Quién había...?

-Ha sido tu amigo... -rió para sí más veces, con los ojos completamente abiertos -, tu maldito amigo Inconsciente. Nos metiste en un agujero tan profundo que tuvo que pararte los pies. Estamos en una de sus salas...
-¿Qué? ¿Cómo que una de sus salas?

Bajó la mirada con sonido leve de sus cadenas. Trató de contener su risa, pero apenas podía, y temblaba en ráfagas.

-Creo que la ha creado especialmente para nosotros, en un lugar en mitad de la nada. La energía no sirve de nada aquí. Y ninguno de los dos puede mentir al otro. Así que aquí estamos, los dos solos, sin poder escapar. ¿Quieres contar algo para pasar el rato? -comenzó a reír sin remedio, con una mirada lunática que comenzaba a asustarme.
-¿Quieres parar reír, estúpido?

Me miró fijamente, callado, dos segundos, para explotar en una contundente carcajada que hizo vibrar las lámparas ligeramente. Bajó la mirada, intentando contener su risa, pero era inevitable. Su cuerpo temblaba intermitentemente, y en medio de su gozo en el que le miraba con asco, elevó de nuevo su mirada para revelar unos ojos brillantes desde los cuales dos lágrimas surcaban sus mejillas. Cogió aire sin apartar sus pupilas de las mías, gimió, apretó los dientes mientras no podía parar de reír. Y en una fracción de esos segundos, dejó escapar para mí un gesto en su rostro de completa angustia. Más calmado, apretó su espalda contra la pared, riendo a desgana mientras las lágrimas empapaban el lugar.
Mis pupilas se contrajeron suavemente, mirando con lástima a mi antítesis, mi odio más puro reunido y hecho ente, la inversión de mi auténtico ser que se entristecía en su alegría e inevitablemente reía cuando se ahogaba en su angustia. Me miró, asintiendo, riendo de nuevo zarandeando sus hombros al compás de sus pulmones, confirmando lo que pensaba. Reescribiendo cada recuerdo en mi mente, en el que Sever rió, o mostró seriedad.

-¿No es rematadamente gracioso? -me decía sin poder seguirle -. Mi hija menor, asesinada por el libre albedrío de un objeto que yo creé. Mi hija... -intentaba sin éxito contener las carcajadas -. Mi... qué irónico...
-¿Quién es tu hija mayor, Sever? -le aguanté la mirada en silencio, dos segundos -. Es Lágrima Valerie, ¿verdad?
-Sí... -sonrió por última vez, escupiendo al suelo sucio y ligeramente irregular, controlándose -. Por la punzada que sentí, diría que alguien la disparó con una bala grande y simple, y tu Narciso recubre las suyas de energía. Por lo tanto, ha sido uno de mis clones, o Yerro o Dial. ¡Otras creaciones mías! -volvió a reír fuertemente, agitando las cadenas -. Y yo sin embargo sigo aquí, apagándome con ellas hasta que vuelva a levantarme como rey en medio del caos. Es... casi un chiste.
-¡Espera! ¿Qué quieres decir con eso que cuentas? ¿Cómo sabes todo eso? Explícame.
-Ah... ¿Qué cosa de todas? -su rostro volvió a ser serio de nuevo.
-¿Cómo sabes que Lágrima Valerie ha sido herida?
-Tengo una conexión muy especial con ella.
-¿De qué clase?

Sever se revolvió incómodo, apartando por un momento la mirada.

-Obtengo todo mi poder del interior de la muchacha, porque es ahí donde lo deposité. Y ese era el cometido para el cual la creé.
-¿Me estás diciendo que Lágrima Valerie controla toda tu fuerza?
-No. Ella apenas accede a lo mínimo que necesita para poder seguir viviendo. Soy yo el único que controla ese poder, que descansa en su fuerza vital.
-¿Ella lo sabe?
-No.
-¿Y los clones?
-No, ¡No!
-¿Y qué ocurriría si ella muriera?

Sever acercó con su pie una pequeña piedra en el suelo caída probablemente del techo o las paredes. Su gesto era tranquilo, y serio.

-Entonces yo moriría también -fijó sus ojos en mí, para fijarlos de nuevo en el guijarro -. Pero no es tan fácil. Si Lágrima Valerie muere, todo su poder será liberado, y cuando el dolor vuelva sin una mente que lo almacene, yo también volveré en un mundo probablemente arrasado, y tú implosionarás, consumido por una rabia y una sed de venganza ilimitadas. Posiblemente intente encerrar ese dolor en mí de nuevo, pero no estoy seguro de que pueda controlarlo. Dime, Carlos. ¿Acaso la ira no proviene del dolor?

Mi mandíbula y mis manos estaban temblando. Por primera vez, la cicatriz en mi abdomen me dolió, como una punzada.

-¿Cómo puedo evitar eso?
-Fácil, salvando a mi hija. Pero para poder hacerlo deberás matarme a mí primero. Y eso ya no será tan fácil.
-Supongo que querrás ocupar ese trono. Seguro que volverás a reír si muere.
-No... -Sever encendió su mirada en fuego -. No me malinterpretes, ignorante. No sabes nada. Yo deseo morirme. Morirme por completo.

El silencio nos rodeó durante unos segundos.

-¿Cómo que deseas morirte? ¿Por qué?
-¡Porque significará que estarás preparado para todo lo que custodio! No tienes ni idea de la cantidad de pistas y facilidades que te he dado para poder hacerlo. ¿Acaso crees que la batalla contra Religión fue justa? ¡Te dejé ganar! Hasta ese viejo pensó que me enseñó a regenerarme. Pero no puedo darte más facilidades. La única manera de vencerme es siendo más que tú mismo.

Aquella conversación me estaba creando más dudas que soluciones.

-¿Qué significa que he de ser más que mí mismo?
-Cuanto más fuerte seas, más lo seré yo, siempre. La única forma de vencerme es adelantarte sin que yo lo haga.
-¿Y cómo lo hago?
-Eso has de averiguarlo tú.
-¿Y por qué has hablado de aquella batalla? Yo me gané la victoria gracias al collar de Servatrix.
-Porque sabía perfectamente que ahí estaba el collar. Porque lo he sabido todo en todo momento. Te introduje la idea en la cabeza de que puedo leer parcialmente tus sentimientos, pero es una mentira, puedo leerlos completamente, y jugar con las inteligencias de ambos para recrear una gran obra de teatro realista. Antes estaba unido a ti en mi condición de mente, pero ahora soy un espejo de ti, una completa parte de ti, casi como si fueras tú mismo.
-¿Cómo que una mente?

Aquella conversación me estaba dejando sin aliento.

-Todo a su tiempo, Carlos. Cuando estés preparado, sabrás la verdad.
-¿Qué verdad? ¡¿Qué verdad?! ¿Por qué has hecho todo esto? ¿Por qué has jugado con nosotros? ¿Qué eres?
-Soy la pieza fundamental en la estabilidad y funcionamiento del mundo -sonrió, suspirando -. Una simple pieza más de un plan muy superior.
-Dame respuestas de una vez... Dime ese plan...
-No puedo, Carlos. No estás preparado.

Sin fuerzas, mi cabeza cedió ante la gravedad, y también mi cuerpo. Sostenido por las dos cadenas, con las piernas cruzadas, cerraba los ojos, respirando profundamente. ¿Era todo parte de una función donde yo era el títere? ¿A qué estaba jugando?

-Si eres un total espejo de mí -casi susurraba -, ¿por qué no puedo acceder a tus pensamientos?
-El espejo puede representar tu imagen, ¿pero puedes tú representar la de un espejo?
-Cállate...
-Es la piel.
-¿Qué?
-Antes, el mal era parte de ti. Pero a la edad de diez, once años, tras recibir demasiado odio en el alma, lograste polarizarlo. Distinguiste entre lo que eras y el monstruo en el que te convertían, y rechazándolo, aunaste todo el mal de tu interior, natural e introducido, en un lugar mental externo a tu persona. Los seres humanos somos la dualidad, por eso siempre combates, y siempre combatirás, porque tu mal natural se encuentra ahí fuera, pero eres un idealista, y le haces frente. Pero eso también te permite combatir tus traumas. Por ello, posees una segunda piel invisible que te recubre completamente. Esa piel es lo que yo represento en ti, y mi cuerpo tan solo es una metáfora, un paralelismo. ¿No entiendes? Realmente cubro cada parte y ente de tu ser, Carlos. No puedes escapar de mí del mismo modo que no puedes hacerlo de los recuerdos.
-Espera... entonces sabes lo que he de hacer para poder vencerte. Lo de ser más que yo mismo.
-Sí.
-¡Dímelo!
-Una marioneta deja de serlo cuando corta sus cuerdas.
-¡Dímelo ahora! -cogí aire -. ¿No querías morirte?
-Sí... -sonrió de oreja a oreja, penetrando en mi mirada -. ¿Y por qué no te he matado aún?

No había experimentos que hacer, porque Mentes se había recluido en su habitación. Apenas salía, y cuando lo hacía no podía evitar mostrar su resentimiento interior, y su sufrimiento, que desahogaba hablando de lo que ocurría allí mismo con alguien que pudiera comprenderle. Era bueno para él, pero ¿era efectivo? Ningún plan que reveló mientras lo ejecutaba dio buenos resultados. Esperaba el rubio, recolocándose el mechón del flequillo, que las lecciones de Grand Suffer hubiesen dado sus frutos. Quizá hubiera lugar para la esperanza, pero todo aquello era muy turbio. El clon de Social también se colocaba sus cabellos, mirando a su igual, con una mirada de furia. Como el resto de mentes, él comenzaba a cansarse, pero el enemigo seguía siendo muy, muy numeroso, y como si no tuviera suficiente, debía lidiar también con todos los problemas que el estado de debilidad de Mentes estaba ocasionando a los demás. Cuanto más tiempo permaneciese aislado de Calíope, peor iba a ser para ambos, y cuanto más intentaba controlar su ira para no hacerla daño, más iracundo se volvía. Recibía un mensaje de Relativismo, que pensaba que la clave para resolver aquella encrucijada pasaba por derrotar a los clones de Humilde, de Optimismo y de Social. Erudito envió otro, escondido desde un armario con Susurro, teniendo graves problemas en El Palacio. Pero nadie podía ayudarles.

-¿Por qué te empeñas en creer que todos son iguales? No lo quieres reconocer, pero tanto tú como yo sabemos que te encuentras rodeado de una chusma, una masa sin cerebro que no va a comprenderte.
-Sí creo que Mentes es demasiado complejo para alguien que no ha pensado en su vida. Pero no creo que sea más por ello.
-Haz caso a tus instintos. Te darán visión.

Cuatro varas de bambú chocaron en una fuerte explosión de energía.

La luz de la luna, blanca y cristalina entre nubes azabaches, solo hizo más real lo que consideraba un sueño, una pesadilla no terrorífica, pero sí desconsoladora.
No podía ser verdad...
Manchando sus viejos brazos de carmesí, apretaba los dientes, brillantes sus ojos y trémulas sus manos. Recordó el día que ella llegó al mundo, entre aquellas suaves mantas de seda. Creció con él, fueron dos espíritus jóvenes que maduraron con el mundo, pero el pasado semejaba una charca marchita evaporada por el calor del verano, y nada era igual a lo que fue una vez. Recordó en ese momento aquel día en el que abrió los ojos, confuso primero y sorprendido después, alegre como un niño por seguir viviendo, por resistir aquel golpe que casi acaba con su vida en la azotea del Edificio Norte, pero Servatrix no compartía su alegría. Antes de dejar que se levantase, antes de permitirle observar su cuerpo, con ojos tristes le cedió un limpio espejo con el que ver su rostro por primera vez. Recordó la sensación de sentir que aquel reflejo mentía, de sentir que no controlaba un cuerpo que no fuera suyo, la sensación de saber la verdad antes de poder contemplar siquiera una de las posibilidades.
Apoyado en un bastón salía Optimismo de la enfermería, triste, con la ácida valentía del general que da la cara después de haber sido derrotado. Las silenciosas, serias caras de algunos que le miraban, las sonrisas de otras por al menos seguir vivo, la tristeza de las más intolerantes. El héroe que dio la cara por las demás solo recibió silencio al mostrar su cuerpo viejo. Al lograr sobrevivir absorbiendo la propia energía vital de sus tejidos. Vestía otras ropas, más anchas, porque las juveniles que antes portaba eran demasiado estrechas. El alegre chico que siempre levantaba la cabeza ante los problemas se había apagado, había palidecido para siempre. Y entonces solo una entre cientos, como una luz brillante que ondeaba frágil entre decenas de destellos, Lágrima Valerie caminó hasta él, sin lástima ni vergüenza, y sin detenerse consumó un verdadero abrazo de agradecimiento por haberla salvado la vida. Y Luchadora detrás, con aquella mirada triste que permanentemente recordaba al resto de mentes la muerte de Humilde, sonriente, dijo para todos el orgullo que sentía al saber que alguien velaría por todos ellos incluso cuando ella fracasase. Y el rostro de todos se iluminó un poco entonces.
Agradecía a Mentes su confianza en él al enviarlo a luchar contra Sever, a su lado.
Agradecía a Luchadora su honestidad y confianza, su esfuerzo y dedicación por cada uno de nosotros, sus fuerzas derrochadas para construir un lugar feliz, por el camino más largo y mejor hecho. No importaba su procedencia, pues ella cumplió su deber con toda su voluntad para que todos fueran felices. Ella cumplió, hasta... el final...
Dos lágrimas surcaban las gruesas mejillas de Optimismo, marcadas por notables arrugas.
Apretando el cuerpo inerte y pálido de Luchadora, cubierto de sangre, contra su pecho, agradeció su dedicación hasta su última hora de servicio.
Miró arriba, hacia las nubes azabaches y la blanca luna. Mentes, junto con su enemigo, había desaparecido. El huracán descontrolado en el que se había convertido Fuego se desestabilizó, estrellándose con fuerza contra la verde barrera, fragmentándola, haciendo que se desmoronase segundo a segundo. Apretó más el cuerpo sin vida contra sí, para protegerlo de los gigantes y gruesos cristales esmeralda que caían y se estrellaban contra la protección de energía que allí había improvisado. Mirando cómo a lo lejos, cada vez más, Razón agredía a Eissen con la media lanza que conservaba, buscando su muerte.

Amigos que flaqueaban. Amigos que peleaban entre sí. Amigos que morían. Cada llama de vida, una agonía, cada enemigo, una desesperación, Lágrima Valerie, desaparecida, y Optimismo lamentaba, sollozando, ser él el que debía quedarse mirando cómo todo caía, ser él el que debía agarrar y cuidar del cuerpo mientras el resto huía, lamentaba no poder contar entonces con la determinación de la luchadora.

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